Cuando Samiq despertó, Tres Peces estaba arrodillada a su lado. Tenía la cara sucia y con cortes, y los ojos enrojecidos por el llanto. Miró por encima del hombro de su esposa para comprobar si Pequeño Cuchillo estaba detrás, pero Tres Peces le acercó tanto la cara que sólo divisó su boca ancha y sus dientes rotos.
—Han muerto muchos —dijo ella con la voz quebrada por los sollozos— y Roca Dura te considera responsable. Algunos cazadores han zarpado hacia el mar del norte. Dicen que Alca escupe fuego. Roca Dura insiste en que Aka cumple la voluntad de los Cazadores de Focas y que tú nos has maldecido mirando la danza de las ballenas.
La loma volvió a temblar, por la ladera se deslizó un pequeño desprendimiento de piedras y Tres Peces gritó.
Pequeño Cuchillo entró corriendo en el refugio, con los ojos desorbitados.
—Las piedras asustan a mi mujer —explicó Samiq—. ¿Has visto algo? ¿Se ha levantado la niebla?
—No, hay humo y niebla. La ceniza cae del cielo y lo cubre todo.
Pequeño Cuchillo meneó la cabeza y al sacudirla despidió una nube blanca.
Samiq aferró los hombros de Tres Peces y dijo severamente:
—Tres Peces, deja de llorar. —La mujer cerró los ojos—. Deja de llorar —repitió Samiq—. Cuéntame qué ocurrió.
Su esposa respiró entrecortadamente y se secó los ojos.
—Esposa Gorda y yo dormíamos. El suelo empezó a temblar y de pronto los postes del ulaq se derrumbaron. —Tenía los ojos tan abiertos como si volviera a ver el desmoronamiento del ulaq y repentinamente Samiq sintió miedo. Creyó recordar que, al despertarlo, su esposa le había dicho que había muchos muertos—. Esposa Gorda gritaba —añadió Tres Peces y las lágrimas volvieron a surcar sus mejillas—. Esposa Gorda estaba…, le salía sangre por la boca y tenía los ojos muy abiertos. El techo cayó sobre las lámparas de aceite y ya no vi nada. La arrastré hasta el agujero donde antes estaba el techo y lo vi todo…, la sangre… —Tres Peces se quitó los mocos con el dorso de la mano. Respiró estremecida—. Esposa Gorda ha muerto. El ulaq de Roca Dura sigue en pie y también el de Foca Agonizante, pero todos los que estaban en el ulaq de Frailecillo murieron, hasta el rorro. ¡Hasta mi hermano Frailecillo! —gimió—. Mi padre y mi madre…
Aunque Tres Peces volvió a llorar, Samiq se sintió preocupado por Pequeño Cuchillo y lo miró. El chiquillo permanecía en la entrada del refugio, con el cuerpo rígido y los puños apretados.
—Pequeño Cuchillo… —susurró Samiq, pero no encontró palabras para consolarlo.
De repente tuvo la sensación de que estaba vacío y se preguntó cómo se sentiría Pequeño Cuchillo después de haber perdido al padre y a la madre, a los hermanos y las hermanas. De pronto Samiq pensó en su pueblo, cuya isla estaba mucho más cerca de Aka que la de los Cazadores de Ballenas. Era posible que en ese momento su madre y su padre, sus hermanas y Amgigh estuviesen muertos, enterrados entre los cascajos del ulaq. ¿Y qué habría sido de Kiin?
—Kiin —bisbisó y apartó a Tres Peces.
La mujer alzó la cabeza, con los ojos inflamados por el llanto.
—Roca Dura te considera responsable —repitió—. Dice que convocaste a Aka, que miraste la danza de la ballena desde esta loma y que la presenciaste para maldecirnos.
—Roca Dura es un insensato —replicó Samiq colérico—. ¿Hay alguien capaz de hacer que la montaña escupa fuego?
—Dice que convocaste las ballenas y que también tienes poder para convocar a Aka.
Samiq miró a Tres Peces y vio la duda contenida en sus ojos.
Samiq se preguntó si era posible que hubiese atraído a las ballenas sin saberlo, si cabía la posibilidad de que hubiera convencido a Aka para que hiciese lo que había hecho. Se acordó de su familia y dijo a Tres Peces:
—¿Crees que también haría daño a los míos? Están más cerca de Aka que los Cazadores de Ballenas. Roca Dura es un insensato.
Samiq salió a gatas del refugio y se detuvo sorprendido al ver la profundidad de los copos grises que cubrían la saliente. Recogió un puñado y, al girarse, vio a Pequeño Cuchillo a su lado.
—No debí contemplar la danza —musitó Pequeño Cuchillo.
Samiq arrojó el puñado de ceniza al suelo y preguntó con voz fuerte y estentórea:
—¿Qué cazador no mira? ¿Qué observador no ve?
La aflicción no desapareció de la mirada del chico, que repitió:
—No debí contemplar la danza. No soy cazador ni observador.
—Tendrías que haber sido observador.
—Pero no lo soy.
—Pero yo soy cazador de ballenas —afirmó Samiq. Gritó a la niebla y la ceniza que caía—: ¡Soy cazador de ballenas y he escogido a Pequeño Cuchillo como observador! —Como el chiquillo no dijo nada, Samiq pasó a su lado para entrar en la choza y agregó—: Recoge tus cosas. Retornaremos a la aldea.
En cuanto entró, Tres Peces lo aferró de la chaqueta y dijo:
—No puedes regresar. Roca Dura te matará.
—No le temo a Roca Dura.
—No es sólo Roca Dura, todos los hombres de la aldea han jurado matarte.
—¿Foca Agonizante también?
—Todos. Roca Dura te cortará la cabeza para destruir tu espíritu. No puedes regresar.
—Ya te he dicho que no tengo miedo.
—Entonces eres insensato —espetó Tres Peces de sopetón y habló con tono tajante y firme, no muy distinto al de Esposa Gorda.
Las palabras de Tres Peces encolerizaron a Samiq, que replicó:
—Has vivido demasiado tiempo con mi abuela y hablas como un hombre.
Tres Peces tragó saliva, dilató las aletas de la nariz y preguntó suavemente:
—Si te matan, ¿quién enseñará a tu pueblo a cazar ballenas? ¿Qué puedes hacer ahora para ayudar a los Cazadores de Ballenas? —Calló, miró a Pequeño Cuchillo y volvió a observar a Samiq—. Si convocaste a Aka y provocaste todo esto, vuelve a llamarla y dile que se detenga. Luego retorna a tu pueblo y déjanos en paz. Y si no convocaste a Aka, no podrás hacer nada para ayudar a nadie si te matan. Regresa con los tuyos y ayúdalos.
Samiq miró a Tres Peces desconcertado. ¿Quién podía imaginar que se ocultaba tanta sabiduría tras los dientes rotos y la risa brusca?
—Eres mi esposa —dijo Samiq—. Foca Agonizante se ocupará de ti si regresas con los Cazadores de Ballenas pero, si quieres, puedes venir conmigo.
Tres Peces guardó silencio unos instantes, lo miró y finalmente respondió:
—Todavía no me has dado un hijo. Iré contigo.
Bajaron de la loma cuando la niebla y el humo aún cubrían la playa. La ceniza volvía peligrosos los asideros y, pisaras donde pisases, era difícil no resbalar. Pequeño Cuchillo tropezó una vez, se hirió la rodilla y se despellejó un brazo, pero no protestó. Samiq no dijo nada mientras sostenía al chiquillo el tiempo suficiente para que recobrase el aliento y luego reanudaron el descenso.
Cuando llegaron a la playa, Samiq echó a andar hacia los anaqueles de los ikyan.
—No —dijo Pequeño Cuchillo—. Iré yo. Nadie se meterá conmigo. Quédate aquí y escóndete entre las hierbas.
Samiq observó los ojos del muchacho. ¿Era sincero o volvería con Roca Dura?
El chico aguardó sin hablar.
—Lo acompañaré —se ofreció Tres Peces.
Samiq rechazó su ofrecimiento y la puso a su lado, en la hierba. No podía confiar en Tres Peces. Nadie sabía qué disparate brotaría de sus labios en cuanto volviese a recordar su pena.
—Vuelve pronto —dijo Samiq a Pequeño Cuchillo y cubrió su cuerpo y el de su esposa con las hierbas altas.
Pequeño Cuchillo tardó mucho y, dado el espesor de la niebla, Samiq no lo vio casi hasta que lo tuvo delante. Pequeño Cuchillo acarreaba un ik y el volumen del bote semejaba una concha inmensa y difícil de mover que cubría la cabeza y la espalda del chico.
Samiq hizo esfuerzos por ver en medio de la niebla. Tal vez había hombres detrás del muchacho, ocultos por la bruma, escondidos tras el ik. Desenfundó el cuchillo de la vaina y esperó. Situó a Tres Peces a sus espaldas y se separó de ella ligeramente. Si los Cazadores de Ballenas se proponían atacarlo, quizá Tres Peces optase por luchar con ellos.
Pequeño Cuchillo depositó el ik en el suelo y Samiq se mantuvo al amparo de las hierbas. Llegó a la conclusión de que, si se acercaba lo suficiente como para que pudiera tocarlo, el chico no intentaría hacerle daño.
Pequeño Cuchillo se agazapó, reptó por la hierba hasta Samiq y se sentó con las piernas cruzadas, pegado al brazo de Samiq. Dijo en voz baja:
—Fui al ulaq de mi padre. Todo está como dijo Tres Peces.
Samiq notó que el muchacho temblaba, pero el llanto no quebró su voz.
—¿Te ha visto alguien?
Pequeño Cuchillo titubeó y finalmente hizo frente a la mirada de Samiq.
—Foca Agonizante.
—¿Qué le dijiste?
—Le dije que estabas muerto y que yacías al pie de la loma, asesinado por Aka.
—¿Qué te dijo?
—Nada.
—Entonces tenemos que irnos. Cuando regreses con los tuyos, no digas nada. Diles que no me has visto, diles que no has visto a Tres Peces.
—Iré contigo —afirmó Pequeño Cuchillo.
—No puedes, perteneces a tu pueblo.
—Tú eres mi pueblo —declaró Pequeño Cuchillo.
Samiq se puso en pie y enfundó el cuchillo.
¿Qué era lo mejor para el muchacho? ¿Qué era lo mejor para él?
De pronto sonó una voz de hombre:
—Permítele que te acompañe.
Samiq aferró el cuchillo.
Foca Agonizante asomó en medio de la niebla gris, con las manos extendidas.
—Soy amigo, no llevo cuchillo —dijo en voz baja.
Samiq lo miró a los ojos. ¿Decía la verdad u otros acechaban expectantes a su espalda? Samiq miró a Pequeño Cuchillo. ¿Sabía el chico que lo habían seguido?
Foca Agonizante aguardó con la mirada fija en las manos de Samiq y preguntó:
—¿Has convocado a Aka?
—Aka no obedece a hombre alguno.
—¿Eres hombre o espíritu?
—Soy hombre —respondió Samiq.
Foca Agonizante estuvo un rato callado, con la vista fija en el rostro de Samiq.
—¿Tres Peces quiere ir contigo? —preguntó.
—Sí —contestó Samiq.
Aunque Foca Agonizante desvió la mirada hacia la mujer, Samiq no apartó sus ojos del hombre.
—Sí, iré con él —confirmó Tres Peces.
Foca Agonizante se dirigió a Samiq:
—Permite que el chico te acompañe. Necesita un padre. Será mejor para él. Puede que lo consideren responsable porque estaba contigo y, en ese caso, nadie sabe qué le sucederá.
Samiq miró a Pequeño Cuchillo y dijo:
—Si quieres acompañarnos, puedes venir.
—Sí, iré.
Foca Agonizante asintió con la cabeza y se dirigió al chico con voz queda:
—Sé fuerte y conviértete en un buen cazador. —Se volvió hacia Samiq, sostuvo su mirada y por último le dio la bendición del alananasika—. Que siempre seas fuerte. Que muchas ballenas se entreguen a tu lanza. Que hagas muchos hijos.
Foca Agonizante le dio la espalda y se alejó.