Cuatro días después de que Talot desapareciera, Jehane se dirigió hacia la Sala de Enseñanza, justo después del amanecer. En una mano llevaba un tubo ged de perdigones y en la otra su trespelota. Había cuchillos y una pistola de calor en su cinturón. La luz borrosa daba a su rostro un color tan gris como el de las armas.
Cuatro de ellos estaban allí dentro ahora. Había estado toda la noche acurrucada en los bosques, contando y calculando. El soldado delysiano Ilabor no había entrado ni salido del salón. ¿Dónde mierda estaba? Si estaba dentro, tenía que saberlo; podría constituir la diferencia. Ayrys, Dahar y la ramera jelita no habían salido del salón en toda la noche. Quizás el soldado delysiano también tenía una habitación dentro. Quizás Ilabor había dormido con Ayrys, o con la ramera.
Grax, el ciudadano jelita Lahab y los dos ciudadanos delysianos todavía no habían llegado al salón. Ayrys, lisiada, no era una amenaza; tampoco lo era la pequeña ramera. Eso dejaba sólo a Ilabor y Dahar. Jehane habría pensado que un teniente primero jelita —incluso uno que había caído en desgracia— podría ser una amenaza para una hermana-guerrera. Ya no lo creía. Había un montón de cosas que ya no creía.
Así pues, pensaba que había dos luchadores: Ilabor y Dahar. Tendría que mantener a Ayrys como un escudo entre ella y el soldado delysiano. Dahar, mejor entrenado, sería el más peligroso; perdería los nervios si pensaba demasiado en cómo enfrentarse a Dahar. Así que no pensó en ello.
Sí pensó en cambio en esperar a Grax cuando viniera a la Sala de Enseñanza. Sí, en lugar de a Ayrys utilizaba al ged y su armadura invisible entre ella y Dahar, éste tendría que moverse en torno a Grax para tratar de llegar al combate cuerpo a cuerpo, y eso le daría a ella unos pocos segundos más. Pero al final rechazó la idea. Nadie podía estar seguro de lo que haría un ged, y ya había bastante inseguridad al respecto.
Como Ilabor. ¿Estaba dentro o no? No se podía permitir el lujo de dejar que él entrara después que ella, a su espalda. Podía permitir eso al diminuto comerciante y a la mujer delysiana, pero no a un soldado. Le había llevado horas asegurarse de que los soldados delysianos no controlaban la Sala de Enseñanza desde el exterior. Pero entonces, ¿por qué querrían hacerlo? Ya la controlaban desde el interior, cuatro a dos. No, cuatro a uno. Jehane ya no contaba a Dahar como jelita. En todas sus acciones había ayudado a Khalid, corrompido los cuadros, marchándose después de una alianza deshonrosa con el lado delysiano… Como iba a hacer ella ahora.
Jehane frunció el ceño. Talot, Talot, sólo por ti… ¿Dónde mierda estaba Ilabor? Había esperado demasiado tiempo para descubrirlo. Otra figura caminaba con largos pasos por el sendero hacia la Sala de Enseñanza, y Jehane desapareció de nuevo dentro del bosque. Pero sólo era una mujer delysiana que se apresuró a lo largo del sendero con la estúpida indiferencia de una ciudadana que pensaba que mirar alrededor nerviosamente era un sustituto para el disimulo y las armas.
La mujer desapareció dentro de la Sala de Enseñanza, y Jehane la siguió. No había nadie en el corredor, pero se oían voces en una habitación. Jehane se deslizó más cerca para escuchar: Ayrys y otra mujer. Muy bien. Ahora.
Se movió rápidamente hacia la entrada.
—¡No te muevas!
La mujer delysiana, Ayrys, sentada sobre un montón de varas de metal; Dahar; la pequeña ramera agachada en un rincón oscuro. No estaba Ilabor. Jehane apuntaba a Dahar con el tubo de perdigones.
—¡Las armas al suelo, teniente! ¡Sin sacarlas!
El título se le había escapado. El rostro de Dahar se endureció. No hizo ningún movimiento.
Jehane se preguntó fríamente si le mataría en caso que él tratara de sacar su revólver ged en lugar de desatar el cinturón de armas, y pensó que lo haría.
Dahar lo captó en su cara. Pero aun así no se movió, hasta que Ayrys gritó:
—¡Hazlo, Dahar! ¡No dejes que te mate!
Los ojos de la otra mujer se abrieron desmesuradamente de golpe.
Dahar tiró el cinturón de armas al suelo y se alejó de ellos. Jehane mantuvo apuntado el tubo de perdigones sobre él, pero se movió más lejos dentro de la habitación; donde podía cubrir la entrada. Entonces se volvió hacia Ayrys. Pero Ayrys, por la razón que fuese, había empezado a moverse hacia ella. Las varillas de metal se elevaron en el aire y volaron hacia delante. ¿Estaban vivas? A pesar de sí misma, Jehane saltó y apuntó hacia el metal que la atacaba. Se recuperó… sólo era otro juguete ged, no era natural pero no estaba vivo; pero en el segundo que tardó en darse cuenta de eso, Dahar saltó hacia delante y cayó sobre ella.
El suelo se convirtió en tiempo.
Después, Jehane no pudo realmente recordar lo que pasó o qué fue lo que sintió, sólo que sí lo sintió, que había algo real que surgía del suelo, más rápidamente que el salto hacia ella de Dahar, más rápidamente que su mano cerrándose sobre el gatillo del revólver ged. Esa realidad era invisible. No mostraba ningún resplandor, como ocurría con la armadura de Grax, nada salvo tiempo demorado, y ella y Dahar estuvieron un largo momento, el momento más largo, fuera del tiempo… para mirar a lo imposible: un teniente primero jelita lanzándose en combate cuerpo a cuerpo contra una hermana-guerrera que lo mataría. Y la mente de ella no se tornó más lenta. Había tiempo para pensar: los geds hicieron esto para protegerlo, y entonces hubo tiempo para comprender que los geds habían desperdiciado su poder.
Había aflojado gradualmente el gatillo incluso antes de que la lentitud del tiempo se apoderara de ella, y Dahar había controlado el riesgo de su ataque. Un teniente primero jelita lanzándose cuerpo a cuerpo contra una hermana guerrera que lo mataría, no tendría que haber sucedido. El cuerpo de Jehane, entrenado para ser disciplina y lealtad en músculo y hueso, había vacilado. Y así había ocurrido con Dahar. Ambos quedaron mirándose fijamente uno al otro a una distancia de un brazo.
A través de su confusa conmoción, Jehane tuvo una súbita y penetrante visión de lo que debía haber representado para Dahar el causar la muerte de Jallaludin. O para Talot…
El campo de estasis se hundió de nuevo en el suelo. Jehane se balanceó; momentáneamente aturdida. El caos se arremolinaba alrededor de ella. La mujer delysiana gritaba, y Ayrys le gritaba a Dahar. Luego retornó el orden (Dahar debía haber hecho callar a ambas mujeres) y Jehane sintió el bendito alivio de la cólera.
—Quiero hablar con Ayrys —dijo—, y voy a hacerlo sola, en el corredor. Los demás permaneceréis aquí.
Antes de que Dahar pudiera decir algo (¿había sentido también él el tiempo que no era tiempo? Debía haberlo sentido). Ayrys había movido esa cosa llena de tubos geds hacia el corredor. Jehane la había seguido, manteniendo la espalda contra la pared y cubriendo la habitación y a Ayrys con sus armas. Detuvo a Ayrys a mitad de camino en el corredor, con el cuerpo de la sopladora de vidrio como escudo entre ella y los dos que habían quedado allí, en la Sala de Enseñanza. Pero no fue Dahar o la ciudadana delysiana quienes doblaron la esquina y siguieron corredor abajo; era la ramera SuSu la que seguía a Ayrys.
—No se irá —dijo Ayrys rápidamente—. No, Jehane, no se entrometerá. Es… sorda. ¿Qué quieres?
—Salvé tu vida de… dos ciudadanos. Estamos juntas en el… —No podía decirlo, no de nuevo, no a esta lisiada que vivía con monstruos, no cuando las palabras de honor venían de esta cólera en el corazón, no cuando ella, una hermana-guerrera, estaba ahora suplicando, y lo sabía. Talot… En lugar de eso dijo—: Uno de ellos se ha matado. Uno de los dos jelitas a los que tú mutilaste ¿Lo sabías?
Ayrys se puso blanca pero dijo fríamente:
—Yo no los mutilé.
—No. Los kreedogs lo hicieron por ti.
—¿Qué quieres, Jehane?
No había escapatoria. Tendría que decir lo que había venido a decir. Incluso odiando hacerlo, Jehane dijo con voz ahogada:
—Se dice en el patio que estás haciendo una nueva medicina en este lugar. Una medicina para la enfermedad de la comezón…
Ayrys se inclinó hacia delante.
—¿Tienes la enfermedad de la comezón? ¿Dónde?
—No, yo no. Pero si los seis trabajáis con el ged en una medicina y la lleváis al interior del Muro para los enfermos… ¿Vais al interior del Muro? ¿Hay un camino para entrar?
Ayrys se puso rígida. No respondió. Jehane dijo:
—¿Hay un camino de entrada? Te salvé la vida, Ayrys. —Jehane se oyó a sí misma suplicando y se encogió.
—¿Por qué quieres entrar en el Muro? —preguntó Ayrys tranquilamente.
—Eso es algo que no te importa.
—Hay alguien dentro, ¿no? Alguien a quien… amas, que te dejó fuera del Muro y que entró con la ayuda de los geds.
—¡No me dejó! ¡No entró por su propia voluntad!
Los ojos de Ayrys se estrecharon.
—¿Cómo sabes eso? Es la muchacha alta de cabello rojo de nuestro grupo de enseñanza, ¿no? ¿Cómo sabes que ella no fue por su propia voluntad?
—Lo sé.
—Por favor, Jehane, es importante. ¿Cómo sabes que no entró libremente en el Muro?
—Ella quería luchar contra la enfermedad… nos lo prometimos una a la otra… ¿Cómo podrías entenderlo, delysiana? Una hermana-guerrera no se enrosca como un kemburi en Primeranoche. ¡Talot tiene coraje! —Jehane se oyó a sí misma gritando y luego, de pronto se oyó susurrar con angustia—: Yo sé que ella fue llevada adentro.
—¿Llevada? ¿Por quién?
—Los geds. ¿Quién sino? Iba a hacer ejercicios a lo largo del Muro por la noche y si los soldados de Kelovar la hubieran matado, yo lo sabría ahora.
Ayrys agarró los tubos geds y dijo:
—¿Los soldados de Kelovar? —pero Jehane apenas la oyó.
—O de otro modo, hubiera podido encontrar su cuerpo. He buscado durante dos días… Está en el Muro y los geds la llevaron allí, y si vosotros seis podéis entrar en el Muro, me vais a llevar allí dentro, Ayrys. —Jehane aún sostenía el revólver de calor y el tubo de perdigones; miró directamente a los ojos de Ayrys.
—Sólo los geds entran en el Muro —dijo Ayrys.
—Entonces los geds llevaron a Talot al interior, y vosotros trabajáis con los ged. Los seis sois los preferidos de ellos; podéis pegaros a sus talones y entrar en el Muro tras de ellos. Y yo después de vosotros.
Ayrys estaba silenciosa; sentada y apretando los tubos de wrof con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Jehane tuvo un súbito y confuso recuerdo de la ensangrentada mano de la sopladora de vidrio, con trozos de vidrio bajo la perdida luz de luna.
—No puedo ayudarte, Jehane. Lo haría si pudiera, pero nadie entra en el Muro salvo los ged. Y si nosotros, los seis humanos, entráramos, los ged no te permitirían seguirnos. Pueden mantenerte afuera. Pueden impedir a cualquiera que haga cualquier cosa. Pero escúchame. Estamos muy cerca de encontrar una cura para la enfermedad de la comezón. Ellos casi la tienen: Dahar, Creejin y Grax y los geds curarán a todos los del interior del Muro. Curarán a Talot. Pronto la tendrás de regreso. Y mientras tanto, ella no sufre, está dormida en el interior del Muro.
Jehane percibió el cambio en la voz de Ayrys.
—Estás mintiendo. No crees eso.
Ayrys la miro e, incluso a través de su furia, Jehane vio la aguda y súbita angustia en los ojos de la delysiana. Ayrys no creía en sus propias palabras, pero tampoco estaba mintiendo. Era otra cosa… todo en R’Frow era otra cosa, y el enemigo seguía cambiando. Delysia, Dahar, los geds… no había forma de decir a quién había que atacar y en quién se podía confiar. ¿Y, así como se podía luchar por algo?
—¿No me llevarás al interior del Muro?
—¡No puedo! —gritó Ayrys, y ahora Jehane no pudo saber si Ayrys mentía o no. Jehane dejó la trespelota y sacó el cuchillo.
Pero antes de saber lo que iba a hacer con él, o quién era el enemigo esta vez, de nuevo el tiempo comenzó a ascender desde el suelo para mantenerla inmóvil. Ayrys ya había dado vuelta a sus tubos y regresaba a lo largo del corredor, sus hombros se estremecieron, y a Jehane se le ocurrió que no sabía nada acerca del tiempo-que-no-era-tiempo, o que los geds la estaban protegiendo a ella como a Daha. Si el cuchillo de Jehane la hubiera alcanzado en la espalda, ella no habría muerto. Estupidez. Coraje.
Cuando Ayrys hubo dado la vuelta a la esquina de regreso a la Sala de Enseñanza, la estasis liberó a Jehane. Grax estaba junto a ella, con una especie de botella.
El ged no hablaba. No tenía que hacerlo.
Jehane salió corriendo de la Sala de Enseñanza y se fue precipitadamente por el sendero de wrof. La mañana la envolvió, la ahogó, la persiguió. El aire de la mañana de R’Frow, todo lo de R’Frow, era el enemigo. El sendero de wrof se curvaba limpiamente hacia el Muro sur. Jehane se arrojó contra ese risco gris. El hombro derecho impactó en el wrof, y el resto del cuerpo se estremeció por el impacto.
—¡Talot!
No hubo respuesta.
Arrojó la trespelota al Muro. El sonido fue lo bastante fuerte para hacer zumbar sus oídos; lo arrojó otra vez, y otra. Ni la superficie wrof ni el arma se dañaron; pero; finalmente, la faja de tela en la trespelota se soltó y una esfera chocó contra el tronco de un árbol moribundo.
—¡Taaaalllooottt!
Llegó gente corriendo. Jehane se volvió para luchar, pero entonces vio que eran jelitas armados y envainó sus armas, cuando la primera hermana-guerrera se aproximó cautelosamente. Demasiado tarde vio, a través del rojo furioso de su cerebro, que habían sacado el emblema del hombro de la mujer, de los hombros de todos, y que no eran guerreros sino ciudadanos. Ciudadanos armados. La mujer, aunque llevaba un cuchillo, era una babosa no entrenada. Jehane la derribó de un golpe.
La roja furia la abandonó instantáneamente. Maniobró para la batalla.
Los hombres se cerraron sobre ella. Jehane dio una patada a uno en la ingle, y lo hizo caer, aullando, pero los otros tres llevaban cuchillos geds y la superaban. Incluso entonces sintió el titubeo, la torpeza de los ciudadanos ante una hermana-guerrera, y eso le dio ventaja y casi logró liberarse.
—¡Agarradla! —chilló la segunda mujer—. ¡Mierda, agarradla! Ya verá…
—No verá nada —jadeó uno de los hombres—. No hasta que ocurra.
Jehane tenía el cuchillo. Pero no tenía espacio para moverse; los otros dos la sujetaban aún, e incluso para una hermana-guerrera la diferencia era demasiado grande. Sólo hubo tiempo para oír a la mujer gritar apasionadamente:
—¡Ya basta de pisotear a los ciudadanos…! ¡Estamos en R’Frow!
El hombre que la había desarmado lanzó entonces el puño y la golpeó torpemente pero de frente en la mandíbula. Jehane cayó con la palabra «R’Frow» cerrándose alrededor de su yo como un kemburi.
SuSu caminó, a través de la franja abierta de hierba marchita, hacia el salón donde había vivido con él. No se dio prisa: no abandonó el centro exacto del sendero de wrof, frío bajo sus pies desnudos; no pensó que en la luz velada su blanco tebl era un blanco evidente. No lo pensó.
Y sin embargo, como Ayrys había dicho, no estaba loca. Recordaba todo lo que había sucedido, tal como había sucedido, sin distorsión alguna. Pero algo en su mente había ardido hasta extinguirse totalmente como la madera en un horno demasiado caliente. El sentimiento había desaparecido. SuSu lo recordaba todo… la sabana, los hermanos-guerreros. Él, aquel lugar en el interior del Muro… sin ninguna reacción, como una serie de figuras que parpadeaban a la luz del fuego, intocables. Miró en sombrío silencio a las figuras, pero no las tocó, y perdió el tacto como el horno pierde la madera.
Se detuvo para sacar una piedra de entre los dedos de los pies. De alguna manera, había caído sobre el liso sendero. Su negro y lacio cabello cayó a ambos lados, cortando el aire.
La piedra era redonda y lisa. La imagen parpadeó de nuevo, la misma que había traído a SuSu a este sendero: la hermana-guerrera con el arma como tres piedras redondas. Talot está en el Muro y los geds la han llevado allí. Una hermana-guerrera. Pero las hermanas-guerreras no empujaban contra el silencio con palabras de aflicción, y esta novedad había retenido a SuSu por un rato antes de que también ella danzara de regreso al fuego sin mundo.
Arrojó la piedra hacia los bosques.
No había nadie en el salón cuando SuSu entró a través de la arcada. Ahora los geds usaban este salón para que los humanos acudieran cuando contraían la enfermedad de la sarna, pero justo ahora el salón estaba vacío. SuSu no se preguntó por qué. Pero alguien se había olvidado algo, de modo que SuSu se agachó para levantarlo del suelo. No sabía ni le importaba lo que era; algún trozo pequeño de wrof extrañamente modelado. Pero no obstante, SuSu lo mantuvo un momento sobre la mejilla, no porque tuviera todavía trazas del ged sino porque las tenía de Ayrys, que se sentaba todo el día en los tubos de wrof, de la misma frialdad que esta pieza.
Ayrys era la única imagen que no pestañeaba, que no cambiaba. Ayrys era el centro del fuego, la roca blanca que no ardía. Una vez había sido un hombre enorme, pero ahora era Ayrys porque tenía que ser alguien. Ella, SuSu, había arrastrado una vez a Ayrys a través de las calles de Jela, y Ayrys había estado muerta; ahora no lo estaba. Eso parecía extraño, algunas veces.
Pero no más extraño que las otras figuras parpadeando en el fuego silencioso.
Ayrys era la roca blanca. Estaba ahí incluso cuando no estaba allí, cuando el hermano-guerrero la usó detrás de la puerta cerrada, como había usado a SuSu en el pasillo de las rameras en Jela. Pero Ayrys siempre surgía desde detrás de la puerta, para ayudar a SuSu. Ayrys había retornado de la muerte; ahora volvería de la puerta cerrada. Siempre regresaría. No era una hermana-guerrera, ni tampoco un hombre.
SuSu tiró lejos el trozo de wrof de Ayrys.
Las mesas del suelo gruñeron suavemente y se elevaron cuencos de comida. SuSu los consideró sin parpadear mientras las imágenes pestañeaban en su mente; fría luz de fuego, que no ardía, palabras que no herían el silencio porque eran de Ayrys.
—¡No puedo ayudarte, Jehane! ¡Lo haría si pudiera, pero nadie entra en el salón salvo los geds!
SuSu frunció el ceño.
Algo hizo que echara un vistazo al Muro junto a la escalera. No había nada allí; los geds, que no querían inquietar a los humanos que venían a por ayuda para combatir la sarna, habían cubierto el círculo anaranjado de la misma forma como lo habían hecho los humanos con los otros en R’Frow.
SuSu apartó cuatro de los cuencos de comida. Acostada sobre la mesa, se enroscó haciéndose tan pequeña como le fue posible y esperó. Después de un momento se puso el pulgar en la boca.
Cuando el wrof se cerró sobre ella, golpeó su hombro derecho e inmediatamente dejó de formarse. SuSu contrajo aún más su hombro para hacerlo más pequeño. La mesa del suelo parecía estremecerse, y luego la encerró en la oscuridad. SuSu se hundió en el suelo; después de ser descargada de un montón de cuencos de alimentos, se levantó lentamente, frotó y miró alrededor.
Kreedogs: la imagen parpadeaba fríamente en su mente, y se desvanecía. No había kreedogs aquí. La habitación había cambiado otra vez de dimensión; era más grande pero más baja, y ahora las divisiones alcanzaban desde el suelo hasta el techo de wrof transparente, con un corte horizontal en cada una de ellas. Unas voces la llamaban: frenéticas, coléricas, suplicantes. Las manos se extendieron a través de algunas de las hendiduras.
SuSu sacó cuidadosamente un trozo de comida ged de su cabello y volvió a ponerlo sobre el montón de cuencos desechables.
Se acercó a las divisiones; en la primera, una mujer jelita desnuda estaba sentada sin hacer nada. En la siguiente, un hombre delysiano desnudo saltaba arriba y abajo. Apartó la cara desde SuSu hacia la pared del fondo donde se movía la figura de un hombre. La figura saltaba sobre un pie; el delysiano saltaba sobre un pie. La figura puso las manos sobre su cabeza; el delysiano puso las manos sobre su cabeza. La figura se sentó; el delysiano se sentó.
SuSu observó un rato. Parecía extraño que la imagen de la pared se moviera, que el hombre pusiera las manos sobre su cabeza. Él no se dio cuenta de su presencia. Después de un rato, se desvaneció la extrañeza, y SuSu caminó a lo largo de las otras divisiones.
Humanos que gritaban. Humanos asombrados. Humanos muertos. Todo era extraño… por un momento.
—¡Tú, ramera! —Era una mujer de cabellos rojos, desnuda en uno de los compartimientos, con una expresión incrédula en la cara. Alargó un brazo a través de la hendidura en el wrof. El brazo largo y huesudo, casi alcanzó a SuSu, que saltó hacia atrás.
—¡Tú, acércate! ¡Ven aquí!
SuSu no respondió. Sus ojos negros observaban sin expresión.
Los ojos de Talot resplandecieron peligrosamente. Se puso de rodillas para acercar la boca a la hendidura y dijo con claridad:
—Tú eres… SuSu. De la Sala de Enseñanza. Acércate. No te voy a hacer año. No te han traído los geds… ¿Cómo has entrado aquí?
SuSu no respondió.
—¿Puedes salir de nuevo? —SuSu siguió sin decir nada. Recordaba a la mujer de los cabellos rojos, al igual que recordaba todo lo demás. Era Talot, una hermana-guerrera. En un momento desaparecería.
Talot se mordió el labio.
—SuSu, si puedes salir de nuevo, ¿quieres llevar un menaje a Jehane, una hermana-guerrera de nuestro grupo de enseñanza? ¿Sabes quién es? ¡Contéstame! ¡Mierda! Tú, ramera, ¿no puedes oírme?
Los ojos de SuSu pestañearon. Un hombre en otra jaula empezó a tener convulsiones. Por un momento algo terrible gritó al borde de la memoria de SuSu, algo que no era una figura fluctuante sino un sólido alarido, pero luego se fue piadosamente. SuSu también se volvió para irse.
—Un mensaje para Jehane —dijo Talot desesperadamente—. Ramera, tú sabes quién es ella… es la que ayudó a Ayrys, la mujer delysiana. ¡La misma delysiana que te ayudó a ti!
SuSu había comenzado a irse. Al oír el nombre de Ayrys, se volvió, frunciendo el entrecejo.
—Sí, Ayrys —dijo Talot—. Un mensaje para Ayrys. Dile que la gente está prisionera de los geds. Dile que los geds han curado la enfermedad de la sarna pero nos mantienen aquí y nos obligan a tragar medicinas… —Se estremeció con el tenso y repentino encogerse de hombros de una persona que rehúsa rendirse al miedo—. Dile que hay delysianos aquí también y dile… ¿no puedes oírme? Por todos los… ¿No puedes oírme, ramera? —SuSu miraba, esperando oír el nombre de Ayrys de nuevo. Al ver que no venía, se volvió para irse. Talot apretó con rabia los puños.
—¡Espera! No puedes oír… Lleva esto a Ayrys. Ves, reconoces su nombre, puedes oír su nombre. ¿Cómo mierda puedes…? Lleva esto a Ayrys, SuSu ¡A Ayrys!
Talot tanteó en su cabello librándolo de su nudo de guerrera. Enlazando los dedos en un largo mechón rojo, tiró violentamente de él. El mechón, grueso como un dedo, se desprendió. Talot dio un brinco de dolor, hizo hábilmente un nudo con el mechón de pelo y lo arrojó por la hendidura en el wrof. Cayó a los pies de SuSu.
—Dáselo a Ayrys —dijo Talot.
Una caja; antes había tomado una caja de ese lugar. El recuerdo fluctuaba fríamente. Esto no era una caja, era cabello. Era extraño. Pero la hermana-guerrera había dicho Ayrys, y SuSu cogió el cabello y volvió por donde había venido.
Se tendió en el mismo lugar, en el suelo, no se sentía molesta ni por la espera ni por los humanos que llamaban desesperadamente desde los compartimientos. Finalmente nuevos cuencos de comida se elevaron desde abajo. SuSu dio un respingo; quemaban. Pero no se movió. Cuando hubo ascendido al salón aún desierto, se lavó y lavó su blanco «tebl» en los baños, se puso de nuevo el tebl y caminó de regreso a la Sala de Enseñanza. A lo largo del camino frunció el ceño ligeramente. No podía encontrar una imagen en el frío y vacilante fuego del recuerdo. Había habido una oscura caja gris. Ahora no había caja gris oscura. ¿Qué había pasado con ella? Buscó, pero no pudo recordar.
Pero los otros recuerdos fluctuaban claramente: hermanos-guerreros, hermanas-guerras, el pasillo de las rameras, y la esperanza a cambio del silencio mientras las manos de los guerreros alcanzaban a su madre…
Guerreros. Casi había alcanzado la Sala de Enseñanza cuando arrojó el nudo de cabello rojo detrás de una maleza moribunda.
Cuando Jehane hubo salido precipitadamente de la Sala de Enseñanza, Ayrys encontró a Ondur.
Condujo a Ondur por el corredor hacia su propio cuarto, no había otro camino. Dahar estaba en la Sala de Enseñanza, y pronto entrarían Lahab, Tey, Creejin y Grax. Los ojos de Ondur ardían.
—Un hermano-guerrero jelita. Ése es el que estaba la noche que rompieron tu pierna, después de tratar de matarte, y en nuestro salón, en nuestro propio salón…
—Ondur, escúchame…
—¿O empezó antes de eso? ¿Cómo pudo comenzar? Un teniente primero jelita… ¿Cómo pudiste hacerlo, Ayrys? Es como dejar que te toque un animal; estás enferma, no estás cuerda…
Ayrys se agarró fuertemente a los brazos de la silla. Era el disgusto de Ondur lo que parecía animal; retorcía, no sólo su cara, sino todo su cuerpo. Estaba de pie, con la espalda inclinada hacia atrás y la cara echada hacia delante; tenía el labio de arriba encogido sobre sus dientes al descubierto.
—Me gustaría que el jelita te hubiera matado, en lugar de eso.
Por un momento las palabras quedaron flotando en el cuarto cerrado. Luego Ayrys dijo fríamente:
—¿Qué vas a hacer al respecto?
—Se lo diré a Kelovar. He venido a decirte que él… ¡No tienes derecho a saberlo!
—Ondur, no puedes…
—¡Eres una traidora a Delysia!
—¿Una traidora? ¿Conozco yo alguno de los planes de Khalid? ¿Y qué hubiera hecho Dahar con ellos si yo los hubiera conocido? Él ya no es guerrero, y yo no estoy en los salones delysianos. Piensa, Ondur, eso no afecta para nada a Delysia.
Pero Ondur estaba más allá de ese pensamiento.
—Eres delysiana. Y dejas que un jelita se ponga entre tus piernas…
—Si se lo cuentas a Kelovar, nos asesinará a los dos.
—Eso sería más decente que ocultárselo.
Su voz se tornó fría. Ayrys reconoció la frialdad; la había oído en la sala del consejo en Delysia, con Primeramañana cayendo, rojo-sangre a través de los vidrios coloreados de las ventanas. Exilio.
—Mientras piensas en Kelovar, piensa en esto, Ondur. Si Kelovar busca a Dahar, puede que Dahar le mate. Y tú serías responsable, podrías haberlo causado… Fuiste buena conmigo… no deberías tirar tres vidas por la borda…
La expresión de Ondur no se suavizó.
—¿Quién te ha enseñado a suplicar, Ayrys? ¿Él? Pareces un quejica ciudadano jelita… ¿éstos son los métodos que empleáis? ¿Él actúa como si aún fuera un guerrero y tú actúas a ser la vil ciudadana, la prostituta de un hermano-guerrero?
—¡Ondur…!
Pero de pronto Ondur se hundió. Puso las manos sobre la cara, y Ayrys trasladó su silla hacia delante para coger el borde del tebl de Ondur. La voz de Ayrys salió en un susurro, pero aún así, una parte de su mente pensaba frenéticamente. El estuche oscuro que SuSu una vez había apretado en su mano, siempre había estado en el bolsillo del tebl de Ayrys; era fuerte y de filo cortante. Si lo arrojara a la cabeza de Ondur…
—Por favor… no se lo cuentes a Kelovar ni a Khalid, ni a nadie. No hay necesidad, Ondur, no hay razón para…
Ondur apartó las manos del rostro. Ayrys vio allí la misma cerrada aflicción que había visto cuando cuidaban a SuSu, y de pronto, sin propósito alguno, supo que aunque ella y Ondur se hubieran conocido durante años, Ondur nunca le hubiera dicho lo que había detrás de la aflicción, o lo que había llevado de Delysia a R’Frow. Ondur lo había vallado, y detrás del cerco sólo existía oscuridad.
—Por favor… es imposible que yo pueda ser una amenaza para los salones delysianos, y Dahar tampoco puede serlo.
—Tú no existes —dijo Ondur—. Estás muerta. Eres una exiliada para siempre, y yo nunca te he conocido.
Ayrys se sentó y permaneció inmóvil cuando Ondur se hubo marchado. Luego se trasladó a la Sala de Enseñanza con la silla.
Todos ellos estaban allí. Los ojos de Dahar miraron los suyos: ¿Peligro? Ayrys negó imperceptiblemente con la cabeza. Allí no había ninguna forma de explicar ni de preguntar, y la cara de Dahar estaba ya llena de una emoción diferente, de una situación diferente. Ayrys sintió sobre sí los ojos de Grax. El ged le habló directamente con su tranquilo y monótono gruñido. Sostenía el recipiente que los seis habían dejado en una burbuja de wrof transparente en las afueras de R’Frow, el recipiente que habían enturbiado con la bacteria-que-no-podía-ser-bacteria.
El frasco era transparente.
—Tenías razón, Ayrys. La luz de Qom ha matado la microvida desconocida. Sea lo que fuere esta vida, no puede sobrevivir en la luz del sol de Qom.
—La luz —dijo Dahar violentamente—. La luz.
—Si ahora consiguiéramos usarla para curar… —dijo Tey.
—No hace falta —dijo Dahar—. La luz del sol es libre.
Tey, apoyado ociosamente contra el muro, no dijo nada.
Ayrys se acercó a Grax. Incluso vista de cerca, la solución aún seguía siendo transparente, sólo con muy escasos rastros de algo que ya no estaba allí.
Lo habían conseguido. Una victoria, un triunfo. Habían vencido a la bacteria (o la no-bacteria) y así habían hallado la curación para la enfermedad de la comezón. Habían llegado con esta pequeña cosa más allá de los geds. Habían triunfado.
«No puede sobrevivir en la luz del sol de Qom.» Entonces, ¿de dónde había venido la microvida? De los geds, de algún lugar, de cualquier lugar.
Una exiliada.
—Creo que ya basta de ciencia biológica por hoy —dijo Tey.
Los rostros lo miraron. Ayrys notó algo que no había visto hasta entonces: que bajo su monótona indiferencia, Tey estaba furioso. Las pupilas de sus ojos se habían encogido como bolitas. Tey había esperado un medicamento para curar la enfermedad, algo tan fácil de llevar a Delysia como lo hubiera sido la enfermedad misma.
Grax observaba pensativo a Tey.
—Yo también estoy cansada —dijo Ayrys. No se atrevió a mirar a Dahar, no bajo la furia de Tey. Cuidadosamente, movió su silla y se fue por el corredor hacia su propio cuarto; con los otros humanos tan cerca de ella no podía arriesgarse a ir a la de Dahar. Debería esperar hasta que él considerara seguro ir a verla para contarle lo que Jehane le había dicho, cómo la había amenazado Ondur. Pero SuSu estaría en su cuarto.
SuSu no estaba en él.
Ayrys cerró la puerta. Bajó la silla para hacerla descansar firmemente sobre el suelo, y apartó la pierna sana de sus soportes. Luego relajó la pierna rota. No le dolió aunque ya sabía, cuando dejaba la silla para dormir o bañarse, que la curación había progresado mucho. Ahora quería saber algo más.
Se sentó perpendicularmente a la posición de los tubos geds, se apoyó en ellos y trató de ponerse en pie. La pierna herida se dobló y Ayrys cayó al suelo, gritando con súbito pánico.
Tendida sobre el suelo, esperó a que el dolor cesara y luego se arrastró hacia el sillón ged. El campo de estasis, misterio incognoscible, rodeó su pierna y el dolor desapareció.
Ahora ya lo sabía. No podía estar sin la anestesia de los geds. La necesitaba.
Lo mismo que le había sucedido a Dahar.
Éste tardó bastante tiempo en acudir. Y cuando llegó, se veía aturdido. La miró con una intensidad tal que Ayrys le hubiera abrazado con fuerza si no hubiera tenido la total seguridad de que él no la había visto en absoluto.
—Belazir ha muerto.
—¿Cómo…, cómo lo sabes?
—Grax me lo ha dicho.
Dahar continuó mirando fijamente a la pared, por encima de ella, y por primera vez Ayrys observó que llevaba la botella con la solución transparente, sus nudillos estaban blancos alrededor del cuello de la botella irrompible. Ayrys esperó a que, cuando al fin él la mirara (se fortaleciera ya contra eso, luchando contra la enfermedad que la dominaba), ella vería en sus ojos el viejo resentimiento, la interminable pared: «delysiana». Pero no estaba allí. Ayrys vio su increíble dolor y asomando tras éste algún otro horror, y tuvo una nueva sospecha.
—No han sido soldados delysianos, ¿verdad, Dahar? Los geds han matado a Belazir.
—¿Los geds? —repitió él sin dar importancia a sus palabras. Pero luego las tomó en consideración y la furia barrió su oscura cara, la rápida y violenta furia que debe ir a algún lado y que se siente gozosa de tener un blanco—. ¿Por qué dices eso? ¿Por qué iban a matarla los geds?
—No lo sé. La enfermedad…
—Acabamos de encontrar la causa y la cura de la enfermedad. ¿No estabas allí, dulce Ayrys? Pensé que te había visto allí. ¿Por qué piensas entonces que los geds matarían a la comandante suprema de los jelitas? ¿Por qué?
Ayrys no dijo nada.
—Porque tú lo esperabas. ¿No es así? Esperabas que al final Grax justificara todas tus sospechas y te diera una razón para desconfiar de él. Pero no has necesitado una razón. ¿Verdad? Has descifrado desde el principio, aun cuando nos ha dado algo que los humanos no podíamos pretender descubrir por nuestra cuenta en toda nuestra vida, nos ha dado el mundo entero… y yo pensaba que lo entendías. Pensaba que de entre todas las mentes de R’Frow, tú lo entendías… «Delysia para la traición.»
Ayrys vio que él trataba de herirla, y su paciencia, puesta ya a prueba por Jehane y por Ondur, estalló.
—¿Qué «traición», Dahar? ¿De quién? El ged nos ha enseñado a preguntar y razonar, y cuando lo hago, lo llamas traición. Tú no oíste lo que me dijo Jehane. Dijo que su amante, Talot, había sido llevada al interior del Muro por los geds. Talot no fue allí voluntariamente. Se la llevaron. ¿Por qué? ¿Cómo sabemos que los humanos que están tras el Muro están en estasis? ¿Cómo podríamos incluso saber si los geds nos han mentido desde el principio?
»Tú crees a los geds porque deseas la ciencia, pero la ciencia no basta. Tu retorcido entrenamiento jelita te pide también “honrarlos”. La “honra” no procede de la ciencia ged, Dahar. No proviene de ningún razonamiento que los geds nos hayan enseñado, ni de teorías ni pruebas. Viene de Jela. Pero tú estás negociando con esto tan despiadadamente como lo haría Tey. “Dadme esta ciencia y honraré a los geds como un verdadero hermano-guerrero, no importa lo que hagáis en R’Frow.”
»Pero ya no eres un verdadero hermano-guerrero. Ya no. Y aunque tu comandante suprema no te hubiera desterrado, no serías un honorable hermano-guerrero mientras negociaras como un delysiano, y pensaras que ningún precio es demasiado elevado para no pagarlo.
Ella se dio cuenta de la violencia que sus palabras habían producido y se alegró por ello.
—No hay ningún precio —dijo Dahar a través de los labios pálidos—. Lo ves así porque eres delysiana. Ves un precio en todo. Como Tey con la curación, como si curar fuera un trozo de vidrio barato que se puede conseguir en un mercado. Te atreves a hablar de razón y de pruebas… ¿qué razón tienes para creer a Jehane? Una inexperta hermana-guerrera, enamorada por primera vez, demasiado excitable y arrogante para ser ni siquiera una líder en el patio de prácticas… Belazir podía ver esto de un vistazo. Pero tú, tú que dijiste que habías abandonado todo por la ciencia y la razón de los geds, crees en ella sin pruebas, sin testigos, sin ninguna razón. Excepto que tú quieres creer que los geds pretenden hacernos daño. ¿Por qué? ¿Por qué quieres creer eso, dulce Ayrys?
—¡No me llames así!
—¿Por qué quieres creer con tanta dureza en el deshonor de los ged?
—No quiero creer en el deshonor de los geds. Yo sólo… —Ayrys vaciló viendo dónde estaba la trampa.
—… Tú sólo lo crees. Sin razón, sin evidencia, sin teorías ni pruebas. Muy delysiano, dulce Ayrys.
—¿Es eso? ¿Es eso, Dahar? «Delysia por la traición…» Entonces responde a esto: ¿quién mató a Belazir?
Él no dijo nada; ni siquiera la súbita angustia de su cara podía detenerla ahora.
—No fueron los soldados de Khalid. No fueron los geds. Quedan los jelitas. Sus propios guerreros, ¿o los kreedogs que tú creaste? No. Fueron los ciudadanos jelitas. ¿No es así? Como ocurrió con SuSu y Lahab. Maltratados por tus hermanos-guerreros, hermanas-guerreras y guerreros-sacerdotes hasta que finalmente llegaron a un lugar como R’Frow, donde los guerreros ya no son los que gobiernan porque lo hacen los geds, y de pronto ya no te ves tan invulnerable. Tus maltratados ciudadanos ven que los geds son los verdaderos amos en R’Frow, y ven que su comandante suprema entrega dos ciudadanos, Kelovar y Jehane…
—Te salvó de ellos. A ti.
—¡Sí! ¿Delysia por la traición? Y cuando Jehane vino a pedirte ayuda porque los geds cogieron a uno de tus guerreros, lo primero que haces es llamarla mentirosa.
—No son mis guerreros —dijo él fríamente—. Lo has dejado bien claro.
—¿No estaba claro antes? Pero el hecho de que ya no seas jelita no significa que no puedas convertirte en ged.
—Y el hecho de que tú no seas delysiana no significa que seas capaz de lealtad alguna.
Su desprecio la quemó. Las uñas de una mano se hundieron en la muñeca de la otra hasta que brotó la sangre.
—Respóndeme a esto, Dahar. Grax dijo que la nueva microvida que causó la enfermedad de la sarna no podría sobrevivir bajo la luz del sol de Qom. Ésas fueron sus palabras. Así que si no vivía en Qom, ¿de dónde vino?
Sus ojos se quedaron inmóviles.
—Debió de venir a Qom con los geds, en sus naves estelares. ¿De qué otro lugar podía proceder? Grax dijo también que los geds nunca la habían visto antes. ¿Cómo puede ser, con toda su vasta ciencia que puede separar las piezas más pequeñas que componen el mundo? ¿Cómo puede ser eso?
Ayrys vio cómo la mente de Dahar, a pesar de su furia, se enroscaba en la pregunta, y rehusaba tanto descartarla como mentir. Observándolo, Ayrys supo que nunca lo había amado tanto como en ese momento, en que lo odiaba.
—No lo sé. Se lo preguntaré a Grax.
—¿Le preguntarías a Tey cuántas trampas te hace y esperarías oír la verdad?
—¡No intentes liarme con mis propios odios, Ayrys!
—Sólo con tu propia inteligencia.
—No intentes liarme de ninguna manera. Preguntaré a Grax sobre la microvida.
—Pregúntale también por qué nunca nos habló de los círculos anaranjados.
—Nunca mintió sobre los círculos anaranjados.
—¡Retener conocimiento es una forma de mentir! Nos observaban…
Dahar, criado en la observación comunal de un salón de los hermanos-guerreros, hizo un gesto de desprecio.
—Entonces pregúntale a Grax dónde está Talot.
—No necesito preguntarle eso. Si Talot fue con los geds, ahora mismo estará siendo echada de R’Frow, hacia el brillo de sol de Ligerosueño. La sabana la curará. Los geds están abriendo R’Frow.
Ayrys lo miró fijamente.
—¿Cómo lo sabes?
—Grax acaba de decírmelo.
—¡El año aún no ha terminado!
—Su regalo a los humanos, sí. Pero no para todos nosotros, Ayrys. No para las mentes humanas que pueden apreciar y comprender un regalo como el de los geds… un regalo, Ayrys. No es un negocio. Grax nos llevará en la nave estelar cuando los geds se vayan de Qom.
Se le cortó la respiración. Dahar la observó con mirada dura, sin lástima.
—Ahora. Hoy. Tey y Creejin han rehusado. Él prefiere volver a Delysia con su corrupta… No vale la pena hablar de él. Lahab vendrá. Y yo. Y tú.
Lo último fue una pregunta… una pregunta afilada sin ninguna suavidad. Dahar cruzó los brazos sobre el pecho y esperó, con la botella de wrof aún sostenida por el cuello en su mano derecha. Ayrys vio nuevamente aquella otra botella, roja, azul y mal hecha; resplandeciendo en la luz de la luna como si ella la hubiera arrojado a la planta de kemburi en la sabana. Embry.
—No cometamos traición al menos ahora, Ayrys. Una pregunta directa. ¿Vas a ir en la nave estelar de los geds?
Ella le miró. Dahar no ocultaba nada, con la pasión que un guerrero jelita considera como una cortesía, y también como una virtud. La muerte de Belazir, el dolor que se estaban causando el uno al otro, el deslumbramiento de la nave estelar de los geds… todo era difícil incluso mientras aguardaba para tomar una determinación que ningún razonamiento podía afectar. Dahar se iría con Grax. Iría en la nave estelar. No se fijaría en nada que obstruyera esta visión.
Estaba, en otro sentido, tan ciego como Kelovar.
—¿Irás en la nave estelar, Ayrys?
Ella apretó los labios y miró hacia abajo. Dahar le cogió la barbilla con la mano y le levantó la cara para mirarla.
—¿Vas a ir en la nave estelar?
Ayrys se estremeció; le estaba haciendo daño.
—Si digo que no… tú irás sin mí. —No era una pregunta.
Dahar le soltó la barbilla y se quedó mirándola fríamente, como desde una gran altura.
Ella dijo de pronto, invadida por la furia:
—La ciencia ged. A cualquier precio.
Las emociones batallaban en su cara. Pero cuando finalmente Dahar respondió, fue con la misma tranquilidad, y no hubo victoria para Ayrys en cuanto sus palabras concedían.
—Sí. A cualquier precio.
No se podían mirar el uno al otro.
—Dahar, ten cuidado hasta que… te vayas. Pueden haberle dicho a Kelovar que tu… y yo.
—Él…
—No. Kelovar te mataría a ti, no a mí. —Kelovar no podría admitir que ella había elegido a un guerrero jelita en lugar de un soldado delysiano. Reconstruiría la verdad hasta adecuarla a lo que creía.
Como Dahar estaba haciendo.
—Ten… cuidado.
Ella se dio cuenta del esfuerzo de Dahar al responder:
—Grax nos llevará al otro lado del Muro. Ahora. A Lahab y a mí. Sólo te esperábamos… a ti.
Ayrys cerró con fuerza los ojos. Sintió la mano de él sobre el hombro, y la apartó tan violentamente que sintió dolor en los músculos. Dahar lanzó un rápido suspiro.
Ella oyó que la puerta se abría y se cerraba.
Alguien había subido la temperatura a diez unidades, casi a niveles de celebración. Las feromonas flotaban fragantes y suculentas en el aire cálido. Había un persistente subaroma de ansiedad y de inseguridad, pero ninguno de los diecisiete geds pidió a la Biblioteca-Mente que bajara la temperatura. La celebración era más importante que la corrección.
Se iban a casa.
Iban a casa e iban a llevar humanos a bordo de la nave, volvían a casa con las últimas noticias de una masacre en la flota causada por humanos como ésos; a casa sin una respuesta a la Paradoja Central, pero iban a casa. Las voces gruñían en las configuraciones de los hechos, irrumpiendo ocasionalmente incluso en las de las fantasías deliberadas, que ninguno de ellos había abandonado desde la llegada a este desgraciado e inmoral planeta. Las manos acariciaban las espaldas, los miembros, las cabezas. La poderosa y sutil fragancia de los olores de antes del apareamiento atormentaban la piel.
Sólo Grax estaba ausente, todavía hablando con los humanos masculinos que tenían que venir a bordo de la nave.
La celebración era especialmente grata porque ninguno de ellos había creído poder dejar Qom antes que hubiera pasado el año completo. Pero después de horas de una discusión circular (tan satisfactoria en sí misma) que les había ocupado toda la noche, se había decidido que debían llevarse a los cinco humanos que quedaban de los seis que habían sentido lealtad hacia los geds.
Esa gramática aún rechinaba en el oído.
No había razón para postergarlo. Los experimentos de sugestión para controlar químicamente a los humanos a bordo de la nave habían fallado. Todos los productos químicos que producían sumisión destruían también la inteligencia; todos los que dejaban la inteligencia intacta no hacían más sugestionables a los humanos.
—Si hubiéramos tenido tiempo para perfeccionar las pruebas… —dijo Wraggaf.
—Que Armonía cante con nosotros.
—La Armonía canta. Si hubiéramos tenido tiempo…
—Tiempo es lo que no tenemos.
—Tiempo. Que cante siempre con nosotros.
—Siempre cantará. Los experimentos con mentes fueron inútiles.
—Inútiles.
—Que Armonía cante con nosotros.
—Es la inteligencia humana —dijo Fregk, usando deliberadamente elementos de una gramática que no encajaba, oliendo a disgusto.
—Inteligencia humana —dijo Krak’gar—. Es como un pozo negro que succiona ideas que coge de los geds. Poderosa. Destructiva.
Los otros percibieron inmediatamente el resto de la metáfora, y la completaron: la poesía de la civilización, en la cual todos creaban unidos.
—Inteligencia ged.
—Un sol estable. Que ardía lentamente, dando luz.
—Vida que alimenta.
—Que permitía la solidaridad moral.
—Que Armonía cante con nosotros.
Volvían a casa. Los tres seres humanos que iban a llevar a bordo de la nave eran un problema. Los geds habían transportado animales antes, por supuesto, pero no como éstos. Los tres humanos necesitarían moverse libremente creyéndose a sí mismos aliados de los geds. También debían estar confinados, puesto que no eran ged. Pondrían tensas las feromonas de todos, particularmente a los geds que habían permanecido a bordo todo el tiempo, y para los cuales los humanos hasta este momento eran sólo imágenes transmitidas a través de la Biblioteca-Mente. Era un problema. Y faltaba tiempo, como siempre en este maloliente planeta faltaba tiempo.
Entonces se enteraron de que incluso había menos tiempo disponible.
La Biblioteca-Mente dijo:
—Datos significativos. —Habían pedido que no se irrumpiera en las celebraciones a menos que ocurriera algo urgente; al cabo de un momento Grax habló directamente a través de la Biblioteca-Mente.
—Dos de los humanos rehúsan venir a bordo de la nave. Tey y Creejin.
En el mismo momento, la Biblioteca-Mente, añadió:
—El humano que cantó en armonía por la «jelita» ha sido asesinado.
Hubo un sollozo de Grax.
Todos captaron su tensión, más allá de los muros con las bestias, e inmediatamente los olores lo alcanzaron, enlazados en la frustración de no poder llegar hasta él. La ansiedad subyacente a los olores aumentó. Los geds comenzaron a gruñir con suavidad, pero la Biblioteca-Mente no transmitía hacia Grax, sólo en una dirección, y la prioridad de esos datos significativos sobrepasaba todo lo demás.
—… Mátala —resonó una voz: profunda, serena, con un placer tan mortal que los geds la oyeron incluso en esa gramática extraña, esa mente extraña.
Un sonido, no identificado. Luego, el ruido sordo de algo que golpeaba el suelo.
Grax comenzó a hablar, demasiado rápido, con el humano Dahar. Inmediatamente tres geds dijeron a Grax, a través de la Biblioteca-Mente, pero sin esperar la aprobación de ésta:
—Trae a los otros tres humanos a salvo al interior del Muro. Ahora.
—¿… decírselo sólo a Ayrys, Dahar? —dijo Grax—. Yo se lo diré.
—No. Es necesario. Si ella… yo se lo diré. —La voz humana temblaba por la excitación, esa que los diecisiete habían aprendido a conocer por el sonido, estaba repleta de emociones que ellos no conocían.
—Ahora —dijo la Biblioteca-Mente en la configuración de la mayor urgencia.
—¿Porque sois pareja de sexo? —dijo Grax—. ¿El venir con los geds es una comunicación sexual? —Los diecisiete oyeron reír a Dahar, y esta vez ninguno de ellos supo lo que el sonido humano significaba.
—La traeré aquí.
La Biblioteca-Mente se dirigió a Grax:
—Cuando los traigas dentro del perímetro, no entres por la puerta ged. Los humanos están realizando actos violentos en el Muro este. Dahar no debería verlo. Tráelos a través del Muro que está detrás del salón vacío, al norte de la habitación que contiene los animales para los experimentos. Habrá cámara con esclusa de aire preparada con atmósfera humana.
Dahar habló, a una mayor distancia del sensor, como si hubiera comenzado a partir e hiciera una pausa en la entrada:
—Grax. Nunca te lo he dicho… eres lo que los maestros jelitas guerreros-sacerdotes deberían haber sido. Tú y los geds… —Una larga pausa y luego, dolorosamente—. Estamos en el mismo plano, consagrados al honor de la vida misma. Lo que tú has dado libremente yo nunca podré devolverlo. Pero cualquiera que sea su medida, yo te serviría en cualquier forma que pudiera, Grax, y lo haré.
Durante un rato no hubo sonido. Luego la Biblioteca-Mente comenzó a transmitir la conversación entre Dahar y Ayrys.
No lo habría hecho si no hubiera considerado que el contenido era significativo.
—… no sabía lo que Jehane me contó —era la voz de Ayrys—. Dijo que su amante, Talot, había sido llevada al interior del Muro por los geds. No fue por propia voluntad sino que fue llevada. ¿Pero cómo sabemos que los humanos detrás del Muro están en estasis? ¿Cómo podríamos saber incluso si los geds nos han mentido desde el principio?
Alguien le dijo a la Biblioteca-Mente que bajara la temperatura de la habitación.
Después, Ayrys no supo nunca cuánto tiempo estuvo allí sentada en la oscuridad.
Cuando volvió en sí (de regreso del lugar vacío donde no existían ni R’Frow, ni Dahar, ni Embry), había un lento y sordo golpeteo en la puerta, firme pero de prueba, como si el que golpeara estuviera temeroso de encontrar la puerta abierta y también de encontrarla cerrada. Entumecida, Ayrys movió la silla a través de la habitación. SuSu se acurrucó en la luz anaranjada del corredor con sus ojos negros muy abiertos en un rostro pálido de muerte.
—Tú le has visto irse —dijo Ayrys, dándose cuenta. SuSu había visto irse colérico a Dahar, un hermano-guerrero armado y los recuerdos habían acudido a su mente de niña ramera. Pero no había corrido a esconderse, no había dejado a Ayrys, como en otra ocasión no había abandonado al bárbaro moribundo, que no podría seguir protegiéndola de su propia gente.
—No estoy herida —dijo amablemente a SuSu—. No me ha hecho daño —oyó la burla en su propia amabilidad.
—¿Dónde fue, SuSu? ¿Viste dónde se fue Dahar?
Los negros ojos la contemplaron fijamente, ya no estaban aterrorizados sino opacos e inescrutables como un muro.
Un repentino olor de quemado llegó a la habitación. Cerca de las dos mujeres, la tela que cubría el círculo anaranjado comenzó a humear; primero se chamuscó en el centro, donde había sido estirada sobre el wrof y luego se quemó hasta que estalló en llamas. Cayeron tiras sobre el suelo y ardieron sobre el metal sin hacer daño. Cuando el círculo anaranjado estuvo libre, el fuego se acabó.
—Los geds querían vernos de nuevo —dijo Ayrys. Mantuvo la mano sobre la pared; el círculo anaranjado aún estaba caliente, aunque se enfriaba rápidamente.
SuSu apenas echó un vistazo al círculo ardiente. Cogió la mano de Ayrys y la arrastró hacia delante.
Con demasiada brusquedad, Ayrys dijo:
—No hay ningún sitio donde ir, SuSu. ¿No comprendes? ¡No hay ningún sito donde ir!
Pero de pronto, Ayrys no quiso permanecer a la vista de ese círculo anaranjado, entre estas paredes de wrof de los geds… Sin embargo, no había ningún otro lugar donde ir. Ni siquiera era posible el exilio cuando el lugar del exilio había muerto. Esto debía haber sido lo que sentía Kelovar durante todos estos ciclos: atrapado en una ciudad en putrefacción, sin escape posible, alejado del Kelovar que alguna vez había sido. Observándose a sí mismo convertirse en otra cosa, tan ciertamente como la microvida enferma había crecido en el turbulento calor y la oscuridad, lejos de la luz abierta.
Luz.
No había luz en ninguna parte, ni en R’Frow ni en Jela ni en Delysia… SuSu la había conducido fuera de la arcada. Una misteriosa luz amarilla se difundía a través de la cúpula.
—SuSu, ¿qué es eso?
SuSu no respondió. En lo alto la luz brincó y a lo lejos se elevó humo hacia el wrof transparente que no era cielo. Gritos y llantos se alzaron con el humo.
Alguien quemaba R’Frow.
—¿Quién? —preguntó Ayrys con voz alta. El fuego había quemado el sur de la Sala de Enseñanza, lejos tanto de los salones jelitas como de los delysianos—. ¿Quién?
—Jela —dijo SuSu claramente. Asustada al oír la voz de SuSu, Ayrys se volvió bruscamente. SuSu sonreía y sus blancos dientes centellearon, afilados y pequeños, cuando se produjo otro estallido de luz en lo alto.
—Ciudadanos jelitas —dijo Ayrys lentamente—, los que mataron a Belazir. Debido a la forma en que los guerreros… gobernaban…
SuSu sonrió más ampliamente.
Ayrys se agachó y tocó la hierba. El fuego no estaba cerca, y los estallidos de luz reflejados en la cúpula parecían brillantes sólo para unos ojos que habían pasado un año en la oscuridad.
La hierba estaba muy seca, pero cuando sus dedos se cerraban sobre ella, comenzó a caer agua, la suave llovizna que en R’Frow pasaba por lluvia. ¿Era una respuesta al fuego? ¿Había fuego porque los geds habían quemado por fin la tela de los círculos anaranjados? Si lo hacían ahora, podían haberlo hecho en cualquier momento que hubieran escogido.
Más gritos, esta vez muy cerca.
SuSu desapareció en la maleza; en un momento estaba allí, al siguiente ya no estaba.
Dos soldados delysianos, un hombre y una mujer, aparecieron corriendo por la esquina de la Sala de Enseñanza. Al ver a Ayrys, la mujer se detuvo.
—¡Vamos! —gritó el otro agarrándola del brazo.
—Espera, ésta es una de ellos. —Sus ojos grises, bajo el rubio cabello trenzado, despellejaron a Ayrys.
—¿Una de quién? ¡Vamos, es delysiana!
—No es delysiana. Es ged. Es una de las traidoras. Como aquel asqueroso de Tey.
El hombre titubeó y dirigió sus ojos al suelo.
—Déjala, Khalid necesitará todos los cuchillos.
—¡No! Son traidores. Viven con los geds para acercarse a Jela. —La mujer agarró con la mano el cabello de Ayrys y acercó el cuchillo—. Un cuchillo ged. Una muerte ged para una traidora ged, ¿sí, Ayrys?
—¿Ayrys? —dijo el hombre. Dejó de mirar al fuego y dirigió sus ojos a Ayrys—. ¿Ésta es Ayrys?
—¡Déjame, Urwa! ¡Maldita sea!
—¡No seas estúpida! Ya sabes lo que dijo Kelovar…
—¡Mierda para Kelovar! —exclamó la mujer—. ¿Cómo lo sabrá?
—No la toques, te lo aviso —dijo Urwa, y ahora su voz hasta entonces apresurada e indiferente, adquirió un tono de advertencia tan mortal que la mujer titubeó—, Kelovar lo quiere así.
La mujer soltó el cabello de Ayrys. Urwa comenzó de nuevo a correr hacia el fuego, pero la mujer frustrada por no poder hacerse con su presa, agarró los tubos de wrof de la silla de Ayrys, dejó a ésta en el suelo, levantó la silla sobre su cabeza y con todas sus fuerzas la estrelló contra el suelo.
El wrof no era hueso y no se rompió.
Lo intentó dos veces más. Urwa lanzó una maldición, la cogió del brazo y la arrastró hacia delante. La mujer miró furiosa a Ayrys, jadeando, y llevó la silla hacia el fuego.
Ayrys permaneció quieta hasta que el dolor de la pierna se calmó. No era tan malo como pensaba, si no ponía el peso sobre ella. Miró al soldado, corriendo grotescamente hacia la batalla con un campo de estasis ged en sus armas, y cerró los ojos. R’Frow.
Cuando los abrió, SuSu había reaparecido, y estaba agachada detrás de ella en el sendero. Puso sus manos en las axilas de Ayrys y comenzó a tirar de ella.
—No, no lo hagas. Me va peor. Tengo que arrastrarme. —Pero se inclinó un momento contra el cuerpecito de SuSu.
El griterío era continuo ahora. Desde lejos llegó un alarido demasiado lejano para que le hiciera estremecer. Ayrys comenzó a arrastrarse hacia la Sala de Enseñanza. Por lo menos habría una puerta que podía cerrar. El pánico se apoderó de ella y más figuras llegaron cerca de la Sala de Enseñanza.
Pasaron corriendo junto a ella. Pero Ayrys ya había ido a esconderse, arrastrándose fuera del sendero de wrof, en el interior de un grupo de arbustos. Un pie golpeó cerca de su pierna enferma. Luego el grupo se fue pero los gritos se elevaron de nuevo más cerca.
Ayrys se adentró más profundamente en el monte de arbustos. La lluvia se deslizaba dentro de sus ojos y las ramitas golpeaban su cara. El miedo se apoderó de ella. Estaba de vuelta en la sabana, cansada, estaba de regreso al desierto salón de wrof, con la pierna agarrotada y elevada sobre la roca. El pánico la cegó tanto como la lluvia. Se aferró con las manos a la base espinosa de un arbusto y se retorció debajo de él tanto como pudo.
De pronto, se golpeó con algo duramente.
Estuvo a punto de gritar, pero se contuvo. Su mano se cerró sobre algo resbaladizo y suave mientras la sangre rodaba sobre su frente.
Ese algo duro era un saliente de wrof que se elevaba en el bosque, cerca del tronco del arbusto y escondido por él. Ayrys exploró el saliente con los dedos; era cilíndrico, con la superficie uniforme. No había ningún círculo anaranjado como mirilla, no habría nada que hiciera de mirilla tan bajo y cerca del suelo y escondido por un denso follaje. Ninguna mirilla, aun cuando el saliente estaba sólo a unos metros de uno de los más concurridos senderos de R’Frow. Ninguna mirilla.
Ese algo suave y resbaladizo era un mechón de cabello rojo anudado.
De pronto, desapareció todo su pánico. Recorrió con los dedos el rizado cabello rojo. ¿Crees a Jehane sin ninguna prueba, sin ningún testimonio, sin ninguna razón?
Ninguna prueba.
Los arbustos se apartaban fácilmente. SuSu, tan pequeña que apenas se notaba entre los arbustos, se aproximó agachándose cerca de Ayrys, mirando el cabello humedecido por la lluvia.
La expresión de la muchacha-niña no parecería haber cambiado para cualquiera, pero Ayrys, seguida por SuSu durante varios ciclos, captó la tensión de la suave curva de su mandíbula y el reflejo que iba y venía en la vacía negrura de sus ojos.
—Talot —dijo Ayrys. SuSu levantó la cara. Las dos mujeres se miraron fijamente: Ayrys, en el suelo mojado, manchada con suciedad y sangre; SuSu con el cabello negro aplastado en su cabeza por la lluvia.
—¿Cómo ha venido aquí, SuSu? ¿Cómo ha llegado aquí el cabello de Talot?
No hubo respuesta.
—¿Tú lo viste? ¿Viste al ged llevarse a Talot?
Silencio.
—¿Viste al ged llevar a Talot al interior del Muro?
No hubo respuesta.
Ayrys dio un profundo suspiro. Sus dedos cogieron la muñeca de SuSu y se sintió conmovida nuevamente al darse cuenta de que el pulgar y el índice se sobreponían. Era una niña. ¿Cuán lejos podría empujar a una niña? Y sin explicaciones claras, sin palabras reveladoras. El sonido —a diferencia de la luz— atravesaría una cubierta de tela o una proyección de wrof y sería por lo menos tan claro como escuchar dentro de un casco.
—SuSu, eres jelita. No eres una hermana-guerrera —de nuevo ese furtivo reflejo, todo el odio que SuSu se había permitido—, pero todavía eres jelita. Te he salvado tu vida cuando estabas desamparada y te ayudé con tu amante mientras él vivía, ¿recuerdas?
No hubo respuesta.
—Te ayudé. Estamos en el mismo plano, consagradas al honor de la vida misma. Lo que es libremente entregado debe ser libremente devuelto.
SuSu no se movió. Ayrys, insegura de lo que SuSu comprendía o del efecto que esta obscenidad desesperada tenía sobre una mente que Ayrys no podría comprender, incluso cuando estaba íntegra, la apretó aún más y siguió avanzando a ciegas. No podía («Hablas de cosas que no entiendes, delysiana») recordar las palabras correctas. La lluvia caía más fuerte pero la fantástica luz aún brillaba en toda la cúpula.
—Tienes que ayudarme, SuSu. Con todo el honor. Lo que es libremente entregado debe ser libremente devuelto.
Con un tirón violento, SuSu se soltó la muñeca y retrocedió mientras las ramas golpeaban muy cerca de ella.
Ayrys apretó los ojos y se obligó a contar mientras esperaba. Uno, dos, tres, cuatro… Las luces danzaban detrás de sus párpados. La maleza crecía. SuSu había regresado con sangre y lluvia en la cara blanca, con los ojos negros resplandecientes por el resentimiento y el dolor, y con algo duro y jelita que Ayrys sabía que nunca había comprendido y nunca comprendería. Vida. Los ojos negros habían recobrado la vida. Ayrys se forzó a no mirar fuera de esa vida. Lo siento, SuSu.
—Ayúdame a llegar al sendero —dijo Ayrys. No necesitaba ayuda pero necesitaba tener cerca a SuSu. Lentamente se arrastró a través de la maleza, inclinada respecto al sendero que terminaba detrás de ella. Al arrastrarse sintió un dolor sordo a lo largo de la pierna.
Acercó la boca al oído de SuSu y susurró. La muchacha no temblaba. Lo que se agitaba en ella, aparecía sólo en sus ojos.
—SuSu, ¿está Talot dentro del Muro?
SuSu asintió con la cabeza.
—¿La llevaron los geds allí?
Volvió a asentir.
—¿Viste cuándo se la llevaron?
SuSu negó con la cabeza.
—Entonces, ¿cómo sabes que está ahí adentro?
Una súbita tensión de cada músculo en el pequeño cuerpo. SuSu inclinó la cabeza y su aliento se hizo más rápido. Ayrys se dio cuenta al instante de que eran las palabras lo que SuSu temía. Sonido, habla. Podía haber visto cualquier cosa, podía ir a cualquier parte, pero romper el silencio con palabras para describirlo era lo que la llenaba de terror.
—SuSu, querida… ¿Cómo sabes que Talot está dentro del Muro?
SuSu jadeó.
—La vi.
—¿La viste…? ¿Fuiste al interior del Muro?
SuSu asintió.
—¿Cómo?
—En una mesa de suelo. Yo… quería encontrar… no dejes que las voces…
—No. No dejaré que nada te haga daño. Entraste para encontrar a tu amante, ¿no? Ésa fue la primera vez. Fue allí donde encontraste la caja de wrof.
SuSu trató de asentir. Ayrys puso los brazos alrededor de ella y la abrazó fuertemente; en lugar de resistirse, SuSu se apretó contra ella. En lo alto, la cúpula estaba brillante; la lluvia apagaba el fuego. A lo lejos se oía gritar a una mujer.
—No dejes… las voces…
—No. No. Aquí estás segura, querida. Es tresdía de nuevo. Yo estoy aquí, yo estoy aquí…
Era como confortar a Embry. Pero el canturreo no parecía ayudar; poco después SuSu se separó de Ayrys y se la quedó mirando.
—Lo que ha sido entregado… debe ser devuelto… —dijo.
No era Embry, y tenía su propio y extraño consuelo.
Ayrys, con la voz ronca por la piedad y la admiración, susurró:
—¿Dónde está Talot? ¿Está en el mismo lugar del Muro al que llevaron a tu amante?
SuSu asintió.
—¿Está viva?
Otro asentimiento.
—¿Talot está allí sola o están con ella todos los humanos enfermos de sarna?
—Todos.
—¿Están vivos, SuSu?
—No, algunos han muerto. Algunos están vivos, pero no completamente.
—¿Vivos pero no completamente? ¿Qué quieres decir?
SuSu tardó en responder.
—Como yo.
Ayrys no supo qué decir. SuSu la miraba con sus ojos negros inexpresivos.
—¿Talot te dio el cabello? ¿Qué quería que hicieras con él? ¿Llevárselo a Jehane?
—Hermana-guerrera —dijo SuSu ya con expresión en los ojos.
SuSu odiaba a las hermanas-guerreras más que a los hombres. Ayrys comprendió, y comprendió también que no sabía por qué. No era jelita, y había laberintos y muros, sombras y variaciones de luz que sus ojos delysianos no veían.
—SuSu, debes llevar este mensaje por mí. No por Talot, sino por mí.
—No a una hermana-guerrera. No.
—No. A Dahar.
SuSu se sentó sin hablar, mientras Ayrys contenía el aliento. Luego SuSu cogió el mechón de cabello de Talot y lo arrojó a la maleza.
Lo que es libremente entregado debe ser libremente devuelto. Ayrys apoyó la mejilla contra el suelo húmedo. Ninguno de ellos había sido libre desde que entraron en R’Frow.
Los geds habían usado a todos los humanos dentro del Muro. ¿Pero por qué? «Como yo», había dicho SuSu. Los geds habían hecho algo a las mentes de los humanos que tenían la enfermedad de la sarna, pero no a los que permanecieron en R’Frow.
¿Qué les habían hecho a los otros? Medicina… la medicina que Dahar le había dado para su pierna rota había hecho cosas en su mente; la hizo hablar, y se rumoreaba desde hacía mucho tiempo que los guerreros-sacerdotes conocían drogas que envenenaban o enloquecían, algunas en forma sutil y otras no. Y lo que los humanos sabían, los geds debían saberlo aún mejor… Pero quizá no aplicarlo a mentes humanas. Las mentes humanas debían ser diferentes a ellos, así como los pulmones humanos respiraban aire diferente; diferentes en sangre, músculo y hueso… Ayrys vio de nuevo al gigante blanco mientras lo transportaban dentro del Muro, para morir allí, y apretó fuertemente las manos.
Dahar…
Pero los geds les habían dado también inmensas riquezas, todas las riquezas de su ciencia, conduciendo pacientemente a los humanos que deseaban salir de la ignorancia y que ni siquiera sabían que eran ignorantes. ¿Por qué? ¿Qué ganaban los geds con ello?
Vio que estaba pensando como un comerciante delysiano, como Tey. Jela por la honestidad, Delysia por la traición… pero no una traición como ésta. Esta traición era nueva en Qom. Pero, ¿por qué? ¿Qué esperaban ganar los geds?
De pronto olió el humo.
La cúpula aún resplandecía con esa luz fantástica, roja y dorada, que fluctuaba como el fuego. Pero la luz ya estaba oscureciéndose con el humo. Una súbita ráfaga de viento inclinó los arbustos alrededor de Ayrys; viento real donde antes jamás había habido viento. ¿Algún aparato de los geds para aspirar el humo? ¿Era grande el fuego? ¿Era grande el combate alrededor de él?
A Ayrys le llegó más humo. Si SuSu se asustaba del fuego, o si era capturada por soldados delysianos o por guerreros jelitas, o si iba a encerrarse en la habitación de Ayrys, detrás de la seguridad de una puerta… la mente de SuSu era un vidrio muy frágil para apoyarse en él.
¿Pero lo era? Entrar en el Muro dentro de una mesa de comida… los geds no habían pensado en eso. Pusieron los círculos anaranjados en todas partes para vigilar a los humanos, pero no habían pensado en una muchacha tan pequeña, o con una mente tan distinta como para hacer eso. Y una vez dentro, SuSu había visto…
¿Por qué?
Ayrys trató de pensar con calma. Los geds habían dicho, desde el primer día, que querían aprender cómo pensaban los humanos. Pero habían aprendido sólo en parte, al igual que ella había aprendido sólo en parte qué cosa extraña se movía en las mentes jelitas. Incluso en la de Dahar. Incluso en la de Kelovar, que no era jelita, pero cuyos pensamientos se habían tornado más opacos para ella mientras vivía con él.
Primeranoche caía sobre su mente…
«Humanos de R’Frow —gruñó una voz desde el saliente de wrof oculto en la maleza—. Debéis detener esta violencia. Se ha encontrado un remedio para la sarna. Todos los humanos del interior del Muro serán curados de esa enfermedad. El remedio es la luz del sol. La luz del sol de Qom cura la enfermedad; su biología no está ajustada a la luz de Qom. Dentro de pocas horas las puertas de R’Frow se abrirán y todos los humanos podréis salir a la luz del sol. Debéis detener esta violencia. Este incendio y esta matanza.»
El griterío distante no se detuvo.
«Humanos de R’Frow…»
Ayrys contempló la maleza, en la dirección del wrof que ella no podía ver.
Oscuridad. Luz de sol.
Luz…
La luz era la clave, la había sido siempre. Su biología no está ajustada a la luz de Qom. No, porque la microvida ha venido de algún otro lugar, de alguna otra luz, con los ged. Demasiado se lo había dicho ella a Dahar…
Pero ahora estaba de nuevo mirando a R’Frow, como la primera vez desde que despertara de la estasis. Kelovar estaba a su lado, con la barba de un día, la misma que había tenido en el campo fuera del Muro. Vio de nuevo por primera vez las nubes de R’Frow, la oscuridad anaranjada, cuando debería haber sido Oscurodía. Sintió de nuevo su propio terror ignorante, animal. Los ged habían alterado el sol. Y oyó la tranquila voz ged gruñir palabras que entonces no estaba preparada para comprender: la luz ha sido ajustada para igualarla a vuestro modelo biológico, dieciséis horas de luz seguidas por ocho horas de oscuridad.
Entonces no estaba preparada para comprender.
La microvida no había aceptado la luz de Qom porque venía de otra parte, desde algún otro mundo medio imaginado. Allí afuera, en las estrellas. Pero los humanos de R’Frow habían aceptado fácilmente dieciséis horas de luz y ocho de oscuridad, tan fácilmente como los Kemburi se adaptaban a Primeramañana. Los Kemburi no abrían durante Oscurodía, no trataban de provocar el insomnio en el frío y la oscuridad… La luz ha sido ajustada para igualarla a vuestro modelo biológico, dieciséis horas de luz seguidas y ocho horas de oscuridad.
Los modelos biológicos de la microvida venían de otro lado. Los modelos biológicos humanos…
La mente de Ayrys vacilaba.
Cuidadosamente, como si los pensamientos fueran vidrio fundido y pudieran herir por su propio calor y brillantez, Ayrys se apartó de su razonamiento. No podía ser. Pero al mismo tiempo pensó que este razonamiento, este cuidadoso encadenamiento de una idea con la siguiente, era ciencia ged, y no habría podido hacerlo si los ged no le hubieran enseñado cómo. Respiró profundamente; el aire olía a humo y corrupción, y la lluvia, que no era lluvia, traía cenizas, en copos arenosos y empapados.
Se estiró de nuevo hacia el vidrio fundido.
Los geds querían a Dahar a bordo de su nave estelar. Dahar, ella misma, Tey, Creejin, Ilabor, Lahab, las mejores mentes humanas de R’Frow. Pero incluso las mejores mentes humanas no podían obtener nada que la ciencia de los geds no conociera. ¿Habrían sabido ya que la nueva microvida sería destruida por la luz del sol de Qom? Deberían haberlo sabido. Los geds sabían acerca de la biología y la luz humanas…
Los geds sabían de la biología y la luz humanas. Antes de que estudiaran a los humanos en R’Frow.
Súbitamente aturdida, Ayrys cerró los ojos por un momento. Los geds querían a Dahar y a los otros a bordo de la nave estelar navegando a través del cielo hacia otros mundos, pensando como humanos fuera de Qom, donde estaban los humanos. Fuera, donde los humanos debían estar, donde dieciséis horas de luz eran seguidas por ocho de oscuridad. Donde debía haber otros humanos, no en Qom sino en otra parte, bajo una luz extraña. Pero no, era la luz de Qom la que era extraña para los humanos; algún otro sol era el que estaba ajustado a la biología humana.
Y los jelitas y los delysianos eran extranjeros en Qom, bajo una luz extraña…
No pudo hacerse con el concepto, no pudo conservarlo. La idea era demasiado grande. Ayrys sintió que el razonamiento huía lejos de ella, se fundía en dudas y preguntas, incluso mientras la maleza se apartaba y SuSu se acurrucaba allí, sola, con el cabello negro y húmedo aplastado contra la cabeza, y el mechón de Talot en su mano.
—Se han ido —dijo SuSu—. El hermano-guerrero y el ciudadano. Se han ido al interior del Muro con los geds.
En las pantallas, dentro del perímetro, ardía el fuego.
La llovizna artificial lo había humedecido finalmente, evitando que las llamas saltaran de un modo caprichoso y sombrío. Los humanos se movían, ennegrecidos y ensangrentados, entrando y saliendo. Había trozos de carne quemada sobre la hierba marchita. Un ciudadano jelita se acercó desde detrás de un edificio y se detuvo junto a dos cuerpos caídos, boca abajo. Cautelosamente, se preparó para correr a pesar de tener el cuchillo desenvainado; dio vuelta a un cuerpo con el pie. El soldado delysiano miraba desde un ojo muerto, mientras el otro colgaba unido a la mejilla por una ensangrentada tira de carne.
El jelita miró fijamente hacia abajo un buen rato y no tocó el cuerpo. Con la cautela, dio vuelta a la otra figura.
La hermana-guerrera aún vivía. El cuchillo del soldado estaba clavado hasta el mango en su vientre. Miró hacia arriba, al rostro del ciudadano, y luego al humo y a la luz de la cúpula. Sus labios se movieron sin palabras. De la dura expresión de su boca, la pronunciación sin palabras era una orden. El ciudadano se arrodilló rápidamente. Sacó el cuchillo del vientre, lo escupió, esperó para que ella se diera cuenta y le cortó la garganta.
Uno de los geds que observaban gimió con la clase de sonido que sólo producían los principiantes. Los otros cuatro en la habitación, aunque igualmente enfermos, trataron de acercarse y tranquilizarlo, pero el cuerpo no obedecía a la mente, y entró en un shock genético: una especie inteligente que destruye a los suyos. En este caso no cabía siquiera la idea artificial de dos subespecies humanas: era un «jelita» matando a otro «jelita». Esa idea artificial, impuesta por la mente al cuerpo, había protegido a los ged más de lo que ellos habían pensado.
Ahora había fallado, y el retroceso genético (ya fuera un mecanismo evolutivo de supervivencia como un pulgar oponible) se reafirmó: una especie inteligente que destruye a los suyos. El ged perdió el control de sus feromonas. Vomitó olores.
—Datos significativos —dijo la Biblioteca-Mente—. Datos significativos, Nivel Matriz.
Ayrys agarró la mano de SuSu como si tuviera miedo de que la muchacha se fundiera en la maleza. Pero SuSu se sentó impasible, con el blanco tebl ennegrecido por el humo, la tela desgarrada sobre el pequeño hombro desnudo. Aún sostenía el mechón de cabello de Talot.
Había dejado de llover.
—SuSu, ¿cómo sabes que Dahar y Lahab han entrado en el Muro? ¿Viste a Grax llevarlos adentro?
—Sí.
—¿Por… la fuerza?
SuSu negó con la cabeza.
—¿Dónde? ¿A través de la puerta ged del Muro del este?
De nuevo SuSu sacudió la cabeza.
—Hay lucha allí.
—Entonces, ¿dónde?
—El lugar.
Ayrys trató de pensar qué quería decir SuSu.
—¿El lugar donde Grax y Dahar llevaron al gigante a través del Muro? ¿El mismo lugar?
SuSu asintió.
Ayrys tocó el mechón de cabello húmedo en las manos de la muchacha.
—Debes llevar otro mensaje por mí, SuSu. Debes hacerlo. A Jehane.
—No.
—Lo que es entregado…
—No. —Los negros ojos saltaron de nuevo a la vida y resplandecieron.
Ayrys cerró la mano en el tebl de SuSu, pero la muchacha no trató de irse. ¿Qué palabras la decidirían, sujetarían y agarrarían algo sólido en la resbaladiza oscuridad de esa mente? Por el momento, SuSu había sido retenida por la extraña perversión del juramento de los guerreros. Ayrys trató de pensar, trató de hablar sin miedo, y se dio cuenta de que había fracasado.
—Habrías ido a ver a Dahar por mí, un hermano-guerrero que te usó como ramera. ¿Cómo podría ser peor ir a ver a una hermana-guerrera que nunca se acostó contigo, que nunca te forzó a…? SuSu, Dahar es mi amante y está en peligro, como tu amante lo estaba. Exactamente igual.
Ayrys pensó por un momento que la había convencido. Algo se conmovió detrás de los ojos de SuSu, y ésta miró hacia abajo, al cabello en su mano, como si no lo viera, como si viera otra cosa. Si SuSu traía a Jehane… Pero cuando SuSu miró hacia arriba, sus negros ojos eran indescifrables. Abrió los dedos de Ayrys, uno a uno, y liberó su tebl.
—Entonces te traeré tu otro hombre.
—Mi otro… SuSu, no puedes…
Pero SuSu ya se había ido, pasando silenciosamente a la maleza.
Kelovar. Sólo podía referirse a Kelovar. Había oído a Ayrys y Ondur, y a los delysianos que habían tratado de romper la silla ged y también, durante varios decaciclos, los rumores que nadie pensó que SuSu pudiera comprender. Pero no había forma de que SuSu pudiera llegar a Kelovar. Él estaría donde estaba la batalla, luchando junto a Khalid, y SuSu no entraría en la lucha…
SuSu había ido al interior del Muro. Dos veces. Ayrys se estrujó las manos. No podía quedarse allí sentada y aguardar el regreso de SuSu. SuSu era demasiado pequeña, y fueran cuales fuesen las luces que titilaban en su mente, eran demasiado inestables; extrañamente inestables sobre un paisaje desconocido y yermo. Nadie podía contar con SuSu.
Desde el borde mismo del sendero, Ayrys comenzó a arrastrarse hacia el Muro.
—Esto es un tebl de aire.
Dentro de la pequeña y recién creada habitación en el perímetro, Grax entregó a Dahar y Lahab unas placas rectangulares de wrof transparente, que apenas tenían el tamaño de la palma de la mano. Ellos los cogieron con torpeza.
—Lo pondréis aquí —continuó Grax. La placa era flexible y muy delgada; cuando los dos humanos la presionaron contra sus pechos como Grax había indicado, se adaptó al cuerpo y se adhirió—. Presionad primero sobre el borde delgado del fondo, en las dos esquinas, así… no. Lahab, usa este dedo y el pulgar. Necesitarás mantener ese dedo más lejos de cualquier contacto.
El quinto dedo podía ser amputado a bordo de la nave, si los humanos lo deseaban. Grax no creía que quisieran hacerlo. Activar el wrof era una maniobra deliberadamente compleja, para que no ocurriera por accidente. Los humanos usarían los trajes autónomos a bordo de la nave, puesto que sólo sus propias habitaciones tendrían aire respirable para los humanos. Se acostumbrarían a la secuencia de digitación. Los tanteos de Dahar ya eran mejores que los de la mayoría de los principiantes. Grax se olió a sí mismo, y miró a lo lejos.
Había cortado la conexión con la Biblioteca-Mente y había dicho que no se restableciera, excepto en una emergencia que fuera una amenaza de muerte. Ahora pensaba en algo que formaría parte de la formación de Dahar, si hubiera sido en realidad un principiante. Era una historia, aterradora y fuerte, de un ged perdido solo en la negrura del espacio, con sus compañeros de Unidad todos muertos, e incluso tras haberse desvanecido las feromonas de soledad porque no quedaba nadie para olerlas. La solidaridad no existía sin ser percibida como tal. Sin solidaridad, la realidad misma no existía.
Dahar nunca olería feromonas. Nunca entraría en el trance de la Unidad, nunca cantaría con la armonía de la solidaridad. La suya era la mente más número-racional a la que Grax hubiera enseñado nunca, pero no era la mente de un principiante sino la de un animal.
La paradoja era inherente a la física del universo, incluso en las configuraciones de certeza; era algo racional. Pero la paradoja nunca existió en las configuraciones de la Unidad y la solidaridad. Observando la fea cara de Dahar (demasiados músculos faciales, demasiada grasa subcutánea) mientras el humano tanteaba con el wrof, Grax olió su propia vergüenza por anhelar lo que era imposible y obsceno: compartir el trance de Unidad con esta mente número-racional, a la que él había enseñado tanto, y de una importancia tan menor.
Observó a Dahar dar la vuelta a la placa de wrof con inteligencia apasionada e inquisitiva y se topó con los ojos del animal a través de un vacío imposible, más desprovisto de luz que el espacio.
—Así —dijo Dahar, y digitó toda la secuencia. El traje autónomo se formó a su alrededor a partir de la placa de wrof.
Ayrys había recorrido medio camino hacia el Muro cuando cayó la oscuridad: no el gradual y falso crepúsculo de R’Frow ni el lóbrego gris que pasaba por noche, sino una súbita y total negrura, profunda como la de las habitaciones sin ventanas. No había brillo en la cúpula; la lluvia debía haber apagado el fuego.
A su izquierda, los círculos anaranjados en la parte exterior de la Sala de Enseñanza mordían a través de la negrura, garras de luz en medio del aire.
Se oían gritos a lo lejos.
¿Por qué la negrura? ¿Para detener la matanza? ¿Pero durante cuánto tiempo la batalla había estado cobrando furia? Bastante; la matanza debía haber terminado en su mayor parte. Si los geds esperaban detener la lucha, ¿por qué no habían cortado la luz en cuanto comenzó? ¿O la negrura se debía a alguna otra cosa, a algún fallo de los inimaginables aparatos de la cúpula?
En la oscuridad, su pierna latía con dolor. Ayrys apoyó su mejilla contra la hierba dura y marchita.
Si la luz falsa había fallado porque la maquinaria ged no había sido construida para soportar grandes fuegos… si SuSu podía entrar en el Muro porque la maquinaria ged no había sido construida para hacer frente a la locura… si esto era cierto, los geds no eran invencibles.
Súbitamente, en forma tan abrupta como el paso a la oscuridad, volvió la luz: un fantástico resplandor anaranjado, mucho más oscuro que el que había iluminado R’Frow antes, y con un extraño grosor, como si la luz pudiera ser pesada. Bajo esa lóbrega media luz, el sendero liso se convirtió en un espejo anaranjado deformante. Árboles y arbustos se veían como si estuvieran bajo el agua, ahogándose en un mar envenenado.
Comenzaron a soplar inútiles ráfagas de viento.
Ayrys oyó pasos detrás de ella, y enseguida Kelovar estuvo de pie a su lado con otro soldado detrás de él, arrastrando a SuSu con la poderosa mano apretada sobre su muñeca. La sangre cubría el tebl y las polainas de Kelovar. Ayrys luchaba por dar vuelta a la pierna y sentarse.
—Ayrys —dijo Kelovar con voz sin acento, y sin soltar a SuSu. Sus ojos, preternaturalmente claros en su cara ennegrecida por el humo, eran fragmentos de luz. En su monótona vigilancia, Ayrys advirtió el peligro en Kelovar. Para hacer lo que estaba haciendo, Kelovar habría eliminado los pensamientos, y en su rostro estaba la irreflexiva blancura de la pura acción. Ayrys pensó que tanto podría matarla como ayudarla, sin reflexionar demasiado en ambos casos. ¿Qué había dicho Ondur sobre las drogas que los soldados tomaban antes de la batalla?
Ayrys se estremeció interiormente y se esforzó por tener firme la voz. Cualquier signo de debilidad sería mortal. Debía ser tan fuerte como la Ayrys que Kelovar debía recordar, aquella que le llevó a prohibir que Urwa le hiciera daño.
—Deja que SuSu se vaya, Kelovar.
Él lo hizo, tirándola al suelo como si jugara con una piedrecita. Ayrys vio que SuSu aún sostenía el mechón de cabello de Talot; ¿qué habría pensado Kelovar de eso? El otro soldado miró hacia SuSu, se movió ligeramente hacia ella, echó un vistazo a Kelovar, y luego se quedó donde estaba. SuSu se deslizó entre los arbustos pero Ayrys tuvo tiempo de captar la mirada aterrorizada de la muchacha.
—Tenías razón acerca de los geds —dijo Ayrys tan firmemente como pudo. ¿Dónde estaba la proyección de wrof más cercana entre la maleza? ¿Estaban los geds escuchando?—. Me he convencido de que tenías razón, y por razones que tú todavía no conoces.
—¿Qué razones? —dijo Kelovar, todavía con voz inexpresiva.
Ayrys mantuvo los ojos apartados del cuchillo ensangrentado que él tenía en la mano: ¿cuántos, Jehane? Más sangre manchaba su cabello y mechones pegajosos que volaban continuamente de sus hombros con las esporádicas ráfagas de viento.
—Ya oíste al Muro. Dijo que los geds habían encontrado una cura para la enfermedad de la sarna. Pero yo he estado con los geds en la Sala de Enseñanza durante varios decaciclos. Descubrí que ellos ya sabían cómo curar la enfermedad, y lo mantuvieron en secreto.
—¿Por qué? —algo parpadeó detrás de sus ojos.
—Para tener una razón para apresar a los humanos detrás del Muro.
—Ya estamos presos detrás del Muro. —Ayrys tuvo un recuerdo incómodo de él, del primer día en R’Frow: «¿Qué es ese Muro, diez veces la altura de un hombre? Y los árboles crecen justo en la base. Podemos irnos si queremos.»
—Pero no presos de este modo, Kelovar. Torturan a los humanos que están encerrados dentro del Muro… Delysianos, soldados… ¿Cuántos soldados de Khalid han desaparecido dentro del Muro?
—Ahora los soldados de Khalid son mis soldados —dijo Kelovar más violentamente de lo que había hablado antes. Tras él el otro hombre hizo una mueca. Ayrys miró el cuchillo de Kelovar, no pudo evitarlo, y luchó contra una ola de náusea. Pero quizá Khalid había muerto en la lucha cerca del fuego. Quizá.
—Pues entonces, ¿cuántos de tus soldados han desaparecido dentro del Muro? ¿Y cuántos podrías tener ahora? —Ayrys se dio cuenta de que él se quedó pensativo.
—Kelovar, ¿quién ha ganado la batalla?
—Ahora está detenida.
—¿Y quién comenzó?
—Debieron de comenzar ellos. Los ciudadanos contra los guerreros. —Sus labios se movían, saboreándolo—. Pero no por mucho tiempo.
—Algunos de tus soldados… están en el interior del Muro. Puedo ayudarte a sacarlos de ahí.
—¿Cómo?
No podía decirle demasiado. Kelovar la ponía enferma, la aterrorizaba, la hacía sentir vértigo, pero negociaría con él tanto como fuera capaz.
—Los geds me dejarán entrar en el Muro.
—¿Por qué?
—Yo he trabajado con ellos. Hay una marca especial para los que seguimos en la Sala de Enseñanza. Lahab, Dahar, yo misma. Puedo entrar en el Muro.
—¿Y los dos jelitas? —preguntó él rápidamente.
—Sí. Ellos ya están dentro. Con… Lahab debe estar con los soldados jelitas. Va a liberarlos.
—Tú hiciste ese «trabajo» tanto con ellos como con los geds, ¿no, Ayrys? Con los dos jelitas. Con ese teniente primero. Él no estaba realmente al margen de sus filas, ¿verdad? Ellos querían simplemente que nosotros lo creyéramos. Y tú les ayudaste.
La alarma se abrió camino en la mente de Ayrys. Ondur. Si Ondur le había contado a Kelovar lo de Dahar, o incluso si se lo había contado a Karim… ¿Había habido tiempo para que Ondur lo dijera? ¿Haría ella una cosa así?
Ayrys buscó los ojos de Kelovar.
—No, yo nunca he ayudado a Jela. He trabajado con los ged. Y por eso puedo entrar en el Muro. ¿Quieres liberar a tus soldados, Kelovar? ¿Quieres entrar en el Muro?
—Dime primero por qué lo haces.
Ayrys recordó la bota de Kelovar aplastando su primer invento, aquel desprecio celoso, y se sintió sorprendida al encontrar que esta disputa mortal podría incluso incluir la verdad. Era una verdad a la que Kelovar daría la bienvenida.
—Los geds me traicionaron. Nos han enseñado cosas pero nunca dijeron que era para atarnos, para que confiáramos en ellos, hasta el momento en que decidieron apresar y torturar a algunos humanos mientras que otros… Quieren llevarse algunos humanos a bordo de sus naves estelares, Kelovar, las naves estelares en las que llegaron a Qom, y creo que sé por qué… —Ayrys vaciló a su pesar. Dahar, forzado de nuevo a una nueva traición a su propia gente. Contuvo el aliento. No quería vacilar ante Kelovar; se había propuesto no mostrar la más pequeña debilidad.
La expresión de Kelovar cambió. Dijo unas breves palabras al soldado, que inmediatamente se fue a grandes pasos. Agachándose sobre sus talones, al lado de Ayrys, Kelovar extendió una mano y tocó su mejilla. Sus dedos estaban pegajosos pero sus movimientos eran una caricia.
Equivocadamente, Ayrys lo había interpretado equivocadamente. Él la prefería débil. Siempre, ya desde el principio, la había preferido débil, y aún sentía ternura por ella y por su debilidad en alguna parte de eso en lo que Kelovar se había convertido. De eso que R’Frow había hecho de él. Era una ternura horrible, que se alimentaba desesperadamente de su debilidad para sentirse fuerte. La carne de Ayrys hormigueaba.
—Ninguna basura ged te llevará a ninguna parte, Ayrys.
Él olía a ceniza y a sangre. Ella se forzó a mirarlo directamente.
—¿Quieres llevarme al Muro, Kelovar? No puedo caminar. Y no puedo luchar.
—¿Por qué quieres ir al interior del Muro?
—Para terminar con las mentiras. Y tú liberarás a tus soldados. Un… negocio.
—No, una alianza.
Ella no se permitiría bajar la mirada.
—Sí. Una alianza. Como la de los kreedogs.
—Les dije que tú aún eras delysiana. Se lo dije a Karim, a Urwa, ya… todos ellos.
No la rodeó con sus brazos; en lugar de ello atrajo su cara para que sus ojos se fijaran en los suyos, Ayrys ya no podía mirar a lo lejos. Manchas de luz anaranjadas se deslizaban desde arriba sobre la mitad superior de sus ojos, seguidos por sombras de ramas retorciéndose en el viento agitado. Él le sonrió desde pocos centímetros de distancia, con una sonrisa súbitamente humilde, pero horrible en el rostro ensangrentado.
—Le dije a Karim…
—Estate quieto —dijo una voz.
Ayrys notó que Kelovar se ponía rígido y detenía el movimiento. Su rostro se puso tenso por la furia. Ayrys movió la cabeza para mirar alrededor de él y vio por qué Kelovar no se movía: una cinta roja que aturdía y la punta de un cuchillo tocaban la parte de atrás de su cabeza.
—¿Violación o amor? —dijo Jehane.
Ayrys se quedó mirándola.
—¿De qué se trata esta vez, Ayrys? Ésta —aunque la voz de Jehane revoloteaba hacia SuSu, las manos nunca vacilaron— dice violación. Pero eso no es lo que me parece a mí. Así que puedes entrar en el Muro, ramera delysiana. Y yo que creía… Si se trata de una violación, lo mataré y me llevas junto a Talot. Si es tu amante, no lo mataré pero también me llevarás con Talot… ¿o debe morir? ¿Qué eliges? ¿Qué es?
Ayrys vio a SuSu, agachándose en el borde de un sendero, lejos de Jehane. Así pues, el terror de SuSu había sido por ella, por Ayrys. SuSu nunca habría ido a buscar a Jehane para salvar a Dahar, pero cuando pensó que Ayrys estaba en peligro buscó con desesperación a la hermana-guerrera a la que odiaba.
Y así lo había estropeado todo.
—¿Amor o violación? —preguntó Jehane de nuevo.
Ayrys se encontró con los ojos de Kelovar. Ahora ya no le necesitaba para ir hacia el Muro. Jehane podía transportarla, Jehane podía luchar, Jehane no sería ni más difícil ni más fácil para llegar a su pacto. Sólo que el pacto sería diferente. Ahora no necesitaba a Kelovar.
Ayrys cerró los ojos para no ver el rostro de Kelovar.
—Amor —dijo, y Jehane presionó la tira ged que aturdía, sobre el cuello de Kelovar.
El niño sin brazos de la isla se movió de nuevo. Acercó los sucios pies a lados opuestos de la sonda y tironeó. La sonda se dejó arrastrar hacia abajo. El niño reía y sus ojos negros brillaban. El viejo dejó de cantar y se inclinó para gritar:
—¡Vete!
El niño no le hizo caso.
—¡No hay respeto! —gritó el viejo. Levantó un guijarro y lo arrojó al muchacho. El guijarro no le acertó. La voz, afuera de la destrozada nave, continuó llamando:
—¡Alí!
El niño rió de nuevo y soltó la sonda, que cayó a sus pies. Mientras desaparecía por la puerta, lágrimas de rabia aparecían en los ojos del viejo.
—Ellos se ríen de mí y rompen cosas. Rompen lo que ha quedado de la maquinaria, lo que pude salvar… Sus padres nunca hicieron eso, mi hijo nunca hizo eso; él era brillante; brillante. —Comenzó a toser inclinando su cuerpo cubierto de andrajos hasta casi doblarse, con los brazos apretados sobre el estómago. La sonda se movió hacia la maquinaria y comenzó a examinarla desde pocos centímetros de distancia.
—Mi hijo —dijo el viejo cuando pudo—. Cogieron la máquina, la repararon y fueron al continente porque pensaron que la sacudida del despegue podría interrumpir por fin el campo de la estasis. No está hecho para la gravedad. ¿Viste a mi hijo en el continente? Un gigante entre los hombres, brillante; él me mostró las ecuaciones de la estasis. No es como los jóvenes de ahora, no es como ellos.
Contrajo las mejillas. La sonda terminó su cercano examen y se movió hacia atrás hasta un brazo de distancia del rostro del humano. Los huecos en sus mejillas temblaban incluso después de que su lengua los soltó.
Dijo tranquilamente:
—Las ecuaciones estaban equivocadas. No había suficiente impulso… Sta…
Las mejillas temblorosas se quedaron quietas.
Dentro de la cámara recientemente acondicionada como compuerta de aire, Grax observaba cómo Dahar y Lahab probaban sus trajes autónomos que les envolvían en una capa transparente casi invisible. El wrof formaba un escudo completamente flexible desde el cuello hacia abajo pero no cerraba hasta el cuello; sin el casco era una coraza, pero no un soporte de vida. Dentro de la cinta del cuello del transparente casco de wrof estaban los mecanismos, mitad número-racional y mitad semiorgánicos, que podían mantener indefinidamente la atmósfera con la misma composición desde el momento del cierre, compensando los gases emitidos y los consumidos. La cinta del cuello controlaba también la temperatura y la presión, y mantenía la conexión de comunicaciones con la Biblioteca-Mente.
En los cascos hechos para los humanos, la conexión trasmitía sólo en una dirección.
Dahar buscó el cuchillo pero no pudo desenvainarlo.
—Te he visto sacar cosas de dentro de tu tebl de aire, Grax. Pero si algo pasa a través…
—Nada en estado material pasa a través del tebl de aire. Pero puede haber bolsillos de wrof accesibles en la parte exterior.
—¿Cómo es posible? ¿No están siempre allí?
—No. Necesitarás comenzar de nuevo para hacer que tus armas sean accesibles. Para quitarse el tebl de aire la secuencia es diferente. Así… No, Lahab, lo haces mal. Canta en Armonía con Dahar.
Lahab dirigió a Grax una mirada fija, lenta, pesada y deliberada. Dahar dominó la secuencia; el wrof fluyó de nuevo hasta devenir una placa plana. Dahar susurró sorprendido:
—Con todo el honor…
—Es posible saber por qué —dijo Grax—. Es número-racional, Lahab. También puedes comprenderlo. —No había emoción en el gruñido del ged. Y Dahar no podía oler sus feromonas.
—Enséñame cómo crear los bolsillos.
Lahab se quedó tranquilo con la placa de wrof en las manos, sosteniéndola un poco lejos de su cuerpo, sin hacer nada. Dahar sacó las armas del cinturón, las puso sobre el suelo y activó el wrof. Grax vio cómo temblaban los dedos largos y deformados.
—Enséñame.
—No necesitarás bolsillos para armas a bordo de la nave. No necesitarás tus armas.
Dahar no respondió. Estaba ciegamente absorbido en el wrof y en los conocimientos que Grax le había dado, la enseñanza que era todo lo que un animal podía saber acerca de la Unidad.
Grax le mostró cómo crear bolsillos accesibles en el wrof y Dahar empezó a enseñárselo a Lahab.
Los ojos de Kelovar se abrieron cuando la tira que aturdía se gastó. Jehane le había atado la muñeca con el tobillo. SuSu se acurrucó al lado de Ayrys, y la mirada de Kelovar recorrió lentamente a las tres mujeres, una tras otra. La pesada luz anaranjada los bañaba sobre el sendero de wrof que nunca hasta entonces había reflejado sombras.
—Escúchame, delysiano —dijo Jehane—. Estamos entrando en el Muro. Vas a transportarla a ella —y movió la cabeza en dirección a Ayrys— de tal modo que yo pueda pelear. Tengo tus armas. Si decides soltarla y te vuelves contra mí de cualquier manera, morirás. Así de rápido.
Kelovar no dijo nada. Su mirada continuó pasando lentamente sobre las tres mujeres, una tras otra.
—Kelovar —dijo Ayrys—, yo no planeé esto.
—Cállate —dijo Jehane—. Desátalo. Tira de esa cuerda…; No, ésa.
Ayrys hizo lo que ella le decía. Cuando estuvo libre, Kelovar no atacó. Se quedó mirándolas a ella y a Jehane.
—Llévala hasta el Muro —dijo Jehane. Mantenía el tubo de perdigones y el revólver de calor apuntados a Kelovar. Él se inclinó y levantó a Ayrys.
El olor de sangre del tebl y del cuerpo de Kelovar era agobiante. Ayrys luchó contra la náusea. En cualquier momento Kelovar la tiraría al suelo, y Jehane le mataría. O llegarían sus soldados buscando a su comandante. Pero nada de eso ocurrió. Kelovar comenzó a caminar hacia el Muro con Jehane tras él. No había dicho una sola palabra. Ayrys esperaba ver su cara furiosa, pero Kelovar caminó con una expresión firme y rígida y sus claros ojos estaban impasibles. Kelovar no entendía qué estaba ocurriendo.
¿Cómo podía…? Ella, Jehane, SuSu… no había forma de que Kelovar supiera lo que estaban haciendo esas mujeres. Si Jehane le hubiera matado… Pero esto no lo comprendía, como no había comprendido el instrumental que llenaba la habitación de Ayrys en el salón delysiano. Ni tampoco quería comprenderlo.
Sin embargo la transportó cuidadosamente, con la pierna lastimada en el lado izquierdo para que hubiera menos sacudidas, y esta preocupación desconcertó a Ayrys. ¿Era preocupación? Ayrys no sabía lo que era.
No sabía nada. Su mano se apretó sobre la caja ged, escondida en el interior del tebl.
Los cuatro se aproximaron al Muro.
—Datos significativos, Nivel Matriz —repitió la Biblioteca-Mente—. Esto es la resolución de la Paradoja Central. Esto es la resolución de la Paradoja Central. Esto es la resolución de la Paradoja Central.
Doce geds luchando contra el shock biológico, trataban de escuchar sobre el clamor sensorial de sus propias feromonas.
—La Paradoja Central. Ladoscuro: las especies que practican la violencia intraespecie no sobreviven para alcanzar la tecnología de la propulsión estelar. Las amplias variaciones genéticas que causan su rápida evolución, también causan la violencia intraespecie, que persiste más allá del punto de la simple selección evolutiva. Destruyen sus propios planetas.
»Ladodelsol: los humanos han alcanzado la tecnología de la propulsión estelar. Son una especie con amplia variación genética. Practican la violencia intraespecie. No han destruido su planeta original antes de emigrar a otros.
La Biblioteca-Mente había estado gruñendo en las configuraciones de los hechos observados. Ahora cambió a las correspondientes a una hipótesis provisional, pero los conectores gramaticales decían que era una hipótesis muy arriesgada, algo que se alzaba contra toda razón.
—Bajo las condiciones adecuadas, la evolución biológica puede convertir un riesgo en una ventaja. Debe haber un aspecto de la violencia humana que sólo se da entre los humanos. Debe haber algún aspecto de la violencia humana que ayuda a su avance, incluso por delante de la simple selección de los más adecuados.
La Biblioteca-Mente, modelada por los geds, hizo una pausa. Luego repitió la declaración de lo que debía ocurrir, esta vez en las configuraciones de una hipótesis probada.
Tanto Dahar como Lahab se cubrieron con wrof hasta el cuello. Dahar probó la punta del cuchillo ged contra su pecho, primero con suavidad y luego no.
No puede olvidar la violencia ni siquiera pese a su inteligencia número-racional. Grax olió su propia amargura y entregó sus cascos a los dos humanos.
Lahab sostuvo el suyo en alto hasta la altura de los ojos, mirando de soslayo al wrof transparente como a través de una lente. Dahar pasó los dedos por la cinta del cuello, donde el escondido soporte de vida que era «instrumental/organismos» y «vivía/funcionaba». (Ni siquiera la Biblioteca-Mente había encontrado una traducción al lenguaje humano de lo que el soporte de vida era o hacía.)
Quizá Dahar lo haría.
—Ponéoslo —dijo Grax, y ante la aspereza humana de su gruñido incluso Lahab miró hacia arriba.
Dahar dijo tranquilamente:
—¿Qué es lo que no canta en Armonía, Grax?
—Poneos los cascos.
Lo hicieron con torpeza. La cinta del cuello se pegaba al traje autónomo, y un espasmo cruzó el rostro usualmente impasible de Lahab. Pero Dahar rastreó las líneas casi invisibles del casco con los dedos, y Grax recordó repentinamente cómo el rostro de Dahar había experimentado un espasmo en la Sala de Enseñanza la primera vez que había visto células humanas en la ampliadora. Lo mismo.
—Podéis oírme —dijo Grax. Los dos humanos se sentían atemorizados ante la voz en el interior de sus cascos—. Estos cascos permiten hablar con un alcance limitado, dentro de los muros de esta habitación.
—¿Éstos? ¿Quieres decir que hay cascos que permiten hablar a través de los muros?
No había Biblioteca-Mente a la que preguntar cuánto debía decir a los humanos; Grax no reanudaría la conexión con la Biblioteca-Mente. No hasta que hubiera hecho la cosa vergonzosa que sabía que no iba a dejar de hacer.
—Sí, hay cascos que permiten hablar a través de los muros.
—¿Los tuyos?
—Ahora no —dijo Grax, y supo que un ged habría podido oler los subtonos en la respuesta, y saber lo que significaban. Dahar no podía. Dahar no era un ged—. Mantened los cascos puestos. Voy a cambiar el aire que llena la mayor parte de la nave estelar.
—¿Ahora? —dijo Lahab nerviosamente. Dahar se acercó a él. Grax captó el movimiento protector… era casi ged, se dijo a sí mismo, y se vio inundado por el mal olor del autodisgusto. Recorrió con los dedos una sección dentada del Muro. Un estante que surgía en el wrof. Grax lo tocó con los dedos en una secuencia compleja y hubo un ligero sonido mientras el aire de Qom era absorbido y reemplazado con aire verdadero, denso y fresco.
—… y el lililiv —dijo la Biblioteca-Mente, terminando la lista de los precedentes existentes sobre riesgos biológicos convertidos en ventajas. Tres geds se retorcían por el shock de los malos olores. Pero las pantallas del Muro estaban desconectadas. Otros dos habían comenzado a recobrarse.
»En el interior de R’Frow, sólo veintiséis de los seiscientos humanos habían respondido a la ciencia número-racional. Se supone que los humanos capaces de alcanzar la propulsión estelar están en la misma proporción. La violencia intraespecie destruye muchas de estas mentes genéticamente poco comunes. Pero los humanos han alcanzado la propulsión estelar. Esto solamente puede ocurrir si la violencia intraespecie se ha convertido en una ventaja para los humanos. No basta con el equilibrio de temperaturas, debe intervenir la luz solar para compensar toda esa inteligencia fruto de la variación genética que ha sido destruida.
»A continuación se indican las ecuaciones que…
—Aquí no hay ninguna puerta —gruñó Kelovar—. La que usan los geds está en el Muro este.
Ayrys no pudo oír a Jehane detrás de ella, de tan silenciosamente como se movía la hermana-guerrera. Pero cuando echó un vistazo alrededor del cuerpo de Kelovar, Jehane estaba allí. Kelovar estaba tan cerca del Muro que Ayrys podía haber tocado la pared con sólo estirar la mano. Pero de pronto se dio cuenta de que por nada en el mundo podría apoyar otra vez los dedos sobre ese leve hormigueo electromagnético.
Sacó la ampliadora-que-no-lo-era desde el interior del tebl.
Kelovar se mantuvo rígido hasta que vio que no se trataba de un arma. No reconoció el aparato, pero SuSu sí. Con el rabillo del ojo, Ayrys vio a la muchacha, agachándose detrás de un árbol con la mirada fija en la caja oscura. Después, su blanco rostro se disolvió, se quebró en fragmentos.
En algún lugar de su aterrorizado silencio, SuSu recordaba cosas que Ayrys no podía adivinar, evocadas por la visión de la caja ged. SuSu recordaba.
—SuSu —dijo Ayrys suavemente—, escóndete. Vete a mi habitación en la Sala de Enseñanza; allí no habrá nadie… Aquí habrá muertes.
Kelovar hizo un pequeño ruido. SuSu, con los ojos fijos sobre la caja oscura, no se movió de detrás del árbol, y no había nada más que Ayrys pudiera hacer ahora. No había tiempo —nunca lo habría— y en cualquier momento Kelovar podría… Ayrys desvió su mirada de la cara de SuSu al Muro. Extendió los dedos para cubrir tanta superficie de la ampliadora como pudiera e hizo presión.
El Muro enloqueció. Hasta su máxima altura y veinte largos a cada lado, el wrof se estremeció, hubo olas de convulsión y comenzó a abrirse en agujeros locos, decenas de ellos, todos perfectamente redondos, abriéndose y cerrándose como una superficie de agua hirviendo. Un chillido rasgó el aire, secundado por una súbita cacofonía de gritos humanos desde atrás de los agujeros hirvientes. SuSu gritó con un agudo e infantil lamento, casi perdido en el estrépito, pero Kelovar no dijo nada. Ayrys observó que el cuerpo del hombre se estremecía y luego se ponía rígido.
Apartó la mano de la caja. La mitad de los agujeros se taparon; los otros se agrandaron, abriéndose y cerrándose más rápidamente que antes. Desesperadamente, Ayrys movió los dedos, probando diferentes combinaciones. Los agujeros corrieron a juntarse en una abertura dentada, comenzando a un metro y medio del suelo, con los bordes oscilando y achicándose como una boca babeante. Ayrys movió los dedos de nuevo; Jehane gritó algo y el agujero babeante se elevó aún más, moviéndose sobre el wrof, fuera de su alcance.
Con dedos temblorosos, Ayrys invirtió el movimiento y la boca que se movía cayó al nivel del suelo, agitándose con un borde afilado. Jehane gritó de nuevo. Kelovar no se movía. Su rigidez había crecido tanto que los brazos que sostenían a Ayrys parecían de piedra. Ayrys se giró para ver su cara; se había puesto blanca como la del bárbaro, y sus ojos claros estaban tan blancos como ni siquiera SuSu los había tenido jamás.
—¡Kelovar, entra!
Él no se movió. No parecía verla. Jehane le apuntó con el revólver de calor a la cabeza, pero aun así no se movió.
Ayrys se dio cuenta que Kelovar no podía creerlo. Era demasiado diferente. No estaba allí.
Jehane mantuvo el revólver apuntado contra él mientras pasaba a través del agujero. Ayrys vio en su rostro la fracción de segundo en que Jehane estuvo a punto de disparar. Ahora no había razón para no hacerlo. Pero entonces un grito humano, más penetrante que el resto, se elevó sobre el chillido de las alarmas, y Jehane corrió a través del agujero hacia el interior del Muro.
—No —susurró Kelovar.
—Déjame en el suelo —dijo Ayrys. Luchó en los brazos de Kelovar pero no pudo librarse de su paralizado apretón.
El agujero comenzó a cerrarse.
Ayrys trató nuevamente de arrojarse al suelo. Pero Kelovar debía haber visto lo mismo que ella: humanos enjaulados en el interior del Muro, visibles a intervalos del agujero que se contraía, y eso quebró su rigidez. Ayrys pensó salvajemente: Puede comprender la tortura. Kelovar atravesó corriendo la boca del agujero en el Muro justo antes de que se cerrara con un chasquido detrás de ambos.
—… Fin de las ecuaciones.
La Biblioteca-Mente dejó las configuraciones de certeza y regresó a la de los hechos dispuestos en un esquema probable.
—Primera hipótesis: Cuando construimos R’Frow creíamos que la violencia intraespecie significaba que no había ninguna lealtad intraespecie. Pero los humanos de R’Frow han trabajado a veces cooperando y a veces cantaban en Armonía.
»Segunda hipótesis: Creíamos que los humanos veían erróneamente los subgrupos como subespecies, “jelitas” y “delysianos”, y mostraban lealtad intraespecie dentro del subgrupo. Pero los humanos han matado a miembros de sus propios subgrupos.
»Tercera hipótesis: Los humanos actúan con lealtad hacia los subgrupos, pero éstos no son constantes.
Hubo una larga pausa. Los geds escuchaban, sólo los que aún eran capaces de escuchar: los que no estaban en estado de shock ni ayudaban a aquellos que sí lo estaban, los que no tenían que enfrentarse a su propia náusea genética. Nunca habían oído a la Biblioteca-Mente hacer una pausa tan larga. Estaba realizando una reorganización radical de los factores, casi al límite de sus posibilidades.
—Los humanos actúan con lealtad hacia los subgrupos, pero los subgrupos no son constantes. La «jelita» SuSu ayudaba al gigante que no era de ningún subgrupo. La «delysiana» Ayrys ayudaba a la «jelita» SuSu y al gigante. La «jelita» Belazir ayudaba al «delysiano» Khalid para matar a un «jelita» para el cual había cantado en Armonía. La «jelita» Jehane evitó la violencia contra la «delysiana» Ayrys por parte de los «jelitas» Salah y Mahjoub. La «jelita» Belazir ordenó actos violentos contra ese mismo «jelita» por parte del «delysiano» Kelovar. El «jelita» Dahar ofreció ayuda médica a la «delysiana» Ayrys y a la «jelita» SuSu. Los «jelitas» Dahar y Lahab cantaban en Armonía en el Salón de Enseñanza con los «delysianos» Tey, Creejin, Ilabor y Ayrys. El «delysiano» Khalid…
Grax observaba a Dahar y a Lahab. Lahab emitió un sonido débil y atemorizado, y Dahar habló en forma tajante. Lahab movió la cabeza, y no volvió a hablar. Pero no eran palabras de consuelo las que Dahar había ofrecido.
Eran animales.
Y él también lo era, pensaba Grax a través de la creciente marea de sus propias feromonas. Amargura, disgusto, vergüenza, añoranza… no había modo de soportar semejante contradicción de olores por mucho tiempo antes de caer en un shock biológico. Se olió, reconoció el mal olor, y pensó en medio de su confusión que tenía que oler mal: era un pensamiento tan ajeno que no podía retenerlo. Pero no era más ajeno que el otro, el repugnante pensamiento que le llevaba a actuar de aquella manera: esta inteligencia número-racional podía tener mayor peso que la solidaridad.
Hasta este disparatado proyecto en Qom, era imposible pensar que esas dos cosas podían no ir unidas.
Ésa era la mayor inmoralidad de todas. No había ninguna configuración gramatical para expresarlo, no había feromonas excepto la hedionda mezcla de miedo, esperanza y repulsión que Grax olía en este momento. Hacer lo que iba a hacer, con un animal…
El intercambio de la atmósfera humana basada en el oxígeno por aire verdadero de Ged había terminado. Grax se aproximó a Dahar, aflojó su casco y se lo quitó. Respiró profundamente.
Pero ya era demasiado tarde. Las únicas feromonas que había en el aire eran las suyas. No quedaba ningún rastro de Dahar.
—… La «jelita» Jehane intentó cooperar con la «delysiana» Ayrys, y fue rechazada. El «delysiano» Kelovar mató al «delysiano» Khalid. La «delysiana» Ayrys protegía a la «jelita» SuSu. La «jelita» SuSu rehusó contacto con la «jelita» Jehane pero buscó al «delysiano» Kelovar. La «jelita» Jehane…
—Kelovar, yo no planeé esto —dijo la voz de Ayrys desde otra parte de la Biblioteca-Mente.
—Cállate —dijo Jehane—. Desátale… Kelovar, llévala al Muro.
—No pueden entrar —dijo la Biblioteca-Mente, sobre sus propios relatos de los desconcertantes cambios de las alianzas humanas de R’Frow—. No hay forma de que puedan entrar en el Muro. El origen del cabello rojo que tenía la «jelita» SuSu no está en las imágenes de la memoria. Busco nuevamente…
—… La «jelita» Ayrys aliada con el «delysiano» Kelovar y la «jelita» Jehane…
Ayrys observó el lugar por el que ella y Kelovar habían entrado en el Muro, y jadeó.
Lo había juzgado mal. Éste no era el lugar al que Grax había llevado a Dahar, sino que estaba algo más al oeste, donde estaban los enfermos de sarna.
Hombres y mujeres desnudos acercaban sus caras a las ranuras en el wrof transparente y lanzaban gritos incomprensibles, golpeándose como insectos contra un vidrio. Kelovar los observó mientras pasaba, y Ayrys apuntó la caja negra hacia la cárcel y la oprimió. No tenía mayor control del que había tenido fuera del Muro, pero el wrof transparente reaccionó en forma diferente: en cuanto tocaba la caja negra sin importar dónde ni cómo lo hacía. Por un angustioso momento, Ayrys se preguntó qué pasaría cuando la fuerza de la caja negra chocara contra la gente que estaba detrás del wrof que se disolvía, pero no pasó nada. Los humanos pululaban en la sala. Jehane apareció al lado de Ayrys.
—¡Por aquí! —gritó por encima del estridente ruido—. ¡Talot está aquí!
Ayrys dio la vuelta en los brazos de Kelovar y miró a Jehane. Una mujer delysiana liberada de su celda y con un embarazo avanzado, trastabillaba aturdida entre Kelovar y Jehane. Aprovechando el momento, Kelovar soltó a Ayrys, se inclinó rápidamente y sacó un cuchillo oculto en la bota.
Ayrys cayó al suelo y el dolor se expandió por su pierna. Por un momento no pudo ver nada, y luego distinguió a Kelovar encima de ella con el cuchillo. Después de todo moriría en R’Frow con el eco de la voz de Dahar burlándose en su cabeza: Tú. Y Kelovar.
Pero Kelovar no tenía tiempo para ella. Se enderezó justo cuando Jehane empujaba a la delysiana embarazada contra él. Giró instintivamente, y el disparo de Jehane no le alcanzó. Un instante después estaba sobre ella.
Evitando un segundo disparo del tubo de perdigones, Kelovar no tuvo tiempo de recuperar completamente el equilibrio.
Jehane contraatacó e intentó dispararle aún sin recuperar el equilibrio, y ambos cayeron al suelo.
El tiempo pasaba lentamente, crecía maleable y denso como vidrio fundido, fluía en direcciones que Ayrys nunca había visto. ¿Qué ocurría? Kelovar la había dejado caer a dos pasos de ahí; ¿cómo había podido arrastrarse tan lejos, lejos de la pelea de Jehane y hacia el wrof de las celdas? La caja negra aún estaba en sus manos. Ayrys miró hacia arriba —lentamente, levantándose muy disimuladamente del suelo— y vio a Talot, y su pelo rojo cubriéndole el cuerpo desnudo. Talot gritaba en su celda, pero Ayrys no podía oírla. De entre el griterío de la sala dentro del enorme perímetro, encontró el camino hacia el silencio de SuSu, y de pronto fue tan horrible que presionó —lentamente, lentamente— la caja negra.
El silencio se hacía añicos lentamente. Talot saltó hacia delante cayendo sobre Ayrys, cerca de Kelovar y Jehane. Ayrys vio el destello de las largas piernas desnudas de Talot sobre ella y el pequeño agujero que tenía casi a su alcance, abierto en la parte trasera de la celda de Talot, en el muro del lado oeste.
Al oeste.
Ayrys atravesó el agujero a gatas. Al otro lado, Dahar gritaba algo que no podía oír; sólo podía ver su boca detrás del casco de wrof de un ged. Después de todo, Dahar se había convertido en ged. Olía a ged, la sala olía a ged, con un denso olor raro que le estaba ahogando… no podía respirar; aire no era respirable; esta vez, no sólo habían alterado la luz sino también el aire.
Trató de retirarse por el agujero. Pero había desaparecido.
Grax estaba de pie en un saliente de la pared, sin casco. Ayrys buscó la caja negra, pero ya no estaba, la había soltado para poder arrastrarse; estaba al otro lado del Muro.
Al otro lado del Muro…
Dahar caminaba hacia ella. Pero ya no había tiempo, ni aire, ambos habían estallado en fragmentos rojos y azules en la piedra, y toda la luz se desvaneció.
—… la «jelita» Jehane, la «delysiana» Ayrys y el «delysiano» Kelovar, aliados para abrir una brecha en el perímetro…
Dahar saltó hacia Ayrys y la cogió por la muñeca. Grax le vio gritar dentro del casco, pero sin su propio casco no podía escuchar las palabras. No tenía necesidad de hacerlo. La mujer estaba ahogándose con el aire verdadero, y la errática solidaridad de Dahar con Ayrys había retornado con el shock biológico de ésta.
¿Cómo había conseguido Ayrys abrir una brecha en el Muro? La presión de la atmósfera ged era mayor que la de los humanos; el aire podría huir a través del agujero. La Biblioteca-Mente cerró la abertura; Grax observaba cómo el agujero de detrás de Ayrys se cerraba velozmente. Pero el Muro había sido abierto de alguna manera por los humanos. ¿Cómo?
Grax se agachó al suelo para coger el casco que acababa de dejar allí. No estaba.
Sintió pánico aún mayor que la vergüenza de un momento antes. Había oído chirriar los monitores del Muro mientras Ayrys gateaba a través del agujero. ¿Qué ocurría en el perímetro? Los diecisiete… Grax giró hacia la puerta en una parte lejana del salón. Pero antes de que se pudiera mover hacia ella se abrió de repente y Fregk y Krak’gar irrumpieron vestidos con trajes autónomos y portando armas. El pánico de Grax cedió al olor de la tranquilidad y se giró hacia Dahar, que se inclinaba sobre Ayrys.
Sus ojos se encontraron y mantuvo la mirada.
Ojos negros de un humano y ojos nublados de un ged, y no eran necesarios ninguno de sus lenguajes:
—¡Cambia el aire de nuevo! ¡Ella va a morir!
—Ha roto el Muro, y es un peligro para los geds.
Grax observaba cómo cambiaba la cara de Dahar, miraba cómo se retorcía una masa de innecesarios músculos faciales, y de repente las feromonas de Grax olieron a puro desconcierto. Dahar pensó que a Grax le era posible decidir ayudar a Ayrys. En realidad pensaba que podía ser genéticamente posible elegir ayudar a un humano en lugar de proteger a un ged. Creyó que Grax podía hacerlo, que lo haría. Consideraba a los geds biológicamente capaces de la vergüenza humana.
El concepto en sí mismo era casi inconcebible. Vibró casi al borde de la comprensión de Grax y en cuanto se esfumó, Grax supo que era el único ged que había vislumbrado por completo la pura extrañeza del pensamiento humano. Era más extraño de lo que cualquiera de ellos había imaginado y tan obstinado que cualesquiera configuraciones especulativas. La Biblioteca-Mente podía especular con esquemas de pensamiento animal, pero de animales que esperaban que los geds…
Para eso no había ninguna gramática.
Ni siquiera trató de prevenir a Dahar cuando el humano saltó.
—Respuesta a la Paradoja Central: ¿Cómo la violencia humana puede transformarse en una ventaja para la inteligencia humana?
»Los humanos cambian lealtades sin importarles cuáles han sido las lealtades anteriores. El mecanismo que utilizan para hacer esto es la violencia. A través de la violencia, las mentes superiores, poseedoras de las mejores ideas tecnológicas, pueden abandonar una subespecie y cantar en Armonía con otra. La destrucción de mentes superiores resulta compensada con lealtades erráticas, de la misma forma como la falta de solidaridad resulta compensada por la gran variación genética. Sin una gran variación genética, en los primeros tiempos, los humanos no hubieran evolucionado tan rápido. Si no hubieran variado sus lealtades en épocas posteriores, no habrían evitado la destrucción de su planeta.
»En cambio, las mentes superiores habían variado lealtades para encauzar la tecnología por senderos que llevaban a la propulsión estelar. La posibilidad de que esto ocurra es pequeña. El margen por el que los humanos deben haber evitado la destrucción de su planeta siguiendo este sendero incierto es aún más pequeño. En una configuración número-racional…
—¡No puede respirar este aire! —gritó Dahar—. El aire… ¡Cámbialo de nuevo! —Pero, en el mismo momento de hablar, se dio cuenta de que Grax no podía oírle; los geds le habían quitado el casco con el instrumental para hablar.
Pero Grax sabía que ningún humano podía respirar este aire, sabía que el aire estaba matando a Ayrys…
Se abrió de golpe una puerta y entraron dos geds corriendo. Dahar observó que, a pesar de que el cuarto contenía aire geds, a pesar de que los dos humanos que esperaban encontrar en el interior eran considerados aliados de los geds, a pesar de que Grax se había quitado el casco y no pudo haberles llamado, a pesar de todo esto, los geds llevaban trajes autónomos y cascos y tenían en sus manos armas distintas de las que habían dado a los humanos en la Enseñanza de Defensa. Grax no miró a sus hermanos —su mirada aún estaba fija en Dahar— pero movió la mano y, a su lado, desapareció el estante embebido en el wrof.
No hacía falta ver más.
R’Frow se movía y temblaba en torno a Dahar. Luego se enderezó, más negro que antes. Ayrys había estado en lo cierto con respecto a los geds.
Le atravesaba el dolor más profundo de su vida, caliente y cortante como una hoja al rojo. Por un momento odió a Ayrys, por hacerle ver la pérdida, incluso más que a los geds por ser causa de esa pérdida. Ayrys yacía a su lado, ahogándose en el suelo, aquel limpio y preciso wrof que se acababa de deslizar a su lado, y la mano de Dahar la agarró fuertemente por la muñeca, con resentimiento, cólera y perplejidad.
Luego se reclinó contra la pared y comenzó a presionar, estirando las palmas de las manos. Pero no logró hacer reaparecer el estante.
Extraños gruñidos llenaban su casco: los dos geds hablaban, en un lenguaje ajeno que Dahar nunca había oído. Se giró hacia Grax.
Los geds buscaban el casco, pero ya no estaba allí. Lahab lo había cogido y lo había dejado en un rincón apartado, el casco estaba a su espalda y la áspera cara de Lahab estaba cargada de odio. Dahar empujó la mano de Grax hacia la pared, donde había estado el estante, y luego puso sus manos alrededor del cuello de Grax.
Sintió los finos huesos, en lugares raros, casi sin estar cubiertos de grasa. El duro borde de tebl de aire construido con wrof se elevaba alto alrededor del cuello, pero no lo bastante alto. Había cuello suficiente, vulnerabilidad suficiente. Apretaba con las manos.
—¡Cambia el aire!
Grax aún no le podía oír. Pero los otros dos sí podían, y el gruñido de su casco se elevó. Grax no se movió. La oscuridad llenó la mente de Dahar, una furia de guerrero, y se oyó gritar mientras apretaba con las manos para romper el cuello de Grax.
Pero no pudo.
La calma se apoderó de él, un lento retraso del tiempo; no podía mover los dedos ni ver el porqué. Parecía manar del suelo y lo envolvió, del mismo modo como había envuelto las especies animales en wrof. Una voz aullaba dentro del casco, más tranquila que los geds del cuarto, y en humano:
—Estáis siendo protegidos. No os resistáis.
¡Protegidos!
Grax se libró de los dedos que no le apretaban, y los otros dos geds le cogieron. Le arrastraron gruñendo hacia la puerta y la atravesaron. El escudo de estasis comenzó a liberar a Dahar.
Pero lo hizo lentamente desde el cuello hacia abajo, escurriéndose con su propio ritmo de tiempo-alterado hacia el suelo. Las manos, todavía alzadas, con las cuales hubiera matado a Grax, se ablandaban justo un momento antes de que las piernas le permitieran girar hacia donde Ayrys yacía muerta, en el suelo, detrás de él.
Ayrys muerta, R’Frow agonizante, Jela perdida, y la ciencia que había brillado como cada promesa de la doble hélice, había conducido en cambio a esta muerte, a esta destrucción… No quedaba nada salvo muerte y destrucción, y él la había causado, él había causado la muerte de Ayrys a través de su propia ceguera. Ella había atravesado el Muro por él, Dahar, hermano-guerrero… hermano-guerrero…
Cuando la estasis liberó sus manos, Dahar las metió en los bolsillos de wrof que Grax le había ayudado a hacer, y sacó sus armas. Disparó tanto el tubo de perdigones como el revólver de calor hacia la puerta que Grax había hecho desaparecer. Un brillo incandescente manaba de la boca del revólver de calor.
Las municiones golpeaban la puerta, rebotaban, y alcanzaban a Dahar.
Las que le daban en el casco y en la parte superior del cuerpo rebotaban otra vez y llenaban el cuarto con metal que volaba.
Las que entraban en lo que quedaba de la estasis se movían lentamente hacia delante y caían lentamente, misteriosamente, trayectorias distorsionadas a través de vidrio derretido.
Una y otra vez, hasta que el revólver estuvo vacío, Dahar disparó a la puerta cerrada. En el casco de comunicaciones, que sólo le permitía comunicarse con Lahab, no había ningún sonido, salvo sus propias lágrimas.
—… Fin de las ecuaciones aplicables —dijo la Biblioteca-Mente.
»Respuesta a la Paradoja Central: En una especie sin moralidad ni solidaridad, la violencia ayuda a la tecnología, haciendo posible el cambio de lealtades. La violencia ayuda al cambio.
»Cambiar trae consigo y hace posible la “solidaridad provisional” de las mentes más inteligentes…
Cuando Jehane vio a Talot lanzarse hacia Kelovar, un agudo estremecimiento de puro placer cantó a través de ella. ¡Talot estaba viva! Pero no había tiempo para el placer. Kelovar, más grande y fuerte, estaba a horcajadas sobre Jehane y elevó su cuchillo por encima de su cabeza. En el momento del choque, Jehane se quedó sin tubo de perdigones y sin revólver de calor; con su fuerza superior, Kelovar pudo haberle quitado fácilmente cualquiera de ellos. El cuchillo seguía firme en su cinto, pero Kelovar bloqueaba su muñeca izquierda al otro lado de su cuerpo y Jehane no podía alcanzarlo. Lo mejor que podía hacer era girar desesperadamente a la derecha y levantar el brazo derecho para recibir la cuchillada en el antebrazo, en lugar del pecho. Pero la hoja nunca le alcanzó.
La patada de Talot golpeó a Kelovar en la parte izquierda del cuello. La hoja se estrelló en el suelo de wrof, a unos centímetros de la oreja de Jehane. Ésta oyó el agudo ruido al romperse la punta contra el suelo y la empuñadura fue arrancada de la mano de Kelovar. No tenía una espada ged, sino una humana.
Jehane sintió una repentina oleada de deseo por una batalla honorable, tal como lo había sentido desde que entró en R’Frow. El peso de Kelovar aún la sujetaba y su mano izquierda aún sujetaba la muñeca derecha de Jehane a través de su pecho, bloqueando el acceso al cuchillo. Tanteaba en su busca con la mano derecha, y Jehane levantó su propia mano derecha, con los dedos en forma de tridente, y los clavó en los ojos de Kelovar.
Él era muy rápido. Se inclinó hacia un lado cuando las manos de Talot se acercaban a su cuello por detrás. Talot no tenía armas, y Kelovar empujó el cuerpo desnudo hacia delante, por encima de su hombro, sobre Jehane. El cuerpo de Talot hubiera tenido que chocar contra las manos de Jehane, mientras ésta intentaba alcanzar el cuello o el pecho de Kelovar, esta vez con una afilada punta de cuchillo que pudo coger del suelo, a su lado. Pero Jehane no intentó desplazarse hacia arriba. Sabiendo lo que Kelovar iba a hacer —sabiéndolo sin pensar, incluso en los tendones y nervios—, Jehane desplazó su brazo derecho por el suelo. Cogió la punta rota y la clavó en una de las piernas que la habían sujetado, lo hizo justo en el nudo de los nervios que conducen el dolor, como enseñaban a todos los estudiantes los guerreros-maestros de la doble hélice.
Kelovar se puso rígido y vaciló, con el rostro contorsionado por el dolor. Se recuperó rápidamente, pero no lo suficiente. Talot, que había caído al suelo después de haber saltado sobre su cuerpo, surgió ahora con el tubo de perdigones de Jehane entre sus manos y disparó sin detenerse.
El disparo dio en la frente de Kelovar. Se movía convulsivamente y soltó a Jehane. Ésta le empujó. Pero hubo un momento, un breve momento, en que aún podía hablar, y Jehane aún no estaba lo suficientemente libre de él como para no oír lo que él decía.
—Ayrys…
La furia, aun sin relación con el más elemental peligro, la desgarró. Después de todo, no era una batalla justa. Ya nunca más las habría. Cogió el tubo de perdigones de Talot y le mató.
—Jehane —dijo Talot—, Jehane… no, otra vez no. Ha muerto.
—¡Ya lo sé! —dijo Jehane con tal fuerza que Talot dio un paso atrás. Jehane se lanzó hacia delante y abrazó a Talot, pero ésta dijo con voz ahogada:
—El Muro…
El Muro, detrás de lo que había sido la prisión de Talot, tenía un agujero y éste se estaba cerrando como una obscena boca de metal. En la última mirada antes de que se cerrara, Jehane vio la pierna herida de Ayrys. Frente al Muro, en el suelo, estaba la caja negra que la delysiana había usado para llegar hasta Talot.
—¡A la mierda la jodida ciudad de los geds! —gritó Jehane. Cogió a Talot de la mano y corrió con ella a través del salón, hacia el Muro exterior. Delysianos y jelitas liberados de sus celdas peleaban, corrían y gemían por encima de los chirridos de los muros. Algunos retenían a un ged, invulnerable en su armadura, pero que no podía escapar de ellos. Sólo su casco era visible.
Jehane se detuvo repentinamente, señalando hacia el casco del ged con la caja negra y oprimió como había hecho Ayrys. Quería ver el casco del ged y su cabeza llenos de agujeros como los del Muro. Pero no sucedió nada; la oscura caja no tenía efecto sobre la armadura del ged.
Los ojos nublados del ged miraban hacia ella con tranquilidad.
Maldiciendo, Jehane giró rápidamente hacia el Muro y cogió la caja oscura con toda su fuerza. El Muro hervía y se arrugaba. Comenzaron a sonar más alarmas; el griterío se volvió ensordecedor. El único sonido era el gemido procedente del Muro, como si, pensaba Jehane locamente, se estuviera muriendo en lugar de Kelovar, R’Frow y Ayrys.
Ayrys.
Jehane acercó la boca al oído de Talot, gritó:
—¡Vete fuera del Muro! ¡Espérame! —Empujó a Talot hacia el agujero. Otros lo habían visto también y se apresuraban en busca de la libertad, con las bocas abiertas, pero sin que se oyeran sus voces en la confusión de las alarmas. Jehane volvió corriendo hacia la celda, de la que Talot había sido liberada por Ayrys.
Por Ayrys.
Enemiga, prostituta, babosa delysiana…
Jehane apuntó la caja negra cerca del suelo; allí era donde había visto el otro agujero, el que Ayrys había hecho y se había arrastrado por él, dejando caer la caja al otro lado del Muro. ¿Por qué? ¿Qué era lo que había al otro lado, eso que Ayrys intentaba desesperadamente alcanzar?
El wrof se disolvió. Jehane cayó sobre sus rodillas y gateó. Un aire impuro llenaba sus pulmones y hedía en su nariz. Sofocada, tosiendo, continuó avanzando. El wrof filtraba parte del clamor en el otro lado, lo suficiente para oír los disparos más allá del Muro.
Enemiga, prostituta, ciudadana delysiana…
El cuerpo de Ayrys yacía en el suelo, más allá del Muro. Jehane la cogió por los tobillos y tiró de ella. Una bala zumbó cerca de su oreja. Podía ver la sala claramente, y las alarmas geds explotaban ruidosamente dentro de su cabeza. El traidor Dahar estaba de pie dándole la espalda con los hombros rígidos y encorvados y disparaba a la puerta cerrada, como si nunca fuera a detenerse…
Dahar. Por Dahar, Ayrys había atravesado el Muro. Para encontrar a un primer teniente jelita.
Jehane estalló en una sarta de juramentos. Tiró de Ayrys hacia una sala más grande y continuó arrastrándola hasta que ella misma pudo respirar aire verdadero. La cara de Ayrys estaba blanca como la tiza. Jehane le golpeó el pecho, mucho más fuerte de lo necesario, para hacerla exhalar el aire impuro, hasta que Ayrys comenzó a emitir sonidos. Entonces Jehane subió a Ayrys a sus hombros y comenzó a correr en busca del lejano Muro.
El Muro se había cerrado.
Hombres y mujeres desnudos golpeaban en él y aún rechinaba. Jehane movió a Ayrys para apuntar con la caja negra. Talot, contraviniendo las órdenes de Jehane, apareció a su lado; Talot tenía un cuchillo que había conseguido de quién sabe dónde, para cubrir a Jehane mientras ésta llevaba a Ayrys. Pero Jehane no permitiría que Talot se arriesgara, otra vez no, no tan pronto después de haberla perdido.
Jehane miró detrás de ella; un ciudadano jelita acababa de atravesar el agujero de la parte trasera de la celda de Talot, que se estaba cerrando tras él. Una luz brillaba en su cabeza y sus manos… llevaba una armadura ged. Entonces Dahar también la llevaba o se habría puesto enfermo con el impuro aire ged, como Ayrys. Todos ellos eran presuntos geds… Jehane hizo un gesto de disgusto y empujó a Talot hacia Ayrys. Talot la cogió y Jehane le gritó:
—¡Saca a la babosa! —Si Talot tenía que sacar a Ayrys, ella también se iría. Jehane apuntó la caja negra y nuevamente abrió el Muro. La gente que estaba inclinada sobre él cayó agitadamente hacia delante.
Pero la que estaba loca era ella, Jehane.
No había sido una batalla honorable. No había habido honor. No en este lugar de mierda. No había honor en ese primer teniente, no había honor en el soldado delysiano que había dejado caer a Ayrys, no había honor en los ciudadanos que habían matado a Belazir. Entonces, ¿por qué ella hacía esto?
Si esto no era… ¿entonces qué?
Ayrys le había devuelto a Talot. Ayrys había cruzado el Muro por Dahar. De toda la estupidez y toda esta confusión de mierda de todos los hechos que habían ocurrido en este estúpido y confuso lugar, sólo estas dos cosas tenían sentido en este momento.
Enemiga, prostituta, babosa delysiana…
Hermana.
¡Mierda!
Jehane corría por la habitación llena de lamentos, la única que corría apartándose del Muro exterior.
—… sis nos está matando —acabó el viejo. Miró atentamente desde sus hundidos y reumáticos ojos a la sonda ged. La estrella descolorida y la luna creciente sobre sus hombros titilaban al levantar el puño sin fuerzas—. ¿Lo entiendes, sonda? ¿Qué eres? Ni siquiera soy capaz de entender la ingeniería, y yo que era… Hemos estado en estasis Alá sabe cuántos siglos, aislados, enterrados vivos… —contuvo la respiración; la retuvo, evitando un acceso de tos. Habló más sosegado—. Enterrados en estasis. Diles eso.
La sonda terminó su exploración; se dirigió hacia la puerta. El camino estaba bloqueado por una mujer, delgada y extraña.
—Alí… —Retrocedió y se puso el puño en la boca.
—Diles eso —repitió el viejo—. La estasis mata.
La Biblioteca-Mente repitió la respuesta a la Paradoja Central con configuraciones cambiadas, buscando una gramática que no existía:
—En especies sin solidaridad, el cambio de lealtades hace posible la «solidaridad provisional» de las mentes más inteligentes. Esta «solidaridad provisional» fomenta los progresos tecnológicos. Por lo tanto, en una especie violenta, la violencia ayuda a la inteligencia colectiva.
Se produjo el silencio. Después de una larga pausa, la Biblioteca-Mente —creada por los geds, moldeada por los geds, que disponía de los configuraciones de la poesía ged— dijo tranquilamente:
—La violencia ayuda a la inteligencia.
»Envenena las feromonas del universo.
»Pero es así.