24

Nosotros que creemos en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación».

—Detente ahí —ordenó el anciano cuando Giovanni terminó de leer la primera parte de la carta de Pablo—. Esa es la piedra angular de todo el edificio del pensamiento pauliniano. Para que comprendas bien ese pensamiento, que tendrá tanta influencia a lo largo de los siglos y hasta en esta querella entre esas dos grandes mentes que son Erasmo y Lutero, voy a decirte unas palabras sobre Pablo, que fue el verdadero fundador de la religión cristiana.

—¿No fue Nuestro Señor Jesucristo quien fundó la religión que lleva su nombre? —preguntó, atónito, Giovanni.

El maestro le contó entonces la historia de Saúl, un judío culto y piadoso, quien, cuando se convirtió a Cristo, tomó el nombre de Pablo y seguramente llegó a ser el apóstol que difundió con más celo el Evangelio, es decir, «la Buena Nueva» de Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado para salvar a los hombres, en oposición al resto de los apóstoles, que insistían en que el hombre debía respetar los mandamientos para tener derecho a ser salvado.

—¿Y Pablo consiguió convencer a los demás apóstoles, a pesar de que ellos habían conocido a Jesucristo en carne y hueso? —preguntó Giovanni lleno de asombro.

—¡Suscitó una viva polémica! Pedro convocó un gran debate en Jerusalén, reunión que fue considerada por la tradición el primer concilio de la Iglesia naciente. Pablo argumentó tan bien, recordando la vida y milagros de Jesús relatados por los propios discípulos, que acabó por convencer a los más reticentes.

»La verdadera ruptura, por la que la religión de Jesucristo se desarrolla fuera de la comunidad judía, data de ahí. Pablo estaba convencido de que el anuncio de Jesucristo salvador iba dirigido a todos los hombres, cualesquiera que fuesen su lengua y el color de su piel, para que recibieran la Vida eterna a través de la fe en Jesucristo.

El anciano hizo una pausa. Cerró los ojos unos instantes, luego sonrió a Giovanni y continuó con voz grave:

—Vayamos ahora a la cuestión del libre albedrío. Más adelante, los primeros pensadores cristianos, a los que se llama Padres de la Iglesia, intentaron explicar esa Salvación operada por la gracia de Dios…, porque la fe es un don de Dios…, pero insistiendo también en la parte de mérito que corresponde al hombre. Establecieron así que el hombre colaboraba en su Salvación recibiendo libremente el don de la fe y haciendo obras buenas, pruebas y testimonios de su fe en Jesús. Dicho de otro modo, aunque la Salvación es concedida de una vez para siempre por Jesucristo, el hombre es libre de aceptarla o rechazarla y debe manifestar mediante acciones justas su conversión a la fe cristiana. Algunos teólogos han insistido especialmente en la libertad humana.

»Apoyándose en la Epístola a los Romanos de Pablo, Lutero ha dado un paso más y ha llegado a afirmar que el hombre se salva únicamente por la gracia divina y por su fe en Jesucristo. Esta posición conduce a suprimir toda idea de participación del hombre en su Salvación y, por lo tanto, de libre albedrío. Según la doctrina profesada por Lutero, estamos obligados a afirmar que Dios ha predestinado a determinados hombres a tener fe y a ser salvados sean cuales sean sus obras, y a otros, que no han recibido el don de la fe, a ser condenados sean cuales sean sus obras. Aunque él no lo dice tan claramente, sus discípulos no se privan de hacerlo, por ejemplo, su amigo Juan Calvino.

Giovanni reflexionó unos instantes. Esa posición le parecía muy sorprendente. ¿Cómo podía un Dios totalmente bueno elegir, para toda la eternidad, salvar a determinados hombres y condenar a los demás sin tener en cuenta la libertad y los actos de cada uno? Preguntó al anciano sobre ese punto.

—¡Precisamente por eso no puedo seguir a Lutero! Comparto sus puntos de vista sobre la limpieza a fondo que necesita la Iglesia, sobre el escándalo de la venta de indulgencias, sobre la necesidad de reducir el número de sacramentos y la autoridad del Papa, e incluso sobre la utilidad para todos los cristianos de leer la Biblia y de ejercer su espíritu crítico. Sin embargo, llevada hasta el final, su teología convierte a Dios en una especie de tirano cruel que decide…, ¿según qué criterios?…, justificar a unos hombres y reprobar a otros, y en definitiva convierte al ser humano en un títere desprovisto de toda libertad. Toma, lee este pasaje del libro escrito por Lutero en respuesta al de Erasmo, que le reprochaba su doctrina sobre el libre albedrío.

El filósofo abrió el tratado De servo arbitrio y se lo tendió a Giovanni. El joven vio que algunas líneas estaban subrayadas:

—«Así pues, la voluntad humana está situada entre dos, como una bestia de carga. Si la monta Dios, quiere ir y va allí donde Dios quiere, como dice el Salmo: “Me he vuelto como una bestia de carga, y sigo estando contigo”. Si la monta Satán, quiere ir y va allí donde Satán quiere. Y no depende de su voluntad correr hacia uno o hacia otro de esos jinetes o buscarlo; sino que son los propios jinetes los que se enfrentan para apoderarse de ella y poseerla».

El anciano se sublevó con vehemencia:

—¡Ese Dios que se apodera de unos y entrega a los otros al poder del demonio no es el mío! Porque eso equivale a decir, puesto que Dios es Todopoderoso y el hombre totalmente impotente, que Dios es la causa no solo del bien sino también del mal.

El filósofo cogió el libro de Erasmo y lo abrió por las últimas páginas.

—Erasmo concluye, con toda la razón, que la teoría de Lutero conduce a la terrible paradoja según la cual «Dios premia en unos sus propias buenas acciones mediante la gloria eterna y castiga en otros sus propias malas acciones mediante los suplicios eternos». Para nosotros, esa posición es insostenible. Como cristianos, no podemos suscribir esa representación de un Dios tan cruel, y como humanistas, no podemos aceptar que el hombre esté tan totalmente desprovisto de libre albedrío.

»Compartimos con Lutero su preocupación por rehabilitar la palabra y el pensamiento de todos los individuos frente a la tiranía del poder romano, que pretende regentar la fe de todos. En eso, Lutero es también un verdadero humanista, y esa es la razón por la que en otros tiempos lo defendí firmemente, al precio del exilio, contra las autoridades eclesiásticas cuando lo excomulgaron. Pero no podemos aceptar que esa liberación de la tutela romana se haga al precio de la libertad humana. Y sobre esa cuestión del libre albedrío, la Iglesia romana, pese a todos sus defectos, es la que sostiene el discurso que salva la dignidad humana.

Giovanni se sentía plenamente de acuerdo con las palabras de su maestro. Le parecía que valía más ser libre que esclavo, a riesgo de perder el alma eligiendo el mal en lugar del bien.

Se dio cuenta de que no sabía si realmente tenía fe. Creía de manera natural, pero sin que esa fe fuera el resultado de una maduración, de una reflexión, sin que estuviera viva. Y desde que leía a los filósofos paganos de la Antigüedad, se sentía más cerca de sus opiniones que de muchas de las palabras de la Biblia, cuyo sentido no comprendía o le chocaba.

Esa cuestión de la Salvación le preocupaba en la medida en que se preguntaba si su vida estaba trazada, si su destino estaba escrito y si él no podía cambiar nada de él, como pensaban los discípulos de Lutero, o bien si era libre y responsable de sus actos y de su existencia.

—¿Y qué pensáis vos, a la luz de las doctrinas de los filósofos, sobre el destino y el libre albedrío?

Lucius se levantó y fue a coger un libro de la biblioteca. Se lo tendió a Giovanni sonriendo.

—¡Toma! ¡Lee esto! Es la introducción de las novecientas tesis que mi amigo Pico de la Mirandola quería someter a todos los sabios de su época y que fueron condenadas por el Papa. Es una pequeña joya y encontrarás ahí lo que yo pienso sobre la libertad humana.

Giovanni dio las gracias a su maestro y salió de la casa. Se alejó y se sentó al pie de un viejo roble cubierto de musgo. Abrió el pequeño libro y leyó el título: De hominis dignitate, «Sobre la dignidad humana». A continuación, emocionado, empezó a leerlo.