CHAMPIÑONES CON NATA

La última cena

Por Raquel Martos

Conocí a Mark en un aeropuerto. Mi vuelo a Berlín llevaba dos horas de retraso y yo estaba atacada. En Alemania me esperaban mis amigas del alma para un fin de semana de «chicas» que llevábamos un año preparando y allí estaba yo, a dos mil kilómetros de mi happy weekend, con las mechas recién dadas y una mala leche que ni Gadafi.

Me fijé en un tío rubio, bastante atractivo, y deduje que era alemán por su cara de alemán, sus gafas de alemán y su libro escrito en alemán. Era curioso, al contrario que el resto de los viajeros frustrados, él estaba sentado, leyendo, tan tranquilo, totalmente ajeno al nerviosismo general.

En cambio yo no paraba de caminar arriba y abajo de la sala, mirando el panel de información cada dos segundos con la estúpida esperanza de que un ángel hubiera cambiado delay por boarding, pero no. El ángel debía de estar en el casino de Torrelodones ayudando a algún ludópata, porque de mí estaba pasando como de la mierda.

La situación se hacía cada vez más insoportable, mis amigas no dejaban de llamarme desde Alemania, tan nerviosas como yo, haciéndome miles de preguntas absurdas, y yo estaba poniéndome enferma por momentos, entregada a mis paseos frenéticos. Y a dos metros de mí, «el alemán tranquilo» feliz en su mundo zen.

Cada vez que pasaba por su lado taconeando como Farruquito, rezongando e insultando entre dientes a familias imaginarias de controladores que no tenía el gusto de conocer, él levantaba los ojos del libro y me miraba con media sonrisa, totalmente relajado y divertido con mi desazón. Parecía no importarle lo más mínimo que el vuelo no saliera nunca.

Y eso fue lo que pasó, el vuelo no salió porque los controladores habían preparado para ese día una huelga sorpresa que puso a España en «estado de alarma» y no sé aún cómo Mark y yo acabamos en la habitación de un hotel de Barajas. Y lo que allí sucedió fue sencillamente… perfecto, ya quisieran Zapatero y Angela Merkel acercarse mínimamente al entendimiento que conseguimos nosotros en nuestro primer intercambio de fluidos hispano-germanos.

Pensé que el modo en el que se habían desarrollado las cosas era una señal. Nunca había tenido un encuentro tan fortuito con un tío y tampoco me había encontrado con alguien que me susurrara al oído mientras acariciaba con un dedo mi pecho desnudo cosas como (LÉASE CON ACENTO ALEMÁN): «Qué sexy estabas tan “histerisca” en el aeropuerto, me encantas». Era tan improbable que dos personas se pudieran encontrar de esa manera, que nada ni nadie podía romper ese amor.

Ese día Mark y yo iniciamos una historia que ha continuado hasta hoy. Llevamos cinco años juntos, felices… bueno, felices… todo lo felices que pueden ser dos personas que deciden vivir bajo el mismo techo. En realidad chocamos bastante, pero porque somos muy diferentes. Yo sé que nos queremos, pero claro, superado el fogonazo del primer encuentro todo es más estable, menos sorprendente y algunas cosas han cambiado: a él le irrita cada vez más que yo me ponga «histerisca» y a mí me desespera que él permanezca impasible ante cualquier situación por catastrófica que sea, como aquel día cuando él leía sobre «La teoría de cuerdas» mientras toda España estaba pendiente de los controladores y la madre que los parió.

La verdad es que últimamente estamos atravesando una etapa un poco difícil. Es como si no nos entendiéramos del todo, y eso que Mark ha mejorado levemente su castellano y yo he conseguido un nivel bastante aceptable de alemán. En fin, nada grave, lo normal, lo que les pasa a todas las parejas, supongo, pero querernos nos queremos… Sí.

Hoy Mark viene de Berlín, ha estado dos semanas con su familia. El viaje fue una decisión de mutuo acuerdo porque él tenía ganas de ver a los suyos y a los dos nos venía bien estar unos días separados. Nunca pensé que sería tan difícil vivir sin él, ha sido muy duro, le he echado tanto de menos que he dormido pegada a su almohada cada noche.

Hoy vuelve y yo quiero que todo salga bien, quiero que recuperemos aquel momento mágico en el que nos conocimos. Volver a sentir lo que sentí en ese hotel de Barajas… Y, bueno, he preparado una cena especial: una receta alemana de champiñones con nata que Mark adora. Vale, es un plato consistente, un poco fuerte para cenar, pero a él le va a encantar y esto es un homenaje a mi amor teutón. Después me tomo un Almax y a correr.

He comprado los champiñones más bonitos del mercado, los he lavado, los he preparado, están perfectos y Mark va a flipar porque no sabe que yo he aprendido a hacerlos. También me he comprado un conjunto de lencería que es un escándalo y he puesto por el salón velas naranjas que compré en una tienda sueca. Voy a colgarme de su cuello y a decirle al oído «Ich liebe Dich». Oigo la llave en la cerradura, ¡es Mark, mi amor!

No sé cómo ha podido pasar. Todo ha empezado como yo esperaba, Mark ha entrado, ha dejado la maleta en el suelo, me ha besado y me ha levantado en vilo, como siempre, abrazándome fuerte, a la alemana, como yo lo llamo. Tan, tan fuerte, que me ha roto el liguero, el liguero que me ha costado cincuenta euros. Y encima, al romperse el liguero, se me ha caído la media, porque la silicona del encaje no era tan resistente como me dijo la dependienta de la tienda, y supongo que me he sentido tan ridícula y tan poco atractiva que he reaccionado fatal.

—¿Qué coño haces? ¡Me has roto el liguero!

Y Mark sonriente, como siempre.

—No pasa nada, Babe… yo compro otro «por ti».

—No me llames Babe, no soy un cerdo que habla, odio que me llames Babe, te lo he dicho mil veces, ¿lo haces aposta?

—¡Cariño!

—Ni cariño ni narices. Lo de llamarme Babe lo haces adrede.

—No hago «aderde». ¿Por qué dices «aderde»?

—¡Adrede, se dice «adrede»! Y lo de abrazarme tan fuerte también lo has hecho adrede, y me has roto el liguero, y me siento gilipollas con una media en el suelo…

—Oye, ¿«puede» saber qué te pasa?

—Me pasa… ¡Me pasa todo! Que no soporto la forma que tienes de reaccionar ante las cosas, y ¡no sonrías!, no tiene ni puta gracia.

—Oye, por favor, ¡«frenas»!

—¡Se dice «frena»! y no freno, porque me he pasado la mañana entera buscando este conjunto de lencería que acabas de joder por no ser un poco más delicado. Y llevo toda la tarde preparando los putos champiñones para hacerlos como los hacen en tu país, porque quería agradarte y que esta fuera una noche especial. ¡Y entonces, cuando se estropea todo en el minuto uno, tú no entiendes cómo me siento! Y ya no quiero cenar, ni quiero champiñones, ni cerveza, ni mierdas, solo quiero llorar.

—Me perdonas pero estás «histerisca».

—Se dice «his-té-ri-ca», ¡que llevas cinco años en España, deberías saberlo ya! Y no, no estoy histérica, estoy triste, cansada, decepcionada… ¡amargada! ¿Sabes por qué? Porque ya nada es como antes, porque somos una pareja aburrida, ya no me pasas el dedo por el pecho desnudo porque ya no dormimos desnudos y lloro muchas noches pero tú no te enteras porque estás leyendo tu puto libro alemán, tan relajado como el día del aeropuerto, porque te daría igual que se te cayera encima el muro de Berlín, tú seguirías leyendo. ¡¿Qué pasa? ¿En Alemania no tenéis sangre?!

Y… la tormenta ha estallado. Ha sido la primera vez que he visto a Mark así, enfadado de verdad. Enérgico. Reprochándome todas las cosas que nunca me había reprochado. Por un momento, al verlo tan indignado, me ha parecido más atractivo, más pasional, era un Mark nuevo, desconocido, parecía incluso un poco latino.

No sé por qué, a pesar de la dureza de Mark en su descripción de mis errores, no he llorado, creo que es la primera vez en mi vida que me ha pasado algo así, estaba bloqueada, como si en realidad no estuviera ahí, en mi salón, con mi pareja rompiéndose y mis champiñones y mis velas naranjas de tienda sueca. Entonces Mark, muy irritado aún, ha resoplado como un miura pero un segundo después ha vuelto a ser el de siempre, «el alemán tranquilo», y entonces ha sido mucho peor.

Con su acento alemán, totalmente sereno, Mark me ha dicho que ya no me ama y se ha quedado tan ancho. Que me quiere, sí, pero que no queda nada de aquello tan fuerte que hubo y que es mejor que lo dejemos, al menos por un tiempo, porque así no podemos continuar. Y yo le he dicho que si creía que las cosas iban mal podía haberlo dicho antes en vez de dejar que todo llegara a este punto, y vale, que lo dejaremos por un tiempo o mejor, para siempre, y que el chucrut siempre me ha parecido una mierda y que yo no tenía más que decir y entonces Mark ha vuelto a coger su maleta sin deshacer y… se ha ido.

Yo, de verdad, con semejante disgusto no pensaba cenar, pero es que los champiñones me han salido de concurso y están deliciosos, y, mientras lloro, mastico. Es un sentimiento agridulce la mezcla de mi tristeza con un plato tan delicioso, mis lágrimas le dan un toque salado a la nata que no le va mal. Lo saboreo muy despacio, consciente de que este champiñón es lo único alemán que van a tocar mis labios esta noche, porque me he perdido el último beso de Mark. Sí, él me ha acercado la boca y yo he girado la cabeza, lo he hecho por orgullo, por vestir de soberbia el profundo dolor que sentía.

Y aquí estoy, llorando y saboreando un plato alemán. Recordando al rubio tranquilo sentado en el aeropuerto con sus gafas alemanas y su libro alemán, mi amor alemán que ya no va a vivir nunca más conmigo.

CHAMPIÑONES CON NATA

(receta alemana)

Ingredientes

—½ kg de champiñones (preferiblemente laminados)

—seis dientes de ajo

—½ cebolla grande

—aceite de oliva

—una tarrina de nata líquida

—una pizca de nuez moscada

—una pastilla de caldo de carne

—sal

—biscotes de pan tostado

Se pican el ajo y la cebolla y se sofríen a fuego lento hasta que se doren.

Se añade el champiñón y se espolvorea la nuez moscada.

Se añade la pastilla de carne disuelta en agua, se sube un poco el fuego y dejamos cocer así durante siete minutos, aproximadamente.

Una vez cocido, se añade la tarrina de nata y se mezcla bien con el champiñón hasta que la nata coge un tono dorado.

En un plato o una bandeja se colocan los biscotes de pan y el champiñón se sirve por encima de todos ellos. El pan quedará empapado por la salsa.

¡A servir y a disfrutar!

Nota de la autora.

Esta receta es deliciosa pero puede producir gases.

Nada es perfecto, el amor tampoco.