Ayrys se sentó en la silla ged en el salón delysiano para tomar el desayuno con Ondur y Karim. Tres o cuatro personas comían en otras mesas del suelo, y otras iban por la escalera para llevar cuencos humeantes de comida a las habitaciones de arriba. Miraban de soslayo a Ayrys, que continuaba masticando. Karim devolvía a cada par de ojos la mirada pero su mano, como por azar, reposaba sobre el revólver de calor que era el arma más moderna de los geds. El revólver podía abrasar la carne pero sólo a poca distancia. Ayrys había observado que las armas geds que los humanos podían duplicar al final del año: el tubo de perdigones y la trespelota, eran más mortales que las que no podían duplicar.
Algunas veces, Karim, que se había tornado más silencioso y sombrío durante los decaciclos desde la formación de los kreedogs, pasaba toda la noche limpiando sus armas, mientras Ondur charlaba con Ayrys con extraordinaria viveza.
Entró una soldado en el salón a través del arco del sur. Cuando vio a Ayrys, se labio superior retrocedió sobre sus dientes. Karim la miró fijamente hasta que la soldado bajó los ojos.
—Te acompañaré a tu sesión de enseñanza.
—No es necesario —dijo Ayrys.
—Déjala que vaya contigo —dijo Ondur—. Otro delysiano ha enfermado de sarna.
—¿Quién?
—Arquam, un soldado del siguiente salón. La contrajo anoche.
—¿Cómo lo sabes, Ondur? —preguntó Ayrys. Ondur siempre sabía tales cosas. Se rumoreaba que incluso Khalid le pedía información sobre lo que ocurría en los salones delysianos.
Ayrys nunca le había preguntado a Ondur sobre esto, y a su vez Ondur nunca le preguntó a ella qué hacían los seis humanos y Grax dentro de la Sala de Enseñanza. Ayrys comprendía. Demasiado conocimiento podría destruir la frágil bondad.
—¿Cuáles son los síntomas? —preguntó Ayrys.
—Hablas como un curador —dijo Karim con gesto serio, y Ayrys se sonrojó. Tampoco hacía preguntas sobre Karim.
—Lo mismo que en los otros dos —dijo Ondur—. Manchas rojas en la piel que se desparraman enseguida y picor incesante. Se aguanta arañándose la piel. Su amante teme que se arranque los ojos, de tanto rascarse. Deja que Karim vaya contigo a la Sala de Enseñanza.
—Pero Ondur, ¿cómo podría Karim defenderme de una enfermedad? No es que no te lo agradezca, Karim, pero yo no…
—¡Bueno, no discutas, Ayrys! ¿Cómo sabemos de dónde ha venido esta enfermedad? Comenzó al mismo tiempo que aquella basura jelita te atacó y luego ese teniente primero, que conoce todas las perversas medicinas de los jelitas y tiene al ged que le ayuda, se mueve dentro de la Sala de Enseñanza. Una enfermedad es simplemente un veneno, ¿no es eso lo que dicen los geds? ¡Esta enfermedad de la sarna podría ser un veneno jelita!
—Un…
—¿Cómo lo llamó aquel ged, Karim? ¿Bac… qué? ¡No parece que ningún jelita haya enfermado!
Karim miró fijamente a Ondur, quien súbitamente se ruborizó y bajó los ojos pero no antes de que Ayrys hubiera captado la mirada. Ondur había dicho demasiado. Se suponía que no debía decirme eso. Ayrys sintió náuseas. Pero tenía sentido que Karim sospechara de ella. Cada día había ido a la Sala de Enseñanza incluso haciendo frente a las murmuraciones de quienes compartían su salón, para estudiar artes que pocos comprendían, en la compañía de uno de los geds que habían espiado a los delysianos y dos de los jelitas que eran enemigos de los delysianos. Ayrys se movía por R’Frow en una silla ged que muchos, incluso los que habían visto las invenciones ged, consideraban como magia aterradora. Y también estaba SuSu.
No todos los delysianos miraban a la ramera jelita con la misma compasión que Ondur. SuSu había dejado de hablar desde que se había consumido la medicina para la mente que le habían administrado por la fuerza. Ella comía, se lavaba, dormía, seguía a Ayrys doquiera que Ayrys fuera, pero en sus ojos oscuros había una horrible blancura, como una ciudad ennegrecida vacía de vida. Nadie la podía tocar, ni siquiera Ayrys. Dos veces habían intentado tocarla: Karim ayudándole a bajar la escalera y Ondur con un súbito mimo compasivo. Y las dos veces SuSu se había enfurecido, pateando, mordiendo y arañando con largas uñas puntiagudas, todo ello en un silencio más aterrador que cualquier ferocidad de su pequeño cuerpo. Ese silencio, antinatural y extraño, hacía que los delysianos murmuraran y la miraban de soslayo. Jelita, decían algunos. Espía decían otros.
¿Qué dirían de ella?, se preguntaba Ayrys. ¿O de los otros tres delysianos que iban aún diariamente a la Sala de Enseñanza: Ilabor, Tey, Creejin?
—Ondur —dijo Ayrys con amabilidad—, las bacterias causan enfermedades, desde luego. Pero no es como una dosis de veneno; los jelitas no podrían hacer bacterias y ponerlas sobre quienes ellos quisieran.
Karim trasladó la mirada desde Ayrys a la pantalla blanca.
Cualquier cosa que dijera empeoraría sus sospechas, cualesquiera fueran éstas. Y eso que Karim ni siquiera sabía que había pasado una noche con Dahar…
Ayrys se estrujó las manos. Le dolía pensar en Dahar. Presionó sobre el brazo de la silla, lo hizo elevarse ligeramente y retrocedió de la mesa.
—Me voy a la Sala de Enseñanza.
—Vete con ella, Karim —le dijo Ondur sin mirar a Ayrys.
Karim fue con ella. Él y Ayrys avanzaron sin hablar a lo largo de los senderos de R’Frow, pasaron los árboles de los que caían más hojas cada día y el arbusto que se marchitaba. SuSu les seguía silenciosamente. Cuando la Sala de Enseñanza estaba a la vista, Karim dijo abruptamente:
—A Kelovar no le gusta que tengas a esa ramera jelita en tu habitación por la noche.
—A Kelovar no le concierne.
—A él no le gusta.
Ayrys se giró en su silla para mirarle a la cara.
—¿Y dónde la haría él dormir? ¿Dónde lo harías tú? ¿Qué crees que le ocurriría si no estuviera tras un cerrojo?
Karim se dio un golpecito en la mano, una ráfaga impaciente de piel áspera. Su mirada cayó sobre SuSu, luego miró nuevamente a lo lejos… Ayrys vio confusión en su cara. Karim sentía lástima por SuSu y a la vez estaba de acuerdo con Kelovar, sin que fuera capaz de reconciliar ambas cosas. Ayrys se dio cuenta de que él estaba resentido por la confusión, y con Ayrys por ser la causa. Sólo Ondur lo contenía.
—No es una decisión de Kelovar, ¿verdad, Karim? ¿Khalid me prohíbe mantener a SuSu en mi habitación?
Karim examinó la maleza al lado del sendero, con la mano en el tubo de perdigones.
—¿Khalid me lo prohíbe?
—Todavía no.
—¿Qué significa eso? ¿Que Kelovar tratará de persuadirle para que me lo prohíba?
Karim permaneció de nuevo en silencio. En la persistente tensión de su mandíbula, Ayrys sólo leyó su propio resentimiento, no una pista de lo que Khalid podría decidir. No le había dicho nada a Khalid de esa ampliadora que no era una ampliadora, no le había dicho nada sobre los cascos auditivos; no le había dicho nada de que Dahar le había vuelto a colocar bien el hueso de la pierna.
De pronto, se sintió mal por todo eso. Las sospechas, inseguridades y misterios nunca terminaban.
—De aquí en adelante seguiré sola —le dijo a Karim con sequedad.
Karim se mantuvo junto a su flotante silla ged.
—La Sala de Enseñanza está justo enfrente de nosotros. Ni siquiera Ondur pensaría que yo podría ser atacada por una horda de bacterias en cincuenta largos de sendero wrof.
Ayrys esperaba que él adoptaría un tono de arrogante superioridad, como hubiera hecho Kelovar o se pondría furioso como lo haría Jehane. Pero Karim no hizo ninguna de las dos cosas. Se agachó al lado de la silla, poniendo su rostro al mismo nivel que el de ella, aunque nunca dejó de vigilar los bosques ni la maleza. En sus facciones se advertía la súbita decisión de hablar francamente.
—Escucha, Ayrys, ten cuidado. Hay muchos delysianos que… Yo pienso que Ondur tiene razón cuando dice que tan sólo vienes a la Sala de Enseñanza porque eres una sopladora de vidrio y las invenciones geds te recuerdan la fabricación del vidrio. Ondur conoce bien estas cosas. Pero yo soy un soldado y he visto que… Ten cuidado. —Se puso de pie y retrocedió hasta el sendero.
Ten cuidado.
Con frío y emocionada, Ayrys se volvió en la silla ged para observar cómo Karim desaparecía de su vista. Luego se desplazó por la Sala de Enseñanza y bajó por el corredor, deteniéndose en la entrada a la arcada.
Las mesas del suelo eran nítidas y claras; no había forma conocida de dañar el wrof. Mesas, sillas e incluso muros estaban manchados con los restos de equipos que los seis humanos habían usado durante el último decaciclo: muestras de tejido, alambres de cobre retorcido, líquidos derramados, lentes aplastadas que Lahab, el ex obrero jelita aprendía a tallar con el vidrio que Ayrys había hecho. La cabeza destrozada y sin ojos de un kreedog tenía una horrible mueca y había sangre y vísceras desparramadas. En medio de la destrucción, Lahab, con el lado izquierdo del rostro magullado y de color morado y con la sangre fluyendo de su brazo izquierdo, estaba inmóvil mientras Dahar, de espaldas a Ayrys, levantaba cuidadosamente el párpado y lo examinaba. Grax, que también estaba en la habitación, fue inmediatamente hacia Ayrys.
—No hay peligro. Todas las bacterias patológicas para estudio han sido encerradas con wrof. —Señaló hacia el suelo manchado delante de la silla de Ayrys donde había un cubo de wrof transparente que contenía cuatro frascos; los cuatro habían derramado líquido dentro del cubo y en las paredes interiores, como si fuera tinta dentro de una botella cuadrada. Ayrys dijo con tensión:
—¿Quién ha sido?
Al oír su voz, Dahar dejó de observar a Lahab, y Ayrys vio su rostro. Dahar luchaba con todas sus fuerzas por contener su emoción; Ayrys tuvo la terrible impresión de que aunque se había vuelto hacia su voz, los oscuros ojos jelitas no la veían en absoluto.
—Eran dos varones y una mujer humanos —le dijo Grax.
—¿Cómo entraron? —preguntó Ayrys—. Sólo seis de ellos compartían la cerradura.
—Entraron corriendo mientras Lahab estaba aquí solo y empezaron la violencia —dijo Grax—. Lahab vino temprano para trabajar en las lentes. Dejó la puerta abierta. Yo llegué y expulsé a los humanos.
Ayrys contuvo el aliento, asombrada no sólo por lo que Grax había dicho, sino también por lo que había dejado de decir. Hizo un esfuerzo por preguntar:
—¿Humanos delysianos, o jelitas?
—Jelitas —dijo Grax con tranquilidad—. A ellos no les gusta que Lahab venga a la Sala de Enseñanza. Les dije a los humanos que Belazir ha cantado en Armonía por ellos.
Al oír el nombre de la comandante suprema, Ayrys observó que se relajaba la dura musculatura de los hombros debajo del apretado tebl de Dahar. Ayrys preguntó:
—¿Y tú simplemente los echaste fuera?
—Sí.
Era estúpido preguntar cómo. Cuando los ged querían que alguien se fuera, tenía que irse. Ayrys recordaba el wrof que se formó para separarla a ella y a SuSu del bárbaro moribundo, y el Muro empujándola suavemente fuera del recinto.
Se oyeron gritos sofocados detrás de ella; el resto de los seis, todos delysianos, habían llegado juntos. Ilabor, el ex soldado, sacó sus armas y se movió para tener el Muro a sus espaldas. Tey, el pequeño comerciante con la voz musical y los ojos como cuentas brillantes, echó un vistazo a la habitación y se puso súbitamente pensativo. Creejin, la joven talladora de gemas que hacía poco se había convertido en amante de Tey, no trató de ocultar su temor.
Grax repitió palabra por palabra su exasperante narración de lo que había ocurrido. Tey se acercó a Dahar y Lahab.
—¿Vuestro ciudadano está malherido, curador?
Más que verlo, Ayrys sintió que Dahar se ponía rígido. Tey era el único delysiano que se dirigía a Dahar directamente y siempre con un ligero tono burlón, con ese leve placer de utilizar los títulos delysianos con un guerrero jelita exiliado. A menudo Tey sonreía cuando miraba a Dahar, y no parecía importarle si éste le contemplaba a su vez fijamente. Ilabor ignoraba a Dahar completamente y Creejin, quien después de Dahar mostró el mayor interés por la ciencia biológica, a menudo le ayudaba durante horas sin mirarlo ni siquiera una vez. Pero Ayrys sospechaba que el peor de todos era Lahab, el otro jelita. Silencioso y de movimientos lentos, su rostro de obrero era demasiado grave para la burla (el ciudadano aún trataba a Dahar con la deferencia debida al teniente primero de la suprema comandante) y Ayrys sospechaba que bajo esa inoportuna cortesía, Dahar estaba furioso.
Pero sólo lo sospechaba. Ella y Dahar hablaban sólo con palabras de la ciencia ged, y durante las muchas horas en la Sala de Enseñanza, Dahar no había permitido ni una sola vez que sus ojos se encontraran con los de ella.
Lahab se dirigió a Tey, con su modo de hablar lento y pesado:
—No estoy herido. Grax vino inmediatamente después de que llegaran los guerreros.
Tey hizo una de sus socarronas sonrisas.
—Fue una suerte.
—Sí —dijo Grax mostrando su conformidad—. Nosotros cantamos en Armonía. Me ocuparé de que venga el nuevo equipo desde dentro del Muro. Esto llevará un poco de tiempo.
—Pero los experimentos… —dijo Creejin.
—Comenzaremos nuevos experimentos. Hay uno que empezaremos pronto.
—¿Qué, encontraremos la bacteria que causa esta enfermedad de la sarna? —añadió cortante Ilabor.
Lentamente Dahar dejó de lavar las heridas de Lahab.
—Han aparecido brotes de la enfermedad en cinco de los nueve salones humanos —dijo Grax—. Ahora sabes cómo la enfermedad es causada por la bacteria. Encontraremos la bacteria y desarrollaremos una antitoxina.
Las extrañas palabras planearon un momento en el aire. Luego Ilabor dijo:
—No ha habido ninguna enfermedad en R’Frow hasta ahora.
—No —corroboró Grax—. Cuando los humanos dormisteis por primera vez dentro del Muro recibisteis una poderosa antitoxina para matar las bacterias del cuerpo. Tú sabes ahora, y no lo sabías entonces, lo que esto significa. Pero estas bacterias son nuevas; los geds no tenemos antitoxina para ellas. Probaremos todas las que tenemos y luego buscaremos otras nuevas. Aprenderán cómo se hace esta prueba de conocimiento.
—¿Pueden los humanos aprender a hacer eso? —dijo casi con enojo Ilabor.
—Sí —dijo Grax.
Ayrys observaba a Dahar; permanecía muy quieto y sus ojos resplandecían como si tuviera fiebre.
—¿Todas estas antitoxinas podrán hacerlas los humanos sin los geds cuando se termine el año en R’Frow? —preguntó Tey.
—¿Para ganar dinero? —preguntó Ilabor con dureza y luego se rió desvaneciéndose súbitamente su enojo.
—Los humanos —dijo Grax— podréis aprender a hacer antitoxinas después de que los geds os hayamos dejado. Pero nuestra enseñanza no debe ser interrumpida por más violencia. Los que atacaron a Lahab esperaron hasta que abrió la sala para hacer uso de la violencia. No esperaban que nadie más estuviera allí tan temprano. Os daré a cada uno de vosotros nuevos cerrojos para otra habitación, y podréis dormir y comer allí, si estáis de acuerdo. Las mesas del suelo pueden ser confeccionadas para llevar alimentos a cada habitación. Podréis trabajar en cualquier momento que lo deseéis y estaréis seguros.
—Escondidos como este curador —dijo Tey con una leve sonrisa.
—¿Por qué los geds nos queréis aquí, en este salón, en lugar de en nuestra propia ciudad? —estalló Ilabor.
—Nosotros no os obligamos —dijo Grax—. Os ofrecemos una elección. La elección es vuestra.
Una súbita tensión llenó la habitación. Grax miró primero a Lahab. La corpulencia del trabajador y el rostro grave ocultaban una pasión por los lentes y la luz tan tenaz que a menudo Lahab había trabajado dieciséis horas al día en la Sala de Enseñanza. Ese rostro no demostraba ahora emoción alguna. El lado izquierdo de su cara había comenzado a hincharse: azul morado, con un ojo medio cerrado.
—Permaneceré en el salón de los ciudadanos —dijo Lahab.
—¿Por qué? —preguntó Dahar, volviéndose hacia él con gesto severo.
Lahab luchaba por encontrar las palabras. Dahar, capturado en su propia lucha, no le dejaba encontrarlas.
—Te he preguntado por qué, ciudadano.
Tey respondió con su voz musical:
—Posiblemente porque es jelita —y luego añadió—: ciudadano.
Dahar no se movió. Tey se volvió sonriendo hacia Creejin.
—¿Nosotros también estaremos en nuestro propio salón, Pequeño Sol?
Creejin, con los ojos bajos, asintió sin palabras.
—¿Ilabor? —preguntó Grax.
—Yo me quedo con los míos.
—¿Ayrys?
Todos los ojos estaban puestos en ella, incluso los de Dahar. Ayrys no se atrevía a mirarle.
—Tu silla no puede ir arriba y abajo en la escalera de tu salón ni ser transportada —dijo Grax—. Aquí no hay escalera. Ésta es una razón importante para que te quedes aquí en la Sala de Enseñanza.
Grax se lo estaba poniendo más fácil. Debía saber que Dahar había pasado una noche en su habitación, y debía saberlo por los círculos anaranjados que todavía estaban descubiertos en el corredor delysiano. ¿Sabía Grax lo peligroso que había sido para ambos? ¿Sabía… no había forma de saber lo que sabía Grax? El ged trataba a delysianos y jelitas exactamente igual, como si las diferencias políticas no importaran a los geds. Quizá no. Pero Ayrys había pensado alguna vez que tampoco importaba al soplador de vidrio, pero la hélice de vidrio rojo y azul yacía rota a la luz de la luna junto al oscuro río.
—¿Ayrys? —repitió Ilabor.
—Grax —dijo Ayrys lentamente—. Dijiste que Lahab vino muy temprano a la Sala de Enseñanza y abrió esta habitación para tallar lentes. Sus atacantes no esperaban hallar a nadie aquí todavía. Pero tú viniste y salvaste a Lahab. ¿Cómo supiste que estaba aquí?
Grax señaló al Muro. Usó el último de sus cuatro dedos, no el segundo de cinco.
—Conoces la respuesta. Dahar dejó el círculo anaranjado descubierto cuando él y yo trabajábamos tarde anoche. Los geds vimos la violencia que se cometió contra Lahab.
—Pero debiste haber visto todas los otros actos violentos cometidos en R’Frow… los asesinatos. Había círculos anaranjados en todo R’Frow hasta que nosotros los cubrimos. Debéis haber visto el asesinato que comenzó todo el… Tenéis que haberlo visto. ¿Por qué intervenir ahora y no antes?
Los demás miraron fijamente. Grax permaneció silencioso durante un buen rato. Escuchando.
—Nosotros no detuvimos los otros asesinatos porque no tuvimos tiempo; todos ocurrieron demasiado rápido. Este ataque contra Lahab fue lento. El otro ataque lento fue contra ti; y Jehane, la mujer jelita, lo detuvo antes de que llegara un ged.
Parecía razonable. Era razonable. Ayrys miró a los demás. Sólo destacaban dos caras: la del delysiano Ilabor, mirándola con súbita dureza ante el recuerdo de que había sido ayudada por Jehane, y la de Dahar, con sus oscuros ojos igualmente duros ante el tema sobre el que ella había preguntado a Grax.
—Fue una suerte que tú vinieras temprano —dijo Tey a Grax—, de otro modo podríamos haber tenido otro asesinato… y otra tarea para los kreedogs.
Pero esta vez su acoso a Dahar no dio resultado; el soldado Ilabor, que odiaba el pacto que Khalid había hecho, tanto como Kelovar o Karim, rondaba ferozmente.
—Cuida de tu lengua, traidor, o no durarás mucho tiempo.
Tey se giró rápidamente hacia Grax. El ged no hizo ningún movimiento hacia los hombres. Ayrys no pudo contenerse y miró al descubierto círculo anaranjado. ¿Habría vigilancia ged incluso ahora, a través de algunos inimaginables tubos y lentes de luz?
—Iré a preparar el nuevo equipo que necesitamos —dijo Grax con calma—, y lo traeremos aquí. Dahar y Lahab me ayudarán a transportar lo que sea demasiado grande para traerlo a través de la mesa del suelo. Ilabor, Tey, Ayrys y Creejin permaneceréis aquí hasta que yo regrese. Cerrad con llave cuando me vaya. —Ilabor se sintió molesto—. Si queréis. Yo regresaré muy pronto. Tenemos muchas enseñanzas para los humanos. Los geds estamos ansiosos de ayudaros a encontrar la antitoxina para esta enfermedad de la sarna.
¿Por qué?, pensó Ayrys y se apretó fuertemente las manos, mientras observaba a Dahar girarse como ausente, como si ella hubiera hablado en gritos. Tal vez sólo se volvió hacia el nuevo equipo. Por la antitoxina y por Grax.
Todos estaban cansados de la mente extraña.
La galaxia contenía muchas especies número-racional que habían alterado sus propios genes, y algunas que habían usado productos químicos para alterar las percepciones de la mente. Los geds contactaron con ambos con tolerancia y una ligera repugnancia, la repugnancia de quienes saben que la civilización reside en la perfección de los vastos modelos ordenados en el universo, de quienes creen que reside en la percepción de las variaciones de esos modelos. Pero incluso entre los aliados de los geds que alteraban los genes o modelaban las mentes, las variaciones creadas o percibidas eran pequeñas. Primero estaba la solidaridad, la solidaridad de una evolución lenta, del arrastrarse hacia delante a través de interminables milenios a pasos muy pequeños. Número-racional, incluso aquellas especies que alteraban los genes, no habían introducido en su biología nada que destruyera su solidaridad. Nada excesivo, sólo lo que las especies, o el individuo, podían soportar.
Nada como lo que habían visto, que una droga derivada de una planta primitiva había provocado en SuSu.
La «jelita» humana tenía una conducta diferente por causa de algún producto químico primitivo. No se trataba tan sólo de una apariencia diferente o de una conducta diferente que surgía de una adaptación de un gene, sino a una conducta diferente mientras el resto de su biología permanecía igual. No se trataba tan sólo de estimular los centros de placer del cerebro como hacían algunas especies ni de un intento de contrarrestar el shock biológico. SuSu había llegado a un estado en el que se comportaría como los otros dos humanos habían dicho. Por lo menos mientras el producto químico permaneciera en su cuerpo.
Era un concepto difícil. Los geds lo habían estudiado tratando de encajarlo dentro de lo que ya sabían sobre los humanos. Violentos, con variaciones genéticas, número-racional, que tal vez pudieran actuar contra la lealtad y la solidaridad incluso cuando éstas habrían sido útiles para ellos. Y todo podía ser alterado con un primitivo producto químico destilado de las plantas. Y las implicaciones morales, ni distinguibles para los geds de las objetivas, eran asombrosas. ¿Cómo podía un humano saber quién era? La identidad venía de la conducta; eso era fundamental para la física, para la asociación, para todas las más importantes actividades de la mente. Era fundamental para el número-racional mismo.
Si la conducta de la mente humana podía ser alterada, si la lealtad de la especie humana no estaba fijada, si la solidaridad humana podía convertirse en violencia contra el individuo en un determinado momento, ¿entonces de qué podía depender el individuo? No de su especie, ni de su posición en el mundo, ni siquiera de su propia mente. Nada sino flujo, sin modelo, sin solidez. Los humanos debían estar perpetuamente perdidos; hacer eso deliberadamente a los miembros del propio grupo era una depravación de la que los geds no habían pensado que los humanos pudieran ser capaces.
Pero los animales controlados con tranquilizantes químicos serían menos peligrosos a bordo de una nave que los controlados solamente por sus propios deseos tan desconcertantes.
—Necesitamos un gran número de sujetos humanos para la experimentación —dijo Wraggaf.
—Sí. Que Armonía cante con nosotros.
—Una gran cantidad de sujetos.
—Una gran cantidad. Siempre cantará.
—Armonía…
Los seis humanos que había que llevar a bordo de la nave debían ser ayudados, protegidos, enseñados, estimulados, con ello se vincularían a los geds lo bastante para permitirles estar a bordo de la nave. Esto último era un concepto difícil (la idea que la estimulación y no la solidaridad crearían lealtad) pero la Biblioteca-Mente estuvo de acuerdo. Los seis eran defensas contra los humanos que guerreaban en el espacio.
Y si había necesidad de sustancias orgánicas para sugestionar mentes, una vez probadas en bastantes sujetos, ésas serían la defensa ante los seis humanos.
La habitación olía a esperanza.
Jehane y Talot se sentaron a comer a la mesa del suelo en el salón de las hermanas-guerreras.
Jehane, que se daba cuenta de lo que comía sólo cuando no había suficiente, se metió dos largos trozos de comida en la boca, masticó y se chupó los dedos. Talot cogió un pedazo, lo sostuvo un momento y volvió a dejarlo con los dedos largos y demasiado huesudos. Jehane puso mala cara. Talot aún perdía peso.
—¡Come algo!
—Ya como.
Talot se inclinó sobre el cuenco. Su cabello saltó hacia un lado desde la parte blanca central, tan indócil como siempre: un destello de vitalidad alrededor de un rostro del que la vitalidad se había ido. El amor se retorcía en el pecho de Jehane, seguido por la exasperación. Talot estaba demasiado delgada, demasiado reflexiva, demasiado… algo. Si simplemente detuviera todo este oscurofrío pensamiento y comiera…
—Vamos —dijo Jehane—. Nos están esperando en el patio de prácticas.
Talot miró hacia arriba y dijo:
—¿Crees realmente que están esperando por nosotras en el patio de prácticas?
—Simplemente he dicho eso. Mierda, Talot, tienes que superar esta estúpida situación. ¿Qué eres, una ciudadana con cerebro de chorlito? ¡Basta ya!
Talot debería enojarse. Jehane se hubiera alegrado de su enojo. El enojo era bueno, el enojo era vida. Pero Talot simplemente se levantó de la mesa. Su cuenco de comida estaba sin tocar.
El salón casi se había vaciado. Jehane caminó majestuosamente hacia la arcada, y Talot la siguió. Los muros comenzaron a hablar.
La mano de Jehane buscó las armas; los muros no habían hablado desde la prohibición de la violencia en R’Frow. Pero ¿qué haría ella con el tubo de perdigones? ¿Disparar al muro?
—Humanos de R’Frow —dijeron los muros con su voz sin expresión—. Siete humanos han desarrollado una enfermedad de la piel. La enfermedad presenta manchas rojas que causan comezón y dolor. Las manchas comienzan en la parte de atrás de las rodillas y en los codos, en los pliegues de piel en el cuello, entre los muslos y en las axilas. Luego se extiende. Todos los humanos que tengan la enfermedad deben venir a ver a los ged, al salón vacío cerca del Muro del norte. Los humanos enfermos serán conducidos dentro del Muro, curados tan pronto como sea posible y devueltos a R’Frow. La enfermedad no mata. Puede contagiarse de un humano a otro por el tacto. Los humanos que tengan esta enfermedad de la sarna deben ir al salón vacío. Un humano con la enfermedad de la sarna no debe tocar a otro humano.
Después de una corta pausa, los muros comenzaron de nuevo su mensaje. Jehane no esperó a escucharlo de nuevo. Se volvió hacia Talot.
—¿Tienes tú algunas manchas que te piquen?
Talot dijo con súbita violencia:
—¡No, y si las tuviera no iría al interior del Muro!
—Yo tampoco. No es que tenga miedo de los geds…
—Yo sí tengo —dijo Talot sin entonación y se dirigió hacia el patio de prácticas preparando la trespelota mientras caminaba.
Dahar se despertó tan pronto como comenzaron los golpes en la puerta, e incluso antes de que la abriera ya sabía quién era. Habían trabajado hasta bastante tarde durante la noche en la Sala de Enseñanza, todos excepto Ilabor, que se había ido al final de la tarde. Ayrys había ido poco después, aunque se cansaba con facilidad debido a su pierna herida, y Grax había ido a la Sala de Enseñanza para darle una cerradura en otra habitación. La ramera SuSu había seguido a Ayrys. Los otros cuatro humanos habían seguido trabajando, sorprendidos por las sendas de saber que Grax les había abierto en una biología que ni siquiera era la suya.
Una y otra vez el pecho de Dahar se había endurecido y apretado como si hubiera recibido un fuerte golpe. Tanto conocimiento… y si sólo ellos lo hubieran sabido. Si sólo los guerreros-sacerdotes hubieran sabido lo que Grax les mostraba tan fácilmente ahora… la cantidad de vidas que podían haber salvado. El dolor que hubieran evitado. Los errores que los rojos y azules en garrafal ignorancia habían cometido una y otra vez.
Al anochecer, las mentes de los humanos se tambaleaban; no podían recordar nada más. Pero fue Grax quien se detuvo.
—Volveré al interior del Muro hasta mañana. Estoy muy cansado.
Dahar había mirado al ged y se había dado cuenta de que no sabía qué aspecto tenía un ged cuando estaba cansado.
No había cambios en la piel bajo los ojos de Grax, en la estructura de su grueso y corto cuero, en las comisuras de su boca inflexible.
Dahar pensaba que no podría dormir. Pero en el momento en que llegó a su habitación, el sueño se apoderó de él hasta que sonó el suave golpe en la puerta.
Ella se sentó sigilosamente en la silla, mirándolo. El corredor estaba oscuro y tranquilo; la noche «gris» más allá de la luz de los cuatro arcos. Por su largo entrenamiento, Dahar cambió a una mejor posición para golpear mientras examinaba la oscuridad; cuando cambió, de posición, Ayrys movió la silla al interior de la habitación.
Él cerró la puerta.
En la habitación para dormir, Dahar había descubierto el círculo anaranjado. No se podían ver el uno al otro. Era y no era como en otro tiempo, cuando él había ido a verla: exhausto, desesperado, inseguro de lo que hacía o por qué lo hacía. Algo de la confusión de esa noche se precipitó dentro de él pero no le hacía falta; ya tenía bastante confusión, toda la confusión que no había tenido en varios decaciclos.
—Dahar —dijo ella con voz tranquila y se detuvo. Él se sintió tenso en la oscuridad, pero no dijo nada. Entonces el cauto Dahar de siempre esperó a ver lo que ella diría a continuación—. No me has mirado ni una sola vez en la Sala de Enseñanza. —Su tono le sorprendió: tan tranquilo como el de un ged, sin temor ni sumisión—. Si me miraras, ¿verías aún a R’Frow?
Sus propias palabras. Dahar se ruborizó en la oscuridad. No dijo nada.
—Creo que no —dijo Ayrys, y ahora él captó una nota de tensión, controlada por un tipo de violencia diferente de la emoción directa del jelita. Diferente.
—Yo creo —continuó Ayrys cuidadosamente— que si me miraras verías a una ramera delysiana.
Dahar no se había dado cuenta de cuánto coraje tenía ella. Inteligente, valiente, deseable. Y cuando la miró, vio a Kelovar y a los otros que habrían precedido a Kelovar. Toda una vida de pensamiento se alzó en su cerebro, sólido como un muro. Ramera.
—No —dijo él.
—No me mientas, Dahar. —Inesperadamente, ella se echó a reír—. Mientes muy mal, ¿lo sabías?
—Sí, Ayrys —dijo él de repente, sorprendiéndose a sí mismo—. Yo conozco hermanas-guerreras, ciudadanas y rameras…
—Y nadie puede aprender a conocer algo que no conocía antes. Nadie en R’Frow puede aprender una forma nueva de pensar, una nueva forma de establecer una hipótesis.
Ayrys vaciló un momento. Pero sólo un momento.
—O quizá no deberías cambiar tu hipótesis sobre las mujeres porque ha funcionado tan bien. SuSu es la prueba de ello. ¿No eras tú uno de los honorables her-manos-guerreros que la han convertido en lo que es ahora?
De nuevo Dahar no dijo nada, y oyó sólo su pequeño jadeo en la oscuridad.
—¿La forzaste, Dahar? ¿Lo hiciste? Porque si tú forzaste a esa niña…
—¡Nunca he forzado a una mujer!
Ayrys estaba ahora en silencio. Dahar podía sentir su pensamiento, como un calor palpable subiendo en la oscuridad. Se sintió confuso, acalorado, avergonzado. Era evidente que Ayrys había convertido eso en un campo de batalla, o lo había hecho él, o ambos; pero Dahar no sabía cómo luchaba Ayrys, o para qué. Le parecía que ella se sentía «en casa» en este campo de batalla, segura en su terreno; tal vez había luchado en ese campo muchas veces… ramera. Dahar no podía adivinar, como sabía hacerlo con Belazir, qué diría ella a continuación. La parte objetiva de su mente se dio cuenta de que Ayrys era, en ese momento, más extraña para él que los geds.
—¿Has deseado alguna vez una mujer que se suponía que no debías desear? ¿Alguna vez has sentido un torbellino de deseo por una hermana-guerrera o una ciudadana?
Los muchachos que reían tontamente en el entrenamiento, la charla masculina en la sabana. Pero una mujer no sabía de esto, a menos que fuera una ramera…
—Respóndeme, Dahar, ¿alguna vez has mirado a una hermana-guerrera y la has deseado?
—¡Tú hablas de cosas que no comprendes!
Ayrys se echó a reír, desconcertándolo. Una fuerte risa de auténtica diversión.
—Jehane me dijo lo mismo en la sabana. Debe ser algo que enseñan vuestros maestros guerreros, ¿no?
Era así. Pero la risa de Ayrys, que sonaba como la burla de Tey, tornó su cólera más fría y fuerte. Y de ella…
Ayrys dejó de reír y susurró:
—Oh, Dahar, ni juegos, ni amor, ni sexo real… Oh, tontos estúpidos.
A través de la cólera y la confusión, Dahar oyó la auténtica tristeza de su voz, y cogió el pomo de la puerta antes de que ella pudiera alcanzarle.
—Déjame salir —dijo Ayrys, con una voz tan furiosa como la de él, lista para marchar si podía.
—No.
—¿Por qué no? ¿O te preparas para forzar a tu primera mujer? Ya no puedes usar a las rameras jelitas, ¿no es cierto, Dahar? ¿Cuánto tiempo hace? ¿Se ha puesto dura?
—¡Sólo las rameras hablan así!
—¿Por qué?
La pregunta le asustó. Pero en el momento en que la hizo (furiosa, acusadora) él vislumbró lo que su mente debía ver: aquella conversación sobre los temas del sexo no era diferente de la conversación sobre temas de la ciencia, y si él había sido capaz de dejar a un lado todo lo que sabía sobre curación, debía poder dejar también a un lado lo que pensaba sobre el sexo. Discutirlo, cambiarlo. Ayrys esperaba que él comprendiera que el ged le había traído la misma libertad de cuerpo que de mente. Había traído las dos.
Le sobrevino una extraña y súbita humillación, desagradable y un poco amarga. Ella le había visto más… más flexible, más capaz, con una visión de más largo alcance de la que en realidad tenía.
—Déjame volver a mi habitación —dijo Ayrys.
—No, por favor, Ayrys…
Ella captó el cambio en su voz. Durante bastante tiempo permanecieron inmóviles, sin poder verse mutuamente en la oscuridad.
Por fin Ayrys habló con voz despojada de todo enojo, amable:
—Yo te quiero. En Delysia lo decimos con esta franqueza. Pero yo ya no soy… delysiana. Y tú no eres un je-lita. Y después que vinieras aquella noche… Quiero irme. Déjame pasar.
—¿Por qué tienes miedo de mí? —dijo Dahar, antes de pensarlo.
—Lo tengo.
Aquello no tenía el más mínimo sentido. Frustrado, Dahar presionó el círculo anaranjado. Ayrys se sentó, con una mano acariciando el lacerado pulgar de la otra. Cuando estalló la luz, levantó la cabeza. Las lágrimas velaron sus ojos.
Él se arrodilló junto a su silla y ella torció el cuerpo para ponerle los brazos alrededor del cuerpo. Sus senos se apretaron contra el pecho de Dahar, y luego éste sintió la mano de ella en su pene, ya tieso.
Era un truco de ramera. La imagen de Ayrys con soldados delysianos surgió de nuevo en su mente, pero esta vez la apartó. Delysia, no. R’Frow. En el agotamiento y el dolor de la otra noche, él había hablado mejor de lo que sabía.
Pero en algún lugar en su interior, la imagen permanecía. Ayrys emitió un pequeño sonido entre risa y gemido, y trató de apartarlo.
—Dahar, si nos convertimos en amantes, pensarás de mí que soy una ramera y, si no, pensarás de mí que soy una persona odiosa.
Él sintió de pronto una súbita ansiedad, ansiedad y ternura, y un estallido de algo más que necesidad física. No lo comprendía. Pero en su repentina ansiedad, vio a Ayrys en la Sala de Enseñanza uniendo espirales de alambre a células eléctricas, tendiendo las manos a la ciencia ged con la misma ansiedad con que él extendía las suyas.
—No sé cómo tener sexo con una mujer que no es una ramera —dijo Dahar con voz áspera—. Te haré daño. Al final te haré daño.
Ayrys agitó la cabeza:
—Está bien: quiero que lo hagas.
Tampoco comprendía eso. Pero apartó la imagen de Kelovar, la levantó de la silla ged y la llevó hasta los almohadones esparcidos por el suelo de wrof.
La gente comenzó a desaparecer en el interior del Muro. Los árboles de R’Frow estaban inmóviles y polvorientos; ya no llovía desde la cúpula de wrof. Las flores silvestres no florecían. Los arbustos, más resistentes que las flores, no morían pero comenzaron a tener un aspecto un poco lacio y borroso. La hierba, más fuerte todavía, no crecía ni se marchitaba; se volvió puntiaguda y seca, cada hoja era un pequeño cuchillo.
Se extendió el pánico por la enfermedad de la piel. Bastantes humanos habían prestado suma atención en la Sala de Enseñanza para comprender que estas bacterias eran invisibles, y que, en consecuencia, podrían venir posiblemente de espíritus de la Isla de los Muertos. Pero los espíritus ocupaban una parte tan pequeña en Qom que la mayoría de los delysianos y los jelitas por igual se referían a la comezón no con superstición sino con escepticismo, con enojo y con temor. Parches de barro, ungüentos curativos, las medicinas de los sacerdotes-guerreros secretamente vendidas por unos pocos ciudadanos jelitas a unos pocos mercaderes delysianos: nada calmaba la comezón.
Un grupo de delysianos en un sendero de wrof. Una música, aún sosteniendo la flauta en la mano, es empujada hacia delante por manos que la tocan sólo brevemente. Ella da unos pasos tropezando, luego se vuelve para mirar piadosamente hacia atrás, el rostro blanco, con costras abiertas de nuevo y manchas rojas.
—Vete con los geds —dice alguien con seguridad—. Algunos están siempre en ese salón vacío.
—¡Pero está cerca de los jelitas!
—Vete con los geds.
—¡No me obliguéis! ¡No me… Ahmed! Tú y yo compartimos cerraduras; ¡no dejes que me envíen allí!
Ahmed mira fijamente al suelo y no dice nada. En la parte de atrás de su cuello, la carne sube y baja sobre el tebl.
—Vete ahora —grita de pronto un hombre delgado—. Podrías… Yo me senté a comer a tu lado ayer en el salón. Si… —Deja la frase sin terminar.
La música sujeta sus pies firmemente.
—No lo haré. No lo haré.
Se oyeron murmullos en el grupo. El ciudadano delgado se agacha y coge una piedra grande. Da un paso amenazante hacia delante, pero su voz tiene un toque plañidero, casi de disculpa,
—Entre todos podríamos conseguirlo.
La música no se mueve. El hombre da otro paso adelante. La música grita algo que ninguno oye claramente, se vuelve y corre hacia el salón vacío. Detrás de ella hay silencio. Entonces un soldado del grupo dice de pronto:
—Yo la seguiré. Cerca de ese salón es donde esos babosos atacaron a la sopladora de vidrio.
El soldado saca su tubo de perdigones y sigue a la música, caminando con el paso ligero del luchador entrenado. El grupo de delysianos se mueve en silencio en dirección al salón. Ahmed permanece donde está, con los puños apretados y la cabeza baja para ocultar la cara.
—El único caldo que se ha puesto transparente es el que tiene el ácido de fabricar vidrio de Ayrys —dijo Dahar con fatiga—. No ha sido ninguno de los que están en las drogas curativas, ni de los que están en las antitoxinas geds. Ninguno. —Miró hacia arriba desde la ampliadora, con la frustración en el rostro. La ampliadora estaba en el suelo y le llegaba a su cintura, un cubo gris oscuro, con la falta de ornamentos típicas de los geds, tan pesado que incluso Dahar no podía levantarlo. No se abría. Había uno solo.
—Déjame ver —dijo Creejin con voz tímida. No se aproximó a la ampliadora hasta que Dahar se hubo alejado, pero su voz perdió la timidez cuando habló de las antitoxinas—. El ácido come la piel como las llagas. Es inútil.
Ayrys, mientras preparaba más caldo para combatir la bacteria que no podían encontrar, dijo:
—Si diluimos el ácido con agua…
—Aún sería demasiado fuerte —opinó Creejin—. Es inútil.
—Nada sirve de nada —dijo Ilabor malhumorado.
—Eso no es verdad —dijo Tey—. Ahora sabemos lo que no funcionará. Esto es más de los que sabíamos antes. —Sonrió levemente, apoyándose contra una pared apartada.
El pequeño comerciante había pasado en la Sala de Enseñanza más tiempo que ninguno, excepto Dahar, y nunca había preparado un caldo, nunca había utilizado pus de las llagas de los humanos enfermos que venían a ver a los geds, nunca probó una antitoxina. Tey estaba simplemente allí, holgazaneando, observando, pensó Ayrys. Ella no creía que Tey estaba realmente interesado en la extraña nueva forma ged de pensamiento que era la experimentación sistemática, y se había preguntado por qué estaba presente tan a menudo, hasta que se dio cuenta de que una enfermedad nacida en R’Frow no se quedaría allí cuando terminara el año. A menos que todos los humanos enfermos fueran totalmente curados, llevarían las bacterias a Delysia y a Jela. Una cura se convertiría en una actividad provechosa.
—¿Qué sucedería —dijo Creejin— si diluyéramos el ácido lo suficiente para que no dañe la piel viva de forma permanente? ¿Cuánto…? —Buscó a tientas, siguiendo su idea—. ¿Cuánto ácido es demasiado?
Dahar dijo pensativamente:
—Pero, ¿cómo podríamos probarlo? Podemos probar cuánto daño hace el ácido a las bacterias, pero no podemos determinar la disolución a menos que lo pongamos sobre la piel.
—Yo pensaba que ésa era la clase de cosa que daba reputación a los guerreros-sacerdotes —dijo Tey con su voz musical.
Dahar se ruborizó. Ayrys vio la mano que se dirigía hacia sus armas, como si fuera por sí misma, y el esfuerzo por detenerla. Dahar apretó la mandíbula y echó un vistazo a Grax. Éste le devolvió la mirada con su calma e inmóvil contemplación, y la rígida línea de la mandíbula de Dahar se relajó un poco.
—Hemos probado todas las medicinas y todas las antitoxinas —dijo Ayrys— pero no hemos intentado mezclarlas. Ésta es una bacteria nueva para Qom y también para los geds; quizá necesita una nueva combinación de… cosas para atacarla.
—Hemos probado decenas y decenas de medicinas y doce antitoxinas —dijo Creejin—, y hacer todas las mezclas posibles, en cada proporción posible…
—Pero una podría funcionar —dijo Dahar pensativamente. Sus oscuros ojos perdieron la expresión de cansancio.
Lahab, tallando lentes al otro lado de la habitación, miró hacia arriba y dijo con voz tranquila y profunda:
—Ya no nos queda pus. Se ha usado toda.
Ilabor resopló:
—No hay escasez de tejido enfermo.
—Grax, ¿puedes traernos más de los… los pacientes de dentro del Muro? —dijo Creejin.
—Sí.
Sí. Ayrys volvió su silla hacia Grax para ver su rostro.
—Pero Grax, tú me dijiste ayer que los humanos del interior del Muro no sufren. Dijiste que están en estasis, como cuando nos ponemos a dormir, o como mi pierna, y que así ellos no sienten la comezón. Si están en estasis, ¿cómo pueden sus llagas emitir más pus?
La habitación se quedó en silencio.
La expresión de Grax se hizo más atenta. Finalmente dijo:
—No has comprendido la explicación que os di sobre la estasis. Os dije que no teníais todavía los conceptos necesarios para comprender la idea de la estasis. Hay muchas clases de ella. La estasis de sueño frío, la que tuviste en el perímetro, no es la misma que la que está alrededor de tu pierna. Ésa no es tan completa. Piensa, Ayrys, tu hueso continúa creciendo aunque más lentamente. Si no lo hiciera, la estasis sería inútil para curarte. En la misma forma, los humanos dentro del Muro continúan rezumando pus. Pero no sienten la comezón. Tú no sientes dolor en tu pierna; a ellos no les pica.
De nuevo la habitación quedó en silencio. Con voz alta en medio del silencio, Ayrys oyó la pregunta que Grax no había formulado: ¿Por qué piensas que yo te mentiría?
Ayrys echó una mirada a Creejin, a Ilabor, a Tey. En sus rostros estaba la misma pregunta.
Y no tenía respuesta.
Finalmente miró a Dahar. Él la contempló con sorpresa. Mientras ella observaba, sus negros ojos se tornaban más duros y pequeños.
Un salón de ciudadanos jelitas. Dentro, un dormitorio. Un hombre muy delgado, ya no joven, está sentado con la cabeza hundida en sus manos, oyendo los puntapiés sobre la puerta. Al lado de él hay siete cuencos de wrof llenos de agua, una gran escudilla de guiso ged, ahora frío. En el rincón hay un cuenco usado como escupidera, el olor a humedad del fango del lecho de la corriente.
Los golpes sobre la puerta continúan. El hombre mira hacia arriba; su rostro y sus antebrazos están cubiertos con manchas rojas. Se rasca frenéticamente, hace un esfuerzo por detenerse pero no puede. Sus uñas se clavan en su rostro y en su cuello hasta que sangran.
De pronto, los puntapiés se detienen. El ciudadano aspira profundamente contemplando la puerta, pero la cerradura no se abre. Nadie viene a por él. Mientras no trate de salir, la puerta permanecerá cerrada.
Mira fijamente a los siete cuencos de agua y a la gran escudilla de comida hasta que la comezón empieza de nuevo.
—No lo comprendo —dijo Dahar—, ¿por qué ninguna de las antitoxinas funciona? No lo comprendo.
Ayrys no contestó. Se sentía con sueño, hastiada y sin ganas de conversar. Yacían en la habitación de Dahar, en la oscuridad. Él, tumbado a lo largo sobre su espalda, y ella, enroscada al lado de él con el pulgar rastreando círculos perezosos sobre su pecho. En un rincón de su mente, más sensación que pensamiento, rondaba el recuerdo del pecho de Kelovar, el cabello creciendo en finos y en gruesos remolinos. La mandíbula de Ayrys se puso tensa. No habría recordado a Kelovar salvo por la sospecha indiscutible de que Dahar lo hacía.
—Debe de ser porque las bacterias son tan pequeñas —dijo Dahar—, demasiado pequeñas para poder verlas. Si las antitoxinas matan, todas las demás clases de bacterias salvo éstas…
—Eso no lo sabemos —dijo Ayrys.
—Nosotros no lo sabemos. Pero Grax dijo que ésta es la única bacteria que ha visto que no es afectada por alguna de las antitoxinas. Y, ciertamente, es demasiado pequeña para poder verla. ¿Están esas dos cosas relacionadas? ¿Cómo?
—Quizá no sea una bacteria —dijo Ayrys por decir algo. Pero cuando lo hubo dicho, la idea la atrapó. Dejó de buscar el círculo sobre el pecho de Dahar—. ¿Cómo sabemos si es una bacteria?
—¿Qué otra cosa podría ser?
—No lo sé. Pero seis decaciclos atrás todavía no sabíamos nada de bacterias. ¿Por qué no podría ser alguna otra cosa de la que nunca hemos oído hablar?
—Grax lo habría sabido. Nos lo habría dicho.
Ayrys quedó silenciosa por un momento. Entonces dijo muy cuidadosamente, buscando las palabras que no abrieran otra brecha entre ellos:
—Grax dijo que los geds nunca habían visto ninguna bacteria que no pudiera ser eliminada con las antitoxinas geds. Quizás es algo humano. Los geds no tienen esta enfermedad, sea lo que fuere. Sólo los humanos la tienen.
Ella podía notar cómo Dahar pensaba en la oscuridad y tanteó en busca de su mano. Se cogió a la suya sin titubeo ni reserva, y algo doloroso golpeó en el pecho de Ayrys. Siempre era igual.
Cuando sus cuerpos se unían había un retroceso por parte de Dahar, una torpeza que nada tenía que ver con el fuerte placer que el sexo les proporcionaba a ambos. Él la deseaba, la acariciaba, la complacía, pero Ayrys nunca le había preguntado qué pensaba mientras hacía eso. No lo quería saber.
Pero no había retroceso, ni duda, ni confusión, cuando hablaban de la ciencia ged. Las extrañas palabras no sonaban extrañas en la garganta de cada uno de ellos. Sentían placer al seguir los rápidos vuelos de la mente del otro, placer que a menudo ascendía otra vez hasta la pasión, y luego Dahar se ponía nuevamente en guardia, con la boca cerrándose sobre el pecho de ella con una violencia que Ayrys sospechaba que no era del todo consciente; y ella tenía miedo de decirle que le gustaba, porque eso también podía ser lo que los hermanos-guerreros jelitas esperaban de las rameras.
No hablaban de ello. Ayrys recordaba a Jehane diciendo: «Hablas de cosas que no entiendes», y apretaba los puños acostada al lado de Dahar en la oscuridad.
—Pero incluso si no es una bacteria —dijo Dahar—, si es otra cosa, ¿por qué no podemos verla en la ampliadora?
—Quizá sea demasiado pequeña.
—Podemos ver partes de células, incluso las células más pequeñas. Tendría que ser incluso más pequeña que las partes de las células más pequeñas y entonces, ¿cómo podría vivir?
—No lo sé —admitió Ayrys—. Pero Grax dijo que ésa era otra razón para las mascarillas de respiración geds; para protegerles de los microorganismos humanos.
—Pero tendrían que ser más pequeñas que cualquier microorganismo que los geds conozcan —arguyó Dahar, tanto para sí como para ella—. Más pequeñas incluso que trozos de células.
—¿Por qué no podría ser?
—No lo sé.
—¿Un microorganismo diferente de las bacterias, desconocido por los geds, demasiado pequeño para verlo en la ampliadora? —Ayrys podía imaginarlo frunciendo el entrecejo en la oscuridad—. Pero si fuera tan pequeña, si una célula tan pequeña pudiera existir… Pero no podría, a menos que dejara partes de ella afuera.
—¿Qué pasaría si tú dejaras afuera lo que la célula no necesitara? ¿Qué tendrías?
—Pero si la célula no lo necesitara, no estaría allí. Grax es claro en ese punto.
—¿Podría no ser una célula?
—Todas las cosas vivientes son células. Los geds no han encontrado nunca nada vivo que no lo fuera.
—Sí… sí… —Ayrys tanteó buscando la imagen que quería, pero no pudo encontrarla—. Si no es una célula y no tiene partes lo mismo que una célula… No lo sé, Dahar. Simplemente, no sabemos lo suficiente.
—No.
—¿Pero no hay ninguna cosa viviente tan pequeña que no se pueda ver con la ampliadora? ¿La conoce Grax?
Cuando él respondió, su voz era un poco forzada.
—Sólo la doble hélice.
—Pero la doble hélice no podría vivir… desnuda. Sin el resto de la célula.
—No. Grax dice que no.
Ayrys no respondió. No había razón para dudar de Grax. Si había otros microorganismos más pequeños, él se lo habría dicho. Todo lo que los geds les habían dicho había sido probado una y otra vez como cierto. No había razón para dudar de Grax.
Pero Dahar notaba la duda de Ayrys, y ella lo sentía a él ponerse ligeramente rígido a su lado. Cuidadosamente, como si manipulara vidrio demasiado ardiente, Ayrys sacó su mano de entre las de él, sin tocarlo mientras hablaba.
—Dahar, ¿qué ocurrirá cuando haya terminado el año en R’Frow? R’Frow está muriendo. Yo no puedo regresar a Delysia, a Embry… —Vaciló un momento y luego apartó el dolor que disminuía pero que nunca se detenía del todo—. Y tú no puedes regresar a Jela como guerrero. ¿Regresarás como ciudadano?
Sin mí. No podía decirlo.
—Quizá no termine el año.
Él parecía estar recuperándose en la oscuridad. Incluso sin tocarlo, Ayrys sintió la tensión de sus músculos y el momento de su liberación saltando como una chispa entre ellos. Él sabía algo más. Había decidido decírselo a ella.
—Grax y el ged son de otra estrella. Los geds regresarán a ella, a través del espacio en su… nave estelar. Hoy le he preguntado a Grax si planean regresar alguna vez a Qom, y me ha dicho que sí, dentro de uno o dos años. Nosotros, tú y yo, Ayrys, podemos disponer de uno o dos años.
—Disponer… —Ni siquiera podía repetirlo. Se sentó tambaleándose en la habitación cerrada y sin ventanas y sintió como si estuviera cayendo interminablemente a través de la oscuridad dentro de los muros. Nave estelar… Ayrys emitió un sonido muy pequeño, estrangulado y carente de significado. Un gorgoteo.
Al instante Dahar colocó la mano en la boca de ella.
—No digas nada, Ayrys. No ahora, todavía no. Quizá no podamos hacer la elección. Los geds pueden decir que no cuando se lo pidamos, y por ahora, durante el tiempo que queda en R’Frow, lo que importa es aprender toda la ciencia que podamos de modo que si eso es todo lo que alguna vez… no digas nada ahora. Tu niña en Delysia… No digas nada ahora. —Al instante añadió inexorable—: No hay razón para rechazar una opción que quizá no tengamos jamás.
Puso los brazos alrededor de ella y en lo súbito del movimiento, Ayrys vio en su abrazo más de lo que él pensaba que podía ganar o retener.
—Te amo —dijo él con la torpeza de un muchacho.
La alegría surgió en ella como agua de la roca, inmediatamente enturbiada por lo que dijo a continuación.
—¿Hay alguien más…? ¿Soy el único que tiene la cerradura para tu habitación en este salón además de SuSu?
Ayrys pasó de la sorpresa al enojo.
—El único… por supuesto que tú eres el único con la cerradura. ¿Crees que hay un desfile constante de soldados por la Sala de Enseñanza hasta mi habitación? ¿Crees que porque soy (era) delysiana, que…? ¡Mierda de kree!
Él permaneció en silencio un momento, con los brazos aún alrededor de ella, Ayrys era miserablemente consciente de que la palabrota lo había aprendido de Kelovar.
—¿Por qué estás enfadada? —dijo Dahar—. Me dijiste que los hombres y las mujeres delysianos conversan abiertamente sobre el sexo.
Dahar no comprendía. Ayrys vio el abismo entre ellos y trató de controlar su enojo.
—Sí, Dahar, pero cuando las hermanas-guerreras se acuestan con hombres y tienen niños, ¿lo hacen con gran cantidad de hombres? ¿Con docenas?
—No.
—Tampoco las mujeres soldados ni las ciudadanas delysianas. Y especialmente cuando hay… amor.
—Las madres guerreras normalmente sólo aman a sus hermanas, a pesar de acostarse con hermanos-guerreros.
Ayrys no había sido consciente de eso.
—¿Siguen teniendo también relaciones sexuales con sus hermanas?
—Por supuesto.
—¿Tanto con hombres como con mujeres?
—¿Por qué no? Una vez se retiran de los núcleos de lucha, no hay razón para no hacerlo.
Ayrys trató de imaginarse toda una vida de acostarse con mujeres por el bien de los votos de los guerreros, seguido por relaciones sexuales con hombres para tener hijos, y con mujeres para el amor. No podía imaginarlo. Pero un nuevo pensamiento vino a su mente. Tranquilamente dijo:
—¿Tú preferirías que yo me acostara con mujeres en lugar de hacerlo con hombres?
—Por supuesto.
Por supuesto.
Ayrys notó que él se daba cuenta como ella de la magnitud del abismo entre ambos y de las corrientes oscuras en el fondo. Entonces, con una voz que de pronto le recordó a Jehane: el mismo rechazo a ser dejada de lado, la misma determinación de apartar todos los obstáculos, él dijo:
—Todo eso ha terminado. Delysianos, jelitas, todos somos exiliados y nadie puede retenernos. Esto es R’Frow. El resto se ha acabado, los hermanos-guerreros… Kelovar, los kreedogs… todo eso ha terminado. Tú y yo hemos terminado con ellos.
Había dado la espalda al abismo, a las corrientes. En la Sala de Enseñanza no se le escapaba nada. Captaba complejidades que ningún otro podía ver; aquí la misma mente rehusaba toda complejidad, toda la oscuridad y los lugares sombríos. Ayrys trató de no verlo tampoco. La mano de él acariciaba sus pechos; ella lo atrajo hacia sí en la oscuridad y la boca de él bajó hambrienta sobre la de ella.
—Mátala —dijo Belazir.
La soldado delysiana atada contempló a la suprema comandante jelita. No mostró temor, sólo el desafío llameante con el que los guerreros menos imaginativos encontraban la muerte. Aquellos demasiado jóvenes para haber captado que los luchadores muertos no ganan ninguna batalla. La soldado levantó la barbilla y sus ojos llamearon con odio. Tal estupidez juvenil merecía desdén y lástima, Pero a Belazir no le quedaba ninguna de las dos cosas. Como todo lo demás, esas sensaciones se habían ahogado en fatigosa vergüenza.
Los kreedogs formaban dos líneas por encima de la soldado atada, y la boca de Khalid dibujaba una línea dura; el rostro de Sancur se había vuelto gris e Ishaq y Syl estaban rígidos y en silencio. Sólo los ojos de Kelovar ardían.
Ishaq dio un paso adelante, cogió el cabello de la soldado y tiró su cabeza hacia atrás para exponer el cuello. Puso el tubo de perdigones contra la piel de la que había desaparecido hacía mucho tiempo todo el tostado del sol. El tubo golpeó el cuerpo y lo empujó hacia atrás, arrancando el cabello de la mano de Ishaq. La soldado hizo un gorgoteo una vez, luego se acostó sobre su espalda en la hierba con los ojos abiertos a las oscuras nubes.
Belazir había cometido el deshonor de irse de la ejecución que debería haber observado impasible. No había ninguna razón. Esta odiada alianza se suponía que terminaría las hostilidades entre jelitas y delysianos; en lugar de ello les había sumergido en más sangre. Belazir era una luchadora; la sangre no le molestaba. Pero no en esta forma, en una fastidiosa pasividad.
—Lo que ha sido dado, ha sido devuelto —dijo Ishaq rudamente. Nadie respondió.
Jehane irrumpió en su habitación y arrojó la trespelota a un rincón: golpeó la pared ruidosamente y rodó a través del suelo de wrof.
—Idiotas, cerebros de serrín, idiotas piojos kree. Nuestras queridas hermanas han olvidado por qué hemos venido aquí, dormitan en el patio de prácticas, charlan como rameras y engordan como ciudadanas… no, aún más. ¡Puag! La mayoría no podría capturar un chico delysiano armado con una ramita. Todas necesitarían que Belazir ordene que les den una buena cantidad de azotes. Te lo digo, Talot, desde que esa cháchara en la Sala de Enseñanza terminó hace un decaciclo… ¿Talot?
Talot estaba sentada en un rincón de la habitación con las piernas dobladas sobre su pecho y la frente descansando sobre las rodillas. Incluso antes de que levantara la cabeza, Jehane se dio cuenta. Una frialdad real como hielo se deslizó por su espalda.
—Talot. Tienes las manchas.
Talot asintió. El movimiento provocó un ataque de violento prurito. Se rascó el cuello, las rodillas, otra vez el cuello, los brazos. Había lágrimas de vergüenza en sus ojos; se rascaba entre los muslos, estremeciéndose violentamente. Sobre la barbilla y junto a las orejas se desparramaban en forma irregular las rojas manchas que sangraban tras rascarse con las uñas.
—¿Desde cuándo? —preguntó Jehane.
—Desde anoche. No quería que lo supieras.
—Por supuesto que tenía que saberlo. ¿Mucho dolor?
—Peor que cualquier azote. Y no se detiene. No te acerques.
»No seas estúpida. —Jehane cruzó la habitación, pero Talot se puso de pie con el cuchillo ged en la mano.
—Lo digo en serio. No te acerques. No quiero que te contagies.
—No me contagiaré. Y si me ocurriera, no sería tan malo como lo tuyo. Dicen en los salones que cuanto más suave es la piel, tanto peor es la enfermedad. —Se calló. Era una estupidez decir eso. El temor y el amor la irritaban, volviéndola furiosa.
—No seas estúpida, Talot, no me voy a contagiar. Badr pilló la enfermedad pronto y su amante, Safiya, nunca se contagió. Y ese hermano-guerrero, ¿cuál es su nombre?, escondió a su hermano de círculo en su habitación, cerca de un decaciclo. Estuvieron juntos todo ese tiempo y nunca contrajo la enfermedad.
Talot se agarró a las palabras de Jehane como un kreedog a un hueso. A Jehane le dolía verla.
—Entonces tal vez podría… no quiero ir a los geds, Jehane: ninguno de los humanos que han ido al interior del Muro ha salido todavía. Fui al Muro una vez, para entrar en R’Frow, pero eso fue antes de que tú aparecieras, y yo era diferente entonces. Yo era… —Su voz decayó de pronto—. Era más fuerte.
Jehane sintió una punzada en la garganta, y puso un gesto fiero. Era cierto. Talot era más débil ahora, como si algo dentro de ella se hubiera aplastado con su participación en la muerte de Jallaludin, con todo el vergonzoso nacimiento de los kreedogs en el comando de Belazir donde ni ese nacimiento ni esa vergüenza debían haber sobrevenido nunca. Pero la debilidad de Talot no hizo que Jehane la despreciara como debía haberlo hecho; hizo a Talot más querida, y también eso era una vergüenza, y un misterio en este lugar de misterios. ¡Puag! ¿Cuándo terminaría este interminable pensamiento?
—No tienes que ir con los geds, Talot. No tienes que ir. Traeré un guerrero-sacerdote… No temas, amor.
Talot había comenzado de nuevo a rascarse con violencia. Se arañaba con ambas manos, y después de sus arañazos aparecían ronchas sangrantes. Cuando había pasado lo peor, dijo torpemente:
—No me dejes, Jehane.
—Nunca.
Jehane trajo una guerrera-sacerdote, la misma que había atendido a Ayrys. La joven curadora agachó la cabeza y no le miró directamente.
—No hay ninguna medicina que pueda darte.
—Le diste algo a aquel delysiano para ayudarlo, pero en cambio por una de las nuestras te quedas ahí parada, sacudiendo la cabeza como una…
La guerrera-sacerdote dijo agriamente:
—Si tuviera algo para curar la enfermedad se lo daría. Pero no lo tengo. Si no va con los geds, no hay nada. A menos que…
—¿A menos que qué? —dijo Jehane.
La guerrera-sacerdote titubeó.
—Se rumorea en el patio que están fabricando una medicina nueva en la Sala de Enseñanza. Los geds y aquellos seis. —Su boca se endureció. El teniente primero expulsado, la doble hélice desgarrada de su hombro; estaba entre los seis—. Puedes preguntarles por la medicina si quieres. Aunque creo que será una pérdida de tiempo.
—¿Por qué?
—¿Qué saben los monstruos de la estrella y los delysianos de curar? Cuerpos extraños y traición. Y no toda la traición viene de los delysianos.
La guerrera-sacerdote se marchó. Jehane golpeó la puerta tras ella, asqueroso azul y rojo, esas historias de que bebían sangre eran probablemente ciertas, y se volvió para arrodillarse al lado de Talot con tanta suavidad como le permitían sus agitados músculos.
—No te acerques más, Jehane.
—Por todos los… No me acercaré. Escucha, Talot. Tengo servicio de guardia esta noche, pero estaré de regreso después de mi turno. No te dejaré, no dejaré que nadie te lleve al interior del Muro. Quédate aquí y mantén la puerta cerrada con llave.
—No puedo. No puedo, Jehane… en el interior del Muro, siempre cerrado, sin siquiera una ventana, un día tras otro hasta que la enfermedad se vaya…
Ambas eran guerreras, acostumbradas a duros ejercicios y al vacío de la sabana o del desierto; Jehane comprendió.
—Entonces corre solamente de noche, muévete rápida, no toques a nadie y mantente cerca del Muro.
—Lo haré.
—Te amo, Talot. —Y Talot hizo un ruido como de ahogo.
—¿Aún en este estado?
—En cualquier forma. Permaneceremos juntas, no importa cómo.
—Sí —dijo Talot.
Pero la horrible comezón había vuelto de nuevo, y Jehane tenía que hacer de centinela. Se deslizó por la escalera con la expresión tan ceñuda que ninguna hermana-guerrera se atrevió a hablarle. Nunca la guardia le había parecido tan larga. A medida que transcurría lentamente, a Jehane le pareció que era una pesada carga. Las imágenes se sucedían en su mente implacablemente: Talot levantando la cabeza llena de manchas de sus rodillas; el blanco rostro de Ayrys mientras trataba de luchar contra sus atacantes con muy poca habilidad; los extraños rostros de los geds, monstruos con tres ojos; el cabello rojo de Talot soltándose sobre la cara. De pronto, algo se agitó a través de la maleza a su derecha.
Jehane levantó el tubo de perdigones en una mano, con el cuchillo dispuesto en la otra, y se puso tensa. La forma se acercó rompiendo ramas indiscriminadamente, cerca del suelo, hasta que se mostró y se tambaleó sobre el sendero de wrof, no lejos de donde Jehane estaba tendida. Era un kreedog, apenas un cachorro con manchones peludos. Jehane lo observó con sorpresa; después de tanta caza, pensaba que ya no quedaban en R’Frow. ¿Y qué oscurofrío hacía éste? Se retorció agitadamente sobre el sendero, destrozando su propio lomo con colmillos baboseantes. Rodó como una roca una y otra vez. Barrió su cara con las dos garras delanteras, silenciosamente, un tormento sin duda pero sin el alivio de un aullido. Rápidamente, Jehane consideró el aire que corría entre ellos, las ramas que podrían desviar sus perdigones, el riesgo de que el kreedog la husmeara…
Pero no mostró conciencia de su olor y finalmente Jehane comprendió.
Apuntó como pudo y disparó el tubo ged. La pequeña bola rompió la cabeza del animal, que aulló con una nota simple y estremecedora que resonó en la cúpula oscura, y que parecía continuar, nota y eco, para siempre.
Jehane esperó un buen rato para dejarse ver; era posible que el kreedog hubiera sido un cebo del enemigo, y aún más posible que el aullido atrajera a algún humano. Pero finalmente el tedio sobrepasó a la cautela y se deslizó sobre el sendero con el cuchillo en la mano para examinar el cuerpo. Tenía que saber.
Incluso en la media penumbra gris pudo ver que el kreedog era hembra. La piel de su vientre gris, donde había poco pelo, estaba manchada con llagas abiertas. ¿Desde cuándo? Los humanos tenían la enfermedad hacía más de cien días, casi tres decaciclos; casi perdía el hábito de pensar en ciclos aquí en R’Frow donde no había ninguno. ¿Tanto había durado la caza? Pero difícilmente quedaba algo de caza en R’Frow. De hecho, Jehane hubiera jurado que no quedaban kreedogs. Éste era tan delgado que sus flancos sobresalían en nudos huesudos. ¿No podía encontrar nada que comer? ¿O estaba tan enloquecido por la comezón que no había cazado siquiera a los perezosos ciudadanos delysianos? ¿O la enfermedad mataba el apetito? Jehane se estremeció. Talot…
Pero ella no podía seguir aquí de pie, ofreciendo un blanco tan fácil… estúpida, estúpida. De nuevo Jehane se escondió y deseó convertirse en parte de la red de vigilancia, inmóvil y ligeramente en trance. Una alteración voluntaria del tiempo que le permitiera permanecer naturalmente alerta, incluso mientras su mente vagaba demasiado por el aburrimiento.
Pero esta noche no podía mantener el trance de guerrero. La mente saltaba construyendo imagen tras imagen: Talot que levantaba la cabeza llena de manchas sobre las rodillas; el rostro blanco de Ayrys mientras trataba de luchar contra sus atacantes; las extrañas caras de los geds, esos monstruos con tres ojos… más allá, el cuerpo del kreedog yacía pesado y enfermo sobre el sendero del wrof.
Por primera vez en la vida le abandonó la noción del tiempo, propio de una guerrera. Ahora era incapaz de calcular cuánto le quedaba de la interminable guardia, cuánto ya había transcurrido. Una y otra vez pensó que oía la señal acústica de su relevo. Pero cuando llegó efectivamente la señal, ni la oyó, y tenía ya el cuchillo desenvainado cuando los ultrajados hermanos-guerreros llegaron a su lado.
Era casi por la mañana. La media penumbra gris brilló lentamente filtrándose en la cúpula a través de árboles endebles. Jehane corrió por los senderos dentro de la red exterior, sin apenas detenerse para dar las señales a los guerreros de la red interior. Se lanzó dentro del salón y subió la escalera —más rápido, más rápido—, hundió la llave dentro de la cerradura y abrió la puerta. Su mano golpeó sobre el círculo anaranjado cubierto para iluminar la habitación.
La luz no mostró nada. Talot se había ido.
Dahar se inclinó contra la pared y cerró los ojos. No se atrevía a frotárselos; no se había limpiado todavía. El tiempo en que no conocía nada de desinfectantes parecía lejano y doloroso, una parte de aquella otra vida como sacerdote-guerrero. Dahar pensó que debía lavarse inmediatamente antes de que se quedara dormido de pie, pero por el momento estaba demasiado cansado para moverse.
Durante veinte horas, incluso mucho después de que los demás se hubieran ido a dormir, había seguido inclinado sobre una ampliadora y las muestras. Para nada. Ninguna mezcla de antitoxinas, de drogas o de antitoxinas había detenido al crecimiento de las bacterias que no podían ser vistas pero que debían estar allí porque se convertían en soluciones de pus turbias y enloquecían a los kreedogs.
La habitación, llena de aparatos, olía a pus, a desinfectante, a un kreedog disecado, a las cuatro manos que habían trabajado allí. Ilabor ya no iba a la Sala de Enseñanza; Tey nunca trabajaba.
Dahar se acercó hasta la mesa de suelo que cuando Grax estaba solo en la habitación se había convertido en una fuente hecha con wrof. El agua fluía incesantemente de un lado al otro. Ayrys se había sentido fascinada y había comenzado inmediatamente a construir una versión más imperfecta de la fuente artificial usando herramientas y materiales que no procedieran de la ciencia ged. Alternaba aquello y la búsqueda de una antitoxina, como Lahab alternaba la investigación y sus lentes.
La investigación que había fracasado. No había forma de detener el crecimiento de las bacterias.
No había nada que pudieran hacer.
Dahar estaba demasiado exhausto para caminar alrededor del círculo otra vez. Ayrys se había ido hacía tiempo a su habitación, esperando hasta que el corredor estuviera tranquilo, segura detrás de la puerta y del conocimiento de que en R’Frow nadie podía saber detrás de qué puerta estaba ella. Ahora estaría dormida. Dahar pensó en ella, yaciendo acurrucada sobre los cojines, con esa lenta ternura que aún podía aturdirlo de deseo, aunque no esta noche. Estaba demasiado cansado.
Si las bacterias eran bacterias, las antitoxinas deberían tener algún efecto en su crecimiento.
No se trataba de bacterias.
No había ninguna otra cosa que pudieran ser.
Muros, pensó Dahar. Los de nuestra propia ignorancia. No entendemos nada, nunca entenderemos nada. Al lado de los geds somos bárbaros. Pero los geds tampoco entendían lo no-bacteria.
Quería tenderse y dormir sin tener que tantear a lo largo del corredor hasta su habitación, pero también quería acostarse al lado de Ayrys. Fatigosamente cruzó la puerta, el guerrero que había en él se detuvo; antes de abrirla sacó un cuchillo y automáticamente adoptó la mejor posición para una defensa repentina.
En el corredor, SuSu dormía acurrucada contra la entrada.
SuSu tenía acceso a la habitación de Ayrys y normalmente dormía allí, pero nunca iba allí a menos que Ayrys estuviera encerrada tras la puerta de Dahar.
Si SuSu quedaba encerrada afuera de la Sala de Enseñanza mientras Ayrys estaba en ella, simplemente se acurrucaba en el corredor hasta que alguien abría la puerta. Esta noche SuSu debía de haber pensado que Ayrys aún estaba dentro y se había quedado dormida allí. Dahar se detuvo junto a la pequeña muchacha cuyo delicado rostro se veía suavizado por el sueño. Dahar había pasado varios decaciclos tratando de no verla. Nunca forcé a una mujer, le había dicho a Ayrys, pero la verdad era que ahora, después de las noches con Ayrys (esas noches de sexo, de conversación, de aquella extraña y aturdidora ternura), el recuerdo de usar rameras incluía el de usar la fuerza, aunque Dahar no recordaba que R’Frow hubiera gritado nunca. Dahar sonrió sardónicamente… como si no hubiera sabido que la fuerza no pudiera hacerse en silencio.
No quería dejarla desprotegida en el corredor. Se la veía tan pequeña… Pero si la tocaba, SuSu se convertiría en un animal furioso y estaba demasiado exhausto para eso. Además, descubrió que no quería tocarla.
¿Porque SuSu era jelita? Nunca había notado lo mucho de niña que aún tenía SuSu hasta que Ayrys se lo señaló. ¿Porque cuando Dahar la había usado le recordaba a Ayrys con el soldado delysiano que le había dado una niña sólo algo más pequeña que SuSu?
No importaba. Tales distinciones eran estúpidas. No estaban en Jela ni en Delysia. Estaban en R’Frow. En R’Frow esta muchacha pasaba los días con Ayrys y los geds. Estaban en R’Frow.
Se aferró a eso.
Dahar se inclinó y levantó a SuSu tratando de no despertarla. No pesaba nada. Dahar no la quería en su habitación. La llevaba a lo largo del corredor hacia Ayrys.
SuSu se había despertado y yacía en sus brazos mirándolo.
La mirada penetró su agotamiento y se arrastró a lo largo de su mente.
Podría haber esperado una mirada de locura, pero esto no era locura, ni furia, ni temor. Sentía que ésta era la mirada que esperaba ver en los tres ojos de los monstruos de otra estrella, y que nunca había visto: la ciega enemistad de un ser hacia otro ser que consideraba totalmente extraño. Una situación en la que ninguna tregua ni conversación era posible. Había visto ojos como ésos aparecer en la oscuridad detrás de un fuego de campamento, en el frío y el hambre de la sabana.
Con escalofríos, Dahar colocó a SuSu a sus pies. Ella dio la vuelta a la esquina del corredor con el negro cabello suelto como un látigo detrás de ella.
El primer contacto con Ayrys, tendida sobre los cojines pero despertando tan pronto como él se agachó a su lado, convirtió en mentira su falta de deseo. Esto también era deseo —extraño, perturbador—, esta súbita y violenta necesidad de abrazarla contra él y verter su agotamiento y desánimo en el oído de una mujer. No obstante, Dahar tuvo un repentino recuerdo vivo, como no lo había tenido cuando transportaba a SuSu, del pequeño cuerpo desnudo tensándose debajo de él. Recordando a SuSu, tocando a Ayrys, Dahar se encontró súbitamente excitado, completamente aturdido.
—Dahar —dijo Ayrys con placer en la voz. Volvió su rostro y le besó en la oscuridad.
Su boca estaba cálida. La boca de Ayrys, los ojos de SuSu… la cosa que había visto en los ojos de SuSu, primitiva y violenta… Dahar rodó sobre Ayrys y apretó su boca fuertemente sobre la de Ayrys. Demasiado fuerte, más fuerza de la necesaria. También esta sensación procedía de la mirada en los ojos de SuSu y de las horas agotadoras de fracaso e incapacidad en la Sala de Enseñanza. Debajo de él, Ayrys no era tan fuerte como una hermana-guerrera; tenía las costillas frágiles y delicadas, lo bastante para que si Dahar no controlaba sus fuerzas, podía fácilmente quebrarlas con las manos desnudas…
Ayrys retiró la boca de la de él, jadeando.
—Dahar… —Dahar se dio cuenta con horror de que había olvidado qué mujer estaba debajo de él y lo que estaba haciendo. De pronto la dejó ir.
—Ayrys…, lo siento.
Tanteó con la mano en busca del círculo anaranjado hasta que lo encontró. Ayrys se sentó, parpadeando en la luz súbita. Se la veía ruborizada pero no atemorizada.
—¿Qué ha ocurrido?
—Quería lastimarte. Yo quería… ¡No podría lastimarte, Ayrys!
—¡No! —dijo Ayrys suavemente. Y luego—: Sí…
Se miraron súbitamente cansados. Después de un rato, Ayrys dijo lentamente:
—Te observé en la Sala de Enseñanza, la primera vez que Grax trajo la pequeña ampliadora. Ciclos y ciclos atrás. Tomaste una muestra de célula del interior de tu mejilla raspándola con tu cuchillo. El cuchillo estaba muy afilado y te cortaste la boca…
Cansancio, fracaso, la cosa que Dahar habían percibido en los ojos de SuSu, todo se mezclaba en la mente de Dahar. Cogió la muñeca izquierda de Ayrys y giró su mano llevando la palma hacia arriba, hacia la luz. En la base del pulgar y a través de la parte inferior de la mano corría un laberinto de cicatrices, blancos lomos como pequeños gusanos.
—El vidrio que tú moliste con la mano era el vidrio que te exilió de Delysia, la doble hélice, ¿no, Ayrys?
—Sí.
—La doble hélice. ¿Por qué?
—Porque había perdido a Embry. Porque lo había perdido… todo. Delysia, Embry, la fabricación del vidrio.
—Así que deliberadamente te hiciste violencia a ti misma.
—Sí. Lastimarme me lo hizo más soportable… no me mires en esa forma. No sé —dijo Ayrys con demasiada fuerza. Debajo de la fuerza, el temor asomaba claramente. Ambos vieron lo que había en el sendero más adelante; había estado allí desde la primera noche que se habían acostado juntos.
—Te cortaste los músculos y los nervios en tu mano —dijo Dahar—. Volviste tu violencia contra ti misma.
—Sí, lo hice, pero ya no lo hago. No estando en R’Frow.
—No. No estando en R’Frow. En R’Frow te acuestas con hombres violentos: Kelovar, yo.
Ayrys trató de sacarle los dedos de su muñeca. Él los apretó más, lo bastante fuerte para magullarla, con una expresión fría en el rostro. Ayrys trató nuevamente de soltar la mano y no pudo. Respiraba un poco más fuerte, con la cabeza inclinada.
—¿Eran soldados todos tus amantes en Delysia, Ayrys? ¿Todos ellos? —dijo Dahar con una voz que no parecía suya.
Ayrys no respondió.
—Ni fabricantes de vidrio, ni alfareros, sólo soldados. ¿Siempre? Y durante la relación sexual te gustaba… respóndeme, dulce Ayrys.
—¡No me llames así!
—Sólo soldados —repitió Dahar—. Y un guerrero je-lita aún podría producirte mayor excitación.
Ayrys agitó la cabeza.
—¿Es eso lo que piensas, Dahar? Tú eres (eras) un guerrero, pero también eras un curador. Cuando observé cómo te comportabas con la ciencia ged en la Sala de Enseñanza… no sé. ¿Qué me estás preguntando exactamente? ¿Por qué convertir el dolor de haber sido desterrada en violencia contra mí misma? ¿Sería mejor convertirlo en ciego odio como Kelovar? ¿O usarlo contra mi propia mente como SuSu?
Dahar revivió la imagen de SuSu luchando desnuda debajo de él; la de forzar su camino dentro de ella, y dejó caer la mano de Ayrys. Rojos moretones la salpicaban.
—Pérdida y violencia —dijo Ayrys furiosamente—. Crecen juntas en formas extrañas, especialmente aquí en R’Frow. Pero tú no las ves. No te das cuenta de lo que R’Frow nos está haciendo a los humanos…
—No —dijo Dahar con aspereza. Se volvió lejos de Ayrys—. Tengo que regresar a la Sala de Enseñanza. He dejado abierta la puerta. Transportaba a SuSu.
—SuSu… —dijo Ayrys con voz penetrante. De nuevo las mujeres se fusionaban en la mente de Dahar. Ninguna de ellas era lo que había parecido. Ambas le herían con armas que él no podía contrarrestar: Ayrys con palabras y SuSu con la terrible violencia de sus ojos…
—Se durmió en el corredor. Me miró…
—Ya sé. Ya sé cómo mira SuSu. Toda la pérdida y la violencia está en su interior, cuchillos y dagas que la cortan por dentro con cada suspiro que da. ¿Cómo llegó a esto, Dahar? ¿Qué ocurrió en tu honorable salón de her-manos-guerreros para hacer esto de ella? Una ramera jelita… SuSu no puede dirigir su violencia a ninguna otra parte sino en la forma en que te mira, ¿no? Y tú me das la espalda. ¿Preferirías que yo me hubiera hecho eso a mí misma cuando perdí a Embry? ¿O que yo te hubiera odiado, como a Kelovar? ¿O convertirme casi en un ged de dos ojos como tú?
Ayrys le golpeó en el pecho, un golpe ineficaz. Dahar le cogió ambas muñecas y trató de mantenerla quieta. Ella continuó luchando, con mayor seriedad ahora, lanzando la parte superior de su cuerpo hacia él, aun cuando realmente no podía mover las piernas. Sus dientes se cerraron sobre el hombro de Dahar, mordiéndole la piel a través del tebl. Él estaba tenso hasta el límite y ella no estaba entrenada. Dahar la arrojó al suelo. Ayrys gritó angustiada. Dahar había olvidado su pierna… o había preferido no recordarla. Pérdida y violencia.
Él se arrodilló y la atrajo hacia sí. Ayrys no se resistió. Ambos permanecieron en esa forma mucho tiempo, inmóviles. Los insospechados abismos bostezaban alrededor de ellos. Finalmente Ayrys dijo con dificultad:
—Yo te habría querido aunque no hubieras sido un… un guerrero. En la Sala de Enseñanza, cuando estudiabas el instrumental ged… ¿Importa por qué te quise? Si un guerrero usa una ramera que está disponible…
—No sigas —dijo él fríamente—. Todo ha terminado.
Ella no respondió.
—Pérdida y violencia… ¡Mierda de kree!
—Es R’Frow, eso… crece aquí. R’Frow nos ha dado la ciencia, pero eso no es todo. —Él se había puesto en erección, pero Ayrys continuaba luchando—. Tú no quieres darte cuenta. Pero hay algo en R’Frow… Cuando vine aquí por primera vez, desterrada, era como la luz del sol sobre el vidrio. Estaba deslumbrada: la ciencia, la comida, el calor: ese maravilloso calor. Había tenido tanto frío en la sabana, tanto frío sin mi hija Embry… no, escúchame, Dahar. Pero cuanto más tiempo seguían los humanos en R’Frow, más crecía la violencia.
»¿Había tantos asesinatos entre Delysia y Jela cuando nosotros no estábamos efectivamente en guerra? Los comerciantes delysianos intercambiaban mercancías con los jelitas. Tey me dijo que él había estado en el interior de las puertas de la propia Jela. En el taller de vidrio se decía que los mineros jelitas y delysianos extraían juntos mineral de las montañas, incluso cuando nosotros estábamos en guerra. Cuando alguna ciudad rompía la tregua y había ataques fronterizos, aún no era como en R’Frow. Esto es más violento, más salvaje, incluso con los geds prohibiendo la violencia. La violencia crece de cualquier forma, al igual que una enfermedad como las bacterias del prurito que no existían hasta que los humanos estuvieron en R’Frow. Y sigue creciendo.
—R’Frow nos ha dado una ciencia que no hubiéramos descubierto por nosotros mismos ni en cien años.
—Ya lo sé. Eso ya lo sé. Pero la violencia crece, los árboles y la hierba mueren, y la violencia crece.
Dahar estaba acostado, sin moverse. Vio en su mente los frascos de pus y bacterias, las bacterias creciendo y creciendo.
—Estás equivocada, Ayrys: Delysia y Jela han luchado siempre. Lo que los geds han hecho, lo que ha nacido en R’Frow es justamente lo opuesto, la cooperación entre delysianos y jelitas. Creejin, Lahab y nosotros en la Sala de Enseñanza con Grax. Los kreedogs —titubeó un poco respecto al nombre y continuó con frialdad—. Ambos, Belazir y Khalid, estuvieron de acuerdo, por la razón que fuera. Y tú y yo, desnudos y juntos aquí por… sea cual fuere la razón.
Si sus últimas palabras la habían herido, ella no lo reflejó en su voz.
—Pero la violencia también ha crecido. Cooperación y violencia han crecido juntas en R’Frow de una forma como no la hacían fuera de aquí, como si… ¡yo no sé! Como si R’Frow agregara algo a lo que la gente es.
Dahar captó la vacilante frustración en sus pensamientos, y también que los pensamientos no eran nuevos. Ayrys debía haberlos hecho girar en su mente durante mucho tiempo, yendo en círculos con ellos en la misma forma que él había andado en círculos con las bacterias que no eran bacterias. Dahar sintió una furia fría, exhausta. Ayrys atacaba a R’Frow. Le atacaba a él.
—¿Y qué piensas tú qué es lo que R’Frow ha agregado a la gente?
—No lo sé.
—Yo sí lo sé: ciencia, curación, conocimientos, algunos de los cuales afirmaste que eran importantes.
—Sí —dijo Ayrys muy bajo.
—Así que tú atacas aquello que amas. «Delysia por traición.» Después de todo, quizá no deberían haberte desterrado.
Ayrys no contestó ni se alejó de él. Incluso a través del enojo, y la aturdida fatiga por la violencia que se estaban haciendo uno al otro. ¿Era siempre así con las mujeres? Dahar sintió admiración a su pesar. Ayrys había dicho lo que quería decir, de todos modos. De admiración a enojo, a exasperación, a deseo, a violencia… ella le confundía en una forma que Dahar no comprendía.
Y estaba muy cansado.
—Ayrys —comenzó él, pero ella lo interrumpió.
—No agregado. Sustraído.
—¿Qué?
—R’Frow no ha añadido nada a los humanos para crear este salvajismo entre delysianos y jelitas. Se han llevado algo: espacio. No hay suficiente espacio en R’Frow para los guerreros y los soldados, y para que se eviten unos a otros. Nos han mantenido juntos. Jehane y yo. Tú y yo, Belazir y Khalid. R’Frow ha sustraído algo que los humanos teníamos afuera y han dado origen a los asesinatos.
Su voz se había vuelto tranquila, con la clase de imparcialidad que viene del pensamiento frenético. Dahar sintió una lenta punzada en la base del cráneo.
—Se han llevado algo que teníamos antes —continuó Ayrys—, y la violencia ha crecido.
La punzada aumentó, como si algo tratara de entrar en la cabeza de Dahar. Era la sensación asociada a un nuevo salto de la mente en la Sala de Enseñanza, una nueva revelación de la ciencia ged. Pero no lograba verlo completamente…
—Algo que ha sido sustraído, no añadido.
Dahar lo captó. Su mano se cerró fuertemente sobre el brazo de ella.
—Un crecimiento. Dijiste que la violencia era algo que había crecido aquí… Eliminas algo y obtienes una diferente clase de crecimiento.
Se contemplaban uno al otro. Ella, sin darse cuenta todavía de que él había cambiado de objetivo, no veía hacia dónde iba. Estaba aturdida por su súbita excitación; Dahar se expresaba con una intensidad que hacía que su rústico y exhausto rostro deviniera salvaje.
—Ayrys, en R’Frow eliminas algo y obtienes un nuevo tipo de conocimiento:…
Ella lo captó.
—Las bacterias…
—O lo que quiera que sean. No es algo añadido para desarrollar la enfermedad en R’Frow, sino algo que ha sido eliminado.
—¿Pero qué?
—No lo sé. Algo que había en la piel cuando estábamos fuera de R’Frow, y que no está en la piel ahora. El agua del río… fuera de R’Frow nos bañábamos en el río. Tal vez el agua de los baños sea diferente.
—No. Según Grax, el río ha sido desviado bajo R’Frow y usan cañerías para los baños y la corriente.
—Pero las bacterias pueden haber sido retenidas por los filtros. Nadie enfermaba en R’Frow antes… —Dahar agitó la cabeza con violencia para aclararla. El Rojo nublaba su visón, y la combinación de agotamiento y excitación enviaron un súbito temblor a través de la parte superior de su cuerpo. Ayrys le observaba con preocupación—. Tal vez no sea el agua. No… tiene que ser el agua. La humedad. La comezón apareció primero en R’Frow, donde el aire es siempre húmedo. ¿Qué le ocurriría a una piel llagada en un día seco durante Ligero-sueño en la sabana? El aire sería seco y caliente. ¡Podríamos hacer una prueba con un horno, cocer el aire seco!
—Durante Ligerosueño… —dijo lentamente Ayrys.
Pero Dahar ya no escuchaba. Su mente corría. Un horno cocería la muestra de pus y la secaría, pero también la calentaría mucho. ¿Cómo sabrían si era la sequedad o el calor el que provocaba el cambio en el crecimiento de la bacteria? Si es que había un cambio… Y el calor intenso, generado en un horno, no actuaba sobre la piel humana fuera de R’Frow. Era necesario que el frasco estuviera lo bastante cerca del horno para estar en un aire libre de humedad, pero lo bastante lejos para que la piel humana pudiera soportar el calor. Y si no el calor, había otras sustancias que tocaban la piel fuera de R’Frow pero no aquí, en el interior. Quizá la piel misma podía crear bacterias, como podían crecer gusanos en la carne podrida. El polen de las flores, algo de la lluvia, algo de las plantas que no existían en R’Frow, tal vez el kemburi… no había kemburis dentro de los muros de R’Frow…
Sin saberlo, Dahar se puso de pie. Lentamente se hizo consciente de que Ayrys estaba sentada junto a él, quieta, y que él tocaba su hombro. Ella levantó la cabeza. Su cara tenía expresión de asombro, y como si hubiera recibido un golpe que no hubiera absorbido plenamente. Cambió la mirada desde él hacia el círculo cubierto en la pared, luego de nuevo hacia él, y de vuelta al círculo. Algo sacado. Que había sido eliminado.
—La luz —dijo Ayrys.
Grax estaba de pie solo dentro del perímetro. No había pasillos aquí; un área fluía dentro de otra como la mente de un ged fluía dentro de otra mente, sin obstrucciones innecesarias. Pero por el momento, Grax, en camino de un lugar a otro cuando la Biblioteca-Mente lo contactó, estaba solo. Se detuvo, con los brazos caídos a los lados, y con el tercer ojo examinando incesantemente el techo vacío. La Biblioteca-Mente le dio las dos voces humanas, no muy apagadas por la tela sobre el sensor: la voz reflexiva de Ayrys en tono ligeramente más alto, que por primera vez Grax registró conscientemente como desagradable; el gruñido más profundo, más cerca de la satisfacción de Dahar, pero rasgado por emociones contradictorias. No tenían capacidad verbal para la armonía, ni precisión gramatical, no se preocupaban por la respuesta moral al orden, la base de lo que era moral.
Sin embargo…
Inteligencia. Número-racional, inteligencia de número-racional, en esas inimaginables cadenas de razonamiento de los dos humanos. Dahar y Ayrys no podían, ninguno de los dos, descubrir el concepto de «virus»; les faltaba el instrumental, les faltaba la teoría, les faltaban conocimientos para desarrollar ya fuera la teoría o el instrumental. Pero mientras Grax escuchaba, Ayrys y Dahar superaban la barrera de su ignorancia (superaban todo orden, toda secuencia) para considerar lo que podía ser la ecología de un virus antes de que supieran siquiera que los virus existían. Los requerimientos de la existencia antes de la existencia misma. ¿Cómo podían esas mentes pensar de tal forma? Grax podía seguir su fantástico razonamiento, pero él sabía que ningún ged podía haber iniciado tal pensamiento. Sería como si el ged diseñara un arma para someter a los animales en un nuevo planeta antes de que el propio planeta fuera descubierto. Ineficiente, sin armonía, un desperdicio, algo frustrante. Tal proceso de pensamiento sólo podía conducir a la inutilidad.
Tales procesos de pensamiento podían conducir a Dahar y a Ayrys a detener la enfermedad del prurito.
Era posible. Ineficiente, sin armonía, un desperdicio, algo frustrante, lento, una perversión desordenada y desagradable del pensamiento de número-racional… pero era posible.
—¿Qué le ocurriría a una piel llagada en un día seco durante Ligerosueño en la sabana? —dijo Dahar en el interior de la cabeza de Grax—. El aire sería seco y caliente. ¡Podríamos hacer una prueba con un homo, cocer el aire seco!
—Durante Ligerosueño… —dijo Ayrys.
La idea de probar un concepto había sido algo que ambos desconocían hasta que Grax se lo enseñó. Los otros geds, avisados por la Biblioteca-Mente, como él lo había sido, estarían concentrándose en el lugar de reuniones. Tenían que discutir qué iban a hacer a continuación, qué tenían que haber hecho antes. Si hubieran previsto ese curioso razonamiento número-racional-que-no-era-número-racional, podrían haber elegido un virus diferente, uno más impermeable a las influencias ecológicas. Pero incluso la Biblioteca-Mente, modelada según el razonamiento ged, no lo había previsto.
La Biblioteca-Mente comenzó un análisis matemático. Grax pidió que quedara en silencio. Podía oler sus propias feromonas: pena, preocupación, aturdimiento, temor. Pero Grax había sido el que había enseñado a los humanos y deseaba un momento para controlar sus olores antes de que se apresurara a encontrarse con los otros geds. Su pena debía oler más fuerte que la de ellos. Había sido el que había enseñado a Dahar. Pena, preocupación, aturdimiento, temor… y ese vergonzoso olor de orgullo.
El fuego que Dahar había encendido en el patio central de la Sala de Enseñanza proporcionó un calor seco e intenso, y una luz más brillante que cualquiera de las que había visto desde su llegada a R’Frow.
—Deslumbrador —dijo Tey con su voz musical. Se desperezaba junto al Muro, cerca de Ayrys, con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Crees que funcionará?
—¿Por qué no ayudas a Creejin con esa madera? —dijo Ayrys irritada. A ella le gustaba tan poco el pequeño comerciante como le había gustado unos decaciclos atrás.
—Creejin lo hace bien sin mi ayuda —dijo Tey y sonrió para sí mismo; todo lo que decía parecía tener un doble sentido—. Y no creo que el hermano-guerrero aceptara con agrado mi ayuda. La ayuda de una mujer, por supuesto, es otra cosa.
Ayrys lo miró con cautela. No había forma de saber lo que quería decir Tey o lo que significaba: posiblemente nada.
Creejin se había mostrado escéptica al principio acerca de someter la bacteria a la luz y al calor. Siendo la más hábil de todos ellos con los frascos y los tubos de wrof (esos que un año atrás ella ni hubiera soñado que existían), Creejin tenía una mente de la que Ayrys pensaba que era como la de un animal encerrado en una cueva. Trabajaba rápida e incansablemente, pero no le gustaba ir a terrenos nuevos. Creejin hubiera querido continuar combinando las antitoxinas geds con las medicinas de los guerreros-sacerdotes, para intentar detener la enfermedad. Ayrys había observado cómo Creejin era arrastrada por los poderosos argumentos de Dahar, y Grax había observado a Ayrys mientras ésta observaba. Lahab continuó trabajando en sus lentes. Grax respondió a la preguntas de Dahar y de Lahab, y también a todo lo que le preguntaban.
Y observaba.
—Si añadimos sequedad y luz, el crecimiento de la bacteria se retarda —dijo Dahar después de que el fuego se hubiera mantenido constantemente durante dos días—, pero no se detiene. —Cogió dos frascos y los estudió: uno estaba turbio por el pus en solución; el otro algo menos pero no transparente. Creejin entró en la Sala de Enseñanza desde el patio llevando dos frascos más.
—Éstos son los que estaban más lejos. Mira, también parece que están turbios.
—No hay suficiente calor.
—O suficiente luz —dijo Tey.
—¿Cómo sabrás cuál produce el efecto?
Dahar no respondió. Continuó estudiando los frascos con las rudas facciones muy atentas.
—Pero ninguno de los frascos está completamente claro —dijo Creejin con su suave voz—. No hemos encontrado nada. Mientras la bacteria crezca, infectará a la gente.
Dahar hizo una mueca.
—Podemos dejar los frascos fuera unos pocos días más. Quizás el tiempo sea importante. Permaneciendo más tiempo en la luz…
—No —dijo Ayrys—. Ha estado ante la luz y el fuego durante dos días y dos noches. Eso es tanto tiempo como un tresdías. Lo que es diferente fuera de R’Frow, no es el tiempo sino la clase de luz. La luz del fuego no es la misma que la del sol. Lo dije enseguida, pero Grax ha querido hacer la prueba de esta forma.
La habitación quedó en silencio.
Ayrys acercó su silla ged a los frascos que sostenía Dahar, estudiándolos pero sin buscar sus ojos.
—Hay que llevar los frascos fuera de R’Frow, sobre la sabana. Así podremos ver si la luz real mata a las bacterias. Y si lo hace, entonces sabremos que la luz alterada de R’Frow las hace crecer. —Un leve eco de algo le sonó en su mente: luz alterada, pero lo apartó. No era importante. Lo importante era lo que Grax dijera a continuación.
Dahar dijo un poco fríamente:
—Ésta fue la respuesta de Grax: si se abren las puertas a R’Frow la bacteria de la enfermedad de la comezón puede salir al aire. Podríamos contaminar todo Qom. Y si la enfermedad no es curada por la luz… Grax dice que hay aún gente en los campos justo detrás de las puertas. ¿Qué ocurriría si alguno de ellos cogiera el frasco durante los tres días que ha de estar allí fuera?
—Ya he pensado en ello —dijo Ayrys y dio un profundo suspiro. Había pensado en eso durante las horas de la última noche cuando Dahar no había estado con ella porque trabajaba en la Sala de Enseñanza con Grax. Ayrys había tenido tiempo sobrado para pensar en ello.
Ayrys volvió su silla directamente hacia Grax.
—Queremos poner el frasco con la bacteria a la luz, fuera de R’Frow. Dices que si abrimos la puerta dejaremos salir el aire, que podría contener bacterias. Pero hay una forma de dejar entrar las luz sin permitir la salida del aire. Los geds pueden hacer que los muros se disuelvan y luego se formen de nuevo. Todos nosotros lo hemos visto. Si hay gente detrás de las puertas, debe haber una parte del Muro que sea de wrof transparente para mirar a través de él. Haz que el Muro se combe en una burbuja de wrof transparente, justo al nivel del suelo, en el muro sur, donde el sol cae sin sombras. Pon el frasco dentro de la burbuja. La luz pasará a través del wrof transparente e iluminará el frasco, pero así no saldrá ni entrará aire en R’Frow. Todos la estaban observando. Ayrys les ignoró a todos, incluso a Dahar, y mantuvo su mirada en Grax.
—Nunca miramos afuera a través del wrof transparente —dijo el ged—. Usamos siempre los anaranjados, como los que están dentro de R’Frow.
—¿Pero se puede reemplazar parte del wrof gris del Muro por wrof transparente? ¿Podrías hacerlo si quisieras?
Grax no respondió inmediatamente. Su cara adoptó la antigua actitud de escuchar intensamente, y tal vez algo más. Ayrys observaba tan de cerca como nunca había observado a nadie en su vida. Vio ligeros cambios en la extraña cara, cambios que alguna vez se habría perdido enteramente, y le pareció que, por primera vez, sabía lo que Grax pensaba. Pensaba en el pacto.
Pues pacto era: un verdadero pacto delysiano, con el precio más alto que Ayrys podía conseguir, libre de cualquier locura del honor jelita. Esto por aquello… no, demasiado… ¿Hecho? ¡Hecho! Que alterara el Muro para permitir que la luz del sol entrara en el frasco y Ayrys dejaría de dudar del ged. Que pudieran hacer la prueba de la bacteria en la forma propuesta por Ayrys, sin importar las consecuencias, y ella ahogaría todas las dudas. A cambio de la obediencia del ged por un momento, Ayrys ofrecía el escepticismo científico que había sido el regalo… de los geds.
Obediencia por libertad de pensamiento. Era el pacto que había rehusado hacer en Delysia, cuando había insistido en su derecho de crear una doble hélice jelita en vidrio azul y rojo. Ayrys pensaba que podría ver en el rostro inhumano de Grax el momento en que éste tomara la decisión.
—Sí. Es posible hacer una burbuja de wrof transparente en la parte exterior del Muro de R’Frow.
¿Hecho? Hecho.
—Eso funcionaría —dijo Creejin nerviosa.
—Podríamos separar la luz de la humedad —dijo Dahar—. Si hubiera dos frascos, uno con pus en agua y uno con sólo una mancha de pus de modo que la humedad desapareciera por el calor en las primeras horas…
Lahab le interrumpió. Lahab, el trabajador que nunca decía nada, y que aún mantenía los ojos bajos como un buen ciudadano jelita cada vez que Dahar estaba en la habitación.
—El wrof transparente actuaría como una lente. Haría el calor más intenso. No sería lo mismo que tener el pus expuesto directamente a la luz del sol.
Consideraron esto. Creejin comenzó a hablar. Dahar la interrumpió. Tey dejó de apoyarse contra el Muro y se movió hacia el círculo, mientras algo de la secreta socarronería desaparecía de su rostro. Los cuatro argumentaron, especularon, sugirieron posibilidades. Las manos de Creejin esculpieron una idea en el aire con un movimiento de sus brazos. Hablaron en voz más alta, incluso Lahab con su voz lenta, retumbando por debajo de los otros tres, más rápidas. Agitó su cabeza ante una sugerencia de Creejin y dijo que no iba a funcionar. Tey preguntó por qué no, y Dahar lo explicó.
Grax les observaba, con la mirada yendo del comerciante delysiano al trabajador jelita, del hermano-guerrero a la talladora de gemas. Era la primera vez que no se había levantado ningún muro entre ellos, ni bazares, ni campos de batalla, ni planos de honor. Delysia y Jela estaban momentáneamente olvidadas.
Excepto por Ayrys. Grax había aceptado el precio: era tan honesto como Dahar había dicho. Ayrys esperó que la ola de alivio se derramara sobre ella, pero no sucedió.
Delysia por traición. Aun cuando Grax había respondido sinceramente a su pregunta, aun cuando lo que ella sentía no tenía sentido, aun cuando la sorprendía, Ayrys sabía que no podía mantener el silencioso pacto que había hecho con Grax. Aún desconfiaba de él.
—La luz —dijo Dahar con regocijo, y ella se forzó a sonreír.
El humano marchito de la isla comenzó a moverse.
Por segunda vez fue cojeando hasta cerca del monitor flotante. Sus ojos oscuros rodeados de cuencas de sombra, lo examinaron atentamente.
—Nosotros no tenemos nada como esto. Nada. ¿Hay alguna otra nave en el continente al que fueron todos? No importa cuánto tiempo hace.
La sonda se alejó de él flotando hacia el primitivo teclado del radar sobre el muro opuesto. El humano se volvió para seguir la sonda con los ojos.
—Provisional. Como todo ello. Pero es lo mejor que podíamos hacer. Yo enseñé a los que podían aprender. Enseñé a mi propio hijo…
Un niño escudriñó alrededor de la entrada, un muchachito con negros rizos y brillantes ojos oscuros. En sus hombros había muñones de carne terminados en capas de piel tostada. La sonda se movió hacia él; el niño levantó la cabeza y la miró fijamente.
El hombre dijo con desesperado apresuramiento:
—¿Aún están ellos allí, en el continente? ¿Están? Había tantos, militares, médicos, y todos esos malditos colonos, todos herejes… ¿Todavía están allí?
El niño sonrió. De pronto dio un salto, adelantó la pierna derecha e hizo señas a la sonda culebreando los cinco sucios dedos de los pies. En alguna parte gritó una voz de mujer, aguda por la exasperación o por el temor.
—¡Alí, Alí!, ¿dónde estás? —La sonrisa del niño se agrandó.
—Tú debes ser del continente o de un aterrizador orbital —dijo el viejo—. Mi hijo y los otros jóvenes cogieron el aterrizador, hace tres días… consiguieron repararlo y lo robaron. Lo robaron. Mi hijo, un hijo de Alá.
La sonda flotó hasta una posición justo por encima del niño. Éste la tocó, probando, con el dedo gordo del pie.
—¿Mi hijo te envió de vuelta aquí? Había cinco, mi hijo es el gigante… «los gigantes caminarán entre vosotros». —Su voz cambió—. Mudos. ¿Todos… dijeron algo sobre el campo de estasis? ¿Dijeron lo que nos ocurre a nosotros?
El niño puso ambos pies sobre la sonda. La suciedad manchaba a través del wrof transparente. Un guijarro saltó desde un pie y golpeó ruidosamente en el suelo. La mujer gritó «Alí», ahora desde más lejos. El viejo empezó a morderse el interior de la mejilla.
—Un hijo de Alá. No como esos que no pueden irse lo bastante rápido de una nave. Incluso los oficiales, que abandonaron sus puestos… ¡Poned eso en los bancos de datos!
Cerró los ojos y comenzó a cantar suavemente en otro idioma y su voz empezó a elevarse y caer en lamentos que no encajaban en los recuerdos de la Biblioteca-Mente. El hombre se envolvió con sus propios brazos y se inclinó.
El chico sin brazos yacía sobre la espalda, con los pies sucios. Mecía la sonda, miraba y se reía con risa sofocada.
La imagen se congeló.