Apenas me había repuesto de la emoción cuando Tim, Chris y Dominic salieron al escenario y se prepararon para tocar. Junto a Tim aguardaba un micro desocupado. Lo que era una locura, pues le había dicho la verdad a Ellen: tengo una voz suave y agradable. Hago hincapié en lo de «suave». Jamás me escogerían para participar en La Voz.

—¿Nerviosa? —me preguntó Ellen, aunque la respuesta saltaba a la vista.

—Pues… aterrorizada más bien.

—Lo vas a hacer muy bien.

Necesitaba oírla decir aquello más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—Te agradezco muchísimo todo esto —le dije, señalando el portátil con un gesto—. Me parece bastante surrealista pero… gracias —me pasé la mano por el pelo y recé para no haber estropeado el peinado que Michael se había tomado tantas molestias en crear—. Es que nunca antes había sido el centro de atención. ¡No es lo mío! Siempre he sido la típica chica cortada en la que nadie repara salvo cuando necesitan ayuda con los deberes. Y ahora le estoy contando mi vida a todo el país y voy a cantar con un famoso grupo de rock. ¡Es una locura!

Ellen me escuchó. Creo que por eso es tan buena en su profesión. Escucha de verdad.

—No tienes que ser nadie salvo tú misma.

Ahogué un gemido.

—¡Ya lo sé! O sea, eso me dice todo el mundo. Pero no es tan fácil, ¿sabes? Porque, ¿y si resulta que soy aburrida?

Se encogió de hombros.

—¿Tú crees que eres aburrida?

Me reí y miré hacia el micro.

—No en este momento.

—Entonces no creo que tengas que preocuparte. A mí me pareces la mar de interesante. Lo vas a hacer muy bien.

—Ellen, empezamos en cinco, cuatro, tres, dos… —anunció un cámara de viva voz.

—Hola, aquí estamos de vuelta con Mackenzie Wellesley y ReadySet. ¿Estás lista, Mackenzie?

Sonreí.

—Me parece que sí.

Y por primera vez en dos semanas, me sentí segura de lo que decía. Había ensayado en el autobús con los chicos durante horas. Si cantara fatal, me lo habrían dicho. De modo que ocupé mi lugar antes de que Tim asintiera en mi dirección.

El grupo empezó a tocar y yo me metí a fondo en la canción. Nos salió aún mejor que en el Rose Garden de Portland. En parte, porque en esta ocasión sabía muy bien lo que quería Tim; me lo había machacado una y otra vez en el autocar. Aún notaba el revuelo de la adrenalina y el pánico en mi cuerpo, pero los aplasté. Una parte de mí no paraba de decir: ¡Esta es tu primera y última actuación a lo grande, Mackenzie! ¡Hazlo bien!

Me dejé llevar por la música. Clavé los ojos en Corey, que seguía entre el público, y canté de todo corazón, como si estuviera en mi dormitorio. Lo mejor de cantar es que, cuando lo estás haciendo, nadie espera que bailes. Así que Tim y yo nos empleamos a fondo en la parte vocal y yo actué con lo que Corey llamaría «actitud». Fue como si mi propia Sasha Fierce hubiera surgido y se hubiera hecho cargo de todo. Solo que yo me sentía bien. Más que eso, me sentía valiente.

La canción llegó a su fin casi tan rápidamente como había empezado. Nos sacaron a toda prisa del escenario antes de que Ellen se dispusiera a entrevistar a una estrella de primera fila (creo que era Robert Pattinson promocionando su última película). Y me dio igual, porque nada más llegar a los bastidores fui engullida por un gran abrazo colectivo. Tim no dejaba de gritar:

—¿Habéis oído eso? ¡Somos los malditos amos!

Bueno, no dijo «malditos» exactamente, y yo no le llamé la atención sobre su lenguaje.

—Ha sido… —dije cuando por fin pude hablar— ¡alucinante!

Tim sacó el teléfono móvil.

—Voy a ver si nos pueden adelantar la hora en el estudio de grabación. Tenemos que sacar ese single cuanto antes —me dedicó su sonrisa más encantadora—. Lo has clavado, Mackenzie. Lo has hecho de maravilla. No puedes volver a Oregón ahora. Te necesitamos en los coros.

Tim tampoco dijo «de maravilla», pero yo estaba distraída viendo cómo Chris y Dominic asentían igual que dos muñecos cabezones sincronizados.

Me concedí un momento para preguntarme cómo sería mi vida si entrara a formar parte de ReadySet. Vivir en la carretera y en estudios de grabación, asistir a acontecimientos como los Grammy, charlar en fiestas con gente como Robert Pattinson sobre Ellen y otros amigos comunes. El plan era flipante, solo que…

—Tengo que volver a casa, igual que debía venir. Quería demostrarme a mí misma que podía enfrentarme a la prensa. Pero ahora… —me encogí de hombros— estoy lista para decir adiós a la industria musical y desaparecer de la vida pública.

Tim me miró boquiabierto.

—¡No hablarás en serio! ¡Pensaba que solo lo decías para crear expectativa! No puedes dejarlo. ¡Te lo has pasado de muerte actuando!

Me imaginé a Jane y a Melanie comiendo juntas con las otras chicas nuevas en mi ausencia.

—En casa también me divertiré. Grabaré la canción, y si alguna vez pasáis cerca de Portland, podéis venir a visitarme. Os voy a echar muchísimo de menos —rodeé con los brazos a Chris y luego a Dominic—. Pero por mucha rabia que me dé, aún no he terminado el bachillerato.

Tim no se rindió fácilmente. Pasó el resto del día tratando de convencerme de que cambiara de idea o, según sus propias palabras, de que «dejara de ser tan idiota». No me lo tomé a mal. En realidad, me halagó su insistencia mientras grabábamos los coros en el estudio… aunque pensé que no íbamos a acabar nunca. Tuvimos que pedir pizzas, porque como debíamos volar a Portland al día siguiente íbamos muy justos de tiempo. Incluso nos trajeron catres al estudio para que pudiéramos echar una cabezada mientras los técnicos hacían las mezclas. Por lo que parece, es así como las estrellas de rock consiguen aguantar toda la noche. Para cuando mi tema quedó listo, todos estábamos tan agotados que solo tuvimos fuerzas para despedirnos entre bostezos. Tim prometió seguir en contacto conmigo, por más que yo me empeñara en «desperdiciar la oportunidad de mi vida». Y si bien yo no creía estar cometiendo un error, supe, dormida y todo, que los iba a echar de menos.

Dominic, Chris y yo fuimos a llamar a un taxi para que Tim y Corey pudieran despedirse en la intimidad. A juzgar por el brillo de los ojos de Corey, habían hecho algo más que cogerse de la mano. Bueno, a juzgar por eso y también porque se pasó todo el viaje al aeropuerto y luego el vuelo a Portland hablando de las posibilidades de mantener una relación a distancia. Lo escuché mientras él trataba de convencerse a sí mismo de que sería pan comido. Luego tuve que lanzar exclamaciones de admiración mientras me enseñaba todos y cada uno de los mensajes de texto que Tim y él habían intercambiado.

De verdad, espero no ponerme nunca tan plasta con mis historias sentimentales.

El asunto era tan tierno que me estaba poniendo mala. Sobre todo porque cuanto más nos acercábamos a Portland, más me comían los nervios. ¿En qué demonios había estado pensando, para revelar tantos detalles de mi vida personal en Ellen? Cómo no, tenía que ponerme a parlotear, aquella vez de algo mucho peor que de hechos históricos citados al azar. El «chico te quiero» no me lo perdonaría en la vida. Y seguramente no sería el único. Por un momento, me planteé la idea de redactar una lista de la gente que tenía motivos para odiarme a muerte.

Patrick. Alex. Chelsea. Logan.

Poco a poco me di cuenta de que había mencionado a Logan en la televisión nacional; aún peor, había reconocido que me gustaba. Y esperaba que sus escarceos con Chelsea no fueran un secreto, porque sin duda iban a salir a la luz. Spencer me odiaría también… si no me detestaba ya.

Al parecer tendría que suplicar de rodillas el perdón de mucha gente.

Seguía perdida en mis pensamientos cuando los padres de Corey nos recogieron en el aeropuerto. Afortunadamente, no hubo más comité de bienvenida. Por lo visto, mi aparición pública había servido para algo que jamás habría logrado de haber seguido escondida: pasar a un segundo plano. Tim me había dicho la noche anterior que, puesto que había dejado muy claro que él y yo no estábamos juntos, me había convertido oficialmente en una estrella de tercera fila. Algo a mi favor, como mínimo. No tuve que decir nada en el coche, porque Corey hablaba tan deprisa que no pude meter baza…, así que me dediqué a meditar en paz sobre mi vida.

Mi situación financiera había cambiado. Ni siquiera había empezado a asimilar lo que implicaba cantar un tema con ReadySet cuando el agente de Tim me tendió un contrato en el que se especificaban los derechos que cobraría por la canción que acabábamos de grabar. Lo que oís: derechos.

A lo mejor debería haberlo previsto, pero para ser sincera, lo hice como un favor. Después de lo mucho que habíamos trabajado en el autocar para pulir el tema, no podía negarme a grabarlo. Pero ni se me había pasado por la cabeza cobrar por ello. Y eso que, según Tim, aquello era una miseria en comparación con lo que llegaría a ganar si me quedaba.

El asunto de los derechos lo cambiaba todo. Claro, solo era un tema, pero en cuanto el álbum saliese a la calle (y va a ser de platino, ¡estamos hablando de ReadySet!) empezaría a recibir cheques por correo. Todo era una locura, sobre todo si tenemos en cuenta que millones de personas se descargarían la canción de iTunes. Aunque solo me pagaran un céntimo por cada descarga… serían muchos céntimos.

Y no, no podría comprarle a mi madre una casa más grande, pero la posibilidad de pagar la universidad sin tener que pedir un montón de créditos estudiantiles ya no me parecía tan descabellada. Por no mencionar que tenía un tema alucinante para la tesis de ingreso.

Había bastado que me humillasen en Internet para que todos mis sueños se hiciesen realidad.

Bueno, casi todos.

Algunos de aquellos sueños, como que Patrick se interesara en mí y llamar la atención de mi padre habían acabado de un modo lamentable… pero como mínimo, mi familia seguía intacta.

Además, había sido muy valiente. Tras años de ocultarme entre las sombras, había conquistado el centro del escenario. Incluso había superado a los populares en capacidad de llamar la atención, y seguía siendo más o menos la misma persona. Si había logrado todo aquello, hasta podría enfrentarme a Chelsea Halloway… aunque prefería no hacerlo.

De momento, debía reunir el valor para disculparme con una persona que con toda probabilidad me odiaba a muerte.