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LA CONTRAOFENSIVA EN EL PACÍFICO

(JULIO DE 1942-ENERO DE 1943)


Cuando en julio de 1942 se decidió posponer el plan de invasión por el Canal de la Mancha para desembarcar en el norte de África francés, el almirante King aprovechó la ocasión para reforzar el Pacífico. Pretendía que, en la medida de lo posible, la guerra contra Japón estuviera controlada por la Marina americana, utilizando el Cuerpo de Infantería de Marina para poner en marcha operaciones anfibias. El ejército de los Estados Unidos, por su parte, planeaba el envío a la zona de unos trescientos mil soldados, la mayoría de los cuales se pondrían a las órdenes del general Douglas MacArthur, con su cuartel general para el suroeste del Pacífico en Australia. King no compartía la admiración que la opinión pública de su país sentía por MacArthur, de hecho, lo detestaba. Incluso el antiguo protegido de MacArthur, el general Eisenhower, lamentaba que MacArthur hubiera evacuado las Filipinas.

MacArthur se había erigido en una especie de virrey militar, con una corte de oficiales de estado mayor, serviles y aduladores, los llamados «la pandilla de Bataán». A diferencia del sencillo y modesto almirante Nimitz, el duro y apuesto MacArthur era todo un maestro de las relaciones públicas al que le gustaba ser fotografiado fumando su característica pipa mientras observaba el horizonte del Pacífico. No prestaba atención a los deseos de sus dirigentes políticos, que eran los demócratas. Despreciaba a Roosevelt, y en 1944 consideró seriamente la posibilidad de presentarse a las elecciones presidenciales y competir con él. Los líderes republicanos querían que MacArthur, fanático derechista, fuera nombrado comandante supremo de las fuerzas de la marina y del ejército de tierra. La idea de que un general tan autocrático pudiera interferir en la estrategia naval horrorizaba al almirante King.

A instancias de Roosevelt, Extremo Oriente había sido dividido en dos zonas de incumbencia. Los británicos se encargarían de China-Birmania-India, o CBI, aunque China fuera esencialmente un interés americano. Los estadounidenses controlarían las operaciones en el Pacífico y el mar de China Meridional, y garantizarían la defensa de Australia y Nueva Zelanda. Los dos gobiernos de estas dos antiguas colonias británicas no veían con agrado una distribución en la que ellos poco podían decidir desde el punto de vista estratégico, pues el estado mayor conjunto en Washington no tenía la más mínima intención de complicar sus operaciones con la obligación de consultarlas con países aliados. En abril de 1942, ese estado mayor había creado un Consejo de Guerra del Pacífico, integrado por representantes de los países interesados, pero era un órgano que solo servía para que los chinos, los holandeses, los australianos y otros pudieran «desahogarse»[1], y nada más.

Australia constituía el principal objetivo de la defensa aliada desde el mes de enero, cuando los japoneses capturaron Rabaul, en Nueva Bretaña, y convirtieron esta localidad en una de sus principales bases navales y aéreas. Ello suponía una amenaza para las rutas de navegación que unían Australia con los Estados Unidos. Todos coincidían en que era necesario actuar, pero entonces estalló una estúpida discusión sobre si las operaciones en aquella zona estaban bajo el mando de MacArthur o del almirante Nimitz, comandante en jefe del Pacífico o CINCPAC por sus siglas en inglés. Tras los desaguisados ocurridos durante la batalla del mar del Coral, los japoneses optaron por aplazar su siguiente operación, la captura de Port Moresby, en la costa meridional de Papúa Nueva Guinea, prevista para mayo. Sin embargo, sí tomaron más al este el puerto de Tulagi, en las islas Salomón. Rabaul era el objetivo principal de los americanos, y MacArthur quería atacarla de inmediato, pero antes de intentar reconquistarla, la Marina de los Estados Unidos insistió en la necesidad de asegurar primero las islas meridionales del archipiélago de las Salomón. La última cosa que quería Nimitz era que MacArthur lanzara la 1.ª División de Infantería de Marina contra Rabaul y que pusiera en peligro sus portaaviones en aguas controladas por la aviación japonesa.

Desde las islas en las que permanecían ocultos, los efectivos grupos de vigilancia costera australianos, los coastwatchers, informaron por radio que los japoneses estaban construyendo un aeródromo en Guadalcanal, en el extremo suroriental de las islas Salomón. Pero a última hora de la tarde del 21 de julio, mientras los americanos se preparaban para invadir Tulagi y Guadalcanal con la 1.ª División de Infantería de Marina, y MacArthur trasladaba su cuartel general de Melbourne a Brisbane, llegó la noticia de que los japoneses habían desembarcado un contingente de dieciséis mil hombres en Buna, en la costa del norte de Papúa. Era evidente que tenían la intención de capturar Port Moresby, localidad situada en la costa sur, para convertirla en la base desde la que atacar Australia.

Los japoneses enseguida establecieron una cabeza de puente, y a continuación comenzaron a avanzar por el angosto camino de Kokoda. Este tortuoso sendero atravesaba la espesa jungla y cruzaba zigzagueando la cordillera de Owen Stanley, cuyos montes alcanzan los cuatro mil metros de altitud. Aunque muy inferiores en número, los defensores australianos lucharon con bravura desde su retaguardia, ralentizando el avance nipón. En la humedad extrema propia de las pluviselvas tropicales, los dos bandos sufrieron los estragos de enfermedades como la disentería, el tifus, la malaria y el dengue. Las boscosas laderas de las montañas eran tan empinadas que los soldados tenían las piernas y las rodillas doloridas, y al mismo tiempo les parecía que eran de gelatina.

En medio del hedor de una vegetación viscosa y putrefacta, los uniformes se desgarraban, la piel se infectaba por las picaduras de los insectos, y en uno y otro bando se medio morían de hambre debido a las dificultades para hacer llegar las provisiones. Los lanzamientos de víveres para los australianos caían lejos de los objetivos, y solo pudo recuperarse unos pocos contenedores. Los dos bandos utilizaban nativos papúes como porteadores, encargados de transportar las provisiones y los pertrechos, o como camilleros para el traslado de los heridos. Era un trabajo agotador en aquellas laderas empinadas y fangosas de las montañas de la cordillera. Los diez mil papúes que ayudaban a los australianos recibieron, en general, un trato digno, pero los que fueron obligados a trabajar para los japoneses no corrieron la misma suerte.

Los combates fueron despiadados. Los soldados japoneses, con clavos en las botas, se ocultaban entre las ramas de los árboles para disparar a los australianos por la espalda. Muchos se hacían el muerto y se escondían entre los cadáveres de sus compañeros hasta que tenían la oportunidad de pegarle un tiro al enemigo por la espalda. Los soldados australianos enseguida aprendieron a atravesar con la bayoneta todos los cuerpos de los caídos para asegurarse de que estuvieran bien muertos. También aprendieron a disfrutar contaminando toda la comida que se veían obligados a abandonar en su retirada: con las bayonetas rompían las latas y esparcían los alimentos en el barro. Sabían que los japoneses estaban mucho más desesperados que ellos y se comerían cualquier cosa sin considerar las posibles consecuencias gástricas.

MacArthur, cuya falta de información resultaba escandalosa, estaba convencido de que los australianos superaban en número a los japoneses, y que simplemente no estaban bien preparados para el combate. De hecho, los soldados australianos, con el apoyo de zapadores del ejército americano, consiguieron agotar al enemigo durante los meses siguientes, a pesar de encontrarse en unas condiciones horribles, impidiéndole la entrada a Port Moresby. Otra fuerza australiana más poderosa frustraría, mientras tanto, un desembarco de los japoneses en la bahía de Milne, en el extremo oriental de Papúa.

El 6 de agosto, escudados por las nubes y la intensa lluvia, los ochenta y dos barcos de la Fuerza Operacional 61 avistaron las islas de Guadalcanal y Tulagi. Los diecinueve mil marines americanos comenzaron a comprobar sus armas, a afilar sus bayonetas y a limpiar sus fusiles. No había tiempo ni para payasadas ni para bromas. Al día siguiente, al amanecer, mientras los marines, cargados con sus equipos, bajaban por las redes hasta las lanchas de desembarco, los cañones de sus buques escolta abrieron fuego. Sobrevolando sus cabezas, los aparatos aéreos de los portaaviones se dirigieron a bombardear las posiciones japonesas. Las lanchas de desembarco enseguida alcanzaron las playas, y los marines saltaron de ellas, dispersándose entre los cocoteros. La flota de invasión estadounidense había logrado sorprender al enemigo en Guadalcanal y en Tulagi. Los japoneses no esperaban que los americanos contraatacaran con tanta celeridad tras las derrotas sufridas.

Los combates fueron especialmente encarnizados en Tulagi, pero al día siguiente, poco antes de anochecer, la 1.ª División de Infantería de Marina, reforzada, había asegurado las dos islas. Al vicealmirante Fletcher, oficial al mando de la fuerza operacional naval encargada de la invasión, le preocupaba que sus tres portaaviones pudieran ser atacados por aparatos aéreos de los aeródromos o incluso de los portaaviones del enemigo. Para enfado y consternación del contraalmirante Richmond K. Turner, comandante de la fuerza anfibia, Fletcher insistió en regresar a casa con sus portaaviones y sus buques escolta en menos de cuarenta y ocho horas. Turner consideró la decisión de Fletcher una especie de deserción ante la aparición de las fuerzas enemigas.

A primera hora del 9 de agosto, la fuerza de apoyo de Turner se vio sorprendida por una imponente escuadra de cruceros japoneses que había zarpado de Rabaul. La Armada Imperial nipona sabía que jugaba con ventaja en las acciones nocturnas. El crucero australiano Canberra, tres cruceros estadounidenses y un destructor fueron hundidos en apenas media hora. En total perecieron mil veintitrés marineros australianos y americanos. Por fortuna para los Aliados, el vicealmirante Mikawa Gunichi, temiendo que al amanecer lanzaran un ataque aéreo desde los portaaviones americanos, que por entonces ya se encontraban muy lejos, decidió regresar a Rabaul. Turner siguió desembarcando más equipamiento de los marines en Guadalcanal, y luego tuvo que sacar inmediatamente de allí sus barcos, pues había perdido demasiados buques escolta.

Los marines, perfectamente conscientes de su delicada situación, enseguida ocuparon y arreglaron el aeródromo japonés, que rebautizaron con el nombre de «Campo Henderson». Estaba situado junto a la costa, al norte de Guadalcanal, y rodeado de cocoteros. Todos los días, a primera hora de la tarde, el enemigo bombardeaba. Los marines decían que era «la hora de Tojo». Y los cruceros y destructores japoneses que navegaban por el que fue denominado «Estrecho del Fondo de Hierro» por los barcos que habían sido hundidos en sus aguas, abrieron fuego contra el aeródromo en numerosas ocasiones. El 15 de agosto, la marina norteamericana consiguió hacer llegar combustible y bombas para los aviones que iban a operar desde el aeródromo. Cinco días después, llegaron al campo de aviación diecinueve cazas Wildcat y doce bombarderos en picado que despegaron de un portaaviones. El general de división Alexander A. Vandegrift, comandante de la 1.ª División de Infantería de Marina, reconocería que le saltaron las lágrimas de alegría, y de alivio, cuando estos aparatos aterrizaron sanos y salvos. Esta fuerza aérea recibió el nombre de «Fuerza Aérea Cactus» (CAF por sus siglas en inglés), pues «Cactus» era el nombre en clave que habían utilizado los aliados para referirse a Guadalcanal.

Las noches esperando que se produjera el inevitable contraataque japonés fueron lo peor. Un ruido repentino, ya fuera producido por uno de los enormes cangrejos de tierra, un jabalí entre la maleza, un ave o un coco que cayera sobre la arena, bastaba para que los centinelas se asustaran y empezaran a abrir fuego en la oscuridad. Los hombres pasaban el día reforzando las defensas, aunque buena parte del material siguiera a bordo de las naves de transporte que el almirante Turner se había visto obligado a retirar tras la partida de Fletcher y la desastrosa batalla del Estrecho del Fondo de Hierro.

Por fortuna para los marines, los japoneses habían subestimado de manera lamentable su potencial. Durante la noche del 18 de agosto, unos destructores japoneses procedentes de Rabaul desembarcaron el 28.º Regimiento, a las órdenes del coronel Ichiki Kiyono, en un punto situado a unos treinta kilómetros al este del Campo Henderson. En cuanto Vandegrift fue informado del desembarco por las patrullas de reconocimiento, ordenó que se defendiera la línea del río Ilu. La noche del 21 de agosto, el coronel Ichiki mandó a sus hombres, unos mil soldados, que atacaran a través de un manglar. Los marines los aguardaban al otro lado del río.

Bajo la fatal luz verde de las bengalas, aniquilaron a los japoneses con ametralladoras y cañones antitanque que disparaban metralla. «La fiebre se apoderó de nosotros», escribiría un marine hablando de su sed de sangre. Solo unos pocos pudieron abrirse paso, pero enseguida fueron abatidos. Los marines lanzaron un ataque por los flancos con un batallón de reserva. «Algunos japoneses se tiraban al canal y se alejaban a nado del bosque de los horrores», sigue contando el mismo marine. «Parecían leminos. No podían dar media vuelta. Sus cabezas parecían bolas de corcho flotando en el horizonte. Los marines, tendidos sobre la arena, disparaban a sus cabezas»[2]. De los mil soldados japoneses, más de ochocientos perecieron. Los marines cazadores de recuerdos buscaban entre los cadáveres infestados de moscas cualquier cosa que luego pudieran vender o intercambiar. Uno de ellos, apodado «Souvenirs», fue de cadáver en cadáver con unos alicates. Les abría la boca y arrancaba los dientes de oro. Enseguida aparecieron los cocodrilos, que se dieron un verdadero festín. Con sentimientos mezclados, los marines, agazapados en sus trincheras, oían en la oscuridad cómo aquellos animales devoraban los cuerpos. El coronel Ichiki, que sobrevivió al ataque, se suicidó siguiendo el ritual japonés del seppuku, el desentrañamiento.

El 23 de agosto, los nipones enviaron otra fuerza de desembarco, esta vez fuertemente escoltada por la Flota Combinada. Su acción dio lugar a la batalla de las Salomón Orientales. Los portaaviones del almirante Fletcher recibieron la orden de regresar a la zona. Sus aparatos aéreos atacaron y hundieron un portaaviones ligero, el Ryujo, buque escolta de una escuadra de cruceros que bombardeaba Campo Henderson, pero Fletcher ignoraba que otros dos portaaviones de mayores dimensiones, el Zuikaku y el Shokaku, navegaban también por aquellas aguas. Los japoneses lanzaron su aviación contra la fuerza operacional de Fletcher, dañando el portaaviones Enterprise, pero perdieron noventa aviones, y los americanos solo veinte. Entonces se retiraron los portaaviones de uno y otro bando, pero los pilotos de infantería de marina de Campo Henderson, con la ayuda de unos bombarderos pesados B-17 Fortress, lograron alcanzar a la fuerza invasora, destruyendo el barco principal de transporte de tropas, hundiendo un destructor y dañando seriamente el buque insignia del contraalmirante Tanaka Raizo, el Jintsu.

Con la Fuerza Aérea Cactus controlando los accesos por mar durante el día, los japoneses solo podían hacer llegar refuerzos durante las horas nocturnas. Debido a la pérdida de aviones, los americanos también tenían que desembarcar a sus tropas de reemplazo al anochecer. Los obsoletos cazas Wildcat de los marines no eran comparables con los Zero, pero, de todos modos, consiguieron derribar un número impresionante de aviones enemigos. En tierra, los marines de Vandegrift vivían en unas condiciones durísimas en sus trincheras lindantes con la jungla o en los espesos cocotales. Bombardeados constantemente por aire y por mar, también se enzarzaban en encarnizados y largos combates con grupos de japoneses. Y todas las noches un bombardero, al que llamaban «Charlie la lavadora», sobrevolaba la zona produciendo un fuerte zumbido que les impedía conciliar el sueño. Los japoneses, que iban escasos de munición, trataban de conseguir que los marines revelaran sus posiciones por la noche, haciendo ruido con un par de cañas de bambú para que pareciera el disparo de un fusil. Entonces, aprovechando la oscuridad, se aproximaban arrastrándose, saltaban dentro de las trincheras y empezaban a golpear en todas direcciones con un machete, y luego salían corriendo de allí con la esperanza de que en medio de la confusión los supervivientes acabaran matándose los unos a los otros.

Difícilmente podían mitigar el hambre con las provisiones de arroz infestado de gusanos que habían arrebatado a los japoneses. Pero los peores enemigos eran las fiebres tropicales, la disentería y la putrefacción de la carne provocada por las úlceras tropicales en un clima tan húmedo. El valor era una moneda que a veces se agotaba. En cierta ocasión, unos cuantos hombres se derrumbaron bajo el intenso bombardeo, para consternación y vergüenza de sus camaradas. «Todo el mundo miró a otro lado», escribiría el mismo soldado de infantería de marina, antiguo articulista deportivo, «como haría un millonario ante el horripilante espectáculo de un miembro de su club pidiendo prestados cinco dólares al camarero»[3].

A finales de agosto, aprovechando la oscuridad de la noche, el almirante Tanaka logró desembarcar un contingente de seis mil hombres a las órdenes del general de división Kawaguchi Kiyotake. Este despliegue de tropas en Guadalcanal en lugar de Papúa supuso un cierto alivio para los australianos que defendían Port Moresby. El grueso de las fuerzas desembarcó en el mismo lugar en el que lo había hecho el regimiento de Ichiki, y el resto lo hizo al oeste del aeródromo Henderson. Kawaguchi era prácticamente tan arrogante y carente de imaginación como Ichiki. Sin enviar ninguna patrulla en misión de reconocimiento para explorar la zona, decidió lanzar un ataque desde el sur de Campo Henderson.

En cuanto se puso en marcha, una tropa de incursión atacó su base y destruyó su artillería y sus radios; los marines se dedicaron luego a orinar en las provisiones de alimentos de los japoneses. La fuerza de Kawaguchi, ignorando el ataque, se adentró en la jungla, perdiéndose en varias ocasiones. Finalmente, el 15 de septiembre, a última hora de la tarde, Kawaguchi empezó a atacar por la pequeña cresta situada al sur de Campo Henderson. Los marines, conscientes de que las fuerzas navales americanas no podrían acudir en su ayuda porque el enemigo había recibido refuerzos en Rabaul, se temían lo peor. Si se veían superados, no tendrían más remedio que salir corriendo hacia las montañas y emprender allí una guerra de guerrillas. Y la escasez de comida ya empezaba a ser muy alarmante.

La batalla de la cresta Edson, o de la «maldita cresta», supuso para los marines la pérdida de una quinta parte de sus efectivos, pero los japoneses acabaron perdiendo más de la mitad de sus hombres. Kawaguchi tuvo que aceptar la derrota cuando sus otras fuerzas se vieron también superadas. Los supervivientes se retiraron a las colinas, donde, junto con las tropas del ataque frustrado de Ichiki, se murieron literalmente de hambre mientras sus uniformes iban pudriéndose. Entre las fuerzas japonesas, Guadalcanal se ganaría el nombre de «la isla del hambre».

El almirante Yamamoto se puso hecho una furia cuando tuvo noticia del desastre. Había que vengar semejante ultraje a la bandera japonesa, por lo que de todas direcciones comenzaron a llegar fuerzas para concentrarse y aplastar a los defensores americanos. El almirante Turner regresó con su fuerza operacional para desembarcar el 18 de septiembre nuevas tropas de refuerzo, el 7.º Regimiento de Infantería de Marina, pero el portaaviones Wasp fue alcanzado y hundido por un submarino japonés.

El 9 de octubre, una fuerza nipona mucho más grande, a las órdenes del teniente general Hyakutake Haruyoshi, fue desembarcada en la isla. Pero dos días después, por la noche, Turner llegó de nuevo para desembarcar el 164.º Regimiento de la llamada División Americal. Primero tenía en mente otro plan: tender una emboscada a lo que los marines denominaban el «Tokio Express», los buques de guerra japoneses encargados del traslado de tropas y provisiones a la isla de Guadalcanal. En esa ocasión la fuerza naval nipona estaba formada por tres cruceros pesados y ocho destructores. En medio del caos provocado por aquella acción nocturna, la llamada batalla del cabo Esperanza, los japoneses perdieron un crucero pesado y un destructor, y otro de sus cruceros pesados sufrió graves daños. Solo un crucero americano fue alcanzado de lleno por la artillería nipona. Aquello levantó la moral de los estadounidenses, y la flota de Turner pudo desembarcar a los hombres del 164.º Regimiento de Infantería y todos los pertrechos y provisiones sin sufrir el menor percance. Los marines se dirigieron a la playa para robar algunos equipos de «los perros» y hacer cambalaches con los marineros, utilizando los trofeos arrebatados a los japoneses muertos. Una espada de samurái fue intercambiada por tres docenas de tabletas de chocolate Hershey de tamaño grande. Con una bandera con la «albóndiga», esto es, el sol naciente, se consiguió una docena[4].

Durante las dos noches siguientes, los acorazados japoneses que navegaban por las aguas del Estrecho del Fondo de Hierro bombardearon el aeródromo, destruyendo prácticamente la mitad de los aparatos de la Fuerza Aérea Cactus e inutilizando la pista de despegue, que no volvió a estar en funcionamiento hasta una semana después. Pero estaba construyéndose una segunda pista, y la llegada de refuerzos había supuesto un gran alivio. La mejor noticia que recibió Vandegrift fue el nombramiento del vicealmirante Halsey como comandante en jefe del Teatro de Operaciones del Pacífico. Halsey, perfectamente consciente de que Guadalcanal se había convertido en un tour de force entre Japón y los Estados Unidos, estaba dispuesto a cancelar otras operaciones con el fin de concentrar el mayor número de fuerzas posible allí donde fuera más necesario. Roosevelt coincidía plenamente con su idea.

Comenzó la estación de lluvias, y con las tormentas se llenaban de agua las trincheras y los pozos de tirador. Los hombres, barbudos, temblaban, calados de agua hasta los huesos durante días y días. La principal prioridad era mantener secas las municiones. La fuerza de Vandegrift consiguió repeler los ataques del general Hyakutake, que eran tan intensos o más que los sufridos anteriormente. Con la ayuda del machete, los marines habían despejado el terreno de maleza y de cisca para crear campos de tiro delante de sus trincheras. Pero la lucha por Guadalcanal fue convirtiéndose cada vez más en una mêlée naval. Una serie de enfrentamientos entre finales de octubre y finales de noviembre constituyó una verdadera guerra de desgaste en alta mar. Al principio, las pérdidas de los americanos fueron superiores, pero a mediados de noviembre, durante tres días de intensos combates en los que se fueron a pique dos cruceros ligeros y siete destructores estadounidenses, los japoneses perdieron dos acorazados, un crucero pesado, tres destructores y siete barcos de transporte de tropas en los que perecieron seis mil efectivos de refuerzo destinados al general Hyakutake. A comienzos de diciembre, la marina estadounidense controlaba los accesos a la isla.

En la segunda semana de diciembre, la exhausta 1.ª División de Infantería de Marina fue evacuada para que pudiera descansar en Melbourne, donde recibió una calurosa bienvenida por parte de un gran número de jóvenes mujeres y una Mención Presidencial de Unidad [Militar] (PUC por sus siglas en inglés). Fue sustituida por la 2.ª División de Infantería de Marina, la División Americal y la 25.ª División de Infantería, formaciones comandadas bajo el nombre de XIV Cuerpo por el general de división Alexander M. Patch. Durante los dos meses siguientes, tras unos encarnizados combates por hacerse con el monte Austen, al sur de Campo Henderson, los destructores japoneses del último «Tokio Express» evacuaron a los trece mil hombres que quedaban en la isla de aquella fuerza de Hyakutake formada originariamente por treinta y seis mil efectivos. Unos quince mil de ellos habían muerto de hambre. Los japoneses ya hablaban de Guadalcanal como de «la isla de la muerte». Para los americanos, Guadalcanal sería su primer trampolín en el Pacífico para llegar a Tokio.

Lo ocurrido en Guadalcanal permitió también una defensa efectiva de Port Moresby por parte de los australianos. Los japoneses, incapaces de reforzar y de abastecer a sus tropas, ordenaron que se retiraran a Buna, a la misma costa al norte de Papúa en la que habían desembarcado. Los australianos disfrutaban por fin de una superioridad numérica tras la llegada de Oriente Medio de su 7.ª División. Para los hambrientos y enfermos nipones, con sus botas y uniformes destrozados, la retirada por la selva tropical de montaña fue una experiencia horrible. Muchos no sobrevivieron. En su avance, los australianos descubrieron que los japoneses habían tenido que comer incluso carne humana.

Sin embargo, cuando los australianos y los americanos de la 32.ª División de Infantería atacaron la cabeza de puente de Gona y Buna, comprobaron que su misión no estaba ni mucho menos exenta de graves peligros. Los soldados japoneses habían construido brillantemente diversos búnkeres camuflados en la jungla, utilizando los gruesos troncos de los cocoteros que los ponían a salvo de las balas de las ametralladoras. El 21 de noviembre, después de que el general MacArthur ordenara a la 32.ª División de Infantería que había que «capturar Buna hoy a cualquier precio»[5], los soldados de esa formación sufrieron las consecuencias de su mandato. Carecían de armamento pesado, tenían escasez de comida y, además, eran constantemente bombardeados por sus propias fuerzas aéreas. Difícilmente habrían podido tener la moral más baja.

La 7.ª División Australiana, encargada de atacar Gona, también vivió una experiencia igualmente desgarradora. El 30 de noviembre, por la noche, parte de la 32.ª consiguió infiltrarse en las posiciones japonesas, moviéndose a rastras entre la rígida cisca de tallo largo y apuntado. Pero la batalla por Buna y Gona seguía adelante debido a la férrea y desesperada resistencia de los japoneses. Solo la llegada de unos tanques ligeros y de más piezas de artillería para destruir los búnkeres nipones permitió por fin que los Aliados pudieran abrirse paso y avanzar. Cuando los australianos consiguieron tomar Gona el 9 de diciembre, comprobaron que los japoneses habían amontonado alrededor de sus posiciones los cadáveres putrefactos de sus soldados a modo de sacos de arena.

En enero de 1943, la 32.ª División y los australianos lograron por fin aplastar los últimos focos de resistencia de la región de Buna. Los defensores japoneses habían estado alimentándose de hierbas y raíces silvestres. Muchos habían perecido, víctimas de la disentería amebiana y la malaria provocadas por la malnutrición, y los pocos que fueron hechos prisioneros presentaban graves síntomas de inanición. MacArthur se atribuyó una «victoria aplastante»[6], una victoria que había tardado tanto tiempo en producirse debido, diría luego el general, a la «parsimonia» de los comandantes australianos. Pero tanto la batalla de Guadalcanal como la de Papúa, que coincidieron en el tiempo con la campaña de Stalingrado, pero bajo unas condiciones climáticas muy distintas, supusieron el fin del mito de la invencibilidad de los japoneses. Representaron un verdadero punto de inflexión en la guerra del Pacífico, aunque fuera la batalla naval de Midway la realmente importante desde el punto de vista estratégico.

En Birmania, por otro lado, era inimaginable que se produjera un punto de inflexión tras la retirada, a lo largo de mil ochocientos kilómetros, a Assam. Para las tropas aliadas obligadas a refugiarse en la India, la guerra en Europa habría podido desarrollarse en otro planeta, por mucho que les afectara directamente, pues implicaba para ellas la llegada de menos refuerzos, de menos cobertura aérea y de menos provisiones y pertrechos de los solicitados. Churchill reconocía que el teatro de operaciones de Birmania no era fundamental en la guerra contra Japón, por mucho que fuera esencial para reabrir la carretera que conducía a China. Solo estaba interesado en reconquistar el país para vengar la humillante derrota sufrida y recuperar para Gran Bretaña un prestigio que en aquellos momentos se veía seriamente empañado.

El mariscal de campo Wavell, consciente de que sus tropas no podían estar demasiado tiempo de brazos cruzados, decidió lanzar una ofensiva, pero con limitaciones, para reconquistar la península de Mayu, en el golfo de Bengala, y la isla de Akyab, situada frente a la costa, a unos ochenta kilómetros al sur de la frontera. La primera ofensiva en Arakan tuvo lugar en un terreno de «empinadas colinas boscosas, de arrozales y pantanos»[7]. Los manglares y las pequeñas ensenadas dificultaban enormemente el paso por buena parte de la franja costera.

Esa operación fue considerada una especie de ataque preventivo para impedir cualquier intento de invasión de la India por parte de los japoneses. El plan era que la 14.ª División India avanzara desde Cox’s Bazaar hasta la península de Mayu, mientras la 6.ª Brigada de Infantería desembarcaba en la desembocadura del río Mayu para tomar Akyab con su aeródromo nipón. Al final, no pudo disponerse de lanchas de desembarco debido a la puesta en marcha de la Operación Torch y a las necesidades de los americanos en las islas Salomón. El general Noel Irwin, comandante del Ejército Oriental, se había negado a utilizar el XV Cuerpo de Slim por unas desavenencias personales surgidas en 1940, cuando este último destituyó a un amigo de Irwin en Sudán. Irwin reaccionó con muy malos modos, y cuando Slim se lamentó de ello, respondió: «No puedo ser maleducado. Soy tu superior»[8].

El avance por la costa se vio bloqueado por fuerzas japonesas entre Maungdaw y Buthidaung, y las fuertes e intensas lluvias hicieron extremadamente difícil cualquier movimiento. Luego, en diciembre, el contingente japonés, muy inferior en número, se retiró. La 14.ª División India prosiguió el avance, tanto por la península de Mayu, como por la margen derecha del río Mayu, en dirección a Rathedaung. Pero los japoneses habían enviado tropas de refuerzo que bloquearon el paso por la península a la altura de Donbaik y contraatacaron en las inmediaciones de Rathedaung.

Como les ocurrió a los americanos y a los australianos en otros escenarios, los batallones indios presentes en la península, pese a recibir los refuerzos de la 6.ª Brigada británica, sufrieron cuantiosas pérdidas debido a la acción de las tropas japonesas que operaban desde una serie de búnkeres perfectamente camuflados en los alrededores de Donbaik. En marzo de 1943, un ataque relámpago de los nipones a través del río Mayu puso en peligro su retaguardia, obligando a los británicos a emprender la retirada. Una formación de la 55.ª División japonesa logró incluso capturar el cuartel general de la 6.ª Brigada y a su comandante. Al final, los soldados británicos e indios, completamente exhaustos, y muchos de ellos enfermos de malaria, tuvieron que retirarse y regresar a la India. El número de sus bajas, unas tres mil, fue el doble del de las japonesas. El general Stilwell declararía despectivamente que los británicos eran tan reacios a luchar contra los japoneses como los nacionalistas chinos de Chiang Kai-shek.

El 17 de enero de 1943, Gran Bretaña y los Estados Unidos renunciaron oficialmente a todos los derechos a las concesiones internacionales, que habían sido impuestas a China en virtud de los «tratados desiguales», firmados tras las Guerras del Opio y la Rebelión Bóxer. Este acuerdo, aceptado a regañadientes por los británicos, fue adoptado para que China siguiera en la guerra mientras se llevaba a cabo la principal ofensiva contra Japón en el teatro de operaciones del Pacífico. La llamada «incursión de Doolittle», emprendida contra Tokio en abril de 1942 desde el portaaviones estadounidense Hornet, y en la que los pilotos supervivientes tuvieron que aterrizar en la costa de China, había dado lugar a una ofensiva japonesa en el curso de la cual fue arrasada una ciudad, y destruida una base aérea nacionalista.

Stilwell, tal vez influido por su parte de responsabilidad en el desastre que había derivado en la pérdida de Mandalay, comenzó a obsesionarse con reconquistar Birmania. Su plan a largo plazo, una vez recuperado el paso por la carretera de Birmania, era rearmar y reciclar las fuerzas de Chiang Kai-shek para derrotar a los japoneses en China. El 7 de diciembre de 1942, el general Marshall decidió desde Washington que los Estados Unidos solo estaban interesados en reconquistar Birmania para reabrir una vía de abastecimiento, no para reforzar los ejércitos de Chiang Kai-shek. Su único deseo era «aumentar rápidamente el número de operaciones aéreas fuera de China»[9].

Marshall estaba impresionado por los informes de los antiguos Tigres Voladores de Chennault, convertidos en la XIV Fuerza Aérea de los Estados Unidos después de lo de Pearl Harbor. «Los bombardeos, con poquísimas bajas americanas», añadía, «ya han causado cuantiosos daños si tenemos en cuenta el número de aviones que han participado». Chennault, en una carta personal dirigida a Roosevelt, había afirmado que podía acabar con la fuerza aérea japonesa en China, atacar las rutas de abastecimiento de Japón en el mar de China Meridional e incluso lanzar incursiones contra la mismísima ciudad de Tokio. Chennault estaba convencido de que era «capaz de conseguir la caída de Japón»[10], del mismo modo que el mariscal del Aire sir Arthur Harris creía en Gran Bretaña que el Mando de Bombarderos podía, por sí solo, derrotar a Alemania. Aunque en Washington no convenció tanto exceso de optimismo, lo cierto es que una campaña aérea con base en China parecía una propuesta mucho más esperanzadora que la idea de Stilwell de reciclar posteriormente los ejércitos de Chiang Kai-shek. Stilwell se sintió ofendido al verse ninguneado, e inició un enfrentamiento con Chennault. En enero de 1943, Marshall tuvo que escribirle una carta en tono severo, instándolo a colaborar con Chennault, pero no sirvió de nada.

Ese choque de personalidades no hizo sino contribuir a la falta de una estrategia coherente en el Pacífico; una falta de estrategia que se debía principalmente a la obsesión personal de MacArthur con las Filipinas y a su firme determinación de cumplir su promesa: «Regresaré». No dejaba de insistir en la necesidad de lanzar una ofensiva en Nueva Guinea para expulsar a las fuerzas japonesas que quedaban en la zona y poder luego preparar la invasión de las Filipinas. Con su manera brillante de manipular a la prensa, MacArthur logró convencer a la opinión pública norteamericana de que su gran deber moral era liberar a su aliado semicolonial de los horrores de la ocupación japonesa.

Con un plan mucho más práctico, la Marina de los Estados Unidos quería avanzar, archipiélago por archipiélago, hacia Japón, cortando los suministros de todas sus remotas guarniciones y fuerzas de ocupación. Incapaces de llegar a un acuerdo con MacArthur y salir de ese punto muerto, los jefes del estado mayor conjunto se comprometieron a desarrollar una política llamada «de dos ejes» que debía tener en cuenta las dos ideas a la vez. Solo los Estados Unidos, con su extraordinaria producción de barcos y aviones, eran capaces de coronar con éxito una empresa con semejante dispersión de fuerzas.

El poderío cada vez mayor de los Estados Unidos en el Pacífico no sirvió de ayuda a los chinos nacionalistas, y la política de dos ejes hizo que enviarles recursos pasara a ocupar uno de los últimos puestos en la lista de prioridades de los americanos. Por otro lado, el cambio significativo que experimentó el curso de la guerra a finales de 1942, especialmente en Guadalcanal, obligó a Tokio a cancelar su plan de poner en marcha la ofensiva Gogó, en la que el Ejército Expedicionario de China debía avanzar hasta Szechuan y acabar con el gobierno nacionalista de Chungking.