9

Ellos habían movido el sol.

Ayrys estaba de pie en R’Frow y miró hacia arriba. Alrededor de ella afluían delysianos a través del arco, desde el perímetro hacia la ciudad; era la primera vez que contemplaban R’Frow. Empujaban, tropezaban y gritaban, pero Ayrys se mantuvo tranquila y no oyó nada de ello, atrapada en tremendas dudas que se adueñaban con espasmos de su mente. Ellos habían movido el sol.

Había visto el comienzo de Primeranoche cuando ella entró corriendo en el Muro, desde el campamento delysiano. No sabía cuánto tiempo había dormido en aquella caja en la que no recordaba haber entrado; pero mientras los geds hablaban a los que despertaban, Ayrys descubrió al soldado delysiano de ojos pálidos que le había proporcionado el número de la Breel. Entonces tenía una barba corta, quizá de un día; y aún la conservaba. La barba no había crecido. Por tanto, aún debía ser Primeranoche, o a lo sumo Oscurodía. Sin embargo, el cielo sobre R’Frow era de tresdía, demasiado sombrío para localizar al sol, pero definitivamente de día. Y el aire estaba cálido, incluso con la calidez de Primeramañana temprano.

«La iluminación ha sido alterada para adecuarla a los modelos de vuestro cuerpo, dieciséis horas de luz seguidas de ocho horas de oscuridad». Eso era lo que los hombres de tres ojos, los geds, les habían dicho. De tres ojos. Y ellos habían movido el sol.

No, eso no era posible. Los geds debían haber hecho otra cosa. Pero, ¿qué? ¿Cómo podían haber creado un nuevo cielo? Habían forjado muros maravillosos… pero ¿el cielo?

Ayrys bajó la cabeza; le dolía el cuello por estirarse hacia atrás. Las emociones se agitaron dentro de ella como lentas corrientes: respeto, amor… y algo más, más pequeño y vengativo. Delysia la había exiliado, la había apartado de Embry, había usado su fuerza al servicio del pánico para aplastar su vida. Pero la fuerza de R’Frow empequeñecía la de Delysia, y hacía aparecer la ciudad de su nacimiento como un montón de estiércol. Delysia había creado exiliados, pero R’Frow había creado el cielo.

R’Frow no tenía el aspecto de una ciudad, tal como ella entendía la palabra. No había edificios con cúpula blanqueada brillando bajo el sol deslumbrante. No había esbeltos y altos minaretes delysianos. No había jardines, ni bazar, ni taller de vidrio amurallado, ni fragua, ni negocio de cueros, ni perforador de tierra. En lugar de ello, podría haberse imaginado a sí misma de regreso en la sabana… pero una sabana ordenada, dócil, cerrada.

R’Frow era un yermo. El Muro Gris incluía mayormente árboles y plantas mezcladas densamente, cruzadas por corrientes y crestones de roca. Desde su lugar cerca del muro este, Ayrys vio bosquecillos de árboles maduros que sólo podían haber crecido donde estaban tras largos años. Entre la densa arboleda había parches de maleza espesa, claros con hierbas que llegaban hasta el pecho, franjas de monte bajo. Pero no se parecía a la sabana. Vio arbustos espinosos pero no kemburi; flores silvestres pero no espinas ponzoñosas; árboles con largas y pobladas ramas que se arrastraban por el suelo, pero nada con un borde cerúleo que se alzaba y caía alrededor de un orificio central. La corriente a su derecha era rápida y clara: demasiado rápida para el terreno uniforme, demasiado clara para la arcilla aguas arriba.

Sopló una brisa; el aire era dulce y fresco como si también acabara de despertar del mismo suelo extraño de Ayrys. Un bosque lavado por la lluvia llenaba todo el cercado que era R’Frow, surgiendo a los propios muros con mezclada vida verde. Y no sólo verde: Ayrys vio a la hierba estremecerse como asustada por los delysianos que pasaban empujando, huyendo hacia gruesos arbustos espinosos. Pero la vegetación no se alzaba y arrastraba como debería haberlo hecho para prepararse para Primeranoche… si ésta era Primeranoche. Y por todas partes la exuberante vida verde, tan grotesca como los insectos vivientes en vidrio rígido, cortaba senderos de metal gris.

Los senderos, de bordes precisos, se retorcían en todas direcciones. Por encima de las copas de los árboles, a su izquierda, Ayrys vio más metal, las azoteas planas de grandes edificios cúbicos, construidos cerca de la pared meridional. Desierto verde, metal gris. Detrás de ella, el arco se había cerrado en la pared oriental ahora sin rasgos característicos: una abertura podría no haber existido jamás. Ayrys se agachó para poner las palmas de las manos sobre el sendero de metal. Sintió un leve hormigueo.

—¿Estás herida?

Ayrys alzó la vista; en la parte exterior del Muro vio al soldado de feo rostro del campamento.

—No, yo… ¿Qué le han hecho a la luz?

—¿Qué sucede? —Indiferente, el soldado echó un vistazo.

—No puede ser Primeramañana todavía, no ha pasado bastante tiempo. En el campamento tú tenías esa misma barba escasa…

Él se tocó el mentón y la miró más atentamente.

—Los otros se han ido a los salones. No deberías haber regresado aquí sola. Los salones jelitas están por allí, a lo largo del muro del norte. ¿Estás herida?

—No —Ayrys se enderezó.

—Entonces ve a alguno de los salones, sopladora de vidrio. Todavía no hay una guardia establecida. Ven, yo te llevaré.

—Puedo ir por mí misma —dijo Ayrys, pero el soldado no le hizo caso. La cogió del brazo con fuerza y comenzó a andar a lo largo del Muro del sur.

—Soy Kelovar. —No le indicó el nombre materno.

—Yo, Ayrys.

Ella no le preguntó por qué había ido a R’Frow. En su breve estancia en el campamento, ya había aprendido que ninguno formulaba esa pregunta ni la respondía. Mientras caminaban, echó una mirada al interior del Muro del sur, a los árboles y a un bajo, sorprendente e imposible risco metálico.

—Un año. No podemos salir antes de un año —dijo Ayrys tranquilamente.

—¿No podemos? ¿Qué es ese Muro, diez veces más alto que un hombre? Y los árboles crecen cerca de la base. Podemos irnos si queremos.

—¿Tú quieres?

—Ellos nos prometieron armas por un año de servicio. Puedo servir durante un año. Cuidado con esa rama.

Ayrys ya la había visto. Kelovar no aflojó la presión sobre su brazo. Llegaron al primero de los salones; había otros más allá. Cada uno era un cubo de metal gris, sin ventanas, con un arco simple a cada lado. Los arcos eran grandes y sin puertas. Ayrys se preguntó cómo podrían los edificios retener el calor por la noche.

—Difícil de defender —dijo Kelovar. Los músculos de su mandíbula se pusieron tensos, y durante un momento algo aleteó en sus ojos que impulsó a Ayrys a desviar la mirada con un escalofrío.

El piso bajo era una enorme habitación, iluminada mayormente por los arcos. Había un solo círculo brillante de color naranja sobre la pared, pero daba poca luz efectiva. Después del exterior bajo y plano, el interior sorprendía; estaba lleno de cojines para el suelo con colores brillantes e intrincados diseños que atrapaban y retenían la mirada a lo largo de líneas que nunca había recorrido hasta entonces. La artista que había en Ayrys cayó de rodillas para seguir los singulares y hermosos remolinos con un dedo.

—Levántate —dijo Kelovar—. Las habitaciones están escaleras arriba.

Salvo los cojines, el único mobiliario eran mesas redondas, pequeñas y fijas, esparcidas por todas partes donde el suelo se elevaba para formarlas, como burbujas congeladas sobre un estanque de metal. Ayrys tocó una y sintió un leve hormigueo en el dedo.

—Por aquí —dijo Kelovar.

La condujo a una escalera que llevaba al segundo piso donde había corredores grises, sin ventanas, alineados y con puertas. Había delysianos de pie en algunas entradas. Al final de la escalera, tres hombres bloqueaban el corredor.

—Veinte habrins por una habitación, soldado.

—¿Qué?

—Vosotros queréis una habitación, y eso te cuesta algo. Nada es gratis. Veinte habrins o mis compañeros y yo pegamos nuestros pulgares en todas las puertas que quedan, y vosotros dormís gratis sólo si decidimos no entrar esa noche. Es más barato pagar ahora, y entonces la puerta es sólo vuestra.

Kelovar se puso pálido; una cicatriz, que Ayrys no había notado, apareció súbitamente en un lado de su cuello. En pocos minutos ya no era el mismo hombre —demasiado brusco, demasiado protector— que la había llevado al salón. Desenvainó los cuchillos ged y delysiano, y su rostro se tornó calmo y gris, como una piedra en la que los ojos chispeaban como vidrio mellado.

—¡Apártate de mi camino!

El hombre que había hablado, rechoncho y de poderosa quijada, miró a Kelovar fríamente. Sus dos corpulentos compañeros sacaron los cuchillos.

—No debes hacer eso, soldado. Juraste a los geds no matar ni herir. ¿Quieres perder tu oportunidad en R’Frow?

—¿Y tú? —preguntó Ayrys.

El hombre rechoncho sonrió. Tenía la ventaja de su lado, en número y valor.

Ayrys de dio cuenta de que sabía que muy pocos se arriesgarían a sufrir la venganza de los geds por un trato incumplido el primer día en R’Frow. Antes de poder imaginar cuál sería aquella venganza, sería mejor esperar y verla venir. Este razonamiento era el que los tres daban por seguro, y no se equivocaban. Detrás de ellos en los pasillos, las puertas estaban cerradas. Nadie quería saber lo que pasaba.

Ayrys buscó enojada su monedero en su tebl.

—¡Aquí tienes! ¡Cuarenta habrins!

—Si necesitáis dos habitaciones… —dijo el hombre, con la mueca todavía en la cara.

—No —dijo Kelovar. Se encogió y comenzó a andar en círculos para buscar posición. Había algo demente en sus pálidos ojos, como si fueran incapaces de ver otra cosa que los hombres armados que le impedían el paso. Ayrys pensó confusamente que no era lo mismo que el entrenamiento militar, sino algo diferente, más mortal. Uno de los hombres pareció sentir el peligro en aquella situación tan tensa. Echó una mirada inquieta a los hombres preparados que no le devolvieron la mirada. Sonrieron y comenzaron también a trazar círculos.

Dos cuerpos ensangrentados junto al río, con flechas en sus cuellos…

—No —dijo Ayrys, y arrojó el monedero al hombre encogido, que lo cogió hábilmente en el aire—. ¡Toma, cuarenta habrins y retira a tus kreedogs!

—Gracias, querida. Beshir, eso es todo. Ella ha pagado por los dos. Déjalos pasar.

Beshir dio un paso hacia un lado, con los cuchillos aún en las manos. Kelovar permaneció como estaba. Cuando Ayrys le tocó el brazo lo sintió duro como la madera. Él se volvió y la miró como si no le recordara, pero cuando le tiró de la manga, la siguió y, al doblar la esquina del corredor, su rostro volvió a ser el de siempre.

—Le habrías matado, o te habrían matado a ti. ¡Pensé que querías servir un año en R’Frow!

No respondió pero bajó la mirada hacia ella desde su mayor altura, con tan súbito dolor que ella se preguntó nuevamente por qué había ido a R’Frow, y la sumergió en un sentimiento de simpatía. La simpatía mutua de los mutilados, pensó amargamente, y odió a la amargura tanto como a la verdad.

—No llores —dijo él.

Ella no estaba a punto de llorar; él no se había fijado bien. Pero tuvo la breve impresión de que habría deseado que ella llorara, y súbitamente recordó aquel momento en el campamento delysiano, cuando pensó que él habría preferido que ella no tuviera monedas para pagar por su número, y su cuidado en conducirla por el sendero, donde no era necesario que la guiara. Pero su rostro sobre los dos cuchillos…

El Muro detrás de ella refunfuñó suavemente.

—Coloca tu pulgar en la puerta. Si eres la primera persona que coloca el pulgar en una puerta, ésta se abrirá. Desde ese momento se abrirá sólo por tu pulgar. Si quieres que la puerta se abra para otros humanos, presiona los dos pulgares juntos en el bloque. Desde ese momento se abrirá para cada uno de vosotros. Coloca tu pulgar en la puerta. Si eres la primera persona…

El mensaje se repitió tres veces.

—Siempre hacen lo mismo —dijo Ayrys. Kelovar no respondió; presionó su pulgar en la puerta, y ésta se abrió girando.

Dentro había una habitación cuadrada, sin ventanas, toda de metal gris, desnuda excepto por tres de los brillantes cojines, más largos y delgados que los de abajo. A la derecha de la puerta, en el otro muro liso, un círculo uniforme de color naranja resplandecía levemente, no lo bastante brillante para iluminar la habitación. Con la puerta cerrada estaría en la oscuridad. La habitación era una caja desnuda y oscura, destinada sólo a acostarse en ella. Como la caja para la sepultura. Ayrys se echó a temblar.

Se dio cuenta de que Kelovar la vigilaba, se volvió y captó su mirada antes de que él pudiera disimularla. Una mirada fácil de reconocer, pero nada se agitó en ella… ningún deseo de responder, ningún interés, ni siquiera vanidad.

—Si tiene miedo, sola en este lugar…

—He visto una puerta aún cerrada en el próximo corredor —dijo Ayrys, tan gentilmente como pudo—. Voy hacia allí.

Presionó el pulgar sobre la cerradura de la puerta. La habitación era idéntica a la de Kelovar. Con un impulso presionó el círculo naranja. La luz inundó la habitación, luz de todas partes y de ninguna, luz tenuemente naranja. Fue tan súbito que se le escapó un grito. Presionó el círculo nuevamente; la luz se desvaneció. Una lámpara… era una lámpara.

De rodillas, examinó la extraña lámpara. El círculo era igual que el Muro, sin grietas. No se tornó cálido. ¿Pero cuál era el combustible? ¿Dónde estaba la llama? Se sentó un buen rato, aturdida, fascinada y temerosa. Cuando alguien golpeó a la puerta, al principio ni siquiera lo oyó.

Kelovar estaba en el corredor, con un montón de cojines brillantes en los brazos.

—Éstos son tuyos.

—¿Míos?

—De la sala de abajo. Los están comprando y vendiendo. Cogí éstos para ti. No hay albornoces ni mercaderes de telas; toda la ciudad es sólo yermo y senderos, probablemente despejados hacia el Muro norte. Puedes cortar las cubiertas de estos cojines y usarlas para confeccionar ropa. Un sastre en el corredor está fijando precios para tebls.

Miró su pecho; por primera vez Ayrys recordó su tebl rasgado por el delysiano en la sabana y torpemente arreglado. Kelovar no bajó los ojos. Ayrys tomó los cojines que le ofrecía y se volvió para ponerlos en el suelo.

—¿Cómo te rompiste el tebl?

—Se rompió, sencillamente.

—Ayrys —comenzó él, pero ella sólo tuvo tiempo para alzar su mano y detenerlo antes de que el grito de una mujer hendiera el aire. Desde la sala de abajo subían gritos y llantos. Kelovar se echó a correr por la escalera; después de titubear un momento, Ayrys cerró la puerta de un empujón y se fue tras él. Se detuvo al pie de la escalera para observar.

Cada mesa de la planta sostenía cuatro cuencos humeantes —ni uno más ni uno menos— colocados precisamente en el centro exacto. Una mujer al lado de Ayrys captó su expresión.

—Las superficies de las mesas se disolvieron —dijo con voz tan temblorosa que Ayrys tuvo que inclinarse más cerca para oírla—. Lo mismo que hizo ante el arco en el Muro. Durante unos instantes el metal era sólido; después hubo una especie de… de luz trémula. Y ya no estaba allí. Este otro metal surgió de abajo, con los cuencos sobre él.

—Un grito…

—Aquella mujer estaba asustada… la mujer gorda. Creo que los cuencos contienen alimentos. —Su voz suave ondeó como una corriente por debajo de un tranquilo estanque sobre rocas—. Mira, Khalid T’Alira lo está probando.

En el otro extremo de la habitación, un soldado alto, con tupido cabello rizado y rango de capitán, sacó algo con una cuchara de uno de los cuencos y se lo llevó a la boca. Masticó pensativamente y asintió en dirección a un grupo de soldados que estaban junto a él. De pronto, la mujer gorda se puso a chillar.

—¡Podría estar envenenado! —En cuanto comenzó no podía detenerse—. ¡Podría estar envenenado, podría estar envenenado, podría…!

El soldado alto llegó hasta ella en dos grandes pasos y le puso la mano sobre la boca. No lo hizo con brusquedad sino que miró directamente al rostro de la mujer y dijo algo que Ayrys no pudo oír. La mujer se tranquilizó, pero entonces comenzaron a susurrar voces de temor o de cólera alrededor de la habitación. Khalid T’Alira se volvió hacia ellos.

—¡Delysianos! Esta mujer está simplemente asustada. Pensad un momento; si los geds quisieran matarnos, ¿habrían tenido que esperar hasta ahora? Los tazones tienen sólo comida. Yo la he probado, no está mala. ¿Aún estáis asustados? Entonces esperad y observadme, y podréis ver cuáles son los efectos de la comida. ¿Estáis hambrientos? Entonces llevad la comida a vuestras habitaciones y esperad allí. ¿Estáis desconcertados? Mirad, los geds nos cuidan, como los sirvientes que dejamos atrás.

—O nos alimentan con basuras, como a animales enjaulados —dijo Kelovar, acompañando sus palabras con un mal gesto; se encontraba al lado de Ayrys pero su mirada estaba clavada en Khalid con una cautela que ella no comprendía—. No lo comas, Ayrys.

—¿Qué otra cosa podríamos comer? —dijo ella con cierta acritud.

—Caza.

—Pero, Kelovar, aunque hubiera caza en R’Frow no duraría un año.

Él no se consideró rebatido.

—Primero la red de guardia. Después la caza. No comáis los desperdicios.

Ayrys se inclinó sobre la mesa más cercana, pilló cautelosamente un trozo de algo en el cuenco y lo sostuvo cerca de la nariz para husmearlo. Era marrón, no identificable, y chorreaba salsa marrón, tampoco identificable. No tenía mucho olor. Se lo puso en la boca; tampoco tenía mucho gusto. Pero al primer contacto con la lengua, la boca se le llenó de saliva, y súbitamente se sintió famélica. Comió el trozo y cogió otro, sin levantar la vista, cuando las botas de Kelovar daban grandes zancadas, con paso rápido por la cólera, y se desvanecían en la arcada.

—¿Es bueno? —La mujer de voz suave se arrodilló junto a ella.

—Es comida —dijo Ayrys, con un tono más seco del que hubiera deseado—. ¿Quién es Khalid T’Alira? El suyo es el primer nombre materno que he oído aquí.

La mujer pasó por alto el comentario sobre aquel nombre.

—Es capitán… lo era en la guardia del consejo de Delysia.

Ayrys dejó de masticar.

—No sé por qué abandonó la ciudad. Pero debe ocupar ese rango aquí; he oído decir a alguien que está estableciendo las guardias. Me llamo Creejin, soy sopladora de gemas.

—Y yo Ayrys, sopladora de vidrio. —No informó sobre su línea materna ni Creejin se la preguntó.

—A que sabe…

De pronto apareció un hombre en la arcada, con expresión salvaje en los ojos.

—¡Primeranoche está cayendo!

Silencio. Un largo silencio, como vidrio hecho añicos. Ayrys se encontró apretando los ojos. No más. No más maravillas. No más. En el momento en que abrió los ojos, el vidrio se hizo añicos, y estalló el pánico que Khalid T’Alira había evitado sobre las mesas de la sala.

Con empujones, voces y gritos se abrieron paso a través de la arcada para mirar el cielo. Estaba oscureciendo rápidamente: Primeranoche sin el resto de Primeramañana, Oscurodía sin Ultimaluz. Imposible, locura, en un largo esfuerzo de imposibles locuras, y la gente empezó a gritar que ésa era una ciudad de muerte, que todos ellos morirían, que ya estaban muertos. Alguien se puso a gritar sin detenerse y un hombre comenzó a golpearse la cabeza contra un árbol, una y otra vez.

En medio de toda aquella confusión, Khalid T’Alira apareció súbitamente sobre ellos, saltando sobre un gran pedregón veteado.

—¡Delysianos! —exclamó, y de alguna forma fue oído.

Ayrys, que trataba de abrirse paso para volver hacia dentro, giró la cabeza. Este hombre tenía la voz autoritaria que impone respeto. Sus ojos barrieron la multitud aterrorizada, sin vacilación.

—¡Delysianos!

Hizo rápidos movimientos cortantes con la mano izquierda hacia un soldado que estaba de pie cerca de la mujer gorda; un momento después se detuvo el estridente griterío.

—¡Delysianos!

Poco a poco todos se fueron tranquilizando lo bastante para que él se hiciera oír.

—Así que el sol se pone… ¿No hemos visto ponerse el sol antes? Quizás ésta es Ultimaluz y quizá no. Quizá nosotros no sepamos qué es. Pero los geds nos han prometido reunirse con nosotros en su Sala de Enseñanza cuando vuelva la mañana, y podemos subsistir hasta entonces. ¿El anochecer os está lastimando? ¿Estáis sufriendo? No lo estáis. Entrad antes de que los soldados tengan que obligaros a hacerlo, y tomad vuestro coraje de ellos.

Los soldados, que no parecían particularmente valientes un momento antes, se irguieron. Los pocos que aún temblaban y señalaban al cielo fueron tranquilizados por otros. Khalid continuó hablando, al principio exigiendo, después adulando, bajando gradualmente la voz hasta un tono tranquilo lleno de esa convicción total en la que no importa qué palabras efectivas son pronunciadas. Los delysianos asintieron finalmente con un movimiento de cabeza y comenzaron a moverse hacia dentro del salón.

Khalid saltó ligeramente desde su roca y habló en tono bajo a un soldado, que partió corriendo hacia el próximo salón delysiano.

Ayrys buscó a Creejin, que había sido separada de ella durante los empujones. La vio en una esquina, cogiendo la mano de un delysiano pequeño que usaba el tebl de un comerciante. Con la caída de la noche, alguna fuente de luz invisible bañó el salón con un resplandor naranja, mucho más oscuro que en los dormitorios de arriba.

Los cuencos de comida habían desaparecido.

Ayrys se apoyó pesadamente contra un muro. Demasiado… demasiado pánico, demasiado cambio, demasiada hambre, demasiado enojo y temor, e incluso demasiados finales abruptos para cada uno de ellos. Pensó en vidrio traído demasiado rápido desde el horno hasta el aire más frío del taller de vidrio; se quebraba dentro y, a veces, ni siquiera el maestro vidriero lo sabría. Fatigada, subió la escalera y se encerró en su habitación. Se acostó sobre un almohadón, se puso otro encima, pero luego lo apartó; la habitación estaba cálida. Su vientre protestaba de hambre. Para esto había luchado a través de la sabana… parra llegar a R’Frow… para este cansancio vacío en un ataúd sin ventanas.

Embry…

Ayrys hundió las uñas de su mano sana en el pulgar herido de la otra. El dolor se abrió a través del lacerado pulgar, pero esta vez el dolor físico le falló: no pudo borrar el de la mente. Presionó el círculo naranja, y la luz de la habitación se desvaneció, aunque el círculo continuó brillando.

Nunca supo cuánto tiempo estuvo acostada allí, en la oscuridad. Era peor que el exilio del consejo, cuando contaba con la ira para soportarlo; peor que la sabana, cuando había hecho frente al peligro. Aquí había una nada, una nada de color naranja oscuro, y ella siguió acostada, sola con la extraña nada hasta que sonó un golpe en la puerta.

Kelovar sostenía dos pequeños loris, limpios y asados, y el aroma de carne humeada con madera se percibía fuertemente en el corredor. No habló; simplemente extendió los loris en una escudilla ged. La otra mano colgaba en su costado, y sus ojos mostraban abierto deseo. Ayrys vio en las líneas de su largo cuerpo —humilde delante de ella a pesar de su mayor fortaleza— la indefensa franqueza ofrecida como súplica corporal, la incertidumbre ofrecida como súplica de afecto… No era un estilo que a ella le gustara demasiado, ni siquiera en un amante por una noche.

Pero no pensaba ahora en el estilo. El aroma de la comida llenó su boca de saliva, y Kelovar aparecía más grande contra la luz que había detrás de él en el corredor. Él también exudada un olor de fresco aire nocturno y de transpiración de varón limpio. Era un cuerpo viviente en una habitación de metal gris. Era humano, con sólo dos ojos, lo conocido entre lo desconocido, lo sólido en la nada sin forma. El ataúd extraño le había filtrado el resto de su fuerza, y por esa noche ella no podía hacer frente a ninguna otra nada.

Ayrys presionó la lámpara y atrajo a Kelovar.

El círculo sobre la pared continuaba brillando suavemente, como un ojo anaranjado en la eventual oscuridad.

10

A través de R’Frow, en el corredor jelita reservado para las de su clase, la ramera se sentó sobre un almohadón con la espalda contra la pared de metal. Estaba sola, con el cabello negro cayéndole libremente sobre los hombros y los pequeños pechos. Cuando se inclinó hacia delante tanto como pudo, el cabello cayó como un río negro sobre el suelo.

SuSu estiró las piernas, apartó los pliegues de su falda y miró.

No importaba cuánto mirara, no pudo ver llagas. Habían desaparecido.

No podían haber desaparecido.

Pero habían desaparecido.

SuSu lloriqueó suavemente. Su madre había sido una ramera; ella había crecido en el pasillo detrás de un salón de hermanos-guerreros en Jela. Sabía que las llagas de la erupción de una ramera no se iban. Se hacían más grandes y se esparcían, como le había ocurrido a su madre, de modo que en un tresdía su madre había sido expulsada del pasillo, dos más hedía a carne podrida y gemía de dolor, y al cuarto tresdía ya estaba muerta. SuSu había llevado el cuerpo al homo funerario envolviéndolo en un albornoz y arrastrándolo a lo largo de la calle porque su cuerpecito ni siquiera podía levantar el contraído peso de madre.

El albornoz se desprendió por el roce con la piedra, de modo que su madre fue a la Isla de los Muertos con las nalgas raspadas y sangrantes, hediendo a líquido putrefacto.

SuSu sabía, como todas las rameras, que las llagas de erupción de una ramera no desaparecían.

Sus llagas habían desaparecido.

Se husmeó a sí misma.

La simiente del último hermano-guerrero, sus propios jugos, y eso era todo. Nada de putrefacción desde que se había despertado en este duro lugar metálico, a donde había huido porque ella no quería sufrir la muerte de su madre, no quería ser despellejada por las calles, arrastrada por hermanos-guerreros. Era mejor en las calles de una Ciudad de la Muerte.

Pero las llagas habían desaparecido.

Se oyeron golpes en la puerta. La ramera levantó la cabeza y miró a la puerta, con sus ojos negros, opacos como vidrio oscuro, sin expresión. Los golpes continuaban oyéndose ahora más fuertes. Se puso las manos sobre los oídos y presionó fuertemente, pero a pesar del gesto violento sus ojos siguieron inexpresivos, sin temor o enojo, sin descubrir nada.

11

De la Biblioteca-Mente, dado en las configuraciones, primero de hechos observados, y luego en las de hipótesis para las cuales existen algunos hechos de apoyo:

—El examen biológico muestra que las células generativas del gigante humano sin pigmentación, son genéticamente deformes; la reproducción sexual no es posible. Los tejidos vocales están deformados, no puede hablar. La sangre y los órganos internos están contaminados por radiación, tipos once a dieciséis, Nivel Tres.

»El tejido dañado del gigante humano y el examen de radiación cantan en armonía con la radiación detectada en otra masa de tierra del planeta, la isla que está a ochenta orfs de este continente habitado. Es probable que haya venido de la isla.

»Ladoscuro: incluso un humano debe necesitar una razón para navegar solo en aguas peligrosas, lejos de su grupo de apareamiento, a lo largo de una distancia tan grande. Tanto los “delysianos” como los “jelitas” fuera de los muros del proyecto buscan la compañía de otros humanos de su subgrupo.

»Ladoscuro: ningún discurso humano ha mencionado jamás a otros humanos que vivan en una isla ni una embarcación dentro de su comprensión tecnológica que haya navegado tan lejos.

»Ladodelsol: los humanos hablan de la “Isla de los Muertos”. La mayoría de las referencias parece estar relacionada con el equivalente de alguna configuración poética o de una arriesgada hipótesis no verificada, si la gramática humana fuera lo bastante avanzada para cantar en armonía con configuraciones gramaticales. Pero el conjunto de los casos humanos expresado poéticamente varía grandemente (Niveles Cuatro a Veintiocho).

»La radiación de la isla se relaciona con la de las naves humanas cuya propulsión estelar ha sido destruida por la Flota, y ajustada para declinar a lo largo del tiempo (2164 freg no relativista).

»Parece probable que los humanos vinieran primero al planeta en una nave parcialmente inhabilitada por los geds, casi al comienzo de la guerra. Aterrizaron en la isla, y después vinieron a esta masa de tierra. Traer a los humanos por el mar hubiera requerido “embarcaciones” más allá de lo que los “delysianos” y los “jelitas” pueden construir ahora, o tecnología de lanzaderas. Si esto ocurrió, los componentes orgánicos tanto de la nave como de la lanzadera habrían degenerado varias generaciones humanas atrás. Si el sistema de información humana fuera como el nuestro, la radiación habría destruido la matriz molecular.

»Si el gigante dañado vino realmente de la isla, podría haber otros humanos allí. Ningún ged debe aproximarse a la isla. Hay que enviar monitores de investigación del tipo básico, sin componentes moleculares.

»Dejar algunos humanos en la isla generaciones atrás, y traer el resto aquí, sólo tiene sentido si algunos humanos estuvieran tan seriamente dañados por la radiación que constituyen un peligro para los otros. Pero tales humanos seriamente dañados no podrían reproducirse a través de las generaciones, y el gigante humano no existiría.

»El gigante humano realmente existe.

»No existe solidaridad de número-racional para los humanos sobre el planeta, habiéndose convertido en tres subgrupos en lugar de dos.

»No existe solidaridad de número-racional para los humanos sobre el planeta, habiéndose convertido en dos subgrupos en lugar de uno.

»No existe solidaridad de número-racional para esta especulativa historia de los humanos sobre el planeta.

»Sí existe solidaridad en la propia explicación de los humanos configurada como versión poética de su historia sobre el planeta. Ellos dicen que llegaron todos juntos de una sola vez desde la Isla de los Muertos por ((concepto intraducible: seres que no tienen ser)). Pero no es solidaridad de número-racional.

»Ninguna de las especulaciones explica por qué los humanos no hablan de su historia antes de venir al planeta.

»El examen del gigante, único entre los humanos en el proyecto, muestra una fuerte contaminación radiactiva en todas las secciones del cerebro.

»Sus feromonas no difieren de las de otros humanos. Tampoco muestra mayor capacidad para responder a las feromonas de las que muestran los otros humanos.

»Ninguno de ellos muestra capacidad alguna.

»El gigante humano se está muriendo.

12

Era increíble, insoportable. Estos geds, fueran lo que fuesen, parecían tontos.

Jehane estaba de pie, con el ceño fruncido, en el camino de metal gris que estaba delante de la Sala de Enseñanza, con un brillante círculo rojo sobre su palma estirada, donde uno de los geds lo acababa de colocar. El monstruo llevaba una especie de armadura, toda de una sola pieza, que brillaba como metal pero que se movía como tela. ¿Podría protegerlo efectivamente? El casco claro cubría toda la cabeza. ¿De qué podía estar hecho? En todo caso no de vidrio; el vidrio no tenía sentido. El misterioso material de alguna forma dejaba pasar las palabras sin impedimento. Jehane lo había comprendido. Dijo que el círculo rojo significaba que ella pertenecía a un núcleo militar, el Cuadro Rojo, y que se entrenaría con ellos. Eso es lo que Jehane podía comprender; evidentemente había demasiados jelitas para ser entrenados todos juntos. Lógicamente se dividirían en círculos de hermanas, círculos de hermanos y, por muy estúpida que fuera su presencia, de no guerreros.

Los geds pensaban que podían entrenarles, quizá constituyeran algún tipo de fuerzas de apoyo. Todo eso era lo razonable.

Pero Jehane había visto a los geds entregar un círculo rojo a un delysiano.

—Yo no me entreno con la escoria.

El ged se tomó un buen rato para responder; miró a Jehane casi como si tuviera que descifrar el significado de las palabras.

¿Era estúpido?

—Irás a la habitación con el círculo rojo en la puerta.

—¡No iré si hay delysianos en ese círculo! ¡Soy una hermana-guerrera jelita! ¡Yo no me entreno con quienes se cagan en el honor!

De nuevo se hizo la pausa, esta vez aún más prolongada. Jehane miró fríamente al monstruo —no había forma de saber cuán buena era la armadura, pero él no llevaba armas— y al mismo tiempo procuró no perder la paciencia. Después de todo, era posible que estos extranjeros no supieran cómo eran los delysianos. Si ellos no sabían que la escoria no sólo no negociaba sobre la vida, sino que tampoco mantenían sus asquerosos tratos; si no conocían las solapadas incursiones realizadas, no para combatir en batallas honorables con los guerreros, sino para el sometimiento de ciudadanos, incluyendo niños, Jehane se lo explicaría. Después de todo, podría ser un error honesto. Estaba preparada para ser ecuánime.

Pero el ged no pidió una explicación. Se limitaba a repetir:

—Irás a la habitación con el círculo rojo sobre la puerta.

—No.

—Estuviste de acuerdo en venir cada día a la Sala de Enseñanza. La mujer cantaba en armonía para ti.

—La comandante suprema me ordenó venir, y yo lo hice. ¡Pero ningún guerrero jelita se entrena con la escoria!

Otros dos geds se detuvieron junto a su hermano-guerrero tan pronto como Jehane elevó la voz. Pero no formaron una falange con el primero, ni sacaron armas. Simplemente observaban. Jehane ni siquiera podía distinguir quién tenía rango. ¿Éstos eran maestros guerreros? Incluso los ciudadanos lo hubieran hecho mejor. La decepción se sumó al desprecio y Jehane sacó el cuchillo.

—Dame un círculo para un núcleo de hermanas-guerreras.

Algunos jelitas y delysianos que estaban delante de la Sala de Enseñanza se quedaron observando.

Los geds titubearon un buen rato. Los humanos se miraban unos a otros, de soslayo, con miradas subrepticias. Los tres geds contemplaban a Jehane en silencio. Sin embargo, ella tenía la descabellada idea de que se escuchaban unos a otros. El ged dijo:

—Irás a la habitación con el círculo rojo sobre la puerta. Este grupo de humanos será tanto «jelita» como «delysiano». Todos sois iguales en R’Frow.

Iguales… casi la había llamado delysiana, ciudadana, ramera. Y el insulto empeoraba por la calma del ged. Ni siquiera había tenido la cortesía de una expresión violenta. La calma, le decía que ella no era suficiente motivo para encolerizar al ged. Entre los guerreros que no estaban bajo el mismo comando, ninguna insolencia era mayor. Sus ojos chispearon de rabia y se preparó para un combate a cuchillo.

El ged permaneció erguido, y no sacó ningún arma. Después de otra pausa, repitió:

—Todos sois iguales en R’Frow —Jehane dio un salto.

El grupo de los humanos comenzó a lanzar gritos sofocados. El cuchillo de Jehane golpeó al ged en el cuello, donde la tela metálica de la armadura se encontraba con el casco de vidrio. El golpe hubiera debido traspasar la tela, hacer añicos el vidrio, o encontrar el punto débil donde los dos materiales se unían. Pero en lugar de ello, Jehane sintió que el cuchillo golpeaba roca y se rompía, y que su hombro se torcía por el inesperado choque. El ged ni siquiera se tambaleó; fue como golpear un acantilado. No era posible.

No era posible.

El ged dijo tranquilamente:

—Irás a la habitación con el círculo rojo sobre la puerta.

A Jehane le temblaron las piernas. Sacó su otro cuchillo, la daga gris, y se tensó para saltar de nuevo.

—¡Jehane!

La comandante suprema, la propia Belazir. Jehane se enderezó y se golpeó ligeramente ambas muñecas. Sus músculos temblaban aún por la incredulidad.

—Insultó a Jela. Dijo que los guerreros son igua… iguales que los delysianos, y que entrenarán en los mismos núcleos con ellos.

—Nos entrenaremos tal como se nos ordena.

Jehane sintió un frío interior. La comandante suprema continuó con la misma voz dura:

—Nos hemos comprometido a honrar al comando ged mientras permanezcamos en esta ciudad. El mayor deshonor sería no hacerlo.

Los ojos de Jehane se toparon con los de Belazir. Jehane vio la implacable dureza de un guerrero ajustándose a un juramento odiado. La mirada era fríamente tranquilizadora. A Molag no le gustaba esto tampoco, pero ella había dicho que era honorable. Y si esto lo fuera…

—Entonces he atacado a alguien a quien estoy ligado. Mi vida de guerrero es tuya. —El frío interior se arrastró entre pecho y espalda; las palabras eran rituales, pero el castigo no necesitaba serlo.

Pero Belazir sólo apretó su mandíbula más firmemente y luego titubeó. En ese titubeo Jehane vio inseguridad, incluso vulnerabilidad, y sintió una impresión que nada tenía que ver con su hombro dislocado. Una comandante suprema insegura.

—Yo te devuelvo tu vida de guerrera —dijo Belazir—. En su propio salón de entrenamiento, obedecerás totalmente a los geds.

—Sí, Comandante Suprema. —Insegura

Belazir golpeó las manos como despedida, y Jehane entró en la Sala de Enseñanza. Había tirado el círculo rojo, pero se dio cuenta de que el color le había impregnado la palma de la mano. No se borraría.

Marcada. Como algunos juegos de niños, como alguna ilusión de algún malabarista callejero en un bazar de un país lejano. Trucos e ilusiones, sin ningún sentido, estúpidos como una cesta de cabello…

¿A qué había golpeado con su cuchillo?

La Sala de Enseñanza, al igual que la misma R’Frow, era un muro hueco sin ventanas alrededor de un rectángulo vacío; Jehane supuso que era el patio de entrenamiento. Cuatro arcadas, una a cada lado, conducían directamente a ese patio. Dentro del muro, un corredor rodeaba el perímetro, interrumpido por arcadas sin puertas que llevaban a pequeñas habitaciones, cada una con un círculo coloreado sobre su arco. Jehane se detuvo debajo del círculo rojo.

Mesas en el suelo. Cojines. El resplandeciente círculo naranja sobre el muro. Alrededor de él, diecinueve humanos; nueve delysianos, nueve jelitas y una criatura que Jehane nunca hubiera imaginado… un hombre enorme como una montaña, con un rostro joven, pero con el cabello blanco como la nieve, cascadas de cabello desde la cabeza y el cuello, y macizos antebrazos, y todo el cabello, incluso sobre los antebrazos, entrelazado en decenas de pequeñas e intrincadas trenzas atadas con un cordón blanco. Su tebl también era blanco y lo bastante grande como para hacer una tienda. El gigante pálido estaba sentado solo en el centro de la habitación, mirando hacia delante, con ojos del color de un animal desollado.

A lo largo del muro lejano estaban los jelitas-guerreros, de pie, inflexibles, con las espaldas hacia la pared, y ciudadanos sentados más lejos de los geds. Dos hermanas-guerreras, dos hermanos-guerreros, y el primer teniente de Belazir, Dahar, de quien Jehane ya había oído hablar. Un ciudadano con la vestimenta de un albañil, una obrera común… y la pequeña ramera del interior del Muro.

De pie, contra la misma pared de la entrada, estaban cuatro soldados delysianos, que miraban duramente a Jehane. Sentados detrás de ellos había cinco ciudadanas delysianas, una de ellas una lenta sopladora de vidrio que Jehane había traído a través de la sabana. La sopladora de vidrio era tan estúpida como para mirar a Jehane con reconocimiento; del lado jelita, la ramera era más lista.

Jehane caminó con pasos majestuosos hacia su posición con los guerreros. Éstos superaban en número a los delysianos, pero la escoria tenía el lado de la puerta. ¿Cómo mierda lo había permitido el teniente? Lo observó atentamente. No era alto pero sí macizo de tórax y hombros; debía de ser fuerte. Dahar era feo; tenía el aspecto de un obrero, no de un soldado. La piel oscura incluso para un jelita, el cabello áspero y negro y las facciones toscas. Ella había oído decir que incluso no era de Jela, sino de alguna ciudad lejana. Y era un guerrero sacerdote, sin el símbolo de la espada y el intestino, sólo una doble hélice tejida a través de los dos soles sobre el hombro izquierdo. Jehane no sabía que uno de ellos podía llegar tan alto, y no le gustaba; no le gustaba en absoluto.

—Primero —dijo el ged— será la enseñanza de cosas conocidas. Después habrá tiempo para otras enseñanzas: para la prueba de cosas conocidas, para la creación de cosas, y para la enseñanza de las armas.

El ged hizo una pausa. Ningún otro habló. Jehane esperó, repartiendo sus miradas entre el enemigo delysiano y cualquier posible señal de Dahar, pero ellos también permanecieron quietos.

Los minutos pasaban lentamente.

El silencio se hizo cada vez más tenso, hasta que la tensión se dejó sentir en toda la habitación como si fuese calor. Y el ged seguía con el monstruoso rostro impasible, sin decir nada. ¿Era esto enseñanza? ¿Era un entrenamiento? Era una mierda.

Ninguno habló.

Sin cambiar su posición de observación, Jehane captó la mirada de la hermana-guerrera de su derecha, una muchacha alta y huesuda, con el cabello con una alarmante sombra de rojo. El cabello rojo era usualmente delysiano, pero la postura y el cuerpo de la muchacha proclamaban que era guerrera. Ella y Jehane intercambiaron furtivas miradas de perplejidad, y la muchacha dobló el pulgar ligeramente hacia dentro, la señal tradicional de los núcleos de hermanas, siempre secreta para la estupidez oficial. Jehane hizo lo mismo y volvió los ojos al frente, ligeramente tranquilizada. No todos en R’Frow estaban locos.

Ninguno habló.

Justo cuando pensaba que no podría soportarlo más, Dahar preguntó a los geds:

—Si éste es el momento para la enseñanza de cosas conocidas, ¿qué cosas conocidas nos contaréis?

—La respuesta a cualquier pregunta que formuléis —respondieron prontamente los geds.

—¿Se nos permite hacer preguntas?

—Sí.

Los geds estudiaban atentamente al teniente jelita. Cada vez que uno de ellos observaba, Jehane pensaba resentida que nunca tenían la cortesía de mostrar expresión alguna. Tendrían que ser muy buenos guerreros de mierda para compensar tan malos modales. Un espasmo le atravesó el hombro que se había dislocado al golpear al ged.

Por otro lado, el teniente estaba mostrando gran cortesía al monstruo. Un guerrero-sacerdote… ellos tenían sus costumbres y por supuesto en el campo de batalla curaban guerreros heridos; pero mandar… Sin embargo, a pesar de su tosquedad, Dahar tenía aspecto de guerrero, no sólo de baboso curandero. Sus ojos negros ardían como madera dura. Pero los guerreros-sacerdotes eran así… nerviosos incluso cuando no había desafío, hacían preguntas sobre cosas, pensaban cosas que no necesitaban ser pensadas. Con demasiada frecuencia la madera dura era la de sus cabezas.

Dahar dijo:

—Soy Dahar de Anla, guerrero-sacerdote y teniente primero de la comandante suprema de R’Frow. —Hizo una pausa, esperando; pero el ged hizo lo impensable: no contestó libremente con su propio nombre.

Tanto jelitas como delysianos comprendieron el insulto; los perezosos miraban abiertamente divertidos, incluso los soldados… ¡Puag! ¿A qué llamaban disciplina? Los ojos de Jehane se achicaron. A su lado, la hermana-guerrera cerró los dedos en un puño.

—Dame tu nombre. —Le forzó Dahar.

—Soy Grax, de Ged, de un mundo que rodea a otra estrella. —Respondió el monstruo.

El silencio aplastó la habitación. Jehane lanzó un bufido… vería la puesta del Marcador antes de que creyera en ese estiércol. Pero Dahar se inclinó un poco hacia delante, y la intensidad de su voz perforó como una lanza.

—¿Por qué vinisteis a Qom? ¿Por qué habéis construido R’Frow?

—Para enseñar a los humanos.

—¿Por qué?

—Porque elegimos enseñar.

—¿Eres un maestro guerrero? ¿Se trata acaso de un sacerdocio?

Una pausa. A Jehane le pareció como las pausas del monstruo que habían provocado su ataque; como si los geds estuvieran escuchando. ¿Qué?

—No somos un sacerdocio. Venimos precisamente a Qom para enseñar, porque deseamos saber cómo piensan los humanos.

—¿Por qué? —disparó la voz de un soldado delysiano. Habló antes de que lo hiciera su comandante; Jehane difícilmente podía creerlo. El tono del soldado era áspero—. ¿Qué ganáis?

—Cosas conocidas que antes no conocíamos. ¿Vosotros no queréis conocer cosas que no conocíais antes, por el puro deseo de conocerlas?

—No —dijo el delysiano con un tono rudo que bordeaba la insolencia—. Lo que yo quiero son las gemas que prometisteis. ¿Cuándo las obtendremos?

—Todos lo que permanezcan un año en R’Frow recibirán preciosas gemas.

—¿Qué otra cosa podemos hacer si los muros están cerrados y el cielo es un muro? —dijo Dahar.

Jehane levantó la cabeza para observarlo. ¡El cielo un muro! En ambos lados de la habitación estallaron murmullos temerosos, burlones o llenos de perplejidad. Sólo al extraño gigante blanco se lo veía imperturbable. ¿Era sordo?

—¿Cómo sabes eso? —dijo el ged a Dahar.

—Porque trepé a un árbol en el desierto, cerca del Muro, y toqué un cielo de vidrio.

Los murmullos crecieron. Los geds se sentaron silenciosamente —¡escuchando de nuevo!— mientras que al otro lado de la habitación una ciudadana delysiana se inclinó súbitamente hacia delante y se cubrió la cara con las manos. Un soldado delysiano sacó el cuchillo, y al lado de Jehane la guerrera de cabello rojo sacó el suyo. Ciudadanos y soldados olían a pánico, excepto la pequeña ramera y la escoria sopladora de vidrio, que observaba a Dahar como si viera sus palabras en el aire delante de él. ¡Una mirada directa a un teniente primero! Ella, Jehane, debería haberla abandonado con su insolencia para que se congelara en la sabana.

Dahar presionó más:

—Curvas de vidrio hacia arriba sobre toda R’Frow. Otro muro.

—Sí, hay una cúpula sobre R’Frow —respondió finalmente el ged—, aunque no de vidrio.

Otro muro… y su cuchillo había golpeado cierto tipo de muro alrededor de los geds…

—Nos habéis apresado, —dijo Dahar.

—No. La cúpula no fue construida para apresar a los humanos sino para encerrar el aire.

¡El aire! Encarcelar el aire… ¡El monstruo se estaba burlando de ellos! Un soldado delysiano dio un paso hacia delante, soltando maldiciones. Los murmullos se tradujeron en pánico; se oían gritos, y se desenvainaron más cuchillos. La ramera apretó los puños con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Alguna mujer gritaba.

A través del ruido, la voz de Dahar sonó como un latigazo:

—¡Silencio!

Instantáneamente, la mitad de la habitación quedó paralizada. No se movió ningún jelita, guerrero ni ciudadano. Los delysianos, cogidos por sorpresa, observaban la obediencia jelita. Jehane vio el ceño fruncido de su comandante, y se sintió contenta por un momento: el estiércol no podía obtener la misma disciplina, y él lo sabía. Ladró una serie de órdenes a sus soldados, que uno tras otro gruñeron a cada ciudadano individualmente. Uno tuvo la insolencia de responder; en Jela habría sabido lo que eso suponía… Eran un hato de kreedogs, mantenidos en línea por un sucio regateo; indisciplinados como bestias.

Lentamente, la mitad delysiana de la habitación se tranquilizó. Los geds lo observaban todo, y su expresión no variaba jamás.

—¿Por qué está el aire encerrado? —preguntó Dahar.

A Jehane la pregunta le pareció ridícula. Pero el ged respondió.

—El aire está encerrado para mantenerlo caliente, del mismo modo como vuestros edificios encierran aire para calentarlo con un fuego o refrescarlo con sombra. El aire permanecerá durante el año que pasaréis en R’Frow con la misma temperatura cálida de ahora. No se volverá más frío ni más caliente.

Jehane empezó a comprender. Nada de frío congelante ni de calor ardiente… pero la lucha en el calor o el frío era parte de la fortaleza de un guerrero. Un ciudadano no tenía la fortaleza para hacer eso. Un guerrero ¿Iban los geds a borrar todas las distinciones entre ciudadano y guerrero?

La sopladora de vidrio delysiana se inclinó hacia delante; era la primera vez que se movía.

—Ése no es el cielo que ve cada uno de nosotros, ¿verdad? La cúpula es de vidrio humeado, no es transparente. Ésa es la forma en que habéis alterado la luz. No es luz de sol en absoluto, es luz hecha, luz creada debajo de la cúpula de vidrio. ¿Es como la luz creada en los salones?

—Sí.

—¡Pero yo vi nubes! —gritó un ciudadano delysiano.

—Ves una pintura de nubes, moviéndose dentro del material transparente de la cúpula.

—¡Las pinturas no se mueven!

Se oyó un ruido confuso de voces, todas delysianas, todas de gente enojada por la sospecha de que alguien estuviera burlándose de ellos. Sólo la sopladora de vidrio siguió presionando, con su voz cortando a través del alboroto y con una fuerza que sorprendió a Jehane.

—¡Las sombras se mueven! Es como si parecieran el cielo pero sin ser el cielo; ¿el cielo real aún está allí afuera, detrás de R’Frow?

—Sí.

—¿Por qué? —Tuvo que gritar para ser oída por su propia gente. Los jelitas, inmóviles por la orden, no hicieron ruido alguno.

—Las cosas conocidas requieren calma para ser oídas —dijo el ged.

El comandante delysiano tranquilizó nuevamente a sus soldados y ciudadanos… sin aplicar ningún castigo. Jehane lo observó con desprecio. Ayrys repitió la pregunta.

—¿Por qué habéis alterado la luz?

—Qué es mejor, ¿tener dieciséis horas de oscuridad y ocho de luz, o tener treinta y seis horas de oscuridad seguidas de treinta y seis de luz?

Contra su voluntad, Jehane pensó súbitamente en el cansancio de Ultimaluz después del breve descanso de Ligerosueño, y de las heladas horas oscuras al final de Terceranoche, cuando todos habían dormido lo suficiente, pero aún no había amanecido. Los ciudadanos temblaban inquietos y maldecían a la oscuridad; los enfermos se volvían aún más enfermos y los hijos de madres-guerreras a menudo nacían muertos. «Tiempo de muerte», lo llamaban los guerreros-sacerdotes.

—¡El sol es sol! —dijo con voz colérica una mujer gorda y con la nariz rota—. Toda esta charla sobre alteración de la luz… ¡Basura! ¡Tresdías son tresdías! Y vuestra cúpula no puede ser de vidrio… ¡el vidrio no puede ser moldeado para cubrir una ciudad entera!

—No es vidrio.

El ged tocó algo medio escondido en su mano. Las superficies de las mesas se disolvieron, y otras superficies se elevaron desde abajo. En las superficies no había cuencos con comida sino un cuadrado de tela gris, de aspecto metálico. El ged levantó el cuadrado sobre la mesa delante de él, y envolvió su mano con suaves pliegues grises.

—Tocadlo —dijo a la gente de la habitación.

Ninguno se movió.

—Todo en R’Frow está hecho de este material, excepto los cojines. Muros, mesas, cúpula, cuencos de comida, senderos… todo es de esto. Podéis llamarlo wrof.

—¿Esa tela? ¡El Muro es duro! —resopló un ciudadano delysiano.

El ged extendió la mano. Sobre ella había una pequeña caja negra. Sus dedos se movieron sobre la caja… y súbitamente los suaves pliegues de tela fueron un rígido cuadrado en la mano del ged. Rígido, duro, con un débil resplandor alrededor… Jehane observaba. El ged sostenía un trozo de Muro.

Movió los dedos sobre la caja, y sostuvo un trozo de tela gris.

Jehane sintió una punzada de frío en el estómago. Cambiar tela a metal, metal a tela… El temor infantil a la magia le tocó con dedos helados —corre, escóndete, los espíritus de la Isla de los Muertos te atraparán durante la noche— para ser reemplazado un momento después por el temor adulto al poder. Poder… en realidad nadie se había dado cuenta de cuánto poder tenía el ged

De pronto una mujer se puso a gritar. Entonces la gorda delysiana saltó hacia el ged. Su cara estaba congelada por la sorpresa; tenía el aspecto de una luchadora no entrenada que ataca, no por cálculo sino por un súbito e incontrolable temor, para aplastar lo inconcebible antes de que se esparciera. La mujer golpeó al ged y dio un brinco hacia atrás, tal como había hecho Jehane. Cayó pesadamente al suelo, con una expresión furiosa en los ojos y el rostro retorcido por el dolor de golpear un sólido muro. Se contorsionó entre dos mesas.

—Está alrededor tuyo —dijo Dahar con voz tan carente de tono que Jehane apartó los ojos de la contorsionada delysiana y miró atentamente a su comandante—. El mismo transparente y rígido… wrof —tropezó con la nopalabra— es lo que forma la cúpula. Está alrededor tuyo, así que no podemos tocarte. El mismo wrof que sentí cuando toqué el cielo.

—Sí. Aprisiona el aire para que yo pueda respirar; una clase de aire diferente del tuyo.

La delysiana tropezó, agarrando el brazo derecho y mirando indefensa a su alrededor. Cuando ni los geds ni los soldados delysianos le dijeron lo que debía hacer, fue con paso vacilante hasta el rincón más lejano de la habitación y se agazapó allí, cerrando fuertemente los ojos ante lo que no podía existir.

—¿De qué está hecho? —preguntó Dahar, todavía con aquella voz sin tono… olvidada la cortesía, pensó Jehane. O quizá Dahar no confiaba en su voz. Descubrió que le temblaban las rodillas y las apretó antes de que alguien pudiera darse cuenta.

—Está hecho de una pequeña cantidad de materia y de una gran cantidad de fuerza y energía —dijo el ged.

Jehane frunció el ceño. Qué mierda de… «fuerza» lograba que los ciudadanos hicieran lo que se suponía que tenían que hacer; la «energía» era capaz de lograr entrenar durante horas sin sentir cansancio.

—Dinos qué… —Dahar se interrumpió y comenzó de nuevo—: Dinos qué significa eso.

El ged se lo quedó mirando un buen rato sin responder. Miró cuidadosamente la cara de Dahar, luego la de la sopladora de vidrio delysiana y después alrededor de toda la habitación. La delysiana del rincón estaba hecha un ovillo con los brazos alrededor de las rodillas y los ojos aún fuertemente cerrados. Otros observaban temerosos al ged, salvo donde el temor estaba dando paso ya al resentimiento de los imponentes. El enorme bárbaro blanco se sentó perfectamente tranquilo y sin expresión; parecía tallado en hielo. El ged miró de nuevo a Dahar.

Entonces comenzó a hablar de fuerza y energía; de aire y no aire; de cosas en el aire que se suponía que nadie podía ver, pero que hacía diferentes tipos de aire respirable para diferentes soles; de aire ged y aire humano, y aire ged atrapado dentro del wrof. Dahar escuchó con intensa atención, con su fea cara tan alerta como la de un kreedog a la luz del fuego, y sus hombros poderosos inclinados hacia delante. Mejoró la opinión que Jehane tenía sobre él.

Estaba dando al monstruo una cortesía de comandante, incluso cuando el ged hablaba interminablemente en tono monótono.

Y seguía.

¿Iba a ocurrir esto todos los días? Aire humano, aire ged… el aire era aire.

Esto era tan malo como los maestros habían sido siempre con su aburrida cháchara. Pero al final tendría que mejorar… los geds habían mencionado la enseñanza de armas. Hasta entonces…

Jehane sintió que la tensión abandonaba el cuerpo delgaducho de la hermana-guerrera que estaba junto a ella y que era reemplazada por una aburrida flojedad. Simpatizó con la hermana de cabello rojo. En toda la habitación, los humanos habían envainado armas y comenzaban a aplastarse contra los muros. Sólo Dahar, sujeto por su rango, mostraba algún interés. Dahar… y la sopladora de vidrio delysiana. Ésta se sentó con los ojos muy abiertos, y el pulso de la sien alterado. Jehane frunció el entrecejo brevemente, y luego se encogió de hombros. Ya sabía que la sopladora de vidrio estaba loca.

Jehane fijó los ojos en el monstruo de tres ojos, de un mundo que daba vueltas alrededor de otra estrella, dejó que sus palabras se deslizaran y pasaran por su mente, y se preparó para aburrirse.

13

Ayrys se arrodilló cerca del resplandeciente círculo anaranjado que había en su habitación, con un cilindro de vidrio en una mano y un cuadrado de tela blanca en la otra.

Kelovar se tendió sobre los cojines del suelo. Su cuerpo desnudo aún brillaba con el agua de la casa de baños, detrás del salón.

Él la observó con ojos entrecerrados. Habían estado en R’Frow durante cinco de los ciclos, que no eran tales sino undías.

—Ven a acostarte, Ayrys; es tarde.

—Enseguida.

—Eso ya lo has dicho cuatro veces.

—Ya lo sé. Yo… —No terminó. Una profunda línea se extendió sobre su frente, y sus ojos se agrandaron, acuosos. Frotó fuertemente el vidrio con la seda y luego lo movió hacia el suelo. Las hojas secas que había allí saltaron a la barra y se adhirieron a ella. Ayrys se echó a reír.

—Ayrys…

—Wrof —dijo ella, y se echó a reír de nuevo con una risa ahogada que finalizó en llanto—. Desde aquello… hasta el wrof. La misma «fuerza». La misma.

—¿Quieres venir a la cama? —dijo Kelovar con dureza. Ayrys se dio cuenta de su tono duro y levantó la vista—. Trucos. Trucos y juguetes.

—No. No, Kelovar, ¿no lo ves? Ellos pueden mostrarnos cómo…

—Trucos y juguetes. No significa que debamos confiar en ellos. El valor de un día de charla y juguetes, y una nueva arma que podíamos haber inventado nosotros mismos.

Ayrys miró a la trespelota en el rincón. Dijo suavemente:

—Pero no lo hicimos nosotros, ¿verdad? Nadie en Kendast pensó en una trespelota.

Kelovar hizo un movimiento cortante hacia abajo con su poderoso brazo.

—Ellos no son como nosotros, Ayrys. Recuerda eso… no son como nosotros, como no lo son los jelitas. —Su voz se suavizó, se tornó indulgente—. Por supuesto, tú estás interesada en toda esta charla del «aprendizaje para hacer»… es natural. Tú eres una sopladora de vidrio, no un soldado. Pero no confíes en ellos.

—Delysia no es enemiga de los geds —dijo cuidadosamente Ayrys.

—Yo no he mencionado la enemistad —interrumpió Kelovar.

—No. Pero, Kelovar… —Cruzó la habitación y cayó de rodillas junto a él, hablando rápidamente—. Lo que dijeron los geds acerca de que el mundo entero está hecho de pequeños círculos que se combinan y recombinan, de materia y fuerza… el mundo entero, Kelovar…

—Esa charla te impresiona. —La irritación del hombre se esfumó, le sonrió.

Ayrys se lo quedó mirando. Kelovar le cogió la mano y comenzó a trazar círculos con el pulgar en la parte sensible de su muñeca.

—Kelovar, ¿no crees que es verdad? ¿Estás diciendo que la charla de los geds sobre materia y fuerza es mentira…? ¿Todo mentira, nada de verdad?

—No; no digo que sea mentira.

—Entonces, ¿qué?

—Puede que sea cierto; puede que no. No importa.

—¿No importa? Es todo el planeta lo que nos están explicando; cómo está hecho todo lo que hay en él.

Él puso la muñeca de ella en su boca y mordió suavemente, como había hecho la noche anterior, cuando tuvieron relaciones sexuales.

—Si los trucos y juguetes geds te divierten, estoy contento. Quiero que te diviertas. Pero lo primero que tenemos que conseguir tú y yo es que abandones la idea de que hay algún valor en los trucos y los juguetes.

Ayrys retiró su mano de la de él. Kelovar pareció sorprendido. En la luz anaranjada, ella buscó su rostro; la sorpresa era auténtica. Él no veía nada malo en la idea de que ella necesitaba que la diversión supusiera algo más. Pero Ayrys había sentido algo más: un temor furtivo en las profundidades de los pálidos ojos, algo que le hizo fruncir el ceño. En la palma de la mano que acababa de retirar se veía un círculo verde.

—Kelovar, tú no estabas en el mismo grupo que yo en la Sala de Enseñanza. ¿No habló tu grupo de materia y fuerza, sobre aquello de que está hecho el Qom según los geds?

—Ellos hablaron de eso —seguía con el ceño fruncido.

—Cuéntame qué dijeron.

—¿Por qué?

—Porque te lo he preguntado. Cualquier cosa que hayan dicho, por favor.

—Era sólo una charla. No importa. Sólo las armas importan.

—Por favor, cuéntame.

—No.

—Por favor.

Kelovar se levantó y se puso el tebl y las polainas con movimientos bruscos que reflejaban su cólera. Cuando terminó de vestirse, dio un par de zancadas hacia la puerta. Ayrys permaneció de rodillas, cerca de los brillantes cojines geds, con la cabeza un poco inclinada.

Él no lo sabía. No le contó lo que los geds habían dicho a su grupo porque no podía, porque no había comprendido lo suficiente como para poder repetirlo.

Kelovar se detuvo con la mano en la puerta.

—Ayrys…

Ella lo miró. Él estaba como cuando fue a su habitación la noche anterior, con los brazos colgando y el rostro con expresión de desamparo y humilde deseo.

—Ayrys… No quiero irme.

Ella no dijo nada.

—Quiero quedarme aquí contigo, si me lo permites —dijo con una voz de suave ruego que súbitamente puso tensos los músculos de su cuello. La voz era falsa de alguna manera, injusta… pero sin embargo no lo era. Confundida, Ayrys no dijo nada. Al ver que no se oponía, Kelovar presionó el círculo anaranjado. En la súbita oscuridad, ella sintió que la rodeaban sus brazos y que su cara se hundía en su cabello espeso y enmarañado—. ¿Me permitirás quedarme, Pequeño Sol?

—Sí —dijo Ayrys con voz monótona. Con un rápido movimiento, él se quitó el tebl por la cabeza y luego las polainas. Olía a agua limpia de los baños. Ella pensó brevemente en decirle que no le gustaban esos hombres para el momento del sexo, pero desechó el pensamiento por considerarlo insignificante. En la oscuridad, oyó la respiración de ambos, la de él, cada vez más pesada y rápida, y la de ella tranquila e invariable.

La luz anaranjada del círculo brillante era demasiado oscura para descubrir algo, salvo formas toscas. Mientras Kelovar estaba sobre ella, Ayrys buscaba pero no podía distinguir el techo, formado por pequeños trozos de materia mantenidos unidos por el dominio de los geds sobre la fuerza de la que el mundo estaba hecho.

En el salón de las hermanas-guerreras, Jehane estaba acostada con el brazo extendido sobre la espalda de Talot, la alta hermana del núcleo militar. El círculo anaranjado en la habitación de Talot apenas producía suficiente luz para que Jehane pudiera ver el huesudo hombro de aquélla, suavizado por una trenza de largo cabello rojo. Jehane jugaba con la trenza y luego se la puso en los labios y comenzó a morderla distraídamente.

—¿Qué turno de guardia te toca, Talot?

—El segundo. ¿Y a ti?

—El tercero. Deberíamos dormir ahora. Has estado bien, Talot.

—Tú también. ¿Por qué estás masticando mi cabello?

Jehane sonrió en la oscuridad y se estiró lujuriosamente. Se sentía toda cálida y lánguida. Realmente Talot le había producido una buena sensación.

—No sé. Una mala costumbre.

—¿Siempre masticas el cabello de tus amantes después del sexo?

—Normalmente, el mío. El tuyo es bonito, Talot. Diferente.

—Te refieres al color —dijo Talot. Su voz había cambiado; había una nota cautelosa debajo del placer. El cabello rojo era más delysiano que jelita. El cabello jelita era negro. Pero no había nada delysiano en Talot. Había sobrepasado a Jehane en los ejercicios de entrenamientos que la comandante ya había establecido; sabía lo que era interesante y lo que sólo era palabrería y era la mejor compañera de cama que Jehane había tenido jamás… aunque Jehane no estaba dispuesta a decírselo. Talot era lo mejor que había visto en R’Frow, una auténtica hermana-guerrera. ¿A quién le importaría si su cabello fuera rojo?

—Me gusta el color —asintió Jehane—. Me gusta.

Apretó su brazo alrededor de Talot. Pero se quedó sorprendida al comprobar que crecía la cautelosa tensión de la guerrera.

—Me gustas —dijo Jehane. No hubo respuesta—. Talot, ¿ya tienes una amante?

—No. —La palabra resultó difícilmente audible. Jehane frunció el entrecejo, aturdida. Pero no iba a detenerse ahora.

—Me gustaría compartir la cerradura de mi habitación contigo. Así las dos podríamos entrar y salir de aquí, y estar juntas cuando no tengamos guardia.

Talot rodó sobre el cojín y el brazo de Jehane se deslizó fuera de su espalda. Quedó rígida, mirando hacia arriba. Jehane podía ver su mejilla, borrosa en la luz anaranjada.

—No quieres —dijo Jehane con tono categórico—. Bueno. Todo lo que tenías que hacer era decirlo.

—Sí que quiero. Me gustas más que cualquier otra hermana con la que haya estado, Jehane.

—Entonces, ¿qué mierda…?

—Primero tengo que decirte algo, porque, después de lo que oigas, podrías querer elegir una hermana-guerrera diferente para… para compartir tu cerradura. Si es así, pediré tu silencio. Como la cortesía que se debe a una hermana-guerrera. ¿Estás de acuerdo?

—Estoy de acuerdo —dijo Jehane con el ceño fruncido.

—Yo no soy… casta, Jehane. He tenido relaciones sexuales con un hombre. Fue antes de que me eligieran para un núcleo militar; estaba aún con los maestros; pero lo hice.

—¿Arriesgaste en esa forma toda tu vida como hermana-guerrera?

—Sí. —Después de un momento, Talot agregó furiosamente—: ¡No hubo bebé!

—¡Pero podría haberlo habido! —Experimentó una sensación de repugnancia—. Y entonces no habrías sido nunca una luchadora; te habrías convertido en una madre-guerrera sin ninguna experiencia de batalla… una monstruosidad. ¿Cómo pudiste tener tan poca disciplina?

Talot permaneció un buen rato en silencio. Cuando finalmente habló, la furia había abandonado su voz, que temblaba ligeramente.

—Yo sé lo que hice. No me lo perdono. Elegí el sexo con él en lugar del honor de una hermana-guerrera. ¿Quieres irte de mi habitación?

Jehane se enderezó, abrazando sus rodillas desnudas, y cuidando de no acercarse a Talot. La confesión de ésta la había sacudido; mostraba una irresponsabilidad, una ligereza hacia el plano de honor, que merecía desprecio. Se era una hermana-guerrera y casta, o una madre-guerrera que había elegido tener bebés, por encima de la lucha. Pero las madres-guerreras eran viejas; tal vez tuvieran treinta años. Ellas habían aflojado la marcha. Estaba bien que eligieran bebés… probablemente eso era todo lo que podían hacer. Pero Talot era joven. Talot había mostrado una falta de disciplina, una debilidad, una estupidez… Merecía desprecio.

Pero a Jehane le gustaba Talot. ¿Cómo podía ser si ella merecía desprecio? Jehane frunció el ceño. Se sentía confundida, y la confusión siempre la hacía enojarse.

—¿Tu maestra de entrenamiento lo sabía?

—Se lo dije. Después.

—Así que por lo menos mostraste ese honor.

—Sí.

—¿Qué hizo ella? ¿No te expulsó del entrenamiento?

—No.

—¿Él era por lo menos un hermano-guerrero? ¿O tenéis relaciones sexuales con ciudadanos en tu núcleo?

Talot se alzó enojada sobre sus rodillas. Las dos mujeres estaban frente a frente, a la distancia de un brazo.

—Era un hermano-guerrero —dijo Talot.

—Pero no honorable. Debiste tener un grupo de entrenamiento kreedog. En mi grupo, cualquier hermana-guerrera que quebrantara su honor en esa forma habría sido marcada para siempre.

—Eso debe de ser maravilloso para ti. Compararé mi entrenamiento con el tuyo en cualquier momento.

—¿Es eso un desafío?

—Si quieres que lo sea…

—¡Cuidado, Talot! No tengo ningún defecto en mi plano de honor.

Talot saltó. Jehane se acercó a ella y ambas se enzarzaron en la oscuridad, rodando fuera de los cojines ged y sobre el duro suelo, silencioso y mortal. Talot, más alta, aprovechaba su ventaja, pero Jehane era más musculosa. Ambas luchaban incómodas por el cabello largo y suelto. El silencio dio lugar a jadeos y gruñidos. Al estar las dos magníficamente entrenadas, a Jehane le llevó bastante tiempo dominar a Talot, sentándose sobre su espalda y torciéndole el brazo derecho hasta casi rompérselo. El sudor corría por sus cuerpos.

—¿Te rindes? —dijo Jehane jadeante.

—S-sí.

Jehane la soltó. Talot, se puso en pie, tambaleante, puso la mano sobre la pared para apoyarse.

—Tú ganas —dijo con voz temblorosa—. Así que ahora puedes salir de mi habitación.

Pero Jehane descubrió que no quería irse. La dura lucha, satisfactoria en sí misma, había disipado su enojo. Talot había sido una dura oponente, digna de respeto. Y ese ligero temblor en su voz… Jehane miró a Talot y dijo jadeando:

—Las maestras aún te permitieron convertirte en una hermana-guerrera.

—Sí.

—¿Cuál fue tu castigo?

Una cautelosa esperanza se deslizó en la voz de Talot.

—Éste. Aquí. La maestra de entrenamiento me envió a R’Frow para que fuera a buscar las nuevas armas para el núcleo militar. Para compensar por… por lo que hice.

—¿Qué le ocurrió al hermano-guerrero? ¿Fue castigado por usarte a ti en lugar de una ramera?

—Sí.

—¿Qué castigo recibió?

—Fue enviado a una Primera Prueba, aunque había sido elegido para un núcleo militar hacía más de un año.

—Y tú le habías permitido…

—Sí.

—¿Por qué? ¿Por qué quisiste, con un hombre?

—Supongo que tú nunca lo has querido.

—¡No! ¿Por qué, Talot?

—No lo sé —dijo Talot. Después de un rato, en el que ninguna de las dos se movió en la oscuridad anaranjada, agregó—: Él podía vencer en lucha a cualquier hermano-guerrero de su núcleo. Era tan bueno como lo ha sido el teniente en el patio de ejercicios esta tarde.

A pesar de sí misma, Jehane estaba impresionada. Dahar había estado increíble.

Talot dijo con dignidad, pero con un ligero temblor en la voz:

—Comprenderé que te marches de mi habitación, Jehane. Pero pido tu silencio. Como cortesía debida a una hermana-guerrera.

Jehane percibió el temblor. El perfume de Talot llegó hasta ella en la oscuridad, dulce y cálido. Pudo hacer una trenza con el hermoso cabello, cayendo sobre un pecho.

—Talot, si me das la llave de tu habitación, yo te daré la de la mía.

Talot lanzó un largo suspiro.

—¿Después de lo que… he hecho?

—Eso ya está terminado. Ya es pasado. ¿Solamente un hombre?

—Sólo uno, por supuesto.

—Está terminado. ¿Qué oscurofrío importa ahora? Tú estás de nuevo en el plano de honor al haber traído las armas, y no tendrás otras relaciones sexuales con un hombre hasta que seas madre-guerrera.

—No.

Jehane presionó el círculo anaranjado. La luz inundó toda la habitación. Sonrió satisfecha a Talot.

—Eres una buena luchadora.

Talot le devolvió la sonrisa y se acercó.

—No tan buena como tú. Por poco me descoyuntas el brazo.

—¿Quieres que busque un guerrero-sacerdote?

—No. No está tan dolido como para que necesite uno aquí.

Se sonrieron mutuamente con tímido respeto. Jehane puso su brazo alrededor de Talot y la llevó hacia los cojines del suelo.

—Deberíamos dormir, si tú tienes la segunda guardia y yo la tercera. Yo te despertaré. ¡Maldita luz! En Jela me despertaría minutos antes de que el reloj señalara la hora.

—Por supuesto.

—Jehane, ¿comprendiste todas esas cosas que el ged dijo acerca de la luz y el aire y las fuerzas?

Jehane se encogió de hombros.

—Basura. Mientras sigan dándonos más armas nuevas, que hablen.

Presionaron el círculo anaranjado y se acostaron sobre los cojines. Talot dio un respingo cuando su cuerpo descansó sobre el hombro derecho. Tenía el don de un guerrero, de dormirse instantáneamente; su respiración ya se había hecho más lenta, cuando Jehane, mirando al techo con los ojos muy abiertos, habló suavemente.

—¿Talot?

Talot se movió ligeramente.

—Talot… ¿cómo se siente? ¿Con un hombre?

Pero Talot ya estaba dormida. Un poco avergonzada de sí misma, Jehane cerró los ojos. Era un asunto acabado. Hacer más preguntas supondría una descortesía hacia Talot. Ella no era una ciudadana ni una ramera. Era una hermana-guerrera; sus maestras de entrenamiento no la habían eliminado de las filas, y ellas eran más sabias. Por eso eran maestras de entrenamiento. Ellas no cometían errores.

Jehane cerró los ojos y se durmió.

La ramera jelita SuSu se puso en pie en la oscuridad. El hermano-guerrero no se movió; estaba acostado a todo lo largo sobre los brillantes cojines, saciado. Ella no podía decir si le había complacido o no, y eso la asustaba. El teniente de la comandante suprema… El peso de su pecho había presionado sobre su mejilla; su olor masculino había llenado las ventanas de su nariz; su cuerpo poderoso había bombeado dentro de ella con esa fuerte acometida que incluso ahora, después de todo ese tiempo, aún le dolía. Sin embargo, durante todo el tiempo SuSu no pudo apartar el pensamiento de que el teniente no estaba realmente allí. Casi no la miró y no habló en absoluto. Si ella no hubiera complacido al teniente de la comandante suprema…

De pronto, tuvo necesidad de saber. El miedo se enroscó en ella; el blando, húmedo terror que nunca la abandonaba realmente, y con el cual vivía, como otras rameras vivían con la piel enferma o la espalda débil. Con sólo un titubeo ante el extraño círculo anaranjado, SuSu lo presionó y la luz se esparció por la habitación.

El teniente puso un brazo sobre los ojos.

—¿Por qué has encendido la luz?

Sintió alivio; no se le veía enojado. Pero aún tenía el aspecto ausente, como si en realidad no estuviera en la misma habitación con ella… o como si ella no existiera. Volvió el terror, revoloteando alrededor de ella. Forzó una sonrisa radiante.

—Para verte mejor.

—No me mientas —dijo él cortante.

De pronto, el miedo sopló con fuerza una bruma blanca y fría. Si había desagradado al teniente de la comandante suprema

Y entonces la otra cosa comenzó de nuevo, la que había empezado cuando descubrió que su putrefacción de ramera se había ido misteriosamente; la cosa que era casi peor que el miedo: la oscura y áspera voz que venía de la bruma y que no la dejaría en paz.

¿Qué? ¿Qué pasa si le desagradaste?, decía la voz. ¿Qué pasa si realmente desagradaste al teniente de la comandante suprema? Hay cuatro rameras en esta ciudad, y hay puertas. Hay cerraduras en las puertas. ¿Qué pasa si le desagradaste; qué pasa si le rechazas, si les rechazas a todos? Aquí aún puedes comer.

SuSu aplastó las manos sobre los oídos. BASTA, BASTA, chilló silenciosamente a las oscuras voces. Basta. No puedo hacer eso; soy una ramera. BASTA…

Él se puso a su lado y le apartó las manos de los oídos.

—¿Qué ocurre? ¿Te duele?

SuSu alzó la vista hacia él, incapaz de saber por un momento quién era él ni dónde estaba ella. R’Frow, el corredor de las rameras… el teniente de la comandante suprema. Sí.

La oscura voz disminuyó.

—¿Sientes dolor? —preguntó de nuevo el teniente, y SuSu recordó que él era un guerrero-sacerdote, un curador de su casta. Agitó la cabeza.

Él dejó sus manos y dijo simplemente:

—No quise asustarte. Te dije que no me mintieras, por la forma en que sonaba tu voz cuando lo hiciste.

—¿Cómo sonaba? —dijo SuSu, y se hecho a reír de nuevo, y esta vez lo oyó ella misma.

—En esa forma —dijo él. Su voz tenía algo. ¿Disgusto? ¿Desprecio? Ella no había sido muy hábil, y él era lo bastante grande como para lastimarla realmente. Y eso la había puesto tensa… ¿Enojo? No se atrevía a mirarlo para averiguarlo. Si lo miraba a la cara, la voz comenzaría de nuevo.

Cuando él le pagó en silencio y se fue, SuSu estaba tan agradecida que casi se echó a gritar.

Cerró la puerta y apretó sus nalgas contra ella, con el cuerpo inclinado hacia delante y los dedos presionando sobre las sienes. Que la voz no comenzara de nuevo, que no comenzara.

No lo hizo. Gradualmente disminuyó el pánico. Faltaban horas para la tercera guardia; probablemente no habría más hermanos-guerreros esa noche. Podría dormir.

No pudo dormir.

Se inclinó hacia delante tanto como pudo y extendió los pliegues de sus genitales con una mano. Pero por más que miró no encontró llagas. Se habían ido.

Porque estás en R’Frow, dijo súbitamente la voz oscura dentro de su cabeza. R’Frow es diferente de Jela; los monstruos de tres ojos que gobiernan son diferentes de los hermanos-guerreros; no tienes que prostituirte para comer; podrías cerrar…

—¡Basta! —chilló SuSu—. ¡No puedo! ¡No puedo!

Nadie la oyó. Los extraños muros de metal bloqueaban el sonido entre los dormitorios. Y la oscura voz no respondió.

14

Dentro del perímetro, la Biblioteca-Mente gruñó suavemente en las configuraciones de un hecho observado.

—Ninguna participación humana, ni siquiera una pregunta en la Enseñanza del Conocimiento: ciento veintiún humanos. Participación en la Enseñanza de la Prueba del Conocimiento: setenta y dos humanos. Ninguna participación en la Enseñanza de la Fabricación: treinta y nueve humanos. Ninguna participación en la Enseñanza de Armas: quinientos treinta y cuatro humanos. Ninguna pregunta ni expresión en cualquier sentido, sugiriendo la necesidad de la Enseñanza de la Unidad: cero humanos.

La habitación ya olía a confusión y esfuerzo. Los dieciocho geds, reunidos tan juntos como podían, habían considerado el sorprendente informe del monitor que había sido enviado a la otra masa de tierra. Un grupo de humanos vivía allí, al menos la mitad de ellos estaban dañados genéticamente. Muchachos sin brazos, adultos sin vista, una cosa baboseante sin edad ni inteligencia, ninguno había vuelto para su inclusión entre los muertos. Humanos… pero demasiado pocos para haber sobrevivido en este estado de mutación a través de muchas generaciones. Demasiado pocos para incluir un fondo suficiente de genes. Huían patéticamente lejos del monitor, y luego…

… Y luego nada. Durante «días» nada. La última imagen transmitida, congelada en la Biblioteca-Mente hasta hacía poco tiempo, cuando había comenzado a transmitir súbitamente de nuevo. Moviéndose a varios metros sobre el terreno mostraba la mole en ruinas de la nave humana, con muchos de sus componentes ya corrompidos, pero la propulsión estelar vomitaba aún intermitentemente olas de radiación y estasis alrededor de la Isla de los Muertos.

—¿Cuánto tiempo? —había dicho Kagar, lleno de incredulidad—. ¿Cuánto dura cada período de estasis?

Pero no había forma de saberlo. El Monitor había transmitido poco tiempo más y luego se detuvo de nuevo y permaneció así, enviando una imagen simple captada a tiempo.

Un humano antiguo, una cara de cráteres y hondonadas entre cabello gris y barba entrecana. Un uniforme rasgado con símbolos que los geds reconocieron a partir de la memoria de la Biblioteca-Mente. Los símbolos habían sido avistados en los cascos de algunas naves humanas, en ese breve lapso entre el momento en que una nave ged emergía al espacio-tiempo y el momento en que hacía fuego: una luna creciente con estrellas, sobre una doble hélice. El humano relució con la iluminación de la sonda del monitor. Sus manos marchitas, atrapadas en el estasis, quedaron suspendidas enfrente de una pequeña pantalla iluminada con más símbolos congelados.

—¿Cuánto tiempo? —había repetido Grax—. El gigante sin pigmentación debe haber crecido de adolescente a adulto en los intervalos entre estasis… pero ¿a través de cuántas generaciones hasta ahora? No había habido respuestas.

Y ahora la Biblioteca-Mente gruñó de nuevo, con hechos observados de una configuración distinta:

—Doscientos sesenta y siete humanos permanecieron solos en sus dormitorios. Trescientos treinta y cuatro pasaron por lo menos parte del período de oscuridad con otro humano. Doscientos ochenta de estos casos implicaban conductas de apareamiento: doscientos dieciséis un varón con una mujer; dos, varón con varón; sesenta y dos, mujer con mujer.

«No ha habido humanos apareándose en grupos, y por ello no hay ninguna variante de Unidad.»

Los geds se miraron unos a otros. Las feromonas olían a sorpresa y disgusto. Inteligencia de número-racional y sin apareamiento en grupo. No intentaban estar juntos para obtener mayor fuerza, consuelo y solidaridad contra un medio ambiente que los humanos debían hallar nuevo y perturbador. Sólo parejas.

—Palabras clasificadas como violentas en los Niveles Uno, Dos y Tres fueron pronunciadas por cuarenta y una de las parejas en apareamiento. Acciones clasificadas como violentas se dieron en seis parejas. Sigue análisis…

El olor en la habitación cambió a asombro, y luego a horror. La Biblioteca-Mente no había registrado nada como eso en el universo de número-racional, ni en ninguna parte. Violencia en el acto de apareamiento

Uno de los geds estaba enfermo.

Era R’Gref, el adolescente. Entró en un shock biológico; los músculos de la columna vertebral se encorvaron, los tres ojos rodaron en su cabeza, y perdió el control de las feromonas. Vomitaba olores en la habitación. Los otros más cercanos a él sucumbieron instantáneamente sobre su espalda, envolvieron sus brazos y piernas alrededor del cuerpo del ged, y comenzaron a golpearlo en el vientre y las piernas, los brazos y la cabeza. Los otros diecisiete murmuraban en las configuraciones de la Unidad, a pesar de no estar en trance. El shock genético no era algo que se pudiera tomar con ligereza. Persistía desde los oscuros tiempos primitivos, cuando la solidaridad aún estaba tornándose genética y la ventaja de la supervivencia iba a aquellos grupos cuyos miembros no se volvían unos contra otros porque ello acarreaba la condición bajo la cual R’Gref se retorcía ahora. Era un vergonzoso recordatorio, pero uno que todos ellos habían experimentado. Los diecisiete respiraban superficialmente contra el tufo de feromonas incontrolado.

—Que Armonía cante con nosotros.

—Que cante siempre.

—Siempre cantará, fragante R’Gref…

—R’Gref de olores cálidos…

—Armonía…

Todo lo demás quedó olvidado. Bienestar, solidaridad, restauración de la salud.

Alguien habló a la Biblioteca-Mente, y ésta puso en blanco las pantallas del muro. Las imágenes de Ayrys y Kelovar, Dahar y SuSu, Jehane y Talot se desvanecieron para todos salvo para la Biblioteca-Mente, que continuó incesantemente analizando, aprendiendo.