Cuando sonó el timbre que indicaba el final de la clase de Historia avanzada, intenté hablar con Logan. No para comentar lo sucedido con Alex, ni para acompañarlo por el pasillo, sino a causa del estúpido examen de prueba del señor Helm. Lo había puesto, en teoría, para que supiéramos si estábamos preparados para los exámenes de selectividad. Si a Logan le había ido bien, no tendría que preocuparme de que Chelsea usurpase nuestra próxima sesión de estudio. En cambio, si había suspendido, debería pensar una solución, y cuanto antes.
Logan caminaba mucho más deprisa que yo, seguramente porque no era desgarbado, ni tan patoso, ni iba siempre por ahí cargado con un montón de libros de texto. En realidad, casi nunca llevaba mochila, solo una libreta con el boli encajado en la espiral. De vez en cuando el boli se le caía y tenía que pedir uno prestado, lo que seguramente inspiraba muchas entradas en los diarios de las marginadas. Es probable que dedicaran toda una página a escribir: «¡Oh, Dios mío! ¡Le he tocado! ¡Nuestras manos se han rozado!».
Qué cutre.
Sea como sea, él ya se alejaba por el atestado pasillo cuando yo salí de clase, de modo que tuve que gritar para llamar su atención.
—¡Oye!
Quizás debería haber sido más específica, porque una docena de chicos y chicas se dieron la vuelta para mirarme, pero ninguno era Logan.
—Esto… ¡Logan! —volví a probar. Él se crispó al oír mi voz, como si se estuviera alejando a toda prisa para evitarme. Como os podéis imaginar, me sentí de maravilla. Ja.
—Oye —dije como una boba cuando llegué a su altura—. Esto, bueno, ¿qué tal te ha ido el examen de prueba? —mi presión sanguínea aumentó cuando noté las miradas de los demás alumnos puestas en mí—. Me ha parecido bastante difícil. Sobre todo la parte tipo test. Menos mal que aún falta bastante para la selectividad porque…
Sí, ya lo sé. Tiendo a desvariar. Estoy intentando corregirlo.
Logan, sin embargo, no me interrumpió. Se diría que mi parloteo le hacía gracia, como si yo fuera un experimento científico andante que tratara de controlar sus propias funciones motoras. Me callé.
—Entonces, ejem, ¿qué tal te ha ido el examen? —repetí incómoda.
Él se encogió de hombros y echó a andar otra vez por el pasillo.
—¡Espera! ¿Eso significa que te ha ido bien? ¿Por eso te has encogido de hombros?
No lo pensaba en realidad, pero preguntar nunca está de más.
—Es un examen de prueba. Ya tengo el resultado.
—Ya, pero yo necesito verlo.
Logan señaló con un gesto el aula vacía.
—El señor Helm nos ha dicho que no nos sintamos obligados a revelar la nota a los compañeros.
Lo dijo en un tono de fingida solemnidad.
—Sí. A los compañeros. Pero yo soy tu profesora particular. Y forma parte de mi trabajo conocer los resultados. ¿Qué te parece si me enseñas el examen?
No quería formular la frase en tono de pregunta, pero darle órdenes a Logan Beckett no es algo que yo haga con naturalidad. Otra cosa que debo corregir.
Logan mantuvo el examen fuera de mi alcance. Soy alta para ser una chica, pero aun así él me aventaja en varios centímetros y varios músculos. No tenía modo de ver su examen a no ser que me lo tendiese o le diera un puntapié en la espinilla. Y me pareció preferible reservar aquella medida extrema para algo más importante que un examen de prueba.
—¿O qué? —preguntó como un niño pequeño. Genial, volvíamos a la época de preescolar.
—¿O se lo diré a tus padres?
Maldita sea.
Logan sonrió al advertir un tono de duda en mi voz.
—Ya. En el cole casi no te atreves a hablar, pero te vas a chivar a mis padres.
—Vale, seguramente no lo haré —decidí recurrir a una pequeña falacia—. Pero si no me lo enseñas, no sabré en qué temas flojeas, en cuyo caso no podré ayudarte, por lo que el examen de selectividad te resultará más difícil. Y las consecuencias de eso…
—Vale —dijo Logan, seguramente para hacerme callar—. Te lo enseñaré si tú me enseñas el tuyo.
Perfecto, habíamos avanzado al nivel de primaria.
—¿Por qué no me enseñas tu examen y ya está?
Logan se limitó a negar con la cabeza, sacudiendo el flequillo de un modo encantador.
—No. ¿Por qué no me lo quieres enseñar? ¿No lo has clavado?
Le brillaron los ojos ante la idea.
Era absurdo seguir con aquello. Abrí la mochila, saqué el examen y lo sostuve con fuerza ante mí.
—Muy bien, a la de tres.
Logan no me hizo caso e intercambió los exámenes sin esfuerzo. Tenía un veintinueve por ciento de aciertos. Yo había alcanzado un noventa y ocho por ciento. No estoy segura de cuál de los dos se sintió más incómodo al ver los resultados del otro.
—Noventa y ocho por ciento —Logan no parecía sorprendido, solo impresionado y bastante divertido—. ¿Cómo diablos lo has conseguido?
Yo me miré las puntas de las Converse negras.
—Pues… ¿estudiando? —Dios, ¿se puede ser más cretina?—. Mucho. He estudiado mucho. La historia siempre se me ha dado bien así que… —me quedé mirando el examen que tenía en las manos—. Creo que deberíamos quedar un día más para estudiar, quizás probar alguna técnica nueva o…
Logan me devolvió mi examen y asintió.
—¿Qué tal el domingo?
No había el menor rastro de sonrisa en su semblante.
Por lo general intento tener los domingos libres, así que no me volvía loca la idea de pasarlo hablando de los colonos… otra vez.
—¡Genial! —le dije. Tonta, más que tonta—. Me parece… esto… genial. Entonces quedamos para estudiar el sábado y el domingo. Un fin de semana dedicado a la Historia.
A lo largo de nuestra conversación, habíamos ido avanzando hacia las taquillas. Cuanto más nos acercábamos a la escena de mi metedura de pata más reciente, más desgarbada me sentía yo, como si un miniacelerador de crecimiento me estuviera estirando varios centímetros más. Y creedme, tengo altura de sobra.
Además, la gente había empezado a fijarse en nosotros. Bueno, en mí no tanto, pero sin duda en Logan. Los populares lo saludaban al pasar, y él les respondía con un gesto de asentimiento mientras yo procuraba no paralizarme ni tropezar.
El entusiasmo con el que había acogido la idea de pasarme el fin de semana estudiando me valió otra de esas miradas suyas que parecen decir: «Eres un bicho raro». Noté que enrojecía. Con un rubor nada favorecedor. La cara se me congestiona y eso me disimula las pecas pero, por lo demás, mi fisionomía sale bastante perjudicada en esos casos.
—Bueno —intentaba no parecer tan gilipollas—, ya sé que a nadie le emociona pasarse el fin de semana estudiando, pero a lo mejor podemos dar un apretón en…
¿Por qué los chicos guapos aparecen como por arte de magia justo cuando dices algo que, sacado de contexto, tiene connotaciones sexuales? Spencer, otro jugador de hockey popular, se acercó a tiempo para interrumpir mi parloteo diciendo:
—Vaya, eso promete.
Lo cual tuvo su gracia, debo reconocerlo. Infantil y tópico, pero gracioso de todos modos. Mi cara se tiñó de un rojo tomate aún más intenso mientras Logan sonreía y se ponía en plan machote.
—Eh, qué pasa, Spencer.
Al momento me sentí fuera de lugar. Yo no podía hablar de hockey ni de fiestas ni de nada mínimamente guay. Lo mejor que podía hacer era cerrar la boca.
—Acabo de suspender Geometría —dijo Spencer como si hablara del tiempo—. A lo mejor la próxima vez te la pido prestada.
Spencer sonrió de buen rollo a la vez que me daba un repaso con la mirada.
—Dudo que sea tu tipo —respondió Logan como si yo no estuviera allí—. Y no dirías lo mismo si Mack te estuviera chinchando con tus notas. Para eso ya tienes a tus padres. Nos conformaremos con que saques un notable en el taller de carpintería para que te puedas quedar en el equipo.
Logan Beckett está a un pelo de que lo odie. Y para que conste, debería haber dicho: «Tú no eres su tipo». Spencer es el típico alumno de aprobado justito, y si no hubiera sido tan buen atleta, ya lo habrían expulsado del equipo. Bueno, y si sus padres no hubieran donado un edificio al instituto. Los colegios privados no son los únicos que se dejan tentar por el dinero a espuertas. Incluso aquí, en Oregón, el soborno lo puede todo, desde una rinoplastia discreta hasta unas buenas notas. No lo sabía de primera mano, pero había oído historias al respecto… y veía la televisión por cable.
Spencer redujo el paso.
—Ya sabes que odio levantarme temprano para ir a clase. A las ocho de la mañana… No hay derecho.
—No si te levantas con un buen resacón, desde luego.
—Has dado en el clavo. ¿Mañana irás a la fiesta de Kyle? El fin de semana empieza el jueves, tío.
—Hoy es jueves —lo corregí oportunamente. Y no, el fin de semana empieza el viernes.
—¡Genial! Razón de más para que vengas. ¿Contamos contigo?
Esperé, con la esperanza de oírle decir: «Lo siento, tío, pero tengo que estudiar».
No hubo suerte.
—Allí estaré.
Había llegado a mi clase (Legislación preuniversitaria) y tenía que despedirme con educación, algo que resulta muy difícil cuando los populares apenas recuerdan que estás presente.
—Nos vemos el sábado entonces —le dije a Logan.
—Hasta la vista, Mack —respondió sin mirarme siquiera.
Spencer y él desaparecieron por la esquina antes de que yo pudiera protestar por el diminutivo. Odio que la gente me llame Mack. Lo detesto con toda mi alma. Me quedé allí, acompañada de cero populares pero de un montón de cerebritos, murmurando para mí:
—Mackenzie, no Mack.
Patético.