A lo largo de los años que llevo viva he ido aprendiendo a quererlas cada día más, hasta llegar al punto donde me encuentro ahora, en el que dudo mucho que pudiera ser feliz sin mis amigas.

Ellas se convierten en la familia que eliges, en las hermanas en las que confiar, son las que te piden todo lujo de detalles de cualquier cosa que te pasa, las que te riñen cuando te estás volviendo loca del todo y andas enamorándote de un señor quince años mayor que tú, casado con una estilista sueca que está como un pan recién hecho, con tres hijos adolescentes y a punto de ser destinado a Roma porque su empresa abre sede allí, peeeero que te ha prometido separarse de su mujer en cuanto sea el momento. O sea, nunca.

Las amigas son las que te dicen que ese vestido de Zara te hace parecer por detrás una cantimplora porque la lycra no es lo tuyo, pero te lo dicen con la suavidad que mereces.

Son las primeras que llegan a tu casa cuando declaras un 112 por el motivo que sea (normalmente, por un hombre, ya que los problemas de mujeres, casi siempre, son problemas con los hombres), y te escuchan con atención, y examinan contigo todos los detalles una y otra vez, y cuando juntas habéis llegado a la conclusión de que es un cabrón al que habría que colgar de un palo en la plaza Mayor, y de que «quién necesita un tío así», y de que «tú te mereces algo mejor» y de «qué ascazo de tío» y que «ya le vale» y que «maldito el día que lo conociste»… Justo cuando llega un mensaje de él en el que te invita a cenar para reconciliaros, recogen sus bolsos, resetean todo lo dicho anteriormente y te dejan vía libre para que te pongas guapa y vayas a esa cita. Y si antes de irse les preguntas: «¿Verdad que es ideal?», te responderán que sí, que es monísimo y que seguramente tenía un día tonto. Pero cuando vuelva a suceder, volverán a estar ahí, dispuestas a criticarle como merece un hombre que nos hace daño.

Y si no lo merece, también. Para algo están las amigas.

Creo recordar que todas las grandes crisis que he tenido en mi vida me las he curado en el sofá de Olivia, Alexandra, Berta, Maribel, Cristina o Mayte, que no ha habido mejor sala de terapia, ni siquiera en los peores momentos. Han sabido guardar silencio y hablar, han sabido escuchar y dejar que me escuchara yo, han sabido reírse conmigo de lo que estaba ocurriendo y quitarle hierro a lo que me tenía preocupada. Me han reñido cuando no tenía razón, me han defendido y me han mimado. Me han hecho pensar y me han seguido queriendo cuando me he vuelto a equivocar.

Han escuchado con auténtica estoicidad los detalles de lo ocurrido una y otra vez hasta sabérselos de memoria… Y espero haber hecho lo mismo yo por ellas.

En cualquier caso, lo que ahora nos ocupa es contarles todos los detalles de la cena con ÉL, lo que llevaba puesto ÉL, lo que llevabas puesto tú, a qué olía, si fue puntual, qué vino trajo, dónde se sentó y cómo (ya puestos a detallar), color y estado de los calcetines, si se depila, de qué hablasteis, a qué se dedica, si averiguaste quién es su ex y por qué lo dejaron…

Y para celebrar semejante akelarre no se me ocurre nada mejor que una merienda de chicas en tu casa.

Ahora somos modernos, y lo que antes era quedar para tomar un café y cotillear, ahora es una merienda de amigas, de la misma forma que lo que antes molaba ahora es cool, los solteros son singles, como los discos, las melenazas son extensiones, lo que antes era parálisis facial ahora es exceso de bótox, las sesiones de fotos son shootings, los gin-tónic se toman con pepino, pimienta o haba tonka, el aperitivo de los domingos es un brunch, los cuarenta años de antes son los nuevos treinta, ir de compras es shopping, los antiguos ultramarinos se han convertido en espacios eclécticos, ya no grabamos cintas de música, ahora hacemos tracklist, checkmail y todo lo que no es 2.0 nos parece obsoleto. Antes te daba asco el pescado, pero desde que se llama sushi lo adoras hasta la extinción. Y si ya eres capaz de distinguir el sushi del sashimi y del teriyaki te conviertes en la semidiosa de lo fashion.

Esas zapatillas rotas de los ochenta ahora son vintage, la coleta de toda la vida ahora se llama ponytail, si antes te ponías un vestido de leopardo ahora llevas un animal print, los accesorios son gadgets y lo moderno es trendy. Agotador.

Pero como este es el tiempo que nos ha tocado vivir, y en el fondo está muy bien porque tanto ejercicio mental seguro ha de librarnos de un montón de enfermedades, asumámoslo: me-ri-en-da-con-a-mi-gas. Al menos es fácil de pronunciar.

Alexandra Jiménez es una actriz de los pies a la cabeza, algunos la recordarán por Los Serrano, otros por La pecera de Eva o por Spanish Movie entre muchos de sus trabajos, pero para mí es mi hermana, una de mis amigas del alma, una romántica con toques prácticos que me hace poner los pies en el suelo cuando no los tengo, hemos pasado juntas por muchas risas y alguna lágrima. Es fiel y sensata, es sincera y suave, estilosa, divertida como pocas, tiene una sonrisa que me contagia de inmediato y siempre está cuando la necesitas. Además de ser la mejor de las acompañantes cuando quieres ir de compras. Perdón, de shopping

Le he pedido que nos contase la receta para esta ocasión, la perfecta merienda de chicas, cierto es que tanto esta receta como este libro te parecerán ideales si tienes una dosis de cursilería asumida, si tu rollo es el punk vamos mal encaminadas, pero si sabes cuántas temporadas tiene Sexo en Nueva York, si adoras a Chuck Bass en Gossip Girl y te da pena que no haya una tercera entrega de El diario de Bridget Jones, esta es tu receta, ¡síguela al pie de la letra y disfruta!