Puede que me pasase de optimista, pero para cuando mi madre volvió a casa a la hora de comer, ya tenía las maletas preparadas. No me había resultado nada fácil, puesto que hacer el equipaje ya no era un proceso sencillo. Había correteado por mi habitación, tratando de decidir sobre la marcha qué artículos de mi armario de diseño reflejaban mi personalidad… y cuáles deberían encontrar un nuevo hogar, quizás a través de eBay. Metí el vestido rojo en un cajón y lo cerré. Si todo salía de acuerdo con el plan, no tendría que tomar una decisión respecto a esa prenda hasta transcurridos unos días.
—¿Mackenzie? —gritó mi madre desde las escaleras—. ¿Qué haces en casa? ¿No tendrías que estar dando clase?
Dejé la maleta a un lado y me apresuré a bajar.
—Tengo el día libre. Mamá, ¡nunca adivinarías quién acaba de llamarme! ¡La productora de El show de Ellen DeGeneres! Quieren que viaje a Los Ángeles. Siempre y cuando tenga permiso de mis padres y tú me acompañes, la cosa está hecha.
Después de hablar con Mary, me había dado cuenta de que necesitaba hacer ese viaje a toda costa. Tenía que salir de Oregón, aunque solo fuera por un día, y ya iba siendo hora de que me ocupase de la prensa.
—Espera, cielo —mi madre levantó la mano para pedir silencio—. Tenemos que hablar. Ya sé que te dije que te sintieras libre para comportarte como una adolescente, pero hay ciertos límites. No puedes salir por ahí cada noche, coger un avión a Los Ángeles y eludir tus responsabilidades —me mostró un ejemplar del periódico—. Y tenemos que hablar de esto…
—Mamá, no fue en absoluto como lo cuentan —la interrumpí—. ¡Nunca he tomado drogas, lo juro! Bebí demasiado y me sentí fatal por ello. Pero Dylan y mis amigos se aseguraron de que no me pasara nada. Estoy bien. Y te prometo que no volveré a beber hasta que tenga edad para ello… quizás ni siquiera entonces.
Me miró con esa expresión severa que solo una madre sabe adoptar.
—¿Por qué no me llamaste? Habría ido a buscarte. Prefiero que me despiertes a recibir una llamada del hospital.
—Lo siento —me disculpé, y lo decía en serio—. Debería haberte llamado. Pero no corrí tanto peligro como parece. Me trajo el chico que se había comprometido a conducir, y estaba totalmente sobrio, te lo prometo. De modo que en aquel momento no me pareció mala idea. Si vuelve a pasar, que no pasará, te llamaré, lo juro.
—Bien. Ahora háblame de esa llamada.
—Vale, pues la productora quiere que esté allí el lunes por la mañana, lo cual significa que tendríamos que salir, o sea, ahora mismo. Nos pagan el hotel y el viaje, e incluso nos darán dinero para comidas y eso.
—No puedo acompañarte.
La miré boquiabierta.
—Mamá, estamos hablando de Ellen.
—Ya sé de quién estamos hablando. No puedo marcharme sin avisar. Tengo que buscar a alguien que me sustituya en el trabajo, y puesto que Darlene está con un catarro terrible, no creo que encuentre a nadie. Lo siento, cariño.
Me dejé caer en el sofá. Todos mis planes se habían ido al traste. Ni mamá, ni viaje, ni huida de mi vida cotidiana para poder contemplar las cosas con distancia. No sé lo que estaba a punto de decir, tal vez: «No te preocupes, mamá. No pasa nada. Si me necesitas, estaré en mi habitación deshaciendo el equipaje». Fuera lo que fuese, el sonido del móvil me interrumpió.
«I Need a Hero» sonó a todo volumen en la silenciosa cocina.
Respondí.
—Eh, Corey. ¿Qué tal tu cita?
—¡Genial! —la voz le burbujeaba como una sopa sobre un fogón muy caliente—. La mejor primera cita en la historia de las primeras citas.
—¡Corey, cuánto me alegro por ti! —y qué celosa estoy, añadió una vocecilla en mi fuero interno, pero por encima de todo me sentía feliz.
—¡Sí, y acaba de llamarme con unas noticias fantásticas! Dice Tim que su agente le ha telefoneado y que quieren que actúes en Ellen con la banda. ¿Sabías algo?
—Sí, a mí también me han llamado.
—Vale, pues antes de que hagas nada, escúchame bien. Tim dice que hay sitio para los dos en el autocar. Podríamos ir con ellos hasta allí, coger un avión en Los Ángeles el martes por la mañana y estar de vuelta en el cole el miércoles como máximo. Perfecto, ¿no?
—Quieres que hagamos un viaje de dos días a Los Ángeles con unas estrellas de rock —aclaré—. ¿A tus padres les parece bien?
Corey se rio.
—Aún te deben de durar los efectos de la curda de ayer. Estamos hablando de mis padres, ¿recuerdas? Les he dicho que me parecía una oportunidad única para conocer de primera mano la industria del entretenimiento. Y luego les he mencionado que tu madre nunca te dejaría subirte a un autocar con tres extraños a menos que yo estuviera allí.
Solté un silbido al comprender lo que todo aquello implicaba.
—Eres el mejor. Deberías dar clases de cómo salirte con la tuya.
—Prefiero centrarme en Debate y Retórica. Venga, tenemos que darnos prisa. Tim, Dominic y Chris quieren partir dentro de una hora como máximo, así que pide permiso, haz las maletas y ¡en marcha!
Miré a mi madre con cautela mientras ella cortaba queso para añadir al sándwich de pavo que se estaba preparando.
—Ahora te llamo.
—Pero…
—Ahora te llamo —repetí, y colgué—. Mamá, era Corey.
Me lanzó una mirada deliberadamente inexpresiva.
—Deja que lo adivine. Supongo que te ha propuesto un plan de viaje alternativo.
Me senté a la mesa y entrelacé las manos.
—¿Te parecería bien que él y yo hiciéramos el viaje juntos en el… —adopté un tono de voz más suave y titubeante— autocar de ReadySet? ¿Por favor?
Mi madre me miró fijamente.
—Nunca volveré a decirte que te comportes como una adolescente. Mackenzie, no puedes eludir tus responsabilidades e irte por ahí a pasarlo bien con un grupo de chicos que ni siquiera conoces. ¿Qué pasa con el cole? ¿Y las clases particulares?
—Sí que los conozco, mamá —protesté—. Son muy majos y Corey me acompañará. Todo irá bien. Además, nos hemos tomado un descanso de las clases particulares.
No mencioné que el descanso sería permanente.
Frunció los labios y me dio un vuelco el corazón. Todo su lenguaje corporal decía: «Ni lo sueñes, señorita».
—Ayer por la noche fuiste a una fiesta y anteayer a un concierto. Ya te has divertido bastante. No creo que sea mucho pedir que te quedes aquí el resto del fin de semana.
Asentí.
—No es mucho pedir. Todo es muy precipitado y sé que no podría haber escogido peor momento. Me emborraché en una fiesta ayer por la noche y comprendo que ahora mismo te suponga un esfuerzo confiar en mí. Pero mamá, soy yo. Sabes que puedes confiar en mí. Necesito acudir a esa entrevista. Tengo que demostrarme a mí misma que puedo resolver esta situación de una vez por todas. ¿Cuánto tiempo llevas intentando que me abra? Bueno, pues estoy lista para hacerlo, mamá.
Meditó la petición unos instantes.
—Si te comprometes a cumplir ciertas condiciones, tienes mi permiso.
Salté de la silla y la envolví en un enorme abrazo.
—Adelante.
—Espera un momento. Quiero que me llames. Muchas veces, a lo largo del viaje. Cogerás el teléfono cada vez que te llame yo, en cualquier momento. Nada de bebida ni de drogas. Nada de asistir a fiestas. Confío en ti, Mackenzie —pronunció despacio las últimas palabras, haciendo énfasis en cada una de ellas, para que calaran en mí.
—Trato hecho —corrí al cuarto del ordenador para imprimir el consentimiento paterno—. Firma en la línea de puntos.
No hizo falta nada más. Una firma y unas cuantas llamadas más tarde, me subía a un autocar con mi maleta, mi mejor amigo y mi grupo de rock favorito.
Y no pude evitar pensar: Hollywood, enséñame de lo que eres capaz. Estoy lista.