Ellen DeGeneres dio paso al vídeo de YouTube antes de presentarme; bueno, a los últimos veinte segundos, más o menos. Lo suficiente para que los espectadores contemplaran mi expresión aterrorizada y la cara de sorpresa de Alex mientras yo lo empujaba hacia abajo con cada compresión. Mis preguntas (¿NO LO ESTARÉ MATANDO?) sonaban a todo volumen para regocijo del público. Cuando me acerqué al escenario, hecha un flan, fui recibida por los aplausos y las risas del público del plató.
Sonreí a los presentes, que se mecían al compás de uno de los superéxitos de ReadySet, mientras me concentraba en colocar un pie delante del otro. De repente, me envolvió un abrazo de Ellen, que es aún más guapa de cerca que en la tele. El pelo, rubio y corto, y los ojos azules brillaban bajo los focos. Me pregunté si alguien como Charlene la seguía por todas partes en cuanto salía de escena, pero lo dudaba. Parecía demasiado sencilla para eso, sobre todo porque llevaba vaqueros, zapatillas, una camiseta blanca y un chaleco. No todo el mundo puede ponerse un chaleco, pero a Ellen le sentaba de maravilla.
—Hola, Mackenzie —dijo Ellen mientras me liberaba para que las dos nos pudiéramos sentar en un sofá afelpado.
—Hola. Gracias por invitarme al programa.
Bien. De momento las palabras salían de mi boca. Era muy buena señal.
—Gracias a ti por haber venido. Y acerca del vídeo de YouTube…
Me reí con timidez.
—Sí, fue bastante bochornoso.
—Es divertidísimo. De verdad, una de las cosas más graciosas que he visto jamás. Cuando él intenta incorporarse y tú vuelves a empujarlo contra el suelo… —se rio—. ¿De verdad no tenías ni idea de que no le pasaba nada?
Negué con la cabeza.
—Ojalá fuera una actuación, pero el vídeo no estaba preparado. No soy tan buena actriz. Jamás habría convencido a nadie si no hubiera sido yo de verdad, histérica.
—¿Te has planteado hacer un curso de primeros auxilios?
Le sonreí, aunque aquella pregunta me había perseguido por los pasillos del instituto Smith con frecuencia. En realidad, lo que más abundaba eran gritos de: «¡Eh, Mackenzie! ¿Quieres practicar el boca a boca?», pero en esencia el comentario era el mismo. Me llevó a preguntarme si Logan y Spencer le habían cantado las cuarenta a algún otro compañero del instituto. Enseguida me forcé a concentrarme en la pregunta. No debía desperdiciar mi gran momento en la televisión nacional pensando obsesivamente en un chico. Aunque fuera Logan.
—No tengo planes de aprender primeros auxilios de momento y, después de la experiencia, he tachado la medicina de mi lista de posibles estudios universitarios.
—Háblame del vídeo. ¿Quién lo grabó? La imagen apenas se mueve.
—¿Sabes qué? No tengo ni idea. Es uno de los misterios que no he conseguido descifrar. Llegué a casa y encontré a mi hermano pequeño, Dylan, subiéndose por las paredes.
Ellen sonrió.
—¿Qué te dijo?
—Bueno, básicamente se puso a gritarme que mi imagen aparecía por todas partes en Internet. Y luego me sugirió que me marchara del país hasta que las burlas hubieran cesado. Creo que quería repudiarme.
—Vaya, a eso lo llamo yo amor fraterno.
La chanza de Ellen hizo reír a todo el mundo.
—No, fue genial. Quizás no al principio, pero mi familia y mis amigos se han portado de maravilla con todo esto. Para ellos tampoco ha sido fácil. Cuando dicen por ahí que me he hecho famosa en YouTube, suena como si mi vida de repente hubiera empezado a girar en torno a estrellas de rock y ropa de diseño. Y claro, en parte ha sido así, pero es mucho más complicado. Hablo de un montón de gente haciéndome fotos y de paparazzi siguiéndome a todas partes… y eso es solo lo más evidente. También se han propagado toda clase de rumores absurdos.
—¿Rumores sobre qué?
—Sexo… drogas… rock and roll.
—Y hablando de rock and roll —dijo Ellen cambiando de tercio. El público se rio, sabiendo adónde quería ir a parar—. Hemos oído que te has hecho íntima de cierta estrella de rock.
Y entonces, en la pantalla que había a mi espalda, apareció la ampliación de una foto que nos mostraba a Tim y a mí cantando en el concierto. Con mi cara ampliada a un trescientos por ciento, era imposible pasar por alto mi expresión embobada, más provocada por la circunstancia de estar cantando en un escenario que por el enamoramiento… pero nadie más lo sabía.
—Eh, sí —conseguí decir—. Ese es Tim.
—Ah, lo llamas Tim. ¿Y lo llamas de alguna otra forma? ¿Como por ejemplo, «mi novio»?
Resoplé entre risas sin poder evitarlo. Lo cual debió de quedar en la tele como, oh, qué mono, pero es que toda aquella historia no tenía ni pies ni cabeza. Al oír las suposiciones de Ellen sobre mi vida amorosa (bueno, sobre la vida amorosa de Tim) me sentí tentada a decirle: «No, Ellen, sale con mi mejor amigo, Corey». Entonces Corey habría saludado en plan cutre a la cámara desde el público. Y si bien sabía que a Ellen le habría encantado, no podía delatar a mi mejor amigo y a su novio, la estrella de rock, en la televisión nacional.
Así que dije:
—No, Ellen, Tim solo es un amigo. Es un chico fantástico, pero no hay nada entre nosotros. En realidad, él tiene otra relación en este momento.
Se oyó un suspiro procedente del público, seguramente proferido por sus fans decepcionadas. Si ellas supieran…
—Eso sí, se le da de maravilla aconsejar sobre temas amorosos… Como a todos los chicos, en realidad.
Tal vez debería haber esperado a que Ellen me hiciera otra pregunta.
—¿Y te has hecho amiga de los otros miembros del grupo también?
—Eh, ¿Chris y Dominic? Claro. He viajado hasta aquí en autocar con ellos.
—Vaya, estabas rodeada de unos cuantos chicos muy atractivos.
No supe qué responder.
—Eh, sí. Supongo que sí. Pero no es para tanto. Son todos encantadores.
—Oh, apuesto a que sí.
Hice esfuerzos por reprimir otro bufido.
—No lo digo en ese sentido. Esos chicos son mis amigos, aunque es verdad que todo ha sucedido muy deprisa. Pero supongo que después de pasar dos días en la carretera todos juntos, es lógico que los vínculos se estrechen.
—Así que has pasado dos días en la carretera con un famoso grupo de rock. ¿De qué habéis hablado?
—Ha sido muy curioso, la verdad. Mi amigo Corey me preguntó por mi vida amorosa, y de repente todos ellos se pusieron a traducirme el lenguaje masculino.
—Ah, el lenguaje masculino. Que es algo así como un argot, ¿no?
Ellen le saca punta a todo. Aunque supongo que tiene que hacerlo, porque es su trabajo.
—Sí, verás, me cuesta mucho entender a los chicos. Y me han dado algunos consejos. Se lo agradezco muchísimo.
Los ojos de Ellen brillaron divertidos.
—¿Tan complicada es tu vida amorosa?
—Ya lo creo.
—Háblanos de ella.
—Bueno, pues hay dos chicos que… ¡No me puedo creer que esté hablando de esto en la televisión nacional!
—Ahora no puedes dejarnos en ascuas.
Pero seguramente debería haberlo hecho.
—Bueno, pues creo que me gustaban los dos, solo que no me había dado cuenta. Y ninguno de ellos sabía siquiera que yo existía, así que daba igual lo que yo pensara. Hasta que subieron los vídeos a YouTube, y los dos empezaron a hablar conmigo.
—Vaya —dijo Ellen—. Me gusta cómo suena esto.
—Sí, por lo visto, cuando te haces famoso, la gente te presta atención. En fin, fui a una fiesta, en la que no consumí drogas… Solo intentaba no ponerme en evidencia, porque era la primera fiesta a la que me invitaban en mi vida, y allí estaban los dos.
Notaba los ojos de todos los presentes puestos en mí, y supe que al día siguiente el instituto al completo estaría hablando de esta historia, pero me dio igual. Yo tomaba las decisiones.
—Vaya, vaya.
—Sí. Uno de ellos me llevó al jardín, y yo intenté no tropezar con los taconazos, porque era la primera vez que me los ponía y me estaban destrozando los pies.
—Ay —exclamó Ellen, compasiva—. Por eso yo llevo deportivas.
—Y yo debería haber hecho lo mismo. El caso es que estábamos allí fuera y él me miró a los ojos con mucho sentimiento —me volví hacia ella y abrí los míos un poco más para mostrarle lo que quería decir—. Más o menos así. Y allí estaba yo, emocionada de que conociese siquiera mi nombre…, cuando va y me dice que me quiere.
Hice una mueca para que todo el mundo comprendiera que no me había vuelto loca la declaración de Patrick. Lo más raro de todo es que, aun sabiendo que debía mantener la boca cerrada, me pareció justo revelar aquellas intimidades. Patrick me había acusado de perseguir la fama, y yo iba a hacer que se arrepintiese de sus palabras en un acto de sinceridad. Resultaba muy divertido ver el karma en acción.
—¡Qué descarado! Declararte su amor… Qué cosa tan horrible —Ellen apenas podía contener la risa.
—Para ser sincera, reaccioné mal. Muy mal. Él me dijo: «Te quiero» y a mí solo se me ocurrió decirle: «No, no es verdad».
El público aulló de risa.
—En serio. Y mientras estábamos allí enzarzados en pleno «Sí, te quiero», «No, no me quieres», vi al otro chico enrollándose con la chica más guapa del colegio.
Todo el mundo lanzó un «¡Oh!» compasivo, lo que me hizo sentir mejor. No tenía ni idea de que comentar tu vida personal en televisión pudiera ser tan… terapéutico.
—Y por eso me ayudaron tanto los consejos del grupo.
—En estos casos, lo mejor es una disculpa —Ellen se volvió hacia la cámara—. No lo dijo en serio, chico «te quiero».
—Bueno, en realidad sí.
—Ahora no te entiendo. ¿Qué tenía de malo el chico «te quiero»?
—En realidad, nada. Solo que… bueno, es de esos que regalan rosas en San Valentín. Lo que es genial en apariencia. A las rosas no les pasa nada. El problema es que aunque le insinuases que a decir verdad tú prefieres una alcachofa con un gran lazo fucsia porque quieres un corazón de alcachofa, él seguiría comprando las rosas de siempre. Pero es que yo…
—Tú quieres una alcachofa —en boca de Ellen sonaba absurdo, pero no en el mal sentido. Sencillamente parecía divertidísimo.
—Sí, yo quiero una alcachofa.
Contada así, mi vida adquiría sentido. Logan era una alcachofa. Tenía muchas capas y pinchaba un poco, pero también era listo, divertido y original. Debería haberme dado cuenta antes, pero supongo que lo consideraba fuera de mi alcance.
—Bueno, estoy segura de que después de esto no tardarás en conseguirla. Y tras aquel vídeo de YouTube, te hiciste cantante. Tienes una voz preciosa. ¿Por qué no nos hablas de eso?
—Bueno, pues Tim me envió una invitación para el concierto de Portland y dos amigos míos me acompañaron al camerino. Así que Corey y Jane —me interrumpí y saludé a la cámara con una sonrisa tímida—: ¡Hola, Jane!
Ellen también saludó.
—¡Hola, Jane!
—Le va a encantar. En fin, los tres fuimos al concierto, y cuando dejé de gritar mentalmente por tener a ReadySet tan cerca, estuvimos charlando. Y luego, cuando Tim me invitó a salir al escenario, mi amigo Corey… Es aquel de allí —lo señalé y él, sobresaltado, saludó a la cámara que se había girado para enfocarlo—. Corey pensó que sería divertido hacerme salir al escenario. Yo casi me muero de miedo, porque no confío demasiado en mis dotes de bailarina.
Fue lo peor que podía haber dicho en presencia de Ellen. Sonrió.
—Muy fácil. Vamos a ver qué tal se te da.
Como ya se había levantado y bailaba al ritmo de la música que ya sonaba en el plató, no pude negarme precisamente. Sobre todo porque el público ya me estaba aplaudiendo. De modo que acabé bailando en El show de Ellen DeGeneres aunque me había prometido a mí misma que no lo haría.
Por suerte, el baile duró poco, y cuando volvimos a sentarnos la presentadora me dedicó una sonrisa cálida que rezumaba hilaridad.
—Lo has hecho muy bien.
—Uf. Gracias. Eres muy amable. Pero en el concierto me paralicé, así que Corey salió corriendo a acompañarme. Entonces Tim pensó que sería simpático hacerme cantar con él… y el resto está en YouTube.
—Bueno, pues tienes una voz maravillosa. ¿Has considerado la idea de dedicarte a cantar?
—Bueno, pues no lo sé. Me halaga que a la gente le guste el videoclip, pero sé que no tengo el empuje necesario para abrirme paso en esa industria. En el autobús los chicos y yo estuvimos jugando un poco…
—¡Ajá!
—¡Musicalmente hablando! —me reí—. Hemos preparado una canción juntos que interpretaremos para ti. Y si nadie nos tira tomates, la grabaremos en un estudio, pero nada más. A partir de ese momento, me dedicaré a estudiar para los exámenes y a dar clases particulares.
Aunque seguramente no debería haber mencionado estas últimas, teniendo en cuenta la situación tan delicada que atravesaba con Logan.
—Bueno, pues estamos deseando oírla. Pero antes de eso, tenemos un regalo para ti.
Me erguí en el asiento.
—No tenías que hacerlo. De verdad, Ellen, el hecho de estar aquí ya es un regalo.
—Bueno, hemos encontrado algo que toda chica aplicada y algo tímida necesita. Sobre todo si quiere estar en contacto con su «amigo» roquero.
Me tendió un paquete rectangular que pesaba bastante. Arranqué el papel y, al destapar el contenido, el corazón me dio un brinco y luego casi dejó de latir.
Era un portátil. Un MacBook nuevecito. Lo supe al instante en cuanto palpé aquel estuche blandito. Tenía la cara de Ellen impresa en la tapa, y ponía Ellen-Book, lo que, a mi entender, lo convertía en un portátil aún más guay.
No grité, lo cual fue un pequeño milagro si tenemos en cuenta que Ellen DeGeneres acababa de entregarme como si nada el objeto con el que estaba obsesionada desde hacía meses. Había dedicado muchísimo tiempo a hacer cálculos: ¿cuántas horas de clases particulares tendría que dar para podérmelo comprar? ¿Y si hacía de canguro entre semana? ¿Cuántos meses me pasaría ahorrando hasta el último dólar antes de que el portátil fuera mío? Tanto trabajo, y acababan de regalarme un ordenador sin ninguna condición.
Recordé la acusación de Logan: que lo estaba utilizando para conseguir un portátil… y comprendí que al principio había sido así. Me preocupaba hacer bien mi trabajo, asumir mi responsabilidad, ganarme mi paga, pero me daba igual quién fuera mi alumno. Por fin, aquello había cambiado. Si alguna vez volvía a darle clases, Logan sabría que no lo hacía por el portátil.
Porque era mío… y él no había tenido nada que ver en ello.
Estreché el ordenador con expresión de incredulidad.
—¡Oh, Dios mío! —jadeé—. ¡Muchísimas gracias! ¡Me encanta!
Ellen sonrió abiertamente.
—Me alegro de que te guste. Tras la publicidad, la famosísima banda ReadySet estará con nosotros. No se vayan.
Y con esas palabras, el programa cedió paso a la pausa publicitaria.