El timbre del teléfono que tenía junto a la cama la despertó cuando estaba profundamente dormida. La habitación estaba a oscuras y el ambiente se notaba cargado. Pia apretó desconcertada el interruptor de la lamparita y descolgó el auricular.
—¿Dónde te has metido? —espetó la voz crispada de su exmarido a su oído—. ¡Te estamos esperando! Fuiste tú la que pidió que la autopsia se hiciera con urgencia.
—Henning, madre de Dios —murmuró Pia—. ¡Pero si todavía es de noche!
—Son las nueve y cuarto —informó él—. Date toda la prisa que puedas. —Y colgó.
Pia parpadeó y miró el despertador. ¡Era cierto! ¡Las nueve y cuarto! Apartó el edredón, se levantó de un salto y se tambaleó hasta la ventana. Por la noche debía de haber bajado las persianas del todo sin darse cuenta, por eso el dormitorio estaba oscuro como una tumba. Se despabiló con una ducha rápida, pero aun así se sentía como si la hubiera atropellado un autobús.
El fiscal había dado el visto bueno para que la autopsia de Robert Watkowiak se realizase lo antes posible después de que Pia prácticamente se lo hubiera exigido. La inspectora había esgrimido como argumento que los fármacos con los que se había quitado la vida, queriendo o sin querer, se descompondrían y no serían detectables si se esperaba demasiado. Henning se había molestado cuando Pia lo había llamado para pedirle que realizara la autopsia al día siguiente. Y, cuando al fin había llegado a casa, poco después de las nueve, para colmo había visto que los dos potrillos se habían escapado de los pastos y estaban deleitándose con las manzanas de la plantación de frutales vecina. Tras una cacería que la había hecho sudar de lo lindo, por fin había conseguido volver a encerrar a ambos fugitivos en el establo a eso de las once y se había metido en casa completamente exhausta. En la nevera no había encontrado más que un yogur caducado y medio queso Camembert. La única nota alegre la había puesto una llamada de Christoph antes de caer rendida en la cama. ¡Y encima se había dormido y llegaba tarde a la autopsia! Echó un vistazo al armario y comprobó que sus existencias de ropa interior limpia estaban bajo mínimos, así que llenó una lavadora deprisa y corriendo y puso el programa de sesenta grados para ropa muy sucia. No tenía tiempo de desayunar, y los caballos tendrían que quedarse en los boxes hasta que regresara de Frankfurt. Mala pata.
Faltaban pocos minutos para las diez cuando Pia entró en el Instituto Anatómico Forense y volvió a encontrarse con Löblich como representante de la Fiscalía. Esta vez no llevaba un traje elegante, sino vaqueros y una camiseta que le venía demasiado grande y que Pia reconoció sin problemas como una de las de Henning. La conclusión que sacó de ese hecho ya fue demasiado para el delicado equilibrio de su estado anímico.
—Bueno, pues ya podemos empezar por fin —fue el único comentario de Henning.
Pia sintió de repente que sobraba en esa sala en la que ella y su exmarido habían pasado incontables horas juntos. Por primera vez fue del todo consciente de que ya no tenía cabida en la vida de él. Lo cierto era que había sido ella quien lo había dejado, así que, si él seguía su ejemplo y encontraba una nueva pareja, ella tendría que aceptarlo. De todas formas, ese día y en su estado, le supuso un duro golpe para el que no estaba preparada.
—Perdón —murmuró—. Enseguida vuelvo.
—¡Quédate aquí! —le gritó Henning, pero Pia salió corriendo de la sala de disecciones y se refugió en el despacho contiguo.
Dorit, la ayudante de laboratorio que había acudido expresamente para realizar los análisis urgentes, había preparado café, como siempre. Pia alcanzó una taza de porcelana y se sirvió un poco. Estaba amargo como la hiel. Dejó la taza, cerró los ojos y se frotó las sienes con los dedos para aliviar un poco la presión que le oprimía la cabeza. Pocas veces se había sentido tan agotada y desmoralizada como esa mañana, lo cual también podía tener que ver con el hecho de que le había venido la regla. Se enfadó consigo misma al darse cuenta de que las lágrimas le ardían tras los párpados. ¡Ojalá estuviera allí Christoph, a quien podría habérselo contado todo y haberse reído después! Se apretó los ojos con la base de la mano y luchó contra sus lágrimas.
—¿Te encuentras bien? —La voz de Henning la sobresaltó.
Pia oyó cómo cerraba la puerta.
—Sí —contestó sin volverse—. Es que ha sido todo… un poco demasiado intenso estos últimos días.
—Podemos aplazar la autopsia hasta esta tarde —ofreció él.
¿Para poder meterse otra vez en la cama con la fiscal mientras ella pasaba las horas sola?
—No —dijo con brusquedad—. Estoy bien.
—Mírame a los ojos.
Lo dijo con tanta sensibilidad, que las lágrimas que Pia ya casi había logrado contener volvieron a afluir a sus ojos. Sacudió la cabeza sin decir nada, como una niña tozuda. Y entonces Henning hizo algo que jamás había hecho en los años en que habían estado casados. Tan solo la abrazó y la estrechó con fuerza. Pia se quedó de piedra. No quería mostrarse débil ante él, sobre todo porque pensaba que seguramente luego se lo explicaría a su amante.
—No soporto verte mal —le dijo su exmarido en voz baja—. ¿Cómo es que no te cuida mejor tu director de zoo?
—Es que está en Sudáfrica —murmuró ella, y dejó que Henning la tomara de los hombros para darle la vuelta y le levantara la barbilla.
—Abre los ojos —ordenó.
Ella obedeció y comprobó con asombro que parecía preocupado de verdad.
—Ayer por la noche se escaparon los potros, Neuville se ha lesionado. Tuve que pasarme dos horas persiguiéndolos por el vecindario —susurró Pia, como si eso explicara el estado lamentable en que se encontraba. Y entonces, por fin, se le saltaron las lágrimas.
Henning la estrechó de nuevo y le acarició la espalda para consolarla.
—Seguro que tu novia se enfada si nos ve así —dijo Pia, hablándole a la tela de su bata verde.
—No es mi novia —aclaró él—. No te habrás puesto celosa…
—No tengo ningún derecho. Ya lo sé. Pero es que…
Henning se quedó callado un momento y, cuando volvió a hablar, su voz sonó diferente.
—¿Sabes qué? —dijo en voz baja—. Ahora vamos a ocuparnos de esto y luego nos iremos tú y yo a desayunar como es debido. Y, si quieres, te acompaño a casa y le echo un vistazo a Neuville.
Era un ofrecimiento nacido únicamente de la amistad, no un burdo intento de acercamiento. El año anterior, Henning había estado presente durante el nacimiento del potro y era tan amante de los caballos como ella. La perspectiva de no tener que pasar el día sola resultaba muy apetecible, pero Pia resistió la tentación. En realidad no deseaba la compasión de su exmarido, y sería injusto darle falsas esperanzas solo porque estaba hecha una mierda y se sentía abandonada. Henning no se merecía eso. Inspiró hondo para pensar de nuevo con la cabeza despejada.
—Gracias, Henning —dijo, y se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. Eres un encanto. Me alegro de que sigamos llevándonos tan bien, pero luego tengo que volver a comisaría.
No era cierto, pero no sonaba mucho a excusa.
—De acuerdo. —Henning la soltó. Sus ojos tenían una expresión difícil de interpretar—. Pero bébete primero ese café con calma. Tómate tu tiempo. Te espero.
Pia asintió y se preguntó si él habría sido consciente del doble sentido de sus palabras.