Arrastré a Spencer conmigo.
Es lógico, teniendo en cuenta que fue la única persona que encontré al entrar con la que había intercambiado unas frases más allá de: «Eh, ¿cómo te va?».
Y me pareció una buena idea explorar aquel nuevo territorio con un guía bien familiarizado con la ruta; algo así como hacer submarinismo con un experto.
El caso es que lo cogí del brazo para alejarlo del grupo de chicas con el que charlaba y lo arrastré hacia el bar.
—No es que me desagraden tus tácticas agresivas, pero… —se interrumpió cuando advirtió que yo me dirigía directamente hacia las bebidas alcohólicas—. ¿Qué pasa?
Sonreí y, por primera vez desde que había llegado a aquella maldita fiesta, me relajé.
—Quiero que me sirvas una bebida.
Su sonrisa se ensanchó.
—¿Ah, sí? ¿Ahora?
—Sí —me incliné hacia delante y extraje un vaso de plástico rojo de una pila—. ¿Qué me recomiendas?
—Eso depende. ¿Qué te gusta?
Me encogí de hombros.
—No tengo ni idea, y dudo que me llegue a gustar nada.
—Pero ¿quieres beber de todas formas?
Le tendí el vaso.
—Lleno.
—Vale, entonces te recomiendo que pruebes una bebida de chica con sabor a fruta o —vertió líquido en el vaso— que te tomes este trago de tequila seguido de un trozo de lima.
—Falso dilema —musité.
—¿Qué?
—La falacia del falso dilema. Me das dos opciones cuando en realidad… Pásamelo.
Con unos cuantos movimientos expertos, Spencer me puso sal en la mano y dejó un jugoso trozo de lima en el mostrador.
—Vale, es muy sencillo. Sal. Lingotazo. Lima. ¿Lo pillas?
Repasé mentalmente las instrucciones unas cuantas veces. Sal, lingotazo, lima. Sal, lingotazo, lima. Oh, Dios mío, ¿se me ha ido la olla? ¡Yo no soy así!
—Lo pillo.
—Bien. Adelante.
Estábamos empezando a provocar una pequeña aglomeración. Supongo que la gente quería ver a la conservadora Mackenzie Wellesley tomar su primer trago. Estaba rodeada de extraños que decían cosas como: «¡Eso está hecho!» y «¡Tú puedes!». El colmo de la presión de grupo.
Me chupé la sal de la mano y bebí el tequila de un trago como había visto hacer en las películas.
Casi me ahogo.
Me sentí como si acabara de abrasarme en un horno. Un extraño fuego me recorrió la garganta, seguido de cerca por el gusto de algo acre, casi ácido. Chupé la lima a toda prisa mientras todo el mundo a mi alrededor estallaba en aplausos. Cuando alcé la vista hacia Spencer, el calor se había filtrado hasta mi estómago y se acumuló allí, ardiendo, mientras el fuerte sabor de la lima me llenaba la boca.
—¡Lo he conseguido!
Aunque tendía el vaso vacío ante mí, apenas podía creerlo. No sé qué me esperaba: que los dioses me lo impidieran, que entrase un padre hecho una furia o quizás que un amigo preocupado me arrebatase el vaso. Fuera lo que fuese, ni por un instante había pensado que tendría el valor de echar un trago de tequila.
—¿Lo has visto? —le pregunté a Spencer—. ¡Lo he hecho!
—Sí, de un trago, como una campeona. ¿Quieres otro?
El calorcillo me sentó muy bien, sobre todo porque Patrick me había dejado helada. Y quizás fueran imaginaciones mías, pero ya me sentía menos tensa.
—¡Me apunto! —decidí. Estalló otra ovación y yo sonreí a los presentes—. ¿Quién me acompaña?
Media hora después la alegría reinaba a mi alrededor. Spencer siguió sirviendo las copas hasta que un ruido de cristales rotos procedente de la cocina lo obligó a abandonar su puesto. Otro jugador de hockey llamado Kevin lo sustituyó encantado. Me sentía como si estuviera flotando, como si un hilo muy tenue me conectara con mi cuerpo. La sensación me habría desconcertado de no haber sido porque estaba eufórica.
—¡Es genial! —les dije a Kevin y a su novia, Annie, mientras chupaba la lima contenta—. ¡Sois superguays! ¿No es absurdo que vayamos al mismo instituto y nunca hayamos hablado hasta ahora?
Ellos se rieron y me dieron la razón como asienten los que van entonados a los que están borrachos.
Me volví a mirar a Annie.
—Eres muy guapa. Apuesto a que es muy divertido ser tú. Kevin, ¿no crees que sería divertido ser Annie?
Lady Gaga sonó a todo volumen por los altavoces.
—¡Tenemos que bailar! —declaré—. Es «Poker Face». ¡A bailar!
No les di tiempo a protestar. Riendo, nos unimos a la muchedumbre que danzaba en la pista improvisada donde normalmente se encontraba la sala. Mi cuerpo se movía con absoluta libertad, no sabía si gracias al alcohol o a la música, y quería dejarme llevar por aquel ritmo hasta el fin de mis días.
—¡Melanie! —vociferé cuando la vi charlando con Dylan en un rincón, lejos de la acción. Corrí hacia ellos—. ¡Tienes que bailar conmigo! Deberías conocer a Kevin y también a Annie.
—Claro —dijo con amabilidad, pero me escudriñó frunciendo el ceño—. Mackenzie, ¿te encuentras bien?
—¡Estoy de maravilla! Bueno, excepto por la enciclopedia.
Alarmada, Melanie se volvió hacia Dylan, que nos seguía a la pista de baile.
—¿Tú has entendido eso?
Mi hermano negó con la cabeza e intentó sujetarme.
—Mackenzie, ¿has tomado algo?
—Sal, lingotazo, lima. ¿Te lo puedes creer? No sé qué esperaba, pero siento un calorcillo muy agradable. Irradio calor, como si fuera nuclear o algo así. ¡Como si fuera una bomba nuclear! ¡Soy una bomba! ¿Se ha parado alguien a considerar el alcohol como una fuente de energía? —tenía que concentrarme para pronunciar las palabras correctamente—. ¿Parezco un muñeco cabezón? Porque no puedo dejar de asentir. Me pregunto si esas muñecas hawaianas que ponen en el salpicadero de los coches se sienten así.
Dylan tiró de mí para llevarme hacia la puerta principal.
—¿Qué manía os ha entrado a todos con arrastrarme? —pregunté a nadie en particular—. ¿Qué tiene de malo caminar? Me gusta caminar. Es agradable. Patinar en línea es mejor, pero aquí no se puede.
—Dylan, ¿qué hacemos con ella? —le preguntó Melanie, nerviosa—. Está como una cuba. Tu madre no puede verla así.
Le dediqué a Melanie una sonrisa adormilada. Notaba que la energía empezaba a abandonarme. Rodeé los hombros de Dylan con el brazo.
—A mamá no le importará pero ¿me tengo que marchar ya? Dormiré encima de Dylan —apoyé la cabeza en la de mi hermano—. Eres un hermano fantástico. Debería decírtelo más a menudo. Ah, y papá debería haber preguntado por ti cuando ha llamado.
Noté que Dylan se crispaba.
—¿Papá ha llamado?
—Sí. He tenido que hacerme famosa para que se pusiera en contacto con nosotros —me pasó un brazo por la cintura para mantenerme erguida—. Él no debería haberte dejado —susurré, acurrucándome contra mi hermano—. Eres el mejor.
—¿Qué le ha pasado?
Levanté la cabeza con rapidez al oír la voz de Logan.
—¡Eh, hola! Una fiesta genial. Todo me da vueltas —advertí vagamente que Spencer y Chelsea estaban a su lado—. Eh, colega. Sal, lingotazo, lima —repetí—. ¡Aún me acuerdo!
Logan se volvió hacia Spencer.
—¿Cuántos tequilas se ha tomado?
—Unos dos y medio cuando yo me he ido. No pensaba darle más, Logan. ¡Lo juro!
Logan me levantó la cara para poder mirarme a los ojos.
—Muy bien, Mack. ¿Has seguido bebiendo cuando Spencer se ha marchado?
—Claro —dije con ánimos renovados. Quizás porque el contacto de sus dedos contra la cara me hacía sentir como si acabara de echar otro trago—. Con Kevin y Annie.
—¡Mierda! —con esa única palabra, Dylan resumió la situación.
Le di un codazo.
—¡Ese lenguaje! —lo reprendí imitando a mi madre lo mejor que pude.
—Vale, hay que hacer que se despeje. ¿Cómo pensabais volver a casa?
—Corey ha dicho que vendría a buscarnos más tarde —respondió Melanie, nerviosa—. Cuando volviera de su cita. Pero no creo que Mackenzie aguante tanto.
Logan asintió.
—Muy bien. ¿Vosotros dos estáis sobrios? —aguardó la respuesta afirmativa de Dylan antes de continuar—. Vale. Entonces podéis quedaros aquí y ocupar mi puesto mientras yo la llevo a casa.
—Claro que sí —gruñó Chelsea—. Eres un idiota.
Se marchó indignada.
—Oh, oh. Problema en el paraíso —me volví a mirar a Spencer, que me contemplaba con una mezcla de preocupación y sentimiento de culpa—. La verdad es que esto parece un maldito paraíso. Tu casa es absurda. ¡Hasta tiene una fuente! —le di un codazo a Dylan—. ¿Has visto la fuente? ¿Por qué no vamos todos a verla?
Sin embargo, nadie parecía escucharme. Logan se estaba sacando varios juegos de llaves de coche de la chaqueta y se las tendía a Dylan.
—Si no estás seguro, no las entregues. Encontrarás más en el armario que hay junto al bar. ¿Lo tienes claro?
—No te preocupes.
—Vale, Spencer, te prohíbo terminantemente que conduzcas. Busca a alguien que me reemplace. Vamos a llevarla al coche.
Antes de que Logan se colocara mi brazo libre por encima del hombro, Dylan dijo en un tono que no admitía bromas:
—Esta es mi hermana, tío. Si le pasa algo, te vas a enterar. ¿Ha quedado claro?
Fue un gesto muy dulce por su parte advertir a un chico de bachillerato de que podía hacerlo papilla. No pensó que Logan se defendería con uñas y dientes.
—Muy claro.
—Eh —protesté yo cuando Logan me cogió con fuerza—. Estoy aquí. Me encuentro bien. Te lo agradezco mucho, Dylan, pero sé cuidar de mí misma —cerré los puños como si me dispusiera a luchar—. ¿Lo ves?
—Huy, sí, qué miedo das.
Me volví a mirar a Melanie.
—Sabes a qué me refiero, ¿verdad? ¡Se comportan como si fuera una damisela en apuros y no lo soy!
Reconozco que esta última parte la dije en un tono bastante quejica.
—No, solo eres una damisela —abrió la portezuela del coche de Logan para que me sentase en el asiento del pasajero.
—Caray, qué prisa os habéis dado —en aquel momento me di cuenta de que estaba a punto de abandonar la fiesta—. ¡Esperad! Dadme un segundo, enseguida me espabilo. Melanie. No quería que pasara esto. Siento mucho que al final no te puedas quedar en casa.
Me acarició el pelo hacia atrás.
—No pasa nada, Mackenzie. Tú recupérate, ¿vale?
Y tras eso, me colocaron el cinturón de seguridad y me alejé de mi primera fiesta oliendo como el suelo de un bar y sintiéndome aún peor… junto a Logan.
Ya, no lo tenía previsto.