Llamé a mi madre unas diez veces a lo largo del viaje, y si bien a los chicos les pareció excesivo, yo sabía que ella se alegraría. Además, pensé que cuando volviera del trabajo y se sentara a escuchar los mensajes de voz, agradecería que la hubiera telefoneado tantas veces.

Mensajes como:

Yo: ¡Hola, mamá! Soy yo otra vez. Estamos pasando por… Corey, ¿dónde estamos? Bueno, vale, Corey cree que estamos cerca de Ashland o de Medford… o de alguna parte. No está muy seguro. Pero el conductor del autocar sabe exactamente dónde estamos, así que todo va bien. Gracias por dejarme venir. Ahora tengo que dejarte, porque Tim insiste en que probemos a hacer un dúo con un tema nuevo. A lo mejor oyes la guitarra de fondo. Es él. ¡Sí, ya lo sé, Tim! ¡Estoy hablando por teléfono! Vale, tengo que irme. Te llamo en cuanto pueda. ¡Te quiero!

Clic.

Corey y yo habíamos llamado a Jane también. Nos dijo que se alegraba mucho de que nos estuviéramos divirtiendo tanto y que no se perdería la entrevista de Ellen por nada del mundo. También insistió en que hiciéramos deberes en el autocar o nunca nos pondríamos al día. Y era justo lo que necesitábamos oír para sacar los libros que nos habíamos llevado. Puede que Jane se pase de seria de vez en cuando, pero es la persona ideal para traerte de vuelta a la realidad. Aunque te suelte algún que otro: «Oh, Kenzie».

De modo que dejé listo un montón de trabajo, lo cual tiene su mérito cuando eres una adolescente de viaje en autocar con unos chicos guapísimos que tocan en un grupo de rock. Para que luego hablen de problemas de concentración. Estuve estudiando un buen rato y luego me tocó soportar a Dylan. Llamaba solo para averiguar si «Sí, estaba bien» y «No, no voy a pedirles a Chris, Tim y Dominic una copia firmada de su último CD».

Hermanos pequeños. Aunque se preocupen por tu bienestar, son una lata.

Pese a las llamadas y los deberes, pasé la mayor parte del viaje charlando tranquilamente, por lo que tuve tiempo de sobra para conocer a fondo a los chicos.

Apuesto a que queréis saberlo todo.

Mala suerte.

Tendréis que mirar VH1 Behind the Music, como todo el mundo.

Os adelantaré que improvisamos un poco durante el viaje por la interestatal 5… y que sonó fenomenal. Yo pensaba que quizás todo aquello del videoclip en YouTube donde aparecía yo cantando en el escenario con Tim había salido bien de chiripa. Suponía que cuando empezara a cantar con él me gritarían: «¡Para, para! ¡Estás desafinando! ¡Suena fatal!».

Sin embargo, Tim no dejaba de soltar frases del tipo:

—Vamos a probar una cosa. Adelántate dos tiempos y empieza a cantar antes que yo. Vale, suena bien. Ahora qué tal si…

Nos pasamos así más de tres horas. Hacia el final, el tema sonaba brutal. Era como si las voces formaran capas que iban cayendo la una sobre la otra hasta crear una textura alucinante. Como una especie de baklava: dulce y delicioso, capas y más capas delgadas y suaves… Al final, mi voz estaba tan integrada en la canción que acabé por considerarla mía también. Seguiría sonando bien sin mí… pero yo era el toque de miel que mantenía unidas las capas.

Como lo oís: el toque de miel.

Así que cuando la productora de Ellen volvió a llamar y me preguntó si cantaría con ReadySet, accedí al instante. La canción me necesitaba; y la frase es una cita literal de Timothy Goff. De hecho, Tim ya había reservado unas horas en el estudio de grabación tras la entrevista. Prefería no pensar en eso. Ya tenía bastante con la entrevista de Ellen. La vieja Mackenzie habría sufrido un ataque de ansiedad. Habría estado hiperventilando en una bolsa de papel marrón y suplicándole a Tim que llamara a quien hiciera falta para ¡que me saque de este lío! Pero cada vez que mi nivel de pánico se aproximaba a la zona de peligro me recordaba a mí misma que yo tenía el control. Era yo la que tomaba las decisiones. Notaba cómo se me aceleraba el pulso y eso me hacía sentir viva.

Era aquello lo que le había faltado a mi vida hasta entonces. Me sentía cómoda, era invisible y, en general, me daba por satisfecha.

Pero no me había sentido tan viva —tan maravillosa y terriblemente vulnerable— desde, bueno, nunca.

Cuanto más se acercaba el autobús a su destino, más tensa estaba yo. Era como sufrir una miniapoplejía. Estaba riendo tranquilamente y masticando la comida basura que habíamos comprado en algún restaurante de carretera y de repente pensaba: ¡En menos de doce horas estaré en el plató de Ellen! Cada músculo, órgano y fibra de mi cuerpo se crispaba y yo me preguntaba si no lo estaría soñando todo. En cualquier momento despertaría y volvería a ser la patética profesora particular de Logan, ReadySet no habría oído hablar de mí y jamás me invitarían a un programa de la tele. Lo que me estaba pasando parecía el producto de una imaginación hiperactiva o un sueño raro.

Pese a todo, cuando Dominic me despertó tras la segunda noche que había pasado durmiendo en el sofá de piel, todo parecía demasiado real como para que me lo hubiera inventado. Y después de haber devorado un pastel de plátano con el frappuccino de moca, apenas podía creer que acabáramos de entrar en el aparcamiento de los estudios, nos estuvieran franqueando el paso con muchos aspavientos y unos becarios procedieran a guiarnos a los camerinos para que nos preparáramos.

Me las arreglé para cogerle la mano a Corey antes de que me secuestrara una mujer que no dejaba de gritar a un micro inalámbrico cosas como:

—¡Preparados maquillaje y vestuario! Greg, ¿habéis comprobado los micros? Hacedlo, por favor —sonrió mientras nos guiaba por un laberinto de pasillos llenos de decorados, equipo y gente—. Estamos muy emocionados con el programa de hoy. ¿Habéis tenido buen viaje?

Antes de que ninguno de nosotros pudiera responder, llegamos a la sala de maquillaje.

—Genial. Muy bien, aquí os dejo. Siento no tener tiempo para charlar. Vamos de cabeza —se apretó el auricular—. Cynthia, he dicho que nos ocuparemos de eso la semana que viene, cielo. Ajá —puso los ojos en blanco con un ademán muy expresivo—. Vale, bien, ocúpate de que funcione.

Interrumpió cualquier respuesta que Corey o yo hubiéramos podido ofrecer con una sonrisa rápida y distante.

—Charlene os dejará guapísimos —me dio unas palmaditas en el hombro—. Mucha mierda, cariño.

Se marchó con un gran revuelo por donde había venido mientras le pedía a Bryant que le diera el boletín de última hora.

—¿Crees que en Hollywood todos se dirigen unos a otros por apelativos? —le murmuré nerviosa a Corey mientras Charlene revolvía una montaña de cosméticos.

—Claro que sí, cariñito. Así se libran de tener que recordar el nombre de todo el mundo.

Charlene se rio por lo bajo, con una risa grave, armoniosa y tranquilizadora.

—Michelle es un poco exagerada, pero gracias a ella todo va como la seda —con un movimiento tan hábil como elegante, Charlene abrió varios juegos de sombras de ojos—. La gente de por aquí funciona a base de cafeína y determinación. Yo incluida. Ahora vamos a mirarte de cerca, cielo.

Escudriñó mi cara a fondo, como si sometiera a examen hasta el último de mis poros.

—Tienes una piel perfecta —me dijo mientras sacaba un pincel—. No necesitas corrector ni nada —negó con la cabeza—. Seguro que no has tenido acné en tu vida.

Yo no supe qué decir.

—Eh, no. Nunca he tenido ese problema.

Charlene soltó otra de sus risas.

—Las hay con suerte. Bueno, me lo vas a poner fácil. Cierra los ojos, por favor.

Me sonó raro que alguien me considerara afortunada. Llevaba un montón de años pensando que cuanto tenía que ver conmigo (con unas cuantas excepciones como mi madre, mi hermano y mis amigos) era fruto de la mala suerte. Nunca me había considerado guapa. Yo me encontraba sosísima. Pelo castaño, ojos marrones y una piel que se ponía como un tomate maduro cuando me ruborizaba.

Charlene siguió parloteando mientras trabajaba.

—Michael te peinará cuando yo haya terminado. Sabrá sacar el máximo partido a ese vestido azul. Es precioso. ¿De dónde lo has sacado?

Me encogí de hombros, lo que fue un error, como comprendí enseguida, porque silbó entre dientes y retiró la mano antes de emborronar lo que fuera que me estaba aplicando. Yo sabía que había escogido el vestido perfecto. La noche anterior, mientras revisaba la ropa que había metido en la maleta a toda prisa tratando de decidir qué me pondría al día siguiente, me había dado cuenta de que no quería ir demasiado informal. Cuando vi el vestido, aquel de color azul eléctrico que me había quitado el aliento en mi dormitorio cuando los paquetes empezaron a llegar, supe que me estaba esperando. Estaba esperando a que me diera cuenta de que por su simplicidad, por la forma elegante pero discreta en que realzaba mis curvas, era el vestido ideal para mí. El traje rojo que había lucido para ir a la fiesta era divertido y despampanante, pero no me sentaba tan bien como el azul.

A lo mejor os parece una tontería, pero sentía que haber escogido aquel vestido sin ayuda había sido un avance, un gran paso adelante. Y si bien me alegró que Corey aprobara mi elección después de examinarlo con ojo crítico y que los chicos silbaran al verme, me lo habría puesto igual aunque hubiera dicho: «¿Sabes, Mackenzie? Es bonito pero creo que podemos hacerlo mejor».

Yo sabía que me quedaba bien, y por primera vez no me importaba nada más.

—BCBG Max Azria.

Me sentí rara al oírme pronunciar una marca como si tal cosa.

—Vaya, pues te sienta de maravilla —prosiguió Charlene—. Le da a tu piel un tono crema y realza el castaño de tus ojos.

No tenía ni idea de a qué se refería. O sea, mis ojos son de un marrón tan evidente que no necesitan ningún vestido para parecer aún más marrones. Sin embargo, lo había dicho en tono de halago, de modo que cerré la boca.

—¿Sabes a quién te pareces? —comentó con ademán pensativo mientras me aplicaba otra capa de sombra en los párpados. Yo solo quería que acabara de una vez—. A Anne Hathaway. ¿No te recuerda a Anne Hathaway de joven? A la de Princesa por sorpresa o algo así.

—Sí, la verdad es que sí —Corey lo dijo en tono burlón y estuve a punto de fulminarlo con la mirada a hurtadillas, aun a riesgo de despertar la ira de Charlene. Entonces recordé que me estaba aplicando lápiz de ojos y volví a cerrarlos rápidamente.

—Hasta se parece un poco a Keira Knightley —Charlene pasó a trabajar en mi boca, y noté que me cubría los labios con algo picante pero agradable—. Es despampanante, pero demasiado delgada en mi opinión. Se diría que necesita pasarse una semana a base de cocidos caseros —rio—. Dicen que nadie está demasiado delgado en Hollywood, pero créeme, cielo, no es verdad. No te vayas a matar de hambre tú también. Chasquea los labios.

—No lo haré —prometí mientras cerraba la boca sobre un pañuelo.

—Bien —me aplicó máscara de ojos con cuidado. Yo tenía que recordarme una y otra vez que estaba en manos de una profesional mientras veía el cepillo aproximarse a mi ojo. Me costó mucho no apartarme—. Ya estás lista para Michael, cielo —cerró el maletín de maquillaje con un chasquido satisfactorio—. Sé tú misma y todo irá bien.

Era un consejo estupendo, y no paré de repetírmelo mientras Michael, Corey y yo charlábamos sobre el programa y los famosos a los que había peinado. En realidad, convertí las palabras de Charlene en mi mantra personal. Sé tú misma. Solo sé tú misma. Sé sincera contigo misma.

Era lo único que tenía en mente, aparte de algún que otro: Ay, Dios mío. ¡De verdad voy a hacerlo!, en un bucle sin fin mientras permanecía entre las sombras del plató esperando a que me presentaran, a que sonara la música, a que me dieran entrada.

Y empezó el programa.