Un hombre grande se acercó con precaución mientras tomaba un café donde siempre. Me dijo reconocerme y lamentó que mi marido fuera tan miserable. Me violentaron sus palabras. Ya había escuchado muchos insultos hacia Luis, pero yo no había sido capaz de insultarle todavía. El hombre grande y gordo se llamaba Ramón, conocía a mi marido de algunas noches por el barrio. No quiso entrar en detalles pero vino a decirme que era un sinvergüenza y que todos lo sabían menos yo. Le acabé preguntando por qué me contaba aquello y entonces lo dijo.
—Le he visto.
—¿Dónde? ¿Cuándo?
—No sé si hago bien en contarle esto.
—Demasiado tarde, ¿cuándo le vio?
—Le vi hace poco más de una semana en las afueras de la ciudad.
—¿Y se encontraba bien?
Se apartó un momento para mirarme. Se sorprendió por mi pregunta y la verdad es que yo misma estaba sorprendida.
—¿Es eso lo que le preocupa? ¿No va a preguntarme con quién estaba?
Ni se me había pasado por la cabeza que pudiera haberle visto con alguien y de repente la boca se quedó como una lija y busqué la saliva en mi garganta para poder continuar la conversación.
—Dígamelo todo, en el orden que sea, pero cuéntemelo.
Acercó un taburete y me ofreció un cigarrillo. Acepté. Se fijó en el bastón, lo señaló.
—¿Cómo lo lleva?
—Estoy acostumbrada.
—Luis no está solo. Le vi con una mujer y un niño, imaginé que sería una nueva familia, pero no hablé con él, así que sería pura especulación.
—¿Dónde le vio?
—Cerca de unos edificios nuevos junto a la Casa de Campo.
—¿Sabría indicarme exactamente dónde?
—¿Se refiere a volver allí?
—Sí.
—¿Y qué vamos a hacer, buscarlo por las calles?
—Le vería caminar hacia algún sitio, volver de algún sitio, ¿no?
—Le vi saliendo de un ultramarinos y atravesando un descampado de nuevas construcciones.
—Lléveme allí.
—Entiendo su necesidad de encontrarlo, pero ¿está segura de que podrá aguantar un enfrentamiento con el hombre que la ha dejado sola con dos niñas?
—He aguantado sola durante dos años sin necesidad de ningún hombre, ¿no me cree capaz de enfrentarme a mi marido?
Mi respuesta pareció convencerle.
Quedamos para el viernes siguiente en la cafetería. Él me llevaría en coche hasta allí. Carmen y Juana no se podían creer la historia y Juana dudaba de las intenciones de Ramón y temía que pudiera ocurrirme algo con un extraño en un coche lejos de casa. Yo también lo había pensado pero no iba a detenerme en el miedo esta vez. Aun así, estaba aterrada, ensayé mi discurso durante noches, ¿qué le diría al encontrarme con él cara a cara? ¿Qué diría él cuando me viera a mí? ¿Quién sería aquella mujer? ¿Sabría algo de mí? La noche antes de mi cita con Ramón, no dormí.
Era tarde y yo era la única que permanecía despierta. Sólo sonaba el tictac del reloj del salón. Me coloqué frente al tocador. Y a cada tictac, fijaba mis ojos en una parte de mi cuerpo, casi como si estuviera programada, como si la música del tiempo marcara mis movimientos. Me desvestí despacio sin perderme de vista. Dejé caer la combinación hasta los tobillos. Tic, tac. Miré mi cuello fino de venas violáceas y planas. Tic, tac. Fijé mis ojos en las cavidades de las clavículas, breves cuevas que se fundían con mis hombros descubiertos. Tic, tac. Observé los huesos que sobresalían simétricos y puntiagudos. Tic, tac. Llegué a un escote bonito, suave, que parecía desentenderse de mis delgados y desordenados pechos, tan pálidos e irregulares. Tic, tac. Llegué a mi diminuto vientre, siempre contraído, con miedo quizás a lo que le esperara fuera de su singular refugio. Tic, tac. El ombligo presidía mi vapuleado cuerpo. Expuesto sin temor, como una espiral que congrega los ritmos de todo mi ser, conocedor de su misteriosa perfección. Tic, tac.
El espejo del dormitorio era pequeño, y esto evitó que mi maldita pierna izquierda formara parte del reconocimiento. Algún día tendría que enfrentarla a mis ojos, quizás ese día en el que me sintiera capaz de aceptarla como parte de mí, y no como si fuera un castigo con el que debía cargar toda la vida.