La dueña de la pastelería era una mujer muy gorda, mucho, muchísimo, de unos sesenta años. Se movía lentamente por el local, mientras la chica joven que me había atendido la otra vez despachaba a unos chavales que se dirigían al instituto. Esperé a que se marcharan y la chica me reconoció. Le dijo a la dueña que quería hablar con ella y me miró de arriba abajo, con cara de pocos amigos, quizá ninguno.
—Hola, buenas. Mire, estoy escribiendo un reportaje (así, mintiendo desde el principio) sobre el barrio en la época de los años cuarenta y cincuenta y quería saber algunas cosas sobre los establecimientos que llevan abiertos desde entonces.
—¿Por qué?
—Bueno, soy nueva en el barrio y he pensado que podría hablar de la historia.
—Sí.
—Sí.
—Ya.
—Pues eso. —Tensión.
—Es que no sé qué quieres que te diga.
—¿Conoció usted a los dueños iniciales?
—No. —Había que sacarle las palabras con cuchara.
—¿Y sus padres?
—¿Qué?
—¿Conocieron sus padres a los dueños iniciales?
—Hombre, claro, les traspasaron el negocio y además ella era amiga de la familia.
—¿Y cree que su madre podría contarme algo más?
—Mi madre ya no está para recordar mucho, yo sé que el apellido de los que montaron esto es Santos. Y vendieron el negocio porque se fueron a Castellón de vuelta, que es de donde era la familia de él.
La pista de la pastelería me llevó hasta Cristóbal y Lola, los últimos dueños, que traspasaron el negocio porque vivían fuera. Por lo visto se marcharon de Madrid al año de casarse y durante un tiempo delegaron en otros familiares la regencia de la pastelería.
—¿Cree que podría localizarlos de alguna manera?
—Cristóbal murió hace tiempo, y Lola hace unos… Dos años y medio o así. Mi madre fue al entierro.
No tenía nada que me ayudara a adentrarme en la historia que me ocupaba y me dispuse a marcharme de allí tal como había venido. De repente, esta mujer sintió la clásica curiosidad de vecina del barrio.
—Dices que eres nueva en el barrio, ¿no?
—Sí. ¿Por qué?
—¿Dónde estás viviendo?
—En el doce de Jesús del Valle.
—No sabía que alquilaran nada ahí.
—Sí, el tercero derecha.
Me miró extrañada.
—Ah, ¿por eso preguntas por los antiguos dueños?
—No… ¿Qué tiene que ver?
—La hermana de Lola vivió muchos años en esa casa.
—¿Se refiere a Elvira? ¿Lola era la hermana de Elvira?
—Sí. Pero fíjate que el nuevo dueño de tu piso no quería alquilarlo. Lleva cerrado un montón de años. ¿Cómo has conseguido que te lo alquilen?
—No sabía que no estuviera en alquiler… Me lo dijo una vecina.
No preguntó más y yo volví a casa sin entender nada. Ahora sabía que la hermana de Elvira se había casado con uno de los dueños de la pastelería. Puede que aquello me llevara a algún sitio, pero lo que me dejó bastante desconcertada es que mi casa no estuviera en alquiler; de hecho, no aparecía en ningún cartel ni estaba anunciada en las webs inmobiliarias. Entonces, ¿cómo accedieron a alquilármela a mí? Cuando llamé al casero se sorprendió, me preguntó que cómo sabía de esa casa y al contestarle que a través de una vecina, no dijo nada más. Accedió a alquilármela sin entrar en detalles. ¿Por qué decidió Gertrudis hablarme de un piso que no estaba en alquiler?