29

Cada vez que el gigante se tambaleaba, SuSu o Ayrys lo abrazaban para sostenerlo hasta que la otra mujer pudiera arrastrarlo a lo largo del sendero de wrof. De pie y abrazada a ese gran peso, tratando de inclinarse lo justo para equilibrar la inclinación de él, Ayrys se preguntó por qué no tenía miedo. El blanco vello del antebrazo del gigante rozaba su mejilla cada vez que se inclinaba. Él olía a varón pero no a enfermedad. Al otro lado, las manos de SuSu —pequeñas manos de una muchacha, manos de Embry— agarraban la cintura del gigante. SuSu tenía miedo, incluso con él entre ambas; Ayrys podía sentir su miedo, y habló a través de la vacilante mole, a la muchacha que no podía ver.

—No huele a enfermo, desde luego. ¿Este… ataque ha ocurrido antes?

—Sí —dijo SuSu. Ayrys apenas podía oírla.

—¿Tienes algunas píldoras para esto, o tiene él o alguno de tus guerreros-sacerdotes? —preguntó Ayrys. SuSu era una ramera jelita. ¿Trataría siquiera un guerrero-sacerdote a una ramera, o a un extranjero que la había robado? Y en caso contrario, si la estupidez jelita respecto al sexo lo impedía, ¿no habrían aprendido las rameras jelitas a tratarse a sí mismas? Pero esta muchacha era tan joven…—. ¿Sabes qué enfermedad es? ¿Te lo dijo él? ¿Podría hablar el gigante? —Ayrys nunca lo había oído.

SuSu no respondió. De pronto, el gigante vaciló y cayó sobre sus rodillas, respirando fuertemente, con grandes jadeos pantanosos. Ayrys lo mantenía firme hasta que él luchó para levantarse y luego lo llevó hacia delante.

—SuSu. ¿Tienes drogas para esto?

—No.

—¿Y él?

—No tiene nada —dijo ella, y Ayrys sintió compasión ante la voz desesperada de la joven. Embry… Embry al menos había quedado con curadores, protección, cuidado…

No había nadie en el sendero, bajo los árboles que goteaban. Todos, humanos y geds, estaban en la Sala de Enseñanza. No todos, pensó Ayrys, y apartó la imagen para mantenerse firme ante las necesidades de SuSu. Llevó mucho tiempo, con largas pausas, alcanzar el salón del bárbaro en una parte de R’Frow en la que Ayrys nunca había estado: cerrada por el muro norte, justo al oeste de los salones jelitas. Edificio gris de wrof, arcadas abiertas, mesas del suelo; no había nada que fuera diferente de su propio salón.

—Déjalo aquí —dijo Ayrys—, lejos del arco, por si entra la lluvia.

—No, arriba.

—Pero, SuSu, no podremos conseguir que suba la escalera. Él no podrá subirla, y nosotras podemos traer cojines y mantas aquí abajo.

—Arriba —dijo SuSu, con voz suave, quebrada por la desesperación. Ayrys dejó de discutir.

El bárbaro casi se cayó a mitad de la escalera. SuSu lanzó un grito y trató de agarrar sus brazos desde arriba: una simple hebra de seda intentando sostener una avalancha. Ayrys subió al peldaño que había inmediatamente debajo del gigante, envolvió con los brazos sus muslos y se aferró al metal gris. Él se estremeció, empujó hacia delante para librarse del aprieto, y al final cobró firmeza de nuevo.

Lo llevaron a su habitación, detrás de la puerta con cerrojo, que SuSu cerró inmediatamente.

—Ponlo sobre los cojines —dijo Ayrys—. Tiene escalofríos… no, colócalo del otro lado.

Había grandes mantas apiladas en un rincón. Había de todo apilado en todos los rincones, como si SuSu no abandonara la habitación más de lo que lo había hecho. Ayrys miró con curiosidad alrededor. Comida, agua, mantas de brillante material ged, pequeñas pieles, sandalias y vasos de arcilla; el bárbaro había sido un hábil artesano.

Había sido. Fue.

—Debe tener drogas —dijo Ayrys amablemente—. No sé qué enfermedad es ésta, pero necesita al menos drogas de plantas para aclarar los pulmones y hacerle transpirar la enfermedad. Un guerrero-sacerdote…

SuSu le dirigió una mirada de odio y Ayrys, sorprendida, se quedó en silencio. Pero el odio no era hacia ella. Probó de nuevo.

—Por lo menos hay comida. Las mesas del suelo están a punto de elevarse con comida. Yo podría traer algo fresco. Tiene que comer.

SuSu miró los ojos cerrados y el pecho agitado del gigante y no dijo nada. Ayrys abrió la puerta.

—¡No, no… ciérrala!

—Sólo voy a…

SuSu se tapó los oídos con las manos. Ayrys miró el rostro de la muchacha, se deslizó en el corredor y cerró la puerta. Hubo un momento de espera en el salón de abajo antes de que subieran la comida. En el silencio, en la húmeda vacuidad, la visión era más pavorosa que en un salón lleno de gente. Todo era gris: aire, luz, muros. Sólo el brillante círculo anaranjado, cerca de la escalera, resplandecía de color. Detrás, la lluvia golpeaba acompasadamente sobre las hojas de los grises árboles.

Ayrys tomó tantos cuencos de guiso caliente como pudo y los llevó hacia la escalera.

—SuSu, tengo comida. Abre la puerta.

—¡Vete!

Sorprendida, Ayrys quedó de pie en el desierto corredor, con los cuencos —humeantes por dentro y con el frío metal sobre sus antebrazos— equilibrados cuidadosamente.

—Pero he traído comida. Tiene que comer o… Tiene que comer. Abre la puerta, SuSu.

—¿Quién está contigo?

Ayrys se preguntó por primera vez si la muchacha estaba cuerda. Su voz suave, ahogada por la puerta, le llegaba con dificultad.

—Nadie está conmigo. Sólo yo, Ayrys, la mujer delysiana que te ayudó desde la Sala de Enseñanza.

Mujer delysiana. ¿Haría eso a SuSu más o menos temerosa?

Ayrys esperó. El corredor gris estaba oscuro y silencioso. Finalmente SuSu, con su carita blanca de terror, abrió apenas la puerta. Ayrys se deslizó dentro y SuSu cerró la puerta de golpe.

El enfermo no quería comer. Ayrys probó pacientemente, luego lo hizo SuSu, y después Ayrys de nuevo. Tomaba agua si se la echaban gota a gota en la boca, pero parecía que no tuviera fuerza para masticar. Su respiración se había tranquilizado una vez acostado, pero su piel estaba viscosa y de toda aquella enorme masa extendida sólo sus ojos se movían. Incoloros, intensos, seguían a SuSu a cualquier lado que fuese, pero Ayrys no podía decir que realmente vieran. Pensó que él estaba flotando hacia dentro y hacia fuera de su mente; no hablaba.

SuSu tampoco le hablaba.

A medida que pasaban las horas en que el bárbaro estaba tendido, Ayrys se enervaba por el silencio. La habitación cerrada, el sufrimiento sin palabras, el silencio, como una tumba, aunque no podía decir si el bárbaro se estaba muriendo o no. ¿Por qué SuSu no le hablaba o le susurraba cosas tranquilizadoras tanto por el tono de voz como por las mentiras patéticas?

Finalmente, el gigante se movió.

Sus ojos fueron de SuSu a Ayrys. Una mano enorme se levantó de su lado, vaciló y cayó de nuevo. Su rostro reflejaba un esfuerzo terrible; de nuevo llevó la mano al aire sobre su pecho. Mantuvo los cinco dedos apuntando hacia arriba, y describieron un pequeño y rápido arco desde el pecho hacia el aire.

—¿Qué? —dijo Ayrys—. Yo no…

El gigante repitió su pantomima. Ayrys agitó la cabeza. Los ojos incoloros de él se cerraron con desesperación.

Pocos momentos más tarde los abrió; de nuevo luchó por levantar las manos hasta el pecho. Una vez allí, daba golpecitos sucesivos con cada uno de los diez dedos sobre una superficie imaginaria y a gran velocidad, golpeando… ¿Qué?

—No comprendo —dijo Ayrys—. ¿Es una danza?

Las enormes manos blancas cayeron a sus lados. El gigante la contempló fijamente con profunda y lúcida tristeza. Ayrys tuvo el súbito y extraño pensamiento de que él la observaba a través de algún gran abismo que él veía y ella no. Una vez más, trató de trazar el gran arco, algún objeto alzándose rápidamente en el aire.

Súbitamente se puso a jadear. Luchó por sentarse, pero sin agarrarse a nada. Tenía los ojos saltones y el dolor contraía su rostro en una mueca de agonía. Luego cayó entre los cojines, cerró los ojos y comenzó a respirar rápidamente, con resuello superficial, distinto de su respiración anterior cuando intentó decir… ¿qué?

—Voy a buscar drogas para él —dijo Ayrys con firmeza—. SuSu, ¿me oyes? Tiene que tomar alguna medicina.

—¡No!

—Si no tiene alguien que le cuide se morirá. No un guerrero-sacerdote, no traeré un guerrero-sacerdote. —Como si ella pudiera. ¿Qué le han hecho los jelitas a esta niña para que los odie de esta forma?—. Encontraré a Grax, o a alguno de los otros geds. Los geds enseñan cosas sobre enfermedad, sobre la sangre y las bacterias. Tú les has oído en la Sala de Enseñanza…

SuSu había dejado de escuchar. De todos modos, ¿cuánto había comprendido de lo que los geds enseñaron sobre las bacterias, esos pequeños milagros mortales? El único que realmente comprendía era Dahar.

Ayrys lo vio inclinarse sobre el amplificador, con el tosco rostro ardiendo por el descubrimiento, y vio también su lugar vacío en el salón esa mañana. ¿Cuánto tiempo hacía? ¿Qué hora era ahora? Si la sesión de la Sala de Enseñanza había terminado, todos los geds se habrían marchado de nuevo al Muro Gris.

—Traeré a Grax. O a un curador delysiano, uno como…

—¡No! —chilló SuSu, y repentinamente puso las manos sobre los oídos presionando desesperadamente las palmas contra su cabeza, como si tratara de aplastar algún sonido—. ¡No, no!

—Entonces, no. Cállate, SuSu, estás asustando a tu amante. —Pero el bárbaro se había puesto blanco, como si ya no oyera o viera. Aún respiraba, pero ahora tranquilamente y en forma irregular—. Cállate, no vendrá nadie aquí que tú no quieras.

Se oyó un golpe en la puerta.

SuSu se quedó helada. Ayrys se volvió hacia la puerta.

—Abran, por favor. Abran, por favor.

Ayrys se sintió aliviada.

—Es un ged, SuSu. ¡Ellos pueden ayudarle! —Se puso de pie.

SuSu se colocó al instante entre ella y la puerta, inclinándose contra ésta con sus delgados brazos extendidos en el metal, los ojos con expresión salvaje, y el círculo anaranjado sobre el muro trazando rayas en una mejilla de color enfermizo.

—Es un ged —insistió Ayrys—. Él puede ayudar.

—¡No!

—Sin medicina…

—¡No!

—Abran, por favor.

Ayrys estaba de pie, sin saber qué hacer, impotente e inquieta. SuSu presionó las pequeñas palmas de sus manos contra el metal. El gigante comenzó a respirar más pesadamente sobre el suelo. La puerta se abrió por sí misma.

SuSu la empujó intentando cerrarla de nuevo.

Casi no tenía fuerza suficiente, y fue empujada hacia el interior mientras la puerta se abría. Entró Grax, con una tira de tela anaranjada que le envolvía el pulgar. Detrás de él estaba Dahar.

Algo se agitó en el pecho de Ayrys. El rostro de Dahar parecía agotado. Su boca dibujaba una línea torva, y en sus ojos había una expresión que nunca había visto: tensa y febril como de pánico; pero no era pánico sino otra cosa que no podía nombrar. Su tebl tenía rayas de suciedad y salpicaduras de rojo tirando a marrón.

Cuando vio a Ayrys, se quedó tranquilo.

—Debe ser transportado dentro del Muro —decidió Grax.

Se refería al bárbaro y le hablaba a SuSu. Ayrys pensó que la muchacha podría arrojarse sobre el gigante, pero no lo hizo. Cuando Grax penetró en la habitación, toda la lucha pareció salir de ella. Su cara se tornó blanca por la desesperación, y su cuerpo pequeño pareció doblarse hacia dentro, hacia algún otro lugar. Sintiendo piedad por ese terrible darse por vencida, Ayrys puso los brazos alrededor de SuSu y la retuvo. Era como sostener a un niño.

—SuSu, el ged le ayudará dentro del Muro. Grax tiene razón, ése es el lugar donde debe ir; los geds deben tener equipo y medicinas. Puedes ayudarlo, ¿verdad? —le preguntó a Grax.

—Debe ser llevado dentro del Muro —dijo con el rostro imperturbable.

El ged levantó los hombros del gigante; Dahar, sus piernas. Ayrys pensó que sin duda ésa era la razón por la que Grax había traído a Dahar; el teniente jelita era lo bastante fuerte para ayudar a transportar al enorme bárbaro. Pero, ¿por qué no otro ged? Y Dahar no se veía fuerte en ese momento; parecía un hombre en el límite de lo que podía soportar. ¿Qué había ocurrido mientras ella estuvo sentada durante tres horas, tratando de que el hombre enfermo bebiera y de dar a SuSu un consuelo que no quería?

El gigante estaba desplomado en brazos de Dahar y de Grax. Era demasiado grande incluso para que lo llevaran entre ambos. SuSu observaba, con la expresión fría y vacía. Ayrys no pudo soportarlo.

—¡Grax, dile que los geds pueden ayudarle! Vuestro conocimiento de la enfermedad, lo que nos habéis estado enseñando…

Grax miró hacia arriba brevemente, pero no dijo nada. Parecía como si estuviera escuchando. Dahar miró fijamente a Ayrys, con los brazos alrededor de SuSu, y de pronto Ayrys recordó que SuSu era una ramera, y Dahar un hermano-guerrero, y lo que eso significaba. El recuerdo la llenó de furia, la misma furia temeraria que había sentido en la sabana, con Jehane, y como en aquella ocasión se sintió invadida por un coraje que sabía que no le iba a durar.

—Te he preguntado si quieres darle medicinas, drogas. ¿Quieres?

A pesar de la carga, Grax la miró abiertamente durante un buen rato, con el rostro atento para escucharla.

—Le daremos drogas.

—SuSu, ¿has oído? Ellos le ayudarán, no llores…

No lloraba. Con los ojos secos y sin emitir sonidos, siguió al gigante desde la habitación, y no se volvió para mirar a Ayrys. Tampoco cerró la puerta. Ayrys pensó que la habitación cerrada, santuario contra sus terrores, ya no lo sería más. ¿Pero quién sabía que los geds podían abrir cualquier puerta en R’Frow?

Grax y Dahar llevaron al gigante a través de la arcada y hacia el muro del norte. Había dejado de llover. La hierba estaba resbaladiza bajo sus pies. Ayrys calculó por la luz que la tarde debía de estar avanzada, pero no podía estar segura.

En el Muro, el ged sacó de algún lugar de su escudo una caja pequeña y oscura. Al principio, Ayrys pensó que era una ampliadora, y en forma involuntaria miró de soslayo a Dahar. Pero este wrof era más oscuro que el de las ampliadoras y unas depresiones poco profundas mellaban los dos lados. Grax puso los dedos dentro de tres de las depresiones, y una sección del muro se desvaneció.

—Vuestro aire llena esta parte del perímetro —dijo Grax a Dahar—. Traedlo adentro.

Una gran habitación, sencilla y vacía, excepto por los olores. Las fosas nasales de Ayrys se ensancharon: kreedogs, el olor pesado y rancio, y desde alguna parte oyó sus furiosos gañidos. Cubriendo el olor de kreedogs había otro diferente: el de un guiso que no era guiso. ¿Se llenaban allí los cuencos para las mesas del suelo de los salones? No vio ningún cuenco. Pero también, un momento antes, no había visto ninguna rotura en el Muro Gris.

El temor a los geds, atenuado por un decaciclo de convivencia, se avivó de nuevo. El poder que tenían…

Grax y Dahar bajaron al gigante albino al suelo. Grax dio otro toque a la caja oscura y una gran mesa se elevó debajo de él. Su respiración había empeorado, y Ayrys podía oír los gimientes kreedogs sólo entre esos torturados jadeos.

—Debes irte —dijo Grax.

SuSu no se movió.

—¿No puede quedarse con él? —preguntó Ayrys.

—No.

—¿Por qué no? —dijo Ayrys con enojo.

—No —repitió Grax, pero no la estaba mirando. Miraba a Dahar.

—Pero ella no…

—No.

SuSu se agarró a la mano del gigante. El ged los separó suavemente con su propia mano. SuSu giró hacia él con una súbita y desesperada furia, pero aún sin sonidos, golpeando con los puños el wrof transparente que cubría a Grax completamente. Había algo horrible, antinatural en el ataque silencioso. Ayrys se movió hacia delante pero incluso antes de que pudiera alcanzar a SuSu, Grax presionó su caja gris y los tres humanos ya no estaban dentro del Muro.

Se había deslizado hacia arriba, desde el suelo entre ellos y Grax, entre ellos y el agobiado gigante, sobre tres lados, hasta que encontró el techo. Dahar, Ayrys y SuSu estaban en una cueva de wrof, un agujero cúbico en el Muro, abierto en el cuarto lado a la luz desfalleciente de R’Frow.

Tan rápido…

SuSu sollozó con desespero y corrió desde la cueva hacia su salón. Ayrys trató de coger a la muchacha, pero no fue lo bastante rápida. Dahar sujetó a Ayrys por el brazo.

—Déjala que se vaya.

Ayrys se movió hacia él.

—¿En esa forma? ¿Sola y medio loca? ¿O es que no importa porque no es más que una ramera?

—No es por eso.

—¡Ella sufre!

—¿Te preocupa eso, delysiana?

—¡Me llamo Ayrys!

—Conozco tu nombre —dijo Dahar. Sus ojos se toparon.

Sentía la mano caliente de Dahar sobre su brazo. Como ella no decía nada, Dahar repitió, con peculiar intensidad:

—¿Te preocupa su dolor?

—Sí.

—¿Por qué? Es una jelita.

Esta vez Ayrys sintió la intensidad. Se dio cuenta de que preguntaba algo más que eso, más de lo que ella comprendía… pero no sabía qué. Dahar tenía los oscuros ojos hundidos en el rostro exhausto. Sin duda había ocurrido algo mientras Dahar y la guerrera pelirroja, amiga de Jehane, habían estado ausentes de la Sala de Enseñanza. Algo había pasado… Su proximidad le provocaba vértigo y confusión, y no respondió. La mano de Dahar se cerró más sobre su brazo.

—Ayrys, ¿por qué una sopladora de vidrio se preocupa por una ramera jelita? ¿Hay alguna razón? ¿Por qué?

Nunca le había visto así. En las largas horas de inclinarse juntos sobre el equipo ged, que sólo ella y Dahar parecían ver como algo más que juguetes, nunca se habían dirigido la palabra. Formulaban las ideas y preguntas, cuando tenían que formularlas, a través de Grax. Sin embargo, Ayrys sabía cómo se movía la mente de Dahar; qué pregunta podía formular a continuación, qué prueba propondría para descubrir lo que quería saber. De pronto, se dio cuenta de que la mente de Dahar era la que mejor conocía en todo R’Frow. Una extraña manera de saber, como estar en condiciones de hacer vidrio en la oscuridad, segura de cada paso en el proceso, pero sin ver nunca la chispa del vidrio a la luz común del sol.

Pero no lo conocía así, con este pánico, con esta desesperación desconocida.

—Dahar —dijo lentamente—, ¿qué ha sucedido esta mañana? ¿Qué has hecho?

La mano sobre su brazo se estremeció. Por un momento, el agotado rostro pareció quebrarse, convertirse en pedazos. Luego se volvió y salió a grandes pasos, dándole la espalda, rígido como una hoja de cuchillo.

Ayrys comenzó a correr tras de él. Entonces el temor, el que ella razonablemente debería haber sentido, la golpeó con fuerza. Un hermano-guerrero jelita

Dahar se volvió, con la expresión controlada. En forma rápida y con voz áspera, dijo:

—Hay una bebida que la tranquilizará, o al menos embotará su mente para superar lo peor. No la aceptará si se la doy yo, pero tú puedes prepararla. Catorce hojas de malezaglobo, crecen cerca de los troncos de los árboles a la sombra; ¿conoces la planta? Crece en Delysia. Hierve las hojas durante media hora por lo menos. Agrega más agua cada vez que se evapore, hasta que logres una densa pasta. Mézclala con suficientes bayas de lin aplastadas hasta poder cubrir la uña del pulgar con una pasta delgada…

—¡Pero esas bayas son venenosas!

—No si se mezclan con malezaglobo, aunque puede darle algunas visiones. Disuelve la poción en un cuenco lleno de agua y haz que la beba enseguida. No dejes que se precipite. —Él murmuró esa palabra ged; el súbito salto de la curación con plantas, a la ciencia ged, captado por ambos. Dahar hizo una mueca con repentina amargura que Ayrys no comprendía—. Manipula la pasta de las bayas de lin con cuidado. No uses demasiada, y no la pongas en ninguna herida abierta de tus manos.

Echó un vistazo a las manos de ella. Ayrys levantó una, como tanteando, un gesto que no conducía a ninguna parte. Algo había en los ojos de Dahar. Éste se fue luego hacia los árboles, en la dirección de los salones jelitas.

Ayrys sintió frío y se envolvió con los brazos. Dentro de poco estaría oscuro. Algo la golpeó suavemente desde atrás.

Era el Muro.

La parte de atrás de la cueva cúbica estaba llenándose, empujándola hacia afuera. Ayrys corrió delante del wrof en movimiento, y se detuvo parpadeando sobre la hierba húmeda.

En un momento, el Muro estaba de nuevo en pie e impenetrable, despidiendo levemente un resplandor propio.

30

Detrás del Muro, Grax se alejó rápidamente del gigante albino, liberando las moléculas de su traje exterior de wrof tan pronto como hubo pasado a través de la esclusa de aire de regreso a la verdadera atmósfera. Sus feromonas olían a aturdimiento y desánimo.

Los humanos habían destruido otra sección de la flota. Habían irrumpido en el espacio donde ningún ged había esperado que aparecieran, manejando armas que ni los geds ni ninguno de sus antiguos aliados habían visto jamás. Se habían perdido naves geds. Se habían perdido vidas.

Y en Qom, la ceremonia de apareamiento en honor de los muertos no podía llevarse a cabo hasta que los dieciocho y la Biblioteca-Mente terminaran con este desconcertante asunto de los kreedogs.

Los humanos de R’Frow que habían sido consecuentes sólo en comportarse como si fueran dos especies, habían tenido de repente siete miembros cooperando como si fueran una única especie. ¿Por qué?

La Biblioteca-Mente había contactado a los dieciocho geds al comienzo de la enseñanza de la mañana. Uno a uno, los geds habían quedado en silencio. Grax había sentido sus feromonas escaparse fuera de control, había detenido la conmoción, y habían contactado inmediatamente al joven R’Gref, como habían hecho los demás geds. Pero los aprendices habían quedado bajo control.

Tanto como algunos de ellos podían. Esta «alianza» era tan sorprendente como si el esquema de número-no-racional hubiera comenzado a señalar números primos. Contradecía meses de datos. No podía ser. Pero efectivamente era.

Los geds se habían parado y habían caminado hacia el Muro, ignorando la desorganización de los animales que quedaban atrás. Todo el día habían estado analizándolo, presionando a la Biblioteca-Mente, buscando respuestas que no venían. ¿Como podían los humanos cambiar tan rápidamente a una conducta que contradecía todo lo que habían hecho hasta entonces?

Cuando la Biblioteca-Mente interrumpió de nuevo la conversación para mostrar la inmovilidad del gigante albino sobre el suelo de su habitación, las feromonas irradiaron alivio. Por lo menos esto era comprensible. Desde el comienzo, Descontaminación había mostrado el tumor que presionaba el cerebro del gigante. El tumor era sólo el resultado esperado de la radiación de la isla con la que el gigante debía haber vivido siempre. Ésta era sólo una muerte predecible, número-racional cuando se lo consideraba a la luz de las habilidades biológicas que los «curadores» humanos no poseían. Y para la humana Ayrys, ayudar al albino podría añadir un hecho nuevo a la Biblioteca-Mente, pero no contradecía lo que ya estaba allí. El albino no pertenecía a ninguna de las subespecies.

—Hay que traerlo dentro del perímetro.

—Sí. Que Armonía cante con nosotros.

—Que Armonía cante con nosotros.

—Que cante siempre.

—Siempre cantará. Podemos aprender mucho acerca del cerebro humano.

—¿Hay que traerlo ahora?

—La Biblioteca-Mente dice que ahora.

—Creo que ahora. Que Armonía cante con nosotros. Siempre cantará.

Grax era el que había hablado. Era un trastorno dejar el perímetro cuando los dieciocho estaban juntos y la ceremonia para el apareamiento en honor de los muertos que se habían perdido temblaba en el borde de las feromonas como niebla fría. Pero el gigante había estado en el grupo de enseñanza de Grax. Y la Biblioteca-Mente había dicho que el humano Dahar esperara en la Sala de Enseñanza, en la habitación vacía. El humano Dahar debía estar esperando por Grax, el ged todo pensamiento. Dahar podía ayudar a transportar al gigante.

Dahar estaba rígido en el corredor, fuera de la Sala de Enseñanza, que podía cerrar con llave pero sólo Grax podía abrir. Habló incluso antes de que Grax hubiera doblado la esquina, y lo hizo sin un vestigio de calma civilizada; sin hablar en armonía ni siquiera para otro de su clase; su rostro humano velludo y con dos ojos se había vuelto de un blanco feo.

—¿Iban los geds a desterrar a los humanos de R’Frow por las muertes de hoy?

Grax se acercó.

—¿Qué ha pasado? —El ged ya lo sabía, por supuesto; las dos lisas rocas blancas en el aro del desierto sostenían el sistema de control del medio ambiente y eran por tanto parte de la propia Biblioteca-Mente. Grax escuchó mientras Dahar le decía lo que él ya sabía: alianza, kreedogs, muerte y violencia, y husmeó sus propias feromonas y olió sorpresa. Un humano diciéndole lo que ya sabía…

Dahar terminó:

—¿Desterrarán los geds a los humanos de R’Frow por las muertes de hoy?

Grax no dijo nada.

—¿Lo harán? Grax… hemos hecho lo que hemos podido para probar… nuestra buena fe.

—No. No habrá destierro.

Los músculos de la cara del humano cambiaron de forma que Grax no había visto nada entonces y que no comprendía.

—Tú deseas quedarte —dijo Grax, y de nuevo se olió a sí mismo—. Por la ciencia. Para aprender.

—Sí —dijo Dahar, y esta vez sus músculos faciales no se movieron.

Pero ningún otro humano había mostrado tan fuerte deseo de aprender, y sin embargo otros habían estado de acuerdo con esta nueva alianza. Ni siquiera la Biblioteca-Mente comprendía cómo la nueva cooperación humana podía relacionarse con la Paradoja Central.

Grax se apresuró a entrar en medio de los olores más fuertes que podía recordar en Qom: frustración, tristeza, enojo. La Biblioteca-Mente continuó gruñendo las noticias sobre el desastre de la Flota. Las feromonas pasaron sobre él llevándolo hacia dentro, disparando sus propios olores, tan fuertes como si el perímetro fuera un nido y él un cachorro restablecido.

—Grax, estás aquí…

—Cantamos en Armonía…

—Grax he venido…

—Grax…

—Armonía…

Eran algunas horas antes de que la discusión sobre el número-racional pudiera comenzar siquiera, unas horas antes de que los geds alcanzaran una decisión. Mientras fueran necesarios para el estudio, ninguna violencia humana debía poner fin a las vidas de los seis que habían concertado la alianza. La Biblioteca-Mente actuaría para protegerlos, si fuera necesario, incluso dentro de R’Frow.

Y los geds que dirigían los grupos de enseñanza de los seis tratarían de aprender directamente de los animales erráticos todo lo que los humanos dirían.

La habitación olía fuertemente a agotamiento. Finalmente, con alivio y pena, con el sentido civilizado de abandonar la luz dolorosa, por un apretado y borroso apareamiento, los geds pusieron en blanco las pantallas del Muro y se dejaron ir en el trance de Unidad para aparearse en honor de sus muertos.

31

Ningún centinela descubrió a Dahar en la red exterior, ni en los oscuros bosques que estaban más allá. En el borde del claro alrededor de la sala de mando, hizo una pausa. La sala asomaba a través de la hierba, una mole negra con agudas y precisas esquinas.

Ishaq le localizó incluso antes que abandonara los árboles. El guerrero de mayor edad, esperó con el tubo de perdigones y el cuchillo en las manos, dentro del arco desierto.

Dahar se detuvo a seis largos de distancia. No sacó las armas.

—Quiero ver a la comandante suprema, Ishaq.

—No.

—¿Esta orden es tuya o de ella?

—Suya. Belazir no ve a ciudadanos jelitas. —Le dejó un momento para que reaccionara, pero Dahar no lo hizo—. Pero me ha dado un mensaje para ti.

—¿Qué es?

—Ésta es la última vez que te permite cruzar la red. No tienes permiso para tomar nada de la Sala y llevarlo a los hermanos-guerreros excepto las armas que usas. O te vas a la Sala de los ciudadanos, o te quedas completamente fuera de la red y no tratas de volver. Si intentas pasar la red de nuevo, los guerreros tienen órdenes de matar.

Dahar dijo simplemente:

—Como si fuera un ciudadano bajo vigilancia.

—Eres un ciudadano bajo vigilancia.

—Incluso un… ciudadano puede solicitar ver a la comandante por una buena razón.

—La comandante suprema ya ha rechazado tu petición.

Instintivamente, los ojos de Dahar midieron la distancia hasta la escalera. Ishaq dijo tranquilamente:

—No lo intentes, Dahar.

Dahar no preguntó nada, pero Ishaq pareció compelido a responder.

—Sí, lo haría.

—No podrías detenerme sin ese tubo ged.

—Pero tengo este tubo de los geds. Lo tengo…

—Sí —dijo Dahar—, lo tienes.

No podía luchar, no podía pensar. Había estado despierto cerca de treinta y seis horas, todo un —por un momento su mente exhausta ni siquiera podía encontrar la palabra— tresdía. Hizo un esfuerzo por no balancearse sobre sus pies delante de Ishaq, quien le impediría luchar por su vida como un guerrero jelita con un arma ged que Dahar había luchado para que la tuviera Jela.

—Otra cosa —dijo Ishaq—. Belazir me dijo, al ser su teniente primero, por qué te expulsó. En primer lugar, por tu abierta desobediencia yo te habría azotado hasta que no pudieras ponerte en pie. Y con respecto a esta «alianza»… Belazir se hace plenamente responsable. No debería. Nos traicionaste, y ahora nosotros, los que todavía tenemos honor, tenemos que vivir con las consecuencias de esa traición. Pero piensa en esto, Dahar, piensa en esto cada vez que veas un delysiano. El soldado Kelovar observaba con placer mientras Jallaludin moría. Con placer y triunfo. No el limpio triunfo de la muerte, sino el triunfo sucio del deshonor sobre el honor. Y ahora, cada vez que uno de ellos ponga sus ojos sobre un guerrero jelita, va a revivir ese triunfo que tú les diste.

Dahar miraba hacia delante.

—Belazir quiere que te diga algo más. Eras un curador, puedes seguir curando. Pero no guerreros. Ciudadanos, rameras, delysianos, geds si quieres. Pero no guerreros. Es indigno que los toques.

—¿Esto que acabas de decir es tuyo o de Belazir?

—Lárgate, ciudadano.

—Ishaq, ¿es tuyo o de ella?

Ishaq dio un paso adelante y levantó el tubo. Todo lo que había de guerrero en Dahar se puso tenso y en guardia.

Pero no era un guerrero.

Se volvió lentamente y se fue por el camino por el cual había venido, sin tropezar con ningún obstáculo hasta que estuvo detrás de la red de centinelas. El sendero de wrof brillaba tenuemente en la oscuridad. Avanzó a tientas por él, obligando a su mente a mantenerse despierta y a pensar. La Sala de Enseñanza. Eso sería lo más seguro.

Pero en ningún lugar de R’Frow estaría seguro cuando los soldados de Khalid supieran que había sido expulsado de Jela. Sería cazado por una jauría.

El gigante habría cerrado todas las cerraduras en el único salón vacío, para disminuir las posibilidades de emboscada desde afuera. No quedaban puertas sin cerrar en R’Frow.

Dahar avanzó hasta el extremo de un corredor en la Sala de Enseñanza. Mejor no usar una habitación abierta de enseñanza, desde dentro de la cual no vería ni oiría quién entraba en la arcada. En lugar de ello se quedó en una esquina del corredor, donde los muros formaban un hueco poco profundo que le daba oscuridad y al mismo tiempo una vista clara de las dos entradas. En el lugar más sombrío de los otros extremos de los corredores, entre dos conjuntos de los resplandecientes círculos anaranjados, desparramó unas ramitas livianas lo bastante quebradizas como para romperlas fácilmente. Luego colocó sus armas donde podía encontrarlas en la oscuridad. A pesar de su agotamiento, el sueño no llegó inmediatamente. Durante un buen rato estuvo acostado despierto, en aislamiento, aislado.

Aislamiento. Le pareció que este aislamiento —gris, oscuro, tan metálico como el wrof que estaba debajo de él— era una condición natural, suya para toda la vida, elevada finalmente alrededor de él como fría niebla alzándose desde el suelo donde un paso en falso podría hundir a un guerrero en el estiércol. Habría dado un paso en falso. Había sido tan necio como para tratar de servir a dos amos: la ciencia ged y el plano de honor del hermano-guerrero. Pero la ciencia no tenía honor, ni hermanos, ni nada salvo este frío dolor metálico.

Finalmente se durmió, sumergiéndose en sueños.

Era de nuevo un muchacho, cazando en la sabana como los otros que aún no habían sido elegidos para los núcleos de jefes militares. Sabían que recibirían golpes de los maestros cuando regresaran, por haberse escapado del campo de prácticas. Era Ultimanoche y el cielo estaba cálido y azul. Disparó una flecha directamente hacia arriba, dentro del Azul, y golpeó a un kreedog, un monstruo deforme con tres ojos y colmillos ocultos. No podía ver los colmillos, pero sabía que estaban allí. Los otros querían matarlo, pero él lo cubrió con su cuerpo, mientras gritaba: «¡No. No! ¡Tengo que llevarlo a mi madre! Ella morirá sin él.» Pero los otros lo empujaron a un lado y mataron la cosa, y en el momento que lo tocaban, sintió el cuchillo de Kelovar ansioso en su garganta.

Alguien pisó una ramita.

Dahar se despertó de inmediato. Sin ruido, se introdujo más profundamente en las sombras, con el cuchillo en una mano y el tubo que disparaba perdigones en la otra. Luchó para liberar su mente de su paralizante agotamiento.

Una figura estaba de pie en el otro extremo del corredor, iluminada desde atrás de la borrosa arcada. La figura no era lo bastante alta para ser un guerrero jelita ni cualquier soldado delysiano que Dahar hubiera visto. ¿Una mujer? No una hermana-guerrera, y aunque la figura estaba en su mayor parte en la oscuridad parecía demasiado ancha en proporción a su altura para ser un luchador.

Con la espalda contra el muro, Dahar se acomodó para estar de pie y maniobró silenciosamente para lograr la mejor posición posible. Su cuerpo se tensó para la lucha.

Súbitamente una luz brilló directamente en su cara, cegándolo; era una luz anaranjada, sin calor.

—No puedes estar aquí sin una cerradura —dijo Grax. Tenía en la mano una tira de tela anaranjada—. Todos los humanos en R’Frow tienen cerraduras de pulgar, Dahar. No puedes permanecer aquí sin una. No sería seguro.

32

Cuando Dahar la dejó cerca del Muro Gris, Ayrys había ido a buscar las plantas medicinales para entorpecer la mente, que le daría a SuSu.

Recordaba haber visto malezaglobo a lo largo del sendero que iba hacia la Sala de Enseñanza, precisamente el día de la primera lluvia dentro de R’Frow. Florecía detrás de la campanilla de plata en la sombra profunda, cerca del tronco de un árbol. La campanilla de plata podía florecer otra vez con esta nueva lluvia, pero aunque no lo hubiera hecho, Ayrys pensó que podría encontrar el árbol que buscaba. Estaba cerca de la Sala de Enseñanza, en una de las curvas del sendero de wrof. Senderos geds, como los diseños de cojines, curvos y arremolinados; sólo los muros eran rectos.

Aún podía sentir la cálida mano de Dahar sobre su brazo. ¿Qué había ocurrido durante las horas que había pasado con el gigante enfermo?

Una sombra se movió más allá de un grupo de árboles, y Ayrys se quedó helada. La sombra se acercó y se transformó en un albañil que Ayrys conocía ligeramente, un hombre grande, de cara roja, cuya boca era una línea increíblemente severa. Hizo un gesto de asentimiento a Ayrys y continuó caminando.

Encontró la malezaglobo sin dificultad, detrás de la campanilla de plata. Todas las campanillas de plata estaban muertas.

Arrodillada en el sendero de metal, apartando la alta hierba con ambas manos y escudriñando dentro de la oscuridad en la base del árbol, Ayrys observó las plantas. La campanilla de plata crecía en Delysia. Las hojas deberían haber sido verde pálido, ligeramente veteadas de rojo y velludas al tacto. Éstas eran grises. Sostuvo una hasta la cúpula y echó una ojeada al color verde. Las venas eran pálidas y delgadas, y los cortos tallos, que deberían haber sido fuertes y leñosos, colgaban lacios.

Ayrys sintió el suelo alrededor del árbol. Era bastante húmedo. Se internó en un caminito dentro de la maleza hasta que llegó a un arbusto de su misma altura. Era de un tipo que recordaba haber visto en toda la sabana. ¿No significaba eso que era lo bastante fuerte como para soportar frío, calor, sequía, inundación? Examinó el arbusto. La madera aún estaba firme, pero las hojas eran ralas; Ayrys podía sentir las pequeñas salientes de donde habían caído las hojas. Las que quedaban estaban amarillentas y no había nuevos brotes.

Ayrys recordó una frase que Grax había pronunciado pocos días atrás, mientras les mostraba, a ella y a Dahar, las divisiones del núcleo de una célula a través de la ampliadora. Lo que no crece, había dicho el ged, muere.

¿Estaba muriendo R’Frow?

Miró las otras plantas, pero no pudo estar segura de cuáles tenían buen aspecto y cuáles no. Había pocas plantas en un taller de vidrio. Las únicas que ella conocía en los alrededores eran ornamentales o resultaban quemadas por las cenizas usadas en la fabricación del vidrio. Pero le parecía que muchas de estas plantas tenían un marchitarse sutil, una languidez que no era muerte pero tampoco crecimiento, como plantas de la sabana llevadas dentro de los muros de Delysia para su florecimiento, y luego plantadas erróneamente en un lugar con demasiada sombra.

Un año… el ged había querido decir que R’Frow duraría un año, y Grax nunca había dicho algo diferente. Pero Ayrys nunca se había dado cuenta de que la razón era la luz, esa cálida y no natural que hacía todo tanto más fácil que lo que habían sido los días penosos y las interminables noches de Qom.

La luz; había algo más en su mente acerca de la luz… Fastidiaba un momento y luego se iba.

La malezaglobo parecía estar en buenas condiciones. La cogió y también la otra planta que había mencionado Dahar, bayas de lin, y las llevó al bazar siempre tumultuoso que inundaba los salones delysianos. Había siempre fuegos ardiendo justo más allá de los arcos donde, por dinero, las mujeres cocinaban gamo cazado en el desierto, agregando hierbas y prestando la atención que los mismos cazadores no querían dar. Por unas pocas monedas, alguien herviría las hojas de Ayrys conforme a las indicaciones de Dahar. ¿Reconocería una cocinera la combinación como una droga para embotar la mente? Probablemente no; ni siquiera los curadores delysianos se acercaban a las habilidades de los sacerdotes-guerreros jelitas.

SuSu había estado sola durante una hora con su pena y su dolor. Esa pobre niña… Ayrys apresuró el paso; pero en el borde del mercado se detuvo con sorpresa.

Caos. Gritos. Delysianos discutiendo, gritando y golpeando los puños con ira. Podía percibir una nota peligrosa en la ira; le recordaba aquella primera noche en R’Frow, cuando Khalid había reunido la cólera y el temor en ambas manos y había conseguido para sí el liderazgo de los soldados delysianos.

Ondur, amiga de Ayrys en el dormitorio que estaba junto al suyo, estaba en el borde de la multitud con su amante, el soldado Karim. Cuando vio a Ayrys fue hacia ella con las manos extendidas.

—¡Estás a salvo! Cuando no te vi, tuve miedo… ¿Dónde has estado, Ayrys?

—Ondur, ¿qué ha sucedido? ¿Por qué todo este griterío?

—¿No sabes?

—No, yo…

—Khalid nos ha traicionado —dijo Karim torvamente.

—No —dijo Ondur con igual tono—, no lo ha hecho. —Ambos intercambiaron una mirada que no tenía nada que ver con Ayrys, una mirada de hostilidad e impaciencia.

Ayrys tomó el brazo de Ondur.

—¿De qué estás hablando? ¿Los geds nos han… desterrado?

—¿Los geds? No, no. Se trata de Khalid y la comandante jelita. Han hecho una alianza para que no se produzcan más muertes. Y ellos tienen razón —dijo Ondur dirigiendo una fiera mirada a Karim—. No es un gran precio por la paz.

—Los artesanos tienen tanto sentido militar como los pájaros —dijo despectivamente Karim.

Ondur dirigió a su amante una mirada larga e inquieta, como la de una mujer que tiene miedo de lo que está viendo en su hombre. Se volvió directamente hacia Ayrys.

—Seis de ellos han hecho una alianza. Khalid, Sancur, Kelovar…

—¡Kelovar!

—Kelovar, no —dijo Karim, ceñudo—. Esta cobardía no es suya.

—… y tres jelitas, su comandante, el segundo y otro más. Un guerrero jelita asesinó a un soldado esta mañana temprano o anoche, y los jelitas permitieron que Khalid matara al guerrero que lo hizo. Nos lo entregaron. Si alguien más de cualquiera de los dos bandos mata de nuevo, los seis encontrarán al asesino y… lo ejecutarán. Para que no haya más muertes.

Ayrys la miró fijamente. Ondur sonrió tristemente.

—Es difícil de creer, ¿no? Un consejo, eso es lo que es, un consejo de la ciudad. Con jelitas y delysianos.

—Para debilitarnos —dijo Karim.

—No. Para que los geds vean que todos nosotros estamos tratando de vivir conforme a sus leyes. Hacer lo que ellos nos dicen para que podamos así quedarnos en R’Frow.

Karim se burló.

—Y a vosotros esto os gusta tanto que dejáis que Jela os gobierne.

—¡Sí! —dijo Ondur furiosamente—. Me gusta esto. Me gusta tener suficiente para comer y no tener frío, y estar donde… donde nadie pueda encontrarme. Y nos dirige Khalid, no Jela. Khalid, Sancur y Kelovar.

—Kelovar, no.

—Él estuvo de acuerdo —dijo Ondur. Estaba de pie, vuelta hacia Ayrys y oblicuamente hacia Karim, como si el mirarlo directamente la lastimara. Pero ahora giró hacia él y apretó los puños—. ¿O estás diciendo, Karim, que Kelovar desobedecería a Khalid, a su comandante? ¿Es así cómo funciona tu sentido militar? Y tú… si Khalid te da una orden sobre esta alianza kreedog, ¿desafiarás a tu comandante?

Karim refunfuñó.

—¡Respóndeme! ¿Lo harías?

El rostro de Karim traicionaba su lucha, fiera pero breve.

—Si Khalid transfiere un soldado a esa escoria y me ordena que sea parte de ella…

—¿Qué harías?

—Obedecería a mi comandante —escupió por fin.

Ondur se relajó. Tocó suavemente el brazo de Karim, como si pidiera disculpas.

—Sabía que lo harías.

—Pero Kelovar no podría. No podría, Ondur.

Al oír el nombre de Kelovar, Ondur se volvió de nuevo hacia Ayrys.

—Tú no has dicho nada, Ayrys. Sé que tú y Kelovar no estáis… no…

Ayrys tenía la garganta seca. Pronunció una sola palabra.

—No.

—Podrías decir —continuó Ondur pensativamente, y Ayrys pudo ver que lo decía para que Karim lo oyera, probando la victoria que acababa de obtener sobre él—, que es peor para los jelitas que para nosotros. Ellos nunca entienden la negociación. Tratar de obtener el mejor precio simplemente les enfurece porque ellos no tienen la libertad para hacerlo. Mi madre comerciaba con Jela. Ellos no pueden regatear; no comprenden la forma inteligente para llegar a los tratados.

—Porque son estúpidos —intervino Karim—. Son como piedras; no permiten a los guerreros varones y mujeres acostarse juntos porque ellas podrán quedar embarazadas; no permiten a los guerreros cohabitar con ciudadanas porque se supone que éstas son inferiores, y hacen que los luchadores se acuesten juntos… aunque eso no es algo que me importaría cuestionar…

Se había desquitado de Ondur. Ésta apretó los puños y se dirigió a Ayrys.

—¿Vas a comer con nosotros?

—No… yo… Tengo algo que hacer. Yo…

—Estás pálida. ¿Te encuentras mal?

—Nadie está enfermo en R’Erow —dijo Karim, y dirigió una mirada penetrante a Ayrys—. Dinos lo que piensas sobre esta alianza kreedog. No lo has dicho.

Ayrys encontró su voz, baja y esforzada, pero suya de nuevo.

—Pienso que son valientes. Todos ellos, los seis. Tratar de detener los asesinatos por todos los medios… R’Frow no está en favor de las muertes, y Dahar tiene razón al darse cuenta de esto.

—Khalid —dijo Karim. Sus ojos se achicaron—. Khalid habla por Delysia.

—Ella quiso decir Khalid —dijo Ondur—. ¿No te das cuenta de que está extenuada? Vete a acostar, Ayrys.

—Enseguida voy. —Pero todo el tiempo que estuvo de pie cerca de la cocinera, hirviendo campanilla de plata y bayas de lin cerca de la parte de atrás del mercado, trató de imaginarlas y luego sentirlas.

«¿Por qué una delysiana se preocupa por una ramera jelita? ¿Hay alguna razón?» Y de nuevo, más vivamente: «¿Por qué?» Para asegurarse. ¿Dahar había preguntado para tranquilizarse si había alguna conexión posible entre ella y SuSu, entre delysianos y jelitas, entre él y Khalid? «Es peor para los jelitas que para nosotros», había dicho Ondur. «Ellos nunca entienden la negociación.» , pensó Ayrys, porque ellos intentan cumplir sus tratos. Pensó en Jehane, cuidando a una delysiana a través de la sabana porque pensaba que hacerlo era consagrarse al honor. Pero cuando Jehane hubo matado a los atacantes de Ayrys, ésta le preguntó «Pero, ¿qué habría ocurrido si hubieran sido jelitas?» Incluso Jehane, sencilla y joven, había entrevisto la terrible posibilidad de dos lealtades aplastándola como rocas opuestas, y se había marchado enojada con paso majestuoso.

Dahar no era joven ni tonto. Ayrys pensó en aquella mente rápida e impetuosa para lo que los geds podían enseñar, y sintió de nuevo la mano de Dahar en su brazo. Dahar sentía algún extraño dolor cuando acostó al bárbaro dentro del Muro. Sus esfuerzos para mantenerse firme casi se habían quebrado cuando Ayrys preguntó: «¿Qué ha sucedido esta mañana? ¿Qué has hecho?» Había sido la mitad de la pregunta. La otra mitad era: «¿Cuánto te ha costado? Una ganga…» ¿O no podía un jelita permitirse pensar en ello de esa forma?

Eso lo haría aún peor para él.

—Aquí tienes —dijo la cocinera—. Dos habrin.

—Quedamos en uno.

—Quedamos en dos —replicó la mujer—. Ése fue el acuerdo. —Sus ojos resplandecieron socarronamente.

Ayrys dejó caer una moneda a los pies de la mujer y se alejó sin hacer caso de sus maldiciones, fría y con un enojo desproporcionado al pequeño incidente. El enojo se mantuvo a lo largo del sendero, lejos de los salones delysianos, hasta que fue detenida en la red de vigilancia.

Estaba casi oscuro. No la dejaron pasar. Fue enviada de vuelta dentro de la red.

Enojada, frustrada, imaginando claramente el sufrimiento de SuSu, sola en su habitación, cerrada con llave —esa niña, aún más pequeña que Embry—, Ayrys regresó a su propia habitación. Debido a la advertencia de Dahar de no dejar precipitar la medicina, no había mezclado ambas plantas sino que las llevaba en cuencos separados. Podría llevárselas al día siguiente, cuando la red de centinelas dejara pasar a la gente que iba a la Sala de Enseñanza. SuSu sola toda la noche…

Ayrys puso cuidadosamente las dos tazas en un rincón de su habitación, detrás del revoltijo de alambres, electroimanes, motores sencillos que había aprendido a construir. Se sentó sobre un cojín, apoyó la espalda contra el muro y cerró los ojos. Las imágenes se amontonaban en su mente. El gigante blanco, la niña desesperada y aterrorizada, Dahar cerca del Muro, SuSu suplicando permanecer con su amante, y Grax —tan bueno para explicar el mundo— que rehusaba dar una explicación y que oía escasamente a SuSu porque estaba tan ocupado escuchando algo que nadie podía oír, tan ocupado escuchando…

Estaba escuchando.

Ayrys abrió los ojos y se sentó más derecha. Por supuesto, eso es lo que Grax estaba haciendo: escuchar. Había un equipo dentro de su transparente casco de wrof que le permitía escuchar algo. La misma Ayrys había aprendido a construir electroimanes que emitían chasquidos y zumbidos, el ged debía de tener un equipo que podía producir otros sonidos. Pero ¿dónde estaban los alambres y las células eléctricas?

Casi se rió de sí misma. Los geds disolvían los muros y construían el cielo. No necesitaban alambres.

Bueno, entonces, ¿qué estaba escuchando? ¿Chasquidos? ¿Voces? ¿Era posible?

No habría forma de saber lo que era posible para los geds, no había ninguna unidad de medida adecuada. Pero si escuchaba voces, ¿de quiénes eran?

No había respuestas. Ayrys se devanó los sesos hasta que no pudo seguir pensando con claridad, sin encontrar respuestas. Podía preguntarlo a Grax.

Pero el ged no le había dicho nada acerca de oír voces dentro de su casco. Por otro lado, los geds normalmente sólo respondían a lo que se había preguntado. ¿Por qué hablar a los humanos sobre esto? ¿Por qué no hablar a los humanos sobre esto?

Ninguna respuesta.

Trató de dormir pero no pudo. Estaba despierta, sentada sobre los cojines, cuando se abrió la puerta.

—Hola, Ayrys.

Kelovar estaba en su habitación. Involuntariamente, estúpidamente, echó un vistazo detrás de él en la puerta. Pero ella la había cerrado, por supuesto. Una vez intercambiadas las cerraduras, no había forma de deshacer jamás el intercambio.

—Kelovar, te dije que no vinieras aquí.

—Ya lo sé. Pero tenía que venir.

Ella se puso en pie, contenta de no haberse desvestido, y lo miró más de cerca. Sus ojos claros brillaban extrañamente, pero la piel de su rostro estaba distendida por el agotamiento. Como la de Dahar. Pero a diferencia de Dahar, Kelovar irradiaba algo que daba miedo, y que la disuadía de acercarse más. Tuvo la súbita y fantástica impresión de que, como el arbusto detrás de la malezaglobo, los meses pasados en R’Frow habían hecho a Kelovar menos íntegro de lo que había sido antes, como si hubiera perdido capas blandas y verdes de sí mismo que se habían marchitado en la oscura luz ged. Apartó la fantasía. La riqueza de la ciencia ged podría dejar indemnes a la mayoría de los humanos, ¿pero cómo podía hacer peor a un hombre?

Si sabe que no puede compartir, pensó una parte de ella.

—Tenía que venir para advertirte —dijo Kelovar.

Una sensación de miedo recorrió a Ayrys. ¿Alguien la había visto hablar con Dahar, con la mano de él sobre su brazo?

—No trates de nuevo de pasar a través de la red de centinelas por la noche. Ni para ir a buscar cosas para tus juguetes geds, ni por ninguna otra razón. Los juguetes pueden esperar hasta que la red esté abierta. No lo vuelvas a intentar.

—¿Cómo supiste que lo había hecho? —Estúpida, estúpida… si Kelovar se había convertido en teniente de Khalid, por supuesto que lo sabría.

Kelovar la miró atentamente. Ella reconoció la mirada, pero antes de que pudiera hablar, los Muros que tenían alrededor comenzaron a gruñir.

—Humanos de R’Frow. Ha habido dos asesinatos aquí, contra los deseos de los geds. Hemos prometido el destierro por ello. Los humanos están tratando de evitar que haya más muertes. Los geds esperarán y comprobarán este intento. Nadie será desterrado mientras los geds esperan y observan.

La mandíbula de Kelovar se tensó por la furia súbita. Ayrys se apartó un paso de él. Pero Kelovar no dijo nada, no hizo ningún comentario sobre el mensaje del muro, el cual, como los demás mensajes geds, se repetía tres veces en el mismo tono tranquilo. ¿Por qué ellos tenían tres ojos?, se preguntó Ayrys, y sintió que una burbuja de insana risa, de alivio, se elevaba en su garganta.

Mientras hablaban los muros, Kelovar miró lentamente alrededor de la habitación llena de ciencia ged, «juguetes» geds. Cuando el Muro hubo terminado, puso las manos sobre los hombros de Ayrys.

—Ten cuidado, Ayrys, no quiero que te hagan daño.

Ella reculó otro paso y las manos de él cayeron vacías a los lados.

—Ayrys…

—No, Kelovar. Lo siento, pero no. Ni esta noche ni nunca.

—No me lo creo.

—Créelo, por favor. Nunca.

Se fue. Ayrys se acostó sobre los almohadones y trató de dormir.

33

—Talot —dijo Jehane—. No.

Se arrodilló al lado de los cojines y extendió la mano para acariciar el cabello de Talot; luego la retiró, impotente. Talot no lloraba. Estaba acostada boca abajo, sobre los cojines, inmóvil, sin pedir consuelo. No había pedido nada. Había regresado de la alianza con dominio de sí misma, los ojos secos y la cara blanca, fuertemente controlada. La historia que corría por los salones jelitas era cierta, le dijo a Jehane. Ella había identificado a Jallaludin, a Dahar, y Belazir había permitido que Khalid lo matara. Dahar había sido expulsado de los hermanos-guerreros. Todo era cierto.

—Talot.

—Déjame sola, Jehane. Te lo ruego. Soy una hermana-guerrera. No me insultes con la debilidad de una ramera.

Jehane enmudeció. Talot tenía razón. Era una hermana-guerrera y la debilidad era para ciudadanos y rameras. Así lo había sido siempre. Sólo…

¿Pero por qué era todo más traicionero en R’Frow de lo que había sido en Jela? ¡Puag! R’Frow era tan traicionera como Delysia misma. Las hermanas-guerreras deberán saber qué hacer y qué sentir, y luego hacerlo y sentirlo. Jehane debería. Talot debería.

Pero ésa era la traición… Talot lo era. Una hermana-guerrera debería ser dejada sola con sus propios fracasos, y eso era lo que Talot pedía. Así, ¿por qué Jehane se sentía tan rastrera? ¿Por qué era devorada por este estúpido deseo de hacer algo por Talot cuando ésta no quería que se hiciera nada por ella, y cuando de todos modos no había nada qué hacer?

Las cosas no eran como se suponía que debían ser.

Durante el mensaje de los muros sobre que no habría destierro, Talot no levantó la cabeza ni se movió. Parecía no haber oído. Jehane escuchó en silencio total. No había nada más qué hacer. O si lo había, no podía pensar en ello.

34

SuSu abrió ligeramente la puerta y escudriñó en el corredor. Estaba vacío. Esperó con el corazón latiendo fuertemente y luchando contra sus propias manos. Una y otra vez se crispaban para cerrar con fuerza la puerta, una y otra vez se esforzaba por mantenerlas quietas. El miedo hacía borrosa su visión de modo que los muros del corredor parecían tambalearse hacia dentro y hacia fuera; una horrible respiración metálica; pero ni siquiera eso podía mantenerla quieta, y a pesar del horrible tambaleo, el corredor estaba silencioso. Aún tenía el silencio.

El silencio que él le había dado.

Él no regresaba. Acurrucada en un rincón de la habitación toda la noche, demasiado paralizada por el miedo para atravesar la sala y envolverse en una manta, había esperado que las voces oscuras comenzaran de nuevo a atormentarla. Él se había ido. Había mantenido lejos a las voces. Ahora las voces volverían, lacerándola, urgiéndola a hacer cosas que la lastimarían, como una vez le habían hecho cerrar con llave su habitación contra los hermanos-guerreros, le habían hecho cruzar la sabana hacia R’Frow, y le habían dicho que no tenía que ser una ramera.

Pero las voces no habían vuelto. Y en el bendito silencio, hacia la mañana, había ratos en los que el temor se iba un poco, sólo un poco, y SuSu pudo pensar.

Él no regresaba. La razón era que el monstruo lo tenía detrás del Muro. Estaba prisionero detrás del Muro.

Pero ella también había sido una prisionera, y él la había salvado. La había llevado lejos y la había dado seguridad y el hermoso silencio. Él la había salvado.

Cada vez que su mente alcanzaba este punto —lenta y dolorosamente, temblando en su rincón—, SuSu veía de pronto qué pensamiento venía a continuación. Entonces el negro temor aullaba sobre ella, dispersando todo el pensamiento. Mientras se enfurecía a través de su mente en oleadas, no tenía que ver lo que había visto.

Pero el miedo cesaba finalmente, y el pensamiento se volvía más fuerte, y luego más fuerte todavía, hasta que era tan poderoso como había sido una vez la voz oscura, y al igual que la voz oscura, este otro pensamiento estaba diciendo lo que tenía que hacer.

Y como ocurría con la voz oscura, no había escape. Tenía que hacerlo. Él la había salvado.

Sus pies pequeños no hicieron ruido. Escuchó un buen rato en lo alto de la escalera, y finalmente descendió y estuvo de pie temblando en el salón de abajo, con los delgados brazos alrededor del cuerpo y los negros ojos dilatados por el terror.

No había amanecido totalmente. El salón estaba oscuro y fresco, todos los bordes sombreados en gris, excepto el resplandeciente círculo anaranjado en lo alto del Muro, al lado de la escalera. A diferencia del círculo en su habitación, sobresalía un poco del Muro como una burbuja anaranjada.

De pronto, el círculo la atemorizó. Era demasiado brillante contra la tenebrosa oscuridad del resto del salón. Era demasiado anaranjado. El brillo, el color naranja… de pronto eran demasiado fuertes para ella, ambos súbitamente tan malos como el ruido en el silencio que él le había dado. Se puso las manos sobre los oídos, pero aún podía oír el ruido anaranjado.

Blanco. Debía ser blanco. Si el círculo fuera blanco, sería como él. No sería fuerte. No lastimaría.

SuSu se quitó el blanco tebl. No llevaba nada debajo. Sus dedos, apenas más gruesos que sus clavículas retorcieron el tebl sobre el círculo anaranjado.

Ahora era blanco. SuSu se agarró a la escalera, respirando fuerte.

Debajo sonó una sola nota. Los tableros de las mesas del suelo se disolvieron y surgieron otras mesas de wrof cada una con cuatro cuencos de humeante comida.

SuSu descendió la escalera lentamente. Levantó cuatro cuencos de la mesa más cercana y los colocó sobre el suelo. Con el aroma de la comida, su estómago se sacudió bruscamente. El miedo volvió a pasar sobre ella.

Pero no había escape. El otro pensamiento estaba también allí, ese que había venido una y otra vez durante la noche. No había escapatoria.

SuSu subió sobre la mesa del suelo. Se acostó de lado, con las rodillas hasta la altura de la barbilla, doblando su cuerpecito tanto como pudo, procurando no sobresalir del borde de la mesa. Sacó todo el aire de los pulmones. Desnuda, pequeña como una niña, se quedó esperando.

Después de un rato, la nota sonó de nuevo. Los tableros de las mesas del suelo se disolvieron, los cuencos de comida no reclamados se hundieron lentamente. Los lados de las mesas del suelo comenzaron a seccionarse hacia dentro desde los bordes sobre ella. Por un momento aterrador, pensó que no estaba lo bastante aplastada, y que el metal de cierre no cerraría. Entonces el final de la luz tenebrosa desapareció, y quedó encerrada en la oscuridad, pequeña y desnuda en el vientre wrof.

No sonó ninguna alarma. Ningún niño había llegado a R’Frow a través de la sabana. Los geds número-racional sabían que los conductos de comida eran demasiado pequeños, incluso para la desalentadora extensión de las medidas de los cuerpos producidos por genes salvajemente variables. La Biblioteca-Mente había computado las desviaciones sobre una curva de probabilidad. El tebl de SuSu cubría el monitor. No sonó ninguna alarma.

SuSu sollozó y luchó contra el miedo negro. Ahora casi podía oír la voz oscura, escondida en el miedo como guerreros en la niebla, esperándola a ella. Pero vio la otra cosa también, el otro pensamiento, y su mente se extendió y lo agarró con ambas manos. No había escapatoria. Pero no tenía que haberla. Estaba siguiendo el pensamiento. Ya no era una ramera. Había decidido no ser una ramera, así que no había escape posible. Era una cosa con posición sólida dentro de la aullante niebla oscura que llenaba su mente, la cosa que evitaba que mente, hueso y músculo se disolvieran completamente.

Había estado siempre allí, siempre.

Lo que es libremente entregado debe ser libremente devuelto.

Él la había salvado. Y ahora estaba encerrado con los monstruos. Lo que es entregado, debe ser devuelto.

SuSu se internó silenciosamente dentro del Muro.

35

Jehane pasó frente a tres hermanas-guerreras que descansaban al borde del patio de prácticas. Aunque apenas había plena luz, los primeros guerreros de la red ya habían terminado las prácticas de la mañana. Trespelotas, ballestas, tubos de perdigones, y cuchillos estaban esparcidos en desorden sobre la hierba al lado de ellos.

—Te has equivocado de camino —dijo una de ellas a Jehane, que frunció el ceño y continuó caminando.

—Va a cazar en el desierto.

—No queda caza en el desierto. Apenas.

—Perderás la Sala de Enseñanza —dijo una de ellas.

—¿Dónde está Talot? —preguntó otra.

Jehane se detuvo y se giró hacia ellas.

—¿Qué os importa?

Una hermana-guerrera de mayor edad (no era líder de un núcleo, pero estaba a cargo de las prácticas de esta mañana), elijo en tono de advertencia:

—Sharimor…

—Que responda como una hermana-guerrera. ¿Dónde está Talot? No ha acudido a las prácticas.

—En nuestra habitación.

—¿Y dónde vas?

—¡A cualquier parte, menos a sentarme aquí!

La guerrera mayor dijo en tono conciliador:

—Raramente has estado sentada. Has practicado bastante fuerte, como todo un núcleo.

—Todos sabemos que Jehane es indestructible —dijo Sharimor con colérica malicia. Estaban todas enojadas, tensas, irritadas, con los sucesos del día anterior sin digerir. Jallaludin, la kreedog, la expulsión del teniente primero—. Nada agota a nuestra Jehane.

—Basta —dijo la mayor—. Jehane, no vayas a la Sala de Enseñanza. Debemos ser cautelosos.

Jehane atacó duramente. Había estado buscando algún lugar para hacerlo; los blancos del patio de prácticas no lo habían previsto.

—¡Cautelosos! ¡Así que ahora ser una hermana-guerrera significa ser cautelosa! ¿Desde cuándo? ¿O es sólo otra palabra de cobardía?

Las guerreras se alborotaron con enojo, pero la líder se detuvo y dijo con voz sosegada:

—El próximo ataque, Jehane, será probablemente delysiano contra los jelitas: una venganza por… por lo de ayer.

—O una jactancia —murmuró alguien.

—No podemos permitirnos perder más guerreros. Sabes cómo son esos babosos respecto a los tratados. Si vas sola a la Sala de Enseñanza…

—Que lo prueben —dijo Jehane fieramente, estúpidamente. Sabía que era estúpido, y el saberlo la hizo sentirse aún más enojada, de modo que apartó el pensamiento. La hermana guerrera tenía razón, no debería luchar contra ella, y no debería ir sola a la Sala de Enseñanza. Ése era el problema en este lugar fríoscuro de corazón de meados… no se podía hacer nada. No se podía cazar, ni luchar, ni partir. Muros. En todos los lugares donde una iba, había muros. No se podía hacer nada.

Talot había rehusado la comida, el sexo; había rehusado —impensablemente— ir al campo de prácticas y dar en los blancos con las trespelotas. Cuando Jehane preguntó a Talot si iba a ir a la Sala de Enseñanza, no respondió. Simplemente, continuó acostada, con la cara oculta en los cojines, con el cabello rojo desparramado fuera de la trenza que no había cepillado la noche anterior. Mirar aquellos sucios zarcillos había llenado a Jehane de una furiosa impotencia que no podía soportar ni un minuto más. Talot estaba dolorida, y su dolor, de alguna manera, se había tornado también en el de Jehane. ¿Cómo? Talot se había convertido en uno de los muros, apartando a Jehane con una valla del lugar donde había estado antes.

Lo peor era que no podía hacer nada por el dolor. Nada ayudaría a Talot. Pero si ella, Jehane, no hacía algo y no lo hacía rápido, enloquecería como todos los demás en R’Frow. Más loca de lo que ya se había convertido en esta fangosa ciudad, donde surgían los muros y le impedían a uno ser lo que ya había sido antes.

Jehane golpeó con su cuchillo las copas de un trozo de altas malezas de arroyo. En lugar de chasquear libremente el golpe y esparcir semillas sobre el terreno, las copas se inclinaron suavemente.

Se desvió de la Sala de Enseñanza y se volvió hacia el desierto. No habría núcleo de enseñanza para ella esa mañana, basta ya de tonterías de los monstruos, o de un teniente primero que, de alguna manera, había dejado de serlo, basta ya de presumidas miradas delysianas con Jallaludin en los ojos.

No iría… no iría.

Se desplazó rápidamente; para mayor seguridad se movía cerca del muro norte. El aire rozó sus mejillas sin enfriarlas. Agitó la cabeza, pero en lugar de tranquilizarse la simple acción sólo aumentó su sufrimiento. Su mano se estrechó sobre el arco. Si pudiera ver algo de caza, si pudiera cazar, si pudiera hacer algo…

Delante de ella y a su izquierda se destacaba el bulto gris del salón que no utilizaba nadie. No, no estaba deshabitado; el gigante bárbaro vivía allí, con la ramera robada. Jehane no podía ver a la vuelta de la esquina del salón; cautelosamente hizo más lento el paso.

Oyó voces masculinas a la vuelta de la esquina.

Colocó una flecha en su ballesta, la sacó de nuevo, y en lugar de ello sacó de la cintura el tubo de los perdigones. Una fría concentración sustituyó inmediatamente a su furia. Se cubrió parcialmente con un matorral y dio unos pasos rápidos alrededor de la esquina. Soldados delysianos… y algo que hacer.

Pero los hombres eran jelitas.

Dos de ellos —ciudadanos, no hermanos-guerreros— estaban de pie de espaldas a ella. ¿Ciudadanos? Jehane bajó el tubo de perdigones y se preparó para preguntar por qué estaban allí y no de camino hacia la Sala de Enseñanza. Entonces, uno de ellos se movió, y detrás de ellos Jehane vio una mujer. La sopladora de vidrio delysiana, con un cuenco de comida en cada mano y el rostro pálido.

El ciudadano dio un paso hacia Ayrys. Jehane vio su mirada a los cuencos en sus manos, a la cara del hombre y otra vez a uno de los cuencos. El hombre extendió su fornido brazo, Ayrys le arrojó un cuenco a la cara, dio la vuelta y se fue corriendo. Falló, por supuesto, como había fallado en la sabana. Los dos hombres corrieron tras ella y en un momento la habían alcanzado.

Jehane había vuelto a la sabana, junto al río, al otro lado del Muro Gris. Ayrys se apoyaba mareada en un árbol y decía: «¿Qué, si hubieran sido jelitas? ¿Habría tenido tu protección?» Pero ahora ella no le debía protección. Era a Talot a quien hubiera querido proteger del dolor, y había fracasado.

Y una comandante suprema había entregado a un guerrero al enemigo para que éstos lo mataran, y un teniente primero había sido expulsado de las filas, y todas las antiguas reglas se habían convertido en muros que no servían.

Ayrys gritó. Los dos hombres la arrojaron al suelo; uno aplastó los brazos de ella sobre la cabeza y el otro levantó una roca.

Matar a un delysiano como venganza había sido prohibido. Pero Belazir no había dicho nada sobre mutilación.

De pronto, Ayrys consiguió soltar una pierna y acometió con fuerza con la rodilla hacia arriba. Acertó al hombre en la ingle, y éste dio un alarido de dolor. El otro, sorprendido, le soltó los brazos, y Ayrys trató de escapar rodando.

La sopladora de vidrio estaba luchando. Ciegamente, estúpidamente. No tenía posibilidades de liberarse rodando con tiempo suficiente para levantarse y correr, no en esa posición, pero aún estaba luchando. Después, repasándolo una y otra vez en su mente, Jehane se dio cuenta de que si Ayrys se hubiera quedado pasivamente, si hubiera llorado o suplicado, Jehane se hubiera ido y hubiera dejado a los hombres jelitas ocupados en su juego delysiano. Pero Ayrys luchaba. Estaba haciendo algo.

Y puesto que la mujer estaba haciendo algo para ayudarse, puesto que no había nada que Jehane pudiera hacer para ayudar a Talot, que todos los muros en ese lugar, bolsa de mierda, eran de alguna manera diferentes, y puesto que la impotencia estaba enloqueciéndola, Jehane levantó el tubo de perdigones.

El hombre a quien Ayrys había golpeado con la rodilla le agarraba la pierna derecha, mientras el otro volvía a cogerla de los hombros.

Entonces el primer jelita aferró la rodilla con la mano derecha y su tobillo con la izquierda, y con un violento movimiento le dio la vuelta. Sostuvo ambos tobillos con una mano, levantó la roca y la descargó sobre la pierna izquierda, entre el tobillo y la rodilla. El hueso se rompió con un sonoro crack y Ayrys comenzó a gritar.

Jehane corrió hacia delante.

—¡Alto! ¡Ahora mismo!

El que estaba junto a la cabeza de Ayrys miró hacia Jehane y abrió la boca con sorpresa. El otro se volvió lentamente. Cuando vio a una hermana-guerrera puso cara de extrañeza.

—Alejaos de ella. Retroceded lentamente.

Ninguno de los dos estaba armado. Eran ciudadanos, no guerreros. Sin palabras, como ciudadanos, obedecieron a una hermana-guerrera.

Jehane dijo:

—La comandante suprema ordenó no matar.

—No Íbamos a matarla —dijo el primer hombre. Su confusión se estaba transformando en cólera, que Jehane advirtió que no se atrevía a mostrar. El próximo ataque probablemente será delysiano contra los jelitas, había dicho el líder de prácticas. Ésta no era la forma en que era de suponer que ocurriría.

El hombre repitió más fuerte:

—No la mataremos. —Jehane observó que Ayrys se había desmayado. Un blanco hueso sobresalía de su pierna, por encima del charco de sangre.

—La comandante suprema quiso indicar que no debía producirse ninguna violencia —dijo Jehane fríamente—. No tenéis por qué tergiversar sus palabras. Id a la arcada de su salón y esperadme allí.

Uno de los hombres, abiertamente atemorizado, dio la vuelta para irse. Pero el que había roto la pierna de Ayrys lo detuvo poniéndole la mano sobre el brazo, se pasó la lengua por los labios, y no se movió. Sus ojos se encontraron con los de Jehane.

Ciudadanos jelitas. Era impensable que un ciudadano jelita desobedeciera a un guerrero pero en ese oscuro y frío lugar continuaba sucediendo lo impensable. Si desobedecían su orden para que dejaran de hacer lo que siempre habían tenido el derecho de hacer, matar delysianos, ¿los mataría? ¿Podría hacerlo?

Jehane meditó la respuesta fríamente. No los mataría. Azotarlos hasta la inconsciencia por desobedientes lo haría con gusto, pero no matarlos. No mataría a ciudadanos jelitas a los que había jurado defender. Algo quedaba de lo que se suponía que debía ser. No por causa de una sopladora de vidrio delysiana.

Su mano tembló un instante en el arma. Un pequeño temblor, pero el hombre lo advirtió. De entre su tebl extrajo un cuchillo, que no debería haber tenido, y se detuvo.

Pero él también era jelita, era de su misma casta. Titubeó, y en ese instante Jehane disparó, no con el tubo de perdigones ni con la ballesta sino con la trespelotas. Ésta se enroscó en las rodillas del ciudadano, que cayó sobre la hierba. Jehane ya había girado el tubo de perdigones para cubrir al otro hombre, que parecía aterrorizado y no se movía.

—¡Coge su cuchillo y tíralo al suelo; y el tuyo también!

Obedeció. Jehane dijo furiosamente al hombre caído:

—Podría haberte roto la pierna, recuérdalo. Y tú —dijo al otro— si valoras tu vida aléjate de ella, hacia los salones de los guerreros. Dile al primer guerrero que veas que venga aquí y que traiga un Azul y Rojo. Si no lo haces, te juro que te mataré yo misma de un disparo.

El hombre se fue. Jehane lo miró hasta que se perdió de vista. Luego ató al otro ciudadano la muñeca al tobillo mientras él le dirigía una mirada tan furiosa, que Jehane frunció el ceño como advertencia y se inclinó sobre Ayrys.

La sopladora de vidrio estaba recobrándose de su desmayo. Tenía la cara pálida y un viscoso sudor apareció en su frente. Apenas le dio tiempo de volver la cabeza antes de vomitar. Su mano cogió convulsivamente la de Jehane, quien retrocedió con disgusto. No le importaba el vómito, pero le disgustó la débil presión de Ayrys, apretando y soltando con la fuerza de un niño. ¿No hacían los sopladores de vidrio ningún trabajo? Después de sentir la mano de Talot, tan fuerte y firme…

—No te muevas —dijo Jehane con voz dura—. Tienes la pierna rota. Ya viene un curador.

Ayrys habló con un suspiro y Jehane tuvo que acercarse para oír.

—¿Por qué?

—¿Por qué te ayudé? —Jehane frunció el ceño; no hubo respuesta. Trató de quitar su mano, pero sorprendentemente el apretón de Ayrys se había intensificado y se mantuvo agarrada a la mano de Jehane. Ésta dijo:

—¡Por las órdenes de la comandante-suprema, delysiana; no por ti!

—Dahar… —Una ola de dolor cruzó el rostro de Ayrys—. Él tendrá que… lo mismo a ellos…

Jehane la observó. Se estaba regocijando. Los delysianos no habrían oído hablar todavía de la expulsión de Dahar la noche anterior, pero Ayrys se dio cuenta de lo que Jehane no había oído: que ahora, por segunda vez, la alianza forzaría a los jelitas a traicionar a los jelitas. En resumen, ¿qué había hecho? Ni siquiera se había dado cuenta. Al detener a los ciudadanos, sólo se había asegurado de que Belazir supiera quiénes eran y los entregara a los kreedogs para la misma mutilación que ellos habían infligido: Khalid les rompería las piernas. Y ella, Jehane, no se había dado cuenta siquiera. Pero la babosa delysiana sí, y estaba recreándose en ello.

El cuchillo de Jehane le producía comezón. En la batalla más fiera de su joven vida, se contuvo de hundirlo en Ayrys. Esto no mejoraría las cosas. No comprendía cómo había venido a ese Muro donde la lucha para la que había sido entrenada no servía para nada, pero de algún modo había venido.

—Lo hice por Talot —dijo Jehane en voz alta. Ayrys se había desmayado de nuevo y no la oía. El ciudadano jelita la miró sin comprender. De alguna manera, las palabras tranquilizaron a Jehane, y eso tampoco tenía sentido. Talot no obtenía nada por la ayuda de Jehane a Ayrys, y ahora que Khalid y su fango podrían… Pero no obstante, en alguna estúpida y loca forma oscurofría las palabras eran ciertas. Mirando a esta otra mujer que estaba viva debido a ella, Jehane pensó en Talot, y el duro nudo de pánico en su pecho se aflojó un poco. Lo había hecho por Talot.

Algunas figuras aparecieron por la esquina del salón. Un hermano-guerrero y una guerrera-sacerdotisa muy joven, con la doble hélice cosida en el hombro izquierdo del tebl sobre una luna creciente, corrieron hacia ella a través de la hierba.

36

Dentro del Muro, la Biblioteca-Mente comenzó a hacer señales. Los geds, despiertos o dormidos, o comiendo, se detuvieron, se miraron unos a otros y se acercaron mutuamente. Todas las pantallas en el perímetro, excepto la del monitor de la isla, sin importar lo que hubiera en ellas un momento antes, comenzaron a mostrar las mismas imágenes. La Biblioteca-Mente hizo una señal de emergencia:

—Datos significativos, Primer Nivel. Datos significativos, Primer Nivel.

«Primer Nivel» significaba que la Biblioteca-Mente había obtenido algo que modificaría la Paradoja Central.

Los geds comenzaron a correr.

37

SuSu entró en el Muro. Había cuencos de guiso presionando contra ella antes y después, salpicándola con líquido aún caliente. Apareció una luz al final del eje horizontal y fue descargada desnuda sobre una pila de cuencos y alimentos, una pila que ya estaba hundiéndose aún más profundamente debajo del suelo. Otras pilas de los otros salones se extendían a su derecha e izquierda. SuSu sintió que los bordes precisos de los cuencos de wrof debajo de ella comenzaban a disolverse. Revolviéndose fuera de la pila, se incorporó parpadeando en la luz repentina, con las manos aplastadas sobre los oídos.

Se produjo un ruido terrible. Los kreedogs ladraban en corrales a todo lo largo de la pared. Se lanzaban contra el wrof, los colmillos desnudos y las bocas baboseantes, tratando de llegar hasta ella o hasta el alimento. SuSu se estremeció y tardó un buen rato hasta que pudo abrir los ojos y moverse.

La habitación era más grande que cuando habían llevado a ella al gigante bárbaro. Los muros se habían movido. SuSu miró aturdida alrededor. No vio nada que pareciera de la misma habitación. ¿Qué pasaría si no fuera la misma y no pudiera llegar donde estaba él? El negro temor la dejó abrumada.

Buscó a tientas a través de él hasta que encontró aquel otro pensamiento, y se aferró a él: Lo que ha sido libremente entregado, debe ser libremente devuelto.

Había olido los kreedogs cuando los geds lo habían traído allí. Y ahora los oía. Allí era donde estaba.

En el lado de la habitación opuesto a los kreedogs, había una serie de divisiones bajas. SuSu saltó en dirección a ellas, sin hacer ruido, con los pies desnudos sobre el suelo.

Las particiones formaban una serie de compartimentos espaciados en forma irregular. El primero contenía una mesa del suelo cubierta con un revoltijo de equipos que carecía de significado para SuSu. En el compartimiento siguiente había otro corral, éste con una superficie perforada con pequeños agujeros. Dos pájaros jonkil habían construido un nido dentro; la hembra erizó las plumas como protección mientras SuSu pasaba. Detrás de la tercera partición crecían plantas bajo una luz tan brillante que la hizo parpadear. No había visto una luz tan brillante desde diatrés en la sabana.

Cuando llegó a la división siguiente, se llevó las manos a la boca. Un kreedog yacía sobre una mesa, con el vientre y la cabeza abiertos por un tajo y los ojos muertos mirándola brillantes y con expresión salvaje. SuSu sintió que le subía el vómito, pero no había nada que vomitar en su estómago. No había comido en los dos últimos días.

Cubículo tras cubículo: equipo ged, plantas y animales de Qom, cajas y óvalos de wrof transparente, casas extrañas que no hubiera podido ni imaginar.

¿Dónde?

No se le ocurrió siquiera llamarle en voz alta. El sonido era el ladrido de los kreedogs, y la voz oscura era ella misma gritando cuando lo llevaron detrás del Muro. Buscó en silencio. ¿Dónde?

Bordeó otra división y lo encontró.

El gigante yacía donde lo había dejado el teniente primero, de espaldas sobre la inmensa mesa del suelo, con las grandes manos blancas cayendo hacia delante, sobre los hombros. La tapa de su cráneo había sido removida, exactamente sobre sus cejas, y sobresalían tejidos retorcidos.

No había sangre. Pero entre el tejido cerebral destellaban lucecitas anaranjadas para iluminar pliegues y depresiones, como minúsculos rescoldos en cenizas grises y blancas.

SuSu alargó la mano para tocarlo. No pudo, estaba encajado en un muro, frío al tacto. Levantó un rectángulo de metal gris que estaba en medio de un revoltijo de equipos y golpeó en la claridad con toda su fuerza; el pesado metal no tenía más fuerza que su mano. Pacientemente buscó algo sobre lo que subirse. De la división siguiente arrastró una caja de wrof que no pesaba y trepó sobre ella. Pero la plataforma del gigante estaba cerrada con el mismo wrof transparente.

Inclinándose, SuSu rodeó ese claro escudo con los brazos tanto como pudo. No sintió nada, no pensó nada, tan inmóvil como el individuo en estasis, congelada en mente y cuerpo en el momento en que rodeaba la partición. Apoyó la mejilla sobre el muro que rodeaba al gigante albino.

Después de un largo rato, SuSu bajó de la caja. La arrastró con una mano hasta el lugar exacto donde estaba; con la otra mano aún agarraba el rectángulo gris oscuro que no había abollado el escudo de wrof. Sus dedos se habían congelado alrededor de él. No sabía que aún lo sostenía. Dejó el cubículo.

Los kreedogs aún se lanzaban contra la invisible barrera. SuSu estaba de pie ante ellos. No podía recordar qué iba a hacer. Los animales baboseaban y aullaban, y ella observaba, casi como en sueños, sin recordar lo que iba a hacer; sin recordar, sin pensar.

Finalmente se volvió y caminó pisando sin ruido en la otra dirección, frunciendo un poco el ceño, distraída, como si estuviera tratando de recordar algo, aunque no era así. No había recuerdos, no había nada. Dio vuelta a la habitación sin saber para qué: una figura desnuda, manchada de guiso, delicada como el vidrio.

Finalmente el suelo se movió. Debajo de SuSu se elevaron cuencos de guiso, de cuatro en cuatro. Los cuencos estaban fríos, pero donde le tocaba el guiso caliente, su piel se quemaba formando ampollas. Ella no lo sentía.

El eje la transportó a ambos lados debajo del suelo de R’Frow, y luego abruptamente hacia arriba. La luz irrumpió sobre su cabeza. Cuando abrió los ojos, la primera cosa que vio fue su blanco tebl colgado donde lo había dejado, el círculo anaranjado iluminando débilmente a través de la tela como luz dentro del tejido blanco.

La escarcha se quebró en pedazos.

38

—Ahora no sólo cooperan entre las subespecies, sino que también cambian las subespecies —dijo Krak’gar. Su olor de aturdimiento se mezclaba con el de los otros. Habían pedido a la Biblioteca-Mente que hiciera una pausa. A ninguno de los geds le gustaba cuando la Biblioteca-Mente dejaba demasiado atrás sus pensamientos y reacciones.

Todos los geds habían visto las imágenes: la mujer jelita deteniendo la violencia contra la mujer delysiana Ayrys, atacando a dos jelitas. Luego la delysiana había sido asistida por un curador jelita, y la jelita Jehane, en lugar de quedarse con los delysianos en calidad de su reciente adscripción al grupo, había regresado con los jelitas y había sido aceptada. A diferencia de Dahar, quien por conseguir la cooperación de la «alianza» había sido rechazado por los jelitas. Aun cuando la violencia cometida por la alianza no había sido intrasubespecies, sino en el modelo aceptado de delysianos contra jelitas. Entretanto, la delysiana Ayrys había tratado de ayudar a la jelita SuSu, quien se había cambiado a la tercera subespecie del enfermo gigante de la isla.

No tenía sentido. Los geds habían llegado a aceptar la conducta de los humanos como si fueran dos especies que mantenían una guerra territorial, como los ged y los humanos en el espacio. Y ahora algunos humanos estaban comportándose como si esas dos especies fueran una.

—Ninguna especie en la galaxia conocida muestra mayor lealtad a otra especie que a la suya propia —refunfuñó Rowir, en la configuración del hecho absoluto.

—Ninguna. Que Armonía cante con nosotros —dijo R’Gref.

—Ninguna. Que Armonía cante con nosotros —asintió Wraggaf.

—Ninguna.

—Ninguna. Que cante siempre.

—Siempre cantará. Pero ellos son biológicamente una especie, no dos.

—Pero ellos creen que son dos.

—La hembra Jehane habla a su compañera como si ambas fueran aún «jelitas».

—Pero actuó como si se hubiera convertido en delysiana.

—La Armonía canta…

—Armonía… —con feromonas de temor.

Estaba más allá del número-racional, casi más allá de la capacidad expresiva de las glándulas de feromonas. Desarrollándose en una lenta e impresionante danza, donde la solidaridad significaba supervivencia y el cambio venía lentamente, a través de milenios. Se suponía que la mente de número-racional y la comunicación de olores debían actuar en armonía, lo racional con lo moral. Wraggaf y Krowgif notaban que se acercaba una conmoción biológica. El resto presionaba cerca, rodeando y acariciando, ahogando a los dos con olores de seguridad hasta que pasara la amenaza. Luego todos retornaron a la discusión, comenzándola de nuevo, con la lenta y pesada asimilación de una especie a la que le había llevado un milenio moverse desde la idea de una rueda a la idea de dos.

Las pantallas del Muro revelaban a los humanos entrando en la Sala de Enseñanza, esperando intrigados a los geds, que no venían, alejándose sin rumbo otra vez.

Finalmente, cuando estuvieron dispuestos, los dieciocho solicitaron a la Biblioteca-Mente que expusiera su modificación de la Paradoja Central.

Eso también llevó horas de discusión.

La Biblioteca-Mente no había hallado una respuesta a la Paradoja Central ni una negación de ella. La violencia intraespecie era una responsabilidad biológica demasiado grande para que una especie de número-racional sobreviviera lo bastante como para alcanzar la propulsión estelar; sin embargo, los humanos lo habían hecho. Ninguna respuesta.

En cambio, en las configuraciones gramaticales de los hechos dispuestos en una hipótesis provisional, la Biblioteca-Mente había perturbado todas las feromonas, recomendando pasar por alto la falta de una respuesta.

—Los humanos pueden cambiar lealtades de una especie a la otra, o de lo que ellos piensan que es una especie a la otra —refunfuñó suavemente—. Los geds son una especie diferente. Así, los humanos pueden estar capacitados para cambiar lealtades de las especies humanas a la especie ged. Tales humanos a bordo de una nave pueden estar en mejores condiciones que los geds para predecir lo que hará la flota humana. Así pues, este proyecto puede tener éxito incluso sin una resolución de la Paradoja Central.

Los dieciocho se sentaron impresionados… y sin embargo no impresionados. No habían imaginado esta trayectoria desesperada de acción; sin embargo, mientras observaban las pantallas del Muro, se habían producido básicamente las mismas reacciones en cada uno de ellos, básicamente las mismas, los mismos modelos, sólo percibidos si todavía no se les había dado una configuración gramatical. Los olores habían estado allí, todavía esquivos, abrumados por la revulsión general, pero allí: un aliento de desesperación, un perfume de resolución de actuar, el olor de estar arrinconado.

Pero… ¿humanos a bordo de una nave ged? ¿Vivir, comer, trabajar con esos violentos y erráticos gene diversificados, tan lastimosos que no sabían a qué especie pertenecían, y tan inmorales que podrían ir sin que les importara? Estalló un murmullo.

—Podrían cambiar de lealtades… —las palabras sonaban a poder de una forma u otra, no había estructura gramatical que permitiera su vinculación.

—Sin embargo de nuevo, y sin un Muro entre…

—… tener que ser tratados como geds…

—… requerimientos atmosféricos…

—Las armas de la nave…

Siguieron discutiendo. Se amontonaron más cerca uno de otro, y cuando la habitación comenzó a oler a pánico, supieron que se movían hacia la aceptación de la recomendación de la Biblioteca-Mente. El olor se tornó más fuerte. Era una idea desesperada.

Mucho tiempo después comenzaron a discutir las precauciones a tomar. Concurrieron a la Biblioteca-Mente, y trataron de pensar cómo podrían reaccionar los humanos a bordo de la nave. Pero ¿Cómo podría realmente la Biblioteca-Mente saber cómo reaccionarían los humanos, si realmente podían olvidar algo tan básico como qué especie eran y crear algo tan fantástico como la propulsión estelar? Una propulsión estelar que arrebataba territorio y vidas geds. Por último, exhaustos, todas las feromonas olían a resignación, a resolución, a subordinación, a disgusto por la necesidad desesperada de la especie. Tratarían de hacer que un pequeño número de humanos inteligentes fueran leales a los geds. Lo harían en la misma forma que «jelitas» y «delysianos» y el gigante mudo aparentemente lo había hecho… brindando ayuda. Manteniendo a los humanos elegidos lejos de la violencia. Ofreciéndoles a ellos, y no a los otros, cualquier cosa que parecieran desear.

Enseguida comenzaron a recopilar nombres.

39

El dolor en la pierna y en la columna vertebral había desaparecido, arremolinándose y descendiendo por un río líquido. En su lugar estaba el río mismo, una oscura corriente de agua, moviéndose en dos direcciones al mismo tiempo, elevándose entre sus márgenes, subiendo hasta la luz.

—Dale otra dosis —dijo alguien—. Se está moviendo. ¡Puag! ¡No la dejes moverse hasta que yo haya terminado de colocar el hueso!

Le acercaron una taza a los labios. Ayrys bebió, con arcadas, y trató de volver la cabeza; alguien vertió un amargo líquido en su garganta. ¿Jehane? Pero Jehane no era una curadora. ¿Quién era? Alguien. No podía recordar…

El río se elevó y la inundó.

—Ayrys —dijo Ondur—. ¿Ayrys?

Ayrys abrió los ojos. Estaba acostada sobre cojines en su habitación. Un pequeño grupo de delysianos se amontonó en la entrada, tranquilo y expectante. Ondur y Karim se arrodillaron cerca de los cojines; la bonita cara de Ondur estaba contraída por la preocupación.

—No estoy aquí —dijo Ayrys estúpidamente. Y pensó: ¡Qué tonta! El pensamiento se movió perezosamente como restos flotantes en agua espesa.

—Sí, sí, estás aquí —la tranquilizó Ondur—. Es la medicina que te han dado. La… guerrera-sacerdotisa… Dijo que cuando despertaras te pondrías fuerte. No, no trates de sentarte.

—¿Qué ocurrió?

En la entrada, la gente comenzó a empujar hacia dentro de la habitación, ansiosa de ver y contar

—Dos hombres jelitas…

—Una de sus propias guerreras, una muchacha de…

—Khalid…

—Su comandante supremo…

—¡Tranquilízate! —gritó Ondur. Hizo un gesto fiero a los que hablaban y Ayrys pensó estúpidamente que cuando Ondur hizo eso se parecía a Jehane, Jehane

Karim empujó al grupo de delysianos hacia el corredor y cerró la puerta. Ondur dijo amablemente:

—¿No lo recuerdas? Fuiste atacada por un par de guerreros…

—Guerreros, no —le dijo Karim—. Eran ciudadanos. Escoria.

—Y entonces Jehane, una hermana-guerrera de tu grupo de enseñanza los detuvo. ¿Recuerdas, Ayrys?

—Es esa medicina —dijo Karim severamente—. No le des más. ¿Cómo oscurofrío podemos saber lo que le hace a su mente? Sus sacerdotisas-guerreras hacen cosas…

—Cállate, Karim —dijo Ondur.

—Ya… recuerdo —dijo Ayrys—. Las hojas de la malezaglobo; SuSu; el cadáver con la flecha de Jehane en el cuello… no, eso fue en la sabana.

—Recuerda —dijo Ondur a Karim, y su rostro se relajó un poco—. Era una medicina para el dolor.

—SuSu —dijo Ayrys.

—¿Qué, querida?

—Nada. ¿Cómo llegué? —De pronto el dolor subió a la superficie desde el río, sobre su pierna, y comenzó a jadear.

—¿Quieres otra dosis, Ayrys? La guerrera-sacerdotisa dejó más.

—Yo no se la daría —dijo Karim—. Kelovar dijo…

—A Kelovar no le concierne lo que ella elija. ¿Quieres la dosis, Ayrys?

—No. Dime, ¿qué más ocurrió?

—Esa chusma te rompió la pierna —dijo Ondur—. Jehane envió a buscar una sacerdotisa guerrera, que fijó el hueso y te llevó a su comandante suprema. Ella y Khalid se encontraron en la Sala de Enseñanza con los miembros de la alianza, con los kreedogs.

—No los llames así —dijo Karim cortante.

—… y Belazir te entregó a Khalid, y entregó también a los dos hombres. Kelovar dijo que parecía enferma de muerte.

—Es lógico que parezca enferma de muerte —dijo Karim—. Ahora no podrá decir que Delysia atacó primero. ¡Dos ataques contra la ley ged y ambos de jelitas!

El efecto de la medicina estaba desvaneciéndose, y a Ayrys le dolía terriblemente la pierna. Pero quería saber.

—¿Quién… qué hicieron los Kreedogs?

—Rompieron las piernas de los jelitas, igual que las tuyas —dijo Karim inmediatamente, pero sus ojos no se toparon con los de Ayrys.

—¿Quién? —susurró ella.

Hubo un breve silencio. Luego Karim dijo:

—Kelovar.

—No…

—¿Khalid? No —dijo Ondur con vehemencia—. Incluso un comandante podría no tener estómago para mutilar hombres atados.

—Pero Kelovar lo haría.

Ayrys vio su rostro, no el fatigado rostro del soldado que la había ayudado en lo de Breel mucho tiempo atrás, sino el Kelovar que había acabado por tener en R’Frow: cerrado, angustiado, como un río canalizado en desfiladeros asesinos por rocas que no podía mover. Ese Kelovar no titubearía en mutilar.

Dahar no lo había hecho. No había tenido que hacerlo. Pero de alguna forma él tenía la responsabilidad, o la había tenido el día anterior junto al Muro Gris. «¿Qué ocurrió esta mañana? ¿Qué has hecho?» Los kreedogs eran un plan de Dahar, y no de su comandante suprema, que se veía casi enferma al ejecutarlo. Sin embargo, Dahar había regresado para decirle a ella cómo hacer la medicina para SuSu.

—Ayrys, ¿estás bien? Tienes aspecto de…

—¿Quedaré lisiada para siempre?

Ondur y Karim intercambiaron miradas.

—¿Caminaré de nuevo?

—Por supuesto que sí —la tranquilizó, pero enseguida Karim pasó por encima de ella y se inclinó más cerca de Ayrys—. El curador no lo supo decir. Depende de cómo vuelva a unirse el hueso. Y aunque no me gusta reconocerlo, sus curadores son mejores que los nuestros; han salvado a guerreros que… Pero era joven, Ayrys, sólo una niña. Podía estar equivocada. Es de suponer que debes estar acostada sin mover el hueso.

Ondur dijo rápidamente:

—Te traeré comida. Y te ayudaré a hacer tus necesidades. Comparte sólo tu cerradura conmigo.

—¿Cómo va a poder hacerlo —dijo Karim— si no puede moverse hasta la puerta para presionar su pulgar con el tuyo?

—Ayrys, no has dicho nada —dijo Ondur—. No estarás pensando en… Una vez tuve un amante que fue herido en batalla, y antes que vivir lisiado él…Tú no…

—No —dijo Ayrys sorprendiéndose a sí misma—. Yo no lo haría. No buscaría más dolor.

Pero eso no había sido así en la sabana. ¿Cuándo había cambiado?

—Una curadora mejor que aquella muchacha —dijo Ondur—. Ellos son los culpables de esto y deberían haber enviado un guerrero-sacerdote de mayor edad, más experimentado…

—No. —El rostro de Karim se puso tenso.

Ondur intervino, tratando de distraer la atención de Ayrys de su pierna.

—El teniente primero, aquel guerrero-sacerdote, ha sido separado de sus guerreros. Tú no lo habías oído decir, ¿verdad, Ayrys? Ahora es de noche y has estado ausente todo el día por el efecto de esa medicina. ¿No estaba ese teniente primero en tu grupo de enseñanza? Entonces debes saber quién es. Ha sido separado de los guerreros. Totalmente separado.

—¿Por qué? —Ayrys se volvió hacia Karim.

—Nadie lo sabe. —Karim se encogió de hombros—. ¿Quién puede comprender la forma de ser de los jelitas? Son todos unos asesinos.

—Ayrys, pareces… ¿duele mucho?

—Sí, podría dormir ahora un poco. Me encantaría dormir.

Ondur se puso en pie.

—Vendré por la mañana. Toma la medicina jelita si la necesitas.

—Procura no necesitarla —dijo Karim.

Habían alcanzado la puerta, cuando Ayrys dijo:

—Karim, Ondur, gracias por vuestra bondad. No hay… A veces pienso que no hay mucha bondad en R’Frow. Gracias.

La bonita cara de Ondur se puso tensa por un momento, y Karim descubrió a la mujer que había debajo de la brillante jovialidad, que ocultaba cualquier aflicción que hubiera dejado en Delysia con la determinación de no mirar hacia atrás. Después Ondur hizo un esfuerzo por sonreír, y el momento pasó. Apagó la luz.

Cuando Ayrys se quedó sola, cerró los ojos con fuerza. Crecía el dolor de la pierna. ¿Estaba la medicina jelita aún en la sangre? ¿Cuánto aumentaría el dolor si la medicina desaparecía por completo?

Lisiada…

Cuando abrió los ojos, el círculo anaranjado la contemplaba en la oscuridad. Sus pensamientos brincaban desordenados. ¿Era eso también una señal de que la dosis se disipaba? El revoltijo de equipo apilado en el suelo: alambres, prismas, varillas magnéticas; tenía un aspecto fantástico bajo la luz anaranjada.

Luz. R’Frow estaba muriendo por falta de luz. El Muro y la Cúpula, que mantenían afuera la luz y el frío de Qom, habían defendido a R’Frow. Y ahora la estaban matando.

Había un cierto eco sobre la palabra luz… En su dolor, no pudo encontrarlo.

Los geds habían hecho R’Frow. Los geds, que escuchaban dentro de sus cascos, sin alambres… algo. ¿Qué escuchaban? ¿Cómo podía entrar cualquier sonido en los cascos sin alambres? La idea era asombrosa. ¿No había nada que los geds no pudieran hacer, algo que no supieran? Escuchar… un murmullo de voces que se preguntaban cómo los geds conocieron la primera muerte si estaban todos encerrados dentro del Muro durante la noche; ¿cómo supo Grax que el gigante se había puesto demasiado enfermo para caminar hasta el Muro sin ser transportado? Cuando el gigante había salido de la Sala de Enseñanza, lo había hecho caminando. Nadie podía haberle dicho a Grax lo rápidamente que había empeorado el gigante; sólo ella y SuSu lo sabían, y no habían hablado de ello a causa del silencio de SuSu.

¿Había algo que los geds no pudieran hacer?…

El círculo anaranjado resplandecía sobre la pared. Ayrys pasó la mano del círculo a la maraña de primas, luego otra vez al círculo, y después a las piernas. Ida y vuelta.

Si ponía ambas palmas de la mano sobre el suelo a ambos lados de sus cojines y empujaba, podía levantarse hasta la posición de sentada. El dolor le acuchillaba la pierna, pero ahora no estaba tan consciente de ello. Llevó poco a poco los cojines por el suelo hacia el muro. El círculo no estaba adherido a la pared, aunque no estaba hecho del mismo wrof. No había nada suficientemente sobresaliente para escudriñar; ninguna manera de examinar lo que había detrás. Ayrys puso la palma de la mano sobre el círculo; un leve resplandor anaranjado brilló desde el dorso de su mano.

Nada que los geds no pudieran hacer. Círculos anaranjados en todo R’Frow, en todos los salones, corredores y habitaciones… en el lado exterior de la Sala de Enseñanza. Los que estaban al lado de las escaleras en el salón más grande sobresalían desde el Muro, para vigilar vertical y horizontalmente, sin perder nada. Y en las habitaciones, vigilando a SuSu y al bárbaro, Ondur y Karim, ella misma y Kelovar desnudos en el aire cálido…

Los dientes rechinaron con furia y dolor; Ayrys se arrastró hacia un montón de piezas. Los círculos anaranjados en las habitaciones no sobresalían. Todo lo que podía hacer era doblar un trozo de tela seis veces, hasta que no trasluciera el color anaranjado, y pegarlo sobre el círculo con una savia pegajosa que había extraído de una planta porque quería ver qué aspecto tenía en la lente ampliadora de los geds.

Y el ged nunca había dicho nada. Nunca. ¿Qué aspecto tenemos ante ellos, cuando comemos, nos bañamos o acostamos, bajo esta lente más grande y secreta? ¿Y por qué secreta?

¿Lo era? Los geds no respondían preguntas hasta que éstas eran formuladas. ¿Diría Grax la verdad si preguntaba acerca de los círculos anaranjados? ¿Y cuál era la verdad?

Sólo podía hacer especulaciones, no tenía respuestas ciertas. Y eran los propios geds, con su ciencia, quienes le habían enseñado la diferencia.

Confundida, temerosa y dolorida, Ayrys se acostó de nuevo sobre los cojines. Su mente trazaba círculos febrilmente y aún faltaba mucho para dormir. Cuando finalmente lo hizo, la última imagen fue la de Kelovar, sonriendo por el golpe de la roca sobre el hueso.

Más tarde, mucho más tarde, se abrió la puerta. Ayrys, que dormía a intervalos, se despertó enseguida. Una franja de oscura luz anaranjada apareció sobre la pared. No, pensó Ayrys, no le quiero aquí… La puerta se cerró casi inmediatamente pero a ella no le dio tiempo de ver la silueta que se deslizó dentro. No.

—Kelovar —dijo con tono fatigado.

Hubo un silencio largo, tenso y oscuro.

—No, Dahar.

Ayrys jadeó y trató de sentarse. El dolor le invadía la pierna. Dahar no se había movido: un oscuro bulto cerca de la puerta cerrada, más sentido que visto en la total oscuridad.

—Kelovar —dijo él finalmente—. Tú y Kelovar.

—No, no, nunca más.

Él no dijo nada.

—¿Cómo… cómo has entrado?

—Grax. Me dio una cerradura. La misma que él usaba para abrir la habitación del bárbaro.

—¿Por qué?

—¿Por qué me la dio o por qué la he usado para venir aquí? —respondió ásperamente Dahar.

—Las dos cosas —Ayrys respiró profundamente.

De pronto, la luz estalló en la oscuridad. Dahar había presionado el círculo anaranjado a través de la tela doblada en seis. Ayrys parpadeó por la súbita brillantez. Cuando abrió los ojos, Dahar estaba de pie a su lado, mirando su pierna.

—El guerrero-sacerdote que fijó el hueso no es muy hábil. Déjame verlo.

No le miró la cara, pero Ayrys podía ver la de él. Amargura, agotamiento, y algo más, una desesperación que ella reconoció como la de sus primeros días en la sabana, sus primeros días de exilio: Continúa moviéndote, no te detengas, continúa moviéndote. Si ella no hubiera estado antes allí, no habría reconocido el lugar en que Dahar se encontraba en ese momento. Pero ella había estado allí, en esa vacía sabana, con las puertas de la ciudad cerradas tras ella, y con la noche cayendo. Ella había estado allí.

—No deberíamos estar aquí —dijo—. Es demasiado peligroso.

—Puedo volver a encajar el hueso. Será mejor.

—Dahar, ¿me has oído? Si te encuentran aquí…

—Puedo volver a encajar el hueso. Será mejor —repitió el hombre con cansada tenacidad.

—¿Caminaré de nuevo?

—Déjame ver. Puedo encajar el hueso.

Ayrys asintió. Dahar se arrodilló al lado de los cojines, desató la tablilla que la hermana-guerrera había puesto en la pierna y tanteó la fractura del hueso.

Ayrys lanzó un grito.

Él se detuvo al instante, con la cabeza inclinada sobre la pierna, todavía sin mirarla. Cuando disminuyó el dolor, Ayrys encontró que sus manos apretaban el brazo de Dahar tan fuertemente que los nudillos se pusieron blancos.

Si alguien la había oído, si alguien traía a Kelovar para abrir la puerta…

Pasaron algunos momentos. Nadie vino.

—Dahar, no puedes. Si grito y viene alguien…

—¿Quién más tiene tu cerradura, además de Kelovar?

—Nadie. Pero Kelovar…

—Conozco a Kelovar —dijo él con una falta de sentimiento completamente distinta de su primera respuesta en la puerta. Su voz, apagada, traducía un agotamiento llevado hasta el límite—. Puedo volver a encajar el hueso, será mejor. Si no lo hago nunca volverás a caminar bien.

Ella se estremeció.

—Espera, espera, hay una medicina que me dejó tu guerrera-sacerdotisa.

—Ya no es de los míos —dijo él, otra vez con expresión dura, y la miró directamente con sus oscuros ojos jelitas en blanco—. ¿Qué medicina? ¿Dónde está?

—Allí, en aquel cuenco.

Dahar husmeó la medicina y se puso una gota en la lengua.

—Sí, bueno. Ayudará a calmar el dolor.

—La otra vez me adormeció durante todo el día.

—Esta vez no te hará el mismo efecto. Ha sedimentado demasiado tiempo. Pero puede que delires.

—Si lo hace y grito de todos modos, y alguien trae a Kelovar para abrir la puerta…

Por un momento, con la mirada cauta de un soldado, sus ojos se dirigieron hacia la puerta. Pero entonces la mirada se desvaneció y volvió la cara hacia ella, como si no quisiera que viese lo que se reflejaba allí. Luego acercó la medicina para que Ayrys la bebiese.

Ella se la bebió toda.

La habitación comenzó a desvanecerse. Entonces se produjo la confusión. Negrura que no era negrura, gritos que podrían haber estado fuera o dentro de su cabeza, y oleadas de dolor sin imágenes.

Cuando hubo pasado lo peor, se sentó, inclinándose hacia Dahar con las manos apretando el brazo de él tan fuertemente que las uñas se hincaron a través de la manga del tebl hasta llegar al duro músculo. Se había mordido el labio inferior y la sangre le corría por la barbilla. Sus ojos se humedecieron.

—¿Yo lo hice? ¿Yo…? Cuando se puso a hablar se dio cuenta de que la medicina aún la dominaba, no podía recordar la palabra para hacer la pregunta ni por qué lo preguntaba.

—No, no. No gritaste. Espera, necesito atar esto. —Lo ató y ella miró la pierna como si perteneciese a otra persona.

Era una sensación extraña. Ayrys era tanto ella misma como no lo era, y aunque sabía que era efecto de la medicina, no le importaba. Dijo casi con frialdad, como si no le importara en absoluto.

—¿Caminaré bien ahora?

—Después de que se cure.

—Dahar…

—¿Quieres vomitar?

—No. —De pronto se echó a reír, con una risa ligera y aguda como la de una muchacha, tan sensible a la sangre y al dolor que frunció el entrecejo, pero luego volvió a reír de nuevo—. No hay vómito. Habla.

—Eso lo produce la medicina.

—No. Sí. ¿Realmente se curará?

—Sí.

—¿Por qué viniste a colocarme bien la fractura?

Él no respondió. Una expresión de amargura le cubrió el rostro como una máscara.

—Has venido porque piensas que eres el responsable de lo ocurrido, que planeaste lo de los kreedogs y los dos jelitas me atacaron.

Los ojos de Dahar se achicaron. Ayrys se oyó a sí misma, como desde una gran distancia; sabía que esto era en gran parte por la medicina, y que sin ésta no habría podido decirle la verdad. El ser consciente de ello la animó a continuar, pero esto también era consecuencia de la medicina, aunque sólo en parte.

—¿Kelovar te dijo eso? —preguntó él.

—No. Ya te lo dije. Kelovar y yo hemos terminado. Me di cuenta yo misma. Cerca del Muro. Te han desterrado, ¿no? ¿De Jela?

Dahar se levantó y se dirigió hacia la puerta. Ayrys habló a su espalda, tranquilamente, aún desde la distancia:

—Pero ésa no es la única razón por la que has venido a ayudarme. No, Dahar. Te estás violentando al venir aquí, ¿no? Te arriesgas a que te maten, y por ayudar a una delysiana. Has venido porque soy delysiana. Como moler vidrio voluntariamente con el pulgar.

Dahar se había vuelto y la contemplaba desde el otro lado de la habitación.

—Sí —continuó ella, con una leve sonrisa desde alguna parte en esa segura distancia a la que le había llevado la medicina—. Mutilar una mano. Ayudar a una delysiana. Hay un dicho en el taller de vidrio, Dahar, un proverbio que dice: «Cuando el horno está muy caliente, busca la falla impura.» ¿Alguna vez has oído eso? No, por supuesto que no. Nunca has trabajado con el vidrio. Embry me preguntó qué significa. Estaba haciendo una botella azul… —¿Qué decía? Embry

Ante el sonido del nombre de su hija, los dos lugares se derrumbaron, uno a una gran distancia, seguro, y otro en la habitación de R’Frow, con la pierna como fuego, y un hermano-guerrero mirándola fijamente desde tal altura que se sintió súbitamente con vértigos y enferma. Ayrys volvió la mirada hacia él, con los ojos muy abiertos e indefensa ante la conmoción provocada por el nombre de Embry.

—Nunca lo he dicho en voz alta en R’Frow. Nunca. —Susurró y tuvo el tiempo justo para volver la cabeza antes de vomitar, un pequeño hilillo, oscuro por la última medicina jelita y seguido por náuseas que la enviaron un dolor lacerante a través de la pierna.

Dahar era un curador, y ni los vómitos ni las náuseas secas le repugnaban. Se arrodilló de nuevo a su lado, y Ayrys agarró su muñeca hasta que, débil y aturdida, cayó agotada. Él la ayudó a acostarse sobre los cojines, pero Ayrys mantuvo la mano sobre su muñeca.

—¿Quién es Embry? —preguntó Dahar.

—Mi hija. Mi hija en… Delysia. —Ayrys cerró los ojos.

Él permaneció en silencio un momento.

—¿Por qué la dejaste atrás?

—Me vi obligada. Fui desterrada de la ciudad.

—¿Por qué?

—Por hacer un ornamento de vidrio. Una hélice azul y rojo. Una doble hélice de guerrero-sacerdote jelita.

La muñeca se puso rígida bajo la mano de Ayrys. Con vértigos y exhausta, Ayrys mantenía los ojos cerrados.

—Lo hice porque era hermoso. No porque fuera je-lita, sino porque era hermoso y de vidrio. Hermoso. ¿No te parece divertido, Dahar? La belleza del emblema de curación de un guerrero-sacerdote me exilió de Delysia a R’Frow, donde un guerrero-sacerdote arriesga su vida para curarme porque soy delysiana.

Ayrys se oyó y pensó con claridad. No toda la dosis había sido vomitada. Pero no sabía si ésa era la verdad o no. Abrió los ojos.

Se miraron uno al otro.

—No he venido porque seas delysiana.

—Sí —dijo Ayrys—. Lo has hecho por eso.

Dahar miró hacia abajo, a la mano derecha de Ayrys que rodeaba su muñeca. A lo largo de los decaciclos, las cicatrices del pulgar habían pasado del rojo al blanco, fibrosas, arrugas de piel.

—Sí —dijo Dahar finalmente—. Lo hice por eso.

Ayrys se sentía fría y perdida. Pero ante la pena que había en la voz de él, desapareció su enojo. No sabía lo que significaría la pena para un hermano-guerrero, para Dahar. Lo extraño de la situación, previamente sumergida en lo extraño de la medicina, aumentó fuertemente. Le dolía la pierna, que palpitaba. El rostro de Dahar estaba de perfil, el pómulo rígido y la piel pálida por el agotamiento.

Entonces la miró directamente.

—Pero estaba equivocado. Tú no eres delysiana.

Ella frunció el entrecejo, sin comprender.

—Ya no lo eres, Delysia te desterró. No podían comprender lo que era la fabricación del vidrio. No pueden comprender lo que es la ciencia ged, como tampoco puede comprenderlo Jela. Como tampoco Jela.

Su mirada recorrió la habitación, como si viera por primera vez el embrollo del equipo ged: alambres, elementos eléctricos, prismas. Levantó el calefactor con ambas manos.

—¿Qué es?

—Para dar calor. A los cazadores en la sabana, a bebés nacidos en Terceranoche.

Ayrys observó cómo los ojos de Dahar recorrían el aparato.

—¿Grax te explicó cómo construirlo?

—No. Excepto lo que nos enseñó en la Sala de Enseñanza.

Él puso el aparato en el suelo y habló apasionadamente:

—Ya ves lo que los geds podrían significar para Qom. No se trata de juguetes, ni armas, ni gemas… ciencia. Cosas que nunca pensamos que podríamos conocer, cosas que ni siquiera soñamos que podían ser conocidas… ¿Por qué los demás no pueden comprenderlo? Belazir, Khalid, Ishaq no son estúpidos; entonces, ¿por qué no pueden comprenderlo? Nada de lo que conocíamos antes en Jela o en Delysia puede igualarse a los saberes geds. Nada de lo que ha ocurrido en Qom es tan importante como la venida de los geds, nada. Esto es R’Frow. Esto es… Frow. —Su voz tembló muy ligeramente.

Ayrys percibió esa pequeña vacilación en su certeza y le conmovió como ninguna otra cosa: más que el riesgo de venir a curar su pierna; más que el destierro de su puesto entre los guerreros. Dahar también estaba inseguro con respecto a los geds. Reconoció con temor que era casi desesperante la vastedad y la riqueza de la ciencia ged, el poder que podía estremecer en forma tan devastadora como un terremoto podría sacudir un estanque. Por ese terremoto, Dahar pagaría cualquier precio… él, a quien habían enseñado a pensar, no en precios, sino en honor. Pero aún así, del mismo modo como el terremoto cortaba el terreno familiar de debajo suyo y él reunía todo su coraje para hacer frente a la devastación, del mismo modo sabía que se trataba de un paisaje no visto, de una planicie de increíble fertilidad, pero hasta ahora sin sustento, sin refugio. El poder de los geds se enfurecía bajo los pies y no había lugar donde esconderse.

Ayrys comprendió el valor de Dahar. Pero era el temblor lo que la conmovía, porque significaba que también Dahar tenía miedo. Veía lo que los geds podían hacer; veía claramente el abismo entre eso y sus propias artes como guerrero-sacerdote, y no apartaba la vista. La visión del abismo no le había convertido en asesino, como a Kelovar, ni le hacía encogerse como a SuSu; no le llevaba a descartar a los geds como no importantes, como hacía Karim. Dahar veía y reconocía, y en su temeroso reconocimiento, Ayrys percibía una inteligencia y una valentía que no había visto en ninguna otra parte en R’Frow.

Con cuidado, Ayrys apartó la mano de la muñeca del hombre.

Dahar dijo, aún sin mirarla:

—Pero tú comprendes lo que es la ciencia ged, ¿no? Te observé en la Sala de Enseñanza… —Se detuvo.

Ayrys supo por qué Dahar se había detenido, mejor de lo que él pudiera saberlo alguna vez. La habitación parecía rebosar de fragilidad, como si el aire estuviera hecho de vidrio. Un hermano-guerrero no observaba a una mujer delysiana con el respeto con que Dahar lo había hecho. ¿Observaba un hermano-guerrero a cualquier mujer con respeto? A las hermanas-guerreras probablemente, pero nunca en ningún momento las tocaban. Dahar probablemente se había acostado sólo con rameras, como…

Era la misma relación que la había enojado por la mañana, junto al Muro Gris. ¿Cuántas rameras había en los salones jelitas? SuSu, con el cuerpo pequeño magullado por los golpes…

—Te observé —dijo Dahar, casi con dureza— y no vi a Delysia. Vi a R’Frow. La ciencia ged y R’Frow.

Se quedó muy quieta. Dahar se sentó a su lado con el calefactor en la mano, y con el rostro exhausto algo apartado. Creció la tensión, tangible y frágil como el vidrio. Si ella se estiraba para tocarle… ¿Qué? Dahar no era un soldado. Hasta el día anterior era un guerrero-jelita, un enemigo, y acariciaba sólo a rameras.

—Yo no soy R’Frow. —Dijo Ayrys con más aspereza de lo que era su intención—. No soy nada. Ni delysiana, ni jelita, ni ged. Y tú tampoco. Desterrados.

Dahar seguía en silencio. Luego, para sorpresa de ella, dijo suavemente:

—¿Qué edad tiene tu hija?

—Once, once años.

—¿Quién cuida de ella ahora?

—La hermana de mi madre. Está bien cuidada. Sólo… —No pudo terminar.

—Sólo que sin ti.

—Sólo que sin mí.

—¿Quién es su padre?

—Un soldado. Pero está muerto. Murió hace mucho tiempo.

—¿En batalla? —preguntó él con una voz diferente.

—No, no, de una enfermedad. El curador no sabía qué era. Los curadores delysianos no son tan buenos como vosotros…

—Éramos —dijo él con tanta amargura en su voz que Ayrys le miró directamente a los ojos. Pero se dominaba—. ¿Era tu… compañero?

—No es como entre los ciudadanos jelitas —dijo ella con naturalidad, y juntó las manos—. Era entonces mi amante. No éramos pareja para… para toda la vida.

Dahar permaneció en silencio, Ayrys intentó aclarar lo que era natural para ella, pero no para él.

—Los niños viven con las familias de sus madres. Los amantes van y vienen, pero los niños, hermanos y hermanas… Embry está con la hermana de mi madre, y mi hermano está allí también, cuando no está… lejos.

—Es un soldado —dijo Dahar sin énfasis.

Un pequeño enfado, nacido en parte de la tensión, se apoderó de ella; sintió que Dahar la juzgaba y no le gustó.

—Sí, por supuesto, es un soldado. ¿Qué otra cosa sería, tal como están las cosas entre Delysia y Jela?

—Los ciudadanos no se convierten en guerreros.

—Pueden convertirse en soldados. En Jela, ¿deben ser guerreras las madres para que los hijos se conviertan en guerreros?

—La madre y el padre. Ambos. Los niños de Jela saben de qué casta son sus padres.

—Sobre todo si son hijos de rameras.

—Sí.

—Rameras como SuSu, que viven como proscritas, que se acostumbran a lo que se desee de ellas, incluso si la «ramera» es una cautiva delysiana, hecha prisionera en batalla.

—¿Eso te parece peor que tener luchadores varones que se crían de ciudadanos físicamente más débiles, y luchadoras que deben dejar sus núcleos para tener hijos? —dijo fríamente Dahar.

—¡Sí! —dijo Ayrys—, ¡mucho peor! La furia crecía en ella, nacida de la frustración y de la decepción. Era un hermano-guerrero, después de todo.

Pero Dahar había extendido las manos frente a él, con las palmas hacia abajo, observando los dedos con cansancio.

—Te dije que esto no es Jela sino R’Frow. Los geds han… los geds son… No sé, Ayrys. Muchas cosas de las que estaba seguro en otro tiempo… No sé.

Había dicho demasiado.

Ayrys observó que eso era lo que él pensaba. Luego Dahar se levantó y la cólera se encendía tras el agotamiento y la tensión de su rostro. Antes de que pudiera ponerse de pie, Ayrys extendió la mano y cogió la punta de sus dedos. Inmóvil sobre los cojines, con la pierna vibrando incluso bajo el efecto de la droga, no pudo llegar más lejos. Cerró los ojos con fuerza, como un niño, e inmediatamente se arrepintió.

Dahar permaneció de pie un buen rato, con sus dedos en los de ella. Luego, súbitamente, con una violencia nacida del cansancio y la desesperación, se arrodilló junto a Ayrys y se puso la mano libre sobre los ojos. Sus labios temblaban.

Ayrys atrajo la cabeza de él sobre su pecho, hasta que Dahar se acostó al lado de ella, y lo abrazó. Él se estremeció una vez con un largo y poderoso espasmo. Pero sólo una vez. Ella lo retuvo mucho tiempo. Ninguno de los dos dijo nada; estaban muy juntos, desterrados.

Bastante tiempo después, Ayrys notó que Dahar levantaba la cabeza y la miraba. Había dormido tan profundamente que parecía muerto: el sueño inmóvil y pesado de quien está exhausto. Ayrys no había podido dormir, había dormido todo el día. Temía moverse por miedo a despertarlo, y al mismo tiempo dejarlo dormir porque no podía saber cuán próxima estaba la mañana. Pero Dahar, con el agudo instinto de un guerrero, podía saberlo.

Se despertó y levantó la cabeza, que estaba sobre el pecho de ella, para verle el rostro. Tenía profundos surcos oscuros alrededor de los ojos.

—No soy una ramera —susurró Ayrys.

—No, no.

—Yo elijo por mí misma, Dahar.

—Tu pierna…

—Ahora no la siento siquiera. Y yo elijo por mí misma. Como hiciste tú al venir aquí. ¿Cómo supiste cuál era mi habitación?

Dahar sonrió levemente.

—La última de la derecha, en el tercer corredor. Una vez oí que se lo decías a una mujer en la Sala de Enseñanza.

—Y lo recordaste.

Dahar miró lentamente alrededor de la habitación, a los montones de equipo ged, a los aparatos que Ayrys había construido.

—Y lo recordé.

Pero aún se contenía. Ayrys levantó la boca hasta la suya.

40

Grax observó la blanca pantalla del Muro. «Y lo recordé», dijo la voz de Dahar con completa claridad; pero la pantalla mostraba sólo los arremolinados modelos geds de la tela que Ayrys había pegado sobre ella. La otra pantalla, aislada por la Biblioteca-Mente por avería, estaba silenciosa, y la tela que la cubría colgaba en dobleces blancos y arrugados.

Grax se enfureció: una ligera bajada de los músculos en las comisuras de la boca, una contracción de los músculos bajo el ojo central, que era un poco más grande que los otros dos. Grax no tuvo consciencia de lo que había hecho, y así sus feromonas no cambiaron de aroma. Rowir y Krak’gar estaban de espaldas, absortos en su propio trabajo; tampoco lo notaron. Tampoco habían pasado largas horas solos con los humanos como Grax había pasado con Dahar.

Tal vez ni siquiera hubieran reconocido la versión de Grax del gesto humano. Si Grax lo hubiera visto en una de sus caras, tal vez tampoco hubiera reconocido la mueca.

Continuó mirando enfurruñado la pantalla vacía.

41

Ayrys yacía sola en la oscuridad, mirando fijamente a la puerta que se acababa de cerrar. Un rayo de oscura luz anaranjada penetraba en la oscuridad, luego se contrajo, y Dahar se había ido.

No le he dicho nada, pensó Ayrys. No le hablé de los cascos de audición, ni tampoco de los ojos en círculo de los geds… «Te observé, y vi a R’Frow.» «Nada que haya ocurrido en Qom es tan importante como la venida de los geds, la ciencia ged.» Yo nunca se lo dije.

Se tocó la boca con los dedos. La puerta se abrió de nuevo. Ayrys dio un brinco y cogió una manta para cubrir su desnudez.

—Ayrys —dijo Ondur—, he venido para ayudar a lavarte. ¿Tienes hambre? ¿Cómo está tu pierna? —Detrás de ella, en el corredor estaba Kelovar, de pie como una forma silenciosa y oscura; había abierto la puerta para Ondur, que de otro modo no habría podido entrar.

—¿Qué ocurre con tu lámpara? Hay una tela sobre ella. Vamos, Kelovar, Ayrys necesita lavarse. ¿Por qué has tapado la luz?

—Me… molesta en los ojos.

Ondur presionó el círculo a través de la tela. Llevaba un cuenco de agua tibia sobre una cadera y telas y cuencos de comida sobre el otro brazo.

Dijo alegremente:

—Podría haber sido esa medicina. Kelovar, ¿te vas?

No se había movido. Ayrys no se atrevía a mirarlo. Ondur estiró la pierna hacia atrás y empujó la puerta, que se cerró suavemente. Ondur sonrió satisfecha.

—¡Algunas veces, ésta es la única forma de tratar con los hombres! ¿Cómo está tu pierna? No voy a deshacer el entablillado, pero ahora voy a colocar este agua aquí y luego… —De pronto se detuvo.

Ayrys estaba mirando fijamente al círculo anaranjado cubierto. Ahora volvió la mirada a Ondur, que había dejado el agua en el suelo y se arrodillaba al lado de los cojines, con los ojos abiertos por la sorpresa. Ondur fruncía la nariz. Ayrys comprendió: Ondur olía sexo.

Las dos mujeres se miraron mutuamente.

—¿Kelovar? —dijo Ondur con duda.

—¡No!

—Entonces, ¿quién?

—Ondur, no me preguntes quién.

Ondur había comenzado a sonreír astutamente, pero ante la intensidad de la voz de Ayrys, se desvaneció la sonrisa, y Ayrys se maldijo a sí misma. Estúpida, estúpida… creando misterios donde no debía haber ninguno. Se sintió temblorosa y cansada, y la pierna comenzaba a dolerle de nuevo. Ondur buscaba a tientas con la toalla.

—Por supuesto. No tuve la intención de espiar.

Ayrys cubrió la mano de Ondur con la suya y se esforzó en sonreír. Tras un momento, Ondur rió entre dientes.

—Y con la pierna en esas condiciones… Debes ser bastante lujuriosa, Ayrys. ¡Y él también!

Ayrys controló un conato de histerismo. Cuidadosa; tenía que se cuidadosa. Dahar, sé cuidadoso. Esta agitación, surgida tras tantas sensaciones y tras dormir tan poco, podía traicionarla. Sentía su propia vulnerabilidad. Y la bondad de Ondur, una bondad sencilla y limpia, vigorosa como la hierba, aún la perturbaba más. Casi había olvidado que podía existir entre las peligrosas plantas que parecían florecer en R’Frow.

—Ondur, ¿por qué me ayudas?

Ondur comenzó a lavar la pierna sana de Ayrys.

—¿Por qué no? Tú me ayudarías a mí si hubiera sido atacada por ellos… oh, lo siento, no quise tocar ese tema. Ayrys, ¿saben los geds que tienes todos esos alambres y cosas aquí?

Ayrys no pudo detenerse. Echó un vistazo al círculo anaranjado cubierto.

—Ellos lo saben.

—Mientras no les importe que estés juntando todos estos alambres y cosas… Cuidado, voy a volverte un poco a la izquierda. ¿Te duele?

—Sí —jadeó Ayrys—. Ondur, ¿tú confías en los geds?

—¿Confiar en los geds? ¿Cómo?

—Para confiar en lo que ellos dicen que están haciendo, ayudándonos porque sabemos tan poco y ellos lo saben todo.

—Sabemos lo suficiente —dijo Ondur. Ayrys notó en su tono el familiar rechazo al tema de los geds. Nosotros somos menos porque ellos son más—. Estábamos bien en Delysia antes de que vinieran los geds, y nosotros… Delysia estará mejor cuando haya terminado el año y ellos se vayan.

—¿Regresarás a Delysia? —Conversar, tenía que seguir conversando con Ondur o diría algo peligroso. Dahar, ten cuidado

Pero el rostro de Ondur se cerró como una caja.

—Tengo una pregunta que hacerte, Ayrys, y que no te hice ayer. ¿Qué estabas haciendo sola junto al salón vacío? Está mucho más cerca de la red jelita que de la nuestra.

—No está desierto. Ahora hay allí una muchacha sola. Tiene… dolores. Le llevaba una medicina para el dolor.

—¿Una muchacha? ¿Qué muchacha?

Ayrys dijo cuidadosamente, como si estuviera conectando un alambre a un desconocido elemento eléctrico:

—Una ramera jelita.

—¡Una jelita! ¿Por qué estabas…? Oh. Oí algo acerca de eso. Es ésa a la cual ayudaste con su amante cuando él estaba enfermo, ¿no? Huyó de los guerreros jelitas y fue con él. Ese enorme bárbaro blanco y esa muchacha tan pequeña… Tiene el aspecto de una niña de once años. ¿Por qué está allí sola? ¿Qué le ocurrió al gigante?

—Está muerto.

Ondur exprimió la toalla.

—Una niña como ésa… Casi me inspira lástima. Sus guerreros sólo la disfrutan si es por la fuerza, ya sabes. Animales. Pudo ser capturada en una tribu bárbara. Es más pequeña que cualquier jelita de los que he visto en R’Frow. Y no he oído decir a nadie que pueda hablar verdaderas palabras. ¿Puede?

—Sí.

—¿Con acento jelita?

—Sí.

—Entonces, ¿por qué la ayudabas?

Ten cuidado…

—Porque es muy pequeña, Ondur; ¿has tenido niños alguna vez?

El rostro de Ondur se cerró de nuevo. Se puso de pie.

—He terminado. Aquí hay comida, Ayrys. Deberías comerla mientras todavía está caliente. Regresaré más tarde, después de la Sala de Enseñanza.

—Lo siento, Ondur. He sido una entrometida.

—¡Olvídalo! —exclamó Ondur. Se volvió de espaldas y permaneció así un buen rato. Cuando se volvió nuevamente, sonreía radiante—. Ahora tengo que ir a la Sala de Enseñanza. Aunque no sé si has oído decir que ayer todos los geds salieron al cabo de una hora. Todos, y no regresaron. Así que nosotros también nos fuimos. Debería… Necesito… —La voz de Ondur hizo una extraña elevación, como un viajero que choca contra un obstáculo en el camino, antes de salir de pronto de la habitación.

—¡Ondur! —la llamó Ayrys, pero Ondur no volvió.

Ayrys se quedó un rato inmóvil. Pensó en SuSu, sola en el salón vacío, en silencio; en Ondur, que quizás había huido a su propia habitación con Karim, y no a la Sala de Enseñanza; en Dahar, sobre todo en Dahar, porque no sabía dónde había ido para estar seguro; no se lo había preguntado, no hubo tiempo. ¿Todavía al salón de los soldados-guerreros? ¿Le dejarían entrar no siendo ya un hermano-guerrero? ¿Con los ciudadanos jelitas? ¿A la Sala de Enseñanza, con los geds?

Los geds, vigilándolos a todos dondequiera que estuvieran, en cualquier habitación de R’Frow. A menos que ella estuviera equivocada y los ojos anaranjados y en círculo no fueran ojos sino algo totalmente distinto, algo hecho con fragmentos de la ciencia ged que ella ni siquiera había entrevisto aún.

Ayrys se apretó las manos. No estaba segura de ver las caras con claridad.

Se durmió intranquila. Despertó de sueños oscuros con una sacudida que disparó el dolor a través de la pierna, el dolor real más agudo que había sentido desde que Dahar colocó el hueso en su lugar. La medicina jelita se había agotado finalmente. ¿Cuánto tiempo hacía que Ondur se había ido? No podía calcularlo; carecía del sentido del tiempo de un guerrero.

Alguien dio fuertes golpes en la puerta.

Ayrys descubrió que podía arrastrarse por la habitación para abrirla, aunque el movimiento casi la hizo desmayarse. Karim, con un fardo sucio en sus brazos, empujó y pasó cerca de ella. El olor estuvo a punto de hacerla vomitar.

—Ponía aquí, Karim… no, allí en la esquina, lejos de los alambres de Ayrys —dijo Ondur—. Tráeme agua para el baño, mucha agua, y una cubierta de cojín limpia de nuestra habitación. Y un cuenco de fruta hervida. Fa-rima vendía fruta fresca esta mañana. Ayrys, ¿tienes otra toalla?

El fardo era SuSu, manchada de comida ged y de su propio excremento. Desnuda, con el cuerpo pequeño muy rígido, los ojos abiertos pero sin mirar, parecía que estuviera muerta. Un lado de la cara lo tenía irritado y rojo, como si hubiera estado acostada sobre él durante mucho tiempo, sin moverse.

—La encontramos en el suelo del salón del bárbaro, al lado de una mesa —dijo Ondur. Karim hizo un gesto de desagrado. Sin duda no había querido participar en aquello.

—Estaba acostada allí. No se movió ni siquiera cuando Karim la levantó. Ninguno de los otros soldados lo hubiera hecho. Yo misma podría levantarla. Mira qué mano más delgada.

Pero Ayrys estaba mirando la otra mano de SuSu. Ondur la vio al mismo tiempo y abrió los rígidos dedos. ¿Qué es esto…? ¡El olor! ¿Por qué tendría SuSu una de esas lentes amplificadoras?

Ayrys se quedó muy quieta.

En el breve espacio de tiempo en que pudo ver el oscuro aparato de metal gris en la mano derecha de SuSu, había tiempo para pensamientos interminables: que Karim había transportado a SuSu con el lado derecho aplastado contra su pecho; que el rectángulo, de este modo, habría pasado desapercibido a los círculos anaranjados del corredor y del salón de abajo; que Ondur había dicho «lente amplificadora» porque ésa era la única caja ged que ella había visto. Pero no era una lente amplificadora. Ayrys vio otra vez a Dahar y Grax luchando con el cuerpo enorme del bárbaro enfermo; vio la apertura del Muro, vio a Grax presionar las muescas en el oscuro rectángulo gris que disolvía y remodelaba el wrof.

Estirándose al máximo, con un esfuerzo doloroso, Ayrys alcanzó y sacó la caja de entre los dedos de SuSu. Su cabeza flotaba… ¿cómo? Grax había sacado la caja oscura de entre sus ropas dentro del escudo de fuerza que transportaba el aire de ged. ¿Cómo pudo SuSu haberla obtenido de los impenetrables ged?

La puerta se abrió otra vez detrás de ella. Kelovar, sólo podía ser Kelovar. El cuerpo de Ondur, inclinado sobre SuSu, obstaculizaba la visión. Ondur se volvió para verlo entrar, y en el momento en que se mirada se apartó de SuSu, Ayrys empujó la caja debajo del cajón sobre el que estaba acostada.

—Te dije, Kelovar… —comenzó Ondur, y se encontró protestando no a Kelovar sino a Grax.

Ondur, que nunca había visto la tira anaranjada envuelta alrededor del pulgar de Grax, contuvo el aliento y dio un paso atrás. Ayrys sintió que el corazón comenzaba a golpearle en el pecho, incluso mientras una parte de su mente notaba fríamente que una vez no había estado completamente segura de que podía distinguir a Grax de los otros ged. ¿Cuándo había aprendido ella a distinguirlos?

—¿Cómo has entrado? —preguntó Ondur; entonces recordó a quién estaba hablando y se mordió el labio.

—Este wrof anaranjado abre cualquier habitación de R’Frow —dijo enseguida Grax.

Karim hizo un ruido ligero y peligroso. Grax pareció no haber oído. En la otra mano llevaba algo hecho de tubos de tela y metal, el metal gris, y la tela era de un negro intenso, a diferencia de las cubiertas de cojines que proveían la mayor parte de las telas en R’Frow.

—Esto es para ti, Ayrys —dijo Grax tranquilamente—. Está concebido para los ged heridos, pero lo he modificado para que te pueda servir.

Puso la cosa en el suelo y tocó un tubo en un lugar en que el wrof se infló en un súbito óvalo. Los tubos se esparcieron formando un enrejado en cabestrillo con dos trozos de tela. Ondur se llevó la mano a la boca, y la cosa flotó el largo de un brazo sobre el suelo.

Grax se inclinó y levantó a Ayrys con un movimiento rápido. El dolor le apuñaló la pierna y gritó con un súbito pánico tan fuerte como el dolor. Todo lo que pudo ver fue al bárbaro mientras era transportado en brazos del ged a través del Muro. Los brazos de Grax que la rodeaban no eran brazos sino wrof, el duro y trasparente escudo que lo encerraba a él y a su aire. Ondur saltó hacia adelante en el momento que Grax alcanzó a Ayrys y luego se detuvo, insegura sobre qué hacer luego; el ged la había bajado a la silla y el milagro ya había sucedido.

Ayrys se sentó en un trozo de tela, con la espalda sostenida por otro trozo. El resto de los tubos acunó la pierna extendidos delante de ella; la pierna rota, de la que se había desvanecido todo el dolor.

—¿Cómo…?

—La pierna descansa en un campo de fuerzas —dijo Grax—. No está en el mismo… lugar-tiempo que el dolor.

Ayrys miró directamente, primero al ged y luego a la pierna.

La rodeaba una débil capa, no el resplandor que cubría los muros de wrof sino un ligero engrosamiento del aire, como niebla clara.

—Ésta es una fuerza para cuya comprensión todavía te faltan algunas ideas básicas —dijo Grax—, del mismo modo que antes no comprendías la electricidad. La misma fuerza que sostiene tu pierna conduce la nave ged entre los mundos. Estás sentada en esa… máquina en R’Frow, la única máquina como ésta en este mundo. Yo te enseñaré cómo moverla.

Le mostró cómo presionar el óvalo negro con la mano izquierda. La silla se movía hacia adelante, hacia un lado, y se convertía lentamente en una elipse perfecta. Ondur se encogió junto a Karim.

Ayrys pensó, entre todas las cosas que podía haber imaginado… pero yo soy diestra.

La estupidez, la pura ingratitud y la estrechez de visión del pensamiento le alcanzó casi inmediatamente. Fue seguido por un momento de terror, el mismo que había sentido la primera vez en el Muro, cuando las varillas magnéticas habían saltado hacia cada lado y había pensado que eran bestias extrañas, vivas y hambrientas.

Pero entonces desaparecieron el terror y la mezquindad. Ésta era una invención ged. Una manera ged de emplear fuerzas tan naturales en el mundo como la luz del sol, fuerzas desconocidas por los humanos sólo porque aún no habían salido de la oscuridad dentro de Primeramañana. No era magia. No era magia.

Ayrys puso las manos más firmemente a lo largo de los brazos del sillón y por una vez dejó de notar la atención en el rostro del ged mientras Grax miraba a SuSu, rígida en el rincón. Karim sacó su tubo de perdigones.

—Ésta es sólo una silla para los heridos —dijo Grax con calma—. No hay nada que temer. Observa. Puede moverse en la silla.

—Está bien —dijo Ayrys a Karim, y se preguntó si realmente lo estaba.

—La silla no puede bajar la escalera hasta el salón de abajo —dijo Grax—. Necesitarás que te transporten hacia abajo. Si te llevan mientras aún estás en la silla, evitarás tanto el dolor en la pierna como el cambio de posición del hueso que fijó el curador jelita.

Ayrys detuvo el movimiento de la silla. ¿Cuál curador jelita? ¿Grax sabía que Dahar había ajustado el hueso de su pierna, o se refería a la joven hermana-guerrera que Jehane había enviado? El círculo anaranjado de su habitación había estado cubierto, pero había círculos en el corredor que Dahar había recorrido, y en la escalera por la que había subido… tenía que saberlo.

—Grax, gracias por la silla. La ciencia ged tiene grandes artes curativas. ¿Quieres mirar si el hueso está bien colocado?

Un corto silencio: Grax estaba oyendo algo dentro de su casco.

—Está bien colocado. La medicina ged no podría colocar el hueso más cuidadosamente de lo que lo ha hecho el curador.

Ayrys dijo cuidadosamente, tratando de no enfatizar la segunda palabra:

—¿Entonces ella lo hizo bien? ¿No quedaré lisiada?

—No quedarás lisiada.

—¿Cómo lo sabes?

—El ged que estudia la curación humana ha visto la colocación del hueso.

—¿Cuándo lo vio?

—Un ged fue al lugar donde fuiste atacada.

Esto era cierto. Ayrys recordó haber visto, a través de la nube de dolor y droga, un rostro resplandeciente con tres ojos que se acercaban a ella. Pero esa reducción del hueso de su pierna no había sido bien hecha; Dahar se lo dijo cuando volvió a reducirle el hueso. Eso significaba que el ged no podía decir cuándo un hueso estaba bien colocado o no, o que sabían que la mujer jelita lo había colocado mal y Grax estaba mintiéndole. Quedaba una tercera posibilidad: que el círculo anaranjado podía ver a través de la tela de seis dobleces, y el ged había observado cómo Dahar volvía a colocar el hueso, pero que no quería que ella supiera que lo habían visto. «No quedarás lisiada», acababa de decir Grax… pero ¿cómo lo sabía?

Ayrys estudió el rostro del ged a través del casco transparente: el cráneo azulado, la boca rígida, dos ojos tranquilos, y un tercero más alto, monstruoso y con un velo que lo cubría. Ayrys era incapaz de saber si el ged mentía.

—¿Por qué no me diste esta… máquina para el dolor ayer, si un ged vino donde me habían atacado?

—Ayer no estaba construida. Las partes pueden convertirse en otras máquinas, lo mismo que estos alambres y estos electroimanes que tienes aquí dependen de cómo sean ensambladas sus piezas.

—Otros humanos han estado enfermos en R’Frow. El gigante blanco… no le diste una máquina como ésta al gigante blanco. ¿Por qué?

Otro silencio, esta vez más prolongado.

—Su dolor no estaba en la pierna sino en el cerebro. No puedes poner un cerebro en un lugar-tiempo distinto del cuerpo, al igual que el comandante delysiano no podría estar en un distinto lugar del de aquellos para los que canta en armonía.

No había forma de decir si eso —parte de eso, todo eso, o nada de eso— eran mentiras. Creció la frustración de Ayrys. Con el rabillo del ojo pudo ver a SuSu, aún enroscada rígidamente en un rincón. La habitación se había impregnado de su olor.

Ayrys miró directamente a Grax.

—¿Son ojos los círculos anaranjados que hay en todo R’Frow y pueden ver todo lo que los humanos hacen?

Ondur jadeó. Karim, con el arma aún en la mano, se puso pálido y luego su rostro se volvió rojo. La cara de Grax no cambió, pero se quedó tan intensamente atenta durante tanto tiempo que Ayrys pensó que no iba a contestar.

—Sí. Los círculos anaranjados son ojos.

Después de un momento de conmoción, Ondur comenzó a gritar. Intimidad, mentiras, sexo, perversión… la indignación brotó en ella como un torrente que barrió con todas las inquietudes que podía haber sentido con respecto al ged. Pero Ayrys sintió un resplandor de alivio tan fuerte que quiso cerrar los ojos para protegerse de su brillo. El ged no le había mentido. Todo lo que había dicho era cierto, se había convertido en cierto gracias a esta verdad, del mismo modo que una gota de pintura puede colorear una hornada de vidrio. Grax no tenía por qué decirle que los círculos anaranjados eran ojos, si ella no se lo hubiera preguntado. Si algunas de sus acciones parecían cuestionables, era sólo porque los humanos no habían formulado las preguntas correctas, no sabían lo que las preguntas correctas significarían para estas mentes tan extrañas. Realmente, respecto a los círculos anaranjados, Grax no había mentido. Se podía confiar en el ged.

—¡Y no nos lo han dicho! —exclamó Ondur.

Grax dijo, no mirándola a ella sino a Ayrys:

—No me lo preguntaste.

—Ahora pregunto —intervino Ayrys antes de que Ondur se pusiera a gritar de nuevo:

—Esta muchacha jelita, SuSu, desde que te llevaste a su amante dentro del Muro no se mueve ni habla. Sé que hay droga contra la conmoción, pero los curadores delysianos no son tan buenos como… como la ciencia ged. Habéis eliminado todo el dolor en mi pierna; ¿puedes decirme cómo hacer una medicina que haga recuperar el juicio a SuSu?

Grax dirigió la mirada a SuSu.

—¿Hay drogas que puedan cambiar la forma cómo piensa una mente?

Incluso Ondur y Karim percibieron una intensidad en sus palabras que no parecían de un ged. Nadie respondió.

Grax repitió:

—¿Tenéis los humanos drogas para cambiar la forma como piensa una mente? —Se dirigió directamente a Karim.

El soldado dijo fríamente:

—Las conmociones del campo de batalla pueden combatirse con la droga adecuada.

Grax se arrodilló al lado de SuSu. No la tocó pero a Ayrys le pareció que sus tres ojos viajaban sobre las delicadas líneas del cráneo de la muchacha como si fuera un país desconocido o extraño.

—El bárbaro blanco murió —dijo Ayrys.

—Sí. Llevaré a esta muchacha dentro del Muro. No pudimos ayudar al gigante, pero quizá podamos ayudarla a ella.

Algo oscuro y frío, debajo de su inestable alivio, conmovió a Ayrys.

—¿Por qué no ayudarla aquí?

—Hay que examinarla —Grax se enderezó.

—¿No conoces la droga para combatir el shock?

—No. Hay que examinarla. Déjame llevarla.

El frío se hizo más intenso. Antes, el ged no había preguntado, simplemente se había llevado al bárbaro. ¿Por qué preguntaba ahora? ¿Y por qué preguntarle a ella que no era jelita como SuSu ni tenía mando sobre ella?

—No, deja que siga aquí —le dijo Ayrys—. Necesita conversación humana para ayudarle a superar el shock. He visto esto antes. No en el campo de batalla como Karim, sino después de un accidente en el taller de vidrio. En Delysia. Déjala que esté conmigo.

—Si quieres —dijo Grax, y frunció el entrecejo.

Ha fruncido el entrecejo. Ayrys no había visto hacerlo antes a un ged, y dudó de que lo hubiera hecho. Una rápida contracción de la cara, no demasiado correcta, como la tonta imitación de los dementes: pero aún así, había sido un fruncimiento de entrecejo. Y además, ¿por qué le permitía elegir si SuSu se quedaba fuera del Muro o no?

—Tu vendrás mañana a la Sala de Enseñanza —dijo Grax a Ayrys—. Las enseñanzas para todos los humanos en R’Frow han terminado, excepto la enseñanza de armas. Eso continuará. Las otras enseñanzas han terminado, y sólo los humanos que lo deseen vendrán para nuevas enseñanzas de la ciencia ged. Las nuevas enseñanzas resultarán más rápidas y fáciles para aquellos que tienen mentes capaces de comprender. —De nuevo el pequeño fruncimiento del entrecejo y esta vez Ayrys se dio cuenta de que Grax no sabía que lo había hecho.

Pero Grax no había adoptado la cortesía humana. Cuando terminó su discurso, se fue abruptamente.

—¡Nos vigilan! ¡En las habitaciones! —farfulló Ondur.

—Ayrys, ¿cómo lo sabías? —dijo tranquilamente Karim. La miró con los ojos de un soldado, un poco duramente.

—No lo sabía. Lo adiviné, por la capacidad que tienen los geds para construir cosas. —Karim echó un vistazo a los montones de cosas que Ayrys había podido construir. Su expresión no se suavizó.

—¡Nos vigilan! —repitió Ondur—. ¡Incluso el sexo! Voy a hacer lo mismo que tú, Ayrys: ¡colgaré una tela sobre el círculo! Karim, ¿dónde vas?

—A informar a Khalid.

—Me pone la piel de gallina —dijo Ondur—. Ayrys, ¿por qué ese ged intentaba complacerte?

Karim se volvió al llegar a la puerta.

—El ged trataba de complacer a Ayrys. La silla para el dolor, el haber permitido que decidiera sobre la muchacha, y la invitación que le ha hecho para que asista a esas otras enseñanzas; trataba de complacerla. ¿Por qué, Ayrys?

—No sé —dijo Ayrys lentamente.

—¿Irás a estas enseñanzas especiales?

Para aquellos que tienen mentes capaces de comprender. Dahar.

—Sí. Iré. —Volvió la cabeza para mirar a Karim, para ver su expresión, pero él había alcanzado la puerta y la había abierto. Había un grupo en el corredor por el que había pasado Grax. Karim cerró la puerta.

Ayrys presionó el óvalo sobre el brazo de su silla, lo levantó y lo movió hacia la izquierda. Demasiado lejos.

—No vayas sola a ninguna sesión de enseñanza —dijo Ondur. Ayrys movió la silla. Demasiado lejos—. ¿Observaste que el ged no olió siquiera a la ramera? Me imagino que no pueden oler a través de los cascos.

Ayrys colocó la silla sobre los cojines de su jergón.

—No son humanos, no confío en ellos —dijo Ondur—. Antes confiaría en un jelita que en esos monstruos que nos espían.

—¿Es por eso por lo que hiciste que Karim trajera a esa muchacha jelita aquí? —Los dedos de Ayrys tanteaban en el óvalo sobre el brazo de su silla. Alguien comenzó a golpear la puerta.

—No. Yo he… lo que me preguntaste antes —dijo Ondur con la voz vibrando por un súbito dolor—. He tenido niños. —Rápidamente dio una vuelta y se lanzó hacia la puerta.

Ayrys bajó la silla sobre los cojines, cogió fuertemente la caja oscura y rectangular de SuSu justo en el momento en que Khalid T’Alida se cruzaba con Karim en dirección a Ayrys. Su cara era severa, llena de preguntas sobre los geds.

42

Todas las pantallas del Muro estaban en blanco excepto una.

Grax, R’Gref y Fregk estaban en la habitación cuando la Biblioteca-Mente iluminó súbitamente una pantalla del Muro. En un solo día los humanos habían cubierto todos los círculos anaranjados de R’Frow con tela, madera, arcilla, cualquier cosa que dejara en blanco los monitores.

Los tres geds estaban escuchando una conversación invisible que, de entre los centenares que emitía simultáneamente, la Biblioteca-Mente había considerado lo bastante significativa para atraer la atención de todos los geds, bien dentro del perímetro o usando los cascos de comunicaciones en la parte de fuera.

—Me cobró once habrins —dijo la voz de Ondur, la mujer delysiana—. Avariciosas brujas Kree. Pero el otro curador aún quería más. ¡El precio de un cuenco de comida! Aquí tienes el cambio, Ayrys, lamento no haberlo podido conseguir por menos.

—No importa —dijo Ayrys—. ¿Cómo vamos a conseguir que SuSu lo trague?

—Oh, lo tragará —dijo Ondur con tono severo—. Sólo tienes que masajearle el cuello en el lugar adecuado. Observa.

Las feromonas geds olían a frustración. ¿Cuál era el «lugar adecuado»? No podían observarlo.

Sin embargo la Biblioteca-Mente estaba en lo cierto al aconsejar a Grax que dijera a Ayrys la verdad sobre los círculos anaranjados. Todos estuvieron de acuerdo en que eso le ayudaría a cambiar su lealtad a la especie, aun cuando no había forma de poner «cambio» y «lealtad» a la especie en una única forma gramatical en la misma unidad de pensamiento. Krak’gar, el poeta, liberó suaves feromonas de insatisfacción estética.

Y un círculo siguió descubierto.

Grax miró fijamente las imágenes de la única pantalla del Muro que la Biblioteca-Mente había iluminado. Dahar se inclinó sobre una mesa del suelo en la Sala de Enseñanza, no en la vacía habitación cerrada donde finalmente había dormido todo el día ni en la habitación del grupo de enseñanza Rojo, ni en otra habitación cerrada con llave donde él y Grax habían guardado el trabajo que hicieron juntos durante todas las largas noches en el salón vacío. La habitación estaba llena de equipos, traídos de Biología. A algunas piezas les habían dado nombres humanos inventados a partir de conceptos que el lenguaje humano no poseía: ampliadoras, cuencos de aumento, tubos de sangre, hélices-corazones. Algunos tenían nombres extraños: bacterias, antitoxinas, caldo de cultivo. Los gruñidos geds en la garganta de Dahar perturbaban las feromonas de Grax.

Dahar trasteaba el interior de una ampliadora modificada para ojos humanos. Los dedos de la mano derecha de Dahar (a juicio de Grax, deformes y gruesos) abiertos y curvados sin saberlo, como si fuera a tomar posesión físicamente de lo que veía en la ampliadora. La mano izquierda sostenía una muestra de tejido y permanecía firme como una piedra. Grax observó las dos manos humanas.

Desde la otra pantalla, en blanco, llegaba la voz de Ayrys.

—No lo beberá, Ondur. Lo está echando todo por la boca.

—Lo beberá. Lo beberá. Sostén su cabeza más alto. Así es mejor, ahora está bajando. Sostenla fuerte, Ayrys; cuando esa medicina le llegue al cerebro, va a sacudirse y patalear y quizás a morder. ¿Puedes sostenerla con fuerza entre tus piernas?

—Es como si la pierna ni siquiera existiera. Puedo sostenerla… Es tan pequeña.

—Sí —dijo Ondur con tono seco—. Sí que lo es.

Dahar se levantó de junto a la ampliadora y se dirigió a otra mesa del suelo. Sobre ella yacía el cuerpo de un kreedog con una gran llaga abierta en un flanco. El animal acababa de morir; aún brotaba un poco de pus de la llaga. Cuidadosamente, como Grax le había enseñado, Dahar raspó el pus de la llaga y lo salpicó en un círculo de wrof transparente. Puso otro círculo encima y se unieron para atrapar precisamente una única capa de células.

Ayrys dijo:

—Ahora empieza.

—Sostén ese lado. Oh…

Otra voz gimió entonces, baja al principio pero cada vez más y más alta. Un agudo chillido de pena y oscuridad encrespándose de entre los registros más altos que los geds nunca habían oído de los humanos. R’Gref se tapó los oídos, oliendo a dolor; la Biblioteca-Mente amortiguó el volumen.

—¡Sostenla, Ondur!

—La tengo…

—¿Cuánto tiempo dura esto? —la voz de Ayrys jadeaba.

—Unos pocos minutos más. ¡Ten cuidado que no te muerda! La medicina…

—SuSu.

SuSu…

En la pantalla, Dahar insertó las células de pus en la ampliadora, las ajustó hasta que la imagen fue clara y estudió las células atentamente.

El lamento de SuSu se elevó a un chillido, y se hundió en un largo gemido de desolación.

—¡Qué pena! —dijo Ondur—. Realmente es una pena.

—¡Dámela, Ondur!

—Nos reconoce. Mira sus ojos, su mente ha regresado. Nos reconoce.

—Oh, sí —dijo Ayrys—. Nos reconoce.

Dahar sacó la muestra de pus de la ampliadora y la cubierta circular de la muestra de pus. Con un pequeño cuentagotas agregó al tejido enfermo una gota de una sencilla antitoxina que Grax le había ayudado a preparar. Reemplazó el wrof circular, insertó la muestra en la ampliadora y se inclinó de nuevo sobre la abertura del ojo.

—¡Me ha mordido! —gritó Ondur.

—No puede evitarlo. Dámela…

Silencio. Luego el llanto de una mujer con el corazón destrozado pero ya no demente, una y otra vez.

—¡Qué pena!

—¿Te ha roto la piel al morderte?

—Sí, pero es sólo un rasguño. Ayrys, ¿por qué SuSu sólo te permite a ti sostenerla?

—No lo sé. Le ayudé una vez. Ondur, podríamos haberla dejado como estaba…

—Hubiera muerto de hambre —dijo Ondur con voz conmovida—. Tenemos que recuperar su mente. Estaba en… en la oscuridad.

—¿Y dónde está ahora?

La pantalla en blanco no respondió.

Dahar observó un buen rato en la ampliadora. Grax sabía lo que debía ver: la antitoxina destrozaba las células bacterianas en la muestra del tejido. Era la biología elemental que los inexpertos verían tan pronto como formularan preguntas incluso remotamente relacionadas con el fenómeno, simple biología que a los geds les había llevado miles de años descubrirla, tantos miles de años que la Biblioteca-Mente no contenía registros de eso. Simple biología elemental, que, en forma rutinaria, Grax había visto cómo salvaba a una población animal infectada en un nuevo mundo ged. Les liberaba de los azotes de la enfermedad, para entregarlos a los estragos de la superpoblación. Biología elemental.

Dahar levantó la cabeza. Los extraños ojos tan desagradablemente oscuros le brillaron en una forma que Grax había llegado a saber qué significaba emoción humana. Los gruesos dedos temblaron un poco. Grax vio claramente el temblor. Dahar se volvió hacia el círculo anaranjado sobre la pared (el único círculo anaranjado que seguía descubierto en R’Frow, deliberadamente sin cubrir, aunque Grax había dicho a Dahar exactamente lo mismo que le había dicho a Ayrys) y lo miró directamente. Observó mucho rato, mucho más que el que los humanos tomaban para contemplar casualmente algo, tanto rato como podría mirar un ged. Sus ojos se encontraron con los de Grax, aunque no podía saber que él le estaba observando. Los ojos humanos, negros como el espacio, estaban llenos de una luz como la de las estrellas.

—¿Qué hará la medicina ahora? Está más tranquila —dijo la voz de Ayrys insegura.

—Estará más tranquila cuando se haya consumido toda la medicina —respondió Ondur—. Está… puedes decirle que haga cualquier cosa ahora, Ayrys, y probablemente lo hará. Está como adormecida. El curador me dijo que esta droga no se usa sólo en Delysia para el shock de la batalla. En lo peor de los salones de los comerciantes…

—No quiero saberlo —dijo Ayrys violentamente—. No me lo digas.

SuSu gritó suavemente.

Dahar contempló la pantalla del Muro y luego a Grax. Los otros dos geds habían cesado de moverse para mirar también a Grax. Oliendo sus feromonas, asustados, haciéndose preguntas; Grax de repente olió las suyas. Inmediatamente las feromonas de los otros cambiaron: cortésmente exudaban aceptación ocultando su espanto. Grax conocía sus pensamientos: en Ged, él había sido maestro de principiantes; un maestro de inexpertos se convertía en alguien acostumbrado a los movimientos de las mentes inmaduras; un maestro se sentiría orgulloso incluso ante el dominio de lo más sencillo. Era número-racional que Grax contemplara a su alumno. Era comprensible (y perdonable) que por el momento el movimiento número-racional de una mente humana ocupara a un maestro en un grado mayor que la incivilizada e inmoral naturaleza humana. Era comprensible (y perdonable) que, por un momento, Grax se olvidara de sí mismo y oliera a orgullo.

Por un momento.

—Datos significativos —dijo de pronto la Biblioteca-Mente—. Datos significativos, Primer Nivel.

43

La imagen del monitor de la isla comenzó a moverse.

El viejo con barba se levantó lentamente y caminó cojeando. Su rostro se veía tan ampliado en la pantalla del Muro que la suciedad de las mejillas con cicatrices formaban una red de líneas negras. Unas manos de cinco dedos tanteaban hacia arriba, se cerraban en la pantalla y caían.

—¿Desde dónde? —susurró el humano. La Biblioteca-Mente se ajustó para un tono diferente, por la aspereza de las viejas cuerdas vocales—. ¿Por qué ahora?

La sonda cambió hacia la izquierda tomando tanto de la habitación como era posible sin perder de vista el rostro humano. De repente, el hombre cuadró los hombros encorvados y redondeados por la edad.

—Fahoud al-Ameer, de la Marina del Espacio Unida, 614289 FA. De la Estrella de la Mecca. La Marina del Espacio Unida empleó una nave médica para escoltar a unos colonos disidentes de Nueva Arabia a… a…

Se lanzó hacia delante, tosiendo.

La sonda cambió un poco más hacia la izquierda. La habitación, construida contra un lado de la inmensa nave destrozada y contaminada, resplandeció con la luz de una pantalla improvisada y primitiva. Pantalla, generador eléctrico, controles rudimentarios manejados con teclas a presión.

El hombre se limpió la boca y trató de nuevo de enderezar los hombros. Susurró.

—Fuimos alcanzados.

La sonda se convirtió en un círculo lento para registrarlo todo.

—Fuimos… alcanzados. El enemigo nos alcanzó. Eran los geds. Y el generador de estasis… ¿Qué año es éste?

La sonda completó su círculo y volvió al rostro humano.

—¿Quién eres tú? —el viejo extendió una mano; los dedos, delgados como alambres, temblaban—. Por favor… —la sonda se movió más cerca del primitivo teclado, presta para un primer plano.

—Por favor… ¿Quién ganó la guerra?

La imagen quedó fija, congelada.