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Los caballos se detuvieron en la linde del claro. Mientras los dos sirvientes y el campesino que los guiaba ataban las monturas a las ramas de un castaño, Elena avanzó en dirección a la cabaña abandonada.

Su hija estaba curada, pero, por precaución, la había dejado bajo los cuidados del médico y del monje enfermero. Era el último día que iba a pasar en los Abruzzos antes de regresar a Venecia y quería ir sin falta a ese lugar que tanto había influido en la vida de Giovanni. A cambio de unas monedas, el jefe del pueblo vecino había aceptado acompañarlos.

Elena inspeccionó los restos carbonizados de la casita.

—Aquí es donde lo encontramos —dijo el viejo Giorgio, señalando la trampilla cubierta de hojas secas y de tierra polvorienta—. Estaba totalmente desnudo y tumbado sobre un jergón. Una vez que lo sacamos de ahí, purificamos esta maldita cabaña mediante el fuego.

Elena insistió en que la dejaran sola unos instantes. Los tres hombres aprovecharon la ocasión para llevar los caballos al río. Ella caminó a paso lento por las inmediaciones de las ruinas de la casa.

Su mirada buscaba algo. De pronto, se detuvo sobre un pequeño montículo de tierra. Con el corazón palpitante, se acercó.

—¡Sin duda es aquí! —exclamó al ver la pequeña cruz de madera clavada en el suelo.

La miró largo rato antes de arrodillarse sobre la tumba. Permaneció unos minutos así, recogida, y luego murmuró:

—¡Amor mío, si supieras cómo siento la tristeza que te invadió cuando descubriste la tumba de tus amigos!

Elena rasgó la costura de una bolsita que llevaba escondida bajo el corpiño, escarbó un poco la tierra con las dos manos y esparció el contenido de la bolsa sobre la tumba. Mientras mezclaba las cenizas de Giovanni con la tierra, le dijo:

—Creo que te habría gustado que tu cuerpo repose junto al de ellos. Había guardado estas cenizas, pero prefiero conservarte vivo en mi memoria. Que se mezclen con la tierra que ha acogido a los que te dieron las llaves de la vida.

Cerró los ojos, tocando la tierra con las dos manos.

—¡Te veo tanto en tu hija! Tiene tus ojos, tu boca, tu sonrisa. Tengo muy a menudo la impresión de estar frente a ti. ¡Qué regalo me hiciste dándome esta niña e intercediendo por su curación! Así, un poco de ti estará siempre conmigo. Doy gracias en todo momento al Cielo por este presente, como también se las doy por el hijo que le has dado a Esther.

Un crujido de ramas la interrumpió. Pensando que los sirvientes regresaban, se volvió. Para su gran sorpresa, descubrió la figura de un perro. El animal avanzaba lentamente y empezó a enseñar los dientes, con la cola y las orejas gachas.

Elena tuvo miedo. El animal se comportaba como si tuviera por misión proteger el lugar. El perro seguía avanzando hacia ella sin parar de gruñir. Elena permanecía inmóvil. Observó que cojeaba.

De pronto, una idea cruzó por su mente. Mientras el animal se acercaba a ella, cada vez más amenazador, buscó en su memoria. El perro estaba ya a dos metros de ella y parecía dispuesto a saltar.

—¡Noé! —gritó Elena.

El animal se detuvo y levantó las orejas.

—¡Noé! —repitió Elena en un tono más bajo—. Eres tú, ¿verdad?

Tras un instante de vacilación, el perro movió el rabo. Elena abrió los brazos sonriendo.

—¡Ven, Noé!

El perro dejó escapar un gemido y avanzó cojeando hacia la joven. Elena lo abrazó llorando. Noé le lamió las manos y la cara ladrando de alegría. Hacía dos años que no había oído su nombre, pero no lo había olvidado.

Agazapada en el bosque a unos treinta de metros de allí, una mujer observaba la escena con emoción. Se había ocupado del perro durante esos años sin saber cuál era su nombre. El animal rondaba a menudo en torno a la antigua cabaña de Giovanni. Instintivamente, comprendió quién era aquella mujer que estaba arrodillada ante la tumba.

La miró con amor.

Vars, marzo de 1991 — Monte Sant’Angelo, agosto de 2006

Pasando por París, Cháteaurenard, Fontaine le Port,

Roma, Sulmona, San Giovanni in Venere, el monte Athos,

Jerusalén, Boquen, los Meteoros, Venecia, Chipre,

Fontaine la Louvet, Pouzillac, Le Citiot, Forcalquier,

Argel, Die, Córdoba, Essaouira y Malicorne.