Cinco minutos después, Logan y yo nos encontrábamos a solas en su coche… y me vinieron a la mente imágenes muy borrosas de la noche anterior.

—Para —le ordené cuando llegamos al colegio de primaria. Me alivió comprobar que obedecía sin rechistar—. Te-tengo que disculparme. Te ofrezco una gran disculpa por todo lo sucedido ayer por la noche. No recuerdo exactamente lo que hice o dije, pero sé que vomité y que fui un incordio. Y lo último que tú necesitabas era que una borracha te estropease la noche del viernes. Así que gracias por cuidar de mí. Ahora, si eres tan amable de olvidarlo todo, te lo agradeceré.

—No sé… tu striptease fue memorable.

Me atraganté.

—¿Mi qué?

—Es broma.

—No tiene gracia. No tiene ninguna gracia.

—Mira, no pasó nada —Logan se desabrochó el cinturón y se giró para poder mirarme a los ojos—. Te dejaste llevar por una noche. Si alguna vez quieres volver a hacerlo, procura contar con un conductor designado de antemano.

—Ya lo sé —gruñí—. Y no debería haberte acompañado a tu casa. Fue una tontería. Casi todas las víctimas de violación conocen a sus asaltantes. Además, dada la cantidad de alcohol que había ingerido, dudo mucho que hubiera podido defenderme. Podría haber sido mucho peor.

Reparar en el peligro que había corrido me provocó escalofríos. La noche anterior, al tomar el primer chupito, solo pensaba: Patrick me odia y mi vida es un asco. ¿Qué puedo perder?

La respuesta a la pregunta era: mucho.

—Para el carro, no fue ninguna tontería que te subieras a mi coche. Estabas como una cuba. Necesitabas que alguien se asegurase de que bebías agua y no te ahogabas en tu propio vómito —me encogí ante la imagen—. De modo que tus amigos te ayudaron.

—¿Eso eres tú? —me pregunté en voz alta—. ¿Un amigo?

—Claro. Charlamos, salimos juntos y tenemos amigos comunes. Me fío tanto de ti que te presto dinero y te saqué de un apuro en el instituto. Eso es lo que hacen los amigos.

Estuve a punto de asentir. De verdad. Me encontraba a un pelo de decir: «Pues vaya, fíjate tú. Tengo un amigo popular». Pero no. Oh, no. Tenía que estropearlo todo.

—Y… ¿de qué apuro me sacaste?

Logan se calló al instante, lo que no hizo sino aumentar mi curiosidad.

—Venga, Logan —traté de embaucarlo.

—No fue nada —dijo al fin—. Spencer y yo tuvimos una charla con Alex después de que te empujara en la cafetería. Le dejamos muy claro que no volviese a molestarte. Problema resuelto.

Clavé los ojos en él.

—¡De eso nada! ¿Estás loco? Yo lo puse en su sitio. Yo le dije que me dejara en paz. No necesito que me protejas. ¿Te crees que porque eres, qué sé yo, un respetable capitán de hockey tienes derecho a interferir?

—No tenía derecho; estaba obligado a interferir. Te tiró al suelo, Mack, y amenazó con volver a hacerlo. Necesitabas ayuda.

—Sé muy bien lo que hizo —mi voz adoptó un tono gélido—. Como ya he dicho, yo me ocupé del asunto. Sé cuidar de mí misma. Y deberías haberme consultado antes de tomar la decisión de salir en mi defensa junto con tu colega como un par de caballeros medievales.

Me miró con frialdad.

—Las cosas no fueron así.

—¡Claro que sí! ¿Qué esperabas que dijera? «¿Gracias, Logan, por protegerme?» —resoplé—. Hasta ahora me las he arreglado muy bien sola, sin que ningún hombre haya venido a rescatarme de la maldad del mundo.

—Me estás confundiendo con tu padre, Mack. Estás diciendo tonterías. Deja de protestar y sé razonable.

Le espeté:

—Mi padre no tiene nada que ver con esto. Estamos hablando de límites, fronteras y espacio personal.

Logan bufó.

—Muy bien. Entonces, cuando empezaste a curiosear acerca de mi dislexia y a hacer preguntas sobre Chelsea, solo te interesaban los límites y el espacio personal.

—¡Estaba borracha!

—No llevabas una semana borracha. No lo estabas cuando decidiste que tu misión en la vida era comprenderme.

Y fue en ese momento cuando lo entendí. La epifanía llegó en el peor momento posible: estaba colada por Logan Beckett.

Él tenía razón. Desde que habíamos ido a patinar sobre hielo me obsesionaba la idea de averiguar quién era en realidad. No porque quisiera entrometerme en su vida personal, sino porque me parecía un chico interesante. Luego empezó a gustarme que me llamara Mack. Aquello debería haberme puesto en guardia porque odio que me llamen Mack… o cuando menos lo odiaba hasta que él lo hizo. Quizás hasta me atrajese un poco antes de aquello. A lo mejor todo comenzó en el Starbucks, cuando dijo que le hacían gracia mis rarezas.

Debo de ser la adolescente más lerda de todo el planeta.

Seguramente pensaréis que aquel momento de súbita inspiración lo cambió todo, ¿verdad? Que en vez de seguir discutiendo con él por algo tan intrascendente como quién me quitó de encima a Alex Thompson dije algo como: «Mira, Logan, me estoy comportando como una boba insegura. Lo siento. Enseguida volveré a ser la de siempre. ¿Qué me dirías si te invitara a salir conmigo un día de estos, cuando no tenga una resaca de mil demonios?».

Debería haber dicho eso exactamente.

Pero no lo hice, como ya os podéis imaginar.

Quiero decir en mi favor que la epifanía se produjo en el instante más inoportuno y que no me sentía nada inclinada a aceptarla. Antes de nuestra primera clase, me había dicho a mí misma que aquello no podía suceder. No podía rebajarme al nivel de la mayoría de las chicas el instituto Smith y colarme por Logan Beckett. Tenía un millón de razones para ello, aparte de las tres que le había expuesto a Logan la noche anterior y que recordaba muy vagamente. No podíamos estar juntos. La relación jamás funcionaría porque ¿qué iba a ver un chico (un popular) en una fracasada como yo cuando podía salir con una chica supersegura de sí misma e hiperguapa como Chelsea Halloway? Ni que estuviera loco.

Así que me dejé llevar por el pánico. Tras la escena con Patrick de la noche anterior, creo que merezco cierto respeto por no haberme echado a llorar allí mismo como una niña de cinco años. Estaba loca por Logan Beckett, y por segunda vez en menos de veinticuatro horas me iban a destrozar el corazón.

—A lo mejor no deberíamos seguir con esto —me oí decir a mí misma, aunque no atinaba a creer que fuera yo la que estaba hablando. Había perdido el control. Ese reflejo atávico que se conoce como «escapa o pelea» se había disparado en mi sistema y hasta la última célula de mi cuerpo gritaba: «No eres más que una pobre invisible. ¿Acaso se te ha olvidado? Lárgate de aquí antes de que se dé cuenta de lo patética que eres»—. Te molesta que husmee, ¿verdad? Pues muy bien. Es lógico. De todos modos, yo no encajo en tu mundo. No necesitas una profesora particular patosa y pringada. A lo mejor Chelsea te puede ayudar. Parecíais muy a gusto en la glorieta ayer por la noche —el recuerdo me provocó retortijones en el estómago—. Vosotros dos encajáis mucho mejor.

Me estabas espiando —Logan me miró con incredulidad, y yo me desabroché el cinturón para poder largarme de allí a toda prisa.

—¡No! —grité. Ni siquiera sé en qué momento pasé a hablar a gritos, pero estoy segura de que empleé toda la potencia de mi voz—. ¡No estaba espiando! Yo no tengo la culpa de que te estuvieras enrollando con ella en público. Y te daré un consejo: si no quieres que la gente vea cómo le metes la lengua a alguien hasta la garganta, hazlo entre cuatro paredes.

—Me estabas espiando —repitió como si yo no hubiera hablado.

—No te hagas ilusiones. O mira, ¿sabes qué? Que sí. Te estaba espiando. Me has pillado. En lo más profundo de mi corazón estoy profunda, apasionada, locamente enamorada de ti. Amor mío —dije estas últimas palabras en tono neutro, con un punto de sarcasmo—. Pero ¿por qué clase de idiota me tomas?

Logan apretó los dientes.

—Porque solo a una idiota le gustaría un descerebrado como yo.

—Porque solo una idiota se dejaría enredar por alguien que está más interesado en la popularidad que en las personas.

No sé por qué dije eso. Quizás porque seguía algo enfadada con Patrick, pero estaba demasiado furiosa, asustada y herida como para pensar antes de hablar.

—Yo nunca te he enredado, Mack —lo dijo con voz queda y ardor contenido—. Tú me utilizaste para sacar unos cuartos… y no me importó. Querías el empleo para comprar tu precioso MacBook. Ya lo sé. Pero nadie te obligó a hacer nada. Podrías haber rechazado las clases y no tenías por qué cantar con ReadySet. Tampoco estabas obligada a beber tequila en la fiesta de ayer por la noche, ni siquiera a acudir, de hecho. Tú decidiste hacer todas esas cosas. Así que no me acuses de enredarte cuando eres tú la que pone las reglas.

Volvió a abrocharse el cinturón y puso el coche en marcha. Yo vi cómo el colegio quedaba atrás mientras asimilaba sus palabras en silencio. No tenía ni idea de cómo aquella conversación y mi disculpa por lo sucedido la noche anterior habían degenerado hasta ese punto.

—Mackenzie —tenía la voz ronca cuando lo dije, y supe que debía salir del coche, alejarme de Logan, volver a mi vida pre-ropa de diseño antes de convertirme en una de esas idiotas integrales que se echan a llorar en las discusiones con un chico. Erguí la espalda y me quedé mirando al frente, sintiéndome como si alguien me hubiera metido el corazón en un robot de cocina y me lo hubiera triturado. Solo me quedaba el orgullo—. Mackenzie, no Mack.

—Por supuesto —Logan no dijo nada más—. Mackenzie, no Mack.

Y por alguna razón aquel asentimiento me dolió más que ninguna otra cosa.