COMIDA CON LOS PADRES

Por

Malú

Una de las cosas más tensas que se pueden vivir cuando tienes pareja (después de que olvides su apellido y tener que preguntárselo en la cuarta cita…) es la primera comida con sus papás… y más si su hijo te gusta de verdad (de verdad de la buena), y quieres quedar tan bien que olviden aquella novia que tenía en el instituto y que le convenía tanto… (seguro que en aquel momento la odiaron, pero ahora dicen que la adoran simplemente por fastidiar).

Tuve una experiencia en la que los padres del que por aquel entonces era mi novio estaban separados. Separados, también, en la opinión que cada uno de ellos tenía de mí. Su padre estuvo encantado desde el minuto cero, mientras que su madre me veía como una voraz depredadora capaz de hacerse un abrigo con la piel de su indefenso hijo. Vamos, lo normal.

Cuando llegó el inevitable momento de compartir mesa, mantel, sonrisas falsas y comestibles con la adorable madre coraje, me entraron sudores fríos. ¿Qué podía hacer yo para tratar de ablandar el duro corazón de aquella mujer? ¿Cómo podía traducir en comida que yo quería tanto a su retoño como ella? Decidí decírselo en un idioma que las madres entienden a la perfección: la comida sana, sencilla y nutritiva, sin artificios. Ligera, para diluir un poco el tenso ambiente que se avecinaba.

Descarté el vino. No quería que la situación se me descontrolase… Y me conozco con unas copitas de más.

Un buen jamón de bellota, acompañado del queso más caro que encontré, que no sé si era el mejor, pero cumplió con creces su cometido: romper el hielo. Seguí con una sencilla, eficaz y riquísima ensalada de láminas de tomate de ese que sabe a tomate de verdad con mozzarella, sal Maldon, orégano fresco y aceto balsámico de Módena caramelizado. Tan sencilla como efectiva.

De segundo preparé una dorada salvaje a la sal, acompañada de unas patatas a lo pobre que me salen de chuparse los dedos, que le gritaban a mi suegra que la alimentación de su hijo estaba a buen recaudo conmigo.

No sé si acabé cambiando la opinión que tenía sobre mí, casi seguro que no, pero quedó encantada con la cena.

A mí, el Orfidal me vino de perlas para mantener a raya a la ordinaria que me posee cuando el ambiente se tensa. Todos contentos.