¿Qué pasa cuando ÉL pasa a ser ESE? ¿Cómo podemos invertir el proceso?
¿Cómo se vuelve una a enamorar? ¿Cómo conseguir verle con ojos nuevos cuando los días se acumulan, uno tras otro, uno asombrosamente parecido al anterior?
¿Cómo se puede reinventar el amor? ¿Cómo conseguir que sorprenda lo conocido?
Cuando conocemos a alguien estamos deseando avanzar, deseamos la primera llamada, la primera cita, el primer te quiero, deseamos ese momento en el que vivir juntos se convierte en una posibilidad cercana.
Y, de repente, te das cuenta de que han pasado unos años, y él llega a casa y después de cenar algo optáis de mutuo acuerdo por ver CSI Miami antes que deshacer la cama.
Y al día siguiente, tú te vas a la cama y él se queda viendo Boardwalk Empire, y el miércoles te quedas dormida en el sofá… y el jueves los niños están insoportables.
Y llega el viernes, y «¡qué ganas de pillar la cama…!», y el sábado te acuestas con la sensación de que se te olvida algo que tenías que hacer, pero no recuerdas qué… y el domingo mejor no, que mañana hay que madrugar…
No, no es fácil. Hay fisiones atómicas más sencillas que encontrar un hueco para que tú y él volváis a ser «vosotros».
Ya le has visto en todas las situaciones posibles (algunas podrías habértelas ahorrado, pero ahí están. Vive con ello), ya no necesitarías un detector de mentiras para saber si te está diciendo la verdad, ya le has curado la fiebre, te ha confesado que los viajes se le hacen incompatibles con la visita al baño, pero tú sigues ahí, inasequible al desaliento, soñando con el cuento de hadas que todas queremos… y, de repente, un día ves Love Actually y te das cuenta de que a tu corazón no le importaría latir un poco más deprisa.
Espero que no pienses que voy a darte la solución. Si yo fuese tan lista, si hubiese encontrado la panacea sentimental, me habría ahorrado pagar como lo hice el precio de la rutina y su afán destrozaparejas.
Pero he aprendido algunas cosas que funcionan, algunos detalles que obran milagros…
Y si quieres, te los cuento. Si tienes un ratito… (bueno, supongo que quieres que te los cuente, de lo contrario te habrías comprado un libro de Dan Brown y no me estarías leyendo a mí…). Ahí van:
He aprendido que los reproches y las cosas que se echan en cara nunca traen nada bueno, y mucho menos la solución al conflicto, he aprendido que los pequeños detalles cotidianos, como las notas que dejas en su chaqueta antes de irse a trabajar, la vela que se enciende en la cena porque sí, sin necesidad de una caída de tensión en el barrio, el baño sorpresa que uno prepara, mandarle flores a la oficina con una nota recordándole cuánto le amas, la fiesta con amigos que puedes organizar para que el sábado sea algo más que un día de descanso, un mail recordándole cómo os conocisteis (a no ser que él estuviera casado y os presentara su mujer… en ese caso no hagas mención), cocinar su plato favorito y avisarle con un sms… Detalles.
Detalles que obran milagros.
En esta vida estamos muy poquito tiempo, y estaría muy bien pasarlo en modo ON.
Compra ropa interior nueva (recuerda que las transparencias adquiridas por la tela con el tiempo no son equivalentes a ninguna versión de bragas de La Perla), no me refiero a esas bragas de algodón tan cómodas (sí, yo también las uso. Las mías, no las tuyas, se había entendido, ¿verdad?). El algodón es incompatible con la sensualidad, no le des más vueltas. Me refiero a esas con encaje que se te clavan donde no deben, pero que hacen que te sientas Ava Gardner en todo su esplendor.
Date una buena ducha antes de irte a la cama y perfúmate. Ya sabes, hazlo en todos los sitios que tengan pulso… Y no olvides hacerlo en el empeine; puede que lo tengas de nuevo a tus pies mucho antes de lo que imaginas.
Inventa tus propios detalles. Busca qué le gusta.
La mayoría de las veces estamos esperando a que sea el otro quien dé el primer paso, que sea el otro el que nos sorprenda, pero puedo asegurarte que te ahorrarás mucho tiempo y mucha rutina si empiezas tú. Diviértete, haz lo que te salga del corazón sin poner en la balanza lo que das y lo que recibes, porque como dijo algún sabio, «lo que das es tuyo para siempre. Lo que te quedas dentro se pierde».
Le he pedido a Cristina Alcázar que elabore una receta de reconciliación. Cristina es una de esas mujeres que cuando la tienes como amiga te sientes afortunada. Es una mujer divertida y chispeante, es sexy y madre a la vez, una extraña combinación…
La conocí rodando la película Al final del camino, dirigida por Roberto Santiago. Volví a encontrarme con ella en la serie Física o química y la conexión fue total. Bastaba con mirarnos a los ojos para saber lo que la otra estaba a punto de hacer.
Me he divertido mucho con ella y ha sido, de verdad, un honor verla trabajar.
Os dejo en buenas manos.