30. La búsqueda

Llegamos a un barrio desangelado, rodeado de descampados y edificios nuevos. Un barrio muerto y, para colmo, ese día soplaba un viento fuerte y frío. Ramón detuvo el coche y señaló el ultramarinos.

—¿Y ahora qué?

—No lo sé.

Miré por la ventana y vi una mujer salir de la tienda. Miré a Ramón para confirmar que no era ella. Negó con la cabeza.

—¿Cómo es ella?

Le costaba hablarme de aquella mujer.

—No sé… Morena… Muy normal.

—¿Gorda, flaca, alta, baja, guapa, fea, joven, vieja?

Pareció abrumarse con mis preguntas.

—Ya le digo que muy normal, yo diría que ni gorda ni flaca, grande, joven… Normal… ¿Quiere que entremos a ver si está allí?

—No.

—¿Quiere que entre yo?

—¿Lo haría?

—Si he venido hasta donde Cristo perdió el gorro, ¿cómo no voy a ir a la esquina?

Le agradecí el favor con una sonrisa y esperé en el coche aterida de frío. Me temblaban las manos y ya no sabía si atribuirlo a los nervios o al temporal. Los escasos minutos que Ramón estuvo en la tienda se me hicieron eternos. No pasaba el tiempo dentro de aquel coche. El cielo iba cayendo sobre mí y el silencio del barrio acentuaba el bramido del aire intentando traspasar las ventanillas. Vi a Ramón volver al coche y miré nerviosa.

—No está, ni él ni su mujer… Perdón.

—No, tranquilo. Me voy haciendo a la idea.

No era verdad. Podía acostumbrarme a que Luis fuera un espíritu libre incapaz de asumir un compromiso familiar, que le asfixiara el entorno de cariño y responsabilidades, pero que hubiera repetido la historia con otra mujer no podía soportarlo.

Ramón me observó comprensivo.

—¿Qué quiere hacer?

—Esperar.

—¿Cuánto tiempo? Yo tengo que volver al trabajo.

—No importa. Me quedaré yo.

—¿Con este frío?

—Sí.

—¿Y cómo piensa volver? La parada de autobús más próxima está a unos quince minutos caminando.

—Ramón —y por primera vez le hablé como a un amigo—, no sabe cuánto he deseado estar cerca de Luis para descubrir por qué se fue, por qué nos abandonó. Caminar quince minutos es una minucia al lado de lo que he sufrido estos años.

Bajé del coche, me abracé a mí misma para vencer el frío y caminé hacia la acera de enfrente del ultramarinos para vigilar los movimientos de cualquiera que se acercara. Ramón esperó antes de arrancar, como si no estuviera convencido de dejarme allí.

Encontré una tienda de ropa infantil y entré fingiendo estar buscando algo. La dependienta se ofreció a orientarme pero le dije que prefería mirar un rato antes de preguntarle nada. Me situé junto a la puerta para no perder de vista el ultramarinos. Pasé allí un rato, no sabría decir cuánto, hasta que la mujer volvió a acercarse y entendí que mi tregua había terminado.

Caminé en círculos por el barrio, aterrorizada en cuanto veía a cualquier vecino cruzarse por allí. Cualquiera de ellos podría ser Luis, cualquiera de aquellas mujeres podría ser su nueva pareja. Había olvidado las palabras que tenía pensado decirle, lo había olvidado todo, mi situación allí empezaba a resultar obsesiva, no tenía un plan, sólo quería verle, nada más. Comprobar que era real, que Luis seguía existiendo. Pregunté la hora a un vecino. Eran las diez y veinte. Recordé que Juana hacía la compra más o menos a esta hora, cuando ya había llevado a las niñas al colegio y había recogido la cocina tras los desayunos. Y pensé que quizá la mujer de Luis se aproximara ahora a las tiendas del barrio. Me acerqué a la pescadería, visité una mercería y volví de nuevo al ultramarinos. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Qué posibilidades había de que reconociera a aquella mujer? ¿Qué posibilidades tenía de encontrar a Luis? La ansiedad comenzaba a ascender por el estómago hasta llegar a la garganta. Me senté en el único banco que encontré. Un banco pintado recientemente que parecía inaugurar lo que en un futuro podría ser un parque. Hacía muchísimo frío y no aguanté sentada más que unos minutos. Decidí caminar hacia la parada del autobús y vi a dos mujeres pararse a hablar con bolsas de la compra en una esquina próxima. Dos mujeres normales, pensé, como si eso pudiera darme alguna clave. Una de ellas podría coincidir con la descripción que me había dado Ramón, pero ¿cuántas mujeres atendían a esa descripción? Y en caso de que fuera ella, ¿qué podría hacer?