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Chagak acarició la cabeza de su hijo y le apartó el pelo de la frente. Hacía dos días que Amgigh yacía en el ulaq, con los ojos cerrados, y apenas movía el pecho.

Kayugh había retornado a la aldea casi muerto, amarrado su ikyak al de Grandes Dientes, que remó por los dos. Amgigh había llegado sobre la proa del ikyak de Pájaro Gris. Chagak estaba en la playa con el mujerío, a la espera de que los cazadores arrastraran la ballena.

Cuando Pájaro Gris desató a Amgigh del ikyak y lo depositó delicadamente sobre la playa, Nariz Ganchuda entonó el canto fúnebre, pero Chagak se arrodilló junto a Amgigh y oyó lo que aquélla no había percibido: el ronquido de su respiración.

Chagak se había puesto de pie de un salto y gritado que su hijo vivía, que estaba vivo. Vio cómo Grandes Dientes utilizó sus brazos fuertes para expulsar el agua de los pulmones del joven.

Hasta Pájaro Gris —Waxtal— ayudó a extraer mucosidades de la garganta de Amgigh y después, en lugar de jactarse, restó importancia a las palabras de agradecimiento de Chagak y afirmó que Amgigh había sido un buen marido para su hija.

Parte de los recelos de Chagak hacia Pájaro Gris desaparecieron y las noches en que se ofreció a hacer compañía a Amgigh para que Chagak pudiera descansar, ésta aceptó agradecida.

Kayugh durmió dos días, con el cuerpo acosado por temblores, pero finalmente despertó, por fin se sentó, comió, habló y se opuso al deseo de Chagak de retenerlo en el ulaq. Chagak no le dijo nada más y lo dejó salir, permitió que se sentara en el techo del ulaq y mirara mientras las mujeres despellejaban la ballena. La bestia enorme y sangrante reposaba en la playa y Chagak no soportaba mirarla.

Las ballenas le habían arrebatado a Samiq, lo habían llevado al pueblo de su abuelo; una ballena había estado a punto de quitarle a Kayugh y ahora luchaba con una ballena para retener la vida de Amgigh.

Cogió la talla de una ballena que Amgigh guardaba en su espacio para dormir. Era obra de Shuganan y, durante muchos años, cada vez que la miraba, Chagak veía las manos de Shuganan sosteniendo el cuchillo curvo, la mirada de Shuganan escrutando y volviendo a escrutar, viendo en el marfil lo que nadie más veía hasta que terminaba la talla. Pero al mirarla ya no veía a Shuganan. Veía a Samiq alejándose en el ikyak y a Amgigh blanco e inmóvil. Le habían arrebatado a sus dos hijos.

Antaño había conquistado sus espíritus capturando dos patos de flojel con las boleadoras. ¿Qué representaba el poder de un pato de flojel si lo comparaba con el de una ballena?

Pensó que no había nada que hacer y la ira volvió atronadores sus pensamientos. Así es, pensó mientras las demás mujeres se regodeaban con la carne y el aceite de la ballena, la despellejaban y le partían los huesos. La ballena le había arrebatado a sus hijos, sus queridos hijos.

En medio de tanta aflicción recordó otras pérdidas que había sufrido a lo largo de su vida: su familia, su aldea, su hermano Cachorro, Shuganan. Y ahora dos más: Samiq, que estaba con los Cazadores de Ballenas, y Kiin que se había hundido para siempre en el mar. ¿También perdería a Amgigh?

Recordó la ballena que varó en la playa de Shuganan la mañana en que celebraron la ceremonia de dar nombre a Samiq. Después de presentarlo a los cuatros vientos, Shuganan había apoyado la mano del niño en el flanco de la ballena. Chagak recordó qué desasosegada se había sentido. Tal vez entonces había sabido que la ballena le arrebataría a sus hijos. Puede que ya entonces lo supiera.

Chagak suspiró y con sus manos sostuvo el rostro de Amgigh. El primer día había utilizado el borde serrado de una concha para untar los cabellos de Amgigh con aceite de foca, pero se parecía demasiado a lo que se le hace a quien acaba de morir y a partir de ese momento Chagak no había vuelto a peinar a Amgigh, incluso lo había despeinado un poco para que pareciese un hombre que duerme en vez de alguien preparado para la ceremonia funeraria.

«Despierta, despierta, despierta», le había susurrado, pero Amgigh no pareció oírla.

La voz de la nutria resonó en los oídos de Chagak y, aunque no quiso escucharla, se acordó de que la nutria había representado la bondad en su alma desde que mucho, muchísimo tiempo atrás Shuganan y ella habían matado al verdadero padre de Samiq. La nutria dijo: «La ballena es buena. La ballena significa carne, aceite para las lámparas, piel para la chigadax de tu marido, huesos para construir ulas. La ballena es buena. La ha enviado Samiq. Es buena».

—La ha enviado Samiq. Es buena —repitió Chagak en voz alta, pero en lo más profundo de su ser experimentó el dolor chirriante de la cólera.

Amgigh gimió y Chagak, cargada de temor, se inclinó hacia él. El joven movió la cabeza y Chagak contuvo el aliento.

—Amgigh —murmuró.

Amgigh parpadeó y mantuvo los ojos abiertos unos instantes.

—¡Amgigh, Amgigh! —exclamó Chagak—. Abre los ojos y mírame. ¿Sabes quién soy?

Amgigh volvió a gemir, movió nuevamente la cabeza, parpadeó y abrió los ojos. Sonrió, aunque sólo fue un ligero temblor de la comisura de los labios. Chagak vio su sonrisa, las lágrimas se mezclaron con su risa y le oyó decir:

—Madre…

Alguien descendió por el poste. Chagak esperaba que fuese Kayugh. Corrió la cortina del espacio para dormir de Amgigh y se asomó. Se trataba de Pájaro Gris…, no, Waxtal, se corrigió Chagak. Aunque estaba serio, Chagak señaló a Amgigh con el mentón y súbitamente Waxtal sonrió.

—Ve a buscar a Kayugh —dijo a Chagak—. Yo haré compañía a tu hijo.

Chagak se agachó y cogió la mano de Amgigh.

—Waxtal te salvó —explicó—, tu padre y Waxtal.

Chagak se puso de pie y salió del ulaq corriendo.

Waxtal vigiló hasta que Chagak terminó de ascender por el poste de salida, cerró las cortinas del espacio para dormir de Amgigh y se inclinó hacia el joven. Había esperado y seguido esperando cinco noches con sus días. Había aguardado y observado a Amgigh; al principio había tenido paciencia y disposición para esperar, pero luego se había sentido contrariado. El joven dormía sin cesar. Seguramente un espíritu conocía los planes de Waxtal y hacía dormir a Amgigh, hacía esperar a Waxtal y se mofaba de su furia creciente.

Tal vez era el espíritu de Shuganan. Sin duda Shuganan sabía lo que Waxtal también sabía: que el espíritu humano era más fácil de dirigir cuando el hombre acababa de despertar, cuando los sueños aún retenían una parte de sus pensamientos. Puesto que ahora era espíritu, probablemente Shuganan sabía lo que Waxtal se proponía.

El espíritu de Shuganan no debía de ser tan poderoso como Waxtal había temido porque Amgigh estaba despierto y Waxtal se encontraba a solas con él.

—Me alegro de que estés vivo —dijo Waxtal a Amgigh y se obligó a pronunciar lentamente las palabras, a retener lo que quería transmitirle hasta tener la certeza de que Amgigh lo comprendería—. ¿Me oyes? —preguntó y se acercó al joven.

—Sí —repuso Amgigh con voz ronca y muy baja.

Waxtal sonrió. Claro que sí, Amgigh lo había oído. Carraspeó.

—Dicen que Samiq ha enviado la ballena como ofrenda —dijo Waxtal—. Les he respondido que Samiq ya ha recibido suficientes elogios. Afirmé que fue mi hijo Amgigh, antaño esposo de mi hija Kiin, el que trajo la ballena y el que debe recibir los honores.

Waxtal observó a Amgigh, cuyo rostro se tiñó de rojo. Amgigh cerró los ojos unos instantes y volvió a abrirlos.

Waxtal volvió a inclinarse y susurró al oído de Amgigh:

—Hay algo que debo decirte para que te protejas a ti mismo. —Hizo una pausa y aguardó a que Amgigh asintiese—. Te dije que Samiq no es verdadero hijo de Kayugh y que tú no eres verdadero hijo de Chagak. Sin embargo, Chagak ha sido una buena madre para ti y Kayugh un buen padre para Samiq. Y así deben ser las cosas. Piensa lo siguiente: ¿qué poder otorga una madre a sus hijos? Ninguno…, sólo los alimentos que prepara y las ropas que cose. Es el padre quien otorga el espíritu. Y el verdadero padre de Samiq fue un hombre malo. Casi nadie lo sabe. Sólo Chagak y yo estamos enterados. Ni siquiera Kayugh sabe la verdad acerca del padre de Samiq. Si la hubiera sabido, no habría permitido que Samiq viviese.

Waxtal vio que Amgigh entrecerraba los ojos y arrugaba la frente. Angigh cerró los ojos, pero Waxtal no podía correr el riesgo de perderlo, no podía permitir que volviera a dormirse. Lo aferró del hombro y lo sacudió.

—Amgigh…

Amgigh abrió bruscamente los ojos y los clavó en el rostro de Waxtal.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó finalmente con voz firme—. ¿Cómo sabes lo que mi padre ignora?

—Porque Chagak lo ha guardado en secreto para que Samiq pudiera vivir —respondió Waxtal—. Porque estuve con el abuelo Shuganan en plena agonía y, durante la muerte, su espíritu combatió con el espíritu del verdadero padre de Samiq.

—¿Viste los espíritus?

—Oí sus voces.

—¿Quién fue el padre de Samiq? —preguntó Amgigh, se irguió y se apoyó en un codo.

El movimiento hizo toser a Amgigh, que en seguida escupió flemas y tuvo náuseas en su esfuerzo por hablar.

Waxtal oyó claramente a Chagak y a Kayugh, que estaban en lo alto del ulaq.

—Túmbate —pidió Waxtal a Amgigh—. Te lo diré más tarde, pero debes mantenerlo en secreto. Hace mucho tiempo le prometí a Chagak que no se lo diría a nadie. Me parece que tú debes saberlo. Es posible que Samiq haya cambiado. Tal vez por eso envió la ballena. Quizá Shuganan ya no puede protegerlo porque ahora vive con los Cazadores de Ballenas. Tal vez el espíritu de su padre ha tenido ocasión de visitarlo y de introducir parte de su maldad en el alma de Samiq.

Amgigh se tendió sobre las esteras para dormir y, a pesar de que cerró los ojos, alzó la mano para estrechar la de Waxtal.

Amgigh tenía los dedos fríos y Waxtal se estremeció. Recordó la palidez del rostro de Amgigh cuando Kayugh lo sacó del mar, chorreantes ambos. Las algas se enmarañaban en los cabellos de Amgigh. Waxtal había tenido la certeza de que Amgigh había muerto. ¿Acaso no había sostenido el cuerpo de Amgigh mientras Grandes Dientes ayudaba a Kayugh a trepar a su ikyak? ¿Acaso Waxtal no había amarrado al difunto Amgigh a la proa de su ikyak? ¿Qué poder tenía Chagak que, cuando el muchacho llegó finalmente a la playa, ella se limitó a inclinarse sobre Amgigh y éste volvió a estar vivo y a respirar?

Chagak es una mujer, sólo es una mujer, se dijo Waxtal. Sus poderes no son nada comparados con los del cazador. Y yo tallo, como Shuganan. El poder de las tallas es el del chamán. ¿Por qué otra razón un hombre evoca un espíritu a partir de un fragmento de marfil, de un trozo de madera?

Waxtal soltó la mano de Amgigh y la acomodó bajo las pieles de foca que lo cubrían. Volvió a murmurar al oído de Amgigh:

—Es mejor que tu madre no se entere de que te lo he dicho.

Aguardó con la esperanza de que Amgigh le hiciera una señal que le permitiese saber que lo había entendido, pero Kayugh y Chagak ya estaban en el espacio para dormir. El rostro de Kayugh estaba bañado en lágrimas. Waxtal se puso en pie y los observó, pero al final los dejó solos, subió en silencio por el poste y permaneció largo rato en lo alto del ulaq de Kayugh, se quedó mirando al este, hacia la isla de Aka, hacia la ruta de los comerciantes.