Sí, estudiamos. Lo sometí a un interrogatorio exhaustivo y rellené los huecos cuando no conocía algún dato importante. Parecía prestar atención; un cambio de actitud muy de agradecer en comparación con su expresión aburrida y sus garabatos de costumbre. Me sentía como en una fiesta de cumpleaños de primaria; por un momento, todo fue fácil. Sin prensa, sin gente pendiente de mí, sin presión. Creo que Logan también se divirtió. Se rio de mí cuando resbalé, pero me tendió la mano para ayudarme a levantarme. Y cuando me cogió de la mano y me guio en una curva sonriendo, tuve la sensación de que aquello era una cita, como si hubiéramos salido juntos sin que nadie me pagase por estar allí. Pero no lo era. Porque, dijera lo que dijese la prensa, yo seguiría siendo la pringada de Mackenzie Wellesley.

La sensación se prolongó hasta que fuimos a la zona de restaurantes; todo aquello de «uala, esto casi parece una cita». Entonces la fastidié. Estábamos superrelajados, hablando de nuestras pelis favoritas y haciendo cola para comprar comida china cuando dije que deberíamos sacar los libros. No dije nada más, lo juro, pero él se crispó y apretó los dientes.

No era para tanto. Sus padres me pagaban para que le diera clase, no para que me imaginara que estaba saliendo con su hijo. Ni en sueños pensaba aceptar su dinero a cambio de nada. Tal vez mi familia vaya algo justa, pero jamás me habría rebajado a aceptar un dinero que no me había ganado. Me había vuelto una experta en finanzas. ¿Mi vestido de graduación de secundaria? Setenta y cinco centavos en un mercadillo. A ver si lo superas, Chelsea Halloway. Bueno, seguro que ella llevaba un maravilloso vestido sin tirantes de color blanco roto… pero apuesto a que le costó una fortuna.

Da igual, el caso es que soy muy cuidadosa con el dinero. De modo que tras estirar el préstamo de cincuenta dólares para que incluyera un plato de ternera con brócoli, saqué los libros. También oteé la zona rápidamente para asegurarme de que no hubiera prensa por allí, y supuse que podíamos empezar.

—Vale —dije—. Nos habíamos quedado en las ventajas que tenían los ingleses en la guerra —tras volver varias páginas, encontré el párrafo—. Léelo en voz alta mientras como.

Intentaba recuperar el ambiente cordial de antes, porque solo una mesa muy pequeña y un montoncito de pollo kung pao y arroz me separaban de un popular con expresión malhumorada.

—Mira, ¿por qué no paramos el reloj? —dijo Logan con tranquilidad—. Vamos a comer y ya seguiremos luego.

—Cinco minutos más —lo presioné. En la pista de patinaje, parecía mucho más concentrado. Si estaba a punto de dar el salto, no permitiría que la comida china fuera un obstáculo—. Mira: «Inglaterra tenía el triple de población que las colonias».

Mi voz se fue apagando al ver que Logan se negaba a leer, cada vez más enfurruñado. Su mirada pasó despacio por encima del párrafo que le estaba señalando.

—¿S-sabes leer? —le espeté sin pensar.

Me lanzó una mirada tan furibunda que me eché hacia atrás.

—Claro que sí —respondió en tono desafiante, pero cerró el libro de golpe.

—Vale —pinché un trozo de brócoli—. Pero…

—Pero ¿qué?

Saltaba a la vista que no se iba a explicar así como así.

—Dímelo tú —me obligué a mirarlo a los ojos y descubrí aliviada que reflejaban más frustración que otra cosa—. Me parece que te estás callando algo que yo, como profesora particular, debería saber.

Lo dije de corrido, antes de que me faltara valor para hacerlo. Luego observé sorprendida cómo Logan se retrepaba en la silla.

—Soy disléxico —lo dijo con tranquilidad, pero advertí un deje de amargura en su voz—. ¿Era eso lo que querías oír?

—Oh.

Vaya, tenía sentido.

—Sí. Oh —lanzó una carcajada—. Encajo a la perfección en la imagen de descerebrado que tienes de mí, ¿no?

—¿Porque eres disléxico o porque le miras las tetas a Chelsea Halloway?

Oh, Dios mío. ¿De verdad acababa de decir aquello?

Se quedó mirándome y luego se echó a reír abiertamente.

—No, lo que quería decir —rectifiqué— es que la dislexia no tiene nada que ver con la inteligencia. De hecho, las personas que padecen dislexia a menudo disfrutan de una coordinación física, un talento artístico y una empatía superior a la media —señalé con la cabeza los garabatos de su cuaderno—. A juzgar por tu habilidad para el hockey y por tus dibujos, como mínimo posees dos de tres.

Logan me observó con incredulidad.

—¿Almacenas todos esos datos en la cabeza?

—Claro —repuse sin darle importancia—. Tengo una memoria casi fotográfica. Steven Spielberg, John Lennon, Walt Disney, Steve Jobs… todos disléxicos. Por no mencionar…

—Ya lo pillo —me interrumpió Logan.

—Bien. Bueno, entonces ya ves que no tienes motivos para avergonzarte.

—¿No? —el monosílabo contenía apenas una pregunta.

—No —lo miré a los ojos, decidida a no fastidiarla esta vez—. Pero tenemos que pensar un plan de acción —abrí el cuaderno, le quité la tapa al boli y me puse a escribir—. Prescindiremos de los libros y buscaremos técnicas de estudio de tipo auditivo o visual —sin darme cuenta, me puse a darme golpecitos con el boli en el labio inferior—. Hay una miniserie de John Adams que podría servir. Podemos sacar películas de Historia de la biblioteca —me interrumpí, al darme cuenta de la función que tendrían esos vídeos en la práctica: reemplazarme—. Puedo ayudarte a elegirlos, si quieres —me ofrecí—. Me llamas cuando los hayas visto y los comentaremos.

—También podrías verlos conmigo.

—No voy a permitir que tus padres me paguen por ver películas —le espeté.

—Mack, no pasa nada.

—Sí que pasa. Estás acostumbrado a tirar el dinero. No todo el mundo se puede permitir ese lujo, y tus padres me caen demasiado bien como para aprovecharme de ellos.

—Bien, renegociaremos la tarifa de las películas. Problema resuelto.

A su modo de ver, todo era la mar de sencillo, como si no nos separara una inmensa, enorme distancia social y fuera lo más normal del mundo que viéramos una película juntos en su casa.

—Mmm… supongo que podría funcionar —dije, incómoda.

¿Qué iba a decir? «Logan, los populares, Chelsea en particular, nos van a hacer la vida imposible si piensan que estamos juntos. Bromearán diciendo que has “caído muy bajo” y se meterán conmigo en los vestuarios. Solo te lo digo para que lo sepas».

Habría sonado fatal. Al fin y al cabo, aquello era el instituto, no el sistema de castas hindú, según el cual los intocables tienen prohibido «contaminar» a las clases altas. Vale… quizás no hubiera tanta diferencia entre ambos sistemas, pero era absurdo que se hiciera tanto hincapié en la diferencia entre populares e invisibles. Éramos dos adolescentes que asistían a la misma clase de Historia. Punto final.

Logan no pareció advertir mis dudas y tomó un gran bocado de pollo kung pao. Hambrienta, ataqué mi plato y me puse a anotar propuestas de estudio.

—Deberíamos sacar algunos libros infantiles de la biblioteca.

Logan enarcó una ceja.

—Sé leer, de verdad.

—Los libros infantiles tienden a resumir mejor la materia. A menudo los uso para repasar.

Sonrió.

—Tienes memoria fotográfica pero lees libros para niños antes de los exámenes de selectividad.

—Memoria casi fotográfica, y siempre va bien repasar lo más básico. En el entrenamiento de hockey, sigues trabajando tu postura, ¿no? El principio es el mismo.

—Eres una chica rara.

Lo miré extrañada, sin llegar a meterme en la boca el trozo de brócoli que acababa de pinchar.

—¿En qué sentido?

—Eres capaz de recitar de memoria toda una lista de personas que sufren dislexia, lees libros para niños y te vuelve loca la comida china.

Me encogí de hombros.

—Todo eso no me parece tan raro. Pensaba que te referías a mis problemas de equilibrio y a mi costumbre de parlotear cuando tus amigos andan cerca.

—Ahora que lo mencionas…, ¿a qué se debe?

—¿A qué se debe qué?

—¿Por qué te pone tan nerviosa la gente? Cuando te relajas no resultas tan… eh…

—¿Patosa? —apunté.

—Amenazadora.

Lo miré boquiabierta.

—¿Yo? ¿Amenazadora? Sí, claro. Y Chelsea Halloway, en secreto, hace de voluntaria en un refugio de indigentes.

Logan se echó a reír pero enseguida recuperó la compostura.

—En serio, a veces intimidas a la gente.

—¿De verdad?

Era lo más alucinante que había oído desde que me había enterado de que me había hecho famosa.

—Sí. Sobre todo en clase —Logan hizo una imitación calcada de la voz profunda del señor Helm—. Ah, sí, Mackenzie, ¿podría explicar al resto de la clase qué es el timbre fiscal?

Me sonrojé.

—¡Vale, a lo mejor me tomo las clases muy en serio, pero eso no significa que intimide!

—¿Ah, no? —Logan se estaba animando—. ¿Y qué me dices de aquella vez que le gritaste a un sustituto?

—¡No le grité! —protesté—. Y aunque lo hubiera hecho, se lo merecía. Metió la pata hasta el fondo, pero se quedó allí tan fresco diciendo que él había ido a la universidad y yo no. Como si eso cambiara algo —me quedé callada un momento—. Tú no estabas en aquella clase. ¿Cómo te has enterado?

—Spencer me lo contó —me dijo con una sonrisilla petulante—. Dijo que te habías pasado mucho con el pobre tío.

—Era un capullo desinformado —meneé la cabeza con ademán asqueado.

—Y dices que no intimidas.

—Bueno, no es lo mismo que pertenecer al grupo de los populares.

—¿Al grupo de qué? —preguntó, y me sentí una idiota. Porque la regla número uno de nuestros apodos secretos es… que deben seguir siendo secretos.

—Tú, popular —hice un gesto con el tenedor—. Yo, invisible —me comí otro trozo de brócoli—. O al menos lo era. Ahora el doctor Phil quiere hablar conmigo.

Logan estuvo a punto de atragantarse con la Coca-Cola.

—¿El doctor Phil te ha llamado?

—Algo así. No tengo muy claros los detalles. Dylan me envió un mensaje de texto diciendo algo de ir al Show del Dr. Phil o a El debate.

Dejé el tenedor. La idea de aparecer en la televisión nacional me había quitado el apetito.

—¿Y no quieres hacerlo? —preguntó Logan.

—¡Claro que no! —lo miré fijamente—. Ya soy bastante friki sin necesidad de convertirme en la chica más patosa de América.

—No eres ninguna friki —me dijo Logan. Él no había perdido el apetito y observé con envidia cómo pinchaba el último trozo de pollo—. Rara, pero no friki.

—Vaya, pues gracias —respondí con sarcasmo, pero me sentí halagada. Logan Beckett no me consideraba una friki.