Terminamos de cenar y Julio se despidió de su prima con un beso en la mejilla. Al día siguiente acudía a un nuevo trabajo y debía levantarse al amanecer. Nos quedamos las tres en silencio, sin saber muy bien si debíamos hablar de lo que estaba ocurriendo. Nuestra convivencia nunca se había visto amenazada, nuestro cariño había soportado todo tipo de cambios y juntas habíamos superado las adversidades, priorizando siempre nuestra amistad. Y aunque mi rechazo ante la llegada de julio se había basado en el temor físico de dormir en el mismo espacio que un expresidiario, la situación que vivíamos parecía apoyar mis reticencias iniciales. En nuestras vidas, los hombres siempre habían sido sinónimo de problemas y profundas decepciones. Yo no quería reafirmarme en este argumento, pero las circunstancias ponían de manifiesto que todo se complica con la llegada de un varón.
—¿Qué pasa? —preguntó Carmen sin rodeos.
—Nada —contestó Juana mientras se levantaba a fregar los platos para evitar la conversación.
Carmen le cogió el brazo intentando detenerla.
—Estás celosa, Juana, puedes decírmelo.
—No lo estoy.
Carmen me miró buscando apoyo, pero yo no podía decir nada. Conocía las razones de Juana y no iba a delatarla. Juana derramó una lágrima y se sentó junto a Carmen, que insistió de nuevo:
—Yo quiero a tu primo, no había sentido esto nunca.
Juana rompió a llorar. No la había visto llorar así en la vida. No podía parar. Sollozaba emitiendo sonidos escalofriantes, con un sufrimiento imparable que parecía ir encogiendo su cuerpo hasta dejarlo exprimido sobre la silla. La abracé. Carmen saltó.
—¡Eso que sientes es insano! —gritó Carmen perdiendo los nervios.
La miré dudando de si sabía lo que decía. Dudando de a quién se estaba refiriendo. Juana también dudó. La miró fijamente a la espera de una explicación. Se retaron con la mirada.
—No puedes estar enamorada de tu primo, es tu primo.
Y entonces descubrimos que Carmen no había entendido nada. Que estaba asistiendo a una declaración, y que, por falta de intuición o por puro miedo, no era capaz de verlo.
Carmen se marchó de la cocina. Juana se abrazó a mí para seguir llorando. No quise decirle que sabía por lo que estaba pasando, que conocía su pasión por Carmen, que es doloroso amar en silencio y vivir aterrado ante la posibilidad de que el otro lo descubra, de que el otro te rechace, y como en este caso, de que el otro ignore tus sentimientos y se entregue a un hombre que tú misma pusiste en su vida.
A partir de ese día, Juana perdía el pulso un poquito cada día, vivía rendida ante la evidencia de la pasión que crecía entre su enamorada y su primo. Le resultaba insufrible y evitaba su presencia. Carmen se debatía entre la tristeza por la pérdida de su gran amiga, y la felicidad del encuentro con Julio. Yo me mantuve neutral todo el tiempo que pude.
Me negaba a pensar que la amistad entre Juana y Carmen fuera irrecuperable. Pero ¿cómo transformar ese sentimiento en amistad de nuevo? ¿Cómo vivir asumiendo que el otro no siente lo mismo por ti? Uno no debería necesitar ser correspondido, y de ser así, no puede ser amor, debe ser otra cosa, algo relacionado con la supervivencia, la utilidad, el ego. ¿Podemos llegar a sentir un amor altruista? Amar sin necesitar ser amado, a eso debe de parecerse la libertad.