La tranquilidad y la pasión por mi nueva vida se vieron interrumpidas por una realidad conocida como… ¡INEM! La vida real es de muy mal gusto. Me llamaron para hacer cursos absurdos y también para presentarme a entrevistas de trabajo. Otras veces quizá me lo habría tomado más en serio, pero al tener un interés tan claro por otras cosas, al haber colocado en segundo, tercero o último lugar la importancia del mundo laboral, me sentí en una especie de show de Truman que me hacía bastante gracia. Claramente los cursos no me servían para nada y las entrevistas tampoco. Pero era una forma social para mantenerme entretenida, como si me estuvieran diciendo: «Haz como que haces algo y así el sistema puede seguir donde estaba». Eso era para mí el trabajo hasta el momento, supervivencia por un lado, sí, pero por otro una simple farsa social, un invento para tenerlo todo controlado, que te sientas útil, que pienses que de verdad la sociedad te debe algo por pasar diez horas frente a un ordenador. Y eso era lo primordial en la vida. Incluso las madres se sentían desplazadas socialmente cuando se dedicaban a sus hijos durante un año entero, como si las hubieran dejado en la cuneta mientras el resto conducía a toda velocidad frente a sus desconcertados ojos. Hasta ese punto había llegado la gilipollez. Es más importante que estés en tu puesto de trabajo a que estés criando a tus hijos. Yo no encontraba la lógica a esto, pero claramente era un disfraz. Disfrazamos de autosuficiencia y libertad la estupidez de formar parte de una empresa y dedicarle el máximo de horas posible. Y si no es así, entonces eres un inútil. Lo malo es que todo empezaba a parecerme un invento de manipulación con pretensiones claras de rebajar nuestros impulsos. La inquietud humana, la búsqueda de otras cosas, el conocimiento de uno mismo y de los otros, indagar en la literatura, el arte, la poesía, la filosofía, para descubrir el papel del hombre en la tierra, para vislumbrar las claves de la existencia humana. Por entonces pensé que no había nada más importante, pero vivíamos mirando contra la pared, mientras tras nuestras cabezas sucedían infinidad de cosas que nadie nos dejaba ver.
Mi vida había sido una farsa, como la de tanta gente. Y quizá debía seguir así, sólo que esta vez lo sabía, y eso me ayudaba a relativizar. Es terrible cuando escucho las conversaciones de pausa del café a los empleados de las oficinas cercanas. Hablan de sus compañeros, de sus jefes, de los informes, de todo esto con una pasión que parece que se les va la vida en ello, y me temo que acabará siendo así. Como si uno naciera, que ya es suficientemente mágico, para terminar hablando durante horas de un archivador. Joder, informes y archivadores, ¿estamos locos? Encima, en el tiempo libre seguimos con los informes y los archivadores. Es un triunfo para quienes hayan pensado en todo esto, y ya llego yo con mi teoría de la conspiración, pero en serio, ¿qué es más peligroso a la hora de intentar mantener un sistema? ¿Que los individuos se planteen qué hacen en este inundo y cuestionen lo que les rodea con una actitud más o menos filosófica, o que crean que lo más importante de su vida es grapar un dossier y entregarlo a tiempo? Nos la han colado pero bien. Es como si se estuviera proyectando una película maravillosa con la mejor definición que existe, pero alguien nos hubiera convencido de que debemos sentarnos de espaldas a la pantalla. Y así vivimos, de espaldas a la pantalla.
Conseguí el trabajo con el que siempre había soñado: teleoperadora de gas natural zona sur. La ilusión de mi vida, como podéis imaginar. Controlar que las instalaciones se llevaban a cabo, atender las quejas de los clientes, escuchar a mis compañeras comentarlo todo, todo el rato… Y cómo no, cuando llegaba el descanso del café, resulta que hablábamos ¡del gas natural! Pero vamos a ver, ¿qué tema es ese? ¿Realmente se puede decir algo del gas natural? «Estoy completamente a favor del gas natural. ¿Ah, sí? Pues yo estoy en contra, soy más de butano. Bueno, bueno, aquí se va a liar una…». Pues sí. Se podía. Quince minutos hablando del tema como si no hubiera nada más en la vida porque para ellos no había nada más en la vida y yo estaba aterrada y empezaba a deprimirme. Lo vi claro. Lo malo del trabajo es que te quita tiempo para vivir. Sólo deberían trabajar aquellos que no tengan otra cosa mejor que hacer. El resto deberíamos trabajar en los ratos libres que nos dejen nuestras pasiones. Y sí, ha sonado muy elitista, pero estas son mis reflexiones personales, no creo que las vaya a leer nadie nunca.
Es difícil no olvidar que estás metido en algo irrelevante. Me refiero a que pasados dos días me encontré a mí misma poniendo el grito en el cielo porque mi jefe no me había pasado una información que yo necesitaba a su vez para entregar un informe a una chica que debía ponerse en contacto con el instalador del gas de una casa cuyo inquilino había puesto una reclamación en nuestra oficina que llegaba directamente a mí. Dediqué los quince minutos del café a relatar esto mismo unas cuantas veces, un sinfín de quejas y frases como «es que es indignante», ante las que mis compañeros asentían conmovidos por mi terrible historia. Ya está, ya me había convertido en uno de ellos, ya se había abierto la vaina que llevaba a mi otro yo, mi yo dócil preocupado por gilipolleces en estas horas irrepetibles, este yo que había conseguido anestesiar durante días y que ahora llegaba con fuerza intentando instalarse en el refugio de ser uno más, de ser un ciudadano neutro que no da problemas y que cree fervientemente que lo que hace es importante.
Lo bueno era que al llegar a casa y recuperar mi vida, tomaba de nuevo conciencia del engaño. Releía las páginas de mi no vela, que al ser sólo cinco podía releerlas unas cien veces cada día, y paseaba por las habitaciones evocando las imágenes que volaron por allí. De repente, contar con infinidad de opciones no se parecía en nada a la libertad, todo lo contrario, pensaba que la libertad se basaba en encontrar la opción real, el camino que te lleva a donde tienes que ir. No sé si me explico. O sea, yo me explico, lo que no sé es si alguien me entiende.