Notas

Esta obra sólo tiene un personaje porque NO puede tener más que uno. Un hombre solitario, con su desesperación.

Los papeles y documentos que Gumersindo lavares presenta a los espectadores tienen que ser los más auténticos que sea posible.

Esta «autenticidad», dentro del absurdo de Gumersindo Tavares, crea un clima psicológico muy curioso y decisivo para la comunicación de sentimientos.

Cuando Gumersindo entrega una tarjeta de visita, ha de ser una tarjeta impresa donde se lea: «Gumersindo Tavares, escritor».

Cuando él muestra un telegrama, ése ha de ser un verdadero telegrama.

Asimismo, deben ser «auténticos» el boletín, las radiografías, el seguro de vida, las fotografías, las recetas médicas, las facturas, etc., etc.

Todas estas cosas permiten un contacto más directo, sirven de pretexto para una mayor aproximación entre el actor y los espectadores. A veces se improvisan diálogos curiosísimos, debiendo estar prevenido el actor para cualquier repentización. Creemos que éste es uno de los puntos en que existe indiscutible innovación.

La participación del público ha de ser real, positiva. No existen «ayudantes».

Cuando Gumersindo pregunta, por ejemplo: «Su hijo, ¿tiene patinete?», puede ocurrir que el espectador confirme, niegue o permanezca indiferente.

Si el espectador dice que sí, el actor replicará:

«Entonces ya sabe el señor lo que esto significa».

Si el espectador no dice nada, el actor prosigue normalmente.

En la escena en que Tavares pregunta: «¿Recuerda usted la fórmula de las ecuaciones de segundo grado?», puede suceder que la persona interrogada conteste afirmativamente. En este caso el artista le rogará que diga la fórmula en voz alta.

Si el espectador no se acuerda o no quiere contestar, el actor proseguirá diciendo:

«¡No se acuerda, claro!»

Pero el eslabón más importante de esta unión entre texto, actor y espectadores no es que el artista baje a la platea, no es esa intimidad que se establece entre público y actor. La comunicación se produce porque los espectadores participan en la obra, sintiéndose parte de ella, sintiéndose cada uno de los espectadores como fragmento de la vida, de la historia de Gumersindo, y en la recomposición de todos y cada uno de esos fragmentos, todos los espectadores están dentro de la «vivencia», sintiéndola y emocionándose con ella.

FEDERICO SOLDEVILLA