Pelo Amarillo sonrió con desdén a Qakan y le lanzó otro trozo de pescado seco. Qakan lo esquivó y el pescado chocó con la cortina que separaba el sector del ulaq que correspondía a Cazador del Hielo del de ellos.
Qakan miró disgustado a su esposa. Tenía el pelo enredado y la piel manchada de hollín. Con excepción de la primera vez que la vio —la ocasión en que bailó y ayudó a Cuervo a engañar a Qakan para arrebatarle los objetos de trueque—, Pelo Amarillo iba siempre sucia. Su cabellera estaba mugrienta, pegoteada de grasa rancia, y sus delantales de hierba se veían raídos. La sección del ulaq que ocupaban no estaba mucho mejor. La madre de Cazador del Hielo, a la que los Hombres de las Morsas llamaban Abuela, regañó a Qakan porque no le decía a su esposa que cuidase del ulaq. Poco después, quizá cuando se dio cuenta de que Qakan no tenía poder para dominar a su esposa, habló con Pelo Amarillo y la avergonzó hasta convencerla de que tirara los desperdicios que cubrían el suelo.
Ese día, Abuela los había visitado y había gritado a Pelo Amarillo que su suciedad hacía que apestase la mitad del ulaq que correspondía a su hijo. La anciana había estirado su cuello largo y delgado y se había expresado con voz cada vez más aguda a medida que hablaba de la desidia de Pelo Amarillo y de Cazador del Hielo, que era tan amable como para permitir que un comerciante pasase el invierno en su ulaq.
La vieja no miró a Qakan mientras hablaba, no le manifestó la cortesía de reconocer su presencia, y Qakan no supo porque era contraria a yacer con el marido, porque accedía muy pocas veces a ocupar el lecho del marido. Ni siquiera Cuervo, pese a su poder, había tenido hijos con ella.
Claro que sí, Qakan se iría y le comunicaría sus planes a Pelo Amarillo. Hablaría seriamente con su esposa para que se enterase de que era más poderoso que ella. Al fin y al cabo, ¿quién era Pelo Amarillo? Una mujer, nada más que una mujer, ni siquiera una mujer de los Primeros Hombres, sino una mujer Morsa. No tenía poder.
Regresó al ulaq. Ni Cazador del Hielo ni sus hijos se encontraban en el interior. Qakan se irguió y se alzó en toda su estatura al acercarse a su sector del ulaq. Pelo Amarillo no había recortado la mecha de la lámpara de aceite y la luz era tenue. Al principio Qakan sólo vio el montón de pieles que componían el lecho instalado sobre la tarima para dormir. Luego notó movimientos. Cerró los ojos y esperó a que éstos se adaptaran a la penumbra. Percibió el color dorado de los cabellos de su esposa. De modo que dormía en pleno día. No era de extrañar que Qakan no tuviese alimentos, que su chaqueta no estuviese remendada y que la piel estuviera cubierta por una capa de grasa reseca.
Qakan caminó decidido hacia la tarima para dormir, se agachó y agarró de los pelos a su esposa. Simultáneamente una mano asomó entre las pieles, una mano de hombre que lo sujetó de la muñeca. Qakan lanzó una exclamación y oyó la risa de Pelo Amarillo y otra más grave, una risa de hombre. Pelo Amarillo se puso en pie junto a su marido, con los delantales de hierba torcidos y en medio de las pieles, desnudo, estaba Cuervo, que aferraba con tanta fuerza la muñeca de Qakan que éste gimió de dolor.
—Tienes una magnífica esposa —se burló Cuervo. Soltó la muñeca de Qakan y se levantó. Revolvió las pieles, encontró sus polainas y su chaqueta y se las puso. Rodeó con la mano uno de los pechos de Pelo Amarillo—. Está a punto para recibirte —dijo Cuervo, empujó a Qakan que cayó lentamente sobre el montón de pieles y abandonó el ulaq.
Pelo Amarillo se mondó de risa en las narices de Qakan.
Se inclinó y le acarició una pierna, pero Qakan se irguió y le apartó la mano.
—No eres mi esposa —declaró Qakan—. Sal de mi ulaq. No eres la esposa de nadie. No perteneces a nadie. ¡Fuera! ¡Fuera! No te necesito. Los comerciantes tienen muchas mujeres, todas las que quieren.
Pelo Amarillo abrió desmesuradamente los ojos. Al principio Qakan creyó que estaba asustada, pero la mujer rio, se carcajeó hasta que se dobló en dos y rio tanto que tuvo que aferrarse el vientre con los brazos. Con la misma velocidad con que rio se puso seria y empezó a recoger sus pertenencias: pieles, cestas, alimentos.
Qakan la observó un rato y de repente la ira se extendió desde el pecho hacia sus piernas y sus pies, también llegó a sus brazos y sus manos. Corrió al rincón donde guardaba las armas y sacó una lanza.
Pelo Amarillo estaba arrodillada de espaldas a Qakan y recogía cestas del desordenado montón próximo al escondrijo de almacenamiento. Qakan dio dos pasos a la carrera. Pelo Amarillo se giró y gritó. Qakan frenó, con la lanza en una mano, a punto de arrojarla.
Pelo Amarillo entrecerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás, rio y dijo:
—Mátame. No sabes arrojar la lanza porque no eres cazador. Mátame.
La mujer se puso en pie y abrió los brazos. Qakan bajó la lanza. Pelo Amarillo sonrió, volvió a darle la espalda y a mirar el montón de cestas. Estuvo un rato preparando sus cosas y a continuación emitió una risilla, lo miró y le escupió. El escupitajo dio en el ojo izquierdo de Qakan.
Qakan reculó y se limpió el ojo. La risa de Pelo Amarillo creció y llenó todo el ulaq. Qakan se dio la vuelta, giró nuevamente y deprisa, muy rápido, a la velocidad con que se movía Samiq, levantó la lanza. La arrojó con el mismo ímpetu con que lo hacía Grandes Dientes.
La risa de Pelo Amarillo cesó y pareció replegarse en su garganta.
Al arrojar la lanza, Qakan había cerrado los ojos, pero ahora los abrió. Pelo Amarillo estaba de pie y la lanza sobresalía entre sus senos. La sangre ya se había encharcado en sus pies. Se derrumbó.
Qakan la miró hasta que ella puso los ojos en blanco. Pelo Amarillo respiró con un estertor y se quedó inmóvil.
Qakan se acercó a su esposa, retiró la lanza, se agachó y apartó las cestas para que la sangre de Pelo Amarillo no las manchara. Aunque esas cestas no eran tan bellas como las de Chagak, ni siquiera como las que trenzaba Kiin, le servirían como objetos de trueque.
Qakan guardó las pieles y las esteras del lecho, así como la poca comida que había en el escondrijo de almacenamiento. Cuando terminó se acercó a Pelo Amarillo. Esperó largo rato para cerciorarse de que no respiraba. Se agachó y puso mucho cuidado en evitar que su chaqueta rozara la carne muerta. Le quitó los collares que rodeaban su cuello. Uno era de conchas, otro de dientes de oso y el tercero era una tira de cuero de la que colgaba una de las tallas de morsa hechas por Kiin.
Cada uno de esos collares le supondría un buen precio cuando tuviera que comerciar.
Se irguió y se dirigió a Pelo Amarillo, a su espíritu:
—Pelo Amarillo, insensata, ¿quién remará ahora en mi ik?