27

Giovanni esperó con impaciencia el día de Mercurio.

La víspera, después de sus clases diarias, fue a pasear.

Vagó largo rato, habitado por sus pensamientos. Cuando la luz empezó a declinar, Giovanni regresó apresuradamente hacia casa para no llegar tarde a la cena.

Cuando se acercaba al claro, llegaron a sus oídos unos ruidos extraños. Apretó el paso. Entonces oyó unos gritos. Echó a correr hacia la casa, en la que sonaban ruidos de combate. Se detuvo un instante, pero enseguida se dirigió hacia el cobertizo donde estaban guardadas las armas. Salió de inmediato armado con dos espadas y un cuchillo y se precipitó hacia la gran estancia.

Estaba patas arriba. En el centro, haciendo girar un taburete, Pietro luchaba contra tres hombres armados con largos cuchillos. Un cuarto, a todas luces derribado por el gigante, yacía en el suelo. La llegada inopinada de Giovanni encantó al gigante.

—¡Bienvenido, amigo, llegas muy a punto para ayudarme a trucidar a estos malvados!

Los bandidos, sorprendidos, se volvieron. Sin siquiera reflexionar, Giovanni hundió su espada en el brazo del primero, que huyó gritando. El segundo recibió el taburete de Pietro en plena cabeza en el mismo momento en que el tercero soltaba su cuchillo pidiendo gracia, mientras que Giovanni se aprestaba a traspasarlo.

El joven conservó su espada y tendió la otra a Pietro. Este último, sin vacilar, seccionó con un gesto seco la mano del desdichado y gritó:

—¡Y si volvéis, lo que os cortaré será la cabeza!

El hombre se dio a la fuga berreando como un cerdo al que estuvieran degollando. Pietro agarró entonces a los dos hombres desplomados en el suelo y los ató a un árbol frente a la casa.

—¿Quiénes son? ¿Dónde está el maestro? —preguntó Giovanni, que apenas empezaba a darse cuenta de lo que acababa del suceder

—Por suerte, he podido encerrarlo a buen recaudo en su dormitorio cuando he visto llegar a estos bandidos —dijo el gigante, sin aliento—. Vamos a sacarlo.

El anciano todavía temblaba de nerviosismo. Pietro le contó el desenlace del combate y con qué valentía había luchado Giovanni.

—¡Estoy orgulloso de ti, muchacho! No contento con manejar las palabras y las ideas con virtuosismo, ahora sabes maneja también la espada, por suerte para nosotros.

Pietro les habría cortado de buena gana las manos a los dos bribones prisioneros, pero su señor se opuso a que les aplicara una pena cruel. Hizo como que no veía, eso sí, cuando Pietro lo zarandeó un poco antes de soltarlos. Aterrorizados, los bandidos se fueron como alma que lleva el diablo sin volver la vista atrás

—¡A esos malvados no volveremos a verlos en un tiempo por aquí! —dijo Giovanni, riendo.

—¡Ojalá la Virgen y los santos te escuchen! —repuso Pietro dubitativo—. Es la quinta o sexta vez que tenemos este tipo de visitas desde que estamos aquí. ¡Quiera Dios que no vuelvan un día en mayor número para vengarse o para incendiar la casa!

El incidente fue olvidado enseguida, aunque durante la noche Giovanni tuvo una terrible pesadilla en la que se veía a sí mismo cortando las manos a cientos de bandidos que lo atacaban todos a la vez.

A la mañana siguiente, se presentó ante su maestro. Antes de que este le hablara de su horóscopo, le preguntó sobre las razones por las que había soltado a los bandidos en lugar de entregarlos a la justicia. El filósofo le explicó entonces que, como los Abruzzos formaban parte de los Estados Pontificios, no deseaba que el Papa fuera informado de que se encontraba allí. No es que temiera por su seguridad, pero deseaba permanecer escondido y evitar que lo obligaran a ir a Roma para justificarse o enseñar.

Acto seguido, el anciano se levantó y fue a buscar una gran hoja de papel a su dormitorio. Se la tendió a Giovanni.

—Toma, tu cielo de nacimiento.

Giovanni

Emocionado, el joven contempló el gran círculo trazado con compás. En el centro, como un ombligo, estaba situado el planeta Tierra. Una primera esfera concéntrica dibujaba la trayectoria de la Luna. Una segunda esfera, la de Mercurio. Una tercera, la de Venus. Un poco más lejos, estaban las del Sol, Marte y Júpiter. La más descentrada era la de Saturno. El borde exterior del círculo estaba compuesto por los doce signos del Zodíaco. Los planetas situados en el círculo se hallaban enfrentados a diferentes signos. Por último, el círculo estaba atravesado por dos ejes: un eje este-oeste, que indicaba los signos en los que se encontraban el ascendente y el descendente, y un eje norte-sur, que indicaba los signos en los que se encontraban el medio cielo y el fondo de este.

—Empezaré por explicarte las posiciones del Sol y de la Luna, pues son los astros más importantes —dijo el anciano, cogiendo el horóscopo de las manos de Giovanni—. Tenemos la suerte de que tu madre te dijera que naciste con luna llena. Esa preciosa información me ha permitido no solo situar los dos luminares, sino también encontrar, gracias a mis efemérides, el día exacto de tu nacimiento.

Giovanni abrió los ojos con asombro.

—En 1514 hubo, efectivamente, luna llena durante el equinoccio de primavera. Precisamente en la noche del 20 al 21 de marzo de ese año. Si las informaciones transmitidas por tu madre son fiables, naciste en Calabria el 20 de marzo de 1514, después de ponerse el Sol.

El anciano tosió ligeramente y continuó su exposición:

—Como naciste la víspera del equinoccio, el Sol está situado en el último grado del signo de Piscis. A causa de la luna llena, en tu cielo de nacimiento el Sol está en el lado opuesto a la Luna, la cual se encuentra al final del todo del signo de Virgo.

»Si naciste al principio de la noche, tienes a Saturno en el ascendente, en Escorpio, puesto que es el signo de Escorpio el que se eleva al este en el momento de tu nacimiento. Júpiter se pone al oeste y el Sol no está muy lejos del descendente, pues acaba de ponerse.

Lucius hizo una pausa.

—¿Qué significa todo eso? —murmuró Giovanni.

—Una cosa es hacer el horóscopo, lo que exige cierta ciencia, y otra es interpretarlo, lo cual es todo un arte —respondió el anciano, manifestando cierta seguridad en sí mismo.

»Yo era muy conocido en Florencia por este ejercicio, en el que se recurre tanto a cualidades intuitivas como puramente intelectuales. Por eso dos astrólogos no interpretarán jamás el mismo horóscopo de la misma forma. Insisto en eso, muchacho, porque es un punto esencial en el que tropiezan muchos de los partidarios de la astrología y también de sus adversarios. La astrología no es una ciencia rigurosa, como la lógica o las matemáticas; utiliza un lenguaje simbólico que requiere ser interpretado.

Giovanni contenía la respiración, intuyendo que los minutos siguientes iban a aportarle una revelación.

Su maestro le explicó sus principales rasgos caracteriológicos: su sensibilidad, su ardor y rigor, su facilidad natural para aprender. Cuando el anciano habló de su capacidad para amar —y para idealizar el amor—, Giovanni tembló de emoción.

—Hemos visto brevemente lo esencial. Falta decir algo más de la importante posición de Saturno en tu horóscopo. Importante, primero de todo, porque está en el ascendente, pero también porque es el camino inevitable entre tu Sol y tu Luna.

Giovanni hizo un gesto de incomprensión.

—Sí, si se mira bien tu horóscopo, salta a la vista que tu mayor dificultad está indicada por la oposición entre el Sol y la Luna. Durante toda tu vida, tendrás que luchar para superar esa oposición. Ahora bien, cada uno de esos dos astros está relacionado de manera positiva con Saturno. Él es el que garantiza la posible unión entre esos dos polos de tu personalidad. Saturno simboliza la necesidad del desapego, del duelo, permite al hombre deshacerse del vínculo con su madre, crecer aceptando las crisis, las adversidades. Los antiguos lo llamaban «el gran Maléfico», pues firma destinos dolorosos, aporta obstáculos y dificultades. Mi maestro, Marsilio Ficino, sufrió de melancolía toda su vida y atribuyó la causa a la fuerte posición de Saturno en su horóscopo.

»Pero, cuando el hombre comprende que puede crecer a través de esas adversidades y que la renuncia y la soledad le permiten acceder a bienes mayores, entonces merece verdaderamente el apelativo de hombre. Saturno está ahí para liberarnos de los vínculos que nos atan demasiado a nuestra madre, a nuestro pasado, a nuestra infancia, a los placeres, a la tierra. Es el gran y temible educador de nuestra inteligencia. Nos conduce al cielo a través del infierno de nuestras pasiones vencidas. Por eso la mayoría de los monjes están fuertemente marcados por ese planeta que predispone a la renuncia, a los estudios, a la soledad, a la ascesis, y mi maestro decía, hablando también de sí mismo, que “los hijos de Saturno están condenados a la búsqueda inquieta de la Belleza, del Bien y de la Verdad”.

—¡Eso encaja perfectamente con vos! —observó Giovanni.

—Sí, tengo un tema astral que se asemeja en muchos puntos al de mi maestro, y lo mismo te sucede a ti en relación conmigo. ¡Es sorprendente! La posición central de Saturno indica, pues, que tu destino estará jalonado de pruebas, una especie de etapas iniciáticas, para que puedas adquirir una verdadera y elevada sabiduría. Ya perdiste a tu madre siendo un niño. Podrás correr toda tu vida detrás de otras mujeres, o bien aceptar esta prueba y salir de ella mayor, maduro en tus elecciones afectivas.

»Pero ve con cuidado también para no dejarte seducir demasiado por el rigor y la dureza saturninos. Tu horóscopo indica que tienes, en la misma medida, necesidad de ternura femenina, de vida social y de belleza. De hecho, tu vida oscila entre esos dos grandes planetas que son Júpiter y Saturno y que marcan los dos ángulos de tu horóscopo: Saturno en el ascendente y Júpiter en el descendente.

»Júpiter te empuja a abrazar el mundo y a disfrutar de la vida, mientras que Saturno te invita a renunciar al mundo y a dominar tus instintos. Júpiter te aporta suerte, protecciones y facilidades, mientras que Saturno constituye tu lote de adversidades fatales. Júpiter te hace optimista y Saturno pesimista.

Giovanni estaba profundamente emocionado por esas palabras, que le parecían acertadísimas. El astrólogo, manifestando signos de fatiga, prosiguió en un tono más desmadejado, pero aun así convencido:

—A semejanza de tu oposición entre el Sol y la Luna, tu vida no es sino un esfuerzo incesante para reconciliar los contrarios que se oponen en ti.

El anciano se calló y levantó lentamente la cabeza hacia Giovanni.

—Habría mucho más que decir sobre tu carácter y sobre tu destino. Pero estoy cansado y por el momento sabes lo suficiente. Tu horóscopo confirma que posees excelentes dotes para la filosofía.

Giovanni dio las gracias a su maestro y, como abrumado por el peso de lo que acababa de escuchar, salió de la sala dando traspiés.

Lleno de inquietud, se dirigió al bosque. Los pensamientos se agolpaban en su mente. Todo aquello parecía confirmar, al menos en parte, algunos acontecimientos terribles predichos por la bruja. Al mismo tiempo se decía que, si el destino le había advertido dos veces de lo mismo, ¿no era precisamente para evitar que esas cosas ocurrieran?

Otra cuestión, de un orden completamente distinto, le preocupaba. La astrología permitía comprender cuestiones como el destino y el libre albedrío, pero ofrecía también un conocimiento psicológico y simbólico de una gran riqueza, lo que daba acceso a un conocimiento mejor de uno mismo y de los demás. Pensando en ello, Giovanni se decía que le gustaría aprender a hacer e interpretar los horóscopos. ¡Qué apasionante sería hacer el de Elena y compararlo con el suyo! También se imaginaba llegando a Venecia y presentándose ante Elena de este modo: «Soy astrólogo. Si lo deseáis, puedo trazar vuestro cielo de nacimiento e interpretarlo». Era una manera fantástica de abordar a la joven. Su maestro le había dicho que los astrólogos eran muy apreciados en todas las cortes de Europa, donde se disputaban sus servicios. Así podría no solo acercarse a Elena, sino también ganarse dignamente la vida y dejar atrás para siempre su condición de campesino.

Cuanto más lo pensaba, más maravillosa le parecía la idea desde todos los puntos de vista. Debía quedarse como mínimo dos años más con su maestro, y seguramente eso era suficiente para aprender el oficio de astrólogo. No obstante, un obstáculo surgió en su mente. Para hacer horóscopos, tendría que conseguir unas efemérides. Esas obras debían de valer una fortuna y no veía cómo iba a poder ganar esa suma. Dándole vueltas al problema en su cabeza, acabó por ocurrírsele otra idea: ¿por qué no pedirle a su maestro permiso para copiar las efemérides que él tenía? Así podría hacer los horóscopos de todas las personas nacidas entre 1490 y 1520, lo que ya era considerable y le garantizaba poder realizar el de Elena, que debía de haber nacido unos años después que él. Le ocuparía cientos de horas, es verdad, pero estaba dispuesto a pasar las noches dedicado a esa actividad durante dos años si era necesario.

Solamente tenía que conseguir papel y tinta, lo que era claramente mucho menos costoso.

Tras haber reflexionado detenidamente, decidió abrirse a su maestro en esa cuestión crucial para su futuro.

Este lo escuchó con una gran paciencia. Guardó silencio dos o tres minutos, mientras a Giovanni lo devoraba la impaciencia, y se mostró de acuerdo, precisando incluso que le proporcionaría al muchacho la tinta y el papel necesarios. Porque, en el fondo de su ser, el anciano estaba encantado de poder transmitir ese saber complejo y tan poco difundido. Apreciaba a Giovanni, su inteligencia, su sensibilidad, su valor y su voluntad de aprender. Ahora estaba íntimamente convencido de que la Providencia los había reunido con ese fin.

Giovanni estaba emocionado. Esa misma noche empezó a copiar las efemérides en un gran cuaderno de tapas duras que le había regalado su maestro. Al día siguiente, el filósofo decidió sustituir la clase de latín por una clase diaria de astrología.

Unas semanas más tarde, Giovanni fue a la gran ciudad para comprar más cuadernos. Después de dos jornadas de marcha, había llegado a la magnífica ciudad de Sulmona, completamente rodeada de altas murallas. Esa ciudad, particularmente orgullosa de su glorioso pasado, entre otras cosas nacer al poeta Ovidio, era un centro cultural importante.

Giovanni había seguido todas las indicaciones de Pietro, que había preferido quedarse con su señor por si se producía otro ataque de bandidos, y había terminado por encontrar, no sin dificultad, al librero que también vendía tinta y papel. Una vez efectuadas las compras, se quedó unas horas más en la ciudad.

Estaba a la vez desorientado y fascinado por el ruido, el bullicio, la belleza de las mujeres, los trajes de los hombres, los variadísimos olores.

Se sintió avergonzado de su ropa y un poco asustado ante la idea de que un día cercano tendría que vivir en una ciudad mucho más grande, rica y prestigiosa. Ese pensamiento le produjo vértigo. «Una cosa después de otra», se dijo juiciosamente, y emprendió el camino de regreso a casa.