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Después de completas he caído en la cuenta de que había olvidado cerrar con llave el taller de pintura —susurró con nerviosismo fray Ángelo al prior, que era todo oídos—. Así que he vuelto sobre mis pasos y he visto que la puerta estaba entreabierta y la habitación iluminada. Me he acercado con precaución y he echado un vistazo al interior. Cuál no ha sido mi sorpresa al ver al herido sentado a mi mesa, iluminado por una antorcha, grabando sobre una madera que yo había dejado preparada para utilizarla más tarde.

—¿Quieres decir que ha cogido tu estilete para grabar el dibujo de un icono?

—¡No lo sé! No he querido entrar. He venido corriendo a avisaros…

—Has hecho bien —dijo el prior, conduciendo al monje hacia el taller de pintura—. Vamos a ver qué está pasando.

Al llegar al pasillo, los dos monjes observaron que el taller estaba sumido en la oscuridad.

—Espero que no haya pasado nada —masculló el prior con ansiedad.

Entraron en la habitación e iluminaron todos los rincones con la antorcha. El hombre se había ido; seguramente había vuelto a la enfermería. Pero, cuando la luz mostró la mesa de trabajo, fray Ángelo no pudo reprimir una exclamación.

Sobre la madera embadurnada con una ligera capa de yeso, el amnésico había grabado una Virgen que llevaba con ternura al Niño Jesús en sus brazos. Los rasgos eran magníficos; las proporciones, perfectas.

—¡Por san Benedicto, es asombroso! —exclamó fray Ángelo—. ¡Una Virgen de la Misericordia! ¿Cómo ha podido hacer un dibujo semejante en tan poco tiempo…? ¡Y sin modelo!

—¿Quieres decir que no ha podido inspirarse en un icono ya pintado? —preguntó don Salvatore, cuya mirada registraba la habitación en busca de posibles modelos.

—¡Imposible! Yo nunca he pintado esa Virgen. Es un icono de la escuela del célebre pintor ruso Andrei Rublev, que nació en el siglo XIV.

—Lo que significa que nuestro hombre ya había pintado ese icono —dijo el prior, pensativo.

—Sin duda. Y muchas veces, a juzgar por la firmeza de sus trazos. Pero en Italia no ha podido aprender ese arte.

—¿Conoces algún lugar dónde se pinten estas Vírgenes de la Misericordia? —preguntó don Salvatore, cada vez más intrigado.

Fray Ángelo se quedó pensando un momento mientras se pasaba un dedo por los labios.

—Que yo sepa, solo hay dos talleres en el mundo donde saben pintar esas Vírgenes —respondió el monje con gravedad—. El primero es el gran monasterio ruso de Zagorsk, cerca de Moscú.

—¡Moscú! —exclamó el prior.

—El segundo es una península griega donde solo quedan monjes y adonde han emigrado pintores rusos: el monte Athos.

—Lo que significaría que nuestro hombre ha vivido y aprendido a pintar iconos en Rusia o en Grecia —prosiguió el prior.

Fray Ángelo se volvió hacia él.

—Sí. Pero pocos laicos son admitidos en esos lugares sagrados de la ortodoxia… ¡Probablemente nuestro hombre es un monje!