19

La joven cogió el cuchillo y rajó el vientre de la liebre. Separó los dos lados y dejó a la vista las vísceras. Iluminada por las llamas de la fogata, dejó que su mirada se perdiera en las entrañas ensangrentadas del animal.

Giovanni miraba con cierta aprensión los ojos de Luna. Estos cambiaron de color hasta teñirse casi de rojo. Estaban totalmente concentrados en esa masa viscosa y, al mismo tiempo, parecían mirar lejos, muy lejos.

Rápidamente, una emoción se apoderó de Luna. Echó la cabeza hacia atrás, como si algo horrible surgiera de las entrañas del animal.

—Una mujer, veo a una mujer rodeada de soldados. Se sujeta con las dos manos el abultado vientre. Sin duda lleva un niño en su seno. Corre un gran peligro.

Luna cerró los ojos unos instantes. Su voz sonaba rara. Parecía poseída por una fuerza exterior. Miró de nuevo las vísceras del animal.

—Veo a un chiquillo, de siete u ocho años como máximo. Mira cómo bajan un ataúd para enterrarlo. Contiene las lágrimas. Pero está triste, perdido. Contiene las lágrimas, pero un velo de melancolía envuelve para siempre su corazón.

»Ahora vuelvo a ver el rostro de la mujer que llevaba un niño en su seno. Tiene el pelo muy negro. Todavía es joven, pero su corazón y su mente son enormes y profundos. Consuela al chiquillo. Quiere sacarlo de su tristeza. ¡Le acaricia la cara con tanto amor!

Luna parecía ya extenuada. Recobró el aliento.

—Otra mujer. Esta es mayor que la anterior. ¡Cuánto sufre en su fuero interno! Piensa en un hombre al que ama y que es condenado a una pena terrible. Se dice que habría podido evitarlo. Se siente culpable de lo que sucede.

»La veo más joven, mucho más joven. ¡Qué guapa es! Pero también está trastornada. Mira el cadáver de un hombre traspasado por una espada.

»¡Veo al asesino de ese hombre! Es… Eres… Eres tú quien lo ha matado. Veo otro cadáver, ¡y a este también lo has matado tú!

»Veo otro más… ¡y tú eres el asesino!

»Veo a un hombre asustado, tiene una cicatriz en la mano…, te acercas a él…, vas a asesinarlo con una espada, levantas el brazo.

»Todo se detiene.

»Veo a cuatro ancianos sentados en sendos tronos. Hay un quinto trono vacío. Tú estás frente a ellos. Te miran con bondad.

»El primero lleva un curioso gorro de estrellas, el segundo está ciego, otro lleva una larga barba blanca y el último viste una gran túnica blanca sin costuras. El primer anciano habla: “Tu lugar está con nosotros, hijo mío, pues tu alma es profunda y pura”. El segundo continúa: “Sin embargo, ya tienes las manos ensangrentadas, porque vas a matar por celos, por miedo y por ira”. Oigo al tercer anciano tomar la palabra: “Si quitas la vida una cuarta vez, será por odio…, y entonces tu alma estará perdida para siempre”. El último te muestra la bóveda celeste: “Mira tú trágico y luminoso destino, Giovanni. ¿Lo aceptas?”.