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LA CONFERENCIA DE WANNSEE Y EL ARCHIPIÉLAGO SS

(JULIO DE 1941-ENERO DE 1943)


El lugarteniente de Heinrich Himmler era el enérgico SS Obergruppenführer Reinhard Heydrich. Dirigía la Jefatura de Seguridad del Reich (RSHA, Reichssicherheitshauptamt), que administraba el floreciente imperio de la SS. Se rumoreaba que por las venas de Heydrich, hombre alto, siempre impecable, aficionado a tocar el violín, y antisemita, corría más de una gota de sangre judía, circunstancia que, al parecer, no hacía más que intensificar su odio.

El verano de 1941, Heydrich estaba muy irritado por la forma chapucera e improvisada en que venía tratándose la «cuestión judía», y por la falta de un programa centralizado. Aparte de las matanzas de judíos llevadas a cabo por los responsables de la seguridad en los territorios orientales, algunos sátrapas de la SS empezaron a experimentar modalidades de exterminio a escala industrial. En el Warthegau (Distrito del Varta), se llevaron a cabo algunos experimentos poco satisfactorios, introduciendo gases de combustión en el interior de camiones herméticamente cerrados. En el Gobierno General, el SS Polizeiführer Odilo Globocnick empezó a construir un campo de exterminio en Belzec, cerca de Lublin. Himmler, mientras tanto, estaba impaciente por resolver los problemas de tensión psicológica que sufrían los Einsatzgruppen como consecuencia de su trabajo.

Heydrich había ordenado a Adolf Eichmann la redacción de una autorización que fue debidamente firmada por Göring el 31 de julio. El documento en cuestión ordenaba a Heydrich «emprender, por medio de la emigración o la evacuación, una solución de la cuestión judía», y le encargaba «adoptar todos los preparativos necesarios desde el punto de vista organizativo, práctico y material para una solución global de la cuestión judía en el área de influencia alemana en Europa»[1]. Aproximadamente un mes más tarde Eichmann fue convocado al despacho de Heydrich, donde se le comunicó que Himmler había recibido instrucciones de Hitler para proceder a la «aniquilación física de los judíos»[2]. Aunque a los jerarcas nazis les gustaba tomar de vez en cuando el nombre del Führer en vano con el fin de promover sus propias políticas, en este caso sería impensable que Himmler o Heydrich se hubieran atrevido a hacerlo tratándose de una cuestión tan importante como aquella.

Otras ideas expresadas anteriormente, según las cuales la aniquilación total de los judíos solo tendría lugar una vez conseguida la victoria, habían sido olvidadas. Por primera vez se percibía una ansiedad implícita de que no había que perder las oportunidades presentadas por la guerra en el este. También en Alemania y en los países ocupados, incluidas Serbia y Francia, aumentó la presión para que los judíos fueran enviados al este de Europa. En París, la SS ordenó a la policía francesa la localización y detención de judíos franceses y extranjeros; la operación dio comienzo el 10 de mayo de 1941 y supuso la captura de cuatro mil trescientas veintitrés personas.

El 18 de septiembre, una orden de Himmler exponía con toda claridad que en adelante los ghettos serían usados como campos de «almacenamiento». En los ghettos polacos habían muerto de hambre y de enfermedad más de medio millón de judíos, pero se pensó que aquel sistema comportaba un proceso demasiado lento. Ulteriores discusiones pusieron de manifiesto que el plan consistía en meter a todos los judíos en campos de concentración. Pero incluso en un estado totalitario había que superar ciertos problemas legales, como por ejemplo la forma de tratar el caso de los judíos que poseían pasaportes extranjeros, o lo que había que hacer con los que estaban casados con arios.

El 29 de noviembre de 1941, Heydrich envió una invitación a los oficiales y funcionarios de alto rango del Ostministerium y de otros ministerios y organismos oficiales para discutir una política común con él y con los representantes del RSHA. La reunión iba a tener lugar el 9 de diciembre, pero en el último momento se pospuso. El gran contraataque del mariscal Zhukov había sido lanzado el 5 de diciembre, y dos días después los japoneses atacaron Pearl Harbor. Se necesitaba tiempo para evaluar las implicaciones de aquellos sucesos tan trascendentales y por si fuera poco el 11 de diciembre Hitler efectuó en el Reichstag su declaración de guerra a los Estados Unidos. Al día siguiente, el Führer convocó a los líderes del partido nazi a una reunión en la Cancillería del Reich. En ella hizo alusión a su profecía del 30 de enero de 1939, en la que aseguraba que si se producía una guerra mundial, «los causantes de ese sangriento conflicto tendrán que pagar por él con sus vidas»[3].

Con la declaración de guerra de Hitler y los ataques japoneses en Extremo Oriente, la contienda se convirtió en un conflicto verdaderamente global. Según la lógica distorsionada de Hitler, los judíos tenían que pagar por sus culpas. «El Führer está decidido a hacer tabla rasa», anotó Goebbels en su diario el 12 de diciembre. «Profetizó a los judíos que si otra vez provocaban una guerra mundial, conocerían su propio exterminio. No era ninguna frase retórica. La guerra mundial ha llegado, y el exterminio de los judíos debe ser la consecuencia necesaria. La cuestión debe contemplarse sin sentimentalismos de ningún tipo»[4].

Menos de una semana después, Hitler celebró una reunión con Himmler para discutir la «cuestión judía». Pero a pesar del ambiente exaltado, casi febril, cada vez que Hitler se refería a la predicción que había hecho antes del comienzo de la guerra, afirmando que los judíos se acarrearían su propio exterminio, parece que todavía no había tomado una decisión irrevocable acerca de una «Solución Final». A pesar de sus apocalípticas diatribas contra los judíos, parece curiosamente que era reacio a enterarse de los detalles de las matanzas en masa, del mismo modo que rehuía cualquier imagen de los sufrimientos padecidos en el combate o a consecuencia de los bombardeos. Su deseo de mantener la violencia como algo abstracto constituía una paradoja psicológica muy significativa en un individuo que hizo más que casi cualquier otra personalidad de la historia por fomentarla.

Después de los retrasos sufridos, la conferencia de Heydrich se celebró por fin el 20 de enero de 1942, en las oficinas que tenía el RSHA en una gran villa en la isla de Wannsee, al sudoeste de Berlín. El SS Obergruppenführer Heydrich presidió la reunión, y el SS Obersturmbannführer Eichmann se encargó de tomar nota de todo. Aparte de otros miembros del RSHA, los concurrentes eran en su mayoría representantes de alto rango de los territorios ocupados y de la Cancillería del Reich, y cuatro Staatssekretär, es decir los funcionarios de mayor rango de los principales ministerios. Entre ellos estaba el Dr. Roland Freisler, del ministerio de justicia, que más tarde se haría famoso por su actuación como fiscal de los participantes en la conspiración de julio de 1944. El ministerio de asuntos exteriores estaba representado por el subsecretario de estado Martin Luther, tocayo de otro antisemita mucho más famoso e influyente. Luther llegó con un memorándum cuidadosamente preparado titulado «Peticiones e Ideas del Ministerio de Asuntos Exteriores con respecto a la proyectada Solución Final de la Cuestión Judía en Europa»[5]. Más de la mitad de los presentes ostentaban el título de doctor y una minoría significativa eran juristas.

Heydrich empezó exponiendo sus poderes para la preparación de la Solución Final sobre todos los territorios y sobre todos los cargos oficiales. Presentó unas estadísticas acerca de las comunidades judías de toda Europa, incluidos los judíos británicos, que debían ser «evacuados al este». Su número —según sus cálculos, ascendía a once millones— debía primero ser reducido paulatinamente por medio del trabajo duro, y luego los supervivientes serían «tratados en consecuencia». Los judíos de más edad y los que hubieran combatido por el Káiser debían ser enviados al campo «adecentado» de Theresienstadt en Bohemia.

Luther, en nombre del ministerio de asuntos exteriores, pidió cautela y una demora en la detención de los judíos de países como Dinamarca y Noruega, donde las medidas de este tipo podrían provocar una reacción internacional. Se dedicó luego mucho tiempo a discutir la compleja cuestión de las personas que eran de ascendencia judía solo en parte —los llamados Mischlinge— y de las que tenían un cónyuge ario. Como acaso habría sido previsible, el representante del Gobierno General insistió en que sus judíos fueran los primeros a los que se aplicaran las medidas. Por último, mientras tomaban una copa de coñac después del almuerzo, los participantes en la reunión discutieron los diversos métodos que se tenían a mano para la consecución del objetivo. Las actas de la reunión, sin embargo, siguen conteniendo los eufemismos habituales, como «evacuación» y «reasentamiento».

Una cosa, sin embargo, estaba clara para todos los participantes. Todas las ideas de «solución territorial» habían quedado en nada. Con la errática ofensiva general de Stalin tras la batalla de Moscú, en los territorios soviéticos ocupados no había ninguna zona apropiada en la que soltar a los judíos para que murieran de hambre. En aquellos momentos parecía que la única solución segura era la matanza industrializada.

La impaciencia por abordar aquella tarea se apoderó de la administración nazi, en Berlín y especialmente en el feudo de Frank, el Gobierno General. El Gauleiter Arthur Greiser quería eliminar a los treinta y cinco mil polacos que padecían tuberculosis en el Distrito del Varta. Los juristas de la SS discutieron incluso la posibilidad de matar a los prisioneros alemanes y de otras nacionalidades que tuvieran la desgracia de parecer «abortos del infierno»[6]. En la «Shoah por medio de las balas», «los verdugos se encargaron [de encontrar] a las víctimas en el territorio de la URSS ocupada», pero en la «Shoah por medio del gas», «las víctimas fueron llevadas a sus verdugos»[7]. Este proceso empezó a llevarse a cabo en primer lugar en los campos de exterminio de Chelmno (Kulmhof), donde se usaron camiones de gas, y continuaron en Bełżec, Treblinka, Sobibór, y finalmente en Auschwitz-Birkenau a partir del verano.

Se creó un formidable aparato administrativo para que se ocupara de los judíos que todavía no habían muerto en los ghettos o que no habían sido fusilados. Eichmann, responsable de la detención de todas las poblaciones judías fuera de Polonia, trabajó en estrecha colaboración con el Gruppenführer Heinrich Müller, el director de la Gestapo. Eichmann, que era también amante del violín, jugaba al ajedrez con Müller una vez a la semana mientras meditaban sobre la inmensa labor que se traían entre manos. El elemento más básico de la operación era el transporte.

La planificación y los horarios tenían una importancia trascendental. La Reichsbahn («Ferrocarriles del Reich»), que tenía un millón cuatrocientos mil empleados, era la organización más numerosa de Alemania después de la Wehrmacht, y obtendría de todo aquello unos beneficios enormes. Los judíos eran transportados en vagones de mercancías o de ganado por el mismo precio pagado por los viajeros con billete solo de ida que usaban vagones de pasajeros. A los viajes de los guardias de la Ordnungspolizei se aplicaba la tarifa de ida y vuelta. La Gestapo sacó el dinero para sufragar todos estos gastos de fondos judíos. Pero la obsesión ideológica de Hitler, Himmler y Heydrich a menudo chocaba frontalmente con la forma de dirigir la guerra que pretendían ganar. La Wehrmacht empezó a quejarse de la eliminación de obreros cualificados judíos en la industria del armamento y del enorme desvío de medios de transporte ferroviario, tan necesarios por otra parte para el reabastecimiento del frente oriental, que suponía la operación.

A los líderes de la comunidad judía les dijeron que organizaran el control de su «traslado», con la amenaza de que si no lo hacían, la SA o la SS lo harían por ellos. Todos sabían lo que aquello significaba en términos de quebraderos de cabeza. Estaban obligados también a confeccionar las listas para los «transportes». Los que eran enviados al Ostland (Territorio del Este) eran fusilados en cuanto llegaban, principalmente a Minsk, Kaunas y Riga. La mayoría, dependiendo del punto de partida, eran despachados de inmediato a los campos de exterminio. Los judíos de más edad y los «privilegiados» enviados a Theresienstadt no sabían que su condena a muerte había quedado en suspenso.

A los hombres de la Ordnungspolizei y de la Gestapo empleados en las tareas de desalojo de los ghettos se les daba una ración de brandy. A los auxiliares ucranianos no. A los judíos que intentaban esconderse o escapar se les pegaba un tiro en el acto. Y lo mismo les pasaba a los ancianos que no eran capaces de trasladarse hasta los medios de transporte asignados sin recibir ayuda. La inmensa mayoría montaba en los vagones de ferrocarril aceptando aparentemente su destino. Pero unos pocos lograron escapar de los trenes y esconderse en los bosques. Algunos recibieron ayuda de los polacos y otros consiguieron unirse a los grupos partisanos.

Los campos de concentración nazis habían sido creados poco después de que Hitler se hiciera con el poder en 1933. Himmler organizó uno de los primeros para los presos políticos en Dachau, al norte de Múnich, y enseguida se encargó de la administración de todos esos campos. Los guardianes procedían de los Totenkopfverbände («Unidades de la Calavera»), cuyo nombre procedía de la insignia con la calavera que llevaban. En 1940, cuando las dimensiones de la red de campos aumentaron exponencialmente a raíz de la conquista de Polonia, el Obergruppenführer Oswald Pohl creó su propio subimperio dentro de la SS, convirtiendo los campos de trabajo en un medio de obtener beneficios. Pohl se convirtió también en una figura clave en el desarrollo del sistema de campos de concentración.

Aunque en septiembre de 1941 se habían hecho pruebas con Zyklon B en Auschwitz, el primer campo de exterminio con cámaras de gas propiamente dichas fue construido bajo la dirección de Pohl en Bełżec. Las obras dieron comienzo en noviembre de 1941, dos meses antes de la conferencia de Wannsee. Enseguida empezaron los preparativos para la creación de otros. La labor de los campos de exterminio contó con la ayuda suministrada por la experiencia de los individuos que habían participado en el programa de eutanasia bajo la dirección de la Cancillería del Reich.

Algunos han sostenido que el método de producción en cadena utilizado en los campos de exterminio fue fruto de la influencia de Henry Ford, que a su vez sacó la idea del sistema empleado en los mataderos de Chicago. Ford, que había sido un antisemita feroz desde 1920, era respetadísimo por Hitler y otros jerarcas nazis. Es posible incluso que contribuyera a financiar el partido nazi, pero nadie ha conseguido obtener pruebas documentales de ello. En cualquier caso, su libro The International Jew fue publicado en Alemania con el título de Der ewige Jude («El judío eterno»), y tuvo mucha influencia en los círculos nazis. Hitler tenía un retrato de Ford colgado en la pared de su despacho de Múnich, y en 1938 le concedió la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana. Pero no hay pruebas reales de que las técnicas de producción en cadena de Ford fueran copiadas en los campos de exterminio[8].

A finales de 1942, casi cuatro millones de judíos originarios de Europa occidental y central así como de la Unión Soviética serían asesinados en los campos de exterminio, junto con cuarenta mil gitanos. La participación activa de la Wehrmacht, de funcionarios de casi todos los ministerios, y de una gran parte de la industria y de la red de transportes extendería la responsabilidad de lo ocurrido hasta un punto que la sociedad alemana tardó mucho en reconocer durante la posguerra.

El régimen nazi hizo todo cuanto pudo por mantener en secreto el proceso de exterminio, pero lo cierto es que intervinieron en él varias decenas de millares de personas. Hablando ante varios oficiales de alto rango de la SS en octubre de 1943, Himmler dijo que era una «página gloriosa de nuestra historia que nunca se ha escrito ni nunca se escribirá»[9]. Enseguida empezaron a circular rumores, especialmente a partir de las fotografías de ejecuciones masivas de judíos tomadas por los soldados en la Unión Soviética. Al principio, la mayoría de la población civil no podía creer que los judíos fueran asesinados en cadena en las cámaras de gas. Pero fueron tantos los alemanes implicados en los diversos aspectos de la Solución Final, y tantos los que sacaron provecho de la confiscación de los bienes de los judíos, de sus negocios y apartamentos, que no tardó en haber una gran minoría de alemanes al corriente de lo que estaba sucediendo.

Aunque la gente sintiera cierto grado de compasión por los judíos cuando fueron obligados a ponerse la estrella amarilla, cuando dieron comienzo las deportaciones los hebreos se convirtieron en no personas a ojos de sus conciudadanos. Los alemanes prefirieron no fijarse demasiado en la suerte que pudieran correr. Ello se debió, como llegarían a creer más tarde, a que ignoraban lo que estaba pasando, cuando lo que se acerca más a la verdad es que se lo negaron a sí mismos. Como ha dicho Ian Kershaw: «El camino hacia Auschwitz se construyó con odio, pero se pavimentó con indiferencia»[10].

La población civil de Alemania, por otra parte, no tenía mucha idea de los infames experimentos médicos llevados a cabo en Auschwitz por el doctor Josef Mengele y sus colegas. Incluso hoy día, los que realizaron los médicos de la SS en Dachau con presos políticos rusos, polacos, gitanos, checos, yugoslavos, holandeses y alemanes son relativamente poco conocidos. Más de doce mil de ellos murieron, en su mayoría en medio de grandes sufrimientos, como resultado de experimentos y la práctica de operaciones y amputaciones. Entre las víctimas hay que contar a las personas a las que se inocularon enfermedades, pero también a las que fueron sometidas, a petición de la Luftwaffe, a extremos de presión alta y baja, sumergidas en agua helada para estudiar lo que podía pasar a las tripulaciones de los aviones abatidos sobre el mar, o a las que fueron alimentadas a la fuerza con agua salada o sometidas a punciones hepáticas experimentales. Además, los prisioneros de guerra de los depósitos de cadáveres eran obligados por personal de la SS a desprender y manipular la piel de los cuerpos que fueran de buena calidad (siempre y cuando no fueran alemanes) «para utilizarlas en la fabricación de sillas y pantalones de montar, guantes, zapatillas de andar por casa y bolsos de señora»[11].

En el Instituto Médico de Anatomía de Danzig, el profesor Rudolf Spanner había mandado matar a «polacos, rusos y uzbecos» en el vecino campo de concentración de Stutthof para poder llevar a cabo experimentos sobre el reciclado de sus cadáveres con vista a la fabricación de jabón y cuero[12]. Que un médico tuviera semejante mentalidad va más allá de nuestra capacidad de comprensión, pero, como dijo, traumatizado, Vasily Grossman tras describir los horrores de Treblinka, «la obligación del escritor es contar esta terrible verdad, y la obligación civil del lector es conocerla»[13].

A pesar de la progresiva industrialización de la Solución Final, la «Shoah por medio de las balas» siguió adelante tanto en el Reichskommissariat Ostland como en el Reichskommissariat Ukraine. Incluso los judíos que habían sido perdonados de momento por ser obreros especializados fueron detenidos y asesinados. Durante los primeros meses de la primavera y el verano de 1942, los Einsatzgruppen de la SS y los nueve regimientos de la Ordnungspolizei rivalizaron entre sí por la eliminación de todos los judíos existentes en sus respectivas zonas por medio de Grossaktionen. En julio, un oficial pagador alemán decía en una carta a sus familiares: «En Bereza-Kartuska, donde hice la pausa de mediodía, justo el día antes habían sido fusilados unos mil trescientos judíos. Fueron llevados a una hoya a las afueras de la localidad. Una vez allí, hombres, mujeres y niños fueron obligados a desnudarse del todo y los liquidaron pegándoles un tiro en la nuca. Sus ropas fueron desinfectadas para que pudieran volver a utilizarse. Tengo el convencimiento de que si la guerra dura mucho más tiempo habrá que fabricar salchichas con los judíos y servírselas a los prisioneros de guerra rusos o a los obreros cualificados judíos»[14].

Los ghettos fueron cercados uno tras otro. Algunos hombres de negocios judíos intentaron sobrevivir recurriendo al soborno. «Las jóvenes judías que querían salvar la vida ofrecían su cuerpo a los policías. Por regla general, las mujeres eran usadas por la noche y asesinadas por la mañana»[15]. La policía y sus ayudantes actuaban a primera hora de la mañana o justo antes de amanecer, a la luz de sus linternas o de faros. Muchos judíos intentaban esconderse bajo el pavimento, pero los asesinos arrojaban granadas de mano debajo de las casuchas. En algunos casos los edificios eran incendiados.

Los detenidos en las redadas eran llevados a las fosas donde se llevaban a cabo las ejecuciones; allí les mandaban quitarse la ropa antes de que les pegaran un tiro al borde del hoyo o los obligaban a tumbarse en su interior según el método de la «lata de sardinas». Una y otra vez, los asesinos quedaban asombrados por la sumisión de los judíos. Muchos de sus verdugos estaban borrachos y no lograban acabar con sus víctimas. Hubo bastantes que fueron enterrados vivos. Y algunos lograron incluso salir de la tumba por sus propios medios.

No todos mostraron una actitud sumisa. Los «judíos del bosque» que se libraron de las redadas y detenciones se unieron a los grupos de partisanos soviéticos o formaron sus propias bandas, especialmente en Bielorrusia. Las batidas contra los partisanos al mando de Bach-Zelewski continuaron hasta la primavera de 1944. En Lwów y el resto de Galicia, la policía de seguridad alemana y la Hilfspolizei ucraniana, los llamados Hipos, siguieron adelante con las matanzas. Los intentos de formar grupos de resistencia en los ghettos no tuvieron mucho éxito hasta la desesperada sublevación del de Varsovia en enero de 1943. Se produjeron también intentos de resistencia en los ghettos de Lwów y Białystok, pero no alcanzaron las proporciones ni la determinación del de la capital.

Los judíos que en un principio se habían mostrado contrarios a la resistencia acabaron finalmente por descubrir la verdad. Los alemanes los querían a todos muertos. Tras la deportación de más de trescientas mil personas en 1942, los judíos del ghetto de Varsovia quedaron reducidos a unos setenta mil. La mayoría de ellos eran jóvenes y relativamente fuertes. A los viejos y a los enfermos ya se los habían llevado. Los diferentes grupos políticos judíos, bundistas, comunistas y sionistas, acordaron responder a los ataques. Empezaron matando a los colaboracionistas y a continuación prepararon posiciones defensivas comunicadas con las alcantarillas. Las armas y los explosivos los consiguieron del Ejército Nacional o Armia Krajowa, leal al gobierno en el exilio, y también de la resistencia comunista polaca, la Guardia del Pueblo. Unos cuantos centenares de pistolas y revólveres fueron comprados a ciudadanos de Varsovia que los habían guardado desafiando el peligro de ser ejecutados si eran encontrados en su posesión. En enero de 1943, se produjo el primer enfrentamiento armado cuando los alemanes detuvieron a seis mil quinientos judíos para su deportación.

Lleno de cólera, Himmler ordenó que fuera destruido el ghetto de Varsovia en su totalidad. Pero hasta el 19 de abril no tuvo lugar el principal intento de asaltar el barrio. Las tropas de las Waffen-SS entraron por el extremo norte, donde los prisioneros eran cargados en vagones de ganado aparcados en las vías muertas. Los atacantes tuvieron que retirarse poco después con sus heridos tras sufrir un intenso tiroteo y perder el único vehículo blindado que poseían a consecuencia del estallido de un cóctel Molotov. Himmler quedó espantado al enterarse de que el ataque ordenado por él había sido repelido y destituyó al oficial al mando. A partir de ese momento, la SS atacaría haciendo incursiones con pequeños grupos en distintos lugares[16].

Tras una defensa desesperada de las fábricas, que los alemanes incendiaron utilizando lanzallamas, los defensores judíos se retiraron a las alcantarillas, de las cuales salían de vez en cuando para atacar por la espalda a las tropas alemanas. La SS inundó las cloacas con la intención de que murieran ahogados, pero los combatientes judíos lograron evitar el agua o desviarla. Otros se apoderaron de un gran edificio utilizado por una empresa de armamentos y lo defendieron hasta el final. El Brigadeführer Jürgen Stroop ordenó a sus hombres prender fuego al edificio. Cuando los judíos se arrojaban al vacío desde los pisos superiores, los soldados de la SS se reían llamándolos «paracaidistas» e intentaban matarlos a balazos antes de que cayeran al suelo.

Después de la guerra, cuando estaba encarcelado, parece que Stroop seguía entusiasmado con los combates librados, que describió a su compañero de celda. «El escándalo era monstruoso», dijo. «Casas ardiendo, humo, llamas, chispas flotando en el aire, plumas de almohadas revoloteando, el hedor de los cuerpos chamuscados, el estruendo de los cañones, el estallido de las granadas, el resplandor del fuego, los judíos saltando por las ventanas de las casas en llamas con sus mujeres y sus hijos». Reconocía, sin embargo, que el «valor combativo» de los judíos lo había pillado totalmente por sorpresa, y también a sus hombres[17].

La férrea resistencia continuó durante casi todo un mes hasta el 16 de mayo. En los combates murieron millares de personas, y siete mil de los cincuenta y seis mil sesenta y cinco prisioneros fueron ejecutados de inmediato. Los demás fueron enviados a Treblinka para ser gaseados o a los batallones de trabajos forzados para matarlos de cansancio. El ghetto fue arrasado. Vasily Grossman, que entró en Varsovia con el Ejército Rojo en enero de 1945, describe la escena en los siguientes términos: «Una marea de piedras y ladrillos aplastados, un mar de ladrillos. No hay ni una sola pared intacta. La ira de la bestia fue terrible»[18].