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EUROPA TRAS LAS ALAMBRADAS

(1942-1943)


La invasión de la Unión Soviética afectó a la política alemana de ocupación en casi toda Europa. En el este, la idea embriagadora, y espeluznante a la vez, de dominar a millones de personas incrementó la confianza de los nazis en el terror como medio para obtener resultados. A pesar de las esperanzas que abrigaron al principio algunos oficiales y políticos de alto rango de poder ganarse la aquiescencia de algunas nacionalidades, como los bálticos y los ucranianos, a la cruzada antibolchevique, en realidad lo único que le interesaba a Hitler era inspirar el miedo por el miedo. Como sucediera con Polonia, pensaba que aquellos países debían ser barridos completamente del mapa.

A pesar del desagrado de Hitler por la idea de que los eslavos vistieran el uniforme de la Wehrmacht, en total cerca de un millón de ciudadanos soviéticos prestaron servicio al lado del ejército alemán y de la SS. Muchos se enrolaron en las divisiones alemanas en calidad de Hiwis (tropas auxiliares voluntarias no armadas) para huir de la inanición en los campos de prisioneros. Pero incluso muchos de esos «Ivanes» fueron empleados extraoficialmente como soldados a tiempo completo. Un mando de la 12.ª SS Panzer División Hitlerjugend se mostraría más tarde orgulloso de su chófer y guardaespaldas ruso, que lo acompañaba a todas partes.

Más de cien mil hombres prestaron servicio, con grados muy diferentes de entusiasmo y eficacia, en el Ejército Ruso de Liberación del general Vlasov, y en un cuerpo de «cosacos» encargado de combatir a los partisanos en territorio soviético y luego en Yugoslavia y en Italia. Los policías y los guardias de los campos de concentración ucranianos se ganaron una reputación terrible de crueldad. Himmler también recurrió al reclutamiento de letones, estonios, hombres de etnia caucásica e incluso musulmanes bosnios en las formaciones de la Waffen-SS. En 1943 creó incluso una división ucraniana, que recibió el nombre de División SS Galicia para no provocar la cólera de Hitler. Se presentaron voluntarios cien mil ucranianos, de los cuales solo fue admitida una tercera parte[1].

El trato dispensado a la población civil de los territorios ocupados y a los prisioneros de guerra siguió siendo espantoso. En febrero de 1942, aproximadamente un sesenta por ciento de los tres millones y medio de soldados del Ejército Rojo capturados había muerto de hambre, de exposición a la intemperie o de enfermedades. Los nazis convencidos no solo se enorgullecían de su crueldad. La deshumanización que hacían de las víctimas dividiéndolas en categorías —judíos, eslavos, asiáticos y gitanos— respondía simplemente a una forma deliberada de profecía que se cumple porque se tiene que cumplir: se les reducía a la condición de animales a través de la humillación, el sufrimiento y el hambre, y de ese modo se «demostraba» su inferioridad genética.

La caótica rivalidad de los sátrapas de Hitler en el este era superior incluso a la que existía en la propia Alemania entre el partido nazi y los distintos órganos del gobierno. Alfred Rosenberg fue nombrado ministro de los territorios del este, pero se vio desautorizado en todo momento. El Ostministerium que presidía era objeto de burla entre otras cosas porque Rosenberg era uno de los pocos civiles que deseaba implicar a las antiguas nacionalidades soviéticas en la guerra contra el bolchevismo. Göring, encargado de la economía de guerra, pretendía sencillamente expoliar las zonas ocupadas y matar de hambre a su población, mientras que Himmler quería despejar el terreno mediante el asesinato masivo de la población para llevar a cabo una colonización alemana. Rosenberg, por tanto, no tenía control alguno sobre la seguridad, el suministro de alimentos ni la economía, lo que significa que no tenía control sobre nada. Ni siquiera tenía autoridad sobre Erich Koch, el Reichskommissar para Ucrania, además de Gauleiter de Prusia oriental. Koch, un borracho brutal, calificaba a la población local de «negros»[2].

El Plan Hambre de Herbert Backe, que se suponía que iba a causar la muerte de más de treinta millones de ciudadanos soviéticos, no pasó nunca de la teoría. La hambruna se hizo realidad, pero no fue organizada ni mucho menos tal como la habían planeado los nazis. Los mandos militares se saltaron las órdenes de acordonar las ciudades y matar de hambre a sus habitantes, pues la Wehrmacht necesitaba mantener con vida a gran cantidad de trabajadores soviéticos para que satisficieran sus necesidades. La idea avanzada por Backe de alimentar tanto a los territorios orientales del Reich como a los contingentes de la Wehrmacht desplazados al frente del este con los recursos locales resultó un fracaso mucho mayor. La agricultura del «granero» de Ucrania se había hundido prácticamente debido a la estrategia de tierra quemada practicada por los soviéticos, los estragos de la guerra, la despoblación, la evacuación de los tractores, y la actividad de los partisanos. Para la Wehrmacht vivir de la tierra significaba apoderarse del forraje y del grano, y sacrificar indiscriminadamente el ganado y las aves de corral sin pensar en el abastecimiento del futuro, y menos aún en la supervivencia de la población civil que lo producía. La falta de material rodante y de medios de transporte motorizado significaba que el grueso incluso de la comida disponible no pudiera ser distribuido eficazmente.

Las ideas de futuro de los nazis eran poco más que una fantasía grotesca. El Plan General del Este (Generalplan Ost) postulaba un imperio alemán que llegaba hasta los Urales, con autopistas que unían las nuevas ciudades, poblaciones satélites y aldeas y granjas modelo habitadas por colonos armados, mientras que los Untermenschen, reducidos a la condición de ilotas, habrían estado obligados a trabajar la tierra. Himmler soñaba con colonias alemanas gemütlich, provistas de huertas y jardines construidos en los antiguos campos de la muerte de sus SS Einsatzgruppen. Y con el fin de contar con un centro de veraneo, Crimea, rebautizada Gotengau, debía convertirse en la Riviera alemana. El problema fundamental, sin embargo, era cómo encontrar suficiente población «regermanizable» con la que rellenar el enorme territorio de la Europa oriental. Fueron muy pocos los daneses, holandeses y noruegos que se presentaron voluntarios. Se propuso incluso la descabellada idea de llevarse a Brasil a los eslavos y traer en su lugar a los colonos alemanes de la provincia brasileña de Santa Catarina. En el momento de la derrota de Stalingrado y de la retirada del Cáucaso, había quedado meridianamente claro que no había ni de lejos suficientes alemanes, reales, reciclados o reclutados a la fuerza, para alcanzar el objetivo de ciento veinte millones de individuos y satisfacer así la visión de Hitler y de Himmler.

La limpieza étnica y los desplazamientos de población por toda la Europa central no solo habían sido crueles, sino que además habían supuesto un despilfarro increíble de mano de obra y de recursos en unos momentos en los que el resultado de la guerra era dudoso. Los colonos se mostraron incapaces de cultivar la tierra tan bien como aquellos a los que habían sustituido, y por tanto la producción agrícola disminuyó desastrosamente.

La maquinaria de guerra alemana, forzada al máximo, se enfrentaba a una desesperante escasez de mano de obra, por lo que Fritz Sauckel, colaborador del ministro de armamento, Albert Speer, realizó una gira por los territorios y países ocupados con el fin de reclutar a cinco millones de trabajadores para las fábricas, las minas, las fundiciones y las granjas. El Reich se llenó de campos de concentración destinados a esta masa cada vez mayor de mano de obra esclava. La población civil alemana miraba llena de temor a aquellos extranjeros por el rabillo del ojo, viéndolos como si fueran el enemigo dentro de casa. Las autoridades nazis eran conscientes de la incómoda paradoja que suponía, después de haber eliminado a su propia población «racialmente indeseable», traer ahora a cientos de miles de individuos de esa misma condición a la propia Alemania.

Los jerarcas nazis habían prometido una «gran esfera económica alemana» y una unión económica europea que elevara los niveles de vida, pero la aplicación de políticas contradictorias y la necesidad de explotar a los países súbditos lograron el resultado opuesto. Las naciones conquistadas fueron obligadas a pagar los costes de su ocupación por las fuerzas alemanas. Muchas empresas se beneficiaron de la estrecha colaboración con sus nuevos amos, pero en casi todos los países, con la excepción de una Dinamarca semiindependiente, la población en general se empobreció muchísimo. La mayoría de los estados de Europa occidental se vieron obligados a entregar entre un cuarto y un tercio de su recaudación, y Alemania se quedó con una gran parte de la producción agrícola de cada país para asegurarse de que sus propios ciudadanos no pasaban hambre. En los países ocupados, esta situación dio lugar a un pujante mercado negro y a un aumento vertiginoso de la inflación[3].

Casi desde el primer momento, Churchill había abrigado la esperanza de convertir el descontento de la Europa ocupada por los nazis en una rebelión total. En mayo de 1940 había nombrado al Dr. Hugh Dalton, socialista acaudalado, ministro de economía de guerra y le había encargado supervisar la creación de la Ejecutiva de Operaciones Especiales (SOE). Dalton no era muy popular en el partido laborista, pero como destacado opositor a la política de apaciguamiento había contribuido a finales de los años treinta, a apartarlo de su posición pacifista. Desde hacía largo tiempo había sido un gran admirador de Churchill, aunque este no le correspondiera. El primer ministro no «aguantaba su estentórea voz y sus ojos huidizos»[4], y refiriéndose a sir Robert Vansittart, perpetuo subsecretario del Foreign Office durante los años treinta, dijo: «¡Qué tipo más extraordinario este Van! Realmente encuentra agradable al Dr. Dalton»[5].

Dalton, ferviente admirador de los polacos, reclutó al coronel Colin Gubbins, que había sido oficial de enlace con el ejército polaco durante las batallas libradas por este en 1939. Gubbins se pondría luego al mando de la SOE. La resistencia polaca fue una inspiración para crear la SOE. Incluso tras la rendición del país a finales de septiembre de 1939, los soldados polacos siguieron luchando en el distrito de Kielce a las órdenes del comandante Henryk Dobrzańsky hasta mayo de 1940, mientras que algunos otros grupos resistieron en la zona de Sandomierz, en el alto Vístula. En la SOE había sido creado un departamento para Polonia, pero su papel consistía simplemente en colaborar con la Sección VI del ejército polaco en Londres y suministrarle apoyo. No se envió ninguna misión militar a la Polonia ocupada, y en consecuencia eran los polacos los que se encargaban de todo. Tras la gran contribución hecha por los pilotos polacos en la batalla de Inglaterra, la SOE logró convencer a la RAF de que adaptara un bombardero Whitley poniéndole tanques de combustible adicionales que le permitieran hacer el largo viaje de ida y vuelta desde una base de Escocia hasta Polonia. El primer lanzamiento en paracaídas de correos polacos tuvo lugar el 15 de febrero de 1941. Se diseñaron asimismo cajones especiales para lanzar en paracaídas armas y explosivos para lo que luego sería la Armia Krajowa o Ejército del Interior.

El patriotismo polaco tal vez fuera romántico en muchos sentidos, pero en todo momento se mostró sorprendentemente decidido, incluso en los tiempos más oscuros de la opresión nazi y soviética. Aparte de los asesinatos masivos e individuales que se produjeron a raíz de la invasión alemana, más de treinta mil polacos fueron enviados a campos de concentración, muchos de ellos al nuevo Lager de Auschwitz. Aunque el ejército de Polonia fue aplastado en septiembre de 1939, no tardó en crearse un nuevo movimiento clandestino de resistencia. En su momento de mayor esplendor, el Ejército del Interior llegó a contar con cerca de cuatrocientos mil miembros. Los servicios de inteligencia polacos, extraordinariamente ingeniosos, fueron los que proporcionaron la primera máquina Enigma y siguieron ayudando a los Aliados de muchas otras formas. Más adelante, los polacos consiguieron incluso hacer desaparecer un cohete V-2 de pruebas que había aterrizado en una zona pantanosa del país y desmontarlo. Un avión de transporte C-47 Dakota especialmente adaptado fue enviado a Polonia para recogerlo y llevarlo a Inglaterra, donde fue examinado por los científicos aliados.

Tanto el Ejército del Interior como las redes de inteligencia enviaban constantemente informes al gobierno polaco en el exilio, establecido en Londres y reconocido a regañadientes por Stalin en agosto de 1941 tras la invasión de la Unión Soviética por los nazis. El Ejército del Interior sufrió siempre una escasez de armas desesperante. Al principio se concentró en la liberación de prisioneros y el sabotaje de las comunicaciones por ferrocarril, labor que resultó de gran ayuda para el Ejército Rojo, aunque nunca fuera reconocida. Los ataques armados vendrían después.

Los polacos liberados de los campos de trabajo soviéticos para unirse a las fuerzas al mando del general Wladyslaw Anders nunca dejaron de aborrecer a sus opresores. Y la desconfianza del gobierno en el exilio establecido en Londres hacia Stalin aumentó cuando los polacos se enteraron de que el dictador soviético pretendía que los británicos reconocieran las fronteras que había acordado con Hitler tras la firma del pacto nazi-soviético. En abril de 1943, se produjo una gran crisis cuando los alemanes anunciaron al mundo entero que habían descubierto en el bosque de Katyń las enormes fosas de los oficiales polacos ejecutados por el NKVD soviético.

El régimen soviético había negado siempre estar al tanto del paradero de aquellos prisioneros, y en su momento ni siquiera los polacos habían creído al régimen de Stalin capaz de una matanza de aquella magnitud. El Kremlin insistió en que el descubrimiento no era más que una trampa de la propaganda alemana, y en que debían de haber sido los nazis los que habían asesinado a las víctimas. El gobierno polaco en el exilio exigió una investigación a cargo de la Cruz Roja Internacional, petición que ponía a los británicos en una posición sumamente embarazosa. Churchill sospechaba que los soviéticos eran culpables de aquel acto, pero se sentía incapaz de enfrentarse a Stalin, especialmente en un momento en el que había tenido que reconocer una vez más que aquel año era imposible llevar a cabo una invasión de Francia. Poco después, en el mes de junio, se producirían nuevos desastres para los polacos. En Varsovia los alemanes lograron detener al comandante en jefe y a otros líderes del Ejército del Interior. Pero a Polonia le aguardaban tragedias todavía más terribles.

En el verano de 1941 se produjeron los primeros ataques contra tropas alemanas llevados a cabo en la Unión Soviética por soldados del Ejército Rojo que habían quedado aislados a causa del avance de la Wehrmacht. Sin embargo, la primera sublevación contra la dominación nazi tras el lanzamiento de la Operación Barbarroja tuvo lugar en Serbia. La rebelión pilló por sorpresa a las engreídas fuerzas de ocupación alemanas. Poco después de la victoria alcanzada en la primavera, un teniente alemán se jactaba en una carta a su familia: «¡Los soldados somos aquí como dioses!»[6]. La rápida rendición del país en abril había hecho pensar a los alemanes que no tendrían demasiadas dificultades, pero no habían calculado la cantidad de soldados yugoslavos que habían conservado y escondido sus armas.

Serbia quedó a las órdenes del cuartel general del Generalfeldmarschall Wilhelm List en Grecia. Las tres divisiones del LVI Cuerpo del Generalleutnant Paul Bader estaban mal entrenadas y andaban escasas de pertrechos. Cuando recibieron la orden de responder con medidas de represalia, se dedicaron sobre todo a fusilar a los judíos que tenían ya detenidos. Pero las ejecuciones de los aldeanos que vivían cerca de los lugares en los que se habían producido las emboscadas redundaron en beneficio de los partisanos comunistas, cuyo número aumentó rápidamente al sumarse a ellos los que querían vengarse de la muerte de algún familiar.

El Generalfeldmarschall Keitel, del cuartel general del Führer, exigió que se tomaran feroces represalias. En la creencia de que la «mentalidad balcánica» solo entendía la violencia, la proporción de serbios que debían ser castigados por cada alemán muerto se aumentó a cien[7]. En el mes de septiembre tuvo lugar una gran ofensiva punitiva reforzada por la 342.ª División de Infantería. Los mandos alemanes locales decidieron una vez más empezar fusilando a los judíos que ya tenían prisioneros. De ese modo, a mediados de octubre de 1941 fueron fusilados unos dos mil cien judíos y «gitanos» en venganza por la muerte de veintiún soldados alemanes a manos de los partisanos comunistas. Fue el primer asesinato masivo de judíos fuera de los territorios de la Unión Soviética o de Polonia.

Los ataques partisanos eran capitaneados por Josip Broz, alias Tito, que había sido un eficiente organizador de la Comintern durante la Guerra Civil Española. Tito, hombre de una personalidad fuerte y una apostura brutal, que había resucitado el partido comunista yugoslavo, creía que en todas partes eran necesarios comunistas que ayudaran a los camaradas de la Unión Soviética. El internacionalismo del partido logró esquivar las peores líneas de fractura, de carácter étnico y religioso, existentes en Yugoslavia, donde había croatas católicos, serbios ortodoxos, y bosnios musulmanes.

La organización resistente rival, los chetnik, capitaneada por el general Draža Mihailović, era casi exclusivamente serbia. No cabía esperar que Mihailović, hombre de carácter sombrío, con gafas y barba, más parecido a un pope ortodoxo que a un militar, rivalizara con el carismático liderazgo de Tito. Mihailović creía que podría acumular una fuerza que estuviera dispuesta el día en que desembarcaran los Aliados, para unirse a ellos y restaurar en el trono al joven rey Pedro. Había adivinado que Tito iba a utilizar la guerra de los partisanos para hacerse con el poder absoluto cuando llegara el Ejército Rojo. Mihailović no quería provocar represalias, pero, contrariamente a lo que dijera luego la propaganda comunista, sus fuerzas atacaron a veces a los alemanes. Otros grupos también autodenominados chetnik cooperaron estrechamente con los alemanes y el gobierno títere del general Milan Nedic, confusión que más tarde ayudaría a los comunistas a ensuciar el nombre de Mihailović ante los británicos.

Un elemento aún más sanguinario de la guerra civil que se desarrolló en Yugoslavia es el que representaban los ustachas croatas, violentamente antiserbios y antisemitas. El estado croata de Ante Pavelić fue un aliado fiel de los alemanes, y los ustachas instauraron un reinado de terror en la región. Más de medio millón de yugoslavos fueron asesinados durante la guerra en las luchas entre facciones rivales.

Los alemanes perpetraron otras matanzas a raíz de las nuevas escaramuzas, por ejemplo la de varios millares de civiles serbios fusilados para cumplir con las cuotas fijadas como represalia. Algunos oficiales alemanes empezaron a darse cuenta de la estupidez de aquella política, que afectaba solo a la gente que no había huido y que, por lo tanto, no tenía nada que ver con los ataques sufridos por sus hombres. Una vez asesinadas unas quince mil personas y en vista de que quedaban muy pocos judíos y «gitanos» que fusilar, las cuotas de represalia empezaron a disminuir, sin que lo supiera Berlín.

La drástica reducción del número de rehenes encarcelados dio comienzo en marzo de 1942, cuando llegó a Belgrado un gran camión-cámara de gas. Unos siete mil quinientos judíos del campo de Semlin fueron asfixiados mientras eran conducidos en el camión por las calles de la capital serbia a la fosa común abierta a tiro de piedra de la ciudad. El embajador alemán se sintió profundamente incómodo por la notoriedad con la que se llevaron a cabo esas medidas, pero el 29 de mayo de 1942 el jefe de la policía de seguridad se jactaba ante las autoridades de Berlín de que «Belgrado era la única ciudad de Europa que estaba libre de judíos»[8].

En Yugoslavia la guerra fue volviéndose cada vez más cruel a medida que los alemanes fueron lanzando una ofensiva tras otra en las montañas de Bosnia. Las tropas alemanas mataban a los partisanos heridos que capturaban aplastándolos con sus tanques. Tito organizó sus fuerzas en brigadas de mil combatientes, pero fue lo bastante prudente como para no intentar usar tácticas militares convencionales. La disciplina era muy estricta y no se permitía la confraternización de los hombres y las numerosas mujeres jóvenes que combatían a su lado. En el otoño de 1942, los partisanos de Tito se habían hecho virtualmente con el control de la región montañosa de su país que se extiende por el oeste de Bosnia y el este de Croacia, y, tras expulsar a los ustachas, establecieron su cuartel general en la ciudad de Bihać.

Tras reconocer al gobierno monárquico yugoslavo en el exilio en Londres, los británicos suministraron ayuda a Mihailović, que era su representante oficial. Moscú no puso objeciones, pues también había reconocido formalmente al gobierno yugoslavo. Pero durante 1942 las interceptaciones de Ultra y otros informes indicaron que las fuerzas de Tito se dedicaban a atacar a los alemanes, mientras que los chetnik se mantenían a la espera. Los intentos de los oficiales de enlace de la SOE lanzados en paracaídas para convencer a los movimientos de resistencia rivales de que colaboraran unos con otros, no tuvieron demasiado éxito. De ese modo, cuando el interés de los Aliados por el Mediterráneo aumentó a raíz de la expulsión de los alemanes del norte de África, los británicos decidieron establecer contacto con Tito.

Los alemanes, temerosos de que se produjera un desembarco en los Balcanes y decididos a proteger la costa y a defender su abastecimiento de minerales, lanzaron nuevas ofensivas con sus propias fuerzas y con tropas italianas. Tito llevó a cabo una retirada a Montenegro sin dejar de combatir, evitando por un pelo verse cercado en el río Neretva. Con sus tropas prácticamente intactas, y poco después con la ayuda de los británicos lanzada en paracaídas o llegada en aviones que aterrizaban en pistas secretas, la fuerza de los partisanos de Tito aumentó rápidamente. Mihailovic, abandonado por los Aliados por no realizar las acciones que se le habían encargado específicamente, estaba condenado a perder la guerra civil que estaba llevándose paralelamente a cabo.

Más al sur, Albania, seguía ocupada por las tropas italianas. Abbas Kupi, partidario del rey Zog, que había salido huyendo del país cuando Mussolini lo invadió en 1939, inició un movimiento de resistencia a pequeña escala en la primavera de 1941. Cuando los nazis invadieron la Unión Soviética, los comunistas albaneses, capitaneados por Enver Hoxha, emprendieron su propia campaña, mucho más agresiva, en el sur del país. Como sucediera en Yugoslavia, los ingleses decidieron ayudar a los comunistas en vista de que eran los que luchaban con más ahínco. Suministraron poca ayuda a Abbas Kupi, para disgusto de los oficiales de la SOE, y al final los comunistas de Hoxha lograron eliminar a sus rivales.

Grecia tenía mucho más interés para los ingleses. Churchill era un firme partidario del rey Jorge II y no estaba dispuesto a entregar el país al movimiento guerrillero comunista EAM-ELAS. Pero, por embarazoso que resultara para los británicos, había muchos monárquicos que colaboraban con los alemanes y los italianos movidos por una mezcla de oportunismo y de anticomunismo. El régimen autoritario del general Metaxas había exacerbado los sentimientos antimonárquicos y el pequeño partido comunista griego no tardó en intensificar su influencia.

El saqueo del país perpetrado por el Eje, unido a una ocupación italiana, marcada por su incompetencia, hizo que Grecia tuviera que soportar una hambruna terrible en el invierno de 1941. El despiadado líder comunista Aris Veloukhiótis, empezó en 1942 a reunir una fuerza de partisanos en la cordillera del Pindo. Su principal rival era el general Napoleón Zérvas, un personaje cómico, con barba, que formó el EDES (Liga Nacional Republicana de Grecia), organización de centro izquierda no comunista. Las fuerzas de Zérvas eran mucho más pequeñas y estaban concentradas en el Epiro, al noroeste del país. Debido al auge de los comunistas, quedaron aisladas del resto de Grecia, mientras que otros grupos de resistencia más pequeños como la EKKA, fueron absorbidos por el EAM-ELAS, controlado por los comunistas.

Los oficiales de la SOE británica lanzados en paracaídas sobre Grecia en el verano de 1942 se pusieron en contacto, después de muchas dificultades, con Zérvas y con el ELAS. Su principal objetivo era organizar un ataque contra la principal línea férrea que llevaba suministros al sur desde Alemania, con destino al Panzerarmee de Rommel en el norte de África. Los ingleses consiguieron convencer a Zérvas y al ELAS de que colaboraran en una operación para volar el gran puente del ferrocarril de Gorgopótamos. Mientras los partisanos asaltaban las posiciones italianas a uno y otro extremo del puente, un equipo de demolición traído en avión desde El Cairo colocaba grandes cargas de explosivo plástico en los pilares que lo sostenían. Fue una de las operaciones de sabotaje más logradas de toda la guerra, que consiguió mantener cortada la línea férrea durante cuatro meses.

En marzo de 1943, las fuerzas alemanas y la SS detuvieron a más de sesenta mil judíos, procedentes en su mayoría de la ciudad de Tesalónica, donde existía la comunidad hebrea más numerosa desde hacía siglos. Aunque dio cobijo a los pocos que pudieron escapar a las detenciones indiscriminadas, la resistencia griega fue incapaz de detener el tráfico ferroviario que conducía a los judíos a los campos de concentración de Polonia, donde muchos de ellos fueron sometidos a los experimentos médicos más espantosos.

Tras el singular ejemplo de colaboración entre el ELAS y el EDES que supuso la operación Gorgopótamos, los oficiales de enlace de la SOE se encontraron de pronto metidos en un auténtico campo minado de rivalidades políticas cuando Grecia se enzarzó en una guerra civil entre los distintos grupos guerrilleros. Zérvas se mostraba más colaborador, pero los británicos tuvieron que suministrar armas también al ELAS para llevar a cabo la Operación Animals. Fue esta una campaña de ataques realizados en el verano de 1943, antes de la invasión de Sicilia. Combinada con el plan de engaño táctico denominado Operación Mincemeat, consistente en lanzar al mar frente a las costas del sur de España lo que parecía el cadáver de un oficial de la Real Infantería de Marina con documentos importantes, su objetivo era convencer a los alemanes de que los Aliados estaban a punto de desembarcar en Grecia. Como todas las campañas de desinformación eficaces, jugaba con la idea que tenía el propio Hitler de cuáles eran las intenciones del enemigo y venía a reforzar su convicción de que el plan de los británicos era invadir el sur de Europa a través de los Balcanes. Sus orígenes austríacos hacían que el Führer estuviera obsesionado con esta región. Por consiguiente, fueron desplazadas a Grecia una división panzer y otras fuerzas poco antes del desembarco de Sicilia.

Los dirigentes del ELAS estaban divididos sobre la forma en que debían tratar con los británicos. Deseaban contar con el apoyo y la legitimidad que les habría dado la cooperación con los Aliados, pero recelaban mucho de los motivos que pudieran tener los ingleses. En agosto de 1943 los delegados de los partisanos fueron trasladados en avión a El Cairo para que participaran en una reunión. Los comunistas, como la mayoría de los griegos de la época, se oponían a la restauración de la monarquía. Sostenían que el rey Jorge no debía regresar al país a menos que se lo permitiera un plebiscito. El gobierno griego en el exilio y los ingleses, a instancias de Churchill, se negaron a aceptar esta condición y culparon injustamente a la SOE de permitir que se hubiera llegado a semejante callejón sin salida político. Los representantes del ELAS volvieron a Grecia con la firme determinación de derrotar a sus rivales, establecer un gobierno provisional y adelantarse al intento británico de restaurar la monarquía.

En Creta, sin embargo, la resistencia planteó pocos problemas políticos. La mayoría de los líderes guerrilleros, los llamados capitanes, aceptó la tutela de los ingleses y, aunque no eran monárquicos, eran decididamente anticomunistas. Solo algunos grupos insignificantes del este de la isla apoyaban al EAM-ELAS.

En Francia, la inmensa mayoría del país, incluidos los republicanos, había acogido con alivio el armisticio de Pétain. No tenían ni idea de que en aquellos momentos los planes de los alemanes consistían en reducir a Francia al nivel de «país para turistas[9]» y anexionar al Reich Alsacia y Lorena, obligando así a los hombres de ambas regiones a prestar servicio en el ejército alemán.

Metiendo la cabeza debajo del ala, los franceses siguieron llevando su vida cotidiana tanto como les fue posible en las nuevas circunstancias, aunque ello resultara extremadamente difícil para las mujeres del millón y medio de prisioneros de guerra que aún seguían en manos de los alemanes. El carácter predatorio de la ocupación, en virtud del cual los invasores se quedaban con una proporción considerable de la producción agrícola francesa, dio lugar a muchas dificultades en las ciudades y las poblaciones intermedias, especialmente para aquellos que no tenían contacto con las zonas rurales. La estatura media de los niños se redujo a lo largo de la guerra siete centímetros y la de las niñas once[10].

Hacia finales de 1940, los pequeños grupos de la resistencia empezaron a publicar periódicos clandestinos, en muchos casos inspirados por las emisiones radiofónicas del general De Gaulle desde Londres, en las que declaraba que la guerra continuaba. Estaban formados por gentes de orígenes y partidos muy diferentes. En aquellos momentos se produjeron pocos actos de resistencia abierta contra los alemanes. Solo a raíz de la invasión de la Unión Soviética los seguidores del partido comunista francés empezaron a llevar a cabo ataques armados. Tras el desprestigio y la pérdida de militancia que había supuesto para él el pacto nazi-soviético, el PCF empezó a convertirse en una organización clandestina efectiva.

La ocupación militar alemana desde 1940 había sido relativamente correcta, pero el avance hacia la guerra total y los asesinatos de oficiales y soldados alemanes a manos de los comunistas hicieron que la SS empezara a tomar el control de la situación. En mayo de 1942, Heydrich viajó a París para nombrar al Gruppenführer Carl-Albrecht Oberg jefe de la SS y de la policía. Hitler había tratado a Francia mejor que a la mayoría de los países conquistados, por la razón práctica de que si se gobernaba por sí sola en interés de los alemanes, ahorraba a la Wehrmacht unas fuerzas de ocupación enormes. Pero las esperanzas que abrigaba Pétain de unir al país, con lo maltrecho que había quedado, bajo la autoridad de su Etat Français no podrían mantenerse mucho tiempo.

La derrota había exacerbado la irreconciliable división de la sociedad francesa. Incluso la derecha existente antes de la guerra se dividió en diferentes direcciones. Una minoría muy pequeña, avergonzada por la derrota, quiso resistirse a la dominación alemana. Los germanófilos fascistas, por otra parte, despreciaban a Pétain, en la idea de que su colaboración cautelosa era insuficiente. El Parti Populaire Français de Jacques Doriot, el Rassemblement National Populaire de Marcel Déat y el Mouvement Social Révolutionnaire de Eugène Deloncle apoyaban la idea de Nuevo Orden de Europa de los nazis, en la convicción de que Francia podría convertirse de nuevo en una gran potencia al lado del Tercer Reich. Se sintieron más defraudados incluso que el viejo mariscal, pues los alemanes no se los tomaron nunca en serio. En el mejor de los casos fueron el equivalente de los «tontos útiles» de Lenin.

Las luchas internas entre los zelotes de extrema derecha tenían su contrapartida en las rivalidades existentes en el bando alemán. Otto Abetz, el embajador francófilo en París, solía ser objeto de burla por parte de los jerarcas nazis, especialmente Göring. La SS y el ejército andaban a menudo a la greña, y París atraía a una multitud de oficinas administrativas y de cuarteles generales alemanes, cada uno de los cuales seguía su propia política. El centro del París ocupado estaba cubierto con los carteles de los distintos organismos, que apuntaban simbólicamente en todas direcciones.

El Gruppenführer Oberg, sin embargo, estaba enormemente satisfecho por la ayuda recibida de la policía de Vichy. En aquel momento de la guerra, el Tercer Reich andaba escaso de hombres en el frente oriental, y Oberg disponía de menos de tres mil policías alemanes para toda la Francia ocupada. René Bousquet, secretario general de la policía nombrado por Pierre Laval, era un joven administrativo lleno de energía, no un ideólogo derechista. Al igual que los jóvenes technocrates que se dedicaban silenciosamente a reorganizar y fortalecer el sistema de gobierno de Vichy, Bousquet creía firmemente que el État Français debía ejercer el control de las cuestiones de seguridad si quería tener algún sentido. Y si ello suponía excederse en sus poderes a la hora de detener indiscriminadamente a los judíos extranjeros para su deportación, estaba dispuesto a pasar por alto las órdenes de Pétain, que recomendaba a la policía francesa no inmiscuirse en ese tipo de asuntos.

El 16 de julio de 1942, un total de nueve mil policías de París a las órdenes de Bousquet lanzó una serie de redadas en plena madrugada para detener a los judíos «apátridas» de la capital. Unas veintiocho mil personas, entre ellas tres mil niños que no eran buscados por los alemanes, fueron retenidas en el Vélodrome d’Hiver y en un campo de concentración transitorio en Drancy, a las afueras de la capital, antes de ser enviadas a los campos de exterminio del este de Europa. Se produjeron a continuación otras redadas en las zonas ocupadas del sur del país. Oberg estaba más que satisfecho con el trabajo de Bousquet, aunque Eichmann seguía descontento.

La llegada de un ejército americano al Mediterráneo y los claros indicios de que el Eje iba a ser derrotado, fomentaron el rápido desarrollo de la resistencia. El hecho de que los alemanes se hicieran cargo de la zona ocupada y el asesinato de Darlan a finales de 1942 tuvieron también una repercusión enorme. A finales de enero de 1943, el régimen de Vichy, en un intento de fortalecer su dominio, creó la Milice Française, una fuerza paramilitar dirigida por Joseph Darnand. La Milicia atrajo a una mezcla de ideólogos de extrema derecha y antisemitas, archirreaccionarios provenientes a menudo de la nobleza empobrecida de provincias, chicos ingenuos del campo fascinados por el poder de las pistolas, y oportunistas criminales atraídos por la promesa del saqueo de las casas de las personas a las que arrestaran.

La creación de la Milicia volvió a encender la guerra civil latente entre les deux Frances, que venía existiendo de hecho desde la revolución de 1789. Por un lado estaban los católicos de derechas que odiaban a los masones, a la izquierda y a la república, a la que llamaban la gueuse, «la andrajosa». Por otro lado estaban los republicanos y anticlericales que habían votado a favor del Frente Popular en 1936. Sin embargo, durante la ocupación hubo muchos franceses que no encajaban con estas generalizaciones. Hubo incluso gentes de izquierdas bien pensants que denunciaron a los judíos y estraperlistas que los salvaron, no siempre cobrándose por ello un precio.

La Operación Antón, la ocupación del sur y el este de Francia, indujo a muchos que habían apoyado a Pétain a regañadientes a cambiar de bando. El único oficial de alta graduación del Ejército del Armisticio, formado por cien mil hombres, que se opuso al ejército alemán fue el general Jean de Lattre de Tassigny, un líder extravagante al que los Aliados sacaron del país en avión y que luego se convertiría en comandante del I Ejército francés. Muchos otros oficiales pasaron a la clandestinidad y se unieron a un nuevo movimiento, la ORA u Organisation de Résistance de l’Armée (Organización de Resistencia del Ejército). Reacios a apoyar a De Gaulle, al principio solo reconocieron al general Giraud.

Como era de prever, el partido comunista francés se mostró muy receloso de esos cambios de chaqueta de última hora, lo que llamaban el Vichy à l’envers o «Vichy del revés». Otros oficiales y funcionarios del estado se refugiaron en el norte de África, donde el régimen de Darlan era llamado el Vichy à la sauce américaine o «Vichy a la salsa americana». Cuando François Mitterrand, funcionario de Vichy que acabó convirtiéndose en presidente de la república por el partido socialista, llegó a Argel, el general De Gaulle lo recibió con desconfianza, no ya porque viniera de Vichy, sino porque había llegado en un avión británico.

A De Gaulle le molestaba cualquier injerencia británica en los asuntos de Francia, especialmente el apoyo prestado por la SOE a los grupos de resistencia franceses. Lo que él quería era que toda la actividad de la resistencia estuviera subordinada a su BCRA o Bureau Central de Renseignements et d’Action (Oficina Central de Informaciones y de Acción), y lo que más le sacaba de quicio era que la Sección F de la SOE, dirigida por el coronel Maurice Buckmaster, hubiera desarrollado casi cien circuitos independientes en territorio francés.

En un principio el Foreign Office había ordenado a la Sección F esquivar a la Francia Libre en Londres. La Sección F estaba muy interesada en hacerlo así, en parte por motivos de seguridad —la Francia Libre era notoriamente descuidada y además su sistema de códigos, demasiado primitivo, era un libro abierto para los alemanes—, pero también porque pronto se dio cuenta de lo peligrosas que podían resultar las rivalidades políticas en Francia. Como observaría más tarde un agente de la SOE de alto rango, la mayor ventaja de que su organización permaneciera por encima de las peleas controlando el suministro de armas era su capacidad de reducir la amenaza de que se produjera una guerra civil cuando finalmente llegara la liberación[11].

La SOE creó también la Sección RF, que cooperaba estrechamente con el BCRA, suministrando armas y aviones, y tenía sus oficinas cerca del cuartel general del BCRA en Duke Street, al norte de Oxford Street. El jefe del BCRA era André Dewavrin, más conocido por su nombre de guerra como coronel Passy. Su organización estaba dividida originalmente en la sección de inteligencia y el «servicio de acción», que se encargaba de la resistencia armada. Se decía, aunque nunca llegara a probarse nada, que Passy había pertenecido a la Cagoule, organización violentamente anticomunista, aunque desde luego tenía a uno o dos cagoulards trabajando para él. La carbonera del cuartel general de Duke Street había sido dividida en celdas, en las que eran encerrados e interrogados por el capitán Roger Wybot los voluntarios franceses sospechosos de ser espías de Vichy o comunistas. Empezaron a correr rumores de torturas y sospechas de asesinatos, para disgusto y malestar de la SOE. El 14 de enero de 1943 el jefe de los servicios de seguridad, Guy Liddell, escribió en su diario la siguiente anotación: «Personalmente pienso que ya va siendo hora de que se cierre Duke Street»[12].

La determinación de De Gaulle de unir a la resistencia bajo su mando se reforzó, aunque como oficial de carrera de toda la vida desconfiara siempre de los combatientes no regulares. Si la resistencia de Francia reconocía su primacía, los británicos y especialmente los americanos se verían obligados a tomar nota. Aparte de redes como la Confrérie de Notre-Dame («Cofradía de Nuestra Señora»), dirigida por el coronel Rémy (nombre de guerra del director cinematográfico Gilbert Renault), había pocos grupos que fueran gaullistas de por sí. Pero algunos grupos como Combat, fundado por Henri Frenay, reconocieron poco a poco la necesidad de trabajar juntos. Los comunistas, por su parte, desconfiaban de De Gaulle, del que sospechaban que acabaría convirtiéndose en un dictador militar de derechas.

En otoño de 1941 apareció en Londres Jean Moulin, que había sido el prefecto más joven de Francia en 1940. Moulin, líder por naturaleza, impresionó tanto a la SOE como a De Gaulle, que inmediatamente lo reconoció como el hombre que debía unificar la resistencia. El día de Año Nuevo de 1942, Moulin regresó a Francia con la ordre de mission de De Gaulle que lo nombraba delegado general. Su labor consistía en reorganizar el mayor número posible de redes en pequeñas células en las que menos riesgo hubiera de que se infiltraran agentes de la Abwehr y del Sicherheitsdienst (o SD), el servicio de contrainteligencia de la SS, a menudo confundido con la Gestapo. La resistencia no debía intentar lanzarse a una guerra abierta, sino prepararse para la liberación de Francia por las fuerzas aliadas.

Moulin, que necesitaba a un militar para ponerse al mando de lo que luego sería el Ejército Secreto, reclutó al general Charles Delestraint. Desarrollando un trabajo infatigable, Moulin logró ganarse a las principales redes existentes en la zona no ocupada, Combat, Liberation, y Franc-Tireur (que, aunque sus nombres se parezcan, no debe confundirse con la organización comunista Franc-Tireurs et Partisans). A pesar de sus éxitos, el gobierno británico seguía decidido a no entregar la Sección F a la Francia Libre.

Irónicamente, el apoyo de los americanos a Darlan contribuyó en buena parte a que De Gaulle llegara a un acuerdo con los comunistas. Estos se habían sentido indignados por el hecho de que los Aliados hubieran apoyado a Darlan, que había sido primer ministro del régimen de Vichy cuando varios de sus militantes habían sido ejecutados como rehenes. En enero de 1943, llegó a Londres Fernand Grenier, como delegado del partido comunista francés ante la Francia Libre. Al cabo de un mes, Pierre Laval, plegándose a las presiones de los alemanes para que se enviaran más obreros franceses al Reich, instituyó el Service de Travail Obligatoire. Este reclutamiento forzoso de mano de obra causó un profundo resentimiento en Francia e hizo que miles de jóvenes escaparan a las montañas y a los bosques. Los grupos de la resistencia se vieron casi superados ante tanta afluencia, y aunque les costara trabajo darles de comer a todos, y mucho más armarlos, el Maquis, como pasaron a llamarse, se convirtió en un movimiento de masas.

En la primavera, Moulin creó el Conseil National de la Résistance y contactó con las redes del norte de Francia para convencerlas de que se unieran al movimiento. Pero en junio empezó a producirse una serie de desastres, en gran parte debidos a la falta de seguridad. El SD logró infiltrarse en un grupo tras otro. El general Delestraint fue detenido en el metro de París, y el 21 de junio Jean Moulin y todos los miembros del Conseil National de la Résistance fueron rodeados en una casa a las afueras de Lyon. Moulin fue torturado tan cruelmente por el SS Hauptsturmführer Klaus Barbie que murió al cabo de dos semanas, sin decir ni una palabra. Los ingleses, horrorizados por las lagunas existentes en la seguridad y la avalancha de detenciones, que no cesaron, se mostraron todavía más reacios a confiar en el BCRA.

Los gaullistas reconstituyeron el consejo de la resistencia, esta vez encabezado por Georges Bidault, católico de centro izquierda, hombre honesto, pero sin ningún carisma. Como Bidault no tenía la claridad de ideas ni la determinación de Moulin, los comunistas, en cuyo hermético sistema de células se habían producido muy pocas infiltraciones, intensificaron mucho su influencia. Tras acordar unirse al Ejército Secreto de De Gaulle, esperaban recibir grandes cantidades de armas y de dinero de la SOE. Intentaron además infiltrarse en los diversos comités de resistencia con sus propios «submarinos», esto es criptocomunistas que fingían no tener nada que ver con el partido. Su concepción de la liberación de Francia era diametralmente opuesta a la idea que de ella tenía De Gaulle. A través del control de los comités y de la fuerza cada vez mayor de sus grupos armados como los Franc-Tireurs et Partisans, pretendían convertir la liberación en revolución. No sabían, sin embargo, que Stalin tenía otras prioridades y subestimaron también las habilidades políticas de los gaullistas.

El propio De Gaulle, que se había visto casi relegado al olvido por los pactos de Darlan y la promoción del general Giraud, obra de los americanos, consiguió dar la vuelta a la tortilla en detrimento de su rival. Roosevelt había enviado a Jean Monnet para asesorar a Giraud, pero Monnet, aunque en un principio se había posicionado en contra de De Gaulle, acabó siendo realista y se dedicó a trabajar entre bastidores para suavizar el traspaso de poderes. El 30 de mayo de 1943, De Gaulle aterrizó en el aeródromo de Maison Blanche de Argel, donde fue recibido por Giraud con una banda que tocaba la Marsellesa. Los ingleses y los americanos contemplaron el espectáculo desde segunda fila. No tardó en producirse una serie enloquecida de discrepancias y rumores de conjura e incluso de secuestro. Las intrigas indujeron al general Pierre de Bénouville a comentar que «no había nada tan parecido a Vichy como Argel»[13].

El 3 de junio, se creó el Comité Français de Libération Nationale, mientras De Gaulle dictaba prácticamente todos los aspectos de lo que a todas luces era un gobierno en potencia. Con su notable capacidad de previsión, De Gaulle se había dado cuenta también de la necesidad de hacer gestos de simpatía a Stalin, y no solo con el fin de manejar mejor a los comunistas franceses. Decidió, pues, enviar a un representante a Moscú. La Francia Libre era el único de los aliados occidentales que ya había contribuido al sostenimiento del frente oriental con el envío de un grupo de combate. El 1 de septiembre de 1942, el Groupe de Chasse Normandie formó en Bakú, la capital de Azerbaiyán, antes de iniciar su adiestramiento operativo y de adaptación a los cazas Yak-7. Tras entrar en combate el 22 de marzo de 1943, el Grupo Normandie-Nieman, como pasó a llamarse, se jactaría al final de destruir doscientos setenta y tres aparatos de la Luftwaffe[14]. De Gaulle calculaba que las buenas relaciones entre la Unión Soviética y Francia ofrecían a Stalin una excelente baza en Occidente, y que mejorarían su propia posición a la hora de negociar con los angloamericanos.

Tras la conquista de Bélgica, Hitler ordenó que los flamencos recibieran un trato preferencial. Tenía la idea de que en una futura reorganización de Europa se convirtieran en una especie de anexo subgermánico del Reich. Un sector del territorio belga al sur de Aquisgrán, así como el gran ducado de Luxemburgo, había sido ya incorporado al Reich.

La necesidad de hombres en el Frente Oriental llevó en 1942 a Himmler a incrementar la Waffen-SS con unidades procedentes de países «germánicos», incluidos los países escandinavos, Holanda y Flandes. Además de la Legión Wallonie, formada por el fascista Léon Degrelle, que se veía a sí mismo como el futuro líder de Bélgica en el Nuevo Orden, se incorporó también una Legión Flamenca. En total prestaron servicio en la Waffen-SS unos cuarenta mil belgas de las dos comunidades, el doble de los franceses que formaron la División Carlomagno de la SS.

La inmensa mayoría de los belgas, sin embargo, detestaba aquella segunda ocupación alemana de su país en apenas un cuarto de siglo. Florecieron los periódicos clandestinos y los jóvenes miembros de la resistencia recurrieron a los graffiti para denunciar la ocupación. Como en otros países ocupados, aparecieron pintados con tiza en las paredes signos de la V de la victoria de los Aliados. Cuando Rudolf Hess voló a Gran Bretaña en 1941, aparecieron en las paredes pintadas que decían: «Heil Hess[15] El ejército alemán adoptó un planteamiento pragmático, tendiendo a no hacer caso de esas pullas. Pero ante la serie de huelgas que se produjeron y que amenazaron la producción industrial, su severidad aumentó.

La resistencia armada habría resultado suicida, de modo que muchos belgas bien situados, entre ellos antiguos agentes de los servicios de inteligencia, hicieron cuanto pudieron para espiar para los Aliados. Finalmente se formó una Armée Secrete integrada por unos cincuenta mil miembros, pero para actuar tuvo que esperar a que la liberación fuera inminente. Reinaba una gran desconfianza entre el gobierno belga en el exilio establecido en Londres y la sección de la SOE responsable del país. El intermediario más eficaz, que se puso al frente del cargo a mediados de 1943, fue Hardy Amies, que luego se convertiría en el diseñador de los vestidos de la reina de Inglaterra.

Una organización más combativa era el Front de l’Indépendence, liderado por los comunistas, que además de fomentar las huelgas, asesinaba a los colaboracionistas en la calle. Otros grupos de valientes organizaron líneas de fuga para los pilotos aliados abatidos durante la campaña de bombardeos estratégicos contra Alemania. La más eficaz fue la línea Cometa, organizada por una joven, Andrée de Jongh, cuyo nombre en clave era Dédée. Muchos belgas corrieron también graves riesgos ocultando a judíos de nacionalidad belga. Los refugiados judíos de otros países que se vieron atrapados en Bélgica fueron menos afortunados. Constituyeron el grueso de los treinta mil que fueron deportados a los campos de concentración.

Holanda, que había sido un país neutral durante la Primera Guerra Mundial, sufrió tal vez más incluso que Bélgica el shock de la ocupación. Aunque una pequeña minoría de la población colaboró o incluso se unió más tarde a la Waffen-SS División Nederland, la mayoría del país siguió siendo profundamente antialemana. Como en Bélgica, la detención indiscriminada de judíos en febrero de 1941 desencadenó una huelga que provocó severas represalias. Un grupo de la resistencia holandesa quemó el registro de nacimientos de Amsterdam para dificultar las investigaciones de los alemanes, pero la mayoría de los ciento cuarenta mil judíos holandeses fueron deportados a los campos de la muerte, entre ellos la joven Anne Frank. Luego, tras el comienzo de la guerra en el este, las autoridades de la ocupación alemana instituyeron un régimen mucho más severo. El 4 de mayo de 1942, los alemanes fusilaron a setenta y dos miembros de la resistencia holandesa y encarcelaron a varios centenares.

El Sicherheitsdienst había estado activo en Holanda antes de que comenzara la guerra, de modo que cuando se intensificó la oposición al reclutamiento forzoso de mano de obra, se llevó a cabo una cuidadosa selección de las detenciones. Y tras conseguir una lista de los contactos de la inteligencia holandesa a través de los dos agentes del SIS capturados en Venlo en 1940, los alemanes los detuvieron rápidamente.

La Abwehr consiguió también un gran éxito contra la resistencia holandesa en marzo de 1942. Llamó a aquella acción de contraespionaje Operación Polo Norte o Englandspiel[16]. Este desastre se debió casi por completo a las prácticas terriblemente poco cuidadosas de la Sección N del cuartel general de la SOE en Londres. Un operador de radio de la SOE fue capturado en una batida llevada a cabo en La Haya. La Abwehr lo obligó a transmitir un mensaje a Londres. El hombre obedeció dando por supuesto que, al no incluir el control de seguridad al final del mensaje, Londres se daría cuenta de que había sido capturado. Pero para su desesperación Londres supuso que sencillamente se le había olvidado, y contestó diciéndole que preparara una zona para recoger a otro agente que iba a ser lanzado en paracaídas.

Cuando llegó el nuevo agente, había un comité de recepción alemán esperándolo, que lo obligó a él también a enviar un mensaje según las instrucciones recibidas. La cadena continuó y los nuevos agentes fueron detenidos uno tras otro en cuanto llegaban. A todos les sorprendía enormemente descubrir que los alemanes lo sabían todo sobre ellos, incluso el color de las paredes de su sala de reuniones en Londres. La Abwehr y el SD, trabajando por una vez en armonía, lograron así capturar a unos cincuenta agentes y oficiales holandeses. Las relaciones anglo-holandesas se deterioraron muchísimo a raíz de este desastre; de hecho en los Países Bajos muchos sospechaban que Londres los había traicionado. No fue ninguna conspiración, sino una terrible combinación de incompetencia, autosuficiencia e ignorancia de las condiciones reinantes en la Holanda ocupada.

Dinamarca, sorprendida y desconcertada por la invasión nazi en 1940, optó por una forma de resistencia pasiva durante la primera parte de su ocupación. El régimen alemán utilizó un trato suave y básicamente permitió al país gobernarse a sí mismo, lo que llevó a Churchill a denominar injustamente a Dinamarca «el canario amaestrado de Hitler». Los agricultores daneses, enormemente productivos, cubrieron más de una quinta parte de las necesidades de mantequilla y carne de cerdo y de vaca del Reich[17]. Himmler en concreto quería reclutar la mayor cantidad posible de daneses para la Waffen-SS, pero la mayoría de los voluntarios procedía de la minoría de lengua alemana del sur del país.

En noviembre de 1942, Hitler, exasperado por la ostentosa antipatía que le profesaba el rey Cristian, exigió un gobierno más obediente. Fue nombrado primer ministro el odiado pronazi Erik Scavenius. Scavenius hizo que Dinamarca se sumara al pacto anti-Comintern y exhortó a los daneses a presentarse voluntarios para luchar en la Unión Soviética. Aunque la suerte que corrió Dinamarca bajo el régimen nazi fue de las menos duras entre los demás estados europeos, los daneses lograron salvar a casi todos los judíos de su país cruzándolos a escondidas al sur de Suecia en barcos de pesca a través del estrecho de Kattegat. La resistencia danesa, el Dansk Frihedsrådet, suministró a Londres una información muy valiosa, especialmente para la RAF. También llevó a cabo sus propias acciones de sabotaje y en 1943 creó una administración en la sombra.

De todos los gobiernos en el exilio instalados en Londres, el noruego era el más fuerte, tanto en autoridad como en recursos. La gran marina mercante noruega se puso al servicio de la británica y supuso una contribución importantísima para el esfuerzo de guerra de los convoyes del Atlántico y del Ártico. Noruega, que mostró un alto grado de apoyo a la figura del rey Haakon VII, sufrió también mucho menos que otros países ocupados la amenaza de una potencial guerra civil tanto durante la ocupación como al término de la guerra.

Tras la derrota del país, los militares noruegos empezaron a organizar un ejército clandestino, la Milorg, hacia finales de 1940. Cuando acabó la guerra contaba con unos cuarenta mil miembros. Se produjo una frustración considerable a raíz de la torpe intervención de los Aliados, y durante los primeros años de la ocupación alemana hubo bastante tensión entre los noruegos y la SOE, que pretendía desarrollar una campaña más agresiva.

El deseo de Churchill de lanzar incursiones contra Noruega —se produjeron dos en las islas Lofoten en 1941— y la defensa de una invasión del país en 1942, llevaron de cabeza a sus jefes de estado mayor, pero las incursiones avivaron la convicción de Hitler de que los Aliados iban a lanzar un ataque a través del mar del Norte. La insistencia del dictador alemán en mantener más de cuatrocientos mil hombres en Noruega, para desesperación de los generales destinados en otros lugares, tuvo inmovilizado a un número considerable de fuerzas durante casi cinco años de la guerra. Con un ejército de ocupación tan enorme, no es de extrañar que la Milorg no quisiera iniciar una guerra de partisanos que habría dado lugar a una cantidad desproporcionada de bajas civiles.

El autoproclamado líder noruego, Vidkun Quisling, había dirigido antes de la guerra un pequeño partido de simpatizantes nazis, la Nasjonal Samling. Tras proclamarse jefe del gobierno durante la invasión alemana, no tardó en ser destituido por Josef Terboven, el Reichskommissar, que lo despreciaba. En febrero de 1942, Hitler nombró a Quisling primer ministro, pero Terboven siguió frustrando las ilusiones de poder de Quisling. Se creó el Rikshird, una copia de la SA nazi, que atrajo a unos cincuenta mil hombres, en su mayoría meros oportunistas. También fueron imitadas otras organizaciones nazis, como las Juventudes Hitlerianas (Hitler Jugend). Como acaso no pudiera ser de otro modo ante la presencia de un ejército de ocupación tan grande, numerosas mujeres noruegas tuvieron relaciones con soldados alemanes y de esas uniones nacieron más de diez mil niños.

Pero el grueso de la población odiaba a los ocupantes alemanes. En abril de 1942, una abrumadora mayoría del clero luterano se declaró contraria al gobierno de Quisling, y cuando los alemanes ordenaron llevar a cabo detenciones indiscriminadas de judíos, solo lograron deportar a setecientos sesenta y siete de dos mil doscientos. La mayoría de los restantes fueron pasados clandestinamente por sus compatriotas a Suecia, que, aunque encantada de vender a Alemania sus abundantes recursos en acero y otros materiales útiles para la industria bélica, empezó a distanciarse de su socio comercial nazi cuando la guerra empezó a volver la espalda a los alemanes.

Un objetivo fundamental de la RAF había sido la fábrica de Norse Hydro en la provincia de Telemark, que producía agua pesada para lo que se sospechaba que podía ser el prototipo de una bomba atómica alemana. Pero los bombardeos aéreos se hicieron impracticables, de modo que se propuso a la SOE organizar una incursión de sabotaje. En noviembre de 1942 el intento de asalto de un comando británico acabó en desastre, estrellándose dos planeadores Horsa debido al mal tiempo. Las tropas alemanas capturaron a los tripulantes de uno de ellos, les ataron las manos con alambre de espino y los fusilaron en el acto. La acción fue una respuesta al reciente Kommandobefehl Hitler, que ordenaba que fueran fusilados de inmediato todos los miembros de una fuerza especial o de un grupo de asalto, tanto si vestían de uniforme como si no. Los alemanes descubrieron inmediatamente por los mapas del avión siniestrado cuál era su objetivo.

Ya en el mes de octubre el comité de recepción que tuvieron tres comandos noruegos los había obligado a lanzarse en paracaídas en las montañas. Los hombres aguantaron allí todo el terrible invierno, sobreviviendo en cabañas aisladas por la nieve y alimentándose con carne de reno. Su única fuente de vitamina C era el gørr, la materia vegetal a medio digerir depositada en el estómago de los renos. Finalmente, el 17 de febrero de 1943, fueron lanzados en paracaídas otros seis comandos noruegos adiestrados en Inglaterra, pero cayeron en el lago helado de las montañas equivocado. Al final los dos grupos se encontraron y el 28 de febrero por la noche lograron colocar una carga de explosivos en la fábrica de agua pesada de Vermork. Entraron y salieron de ella sin disparar un solo tiro y causaron graves daños. Los alemanes repararon las instalaciones y la producción se reanudó cuatro meses después. Los ataques de la 8.ª Fuerza Aérea norteamericana no lograron golpear eficazmente su objetivo, de modo que fue preciso recurrir una vez más a la resistencia noruega.

Cuando en febrero de 1944 estuvo lista una cantidad suficiente de agua pesada, los alemanes la cargaron en vagones de tren para trasladarla a un transbordador, sin saber que dos viejos miembros de la resistencia noruega se habían colado a bordo por la noche y habían colocado cargas explosivas con temporizadores confeccionados con simples despertadores. El transbordador se hundió tal como había sido planeado en las profundas aguas del lago. Perdieron la vida también catorce civiles, pero las autoridades noruegas de Londres habían reconocido de antemano que el objetivo justificaba el riesgo. Aunque los científicos alemanes no estaban ni siquiera cerca de poder construir una bomba nuclear, los Aliados no podían correr riesgos. En cualquier caso, las dos operaciones de Vermork supusieron las acciones de sabotaje más eficaces de toda la guerra[18].

Checoslovaquia, la primera víctima de la agresión alemana, fue abandonada por los ingleses y los franceses en 1938, y a continuación ocupada por completo por los alemanes en marzo. Pero los estudiantes checos celebraron el día de su independencia, el 28 de octubre de 1939, con una gran manifestación. Los nazis cerraron todas las universidades y ejecutaron a nueve estudiantes como señal de advertencia. El anterior primer ministro, Edvard Beneš, creó un gobierno en el exilio en Londres, y algunos soldados y pilotos checos lograron llegar a Inglaterra. Los pilotos checos combatieron con gran pericia y valentía en la RAF.

Los alemanes desmembraron el país. Los Sudetes ya habían sido incorporados al Reich, Eslovaquia se convirtió en un estado títere fascista bajo la dirección de monseñor Jozef Tiso, y el resto del país fue denominado Protectorado del Reich de Bohemia y Moravia. Aunque el régimen nazi evitó al principio adoptar medidas demasiado rigurosas, el SD estaba dispuesto a aplastar cualquier signo de desafección, especialmente a partir de junio de 1941 y de la entrada de la Unión Soviética en la guerra al lado de los Aliados. La resistencia checa —el UVOD o Ustreduí vedení odboje domácího— emprendió una campaña de sabotajes contra los depósitos de combustible y los ferrocarriles, lo mismo que los grupos comunistas.

Hitler nombró a Reinhard Heydrich para el cargo de protector de Bohemia y Moravia con el fin de que se encargara de aplastar a la oposición. Heydrich optó inmediatamente por aplicar una política de terror para asegurarse de que la producción de guerra dejara de ser boicoteada. Detuvo a los principales dirigentes e hizo que fueran condenados a muerte. En total fueron fusiladas noventa y dos personas en los primeros días y varios miles más fueron enviadas al campo de concentración de Mauthausen. A largo plazo el plan de Heydrich era germanizar todo el territorio mediante la deportación masiva de la población. Empezó además el envío de los cien mil judíos de la región a campos de concentración, en los que murieron casi todos.

En Londres, el gobierno checo en el exilio decidió asesinar a Heydrich. El objetivo de esta acción era provocar una conmoción para que las represalias alemanas empujaran a los avergonzados gobiernos aliados a anular los acuerdos de Múnich para restablecer las fronteras de 1938. La SOE adiestró a dos jóvenes voluntarios checos y los lanzó a su país en paracaídas a finales de 1941. El 27 de mayo de 1942, después de un largo trabajo de reconocimiento del terreno, los dos hombres se apostaron en el camino por el que debía pasar Heydrich en su Mercedes descapotable y le tendieron una emboscada. Uno de los dos miembros del equipo intentó disparar a Heydrich cuando su coche frenó al tomar una curva cerrada, pero su metralleta se atascó. Su compañero lanzó entonces una bomba improvisada. Heydrich resultó herido a consecuencia de la explosión. Aunque sus heridas no fueran mortales, se infectaron y murió de septicemia el 4 de junio.

Hitler se enfadó muchísimo con Heydrich por haberse arriesgado a moverse por Praga en un coche descubierto, pero la cólera del Führer contra los checos dio lugar a represalias masivas, con asesinatos y deportaciones. Las localidades de Lidice y Ležáky fueron destruidas, con la ejecución de todos sus habitantes varones mayores de dieciséis años. Las mujeres fueron enviadas al campo de concentración de Ravensbrück. Aunque su caso no fuera tan brutal como otras atrocidades nazis, Lidice se convirtió en símbolo de la opresión alemana en todo el mundo occidental.