Llegué al colegio a tiempo para la comida. Mi madre me había pedido que me probara unos cuantos conjuntos más mientras ella escogía algunos vestidos, que se ofreció a guardar en su armario, de momento. Fue divertido probarme ropa con ella, como si fuéramos dos amigas. Sobre todo cuando mi madre sacó unos esmaltes nuevos e insistió en que nos pintáramos mutuamente las uñas de los pies y de las manos. Sabía que ella aún tenía en la cabeza la conversación sobre mi padre, pero no volvió a mencionarla.

—¡Cielo! —dijo cuando por fin salí de mi habitación vestida con unos vaqueros Forever 21 y un top Bebe para acompañarla hacia el coche—. ¡Estás preciosa!

—Gracias por todo, mamá. Charla incluida. Aunque será mejor que no vuelvas a apagarme el despertador.

—Trato hecho —se acomodó en el asiento del conductor.

—Y… ¿has tenido que faltar al trabajo para pasar un rato conmigo?

—No —señaló el cielo—. Los viernes no entro a trabajar hasta las tres, ¿recuerdas?

No me acordaba, y fue un alivio oírlo. Quizás no debería preocuparme tanto por ella, pero no puedo evitarlo. Yo soy así.

—¿Tienes planes para esta noche?

—Tengo clase con Logan y luego seguramente me pondré al día con los apuntes.

Sonrió.

—Te habría dejado quedarte en casa, pero sabía que te horrorizaría saltarte un día entero.

Asentí.

—Ya me agobia bastante haberme perdido las clases de la mañana como para saltarme aún más. Supongo que soy una neurótica obsesiva.

—Eres una chica responsable —declaró mi madre con convicción. Detuvo el coche delante del instituto—. Si cambias de planes, dímelo.

—Lo haré.

Me dirigí directamente a la cafetería para reunirme con Corey y Jane.

Lo que no me esperaba era encontrar a mis dos mejores amigos charlando sobre el concierto de ReadySet con un grupo de alumnas de secundaria aún mayor que el día anterior. Melanie y Rachel estaban allí con unas cuantas amigas suyas. Nuestra mesa parecía mucho más animada que la de los populares. Algo que a Chelsea Halloway no debía de hacerle ninguna gracia.

Mi entrada provocó una conmoción que se extendió por toda la cafetería.

—¡Mackenzie! Estábamos hablando del concierto de ayer —Melanie se hizo a un lado para dejarme sitio—. Hay un vídeo tuyo cantando en YouTube. ¡Es alucinante!

Genial. Otro vídeo en YouTube era justo lo que necesitaba.

—Gracias —dije. No creía que me estuviera haciendo la pelota porque fuera famosa. Aunque por otra parte, ¿qué sabía yo de esas cosas? Quizás todas aquellas chicas me hablaban con la esperanza de que les consiguiera bolsos de diseño.

No tuve que decir nada más, porque justo en aquel momento sucedió algo sin precedentes en la cafetería del instituto Smith.

Chelsea se levantó —escoltada por Postiza, Cobriza y Patrick— y recorrió la sala para acercarse a la mesa de los invisibles. Me sentí como si me enfrentara a una jugada de ajedrez muy meditada: dama a E2.

—¡Eh, Mackenzie! —me saludó como si fuéramos dos amigas íntimas que lo comparten todo, desde barras de labios hasta cotilleos.

—Ah, hola —procuré incluirlos a los cuatro en el saludo. Patrick me estaba mirando fijamente, como si intentara grabarse a fuego mis rasgos en la memoria. El corazón se me aceleró y me puse como un tomate, aunque le dije a mi damisela interior que Patrick no se estaba dando cuenta EN AQUEL MOMENTO EXACTO de lo bien que encajábamos el uno con el otro.

—Tengo que irme enseguida —Chelsea movió la mano con elegancia, como si le hubiera pedido que se quedase y estuviera declinando la invitación con gesto majestuoso—, pero me encanta tu nuevo conjunto.

—Precioso —añadió Postiza con una voz que sonó absolutamente, bueno, postiza.

Resistí a duras penas el impulso de alisarme el top con ademán nervioso. Regla de combate número uno: nunca demuestres debilidad.

—Gracias —ojalá la gente dejara de hacerme cumplidos para poder disfrutar de una conversación tranquila—. Vosotras también estáis muy guapas —me callé a tiempo para no añadir: «Como de costumbre».

—Oh —Chelsea soltó una risita y se apartó la sedosa melena de la cara—, qué amable. ¿Vas a venir a la fiesta de Spencer esta noche? Ha dicho que pensaba invitarte.

Estuve a punto de mirarla boquiabierta.

—Ah, pues a mí nadie me ha dicho nada.

—Bueno, has estado tan ocupada alternando con los famosos… —soltó otra de esas risillas que ponían los pelos de punta—. Esta noche a las nueve, ¿vale? —no esperó mi respuesta—. Genial. Nos vemos, pues.

Se alejó escoltada por Postiza y Cobriza y yo me quedé allí, rodeada de silencio, junto al chico que me gustaba desde, no sé… ¡DESDE SIEMPRE!

—¿Quieres sentarte con nosotros? —le pregunté a Patrick en tono forzado.

Se apartó el flequillo rubio ceniza de sus preciosos ojitos color chocolate y se sentó a mi lado.

—Claro —murmuró. Me volví a mirar a Corey y a Jane con la esperanza de recuperar el control de mis hormonas.

—Bueno —Corey rompió el incómodo mutismo que se había apoderado de la mesa—. ¿Quién cree que han invitado a Mackenzie y han excluido a todos los demás?

Puse los ojos en blanco.

—Pero ¿qué dices? Sería una grosería invitarme solo a mí habiendo otras personas presentes. Seguro que también estáis invitados —me volví hacia Patrick buscando confirmación—. ¿Verdad?

—Ejem —parecía como si le acabara de preguntar por la principal exportación de la India (textiles)—. Spencer invita a mucha gente, así que, bueno, nadie lo va a notar.

No era la amable invitación que yo había esperado. De hecho, decía a las claras: «Se tolerará la presencia de invisibles siempre y cuando sigan siendo invisibles», pero bastó para que Melanie, Rachel y las otras chicas se emocionaran. Al momento se pusieron a comentar qué tipo de ropa requería un acontecimiento social como aquel. Miré a Jane y a Corey.

—Me acompañaréis, ¿verdad?

Jane me miró como si me hubiera vuelto loca.

—Claro. Y de paso cogeré un avión para ir a Francia. Asistir una noche a un concierto y a una fiesta a la siguiente no interferirá en mis estudios, en mi trabajo ni en nada.

Jane es aún más estricta que yo en esas cosas.

Corey se encogió de hombros.

—Por mí, bien.

De los tres, Corey siempre ha sido el que ha tenido más libertad para hacer lo que le plazca. Influye en ello el hecho de que sus padres estén de acuerdo en educar a sus hijos con las mínimas interferencias. Mientras no traicionen su confianza, Corey y sus hermanas pueden vivir a su manera. Son increíbles. Aluciné cuando sus padres le dejaron pasar una noche en mi casa. Corey no le dio ninguna importancia cuando se lo mencioné. Al parecer, cuando les dijo que era gay, encargaron al instante unas camisetas en Internet… aunque Forest Grove no sea el lugar ideal para llevar algo que anuncia: «Defensor hetero de los derechos gays».

—Si tú vas, yo estaré allí —me dijo Patrick con suavidad. Y dejé de respirar. ¿Alguna vez habéis oído algo más romántico?

—Entonces tendré que ir.

¡Sí, coqueteé! ¡Y sin ponerme en ridículo!

Patrick estaba a punto de decirme algo adorable (estoy segura) cuando lo distrajo alguien que se aproximaba por detrás.

—Ah, hola, Logan.

Logan saludó a Patrick con un gesto amable antes de volverse hacia Corey.

—Te vi bailar en el concierto. Alucinante.

Corey sonrió.

—No fue nada. Deberías vernos a los tres cuando estamos hasta arriba de azúcar y de episodios de Glee.

Logan se rio y se sentó junto a Jane.

—A ti no te vi en el escenario.

—Corey no fue tan rápido como para empujarnos a las dos. Yo prefiero bailar en privado.

—Mackenzie estuvo genial —soltó Patrick, sin venir a cuento. Logan enarcó una ceja como si acabara de verme.

—Sí, Mack no estuvo mal.

Eso fue todo… No dijo nada más antes de presentarse a Melanie, Rachel y las otras chicas nuevas. Y yo, por raro que parezca, le agradecí que no hiciera grandes aspavientos. Toda aquella atención por parte de los populares empezaba a asquearme. Quizás si hubiera sido Chelsea, me habría encantado saberme el centro de las conversaciones… pero yo no soy así. Sobre todo porque si yo ocupo el centro, mis amigos quedan en la periferia.

Las chicas de secundaria enseguida empezaron a tontear con Logan, y no podía culparlas. Parece siempre tan cómodo… No puedo sino admirar su manera de enzarzar a la gente en una conversación y luego retirarse para dejar que la charla se despliegue. Si la dislexia lo había obligado a perfeccionar aquella habilidad, no me parecía un mal cambio.

—Tengo que irme —anunció Patrick, interrumpiendo el relato de Melanie sobre una tía suya medio chiflada. Miré el reloj. Aún faltaban quince minutos para la clase y no entendía a qué venía tanta prisa. Puede que tuviese que comentar algún trabajo con un profesor.

—Ah, vale —dije como una boba—. Luego nos vemos.

—Eso espero.

Se marchó, y yo me quedé allí preguntándome si tal vez, solo tal vez, mis fantasías estaban a punto de hacerse realidad.