Los acontecimientos del día habían abierto abismos en Giovanni. Su corazón, que había recibido tantas heridas desde su separación de Elena, estaba como atrapado en el hielo. La amistad con Georges y Emanuel, y más tarde con Ibrahim, lo había reconfortado progresivamente por su calidez. Y este encuentro conmovedor con Eleazar y Esther había fundido las últimas capas de escarcha que seguían manteniéndolo entumecido. Se pasó la noche llorando. No fue un llanto gélido, como cuando estaba en galeras o en la gruta, sino unas lágrimas cálidas de liberación. Su corazón se puso a palpitar de nuevo. Numerosos rostros, los de las personas a las que había amado, pasaron por su mente como fantasmas que volvieran a la vida. Después vio el rostro de Esther. Comprendió que esa mujer, a la que debía su salvación, lo había amado desde que lo había visto encadenado. Había pedido que lo compraran al precio que fuera, seguramente porque amaba con generosidad. Pero ¿sería él digno de ese amor y de la confianza que ella y su padre le otorgaban?
Se durmió al amanecer. Cuando se despertó, el sol estaba en el cénit. Sentía el corazón ligero. Se lavó cantando alegremente una canción calabresa. No lo había hecho desde que se marchó de Venecia. Bajó al patio de los sirvientes. Se cruzó con Sara, quien, al verlo, sofocó una risa alegre. Él no entendía la razón, pero rió de buena gana con ella. Fue a la habitación donde trabajaba Malik. Al verlo, el intendente sonrió mostrando todos los dientes, cuya absoluta blancura contrastaba magníficamente con el color oscuro de su piel.
—¡Vaya! ¡Necesitabas un buen descanso!
—Acabo de oír la llamada del muecín y deduzco, por el sol, que debe de ser mediodía. Estaba agotado, es verdad, pero ahora me siento en plena forma.
—No me extraña, porque llegaste anteayer. Has dormido dos noches enteras y casi un día y medio.
Giovanni se quedó estupefacto.
—No tiene nada de malo —dijo Malik, riendo—. Eso sí, desde ayer he mandado cuatro o cinco veces a Sara a tu habitación para asegurarme de que no habías muerto ni desaparecido.
—Gracias a Dios, estoy vivo y no tengo ninguna gana de irme de aquí. ¡Pero tengo un hambre canina!
—Ve a comer. El señor también me ha dicho que puedes moverte a tu antojo por toda la casa y el jardín. Simplemente, evita salir a la ciudad por el momento, pues sería peligroso para ti que te reconocieran.
Después de haber comido y bebido, Giovanni fue al jardín. La belleza del lugar lo impresionó todavía más que el primer día. Murmullos de agua y cantos de pájaro se mezclaban con la fragancia de las flores y las plantas acuáticas. Giovanni se sentó en un banco de piedra, a la sombra de un sicómoro. Cerró los ojos. Del fondo de su alma surgió una palabra y, sin que supiera realmente a quién iba dirigida, no pudo evitar que cruzara el umbral de sus labios:
—Gracias.
Una suave voz lo sobresaltó:
—Es la oración más perfecta.
Giovanni abrió los ojos. Esther estaba de pie ante él. Iba vestida con una larga túnica azul muy ligera; un velo amarillo, transparente, cubría la parte inferior de su cabellera y caía sobre su espalda y sus hombros. No era muy alta, pero la finura y ligereza de su cuerpo producía una sensación de esbeltez.
—¿He interrumpido quizá vuestra oración? —añadió, sonriendo.
Él se levantó, devolviéndole la sonrisa a la joven.
—Bueno…, la verdad es que no estaba rezando. No sé cómo daros las gracias sin…
Esther puso un dedo sobre sus labios.
—Chist… ¿Habéis visto las diez fuentes del jardín?
—No.
—Entonces, vamos a descubrirlas. Mi padre ha invertido más de veinte años en la creación de este auténtico jardín del Edén, de acuerdo con un simbolismo muy preciso.
—¿Por qué diez fuentes?
—Hacen referencia a los diez sefirot de la Cábala. Desde los orígenes, hubo otra corriente, más intelectual, de la mística judía. Se trata de acceder a un conocimiento de lo divino a través de una lectura simbólica de las Sagradas Escrituras. Esa vía, llamada Cábala teosófica, se basa en las veintidós letras que componen el alfabeto hebraico. Cada letra tiene varios significados simbólicos, además de un valor numérico. Combinando significado simbólico y valor numérico, se llega a hacer una lectura mística de la Tora y a encontrar significados ocultos mucho más profundos que llevando a cabo una simple lectura del significado literal.
—¿No ha escondido Dios sus tesoros más preciosos?
Esther se detuvo y miró a Giovanni. Este prosiguió.
—Mi vida ha sido caótica y en ocasiones dolorosa, pero tuve la fortuna de vivir casi cuatro años junto a un gran filósofo, y más tarde otros tantos en diferentes monasterios de Grecia. Así pues, he aprendido a abrir el ojo de mi mente y he tenido algunas experiencias místicas de unión con Dios. ¡Me parece todo eso tan lejano en estos momentos!
—No sé nada de vuestra vida, Giovanni. Solo sé que acabáis de pasar una dura prueba. Estoy segura de que, si Dios os ha sometido a ella, no ha sido por capricho. Seguramente vuestra vida ha sido a veces muy dolorosa, pero desde luego no caótica. Un día comprenderéis su sentido, no me cabe la menor duda.
—Yo pensaba como tú…, como vos…
Esther lo miró con una leve sonrisa en los labios.
—Prefiero… como tú.
—Yo pensaba como tú —repitió Giovanni—, pero empecé a dudar…
Siguieron andando en silencio, a paso lento, por el jardín. Luego, Esther tomó de nuevo la palabra:
—Un sabio dijo que quien no ha conocido la noche de la duda no puede acceder realmente a la luz de la fe verdadera.
—Y tú, Esther, ¿ya has dudado de la existencia de Dios?
—Sí. Cuando mi madre murió, mi corazón se quedó vacío y mi fe murió. Era incapaz de rezar y simplemente pensar en Dios me descomponía. Pasé así varios años.
—¿Le sucedió lo mismo a tu padre?
—Mi padre sufrió una dura prueba, pero no creo que perdiera la fe. Respetó mi actitud y jamás intentó forzarme o convencerme. Lloré durante horas por mi madre y después grité contra Dios.
Giovanni se sobresaltó al recordar su ira contra Dios; en la gruta.
—Le expresé toda mi cólera. Hasta que una mañana, al levantarme, supe que Le había perdonado.
—¿A Dios?
—Sí, a Dios —contestó Esther con firmeza—. Habitualmente pensamos que hay que perdonar a los hombres. Pero, cuando la vida nos ha hecho mucho daño, es con Dios con quien estamos resentidos y es a Él, puesto que Él es la Vida, a quien debemos perdonar.
Giovanni se detuvo. Esas palabras encontraban un eco muy profundo en su propia experiencia. De pronto se dio cuenta de que nunca había pensado que podía perdonar a Dios. Simplemente se había vengado de la peor manera posible: desentendiéndose de Él.
—¿Y recuperaste la fe? —preguntó Giovanni, pese a su turbación.
—Sí. Pero ya no era solo mi hermosa y despreocupada fe infantil. Era la misma fe y otra. Era una fe en la que Dios se había vuelto más misterioso y más inaccesible a mi razón, pero más presente en mi corazón y más íntimo. No sé describirla bien. Vivo cada segundo en presencia de Dios, pero no sabría pronunciar una sola palabra para hablar de Él. En cierto modo, he llegado a través de mi propia experiencia al corazón de la enseñanza de la Cábala.
Esther continuaba avanzando a paso lento por el paseo central hacia la parte alta del jardín.
—La Cábala —prosiguió con voz pausada— establece una distinción entre En Sof, el aspecto oculto e inexpresable de Dios, y los diez sefirot, que son Sus manifestaciones en el mundo. En Sof, que podríamos traducir por «sin fin» o «nada», significa que Dios escapa totalmente a nuestro entendimiento. Ninguna palabra puede describirlo. Ninguna imagen puede representarlo. Ningún concepto puede abarcarlo. Como tan bien dijo vuestro gran teólogo Tomás de Aquino, al que mi padre cita con frecuencia, «lo más seguro que puedo saber de Dios es que no sé nada de Él». Eso es lo que dicen los místicos de todas las religiones: Dios está por encima de todo y es incluso peligroso nombrarlo. Esa es la razón por la que está prohibido pronunciar Su nombre en el judaísmo. Nombrar es poseer… ¡y no tardaríamos nada en apoderarnos de Dios para nuestros propios proyectos!
Giovanni pensó en los miembros de la Orden del Bien Supremo, que asesinaban sin escrúpulos en nombre de la pureza de la fe. Pensó en todos los musulmanes y los cristianos que combatían con fervor en nombre de Alá o de Jesucristo. ¡Qué sensato era no nombrar a Dios! ¡Pero qué difícil y exigente era también rezar a un Dios incognoscible al que no se podía ni nombrar ni describir!
—Los diez sefirot son las diez emanaciones de ese Dios misterioso e insondable —prosiguió Esther—. Son las cualidades divinas que se han proyectado fuera de Él y que impregnan el mundo. No son Dios, sino sus manifestaciones, sus fuerzas, y a través de ellas podemos conocer algo de Dios.
Esther había llevado a Giovanni a la parte más alta del jardín. Se volvió.
—Estamos en lo más alto del jardín. La casa está abajo de todo y podríamos llegar a ella directamente por este paseo central. El jardín es alargado como un árbol. Aquí estamos en la parte superior de lo que simboliza el árbol sefirótico. Ese paseo central es en cierto modo el tronco del árbol.
Esther volvió la espalda a la casa y dio unos pasos más hasta el final del paseo. Cogió a Giovanni con espontaneidad del brazo y lo condujo a una arboleda frondosa. Apartó las ramas y mostró al joven italiano, estupefacto, una magnífica fuente baja construida en forma de corona.
Árbol Sefirótico
Giovanni estaba cautivado. Admiraba la inteligencia apasionada de Esther, y los principios cabalísticos que la joven evocaba le hacían pensar en ciertos aspectos del misterio cristiano.
Numerosas preguntas se agolpaban en su mente. Pero, sobre todo, saboreaba ese momento de felicidad y de armonía. ¿Cómo olvidar que, unos días antes, estaba pudriéndose en una sórdida mazmorra vigilada por unos patanes, mientras que ahora paseaba por ese delicioso jardín, estructurado según un simbolismo místico, en compañía de una mujer tan bella como sabia?
Esther lo miró en silencio. Su mirada era a la vez intensa y púdica, una extraña paradoja que le daba un encanto único. Giovanni era muy sensible a él y se disponía a decírselo cuando Malik salió de repente por la puerta del patio.
—¡Ah, estáis aquí! Perdonad que interrumpa vuestra conversación, pero mi señor desea ver a Giovanni en su despacho.
—Te dejo —dijo Esther, desapareciendo con una sonrisa sin dar a Giovanni tiempo de reaccionar.
Malik lo guió hasta el segundo piso.
Giovanni se preguntaba, ansioso, qué querría de él el señor de la casa. Al mismo tiempo, su corazón estaba todavía con Esther, en el jardín.