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«RASSENKRIEG»

(JUNIO-SEPTIEMBRE DE 1941)


Los soldados alemanes, que habían quedado horrorizados al ver la miseria de las aldeas polacas en 1939, expresaron una sensación de repugnancia todavía mayor ante el territorio soviético. Desde las matanzas de prisioneros a manos del NKVD hasta las primitivas condiciones de vida de las granjas colectivas, el «paraíso soviético», como solía llamarlo Goebbels con sarcástica mordacidad, venía a corroborar todos los prejuicios que pudieran tener. El ministro de propaganda nazi, con su ingenio diabólico, se había dado cuenta de que el desprecio y el odio solos no bastaban. La combinación de odio y miedo constituía la forma más eficaz de inspirar la mentalidad de exterminio. Todos sus epítetos —«asiáticos», «traicioneros», «bolcheviques judíos», «bestiales», «infrahumanos»— se mezclaban para conseguir ese objetivo. La mayor parte de los soldados estaban convencidos del argumento de Hitler que aseguraba que los judíos eran los que habían empezado la guerra.

La fascinación ancestral y fóbica que muchos alemanes, si no la mayoría de ellos, sentían hacia los eslavos del este se había visto reforzada naturalmente por los informes acerca de las increíbles crueldades perpetradas durante la revolución y la guerra civil en Rusia. La propaganda nazi intentó explotar la noción de choque cultural entre el orden alemán por un lado y el caos de los bolcheviques, su sordidez y su ateísmo por otro. Pero, a pesar de las similitudes superficiales existentes entre el régimen nazi y el soviético, la línea divisoria que separaba a los dos países ideológica y culturalmente era muy profunda, desde los niveles más significativos hasta los más triviales.

En el calor del verano, los motociclistas alemanes recorrían a menudo las carreteras del país vestidos apenas con pantalones cortos y gafas de sol. En Bielorrusia y en Ucrania, las mujeres de más edad quedaban sorprendidas al ver sus torsos desnudos. Y más sorprendidas todavía se quedaban cuando veían que en las isbas los soldados alemanes andaban desnudos a todas horas y acosaban a las mujeres jóvenes. Aunque parece que se dieron relativamente pocos casos de violación por parte de los soldados alemanes alojados en las aldeas próximas a la línea del frente, se produjeron muchos más en las zonas de retaguardia, cuyas víctimas fueron especialmente jóvenes judías.

El peor de los crímenes perpetrados, sin embargo, se llevó a cabo con el beneplácito oficial de las autoridades. Se organizaron redadas de mujeres jóvenes ucranianas, bielorrusas y rusas para que trabajaran a la fuerza en burdeles del ejército. Su condición servil las obligaba a soportar la violación continuada de los soldados de permiso. Si ofrecían resistencia, eran brutalmente castigadas o incluso fusiladas. Aunque las relaciones sexuales con los Untermenschen (seres infrahumanos) constituían un delito según las leyes nazis, las autoridades militares consideraban este sistema una solución pragmática en aras de la disciplina y de la salud física de sus soldados. Cuando menos, las mujeres podían ser examinadas regularmente por los médicos de la Wehrmacht para impedir la proliferación de enfermedades infecciosas.

No obstante, los soldados alemanes podían sentir también piedad de las mujeres soviéticas que quedaban en la retaguardia y tenían que salir adelante sin hombres, sin animales ni máquinas. «Puede verse incluso cómo dos mujeres tiran de un arado improvisado, mientras una tercera lo conduce. Hay verdaderas multitudes de mujeres en las carreteras bajo la vigilancia de un hombre de la Organisation Todt dedicadas a su reparación. Esa es su obligación, y si no, el látigo se encarga de hacerlas obedecer. Pero casi no hay ni una sola familia en la que el marido siga vivo. La respuesta a la pregunta en el noventa por ciento de los casos es siempre la misma: “¡Marido en guerra muerto!”. Es terrible. Las pérdidas en vidas humanas sufridas por los rusos son realmente enormes»[1].

Muchos ciudadanos soviéticos, especialmente ucranianos, no habían podido figurarse los horrores de la ocupación alemana. En Ucrania, una numerosa proporción de la población rural recibió al principio a las tropas alemanas ofreciéndoles, como era tradicional, el pan y la sal. Tras la colectivización forzosa de las granjas por orden de Stalin y la terrible hambruna de 1932-1933 que, según se calcula, causó la muerte de unos tres millones trescientas mil personas, el odio hacia los comunistas estaba muy extendido. Los ucranianos de más edad, que eran más religiosos, se habían sentido atraídos por las cruces negras que lucían los vehículos blindados de los alemanes, en la convicción de que representaban una cruzada contra el bolchevismo[2].

Los oficiales de la Abwehr pensaban que, debido a la enorme extensión de las zonas que había que conquistar, la mejor estrategia de la Wehrmacht habría sido reclutar un ejército ucraniano de un millón de hombres. La propuesta fue rechazada por Hitler, que no quería que se entregaran armas a los Untermenschen eslavos, pero sus deseos no tardaron en ser ignorados tanto por el ejército como por la SS, y ambos empezaron rápidamente a reclutar hombres. La Organización de Nacionalistas Ucranianos, por otra parte, cuyos miembros habían ayudado a los alemanes antes de la invasión, fue suprimida. Berlín deseaba aplastar sus esperanzas de crear una Ucrania independiente.

A pesar de todas las afirmaciones de la propaganda soviética ensalzando sus éxitos industriales, los ucranianos y muchos otros soviéticos quedaron boquiabiertos ante la calidad y variedad de los equipamientos alemanes. Vasily Grossman describe cómo los aldeanos se amontonaron alrededor de un motociclista austríaco que había sido capturado. «Todos admiran su abrigo de cuero largo, suave, de color acero. Todos lo tocan, y mueven la cabeza en señal de apreciación. Con ello quieren decir: “¿Quién diablos puede combatir con una gente que lleva abrigos semejantes? Sus aviones deben de ser tan buenos como sus abrigos de cuero”»[3].

En las cartas enviadas a sus casas, los soldados alemanes se quejaban de que había poco que saquear en la Unión Soviética, excepto comida. Haciendo caso omiso de los regalos recibidos a su llegada, se dedicaban a requisar gansos, pollos y cabezas de ganado. Destruían las colmenas para sacar la miel y no tenían en cuenta las quejas de sus víctimas, que aseguraban que iban a quedarse sin nada para pasar el invierno. Los Landser pensaban con melancolía en la campaña de Francia con sus ricos botines. Además, a diferencia de los franceses, los soldados del Ejército Rojo seguían luchando y se negaban a reconocer que habían sido derrotados.

Cualquier soldado alemán que mostrara compasión por los sufrimientos de los prisioneros soviéticos era objeto de burla por parte de sus compañeros. La inmensa mayoría de ellos consideraba a los cientos de miles de prisioneros poco más que alimañas. Las lamentables condiciones de suciedad en las que se hallaban, como consecuencia del trato recibido, no hacían más que reforzar los prejuicios inspirados por la propaganda de los últimos ocho años. De ese modo, las víctimas eran deshumanizadas como si aquello fuera el cumplimiento de una profecía. Un soldado encargado de la vigilancia de una columna de prisioneros soviéticos escribía a su casa que estos comían «hierba como si fueran ganado»[4]. Y cuando pasaban por delante de un campo de patatas, «se tiran al suelo, cavan con las uñas y se las comen crudas»[5]. A pesar de que el elemento fundamental de la Operación Barbarroja según los encargados de su planificación habían sido las batallas de envolvimiento, las autoridades militares alemanas habían hecho deliberadamente muy poco para prepararse para la captura masiva de prisioneros. Cuantos más murieran por abandono, menos bocas habría que alimentar.

Un prisionero de guerra francés describía la llegada de un grupo de soldados soviéticos a un campo de la Wehrmacht en territorio del Gobierno General en los siguientes términos: «Los rusos llegaban en filas, de cinco en cinco, cogidos del brazo, pues ninguno podía caminar por sí solo; “esqueletos ambulantes” es la única descripción que les habría cuadrado. El color de su rostro no era ni siquiera amarillo, sino verdoso. Casi todos llevaban los ojos semicerrados, como si no tuvieran fuerza para fijar la vista en nada. Caían por filas, cinco hombres a la vez. Los alemanes se precipitaban sobre ellos y los golpeaban con las culatas de sus fusiles y con látigos»[6].

Posteriormente los oficiales alemanes intentaron atribuir el trato dispensado a los tres millones de prisioneros de guerra capturados en el mes de octubre a la falta de tropas para vigilarlos y a la escasez de medios de transporte para asegurar su alimentación. Sin embargo, miles de prisioneros del Ejército Rojo murieron durante las marchas forzadas simplemente porque la Wehrmacht no quiso que ni sus vehículos ni sus trenes se «infectaran» con la presencia de aquella masa de hombres «malolientes». No habían sido preparados campos de prisioneros de ningún tipo, de modo que decenas de millares de ellos fueron amontonados como ganado a la intemperie en recintos vallados con alambre de espino. Apenas se les daba de comer y de beber. Todo ello formaba parte del Plan Hambre diseñado por los nazis para exterminar a treinta millones de ciudadanos soviéticos y acabar así con el problema de «superpoblación» de los territorios ocupados. Los heridos eran dejados al cuidado de los doctores del Ejército Rojo, a quienes por lo demás se privaba de todo tipo de suministros médicos. Cuando los guardias alemanes arrojaban por encima de las alambradas cantidades totalmente insuficientes de pan, se divertían mirando cómo los hombres se peleaban por él. Solo en 1941 murieron de hambre, de enfermedad o de exposición a la intemperie más de dos millones de prisioneros soviéticos.

Las tropas soviéticas les pagaron con la misma moneda, fusilando o matando a golpes de bayoneta a los prisioneros alemanes, encolerizadas como consecuencia de la impresión producida por la invasión y la crueldad de los alemanes en la guerra. En cualquier caso, la imposibilidad de alimentar y de vigilar a los cautivos en medio del caos de la retirada hizo que probablemente salvaran la vida muy pocos. Los altos mandos estaban exasperados por la pérdida de «lenguas» a las que interrogar con el fin de sacarles información.

La combinación de miedo y odio desempeñó también un papel importante en la crueldad de la guerra contra los partisanos. La doctrina militar tradicional de los alemanes había fomentado desde antiguo la noción de escándalo ante cualquier forma de guerra de guerrillas, mucho antes de que el OKW diera instrucciones de fusilar a los comisarios políticos y a los partisanos. Incluso antes de que Stalin llamara a la insurrección detrás de las líneas alemanas en su discurso del 3 de julio de 1941, la resistencia soviética había dado ya comienzo espontáneamente entre algunos grupos de soldados del Ejército Rojo rebasados por los ocupantes. En los bosques y en los pantanos empezaron a formarse partidas, engrosadas por muchos civiles que huían de la persecución y la destrucción de sus aldeas.

Utilizando las técnicas de campaña y el camuflaje, connaturales a gentes que habían pasado toda su vida en los campos y los bosques, los partisanos soviéticos no tardaron en convertirse en una amenaza mucho mayor de lo que hubieran podido imaginarse los responsables de la planificación de la Operación Barbarroja. A comienzos de septiembre de 1941, solo en Ucrania sesenta y tres destacamentos de partisanos integrados por un total de casi cinco mil hombres y mujeres actuaban detrás de las líneas alemanas[7]. El NKVD planeaba también introducir otros ochenta grupos, mientras que otros cuatrocientos treinta y cuatro destacamentos se entrenaban para actuar como unidades de apoyo en la retaguardia. En total había ya sobre el terreno o estaban preparándose más de veinte mil partisanos. Entre ellos había algunos especialmente bien adiestrados que podían hacerse pasar por oficiales alemanes. Vías férreas, materiales rodantes y locomotoras, trenes militares, camiones de suministros, correos motorizados, puentes, combustible, depósitos de municiones y de productos alimenticios, líneas telefónicas y telegráficas, aeródromos: todos ellos eran objetivos de los partisanos. Utilizando radios lanzadas en paracaídas, los destacamentos partisanos capitaneados por oficiales pertenecientes principalmente a la guardia fronteriza del NKVD transmitían informaciones a Moscú y recibían órdenes de la capital.

Como no es de extrañar, la campaña partisana hizo que la idea de colonización del «Jardín del Edén» que se le había ocurrido a Hitler resultara mucho menos atractiva para los potenciales colonos alemanes y Volksdeutsche a los que se habían prometido tierras en él. Todo el plan del Lebensraum en el este requería como primera providencia zonas «limpias» y un campesinado absolutamente sumiso. Como era de esperar, las represalias nazis se hicieron cada vez más feroces. Las aldeas próximas a los ataques perpetrados por los partisanos eran incendiadas y arrasadas. Los rehenes eran ejecutados. Entre los castigos más notables destacaba el ahorcamiento público de mujeres y niñas acusadas de ayudar a los partisanos. Pero cuanto más cruel era la reacción, mayor era la determinación a ofrecer resistencia. En muchos casos, los líderes partisanos soviéticos provocaron deliberadamente las represalias de los alemanes para intensificar el odio contra el invasor. Realmente era una «edad de hierro»[8]. En un bando y otro la vida del individuo parecía haber perdido cualquier valor, y especialmente a ojos de los alemanes cuando ese individuo era judío.

Esencialmente el Holocausto tuvo dos partes —lo que Vasily Grossman llamaría más tarde «la Shoah por medio de las balas y la Shoah por medio del gas»— y el proceso que en último término desembocó en el asesinato industrializado de los campos de exterminio fue como mínimo desigual[9]. Hasta septiembre de 1939, los nazis habían abrigado la esperanza de obligar a los judíos alemanes, austríacos y checos a emigrar por medio de los malos tratos, la humillación y la expropiación de sus bienes. Una vez iniciada la guerra, este sistema resultaría cada vez más difícil. Y la conquista de Polonia puso bajo su jurisdicción a otro millón setecientos mil judíos.

En mayo de 1940, durante la invasión de Francia, Himmler escribió un informe para Hitler titulado «Algunas reflexiones sobre el trato de las poblaciones de raza extranjera del este». Proponía filtrar a los habitantes de Polonia de modo que los que fueran «racialmente valiosos» pudieran ser germanizados, mientras que el resto de la población debía ser convertida en mano de obra servil. En cuanto a los judíos, decía: «Espero ver borrado por completo el concepto mismo de judíos mediante la posibilidad de una gran emigración a África o a alguna otra colonia». En aquella época, Himmler consideraba el genocidio —«el método bolchevique de exterminación física»— algo «no alemán e imposible»[10].

La idea de Himmler de enviar a los judíos europeos fuera de Europa se focalizó en la isla francesa de Madagascar. (Adolf Eichmann, que todavía era un funcionario de rango inferior, pensó en Palestina, que era un mandato británico). Reinhard Heydrich, el lugarteniente de Himmler, sostenía también que el problema de los tres millones setecientos cincuenta mil judíos que había por entonces en el territorio alemán ocupado no podía resolverse mediante la emigración, de modo que se necesitaba una «solución territorial»[11]. El problema radicaba en que, aunque la Francia de Vichy diera su consentimiento, el «Madagaskar Projekt» no podía funcionar debido a la superioridad naval de Gran Bretaña. No obstante, la idea de la deportación de los judíos a una reserva, donde quiera que estuviera situada, siguió siendo la opción preferida[12].

En marzo de 1941, cuando los ghettos de Polonia estaban a rebosar, se pensó en la esterilización. Entonces, al tiempo que se planeaba la Operación Barbarroja, los jerarcas nazis tuvieron la idea de desplazar a los judíos de Europa, junto con los treinta y un millones de eslavos, a alguna zona en el interior de la Unión Soviética, una vez conseguida la victoria. Eso sería cuando los ejércitos nazis alcanzaran la línea Arcángel-Astracán, y la Luftwaffe pudiera dedicarse al bombardeo de largo alcance de las fábricas soviéticas de armamento y los centros de comunicaciones que pudieran quedar en los Urales y aún más allá. Para Hans Frank, el regente del Gobierno General, la invasión auguraba la posibilidad de deportar a todos los judíos que habían sido largados a su territorio.

Otros, entre ellos Heydrich, se concentraron en problemas más inmediatos, particularmente en la «pacificación» de los territorios conquistados. La idea de «pacificación» que tenía Hitler estaba muy clara. «La mejor forma en que puede tener lugar», decía Alfred Rosenberg, ministro de los territorios del este, «es pegando un tiro a todo aquel que nos mire mal». No había que procesar a los soldados por delitos cometidos contra la población civil, a menos que así lo exigieran taxativamente las necesidades de disciplina[13].

Los altos mandos del ejército, por entonces subyugados por Hitler a raíz del triunfo sobre Francia del que habían dudado abiertamente, no pusieron ninguna objeción. Algunos abrazaron con entusiasmo la idea de guerra de aniquilación, Vernichtungskrieg. Se había disipado cualquier sentimiento de escándalo que pudiera quedar ante las sangrientas acciones perpetradas por la SS en Polonia. El Generalfeldmarschall von Brauchitsch, que era el comandante en jefe, colaboró estrechamente con Heydrich actuando de enlace entre el ejército y la SS durante la Operación Barbarroja. El ejército alemán abastecería a los Einsatzgruppen y cooperaría con ellos a través del oficial de inteligencia de mayor rango de cada cuartel general del ejército. De ese modo a nivel del alto mando del ejército y de los estados mayores de mayor rango nadie podría alegar que no sabía nada de sus actividades.

La «Shoah por medio de las balas» suele recordarse por las actividades de los tres mil hombres de los Einsatzgruppen de la SS. En consecuencia, las matanzas perpetradas por los once mil hombres integrados en los veintiún batallones de la Ordnungspolizei, que actuaron como segunda oleada en la retaguardia de los ejércitos en avance, a menudo han sido pasadas por alto. Himmler reunió asimismo una brigada de caballería de la SS y otras dos brigadas Waffen-SS para que estuvieran en condiciones de prestar ayuda. El comandante del 1.º Regimiento de Caballería de la SS era Hermann Fegelein, que en 1944 se casó con la hermana de Eva Braun y se convirtió así en miembro del séquito del Führer. Himmler ordenó a su caballería ejecutar a todos los varones judíos y conducir a las mujeres a las ciénagas de los pantanos del Pripet. A mediados de agosto de 1941, la brigada de caballería se jactaba de haber matado a doscientos rusos en combate y de haber fusilado a trece mil setecientos ochenta y ocho civiles, en su mayoría judíos calificados de «saqueadores».

Cada uno de los tres grupos de ejércitos que participaron en la invasión iba seguido de cerca por un Einsatzgruppe. Más tarde se añadiría un cuarto grupo de ejércitos por el sur, en la costa del mar Negro, por detrás de los ejércitos rumanos y del XI Ejército. El personal de los Einsatzgruppen era reclutado entre todas las secciones del imperio de Himmler, incluidos la Waffen-SS, el Sicherheitsdienst (SD), la Sicherheitspolizei (Sipo), la Kriminalpolizei (Kripo), y la Ordnungspolizei. Cada Einsatzgruppe, formado por unos ochocientos hombres, constaba de dos Sonderkommandos que operaban en estrecha colaboración por detrás de las tropas y de dos Einsatzkommandos, un poco más atrás[14].

Heydrich ordenó a los comandantes de los Einsatzgruppen, pertenecientes a la élite intelectual de la SS —la mayoría de ellos tenían el título de doctor— que animaran a los grupos antisemitas locales a matar a los judíos y los comunistas. Estas actividades eran denominadas «labores de autolimpieza»[15]. Pero no debían dar muestras de aprobación oficial por parte de las autoridades alemanas, ni permitir que esos grupos creyeran que sus actividades podían garantizarles alguna modalidad de independencia. Los propios Einsatzgruppen tenían que ejecutar a los jerarcas del partido comunista, a los comisarios políticos, a los partisanos y saboteadores y a «los judíos que ocupen cargos en la administración del partido y del estado»[16]. Presumiblemente Heydrich propuso también que podían y debían ir más allá de estas categorías, siempre que les pareciera oportuno a la hora de cumplir con su deber con una «dureza sin precedentes», por ejemplo fusilando a todos los varones judíos en edad militar. Pero parece que en esta época no se dio ninguna indicación oficial que animara a asesinar a mujeres y niños judíos.

El exterminio de varones judíos dio comienzo en cuanto los ejércitos alemanes cruzaron la frontera soviética el 22 de junio. Muchas de las primeras matanzas fueron llevadas a cabo por antisemitas lituanos y ucranianos, como había previsto Heydrich. En Ucrania occidental, fueron ejecutados veinticuatro mil judíos. En Kaunas fueron asesinados tres mil ochocientos. Los soldados alemanes sometían a veces a los judíos a estrecha vigilancia, y luego hacían redadas y torturaban a los detenidos; a los rabinos les arrancaban la barba o se la quemaban. Luego los mataban a golpes en medio de las aclamaciones de la multitud. Los alemanes hicieron correr la idea de que aquellos asesinatos eran actos de venganza por las matanzas perpetradas por el NKVD antes de retirarse. Los Einsatzgruppen y las unidades de la policía empezaron también a hacer redadas de centenares e incluso millares de judíos para después asesinarlos.

Las víctimas eran obligadas a cavar sus propias tumbas, y si alguien no cavaba con la suficiente rapidez le pegaban un tiro en el acto. Después tenían que quitarse la ropa, en parte para que sus verdugos pudieran luego repartírsela, pero en parte también para que comprobaran si habían escondido en ella objetos de valor o dinero. Obligadas a ponerse de rodillas al borde de la fosa, les pegaban un tiro en la nuca, para que el cuerpo cayera hacia delante directamente en la zanja. Otras unidades de la SS y de la policía consideraban más limpio obligar al primer grupo de víctimas a tumbarse en fila en el fondo de la gran fosa y a continuación las ametrallaban allí mismo. Al siguiente grupo lo obligaban entonces a tumbarse sobre los cadáveres de los que ya habían sido ejecutados, las cabezas de unos sobre los pies de los otros, y a continuación los ametrallaban. Este sistema se llamaba el método «lata de sardinas». En algunos casos, los judíos eran congregados en una sinagoga, a la que luego se prendía fuego. Y al que intentaba escapar lo acribillaban a balazos[17].

Las continuas visitas de Himmler con el fin de dar ánimos a sus hombres, sin mayor especificación, contribuyeron a intensificar el proceso. El grupo de «los judíos que ocupen cargos en la administración del partido y del estado», que había constituido el primer objetivo, inmediatamente se amplió a todos los varones judíos en edad militar, y luego a todos los varones judíos, independientemente de su edad. A finales de junio y comienzos de julio, fueron principalmente los grupos antisemitas locales los que se dedicaron a matar a mujeres y niños judíos. Pero a finales de julio los Einsatzgruppen, las brigadas Waffen-SS y las unidades de la policía también se dedicaron a asesinar regularmente a mujeres y niños judíos. Contaron con la ayuda, a pesar de las órdenes expresas de Hitler en contra de armar a los eslavos, de unos veintiséis batallones de policía reclutados entre la población local, la mayoría atraídos por la posibilidad de robar a sus víctimas.

Algunos soldados rasos alemanes e incluso personal de la Luftwaffe participaron también en los asesinatos, como descubrirían más tarde los miembros del 7.º Departamento del NKVD en el curso de los interrogatorios de los prisioneros alemanes. «Un piloto de la tercera escuadrilla aérea confesó haber tomado parte en la ejecución de un grupo de judíos en una aldea cerca de Berdichev al comienzo de la guerra. Un Gefreiter del 765.º Batallón de Ingenieros llamado Traxler fue testigo de ejecuciones de judíos a manos de soldados de la SS cerca de Rovno y Dubno. Cuando uno de esos soldados comentó que había sido un espectáculo espantoso, un suboficial de la misma unidad, de nombre Graff, dijo: “Los judíos son cerdos y acabar con ellos es demostrar que eres una persona civilizada”»[18].

Un día un cabo alemán de una unidad de transporte iba por casualidad con el suboficial de intendencia de su compañía y vio a un grupo de «hombres, mujeres y niños con las manos atadas con alambre que eran conducidos por la carretera por unos individuos de la SS». Se acercaron a ver lo que pasaba. A las afueras de la aldea, vieron una zanja de unos ciento cincuenta metros de largo por otros tres de profundidad. Habían sido reunidos varios centenares de judíos. Las víctimas fueron obligadas a tumbarse en la zanja por filas para que un hombre de la SS situado a cada extremo pudiera recorrer la fosa acribillándolas a balazos con una metralleta capturada a los soviéticos. «Luego obligaron a otro grupo a meterse en la zanja y a tumbarse encima de los cadáveres. En ese momento una niña —debía de tener unos doce años— se puso a gritar con voz chillona y clara: “¡Dejadme vivir, no soy más que una niña!”. Agarraron a la pequeña y la arrojaron a la fosa. A continuación dispararon»[19].

Algunos lograron librarse de aquellas matanzas. Como es natural, quedaron completamente traumatizados por la experiencia. En el extremo nordeste de Ucrania, Vasily Grossman conoció a unos de esos afortunados. «Una chica, una belleza judía que había logrado escapar de los alemanes. Tiene en los ojos un brillo tremendo, como de loca», escribió en su cuaderno de notas[20].

Parece que los oficiales jóvenes de la Wehrmacht consintieron el asesinato de niños judíos en mayor medida que la generación de más edad, sobre todo porque creían que, si no lo hacían, los que quedaran con vida volverían un día para vengarse. En septiembre de 1944, fue grabada en secreto una conversación entre el general de las Panzertruppen Heinrich Eberbach y su hijo, que servía en la Kriegsmarine, mientras estaban presos en Gran Bretaña. «En mi opinión», decía el general Eberbach, «puede incluso uno llegar a decir que el asesinato de esos millones o los que sean de judíos fue necesario en interés de nuestro pueblo. Pero matar a mujeres y niños no era necesario. Eso es ir demasiado lejos». Su hijo contestó: «Bueno, si vas a matar a los judíos, mata también a las mujeres y los niños; o por lo menos a los niños. No hay necesidad de hacerlo públicamente, pero ¿qué gano yo matando a los mayores?»[21].

En general, las formaciones de primera línea no participaron en las masacres, pero hubo excepciones notables, especialmente la SS-Division Wiking, en Ucrania, y algunas divisiones de infantería que tomaron parte en matanzas como las de Brest-Litovsk. Aunque no cabe duda de la estrecha colaboración entre la SS y los cuarteles generales de los grupos de ejércitos, también es cierto que los oficiales de mayor rango del ejército intentaron distanciarse de lo que estaba pasando. Se dictaron órdenes contra los miembros de la Wehrmacht que participaran en asesinatos masivos o que fueran testigos de ellos, si bien eran cada vez más los soldados fuera de servicio que acudían a mirar lo que pasaba y a tomar fotografías de las atrocidades. Algunos incluso se prestaban voluntarios a sustituir a los verdugos cuando estos querían descansar un poco.

Como en Lituania, Letonia y Bielorrusia, también en Ucrania se generalizaron los asesinatos en masa, a menudo con la ayuda de hombres del país reclutados como auxiliares. El antisemitismo había aumentado mucho durante la gran hambruna de Ucrania porque algunos agentes soviéticos empezaron a propalar rumores de que los judíos eran los principales causantes de la falta de comida, para quitar la responsabilidad a las políticas de colectivización y de exterminio de los kulaks impuestas por Stalin. Se utilizaron también voluntarios ucranianos para vigilar a los prisioneros del Ejército Rojo. «Son hombres bien dispuestos y se comportan con mucha camaradería», escribía un Gefreiter. «Suponen un alivio considerable para nosotros»[22].

Tras las masacres perpetradas en Lwów y otras ciudades, los ucranianos prestaron ayuda denunciando y acorralando a las víctimas del Einsatzgruppe C en Berdichev, donde había una de las concentraciones más altas de judíos. Cuando las tropas alemanas entraron en la ciudad, «los soldados gritaban desde sus camiones: “Jude kaputt!”, y agitaban los brazos», descubriría Vasily Grossman más adelante. Fueron asesinados en sucesivas tandas más de veinte mil judíos junto a la pista de aterrizaje. Entre ellos estaba la madre de Grossman, que pasó el resto de su vida atormentado por los sentimientos de culpabilidad por no habérsela llevado consigo a Moscú en el momento en que dio comienzo la invasión alemana[23].

Una judía llamada Ida Belozovskaya describió la escena que se produjo cuando los alemanes entraron en su ciudad, situada cerca de Kiev, el 19 de septiembre. «La gente, con las caras alegres, aduladoras, serviles, se habían situado a ambos lados de la carretera y saludaban a sus “liberadores”. Ese día supe ya que nuestra vida estaba a punto de acabarse, que nuestra ordalía estaba a punto de comenzar. Habíamos caído todos en la ratonera. ¿Adónde podía ir una? No había escapatoria». La gente denunciaba a los judíos ante las autoridades alemanas no solo por antisemitismo, sino también por miedo, como atestigua Belozovskaya[24]. Si alguien daba refugio a un judío y los alemanes lo descubrían, mataban a toda su familia, de modo que aunque uno simpatizara con los judíos y estuviera dispuesto a darles de comer, no se atrevía a acogerlos en su casa.

Si bien el ejército húngaro asociado al Grupo de Ejércitos Sur de Rundstedt no participó en las matanzas masivas, los rumanos que atacaron Odessa, ciudad en la que había una numerosa población judía, cometieron unas atrocidades espantosas. Ya en el verano de 1941 se dice que las tropas rumanas habían matado a unos diez mil judíos cuando recuperaron las zonas de Besarabia y Bukovina ocupadas por los soviéticos. Hasta los oficiales alemanes consideraban que la conducta de sus aliados era caótica e innecesariamente sádica. En Odessa los rumanos mataron a treinta y cinco mil personas.

El VI Ejército alemán, al mando del Generalfeldmarschall von Reichenau, el nazi más convencido de todos los altos mandos del ejército, incluía entre sus fuerzas a la 1.ª SS Brigade. Una división de seguridad del ejército, la Feldgendarmerie, y otras unidades militares intervinieron también en los asesinatos masivos sobre la marcha. El 27 de septiembre, poco después de la toma de Kiev, Reichenau asistió a una reunión con el comandante de la plaza y algunos oficiales de la SS pertenecientes al Sonderkommando 42. Se acordó que el comandante de la plaza pusiera carteles ordenando a los judíos presentarse para su «evacuación»; tenían que llevar consigo sus documentos de identidad, dinero, objetos de valor y ropas de abrigo.

Las intenciones criminales de los nazis se vieron favorecidas inesperadamente por un curioso efecto colateral del Pacto Molotov-Ribbentrop. La censura estalinista había ocultado cualquier indicio del virulento antisemitismo de Hitler. En consecuencia, cuando los judíos de Kiev recibieron la orden de presentarse para su «reasentamiento», acudieron a la convocatoria ni más ni menos que treinta y tres mil setecientos setenta y uno. El VI Ejército, que prestaba ayuda con medios de transporte, esperaba que comparecieran no más de siete mil. El SS Sonderkommando tardó tres días en matarlos a todos en el barranco de Babi Yar, a las afueras de la ciudad[25].

Ida Belozovskaya, que estaba casada con un gentil, relató la concentración de los judíos de Kiev, entre los cuales estaban algunos miembros de su familia. «El 28 de septiembre, mi marido y su hermana rusa fueron a ver a mis infortunados parientes que se disponían a emprender su último viaje. Les pareció, y todos quisimos creerlo así, que los bárbaros alemanes se limitarían a enviarlos lejos a cualquier sitio, y durante varios días la gente siguió acudiendo en grandes grupos en busca de su “salvación”. No había tiempo para atender a todo el mundo, y a la gente le decían que volviera al día siguiente (los alemanes no se mataban a trabajar). Y la gente seguía presentándose al día siguiente, hasta que les llegaba el turno de irse de este mundo».

Su marido ruso siguió uno de los convoyes hasta Babi Yar para enterarse de lo que estaba pasando. «Esto es lo que vio a través de una pequeña rendija que había en la tapia, considerablemente alta. La gente era separada, a los hombres les decían que fueran por un lado, y a las mujeres y los niños por otro. Iban todos desnudos (tenían que dejar sus cosas en otro sitio), y entonces eran abatidos a tiros de metralleta y de ametralladora. El estruendo del tiroteo sofocaba los gritos y los lamentos»[26].

Se ha calculado que más de un millón y medio de judíos soviéticos escaparon a los escuadrones de la muerte. Pero la concentración de la mayoría de los judíos de la URSS en las regiones occidentales, especialmente en las ciudades y en las poblaciones de mayor tamaño, facilitó mucho la labor de los Einsatzgruppen. A los mandos de estas unidades les sorprendió gratamente también el hecho de que sus compañeros del ejército mostraran tanto espíritu de colaboración y a menudo incluso deseos de prestarles ayuda. Se calcula que a finales de 1942, el número total de judíos asesinados por los Einsatzgruppen de la SS, la Ordnungspolizei, las unidades antipartisanas y el propio ejército alemán era superior a un millón trescientos cincuenta mil.

La «Shoah por medio del gas» tuvo también un desarrollo desigual. Ya en 1935, Hitler había señalado que en cuanto empezara la guerra iba a introducir un programa de eutanasia. Los delincuentes psicóticos, los afectados de «debilidad mental», los discapacitados y los niños con defectos de nacimiento fueron incluidos todos en la categoría nazi de «vidas indignas de ser vividas». El primer caso de eutanasia fue llevado a cabo el 25 de julio de 1939 por el médico personal de Hitler, el doctor Karl Brandt, a quien el Führer pidió que creara un comité asesor. Menos de dos semanas antes de la invasión de Polonia, el ministro del interior ordenó a los hospitales que notificaran todos los casos de «nacimientos con deformidades». Más o menos por esa misma época el proceso de notificación se extendió a los adultos[27].

Los primeros asesinatos de pacientes mentales, sin embargo, tuvieron lugar en Polonia tres semanas después de la invasión. Los infelices fueron fusilados en un bosque cercano. Poco después se produjeron matanzas de otros enfermos internados en manicomios. De esta manera fueron asesinadas más de veinte mil personas. Luego fueron fusilados los pacientes alemanes de Pomerania. Dos de los hospitales que fueron vaciados de esta forma tan expeditiva se convirtieron en cuarteles de la Waffen-SS. A finales de noviembre, estaban ya en funcionamiento cámaras de gas que utilizaban monóxido de carbono, y Himmler asistió a una de esas matanzas en el mes de diciembre. A comienzos de 1940, se habían hecho experimentos utilizando camiones cerrados herméticamente como cámaras de gas móviles. Este sistema se consideró un éxito, porque reducía las complicaciones del transporte de los pacientes. Al encargado de su organización se le prometieron diez Reichsmark por cabeza.

Dirigido desde Berlín, el sistema se amplió a todo el Reich con el nombre de T4. A los padres de niños disminuidos psíquicos, algunos de los cuales solo tenían dificultades de aprendizaje, se les convencía de que sus hijos iban a estar mejor atendidos en otra institución. Y luego se les decía que los niños habían muerto de neumonía. Unos setenta mil niños y adultos alemanes habían sido asesinados en cámaras de gas en agosto de 1941. Esta cifra incluía ya a los judíos alemanes que llevaran hospitalizados un tiempo significativo.

La enorme cantidad de víctimas y la poca fiabilidad de los certificados de defunción impidieron que el programa de eutanasia pudiera mantenerse en secreto. Hitler ordenó que se detuviera ese mismo mes de agosto tras las denuncias presentadas por algunos eclesiásticos, encabezados por un obispo, el conde Clemens August von Galen. Pero continuó practicándose una versión encubierta del mismo, que al final de la guerra supuso el asesinato de otras veinte mil personas. El personal que había intervenido en el programa de eutanasia fue reclutado para los campos de exterminio de Polonia oriental en 1942. Como han subrayado varios historiadores, el programa de eutanasia supuso no solo un ensayo de lo que luego sería la Solución Final, sino que proporcionó también los fundamentos de su ideal de sociedad racial y genéticamente pura.

Como Hitler no quiso plasmar nunca sobre papel sus decisiones más controvertidas, los historiadores han interpretado el lenguaje evasivo y a menudo eufemístico de los documentos subsidiarios de formas muy distintas al intentar evaluar el momento exacto en que se tomó la decisión de emprender la Solución Final. Se ha convertido en una tarea imposible, especialmente porque el tránsito hacia el genocidio consistió en simples palabras de ánimo desde lo alto, de las cuales no hay constancia escrita, y en una serie de pasos y experimentos no coordinados llevados a cabo sobre el terreno por diferentes grupos de asesinos. Da la casualidad curiosamente de que este proceso refleja la Auftragstaktik del ejército, según la cual una orden general era traducida en acción por el correspondiente oficial al mando sobre el terreno.

Algunos historiadores sostienen de manera harto plausible que la decisión básica de avanzar directamente hacia el genocidio tuvo lugar en julio o agosto de 1941, cuando parecía que la Wehrmacht todavía tenía a su alcance la consecución de una victoria rápida. Otros piensan que no se tomó hasta el otoño, cuando el avance alemán en la Unión Soviética se ralentizó de manera perceptible y fue dando cada vez más la impresión de que la «solución territorial» era impracticable. Algunos la sitúan incluso más tarde, y proponen la segunda semana de diciembre, cuando el ejército alemán se detuvo a las afueras de Moscú y Hitler declaró la guerra a los Estados Unidos.

El hecho de que cada Einsatzgruppe interpretara su misión de manera ligeramente distinta indica que no había sido dada ninguna orden desde una instancia central. Solo a partir del mes de agosto se convirtió en práctica generalizada el genocidio total, con el asesinato incluso de mujeres y niños judíos. También el 15 de agosto, Himmler fue testigo por primera vez de la ejecución de cien judíos cerca de Minsk, espectáculo organizado a petición suya por el Einsatzgruppe B. Himmler no pudo soportar su contemplación. Después, el Obergruppenführer Erich von Bach-Zelewski subrayaría el detalle de que en aquella ocasión solo habían fusilado a un centenar de personas. «Fíjese en los ojos de los hombres de este comando», le dijo Bach-Zelewski. «¡Qué profundamente conmovidos están! Esos hombres están acabados para el resto de su vida. ¿Qué clase de seguidores estamos criando? ¡Una pandilla de neuróticos o de bestias!». El propio Bach-Zelewski sufriría de pesadillas y de dolores de estómago, lo que motivó su hospitalización por orden de Himmler para que lo tratara el jefe médico de la SS[28].

A continuación Himmler pronunció un discurso ante sus hombres justificando su acción y señaló que Hitler había dictado una orden para que todos los judíos de los territorios del este fueran exterminados. Comparó su trabajo con el de la liquidación de las chinches y las ratas. Aquella tarde, discutió con Arthur Nebe, el comandante del Einsatzgruppe y con Bach-Zelewski las alternativas a los fusilamientos. Nebe propuso un experimento con explosivos, al que Himmler dio su aprobación. Resultó un fracaso cruel, sucio y embarazoso. El siguiente paso fue el uso de cámaras de gas ambulantes, que utilizaban el monóxido de carbono proveniente del tubo de escape. Himmler deseaba encontrar un sistema que resultara más «humano» para los verdugos. Preocupado por su bienestar espiritual, invitó a los altos mandos a organizar actos sociales por las noches con la celebración de conciertos improvisados. La mayoría de los asesinos, sin embargo, prefería buscar el olvido bebiendo.

La intensificación de la matanza de judíos coincidió también con el trato cada vez más brutal dispensado por la Wehrmacht a los prisioneros de guerra soviéticos, que a menudo eran incluso asesinados directamente. El 3 de septiembre, se utilizó por primera vez en una prueba con prisioneros soviéticos y polacos el insecticida Zyklon B, desarrollado por el grupo de empresas químicas IG Farben. Al mismo tiempo, los judíos procedentes de Alemania y de Europa occidental deportados a territorios del este eran asesinados cuando llegaban a su destino por agentes de policía, que aseguraban que era la única forma de hacer frente a la multitud de gente que les habían endosado. Los oficiales de mayor graduación de los territorios del este ocupados por los alemanes, el Reichskommissariat Ostland (las Repúblicas Bálticas y parte de Bielorrusia), y el Reichskommissariat Ukraine (Ucrania), no tenían ni idea de cuál era la política a seguir. No se les haría saber hasta la Conferencia de Wannsee en enero del año siguiente.