El nombre de ese astrólogo no era desconocido para Giovanni. Sabía que los cristianos habían heredado conocimientos astrológicos de los antiguos a través de los pensadores árabes, los cuales habían enriquecido el saber astrológico. Le parecía que Albumazar era uno de ellos. Pero no había oído ni leído nada acerca de una predicción referente a Lutero y le parecía muy sorprendente.
—Debo confesar de nuevo mi ignorancia sobre esa cuestión —respondió Giovanni, incómodo.
—¿Y el nombre de Lichtenberger tampoco os dice nada? —insistió Agostino.
Giovanni negó con la cabeza. Todos los comensales abrieron los ojos con curiosidad.
—Pero estoy deseando ser iluminado sobre ese asunto —dijo el astrólogo, esbozando una sonrisa divertida y comunicativa.
—Estaré encantado de hacerlo si nuestro anfitrión lo permite, pues es un tema que me apasiona —contestó Agostino, volviéndose hacia Priuli.
—¡Adelante! —dijo sin vacilar el noble veneciano—. Pero que nos cambien antes los platos para evitar que os interrumpan.
La sirvienta obedeció. Agostino se alisó la barba y comenzó su relato con voz grave:
—Todo empezó en 1484 con la publicación de los Pronostica de Pablo de Middelburg, el obispo de Urbino. En ese texto, el eclesiástico exhuma una antigua predicción astrológica efectuada en el siglo IX por el gran astrólogo árabe Albumazar. Este último observó en el espacio de varios siglos la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno que se produce cada veinte años, si no me equivoco.
—En efecto —confirmó Giovanni.
—Albumazar calculó que en 1484 la gran conjunción se produciría en el signo de Escorpio y de ello dedujo la aparición en ese momento de un nuevo profeta. En 1492, Johannes Lichtenberger, un astrólogo de Maguncia, publicó la predicción de Albumazar, completada con sus propios comentarios. Recuerdo perfectamente su texto: «Esa notable constelación y concordancia de los astros indica que debe nacer un pequeño profeta que interpretará excelentemente las Escrituras y proporcionará también respuestas con un gran respeto por la divinidad y acercará de nuevo a la almas humanas a esta. Pues los astrólogos llaman pequeños profetas a aquellos que aportan cambios en las leyes o crean ritos nuevos, o dan una interpretación diferente a la palabra que la gente considera divina».
Giovanni, cautivado, evidentemente no pudo evitar pensar en Lutero. Aprovechó la llegada de la sirvienta, que llevaba el plato principal, para preguntar a su interlocutor:
—Decidme sin más dilación: ¿Nació Lutero durante la gran conjunción de 1484?
—¡Naturalmente! Nadie sabe, no obstante, la fecha exacta de su nacimiento. Las opiniones oscilan entre noviembre de 1483 y noviembre de 1484. Pero me ocuparé más adelante de esa cuestión, pues es objeto de vivos debates entre protestantes y católicos.
»Volvamos un poco, si os parece bien, al texto de Lichtenberger, dado a conocer tan solo ocho años después del nacimiento de Lutero a partir de las predicciones de Albumazar. Lichtenberger acompañó su texto de dibujos. Uno de ellos muestra a dos monjes, uno alto y otro bajo. El alto parece amonestar a alguien y lleva un demonio encaramado en un hombro. En su comentario, el astrólogo escribe: “Vemos a un monje con hábito blanco y con el diablo de pie sobre sus hombros. Lleva un gran capote que llega hasta el suelo, con amplias mangas, y un joven monje le sigue. Tendrá una inteligencia muy viva, sabrá muchas cosas y poseerá una gran sabiduría. Sin embargo, proferirá a menudo mentiras y tendrá una conciencia exaltada. Y, como un escorpión, pues esta conjunción se efectúa en la Casa de Marte y en las tinieblas, arrojará a menudo el veneno que lleva en su cola. Y será la causa de grandes derramamientos de sangre”.
Agostino se quedó callado. Todos lo miraban con atención.
—Comed antes de que el plato se enfríe —se decidió a decir la señora de la casa.
—Una profecía como esa te quita el apetito —dijo Giovanni, anonadado por la descripción de Lichtenberger—. Y puedo aseguraos que sobrepasa el marco estricto de los cálculos astrológicos; ese hombre tenía también dotes de vidente. En cualquier caso, a mi entender no se puede describir mejor la ambigüedad de Lutero, su inteligencia y su perfidia, su talento para interpretar las Escrituras y su ferocidad para atacar a sus adversarios.
—¡Cierto! —Intervino Priuli, pinchando enérgicamente el pollo con aceitunas con el tenedor—. ¿Y sabéis que Lutero se ha reconocido en la profecía?
—Más aún —precisó Agostino—, la hizo imprimir él mismo en 1527 y la prologó, marcando cierta distancia respecto al texto de Lichtenberger.
—Yo creía que Lutero era contrario a la astrología —comentó, sorprendido, Giovanni.
—Lo era, en efecto, hasta que su discípulo Philipp Melanchthon, un astrólogo de talento, lo convenció de que la predicción de Albumazar y de Lichtenberger solo podía aplicarse a él… y que le interesaba enormemente admitirlo para servir a la causa de la Reforma. Desde entonces, los protestantes no han parado de difundir ese texto.
—¡Buen uso de la astrología!
—¡Y que lo digáis! Pero la cuestión de su fecha de nacimiento continúa abierta. El propio Lutero no puede afirmar con certeza el momento de su venida al mundo.
»Como no figura en ningún registro y ningún testigo fiable la recuerda, cada uno la sitúa, según lo que quiera demostrar, entre finales de 1483 y finales de 1484. Nadie pone en duda que nació, exactamente o más o menos, en el momento de la gran conjunción predicha por Albumazar y que es nativo del signo de Escorpio. Pero, según sea uno astrólogo protestante o astrólogo católico, adaptará el año, el día y la hora de su nacimiento en función del horóscopo preciso que quiera hacer. Por ejemplo, su discípulo Melanchthon ha situado su Sol en conjunción con Júpiter y Saturno en el sector del tema astral que rige la religión, mientras que los papistas se las componen para que esa triple conjunción caiga en el dominio correspondiente a la sexualidad y a las costumbres ligeras.
Giovanni se echó a reír.
—Por eso —continuó Agostino— quería preguntaros por el horóscopo de Martín Lutero. Porque, por un lado, lo esgrimen como el del profeta anunciado y, por el otro, como el de un ser desenfrenado que solo puede ser un falso profeta, ¡o incluso el Anticristo en persona!
—Es absolutamente apasionante —comentó Giovanni—. Por desgracia, no tengo ningún medio para indagar sobre la fecha de nacimiento del reformador, pero os prometo estudiar seriamente su horóscopo, si un día tenéis información fiable sobre esa cuestión.
—No dejaré de buscarla, pero me temo que jamás llegaremos a saber nada seguro.
—En cualquier caso, se trata de un tema interesantísimo —dijo Priuli mientras daba buena cuenta del pollo.
Alrededor de la mesa se hizo el silencio. La señora Priuli temía que los comensales se enzarzaran en un debate demasiado aburrido sobre la religión y buscó un tema de conversación más entretenido. De pronto acudió a su mente una idea.
—Por cierto, amigo mío —dijo, dirigiéndose a Giovanni—, vos que os interesáis por la joven Elena Contarini, ¿sabéis que ha regresado a Venecia?
Giovanni se quedó petrificado unos instantes antes de balbucir torpemente:
—Ah…
—Me he enterado justo antes de comer, precisamente por boca de nuestro amigo Agostino, que viajaba en la misma nave que la deliciosa hija del retore de Chipre.
—¿Ve… venís de Chipre?
—Llegué anteayer. Pero no sabía que conocíais a la encantadora Elena Contarini. ¡Decididamente, sois un hombre muy sorprendente!
—No, no la conozco —se apresuró a aclarar Giovanni, que estuvo a punto de atragantarse—. Simplemente, he oído hablar de esa joven, según dicen sumamente guapa e inteligente, y he pedido alguna información sobre esta atractiva persona a nuestros anfitriones.
—¡Pues tenéis buen olfato, amigo mío! —exclamó Agostino.
—No me intereso por la joven Contarini con ninguna mira particular —repuso Giovanni, controlándose hasta la tortura para mantener la compostura—. Simplemente, estaría encantado de conocer, si se presenta la ocasión, a esa amable persona.
Unas alegres carcajadas, que hicieron sentir a Giovanni sumamente incómodo, recorrieron la mesa.
—Esa ocasión puede presentarse enseguida —dijo Agostino—. Durante la travesía he trabado lazos de simpatía con esa encantadora damisela y me ha invitado a una pequeña fiesta que dará la próxima semana en su casa. Puedo proponerle que os suméis a nosotros. ¿Qué os parece?
—Me… me complacería mucho —balbució Giovanni, incapaz ya de pensar e incluso de respirar.
—Os recomendaré entusiásticamente a su madre —añadió Sofía Priuli en un tono festivo—. ¡Es una excelente amiga! Creedme, queridísimo Giovanni, estoy segura de que seréis invitado.