26

El semblante de Giovanni se iluminó.

—Varias veces —respondió en un tono tan vivo que su maestro comprendió de inmediato que compartía sus puntos de vista.

—Excelente. ¿Y qué has aprendido de él?

—Muchos pensamientos han conmovido mi mente todavía novata en el ejercicio de la filosofía —respondió, muy intimidado por tener que dar cuenta de una obra tan breve como grandiosa y que lo había marcado profundamente—. Me ha impresionado la ambición de Pico de aunar todas las filosofías, las teologías y las sabidurías de la humanidad: desde la Revelación cristiana hasta la Cabala judía, desde los misterios órficos hasta la religión zoroástrica, desde las doctrinas pitagóricas hasta las filosofías árabes, desde el platonismo hasta el aristotelismo… No sé si tal cosa es posible, pero el proyecto me parece enormemente loable.

Giovanni hizo una pausa, acechando en la mirada de su maestro una posible aprobación.

—Pico no consiguió llevar a cabo ese proyecto, cuyo carácter generoso tú destacas con justicia. En lo que a mí respecta, soy bastante escéptico en cuanto a la posibilidad de unir armoniosamente tantas doctrinas distintas. Ya es bastante difícil, diga lo que diga Pico, intentar armonizar el pensamiento de Platón y el de su discípulo Aristóteles. Me parece bastante poco realista querer reconciliar en todo a Jesucristo y Zoroastro, a Moisés y Jámblico, a Mahoma y Agustín. Pienso que se pueden establecer ciertas convergencias, en efecto, pero hay también profundas divergencias. Te darás cuenta tú mismo a medida que vayas estudiando. Pero continúa tu exposición. ¿Qué más has aprendido de ese librito?

—Como vos me habíais dicho, su punto de vista sobre la libertad humana. Pico quiere mostrar que la dignidad del hombre procede del hecho de que es el único ser vivo desprovisto de una naturaleza propia que lo determine hacia uno u otro comportamiento. Puesto que el hombre no se halla determinado por su naturaleza, es el ser más libre que existe. Puede elegir el bien y el mal, vivir como un ángel o vivir como un animal.

»Pico incluso llega a decir que el hombre es creador de su propia vida. ¡Ese pensamiento me ha marcado profundamente! Podemos llegar a ser lo que queramos. Y a decir verdad, me siento muy atraído por esa perspectiva, aunque implica para nosotros una gran responsabilidad.

—¡Como ves —intervino vivamente Lucius—, no hay un pensamiento más alejado de la teoría luterana! Y es en ese punto en el que comparto la visión de nuestro amigo Pico.

Giovanni ardía en deseos de hacerle una objeción a su maestro, pero dudaba por miedo a parecer pretencioso. Finalmente, se echó al agua.

—Después de esta lectura, y viendo lo mucho que insistís, como Pico de la Mirandola, en el libre albedrío, me pregunto cómo podéis creer en la influencia de los astros. ¿No es contradictorio afirmar por un lado que el hombre es libre de crear su vida, y por el otro que está sometido al determinismo astral?

—¡Tienes toda la razón, hijo! —exclamó el filósofo, irguiéndose en la silla—. Esa es la razón por la que, aunque le apasionaba la magia y toda suerte de fenómenos ocultos, Pico siempre criticó vivamente la astrología.

—Pero, entonces, ¿por qué la practicáis vos? —insistió Giovanni, un poco desconcertado—. ¡Pietro incluso me ha asegurado que sois uno de los astrólogos más ilustres de la cristiandad!

—No sé si soy, o más bien era, un astrólogo ilustre —dijo el maestro con una pizca de falsa modestia—. De lo que estoy seguro es de que los astros no nos determinan. Como decía Tolomeo, el gran astrólogo de la Antigüedad que vivió en el siglo II en Alejandría, «los astros inclinan, pero no necesitan». Para Tolomeo, la influencia astral, que proporcionaba el carácter del individuo, se sumaba al condicionamiento familiar o de la ciudad, y el hombre conservaba siempre una parte de libre albedrío ante todas esas influencias. No hay, pues, ningún determinismo absoluto, ninguna fatalidad, salvo en caso de estar sometido a esos diversos condicionamientos y no ejercer el libre albedrío, como por desgracia sucede en el caso de los que viven únicamente según sus deseos carnales y no según su mente. Eso es, por lo demás, lo que Tomás de Aquino confirmaba. Pero el hombre capaz de dominarse y de modelar su carácter según las leyes superiores de la moral y de la mente escapa a toda fatalidad y coopera libremente en la construcción de su destino. En consecuencia, y es una suerte, toda predicción astrológica es imposible o incierta.

—Si he entendido bien, los astros influyen en el cuerpo y las pasiones, no en el alma espiritual del hombre, donde reside su libre albedrío.

—Exacto.

—Pero ¿cómo escapar a nuestros condicionamientos, ya sean familiares, colectivos o astrales, y liberarse o cooperar libremente en la construcción de nuestro destino en lugar de sufrirlo?

—Nadie escapa totalmente a sus condicionamientos. El hombre está marcado toda su vida por su lengua, su educación, su carácter innato… ¡y no sé cuántas cosas más! Sin embargo, aun con el peso de los condicionamientos por nacimiento…, un colérico siempre será un colérico y un artista siempre será un artista…, puede dominar su carácter, ser dueño de sí mismo, aceptar o rechazar el hecho de ceder a las pasiones. No nacemos libres, nos hacemos.

—Entonces, ante un hombre así, ¿un astrólogo no podrá predecir nada?

—Un astrólogo podrá decir que, con una configuración celeste determinada, por ejemplo, el planeta Marte en el ascendente, tal hombre es belicoso, tiene muchas posibilidades de ser herido o de herir a otras personas, será militar o mercenario. Todo eso se hará realidad sin duda alguna si verdaderamente el individuo no tiene conciencia de sí mismo y vive dejándose llevar por sus impulsos. En la medida en que aprenda a conocerse y a controlarse, podrá evitar que ciertas cosas se hagan realidad. Sin embargo, seguirá siendo ardiente en su interior, tendrá deseos de luchar, pero se negará a ejercer la violencia y se dominará. Podrá entonces forjarse un destino distinto del que parecía inscrito en su carta astral.

»Podrá hacerse monje, por ejemplo, y su violencia se transformará en una violencia totalmente espiritual para adquirir las virtudes celestes. Como dice Jesucristo: “El Reino de Dios se conquista por la fuerza y tan solo los violentos se apoderan de él”.

Giovanni comprendía las palabras de su maestro, pero lo asaltaba una objeción. Pensando en su encuentro con Elena y en el oráculo de Luna, no pudo evitar preguntar al filósofo:

—Pero ¿todos los acontecimientos del destino dependen solo del carácter? ¿No existen determinados encuentros, determinadas adversidades o determinados sucesos venturosos que están escritos desde siempre?

Lucius frunció los ojos de contento.

—¡Tienes toda la razón! Yo también creo que la divina Providencia ha querido poner determinados encuentros o determinados sucesos, afortunados o desafortunados, en nuestro camino. No escaparemos a ellos. Uno tendrá un grave trastorno de salud, otro conocerá a un maestro espiritual en un momento importante de su vida, un tercero se enamorará de una mujer muy concreta. Pero todos podrán reaccionar libremente frente a esos acontecimientos programados por el destino. El hombre enfermo podrá quejarse de su suerte y pasarse toda la vida gimiendo o bien salir interiormente fortalecido y engrandecido por esa adversidad; el joven podrá seguir al maestro espiritual o bien continuar su camino; y el que está enamorado podrá casarse con esa mujer o bien escoger a otra.

»Los astros son señales que la Providencia ha puesto para permitir que nos conozcamos mejor y descifremos los arcanos de nuestro destino, pero en ningún caso para determinarnos de manera absoluta. Hay que mirarlos como faros que nos iluminan y no como causas que nos alienan.

—Pero ¿cuál es el origen de la ciencia de los astros, maestro? ¿Cómo han llegado los hombres a establecer una relación entre la posición de los planetas en el momento de su nacimiento y los grandes rasgos de su carácter y de su destino?

—La observación de los fenómenos celestes es tan antigua como las primeras civilizaciones. Allí donde el hombre ha construido desde siempre pueblos y ciudades, ha observado el cielo. Tal como nos ha llegado, la ciencia de los astros nació mucho antes de la llegada de Jesucristo e incluso de Moisés, en las ciudades caldeas de Ur y Babilonia.

»Los caldeos…, por cierto, así es como llamaban los romanos a los astrólogos…, observaban los planetas y habían tomado la costumbre de anotar en tablillas de arcilla el movimiento caprichoso de los cuerpos celestes, así como todo fenómeno cósmico particular: conjunción de los planetas, aparición de un cometa, eclipse de Sol o de Luna. Como también anotaban todo suceso importante acaecido en la Tierra…, epidemias, hambrunas y cosechas excepcionales, nacimiento y muerte de reyes, guerras e invasiones…, acabaron por establecer correlaciones entre los sucesos celestes y los sucesos terrestres. Así es como nació la “astrología”, término griego cuya etimología deberías poder deducir.

—«Discurso sobre los astros» —dijo Giovanni.

—Exacto. Los caldeos atribuyeron al Sol, a la Luna y a los cinco astros cuyos movimientos observamos en el cielo y que llamaron «planetas»…, de una palabra griega que significa «errante», puesto que se trata de astros errantes…, así como a los diferentes fenómenos cósmicos, la causa de los sucesos terrestres. Y puesto que esos sucesos celestes se reproducían con regularidad, dedujeron que producirían de nuevo en la Tierra sucesos similares. La observación a lo largo de varios milenios permite validar este conocimiento empírico y prever una hambruna, una guerra o una inundación.

—Comprendo —dijo Giovanni—. Pero ¿cuándo se interesaron por el destino de los individuos?

—¡Mucho más tarde! Después de numerosos siglos de observación, primero tuvieron la idea de dividir la franja celeste en la que se puede observar el recorrido del Sol, de la Luna y de los otros planetas en doce porciones iguales de treinta grados cada una.

»Esa división correspondía, de hecho, a una doble observación. En primer lugar, la de las estrellas fijas: se dieron cuenta de que tal constelación se asemejaba por su forma a tal animal y le pusieron ese nombre a la porción de treinta grados del Zodíaco. Así fue como nació el simbolismo de los doce signos. Pero, más concretamente todavía, esos signos corresponden al ciclo anual del Sol y al ritmo de las estaciones. Tú que eres campesino lo comprenderás muy bien. El Zodíaco empieza con el equinoccio de primavera, el 21 de marzo. El primer signo, el de Aries, expresa, pues, ese surgir de la fuerza vital que anima la naturaleza al principio de la primavera. Por eso, los hombres que nacen durante ese período están marcados por un temperamento emprendedor, enérgico, audaz, belicoso en ocasiones. El 21 de abril llega Tauro. Es ese segundo período de la primavera que, como sabes, se caracteriza por la abundancia de las formas, el ascenso de las esencias vegetales, la aparición de los pastos abundantes. A semejanza de la naturaleza, encontramos en los nacidos bajo el signo de Tauro estabilidad, poder, plenitud sensual, pero también obcecación o rencor. ¡Son rumiantes!

»Después viene, a partir del 21 de mayo, el tercer período de la primavera: la conquista aérea de la vegetación por parte del ramaje y el follaje, pero también por el incesante ir y venir de las abejas libando. A ese período aéreo de intercambio corresponde el signo de Géminis, marcado por el movimiento, la adaptabilidad, la comunicación, así como también la superficialidad, el jugueteo.

»El 22 de junio, el Sol ha alcanzado el punto más alto del cielo y los días están en su apogeo: es el solsticio de verano. La regresión de los días que tiene lugar hasta el siguiente solsticio de invierno está muy bien simbolizado por el cangrejo, o Cáncer, el único animal que anda hacia atrás. Los nacidos bajo el signo de Cáncer tienen, pues, la mente orientada hacia su infancia y las cosas del pasado. En el transcurso de este primer período del verano es cuando se forman las semillas: toda la naturaleza se halla en gestación. Es, por consiguiente, un signo de fecundidad, de maternidad. Los nativos están apegados al hogar, a la familia, a los valores tradicionales. Son también creativos, con una poderosa imaginación.

—Mi madre nació en ese período del año.

—¿Tienes muchos recuerdos de tu madre?

—Sí. Me acuerdo muy bien de su cara y de sus finísimas manos. Tenía también una voz muy suave y no se enfadaba nunca, al contrario que mi padre. Él nació poco después que ella, hacia principios del mes de agosto.

—Ahora llegamos precisamente ahí —prosiguió el astrólogo—. El 23 de julio empieza el signo de Leo, que simboliza en la naturaleza el triunfo de la vegetación, la plenitud del fruto, el poder del Sol y del intenso calor. Los que nacen en ese período son seres enérgicos que necesitan ser influyentes y expresar su dominio o su creatividad. Pero también pueden pecar de orgullo o de vanidad.

Giovanni esbozó una sonrisa.

—El 23 de agosto, el Sol entra en el signo de Virgo —prosiguió Lucius—. Es el período de siega, es decir, el final de un largo proceso en el que el grano sembrado en invierno da la espiga madura. La espiga será cortada, los granos se desprenderán. Todo en la naturaleza se diferencia, se selecciona, se reduce. Los nativos de Virgo están marcados por la mente que calcula, separa, ordena. No poseen una gran energía vital, sino una fuerte capacidad de trabajo, de rigor, de análisis.

»Luego, el 23 de septiembre, llega el equinoccio de otoño, simbolizado por Libra. Es el equilibrio perfecto de la duración de los días y las noches. Es el equilibrio entre el calor del verano y la rudeza del invierno. Es un período de calma, de armonía. Así pues, los nativos de Libra están constantemente en busca de paz, de equilibrio, de justicia. Pero pueden ser también perpetuos indecisos. Son tan moderados y conciliadores como categóricos y provocadores son los nativos de Aries, signo del equinoccio opuesto. El 23 de octubre, el Sol entra en Escorpio. Este segundo signo del otoño marca la muerte de la vegetación: la hierba deja de crecer, las hojas caen y se pudren. Los nativos de este signo están intensamente marcados por esa fuerza de transformación, de muerte y de renacimiento, que puede convertirlos en seres angustiados o destructores si no consiguen hacer funcionar su alquimia interior, que los empuja a superar sus potentes instintos y a acceder a una luz superior, a un secreto oculto. Después viene el signo de Sagitario, el 22 de noviembre. Todo parece muerto en la naturaleza. Pero, a semejanza del centauro que dispara una flecha hacia el cielo, la persona Sagitario está interiormente vuelta hacia el renacimiento, sabe que la vegetación volverá a crecer y que esa muerte es solo aparente.

»Los hijos de Sagitario están, pues, orientados hacia un ideal elevado, son optimistas, se sienten atraídos por lo lejano, los grandes viajes del cuerpo o del alma. Enamorados de la libertad, pueden ser también rebeldes que no soportan tener ningún vínculo de dependencia. Hacia el día 21 de diciembre llega el solsticio de invierno. A semejanza de la naturaleza, totalmente despojada, concentrada, silenciosa, severa, los nativos de Capricornio son serios, concentrados, austeros, en ocasiones tristes y solitarios. Yo soy nativo de ese signo —precisó Lucius con una leve sonrisa.

—¡Pues no es ese el carácter que veo en vos! —protestó Giovanni.

—¿Ah, no? ¿Y qué carácter ves? —preguntó el filósofo, divertido.

—Sois bueno y generoso. Serio, sí, pero nunca estáis triste. Además, tenéis un ideal muy elevado y tratáis incesantemente de avanzar en el conocimiento.

—Sí, ese es también un rasgo de los nativos de Capricornio. Al igual que la cabra que los representa y que simboliza los días que se alargan, son ambiciosos, perseverantes, y aspiran sin cesar a elevarse interior o socialmente.

—¿Por qué la cabra simboliza los días que se alargan y ese deseo de elevación?

—Deja a una cabra en cualquier lugar y obsérvala. Siempre subirá al lugar más elevado o se subirá al objeto más alto. Si trajéramos una a esta habitación, antes de cinco minutos estaría subida a la mesa.

—¡Es verdad! —exclamó Giovanni, que había vigilado a menudo rebaños de cabras.

—El signo de Acuario, el 20 de enero, simboliza en la naturaleza la asimilación de la semilla recién sembrada que se integra en la tierra. Igual que el espíritu fecunda la materia. Acuario no es un animal, sino un ángel, representación de la inteligencia, de la victoria del espíritu sobre la opacidad de la materia. El nativo de Acuario es un intelectual capaz de no apegarse a las cosas sensibles, un librepensador que solo actúa de acuerdo con su conciencia, una persona que quiere hacer germinar en las entrañas de la tierra ideas nuevas capaces de transformarla. El 19 de febrero llega por fin el último signo del Zodíaco: Piscis. Observamos en la naturaleza ese estado transitorio, impreciso, informe, entre el invierno que termina y la primavera que se anuncia. A semejanza de la naturaleza y de los peces, los nativos de Piscis son inaprensibles. Evolucionan en las profundidades movedizas de su alma o de su imaginación. Están dotados de una gran sensibilidad que los hace capaces de consagrarse por entero a los demás, pero también de perderse y dejar de saber quiénes son.

Lucius hizo una pausa y se levantó para beber un vaso de agua. Giovanni se quedó pensativo. Él había nacido poco antes del equinoccio de primavera, luego era nativo del signo de Piscis. Y, en efecto, era un soñador dotado de una enorme imaginación. También había descubierto que podía sentir una gran compasión. ¡Qué extraño era que todos los individuos nacidos en el mismo período del año tuvieran unos rasgos comunes! Aunque quizá eso podía explicarse, como había hecho su maestro, por un condicionamiento del medio natural vinculado a los ciclos de las estaciones. Las constelaciones de las estrellas fijas que habían inspirado sus nombres a los signos del Zodíaco eran, entonces, lo de menos. Solo contaban realmente las estaciones y su simbolismo. Al igual que los pueblos de los países cálidos debían de tener un temperamento diferente que los pueblos de los países fríos, un hombre nacido en invierno debía de ser diferente, más introvertido, por ejemplo, que un hombre nacido en verano. Eso, Giovanni podía comprenderlo. Pero sabía que la astrología iba mucho más lejos y se interesaba también por el día y la hora en que había nacido un individuo. Preguntó, pues, a su maestro sobre esta cuestión.

—La palabra «horóscopo» significa «hora» —respondió el filósofo—. Los babilonios empezaron, aunque bastante tardíamente, a hacer el horóscopo del rey, es decir, anotaban las posiciones del Sol, de la Luna y de los cinco planetas en la banda celeste donde esos astros se movían en el momento preciso de su nacimiento. Adquirieron también la costumbre de dividir el horóscopo de nacimiento del rey en cuatro partes iguales correspondientes a los cuatro puntos cardinales: el este, el sur, el oeste, y el norte. Miraban dónde estaban situados las luminarias y los planetas a la hora y en el lugar preciso del nacimiento del soberano, y los anotaban en el sitio correspondiente de su horóscopo. Si nacía al amanecer, dibujaban el Sol en el ascendente en el momento del nacimiento. Si nacía hacia mediodía, el Sol estaba en el cénit, en lo alto del cielo. Si, por el contrario, el rey nacía durante la puesta del Sol, anotaban que tenía el Sol en el descendente, y en el fondo del cielo si nacía durante la noche. Y colocaban de igual modo los otros planetas, interesándose en particular por los que estaban en conjunción en los cuatro ángulos del horóscopo. Fue así como se percataron de que un hombre que tenía, por ejemplo, el planeta Marte en el ascendente o en el centro del cielo era de carácter belicoso y podía ser un buen militar, y, a la inversa, de que un hombre marcado por el planeta Venus era tranquilo y creativo.

»Fíjate, la interpretación del horóscopo individual se basa en esta doble inscripción, celeste y terrestre: las dos luminarias y los cinco planetas en los doce signos del Zodíaco y en los cuatro ángulos del horóscopo. Esta práctica se extendió por el imperio de Alejandro Magno y por el Imperio romano, que heredaron los conocimientos astrológicos de los caldeos.

Giovanni estaba pendiente de las palabras de su maestro. Pensó que le sería muy provechoso conocer su horóscopo.

—Maestro, tengo una petición difícil de formular.

El anciano miró a Giovanni directamente a los ojos. Su mirada era intensa pero plácida.

—Escuchándoos, me digo que me sería de gran valor conocer mi cielo de nacimiento.

—¡Veo que las grandes cuestiones universales te interesan menos que tu pequeño ombligo! —repuso el filósofo con ironía.

Giovanni bajó la cabeza sonrojándose.

—¡Estoy burlándome de ti! —prosiguió el anciano en un tono paternal—. Tu petición es muy justa. Y para ser sincero, tenía la intención de hacer e interpretar tu horóscopo. Pero ¿sabes tú fecha de nacimiento?

Giovanni sabía que había nacido justo antes de primavera y su madre le había dicho que había venido al mundo en el crepúsculo, una noche de luna llena. Como sabía su edad —había entrado recientemente en su decimonoveno año—, bastaba un sencillo cálculo para saber que había nacido hacia finales del mes de marzo del año 1514. El filósofo acogió esa información con prudencia:

—No podré interpretar tu horóscopo sin haber mirado en las efemérides la posición de los planetas.

—¿Las efemérides?

—Son unas tablas astronómicas donde se registran, gracias a la observación diaria, las posiciones del Sol, de la Luna y de los cinco planetas. Hace casi un siglo que hay astrónomos dedicados a anotar esas posiciones. Compré todas esas tablas cuando ejercía la astrología en Florencia, de 1490 a 1520, y me acompañaron en mi exilio.

—¿Podríais, entonces, establecer mi cielo de nacimiento?

—Desde luego, siempre y cuando la información proporcionada por tu madre me permita precisar el día y la hora de tu nacimiento. Hablaremos de nuevo de esto…, veamos…, el próximo miércoles, el día de Mercurio, ¿qué te parece?