27

Roca Dura regresó antes de que la hoguera ceremonial se redujera a cenizas.

—La ballena se entregó a mi lanza —afirmó y una sonrisa curvó las comisuras de sus labios.

Había llegado el momento de que los cobradores salieran y siguiesen a la ballena hasta que tuviese tiempo de surtir efecto el veneno de la lanza de Roca Dura.

Muchas Ballenas miró, más allá de Roca Dura, a Samiq, que hizo frente a los ojos de su abuelo.

—Aunque la lanza de Roca Dura está clavada en la ballena, es tu magia la que la ha traído —afirmó el anciano—. Tú también debes volverte uno con la ballena.

Samiq percibió cólera en la expresión de Roca Dura y se aprestó a oír sus protestas, pero no dijo nada, les dio la espalda y caminó hasta la pequeña choza del ballenero, el sitio en el que el alananasika utilizaba sus poderes para acercar la ballena a los cobradores Cazadores de Ballenas, para evitar que la bestia nadase hasta otra aldea.

Esa noche los hombres construyeron una pequeña choza para Samiq. Estaba cerca de la de Roca Dura y, una vez terminada, Samiq entró como le había dicho su abuelo, se encerró para convertirse en la ballena, para enfermar como debía enfermar la ballena.

No le resultó fácil convertirse en lo que no era, en un animal del que sabía muy poco. A veces Samiq soñaba que era una nutria, que dormía en el mar, rodeado de kelp, y que las olas eran su lecho; en cierta ocasión, Samiq soñó que estaba en el ikyak y que a su bote le crecían patas y cola. En aquel sueño Samiq había sido realmente una nutria, pero ahora le dolía el estómago a causa del hambre, tenía la boca reseca por la falta de agua y en medio de tanto malestar sólo podía ser un hombre.

¿Cuánto tiempo permanecería en esa choza? ¿Uno, dos días? ¿Cuándo había comido por última vez? Había probado su último bocado el día anterior a la ceremonia. Debería dormir, pero el sueño se volvió esquivo, se escapó en medio de su necesidad de convertirse en ballena.

Quizá la única manera de volverse ballena era equivalente al modo en que se había convertido en nutria: a través de los sueños.

Samiq, Matador de Ballenas, cerró los ojos y dejó vagar sus pensamientos hacia el frío gris del mar. Vio las olas oscuras como esquistos, sólidas, brillantes cual roca húmeda. En ese momento la imagen fue devorada por las punzadas del hambre, hasta que ese dolor se convirtió en algo que lo trascendió y lo hundió en medio de la oscuridad, a través de las olas, lejos del viento. El silencio le estrujó las orejas, la oscuridad se le metió en los ojos y sintió que estaba en paz. En seguida oyó los rugidos roncos y graves de otras ballenas, la voz suave de las azules, las llamadas agudas de las medianas, de las orcas, cuyo canto era el canto de la manada, cada voz con un tono distinto para que sólo unas pocas sonaran como muchas.

Algo lo obligó a abandonar las profundidades y subir hacia el calor del sol. Súbitamente reconoció el sitio donde se había clavado la lanza de Roca Dura, experimentó el dolor del veneno que recorría su cuerpo. Con cada movimiento y cada giro el veneno reducía los latidos de su corazón y el dolor se extendía: a su vientre, a las articulaciones de las aletas, incluso a los grandes músculos que movían su cola.

La seguridad estaba en las profundidades marinas. Asomaría a la superficie para tomar aire y se zambulliría. Con cada inmersión, sus fuerzas se debilitaron hasta que no pudo sumergirse. Las olas rompieron contra él, le hicieron daño al chocar con su piel, pero tuvo que mantenerse a flote, cerca del viento, cerca del viento…

Algo le hirió el labio. Fue un ligero dolor entre muchos y no pudo moverse.

—Matador de Ballenas.

Las piedras fueron como un peso en la barriga, le desgarraron la piel. No había agua y su propio peso lo aplastó. No podía respirar, no podía respirar, no podía respirar…

—Matador de Ballenas.

Abrió los ojos y encontró la cara de Esposa Gorda.

—Matador de Ballenas, la ballena está aquí. Sal. Debes comer la ración del cazador.

Samiq meneó la cabeza e hizo un esfuerzo por asimilar las palabras de Esposa Gorda.

—La ballena está en la playa —insistió Esposa Gorda.

Samiq se puso de pie y, apoyado en el brazo de Esposa Gorda, salió a la luminosidad del día. El cuerpo descomunal estaba en la playa y la línea del ballenero aún atravesaba el labio superior. Los hombres ya habían empezado a abrir la ballena y, bajo la piel oscura, se veía la gruesa capa de sustancia córnea blanca.

Durante unos segundos, Samiq desvió la mirada, incapaz de contemplar el desollamiento, el despiece de lo que había sido.

A lo largo de los días siguientes hubo cinco avistamientos más. Capturaron tres ballenas. La playa estaba resbaladiza por la sangre y llenaron de carne nuevos fosos de almacenamiento, al tiempo que excavaban más.

—Nunca habíamos cobrado tantas ballenas —explicó Muchas Ballenas mientras, en compañía de Samiq, veía trabajar a las mujeres ante los fosos para cocinar—. He hablado con Roca Dura y está de acuerdo en que, si se avista otra ballena, tú debes ser el cazador.

Samiq se volvió azorado.

—¿Es verdad que Roca Dura está de acuerdo?

El anciano sonrió.

—Sí. También ha dicho que este verano no habrá más avistamientos. Es lo que ha visto durante su último ayuno.

Samiq rio. Durante el último ayuno había pedido permiso para acompañar a los cobradores, a los hombres que perseguían la ballena una vez alanceada. Aunque Muchas Ballenas se opuso, Roca Dura intervino y afirmó que su propio poder siempre había permitido cobrarse la ballena y que esta vez no tenía por qué ser distinto. No hacía falta que Samiq ayunase. Lo autorizaron a acompañar a los cobradores.

Los tres cobradores siguieron a la ballena durante dos días. Samiq viajaba en el segundo ikyak y permaneció rezagado como le había enseñado Muchas Ballenas, a la espera de que el hombre del primer ikyak, Foca Agonizante, la viera.

«Trazará muchos círculos», había explicado Muchas Ballenas a Samiq. «Llorará como los niños pequeños, emitirá una especie de gemido. Debes aprender a reconocer este llanto porque, de lo contrario, pensarás que es el mar que habla con las montañas».

De pronto Samiq divisó la joroba negra de la ballena y observó a Foca Agonizante, que maniobraba con el zagual en una mano y en la otra el lanzador, aferrándolo firmemente con los dedos y el brazo algo doblado. La lanza estaba unida al ikyak con una larga espiral de kelp trenzado y Samiq vio que Foca Agonizante no había colocado la punta de piedra en el asta, con lo que el arma estaba roma y la podía emplear como probador para comprobar si la ballena seguía con vida.

Luego de observarla un rato, Foca Agonizante alzó el brazo por encima de la cabeza, lo echó hacia atrás casi hasta la popa del ikyak y arrojó la lanza. El arma sin punta golpeó a la ballena y cayó al mar. Foca Agonizante recobró la lanza tironeando de la línea.

La ballena no se movió.

Foca Agonizante encajó el asta de la lanza en el lanzador y la arrojó otra vez. La ballena tampoco se movió.

—¡Está muerta! —gritó Foca Agonizante.

Samiq se acercó en el ikyak y observó a Foca Agonizante, que hizo un tajo en el labio del animal y pasó una cuerda de kelp trenzado tan grueso como la muñeca de Samiq. Foca Agonizante sostuvo la línea y después se la lanzó a Samiq. Éste enfiló su ikyak hacia la orilla, ató la línea a la popa y arrojó el resto de la línea a Pájaro Encorvado, el tercer cobrador.

Pájaro Encorvado no atinó a la primera y la línea cayó al mar por la borda del ikyak. Al inclinarse para recuperarla, Pájaro Encorvado alteró el equilibrio del ikyak, que se dio la vuelta. Samiq disimuló una sonrisa, recogió la línea, la enroscó para volver a lanzarla y esperó a que Pájaro Encorvado enderezara la canoa, con la chigadax empapada y chorreando agua. Aunque Foca Agonizante no rio, Samiq divisó una sonrisa en sus labios cuando Pájaro Encorvado aún estaba en el agua.

Samiq volvió a lanzar la línea y Pájaro Encorvado la atrapó con una mano, al tiempo que con la hoja del zagual estabilizaba el ikyak. Tiraron juntos y arrastraron la ballena en el agua, cantando mientras remaban: honor a la ballena, honor al cazador, honor a los Cazadores de Ballenas. En habilidad nadie los superaba. ¿Quién podía estar a su altura en valentía?

Cuando llegaron a la orilla, Muchas Ballenas hizo salir a Roca Dura de la choza. Las jornadas sin alimentos ni agua habían adelgazado su rostro y lo habían avejentado. Samiq se preguntó si él también parecía débil y viejo después de los días pasados en la choza, si para convertirse en ballena el hombre no sólo renunciaba a unos días de sueño, sino a varios años de su vida.

La aldea se apiñó y miró mientras Roca Dura sacaba el arpón del flanco de la ballena. Cortó una gran porción de carne, la hinchazón provocada por la herida. Roca Dura hizo un corte profundo y se llevó el trozo de carne playa arriba para enterrarlo. El veneno que mataba a las ballenas también podía matar a los hombres.