23. Folio en blanco

Bien. No podía alegar el miedo al folio en blanco ni el bloqueo del escritor porque para eso tienes que haber trabajado bastante antes. No puedes tener el bloqueo del escritor si no escribes, porque entonces todos lo padeceríamos. Había escrito poco, algunas notas sobre lo que me estaba ocurriendo, pero nada que todavía valiera la pena. Y me avergoncé de no estar a la altura de mis vivencias. El artista tiene la responsabilidad de mostrarle al mundo lo que ve. Ya, yo no soy artista, pero estaba viendo cosas que otros no veían. Me encontraba en un espacio poblado de enigmas que no compartía con nadie. Es decir, yo, y sólo yo, tenía la misión de tallar las transparencias del aire que respiraba entre aquellas paredes. Sólo yo podía hacerlo y eso me conmovía y me aterrorizaba.

Es extraño lo de enfrentarte a un trabajo creativo. Imagino que hay quien no necesita enfrentarse, pero yo por aquel entonces todavía lo vivía como un combate encarnizado. ¿Sufren los artistas al crear sus obras? ¿Puede salir arte del sufrimiento? ¿Disfruta el artista de su obra o el resultado está destinado simplemente al disfrute del que lo contempla?

Necesitaba encontrar la manera de darles vida a los personajes que habían habitado aquella casa, de escuchar sus voces y verlos caminar. Necesitaba su movimiento para que, de alguna forma, fueran introduciéndose en mis folios y colándose entre mis dedos. Pero ¿qué debía contar?

Tenía dos grandes dudas: por qué estaba experimentando aquellas percepciones y evidenciando los rastros en ese nuevo espacio que se había convertido en mi hogar y por qué no me había ocurrido antes. Tenía otra gran duda, o sea, en total eran tres dudas: ¿por qué tratamos como acontecimiento algo que si lo piensas bien no es tan excepcional? Quiero decir, que nosotros no veamos ciertas cosas no quiere decir que no existan, pero entonces ¿por qué hablamos de magia o de milagro cuando aparecen experiencias que no han sido tamizadas por la razón? ¿Por qué nuestra razón se niega a entender que no estamos solos en el mundo, que no contamos solamente con un plano de realidad, que nuestros cuerpos emanan colores que algunos sí pueden ver aunque nosotros no seamos capaces de apreciarlos? ¿Por qué la magia vive al margen de nuestro día a día? ¿Por qué no incorporarla a nuestros despertares, nuestros desayunos o nuestros viajes en autobús? Porque no tenemos la confianza suficiente como para creer en lo que no vemos. Pero tampoco vemos nuestros órganos y están ahí. Si la ciencia no hubiera sido capaz de mostrarnos el océano de nuestro cuerpo, ¿creeríamos que existen todas esas células nadando en la sangre? Ya imagino a mi madre ante este descubrimiento: «¿Qué célula ni qué célulo? Piel, las personas sólo tenemos piel». Y recordé lo que había leído alguna vez, que en todo momento existen en nuestro organismo momentos cero, momentos de transición. A cada momento, nuestras células generan una combustión y una emisión de la energía resultante de esa combustión, y luego se produce un momento neutro. Pensé que es en ese momento neutro en el que se nos brinda la oportunidad de inventar el siguiente instante, de limpiar las manchas de la memoria que nos ataca, de comenzar siendo otros. Es un momento clave para emprender un camino mucho más puro, no contaminado por nuestro cerebro y nuestro ruido. Y ese momento se da constantemente, como cuando expulsamos el aire y nos quedamos vacíos, ese paréntesis nos ofrece la oportunidad de llenar nuestros pulmones con un oxígeno único.

Cada folio en blanco es el escenario de todas las posibilidades. Cada amanecer es el escenario de todas las posibilidades. Cada segundo tiende una pasarela hacia lo desconocido, hacia las profundidades de nuestros propios misterios.