LA BATALLA DE KURSK
(ABRIL-AGOSTO DE 1943)
Rara vez una gran ofensiva ha resultado tan evidente para el enemigo como la «Operación Ciudadela» de los alemanes que pretendía dejar incomunicada a la avanzadilla soviética instalada en los alrededores de Kursk. Los altos mandos de Stalin calcularon que los alemanes solo podrían permitirse un gran ataque, y la bolsa o saliente de Kursk era a todas luces el sector más vulnerable de sus líneas. Zhukov y Vasilevsky lograron persuadir a su impaciente líder de que la mejor estrategia era prepararse para esa doble acometida, frustrarla con una buena defensa y luego lanzarse ellos mismos a la ofensiva[1].
La concentración de fuerzas alemanas en abril de 1943 fue observada cuidadosamente por los vuelos de reconocimiento, por los destacamentos de partisanos situados detrás de las líneas y por los agentes soviéticos. Los ingleses les hicieron llegar un aviso basado en una interceptación de Ultra, pero oportunamente disfrazado para ocultar su fuente. El espía soviético John Cairncross suministró muchos más detalles. Pero la incertidumbre de Moscú se debió a las reiteradas dilaciones de los alemanes. El Generalfeldmarschall von Manstein quería que la operación se lanzara a primeros de mayo, en cuanto acabaran las lluvias de primavera, pero Hitler estaba nervioso, cosa poco habitual en él, y los retrasos fueron acumulándose.
El Führer estaba jugándose prácticamente todas sus reservas en aquella gigantesca jugada cuya finalidad era reducir el frente y volver a tomar la iniciativa, convenciendo de paso a aquellos de sus aliados que empezaban a dudar tras la derrota de Stalingrado y la retirada del Cáucaso. «La victoria en Kursk será un faro que ilumine a todo el mundo», proclamaba Hitler en su orden de 15 de abril[2]. Pero cuando se produjo la victoria de los Aliados en Túnez empezó a estudiar angustiosamente el mapa de Sicilia e Italia. «Cuando pienso en ese ataque», dijo a Guderian, «se me revuelve el estómago»[3].
Muchos oficiales de alta graduación tenían sus dudas sobre la ofensiva. Para compensar su inferioridad numérica, el ejército alemán había confiado siempre en la mejor de sus habilidades: llevar a cabo un Bewegungskrieg o guerra en movimiento. Pero daba la impresión de que la Ofensiva de Kursk podía acabar convirtiéndose en una batalla de desgaste. Como sucede en una partida de ajedrez en la que uno ha perdido ya varias piezas, los riesgos se multiplican en el momento en que se pierde la iniciativa y se intenta atacar de nuevo. La reina del ejército alemán, sus fuerzas acorazadas, estaba a punto de verse metida en una pelea más peligrosa para la Wehrmacht que para el Ejército Rojo, que en aquellos momentos gozaba de superioridad numérica y armamentística.
Los oficiales de estado mayor del OKW empezaron a manifestar sus dudas sobre la idea que se ocultaba tras la Operación Ciudadela, pero, absurdamente, eso mismo hizo que Hitler se mostrara más decidido a seguir adelante. Los planes de la operación cobraron impulso por sí solos. Hitler se sentía incapaz de dar marcha atrás. Despreció los informes de los vuelos de reconocimiento que hablaban de la fuerza de las defensas soviéticas, aduciendo que eran exagerados. Pero, pese a los deseos de Manstein de llevar a cabo un ataque lo antes posible, la Operación Ciudadela fue pospuesta todavía varias veces para permitir que llegaran al frente más tanques, como por ejemplo los nuevos Mark V Panther, cuya disponibilidad se había demorado a causa de los bombardeos. Al final la gran ofensiva no empezó hasta el 5 de julio.
El Ejército Rojo no desperdició el respiro que se le concedió. Sus formaciones y unos trescientos mil civiles movilizados fueron puestos a trabajar en la construcción de ocho líneas de defensa, con profundas zanjas para los tanques, búnkeres subterráneos, campos de minas, alambradas de espino y más de nueve mil kilómetros de trincheras. Al estilo típicamente soviético, a cada soldado se le asignaba la tarea de cavar cinco metros de trinchera cada noche, pues resultaba demasiado peligroso hacerlo de día. En algunos lugares las defensas llegaban casi a los trescientos kilómetros en la retaguardia. Todos los civiles que no participaran en las labores de cavado de las trincheras y que vivieran a veinticinco kilómetros del frente fueron evacuados. Por la noche se mandaban patrullas de reconocimiento para capturar alemanes con vistas a su ulterior interrogatorio. Esos grupos estaban formados por hombres seleccionados por su corpulencia y por su fuerza, para que se apoderaran sin dificultad de cualquier centinela o soldado encargado de llevar las raciones de comida. «A cada patrulla de reconocimiento se le asignaba un par de zapadores que debían guiar a sus compañeros a través de nuestros campos de minas y abrir para ellos un pasillo entre las trampas explosivas alemanas»[4].
Pero lo más importante es que en la retaguardia de la bolsa se reunió una gran fuerza estratégica de reserva llamada Frente de la Estepa, al mando del coronel general I. S. Konev. Incluía al V Ejército de Tanques de la Guardia, cinco ejércitos de fusileros, otros tres cuerpos de tanques y mecanizados y tres cuerpos de caballería. En total el Frente de la Estepa estaba compuesto por casi quinientos setenta y cinco mil hombres, y contaba con el apoyo del V Ejército del Aire. Los movimientos y las posiciones de estas formaciones fueron mantenidos en secreto en la medida de lo posible, para engañar a los alemanes en lo tocante a los preparativos del Ejército Rojo, que pretendía llevar a cabo un poderoso contraataque. Otras medidas de engaño incluían la concentración de más fuerzas en el sur y la construcción de aeródromos falsos para dar a entender que estaban haciéndose preparativos para una ofensiva en esa zona.
Normalmente una fuerza atacante necesita contar con una superioridad de tres a uno sobre los defensores, pero en julio de 1943 la situación existente era la inversa. Los grupos de ejército soviéticos implicados —el Frente Central de Rokossovsky, el Frente de Voronezh de Vatutin, el Frente del Sudoeste de Malinovsky y el Frente de la Estepa de Konev— sumaban en total un millón novecientos mil hombres. Las fuerzas alemanas que participaron en la Operación Ciudadela no pasaban de setecientas ochenta mil. Semejante situación supone que la apuesta era tremenda.
Los alemanes cifraban todas sus esperanzas en las cuñas de blindados, con la utilización de compañías de tanques Tiger como puntas de lanza para abrir un hueco en las líneas defensivas soviéticas. El II Cuerpo Panzer de la SS, que había reconquistado Kharkov y Belgorod en el mes de marzo, estaba reconstruyéndose. Reforzada principalmente por personal de tierra de la Luftwaffe, la I División Panzer SS Leibstandarte Adolf Hitler sometió a las tropas recién llegadas a un programa intensivo de adiestramiento. El SS Untersturmführer Michael Wittmann, que se convertiría en el principal héroe de las unidades panzer de toda la guerra, asumió en ese momento el mando de esta primera sección de tanques Tiger[5]. Pero a pesar de la superioridad indiscutible de los Tiger, las divisiones de granaderos acorazados de la Waffen-SS eran claramente conscientes de la inferioridad de sus pertrechos. La SS Das Reich tuvo incluso que equipar a una de sus compañías con tanques T-34 capturados al enemigo.
Las informaciones de Ultra, pasadas por Cairncross al Departamento de Inteligencia Exterior de la Unión Soviética a través de su agente en Londres, habían identificado también los aeródromos de la Luftwaffe en la región[6]. Habían sido concentrados en ella unos dos mil aviones, el grueso de los que se habían quedado en el frente oriental después de que muchas escuadrillas fueran enviadas a Alemania para defender al país de las fuerzas aéreas aliadas. Los regimientos de aviación del Ejército Rojo habían podido así lanzar ataques preventivos a comienzos de mayo, destruyendo, al parecer, más de quinientos aparatos en tierra. La Luftwaffe sufría además falta de combustible, lo que limitaba su capacidad de apoyo a las tropas atacantes.
Los problemas de aprovisionamiento de los alemanes habían ido aumentando con la feroz campaña lanzada por los partisanos en la retaguardia de la Wehrmacht. Algunas zonas, como por ejemplo los bosques situados al sur de Leningrado y grandes áreas de Bielorrusia, eran controladas casi en su totalidad por las fuerzas partisanas, dirigidas en aquellos momentos por Moscú. La violencia de las batidas de los alemanes contra los partisanos se intensificó. El SS Brigadeführer Oskar Dirlewanger y su grupo, formado por delincuentes liberados, incendiaron y exterminaron poblados enteros. Con vistas a la Ofensiva de Kursk, se decidió que los grupos partisanos soviéticos quedaran de reserva y que atacaran las líneas férreas para ralentizar los abastecimientos.
Las continuas dilaciones de la ofensiva alemana animaron a algunos oficiales impacientes, como el coronel general Vatutin, a plantear que no había que esperar más. Antes bien, el Ejército Rojo debía lanzar su propio ataque. Zhukov y Vasilevsky por su parte tuvieron que calmar de nuevo a Stalin y convencerle de que debían ser pacientes. Defendiéndose acabarían con muchos más alemanes que atacando, y además con menos pérdidas. Stalin no estaba del mejor humor, tras enterarse por Churchill a comienzos de junio de que la invasión aliada del norte de Francia había sido pospuesta de momento hasta mayo del año siguiente, 1944.
El dictador soviético estaba también irritado por el escándalo internacional que había suscitado el asesinato masivo de prisioneros de guerra polacos en el bosque de Katyń y en otros lugares. A finales de abril, cuando se enteraron de la existencia de aquella gigantesca fosa común, los alemanes invitaron a una comisión internacional de médicos de los países aliados y ocupados a examinar las pruebas. El gobierno polaco en el exilio en Londres exigió una investigación exhaustiva por parte de la Cruz Roja Internacional. Stalin insistió airadamente en que las víctimas habían muerto a manos de los alemanes, y que quien dudara de ello estaba «ayudando a Hitler y se convertía en su cómplice». El 26 de abril, Moscú cortó sus relaciones diplomáticas con el gobierno polaco de Londres. La muerte del general Sikorski el 4 de julio se debió a un trágico accidente, cuando la carga del bombardero Liberator a bordo del cual se encontraba se desplazó hacia la parte de atrás en el momento del despegue, pero tras las noticias llegadas acerca de Katyń y las exigencias de que se llevara a cabo una investigación exhaustiva planteadas por Sikorski, es natural que los polacos sospecharan que había sido un sabotaje[7].
El 15 de mayo, aparentemente en un intento de tranquilizar a los ingleses y especialmente a los Estados Unidos, que le proporcionaban una ayuda muy necesaria a través del programa de Préstamo y Arriendo, Stalin anunció que había abolido la Comintern. Pero este gesto también tenía por objeto distraer la atención del escándalo por los asesinatos de Katyń. En realidad la Comintern, dirigida por Georgi Dimitrov, Dmitri Manuilsky y Palmiro Togliatti, simplemente continuó operando desde la Sección Internacional del Comité Central.
El 4 de julio por la tarde, que había sido un día caluroso y húmedo con estallidos ocasionales de tormentas, las unidades de granaderos acorazados alemanes de la división Grossdeutschland y de la 11.ª División Panzer iniciaron finalmente los ataques de tanteo contra las posiciones avanzadas soviéticas en el sector sur de Belgorod. Por la noche, las compañías de ingenieros alemanas del IX Ejército de Model empezaron a cortar las alambradas y a retirar las minas del sector norte. Previamente los rusos habían capturado e interrogado a un soldado alemán. La información obtenida se hizo llegar al general Rokossovsky, comandante en jefe del Frente Central. Se supo así que la Hora H estaba prevista para las 03:00 horas. Rokossovsky dio inmediatamente la orden de efectuar un bombardeo masivo con cañones, morteros pesados y lanzacohetes Katiusha para acosar al IX Ejército de Model. Zhukov llamó por teléfono a Stalin para decirle que finalmente había dado comienzo la batalla.
Las fuerzas de Vatutin, situadas en la parte sur de la avanzadilla, también habían interrogado a un prisionero alemán y poco después iniciaron el fuego preventivo contra el IV Ejército Panzer de Hoth. Tanto el IX como el IV Ejército Panzer se vieron obligados a demorar sus ataques unas dos horas. Se preguntaron incluso si los soviéticos no estarían a punto de lanzar su propia ofensiva. Aunque los alemanes sufrieron relativamente pocas bajas en estos bombardeos, supieron con certeza que el Ejército Rojo estaba preparado y que los esperaba en sus líneas de avance. Combinado con la fuerte tormenta que se desencadenó, aquel comienzo no resultaba demasiado alentador.
Al romper el alba, la aviación del Ejército Rojo lanzó una serie de ataques preventivos contra los aeródromos alemanes, pero prácticamente no encontraron en ellos ningún aparato. Los aviones de la Luftwaffe habían despegado antes y no tardó en comenzar una tremenda batalla aérea, con ventaja de los pilotos alemanes. A la orden de Panzer marsch!, las puntas de lanza acorazadas iniciaron su avance a las 05:00. En el sector sur, las «cuñas» de Hoth estaban formadas por tanques Tiger y gigantescos cañones de asalto montados sobre furgones, con los Panther y los Panzer IV en los flancos y la infantería tras ellos. Pronto se comprobó que los Panther, recién traídos deprisa y corriendo de las líneas de producción en Alemania, eran mecánicamente poco fiables, y que muchos se incendiaban. Pero aunque del total de dos mil setecientos tanques que participaron en la Operación Ciudadela los Tiger eran menos de doscientos, suponían una máquina destructiva formidable.
Parece que la moral de los alemanes estaba bastante alta. «Creo que esta vez los rusos van a llevarse una buena paliza», escribió un Fahnenjunker de un batallón de baterías antiaéreas[8]. Y un suboficial de la 19.ª División Panzer pensaba que las explosiones y los cazas soviéticos abatidos «ofrecerían unas imágenes maravillosas para los noticiarios cinematográficos, solo que probablemente nadie querrá creerlo»[9]. Los oficiales habían intentado también mantener alta la moral de sus hombres con otra idea. Stalin estaba cada vez más enfadado con Inglaterra por no abrir el Segundo Frente. «Si no se produjera pronto una cosa así», decía un soldado de la 36.ª División de Infantería, «será él quien no tarde en hacernos proposiciones de paz»[10].
Hoth había atacado el sector sur con tres puntas. Por la izquierda la 3.ª y la 11.ª División Panzer flanqueaban a la División de Granaderos Acorazados Grossdeutschland. En el centro, se desplegó el II Cuerpo Panzer SS del Obergruppenführer Paul Hausser, junto con las divisiones de granaderos acorazados Leibstandarte Adolf Hitler, Das Reich y Totenkopf. Y por la derecha, la 6.ª, la 19.ª y la 7.ª División Panzer guiaban al III Cuerpo Panzer. Por detrás de ellas, desde la derecha, el Destacamento de Ejército Kempf atacó al sur de Belgorod, intentando cruzar al norte del río Donets. Por el norte, la ofensiva central de Model contra Ponyri estuvo formada por dos cuerpos acorazados, cada uno encabezado por un batallón de tanques Tiger y formidables cañones autopropulsados Elefant, también llamados Ferdinand.
El terreno abierto ondulado que se abría ante ellos, con unos pocos bosques y unos cuantos poblados agrícolas, quizá ofreciera un paisaje ideal para los tanques, pero las tripulaciones de los blindados no tardaron en darse cuenta de que resultaba muy difícil localizar los centenares de cañones antitanque que había escondidos. Estaban asociados a las divisiones adelantadas del Ejército Rojo que habían recibido la orden de sacrificarse asumiendo la embestida de las puntas de lanza blindadas de los alemanes en una batalla de desgaste. Delante de muchas posiciones habían sido escondidas bombas de artillería pesada para ser detonadas por control remoto.
Haciendo sonar sus sirenas, los Stuka de alas de gaviota se lanzaron torpemente en picado contra las posiciones soviéticas y los tanques T-34 semienterrados. El as de la aviación Hans Rudel aprovechó para experimentar una invención propia, el «pájaro cañón», con dos piezas de artillería de 37 mm incrustadas debajo de las alas. No tardaron en convertirse en su objetivo otros T-34, camuflados de manera muy poco convincente como almiares. Los miembros de las tripulaciones de los acorazados que sobrevivieron al impacto de las bombas «casca-tanques» tuvieron que salir arrastrándose a duras penas entre la paja ardiendo[11]. Los soldados alemanes quedaron asombrados de su efectividad. «Nuestra Luftwaffe es realmente fantástica», decía en una carta a su familia un Hauptfeldwebel de la 167.ª División de Infantería. «Y ahora que el enemigo está hundido, nuestros blindados pueden avanzar a todo gas»[12].
Los cañones antitanque soviéticos, en cambio, estaban mejor camuflados. Los artilleros experimentados a menudo esperaban a disparar contra un blindado hasta que lo tenían a escasos veinte metros de distancia. En el sector norte, al oeste de Ponyri, por donde se lanzaron los Tiger, Vasily Grossman oyó cómo los obuses antitanque de 45 mm «daban en ellos, pero salían rebotados como si fueran guisantes. Ha habido casos en que los artilleros se han vuelto locos al ver semejante espectáculo», añadía. A su juicio, las cosas no fueron mejor en el sector sur. «Un soldado encargado de fijar la puntería disparó a quemarropa contra un Tiger con un cañón de 45 mm. Los proyectiles salieron rebotados. El artillero perdió la cabeza y se lanzó contra el Tiger»[13].
Aunque la mayoría de los obuses antitanque rebotaban contra el pesado blindaje frontal de los Tiger, sus orugas eran vulnerables a las minas. Con una valentía suicida, los zapadores soviéticos se apostaban en su ruta con las minas antitanque que les habían sobrado para colocarlas a su paso. Los soldados del Ejército Rojo se acercaban también a rastras para lanzar granadas, cargas explosivas y cócteles Molotov.
Temiendo que el enemigo hiciera un avance en toda regla al oeste de Ponyri, Rokossovsky envió algunas brigadas antitanque, así como de artillería y de morteros. Mandó llamar también a los cazas del XVI Ejército del Aire para que se enfrentaran a los bombarderos y los Messerschmitt alemanes, pero habían quedado muy maltrechos. Los altos mandos nazis quedaron perplejos al comprobar que no habían causado sorpresa alguna, y que los soldados soviéticos no huían ante la acometida de sus blindados. A pesar de las numerosas bajas sufridas, las puntas de lanza alemanas lograron avanzar hasta una profundidad de casi diez kilómetros por un frente de quince. Rokossovsky se dispuso a contraatacar al día siguiente, pero el caos reinante en aquel enorme campo de batalla hizo que resultara difícil la coordinación.
Los combates aéreos fueron igualmente despiadados, con la 6.ª Luftflotte y el XVI Ejército del Aire ruso poniendo en juego prácticamente todos los aparatos en condiciones de volar que tenían a su alcance. Aviones Focke-Wulf, Stuka y Messerschmitt se enzarzaron con los Shturmovik, los Yak y los Lavochkin. En algunas ocasiones, los pilotos soviéticos, desesperados, sencillamente embestían a los aviones alemanes.
Los combates aéreos sobre el IV Ejército Panzer de Hoth, al sur de la avanzadilla, fueron incluso más encarnizados. La 4.ª Luftflotte de la Luftwaffe, que se había librado por los pelos del ataque preventivo de la aviación soviética al amanecer, infligió graves pérdidas a sus atacantes. La campaña de Kursk ha sido presentada desde hace mucho tiempo, utilizándose a veces cifras desproporcionadas, como la batalla de carros más grande de la historia, pero los enfrentamientos aéreos pueden situarse entre los más intensos de toda la Segunda Guerra Mundial.
Al sur, el avance de la División Grossdeutschland quedó atascado en un campo de minas convertido traicioneramente en un barrizal por la tormenta que había descargado la noche anterior. Los batallones de zapadores enviados en ayuda de los tanques fueron objeto de un fuego intensísimo, y solo una carga a la desesperada de los granaderos acorazados a pie logró eliminar las defensas soviéticas que protegían el campo de minas. Se tardó todavía varias horas en liberar los blindados atascados y en despejar caminos seguros en medio de la zona de peligro. Para socavar aún más la moral de los alemanes, una brigada de los nuevos tanques Panther que habían acudido a apoyarlos empezó otra vez a sufrir averías mecánicas. El problema no se limitaba a los Panther. «Mi división ya está casi hecha polvo», decía en su carta un suboficial de la 4.ª División Panzer. «Fallos de los semiorugas muchísimos, y los de los panzer no son menos. Tampoco los Tiger son el príncipe azul»[14]. Pero el avance se reanudó.
El tártaro Reshat Zevadinovich Sadredinov formaba parte de una batería antiaérea cuyos cuatro cañones habían sido puestos fuera de combate por los Stuka. El centeno que había a su alrededor, de una altura ya considerable, estaba ardiendo. Los artilleros se habían escondido en búnkeres bajo tierra cuando los tanques alemanes los rebasaron. Al salir de su escondite, los soldados del Ejército Rojo descubrieron que se encontraban muy por detrás de la zona de combate. Sadredinov y sus compañeros cogieron los uniformes de unos alemanes muertos y se los pusieron encima de los suyos. Los centinelas los interceptaron cuando se aproximaban a las líneas soviéticas. Cuando los soldados del Ejército Rojo se dieron cuenta de que eran rusos vestidos con uniformes alemanes gritaron: «¡Hijos de puta! ¡Sois hombres de Vlasov!», y les dieron una buena paliza. Sadredinov y sus compañeros lograron finalmente demostrar su identidad cuando se les permitió contactar con el jefe de estado mayor de su división[15].
«La Luftwaffe estaba bombardeándonos», cuenta Nikifor Dmitrievich Chevola, al mando de la 27.ª Brigada Antitanque, enviada a luchar contra la división Grossdeutschland. «Nos encontrábamos allí, en medio del fuego y del humo, pero mis hombres se pusieron furiosos. Seguían disparando, sin prestar atención a todo aquello». Los cazas Messerschmitt o «Messer», como los llamaban los soldados del Ejército Rojo, ametrallaban las trincheras de un extremo a otro. Incluso después de ser heridos varias veces, los hombres no se retiraban a los puestos de socorro. «El estruendo era constante, la tierra temblaba, a nuestro alrededor todo ardía. Nosotros chillábamos. Con las comunicaciones por radio, los alemanes intentaban engañarnos. Decían a gritos por la emisora: “¡Soy Nekrasov, soy Nekrasov!”. [El coronel I. M. Nekrasov estaba al mando de la 52.ª División de Fusileros de la Guardia, lindante con su sector]. Yo contesté gritando también: “¡Mentira! ¡No lo eres! ¡Vete a la mierda!”. Confundían nuestras voces con sus chillidos»[16].
«Fue una batalla cara a cara», decía un soldado encargado de fijar la puntería del cañón llamado Trofim Karpovich Teplenko. «Era como un duelo, cañón antitanque contra tanque. Al sargento Smirnov le arrancaron la cabeza y las piernas. Recogimos la cabeza y también las piernas, las metimos en una pequeña zanja y las cubrimos con tierra». El polvo de la tierra negra y el humo de la cordita volvían la comida de color gris oscuro; eso suponiendo que llegaran las raciones. Y durante los escasos momentos de calma que se producían en el combate, a los hombres les costaba trabajo conciliar el sueño en silencio. «Cuanto más silencio, más tensión se siente», explicaba el teniente coronel Chevola[17].
Unos diez kilómetros al este, el II Cuerpo Panzer SS, apoyado por una brigada de lanzacohetes Nebelwerfer, había aplastado a la 52.ª División de Fusileros de la Guardia de Nekrasov. Detrás de los tanques de cabeza, equipos de lanzallamas avanzaban despejando los búnkeres y las trincheras. La suya era una misión casi suicida, pues atraían inmediatamente los disparos del enemigo. Cuando salían airosos de ella, sus chorros de llamas dejaban tras de sí un olor insoportable a carne quemada y a petróleo.
Por la izquierda, la división Leibstandarte fue la que más avanzó en dirección a Prokhorovka, mientras la Das Reich y la Totenkopf progresaban por la derecha hacia el nordeste. Pero incluso la Leibstandarte fue frenada aquella tarde por otra brigada antitanques que acudió a defender la línea. Treinta kilómetros al sudeste, el Destacamento de Ejército Kempf, que había cruzado el Donets al sudeste de Belgorod, solo logró cosechar algunos éxitos menores. Su objetivo de avanzar para proteger el flanco derecho de Hoth iba a resultar a todas luces difícil.
Los tripulantes de los tanques alemanes, especialmente los cargadores, a menudo sufrieron golpes de calor en aquel día tórrido. Los Tiger habían sido adaptados para dar cabida a ciento veinte obuses de 88 mm en vez de noventa. Los objetivos eran tantísimos que los cargadores, obligados a trabajar con toda rapidez dentro de los sofocantes límites de la torreta, caían agotados. En algunos casos, hubo que reponer los pertrechos de los tanques dos o tres veces al día, y distribuir los proyectiles en su interior resultaba también muy fatigoso, incluso contando con ayuda. Un corresponsal de guerra alemán que había sido agregado a una compañía de Tiger estuvo a punto de enloquecer debido a los crujidos y chirridos que se oían por los auriculares, al constante tableteo de las ametralladoras y al grave retumbo del armamento más pesado.
Tras apoyarse primordialmente en sus unidades antitanque durante el primer día de combate, Vatutin empezó a servirse del I Ejército de Tanques del teniente general Katukov y dos cuerpos de carros blindados de la guardia para reforzar la segunda gran línea de defensa. Aunque su decisión de utilizar estas reservas acorazadas en labores defensivas, y no en un gran contraataque, sería criticada más tarde, es casi seguro que Vatutin acertó en su elección. Un ataque en masa a campo abierto las habría expuesto al fuego de los Tiger, cuyos cañones de 80 mm podían dejar fuera de combate a los T-34 soviéticos incluso a dos kilómetros de distancia, mucho antes de que estos tuvieran a su alcance a los panzer. Un tripulante de un Tiger consiguió quitar de en medio a veintidós tanques soviéticos en menos de una hora, hazaña que supuso para el oficial a su mando la concesión inmediata de una Cruz de Caballero.
Durante el 6 de julio, mientras el terreno pantanoso y la fiera resistencia que encontró frenaron el avance de la división Grossdeutschland por la izquierda, la Leibstandarte penetró más al norte junto con la Das Reich, rompiendo la segunda línea de defensa. Pero sus flancos quedaron expuestos y la presión de los rusos por el oeste las obligó a apartarse de su línea de avance hacia el norte. Esta circunstancia las empujó hacia el nordeste, en dirección al empalme ferroviario de Prokhorovka.
Mientras tanto, en el sector norte, las unidades del IX Ejército de Model sufrieron graves pérdidas. Su infantería, incluso los granaderos acorazados, no había sido capaz de seguir el ritmo marcado por las cuñas de blindados. Los soldados de infantería soviéticos, que habían permanecido ocultos, tendieron una emboscada a los gigantescos cañones autopropulsados Elefant, mientras los zapadores continuaban poniendo minas a su paso. Para desesperación de los alemanes, ni siquiera aquellos monstruos causaban en las tropas soviéticas el famoso Panzerschreck o pánico ante los blindados.
En la batalla de tanques que se libró en torno a la estación de Ponyri el 7 de julio, «todo estaba en llamas, los vehículos y las personas». Casi todas las viviendas y los poblados en varios kilómetros a la redonda habían sido incendiados y arrasados. Los soldados del Ejército Rojo quedaron horrorizados ante las terribles quemaduras sufridas por los tripulantes de los tanques que veían pasar ante ellos. «Un teniente, herido en la pierna y con una mano arrancada, estaba al mando de la batería atacada por los tanques. Cuando se detuvo la acometida del enemigo, se pegó un tiro pues no quería seguir vivo siendo un tullido»[18]. La mutilación era lo que más temían los soldados del Ejército Rojo. Y no es de extrañar, si tenemos en cuenta la forma en que eran tratados sus colegas discapacitados. Los veteranos que habían perdido algún miembro eran llamados cruelmente los «samovares».
Model se dio cuenta de que, aunque sus fuerzas habían conseguido avanzar más de doce kilómetros en un sector al oeste de Ponyri, las líneas de defensa soviéticas eran más profundas de lo que se habían imaginado. Rokossovsky también estaba preocupado. El contraataque de sus tanques, planeado para el amanecer, no había logrado cuajar. Lo más que pudo fue ordenarles que ocuparan posiciones de no visibilidad para reforzar la línea. Y menos mal que así lo hizo, pues Model había decidido lanzar al ataque al grueso de su reserva en un intento desesperado de internarse en la zona.
Los intensos combates que continuaron por el norte hasta la noche del 8 de julio acabaron por completo con las puntas de lanza acorazadas de Model. A pesar de las terribles pérdidas sufridas por los defensores, la superioridad numérica del Ejército Rojo en materia de tanques y de cañones antitanque era demasiado grande. Sus aviones de ataque a tierra Shturmovik empezaron también a cebarse en los panzer y en los cañones de asalto alemanes. El IX Ejército de Model había perdido cerca de veinte mil hombres y doscientos tanques[19]. Una vez que quedó patente que la embestida del enemigo empezaba a perder fuelle, Rokossovsky y el general Popov del Frente de Briansk comenzaron los preparativos para efectuar los contraataques contra el saliente de Orel previstos para el 10 de julio. La acción sería llamada Operación Kutuzov, en memoria del gran general ruso de 1812.
En el lado sur del saliente de Kursk, los ejércitos de Vatutin estaban en peligro. La Stavka había supuesto que los alemanes llevaran a cabo su principal acometida contra el flanco norte, pero en realidad esta se había producido al sur, por medio del IV Ejército Panzer de Hoth. Daba la impresión de que la incursión alemana en dirección a Prokhorovka, dirigida por el II Cuerpo Panzer, iba a verse coronada por el éxito, imponiéndose incluso al I Ejército de Tanques de la Guardia de Katukov, que había acudido a realizar labores defensivas. El 6 de julio por la noche, Vatutin, respaldado por el general Vasilevsky, el representante de la Stavka, pidió a Moscú que le suministrara urgentemente refuerzos.
La situación se consideró tan seria que el Frente de la Estepa de Konev recibió la orden de prepararse para ponerse en marcha, y se decidió que el V Ejército de Tanques de la Guardia del teniente general Pavel Rotmistrov acudiera inmediatamente en apoyo de Vatutin. Por orden personal de Stalin, el II Ejército del Aire debía encargarse de cubrirlo durante su marcha de trescientos kilómetros a plena luz del día, pues las nubes de polvo levantadas por las columnas de tanques atraerían rápidamente a la Luftwaffe.
El V Ejército de Tanques de la Guardia, cuyas columnas avanzaban por la estepa en una línea de treinta kilómetros de ancho, se puso en marcha el 7 de julio a primera hora de la mañana. «A medio día», escribe Rotmistrov, «se levantó una espesísima nube de polvo, que depositó una sólida capa de tierra sobre los matorrales que bordeaban el camino, sobre los campos de grano, sobre los tanques y sobre los camiones. El disco del sol, de color rojo oscuro, era casi invisible. Los tanques, los cañones autopropulsados, los tractores de artillería, los transportes del personal de blindados y los camiones avanzaban en un torrente interminable. Las caras de los soldados estaban negras de polvo y del humo de los tubos de escape. Hacía un calor insoportable. Los soldados sufrían la tortura de la sed, y la camisa, empapada de sudor, se les pegaba al cuerpo»[20].
La monstruosa batalla a lo largo del lado sur del saliente de Kursk continuó durante el día 7 de julio, con una feroz defensa y la autoinmolación por parte de los soviéticos de las divisiones de fusileros, las brigadas de tanques y las unidades antitanques del VI Ejército de Guardias y del I Ejército de Tanques de la Guardia. Las fuerzas de Hoth veían que, apenas acababan con una división, aparecía otra justo detrás de ella para cortarles el paso. No había tiempo para enterrar a los muertos, cubiertos de moscas. Los hombres de uno y otro bando enloquecían de miedo, víctimas de la tensión y del inhumano fragor de la batalla. Un soldado alemán se puso incluso a bailar el cancán hasta que sus compañeros se lo llevaron. En un momento determinado dio la impresión de que la división Grossdeutschland estaba a punto de llevar a cabo un importante avance hacia Oboian, pero luego se encontró con una brigada del VI Cuerpo de Tanques, que se cruzó en su camino justo a tiempo. Las divisiones de la SS Leibstandarte y Das Reich lograron subir por la carretera de Prokhorovka por el flanco oriental del VI Ejército de Guardias, pero tuvieron que repeler continuos contraataques contra sus flancos desguarnecidos.
Los pilotos de la Luftwaffe quitaron de en medio a grandes cantidades de aviones soviéticos. Un as de la aviación, el piloto de cazas Erich Hartmann, abatió solo ese día siete, y luego se convertiría en el piloto con los porcentajes de éxito más altos de toda la guerra, con trescientos cincuenta y dos derribos. Los aviadores del Ejército Rojo también consiguieron algunos éxitos. En el sector sur destruyeron alrededor de cien cazas y bombarderos. La Luftwaffe, que había cifrado su prioridad en prestar apoyo en tierra a las tropas, no fue capaz de entablar combate con tantos aparatos enemigos como habría querido, y además la escasez de combustible la obligó a racionar el número de sus salidas. Los soviéticos empezaron a alcanzar por primera vez la superioridad aérea en la batalla y poco después empezaron a bombardear los aeródromos alemanes cada noche. No obstante, a pesar de las terribles bajas sufridas, uno de los pilotos de Rudel escribía que estaban en el aire otra vez antes del amanecer. «Con el espíritu inquebrantable del Stuka lanzamos en picado nuestros pájaros contra el enemigo y además arrojamos nuestras bombas portadoras de destrucción»[21].
El 8 de julio, Hausser trasladó la División Totenkopf de la SS del flanco derecho de su cuerpo panzer al izquierdo, para que contribuyera al progreso de su línea de avance abandonando la dirección de Prokhorovka y volviendo a tomar la de Oboian, en la carretera de Kursk. Mientras el cuerpo de tanques volvía a desplegarse, el X Cuerpo de Tanques soviético lanzó un ataque, pero tan descoordinado que fue repelido con graves pérdidas. Y el II Cuerpo de Tanques soviético, que supuestamente debía aplastar el flanco desguarnecido del Cuerpo Panzer de la SS, fue machacado por los aviones «casca-tanques» Henschel HS-109, armados con cañones de 30 mm. Las divisiones de Hausser (incluyendo tal vez en su cuenta las piezas cobradas por la Luftwaffe) afirmarían después que aquel día destruyeron ciento veintiún blindados soviéticos.
El 9 de julio el II Cuerpo Panzer de la SS emprendió el ataque contra la última línea de defensa de Vatutin. «Los que llevaban uniforme de camuflaje [de la SS] combatieron extraordinariamente bien», reconocería uno de los defensores soviéticos del VI Ejército de Guardias[22]. Aunque completamente agotados, los tripulantes de los panzer siguieron adelante a fuerza de pastillas de Pervitin (metanfetamina), que amortiguaban la sensación de peligro y al mismo tiempo los mantenían despiertos. Hausser esperaba también contar con apoyo en su flanco derecho, pero el Destacamento de Ejército Kempf seguía luchando contra una decidida resistencia al este de Belgorod, mientras su flanco derecho se veía amenazado por el VII Ejército de Guardias del general Shumilov.
Un regimiento de granaderos acorazados de la División SS Totenkopf llegó al río Psel. Pero el avance del resto del II Cuerpo Panzer de la SS fue frenado por las divisiones soviéticas enviadas para mantener en combate al VI Ejército de Guardias y al I Ejército de Tanques de la Guardia. A última hora de la tarde, los mandos alemanes decidieron cambiar una vez más el eje de avance de Hausser, dirigiéndolo de nuevo a Prokhorovka. Los alemanes esperaban que el Destacamento de Ejército Kempf, que hasta entonces había avanzado con mucha lentitud por la derecha, lo hiciera ahora más deprisa.
El 10 de julio, el día en que los Aliados desembarcaron en Sicilia, el I Ejército de Tanques y lo que quedaba del VI Ejército de Guardias siguieron frenando los ataques sobre el eje de Oboian, aunque con unos costes altísimos. Esta situación hizo que el XLVIII Cuerpo Panzer del general Otto von Knobelsdorff estuviera demasiado ocupado y no pudiera colaborar con Hausser en su avance hacia Prokhorovka. La división Grossdeutschland estaba completamente agotada, pero sus granaderos acorazados lograron todavía tomar dos colinas de importancia capital con su regimiento acorazado al mando del conde Hyazinth Strachwitz, llamado el Panzer-Kavallerist (el «Soldado de Caballería de los Blindados»), el primero en llegar al Volga al norte de Stalingrado. La ciudad de Oboian era visible con toda claridad a través de los prismáticos, pero los alemanes tenían la sensación de que no iban a llegar nunca a ella. Para Strachwitz aquella debía de ser una sensación bien conocida ya. En 1914 su patrulla de caballería había tenido París a la vista, hasta que se produjo el contraataque de los franceses en el Marne.
Las divisiones SS de Hausser no lograron avanzar hacia Prokhorovka con tanta rapidez como querían, sobre todo porque muchos regimientos se vieron enzarzados en luchas por todos lados. Pero la Leibstandarte consiguió adelantarse con una parte de la división Das Reich, a pesar de la tormenta de fuego de artillería con la que se encontró. La división SS Totenkopf había logrado cruzar el río Psel cinco kilómetros a la izquierda, pero le cortó el paso la desesperada defensa soviética de una colina situada más allá, lo que la impidió ascender por el valle hacia el nordeste. No obstante, el terreno húmedo ya se había secado. «En estos momentos hace mucho calor aquí», decía un médico en una carta a sus familiares, «y el polvo que cubre los caminos llega hasta las rodillas. Tendríais que verme la cara, con una costra de polvo de un milímetro de espesor»[23]. Para los pilotos de los Stuka, el ritmo de las salidas de ataque no aflojaba nunca. «En cinco días he realizado treinta misiones de combate; en total llevo ya doscientas ochenta y cinco», escribía un teniente. Estaban desempeñando un papel decisivo en las grandes batallas de los tanques, añadía[24].
El 11 de julio, Vatutin volvió a desplegar su línea de defensa al sudoeste de Prokhorovka, sacando divisiones nuevas del V Ejército de Guardias para bloquear el avance del II Cuerpo Panzer de la SS. Kempf, que estaba muy presionado por Manstein para que llevara a cabo un avance en toda regla, recurrió a los Tiger del 503.º Batallón de Tanques Pesados (Schwere-Panzer-Abteilung) y de la 6.ª División Panzer para rebasar las defensas de dos divisiones de fusileros soviéticas. Un Obergefreiter de la 6.ª División Panzer decía en una carta que llevaban cinco días sin salir de sus tanques. «Los rusos nos obligan a dar el callo, pues en estos tres meses de tranquilidad han tenido tiempo suficiente para construirse una línea de defensa como no habíamos visto otra hasta ahora»[25]. La 19.ª División Panzer se lanzó también hacia el norte al otro lado del Donets, dirigiéndose a Prokhorovka.
Vatutin, consciente de esta amenaza y vigilado de cerca por el mariscal Vasilevsky, que permanecía constantemente en contacto con Stalin, dijo al general Rotmistrov que desplegara su V Ejército de Tanques de la Guardia en cuanto llegara. Pero aquella tarde, en una visita de reconocimiento al frente en compañía de Vasilevsky, Rotmistrov vio a través de los prismáticos que los tanques que habían divisado en la distancia eran alemanes. El II Cuerpo Panzer de la SS, con un movimiento repentino, había alcanzado ya el punto desde el que Rotmistrov había pensado lanzar al día siguiente su contraataque. Regresó lo más deprisa que pudo en su jeep conseguido gracias al programa de Préstamo y Arriendo para actualizar sus planes.
En compañía de su estado mayor Rotmistrov trabajó toda la noche preparando nuevas órdenes pero, a las cuatro de la mañana del 12 de julio, Vatutin le comunicó que la 6.ª División Panzer se aproximaba al río Donets a la altura de Rzhavets. Eso significaba que el Destacamento de Ejército Kempf había rebasado por el flanco al LXIX Ejército ruso y que podía amenazar la retaguardia de su V Ejército de Tanques de la Guardia.
Efectivamente, un Kampfgruppe de la 6.ª División Panzer se había colado ya aprovechando la oscuridad y había llegado a Rzhavets utilizando un T-34 que habían capturado para encabezar su columna. Aunque los ingenieros del Ejército Rojo volaron el puente sobre el Donets, en la confusión quedó intacto un pequeño puente peatonal, de modo que los granaderos acorazados ya habían cruzado el río al amanecer. Un Kampfgruppe de la 19.ª División Panzer se apresuró a venir en su ayuda para reforzarlos, pero la Luftwaffe no fue informada del éxito obtenido en Rzhavets y una formación de Heinkel 111 bombardeó la cabeza de puente, hiriendo al Generalmajor Walther von Hünersdorff, al mando de la 6.ª División Panzer, y al coronel Hermann von Oppeln-Bronikowski, el jefe del Kampfgruppe.
Para contrarrestar esta amenaza surgida en las cercanías de Rzhavets, Vatutin ordenó durante aquella turbulenta noche a Rotmistrov que desplazara allí a su reserva como fuerza de bloqueo. Al oeste de Prokhorovka, el XLVIII Cuerpo Panzer de Knobelsdorff tenía a todas luces la intención de volver a atacar en dirección a la ciudad de Oboian, así que Vatutin ordenó un golpe preventivo con sus brigadas de blindados del I Ejército de Tanques y con el XXII Cuerpo de Fusileros de la Guardia. Las fuerzas de Hoth estaban agotadas. Cuando empezó la ofensiva tenía novecientos dieciséis panzer, que en aquellos momentos habían quedado reducidos a menos de quinientos. Las abundantes lluvias habían convertido otra vez el espeso polvo del camino en un barro pastoso, que hacía que la marcha resultara para los alemanes más dificultosa que para los soviéticos, provistos de T-34 de oruga ancha.
El 12 de julio, poco después del amanecer, el general Rotmistrov alcanzó el puesto de mando del XXIX Cuerpo de Tanques, en un búnker construido en un huerto en la ladera de una colina desde el que podían contemplarse los campos de trigo de la llanura y la línea férrea al sudeste de Prokhorovka. Ya habían sido repartidas las órdenes de contraataque que había vuelto a escribir, y durante las primeras horas de la mañana ya habían vuelto a desplegarse la abundantísima artillería y los regimientos de lanzacohetes Katiusha. Detrás de los campos había un bosque en el que se había escondido parte del II Cuerpo Panzer de la SS. El cielo despejado volvió a cubrirse con nubes de tormenta que anunciaban más lluvias.
La batalla comenzó con una serie de ataques con aviones Stuka. No tardaron en aparecer para enfrentarse a ellos los cazas Yakovlev y Lavochkin del II Ejército del Aire. Después llegaron los bombarderos soviéticos, cuyo ataque vino acompañado por el estruendo ensordecedor de la artillería y el silbido paralizante de las baterías lanzacohetes Katiusha, que prendieron fuego a los campos de trigo. Cuando el II Cuerpo Panzer surgió del bosque en el que había permanecido oculto y avanzó a campo abierto, Rotmistrov transmitió a sus tanques la contraseña: «Stal, Stal, Stal!», para que se lanzaran a la carga. Se habían escondido en la ladera posterior de una pequeña colina y al oír la contraseña «¡Acero!», se pusieron en marcha a toda velocidad. Rotmistrov les había comunicado en las órdenes que les había hecho llegar por escrito que su única oportunidad contra los Tiger era plantarse cerca de ellos y superarlos numéricamente.
El Obersturmführer Rudolf von Ribbentrop, hijo del ministro de asuntos exteriores nazi, describió la escena que pudo contemplar desde la torreta de su Tiger del 1.er Regimiento Panzer de la SS. «Lo que vi me dejó mudo. Por detrás de la pequeña loma de ciento cincuenta o doscientos metros que tenía ante mí aparecieron quince tanques, y luego treinta, y luego cuarenta. Al final eran demasiados para poder contarlos. Los T-34 avanzaban hacia nosotros a gran velocidad, cargados de infantería montada»[26].
La batalla se parecía a un choque de caballeros medievales con sus armaduras. Ni la artillería ni la aviación podían ayudar a ninguno de los contendientes, tan juntas estaban las fuerzas de unos y de otros. En los dos bandos se deshizo la formación y se perdió el control, con los tanques disparándose a quemarropa. Cuando la munición y el combustible explotaban, la torreta del tanque saltaba por los aires. Los artilleros alemanes concentraron primero su fuego contra un tanque que estaba al mando, pues era el único que tenía radio, y luego apuntaron contra el gran depósito redondo de metal adosado a la trasera de un T-34, que llevaba el combustible de reserva.
«Los teníamos a nuestro alrededor, encima de nosotros y entre nosotros», escribe un Untersturmführer del 2.º Regimiento de granaderos acorazados. «Peleábamos hombre contra hombre»[27]. Toda la superioridad que tenían los alemanes en materia de comunicaciones, movilidad y artillería se perdió en medio del caos, el ruido y el humo. «El ambiente era asfixiante», comentaría el conductor de un tanque soviético. «Yo respiraba afanosamente, y mientras tanto el sudor me corría a chorros por la cara». La tensión psicológica era enorme. «Esperábamos que alguien nos matara de un momento a otro». Al cabo de unas horas, los que seguían vivos y continuaban luchando no cabían en sí de asombro[28]. «Los tanques se embestían unos a otros», escribió un soviético que contempló los acontecimientos. «El metal ardía». El área concentrada del campo de batalla estaba llena de vehículos carbonizados, que exhalaban un humo negro y grasiento[29].
Las esperanzas que abrigaba Hoth de que el Destacamento de Ejército Kempf rebasara por el flanco al V Ejército de Tanques de la Guardia de Rotmistrov se desvanecieron. Había sido bloqueado, pero nada más a diecinueve kilómetros de distancia, por la reserva de Rotmistrov. Daba la sensación de que el único éxito podía venir por su izquierda, donde la división de la SS Totenkopf parecía a punto de superar al V Ejército de Guardias al nordeste de Prokhorovka. Sin embargo, los refuerzos soviéticos llegaron a tiempo para tapar el hueco, Y aunque el XLVIII Cuerpo Panzer de Knobelsdorff repelió el ataque preventivo que había preparado Vatutin, este éxito parcial llegó demasiado tarde para conseguir una ventaja definitiva.
Cuando la lluvia empezó de nuevo a caer con fuerza al anochecer, los dos bandos replegaron sus fuerzas para rearmarlas y reabastecerlas de combustible. Los equipos médicos evacuaron a los heridos y los equipos de rescate recorrieron por la noche todo el campo de batalla, en el que habían quedado aplastados y carbonizados varios centenares de tanques. Hasta el despiadado Zhukov se conmovió al ver aquel espectáculo cuando recorrió el campo de batalla dos días después.
A los soldados de la SS que fueron capturados los mataron de inmediato, pues se sabía que ellos tampoco perdonaban a sus prisioneros. Y tampoco hubo respeto alguno para los caídos. «Los alemanes eran aplastados por los vehículos», comentó un joven oficial soviético. «Había montones de alemanes muertos con portamapas y toda clase de cachivaches encima. Vi cómo los tanques les pasaban por encima»[30].
Hoth no se enteró hasta aquella noche de que el Ejército Rojo acababa de lanzar al norte del saliente de Kursk la Operación Kutuzov con el propósito de reconquistar Orel. El IX Ejército de Model, totalmente agotado, y el II Ejército Panzer se vieron sorprendidos por las dimensiones de la ofensiva. Una vez más, los servicios de inteligencia alemanes habían subestimado la concentración de fuerzas del Ejército Rojo en la retaguardia. El XI Ejército de Guardias del general I. Kh. Bagramyan atacó la retaguardia de Model, y avanzó dieciséis kilómetros en dos días. Aprovechando este éxito, el IV Ejército de Tanques, el III Ejército de Tanques de la Guardia e incluso parte del agotado XIII Ejército de Rokossovsky pasaron a la ofensiva.
El 13 de julio Hitler, enormemente preocupado por el éxito obtenido por los Aliados en la invasión de Sicilia tres días antes, convocó a los mariscales von Manstein y von Kluge a una conferencia en la Wolfsschanze. Manstein había ordenado al II Cuerpo Panzer de la SS y al Destacamento de Ejército Kempf que reanudaran el ataque, pero Hitler les hizo saber que necesitaba retirar tropas del frente oriental para defender Italia. La Operación Ciudadela fue cancelada de inmediato. El Führer sospechaba que los italianos no estaban preparados para luchar por Sicilia y eso suponía un peligro inminente de invasión para la propia Italia.
Pero Manstein, sabedor de que Hoth estaba de acuerdo, quiso seguir adelante con la batalla, aunque solo fuera para estabilizar el frente. Continuaron produciéndose algunos combates violentísimos. El Destacamento de Ejército Kempf finalmente logró unirse a las fuerzas de Hoth, pero el 17 de julio el OKH dio la orden de que el II Cuerpo Panzer se retirara del frente para ser trasladado de inmediato a Europa occidental. La invasión de Sicilia, aunque no fuera el Segundo Frente que quería Stalin, había surtido efecto. Ese mismo día, el Frente del Sudoeste y el Frente del Sur lanzaron ataques combinados a lo largo del Donets y del Mius hasta el mar de Azov. Se trataba en parte de una operación de diversión para atraer a las fuerzas alemanas y alejarlas de Kharkov, cuya reconquista era el principal objetivo de los soviéticos.
Por una vez, el deseo de ofensiva general de Stalin fue oportuno. Los alemanes quedaron desconcertados ante la cantidad de formaciones nuevas o reconstruidas que aparecieron ante ellos, y por la capacidad del Ejército Rojo de lanzar nuevos ataques inmediatamente después de la monstruosa batalla del saliente de Kursk. «Esta guerra no ha sido nunca tan terrible ni tan cruel como ahora», escribía el piloto de un Stuka con una autocompasión improcedente, «y no le veo el final por ninguna parte»[31]. Para empeorar las cosas, el sabotaje de las líneas férreas por parte de los partisanos soviéticos se intensificó. El 22 de julio, Hitler dio permiso a Model para preparar la retirada de la bolsa de Orel.
Las consecuencias de la victoria de Kursk fueron tan grandes que Stalin decidió efectuar la única visita que hizo al frente en toda la guerra. El 1 de agosto, un tren fuertemente protegido y camuflado lo llevó al cuartel general del Frente del Oeste. Y luego se dirigió al norte, al Frente Kalinin. Pero como no perdió el tiempo en hablar con los oficiales ni con los soldados, solo podemos deducir que la finalidad de la visita fue jactarse de ella ante Churchill y Roosevelt.
El 3 de agosto, el Frente de la Estepa de Konev y otros ejércitos del Frente de Voronezh lanzaron la Operación Rumyantsev, con casi un millón de hombres, más de doce mil cañones y baterías Katiusha, y aproximadamente dos mil quinientos tanques y cañones autopropulsados. Manstein no esperaba que se produjera una ofensiva de semejante magnitud tan pronto. «Para la infantería alemana, muerta de cansancio, fue como si un enemigo vencido se levantara de la tumba con renovadas fuerzas»[32]. Dos días después era reconquistada Belgorod y el Ejército Rojo podía concentrar sus esfuerzos en Kharkov.
El 5 de agosto las fuerzas soviéticas entraron también en Orel, al norte del saliente del mismo nombre, para descubrir que los alemanes acababan de retirarse. Vasily Grossman, que recordaba perfectamente las escenas de pánico presenciadas en la ciudad en 1941, entró en ella esa misma tarde. «El olor a quemado flotaba en el aire», escribió. «Un humo lechoso, azul claro, se elevaba de los fuegos que iban apagándose. Una unidad de altavoces tocaba la “Internacional” en la plaza… En todos los cruces había chicas de mejillas sonrosadas y guardias de tráfico, agitando nerviosamente sus banderitas rojas y verdes»[33].
El 18 de agosto, fue liberada Briansk. Pero aquella misma semana, cuando las fuerzas de Konev avanzaban hacia Kharkov, los alemanes lanzaron un contraataque. En esta ocasión el Ejército Rojo no fue pillado desprevenido, y repelió el ataque. El 28 de agosto, Kharkov cayó finalmente después de una defensa a la desesperada del Destacamento de Ejército Kempf, rebautizado ahora VIII Ejército. Hitler había ordenado que Kharkov fuera defendida el mayor tiempo posible con el fin de atenuar la desmoralización de los aliados de Alemania. La catastrófica situación de Italia había dejado desconcertado al Führer, y temía el efecto que pudiera tener sobre los rumanos y los húngaros. Resultaba irónico, pues la insistencia de Hitler en la Ofensiva de Kursk se había debido a su afán de impresionar a sus aliados.
El ejército alemán había sufrido un severo correctivo. Varias divisiones habían quedado reducidas al equivalente de un regimiento o menos y se habían perdido unos cincuenta mil hombres. Pero el Ejército Rojo había conseguido su victoria también a un precio altísimo. Debido a la táctica de vapuleo de Zhukov, solo la Ofensiva Belgorod-Kharkov costó más de un cuarto de millón de bajas, una cifra mayor incluso que la de los ciento setenta y siete mil hombres que se perdieron en el saliente de Kursk. La Operación Kutuzov para recuperar el saliente de Orel fue peor incluso, con alrededor de cuatrocientas treinta mil bajas. En total, el Ejército Rojo habría perdido cinco vehículos blindados por cada panzer alemán destruido. Pero ahora los alemanes no tenían más opción que retirarse a la línea del río Dniéper y empezar a replegar lo que quedaba de sus fuerzas de la cabeza de puente que se había dejado en la península de Taman. El sueño que siempre había abrigado Hitler de asegurarse los pozos de petróleo del Cáucaso había sido destruido para siempre.
El Ejército Rojo había incrementado enormemente su fuerza y su experiencia, pero seguía teniendo defectos profundamente arraigados. Tras la batalla, Vasily Grossman visitó al general Gleb Baklanov, que había estado al mando de la 13.ª División de Fusileros de la Guardia. Baklanov le dijo que «los hombres combaten ahora con inteligencia, sin frenesí. Combaten como si estuvieran trabajando». Pero se burlaba del trabajo del estado mayor del Ejército Rojo a la hora de planificar la ofensiva, y de los oficiales al mando de numerosos regimientos que no comprobaban los detalles antes de lanzar un ataque, o que mentían acerca de la posición de sus unidades. Creía además que «el grito de “¡Adelante! ¡Adelante!”, es o fruto de la estupidez, o del miedo a los superiores. Por eso se derrama tanta sangre»[34].
Mucho mayor era el resentimiento reinante en el ejército alemán tras la fatídica pérdida de iniciativa en Kursk y Kharkov. La jerarquía nazi estaba nerviosa e irritada. Envidiosa todavía del sistema soviético de los politruk, exigió una vez más que los oficiales del ejército asumieran el papel de comisarios políticos. Pero no pudo hacer gran cosa para contener las críticas de los mandos militares del frente oriental y de la planificación de la batalla de Kursk. Los retrasos de la operación a instancias de Hitler para esperar que llegaran los Panther habían contribuido indudablemente a aumentar la magnitud del desastre, pero no es seguro, ni mucho menos, que la acción hubiera salido bien si hubiera sido lanzada en mayo y no en julio.
Los altos mandos alemanes del frente señalaron que los soldados querían saber la verdad acerca de la situación general y que a sus oficiales les costaba trabajo responderles con franqueza. «¡El guerrero de 1943 es un hombre distinto del de 1939!», decía el Generaloberst Otto Wöhler, comandante en jefe del VIII Ejército tras la caída de Kharkov. «Hace tiempo que se ha dado cuenta de lo terriblemente dura que es la batalla por la existencia de nuestra nación. Odia los clisés y los lavados de cara, y quiere que le den hechos, y que se los den “en su propia lengua”. Rechaza instintivamente todo lo que tiene apariencia de propaganda». Manstein, el comandante en jefe del Grupo de Ejércitos Sur, aprobó plenamente este informe[35].
El OKH intentó entonces echar la culpa al nuevo jefe de estado mayor del VIII Ejército, el Generalmajor Dr. Hans Speidel, que era calificado de forma caricaturesca de «hombre intelectual e introspectivo, un investigador originario de Württemberg, siempre deseoso de hacer hincapié en lo negativo y de descartar muchas cosas que son buenas»[36]. Wöhler contestó manifestando rotundamente su rechazo, y Keitel prohibió inmediatamente toda ulterior correspondencia sobre la cuestión. Keitel exigió que todos los oficiales demostraran una confianza sin reservas en los mandos. Cualquier otra cosa era simple derrotismo y cualquier medida, por brutal que fuera, estaba justificada con tal de acabar con los que intentaran destruir la voluntad nacional. Aquella guerra no iba a terminar con un tratado de paz. Era cuestión de victoria o muerte. Keitel, individuo pomposo y poco inteligente, tenía razón, aunque solo por una vez, en mostrarse receloso. Speidel estaba convirtiéndose ya en uno de los principales personajes de la oposición militar a Hitler y desempeñaría un papel trascendental en la conspiración de julio del año siguiente.