56. La duda

Eran casi las once de la mañana y Lourdes no había llegado. Era la primera vez que se retrasaba y empecé incluso a preocuparme. Me di cuenta de que si algo le sucedía no podría enterarme. Desconocía su dirección, su teléfono, no teníamos amigos comunes y ella revelaba pocos detalles que pudieran ayudarme a encontrarla en caso de que necesitara hacerlo. No sé por qué me atrapó la inquietud, no tenía razones. Imagino que con todo lo que estaba pasando en casa había llegado a estar alerta ante cualquier posible cambio de rumbo. Cada golpe de viento modificaba mi dirección y mi horizonte. Vivía rendida ante la evidencia de la vulnerabilidad de los destinos, que se cruzan para luego enderezarse. Ya no sabía en cuál de las posiciones me encontraba. Pero al menos me mantenía en pie.

Lourdes llegó hora y media tarde y no quiso darme demasiadas explicaciones sobre su tardanza. Estaba extraña, una tensión evidente presionaba sus mandíbulas y erguía su espalda en exceso. No me miró a los ojos mientras le probaba las prendas que le había arreglado. No comentó nada entre los cambios de ropa, como solía hacerlo. Solía disfrutar de los arreglos frente al espejo y hablaba de detalles casi imperceptibles en los que reparaba de un solo vistazo. Tenía delante a una desconocida. No sabía qué le pasaba, quizá tuviera que ver con el lugar del que venía, quizás un incidente, una disputa, algo había cambiado en Lourdes desde unos días atrás.

Cuando se vistió de nuevo con la ropa con la que había llegado, me pidió algo de beber y me acerqué a la cocina a preparar un café para las dos. Me pareció escuchar un ruido pero no le di importancia. Al volver al salón con la bandeja y los dos cafés con leche, Lourdes no estaba. En su lugar sólo encontré a Gloria, que no supo explicarme qué había sucedido.

—¿Dónde ha ido la señora Lourdes?

—No lo sé. Sólo se fue.

Y mi inquietud cobró sentido. Me había dejado dinero sobre la mesa, se había llevado la bolsa con su ropa, pero no dijo por qué se marchaba. Por qué desapareció sin dar ninguna explicación. Estuve tentada de buscarla, de preguntar por el barrio, incluso de esperarla sin moverme de casa por si decidía volver. Pero ya había pasado por esto. Yo ya había sentido que un matiz oscuro llenaba el aire las horas antes de un abandono. Por la razón que fuera, Lourdes no iba a regresar. Jamás volví a verla. La duda sobre su huida me rondó durante años.