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Cuando su padre y Samiq se introdujeron en el ulaq de Muchas Ballenas, Amgigh escaló hasta lo alto del ulaq y aguardó con la mirada fija en el mar. ¿Por qué Muchas Ballenas, abuelo de su madre y jefe de los Cazadores de Ballenas, habría preferido a Samiq? ¿O acaso había elegido Kayugh? Y, aunque así fuera, ¿por qué lo excluyeron? ¿Qué secretos le transmitían a Samiq que a él le estaban vedados?

Aunque había visitado con anterioridad la aldea de los Primeros Hombres, Muchas Ballenas nunca se había comportado como un abuelo. No manifestó el menor interés por Samiq ni por Amgigh, se limitó a saludarlos con una inclinación de cabeza y, en el mejor de los casos, preguntó si ya habían capturado su primera otaria. Pues que lo preguntase ahora. Amgigh había conseguido otaria y esposa.

Tres muchachas rodearon lentamente el ulaq de Muchas Ballenas. Dos eran casi hermosas, no tanto como Kiin, aunque no sería terrible pasar la noche con cualquiera de las dos, se dijo Amgigh. La tercera era gruesa como un hombre, llevaba la cara sucia y tenía los dientes rotos como tocones serrados. De las tres era la que hablaba con voz más estentórea y cuando se dio cuenta de que Amgigh la miraba, la joven se quitó la suk de nutria, se levantó el delantal y rio.

Amgigh esperó hasta que las tres quedaron debajo del ulaq de Muchas Ballenas, se deslizó por la pendiente del techo y caminó hacia la playa. Los Cazadores de Ballenas reparaban los ikyan y las mujeres arrancaban raíces del borde de la playa. Amgigh se acercó a su canoa y deslizó los dedos por las costuras y el remiendo de piel de otaria que su madre había cosido sobre un punto débil próximo a la sobrequilla. Engrasó costuras y pieles y al terminar extrajo el haz de cuchillos del interior del ikyak. Buscó un espacio llano en la playa, extendió una piel de foca y sobre ésta dispuso los filos de cuchillos y las cabezas de lanza, con las puntas hacia fuera. Se acuclilló, se cubrió el muslo izquierdo con una piel de foca, se envolvió la mano izquierda con una tira de piel de otaria, sacó el punzón de la cesta y empezó a retocar un cuchillo desafilado.

No levantó la cabeza cuando los Cazadores de Ballenas se apiñaron a su alrededor, ni alzó la vista para dar a entender que había oído sus comentarios o lo que le ofrecían a cambio de los filos. Pues sí, estaban dispuestos a trocarlos por aceite de ballena, pieles, noches con sus hijas. Ya podían arrepentirse de la elección de Muchas Ballenas, lamentarían que el viejo no hubiese escogido a su otro nieto, al capaz de picar los filos más bellos que habían visto en su vida.

En ese momento oyó a su padre y a Samiq. Éste se abrió paso entre los Cazadores de Ballenas, se detuvo junto a Amgigh y posesivamente le apoyó una mano en el hombro. Amgigh miró a Samiq. Lanzó el cuchillo de obsidiana envuelto a las manos de Samiq y sonrió cuando éste lo desenvolvió, cuando lo esgrimió en alto para que los Cazadores de Ballenas lo viesen.

Samiq se agachó a su lado, lo cogió del brazo y dijo:

—Es muy bello. Debería ser tuyo y no mío.

—Tengo otro igual —repuso Amgigh y no se atrevió a mirar cara a cara a su hermano. Se volvió hacia los Cazadores de Ballenas y pregonó—: Pieles de nutria y collares. Cambio mis filos por pieles de nutria y collares. —Amgigh miró a Samiq por el rabillo del ojo y comentó—: Necesito regalos para mi bella esposa.