Capítulo XVIII

«VIEJAS TORRES»

—Bueno, ya lo visteis. Se dejó caer y saltó adentro —comentó Jorge con asombro—. Espero que no se haya roto una pierna. Julián, enfoca tu linterna.

Julián iluminó la entrada.

—Es bastante profundo —aseguró—. Será mejor que vayamos a buscar las cuerdas de nuestros trineos y bajemos con ellas. No me apetece en absoluto romperme una pierna o torcerme un pie en estos momentos.

—Si atravesamos los trineos sobre el hueco y dejamos colgar las cuerdas dentro podremos bajar con facilidad —propuso Dick.

Así lo hicieron. Colocó su trineo sobre el agujero y luego Julián hizo lo mismo. Pronto las cuerdas colgaron dispuestas a ayudar a bajar a los cuatro niños.

—¿Y Tim? —inquirió Jorge ansiosamente—. Dave ha saltado también. Espero que no se haya roto una pata…

—Lo envolveré en mi chaquetón y lo ataré a una de las cuerdas —resolvió Julián—. Así podremos bajarlo tranquilamente. Ven, Tim.

Una vez Tim estuvo preparado, Dick descendió por la otra cuerda y llegó al fondo del agujero, listo para recoger al perro. En realidad, no resultó nada difícil. Aily los miró desdeñosamente al ver que usaban cuerdas.

—Nosotros no somos unos corzos como tú, ¿sabes? No estamos acostumbrados a pasarnos todo el día correteando por las montañas, Aily. Bueno, pues, ya estamos en el gran, gran agujero. ¿Y ahora qué? —Iluminó todo el recinto con la linterna—. Sí, es un pozo natural. Una pequeña caverna bajo tierra. ¡Eh! ¿No es eso un túnel?

—Sí —convino Jorge. Aily y el cordero se metieron juntos en el oscuro túnel—. Mirad eso. Sin linterna ni luz de ninguna clase y se mete en la oscuridad sin ningún miedo. ¡En su lugar, yo me sentiría bastante asustada!

—Tiene ojos de gato —comentó Ana—. ¿La seguimos? Me parece que será lo mejor, si no queremos perdernos de ella.

—Ven, Tim —llamó Jorge.

Y los cinco avanzaron por el oscuro y serpenteante túnel, siguiendo a Aily. Ana observó el techo rocoso y pensó maravillada en las masas de brezos que crecían sobre él, cubiertos de gruesa nieve. ¡Ya no veían a Aily! Julián empezó a preocuparse.

—¡Aily, vuelve! No hubo respuesta.

—No importa —le tranquilizó Dick—. Probablemente sólo hay un camino y ya sabe que tenemos que seguirla a la fuerza. Si encontramos una bifurcación la llamaremos otra vez.

Pero no encontraron ninguna. El pasadizo seguía serpenteando y bajando invariablemente. El techo y las paredes eran rocosos, pero bajo sus pies había arena sucia alternando con trozos de roca, lo cual los obligaba a avanzar a trompicones.

Julián consultó su brújula.

—Hemos estado siguiendo la dirección nordeste, poco más o menos. Por ahí debe encontrarse «Viejas Torres». Creo que ya sé cómo entró Aily en la casa.

—Sí. Sin duda el pasadizo pasa por debajo de la «valla que muerde» y bajo los jardines y termina cerca de las dependencias de la casa. O puede que dentro de ellas — explicó Dick—. ¿Por dónde andará esa cría?

La vieron en aquel momento a la luz de la linterna de Julián. Los estaba aguardando en una esquina con Dave y Fany. Señaló hacia adelante.

—El camino hacia el jardín —anunció—. Un pequeño agujero, grande para Aily, pero no para vosotros.

Julián enfocó la linterna en su dirección. Descubrió un agujero pequeño, cubierto de brezos o cizaña, no podía asegurarlo. Observó los bordes rocosos del estrecho pasadizo y comprendió que a Aily le fue muy fácil subir por allí para deslizarse por el hueco y entrar en los jardines. Así pudo recoger los papeles que la pobre anciana había ido tirando esperanzada. Seguramente Aily era la única persona que había logrado introducirse en los jardines sin permiso.

—Por aquí —ordenó Aily—. Y los condujo más allá del agujero, siempre hacia abajo.

—Ya debemos de estar bajo la casa —aventuró Julián—. Me pregunto si…

Pero antes de que terminara su frase, vio que el pasadizo les había llevado a una antigua y casi arruinada caverna. Atravesaron una pared semiderruida y Aily los llevó orgullosamente a un oscuro y desordenado sótano lleno de toneles y viejas botellas. En otros tiempos debió de haber servido como bodega.

—¡Cuántos sótanos! —observó Dick, asombrado mientras pasaban de uno a otro—. ¡Hay docenas de ellos! ¿Qué es esto, Aily?

Habían llegado a, un lugar donde aparecía una pared totalmente derrumbada. Sin embargo, parecía haber sido derribada por manos humanas, puesto que el hueco era nuevo y no estaba cubierto de musgo y líquenes como los otros.

Un gran boquete había sido abierto en lo que a primera vista parecía una caverna herméticamente cerrada.

Entonces les llegó un extraño ruido, un sonido de agua que gorgoteaba y salpicaba. Julián dio un paso adelante para poder curiosear en la caverna de la pared derribada.

Aily tiró de su mano, aterrorizada.

—¡No, no! ¡No vayas ahí! Hombres malos, hombres muy malos. ¡Es un sitio malo!

—¡Mirad! —exclamó Julián, extrañado, sin hacer caso de la advertencia de Aily—. Un río subterráneo. No un arroyuelo. ¡Un río! Corre bajo la montaña. Probablemente recoge los arroyos que encuentra en su camino. Y apuesto a que desemboca en el mar por algún lado. Sabemos que el mar no está lejos.

—Malos hombres aquí abajo —advirtió Aily presa de pánico, tirando de Dick y de Jorge—. ¡Bang, bang! Gran fuego, gran ruido. Venid a la casa, de prisa.

—¡Demonios! Esto sí que es extraordinario —comentó Julián, atónito—. ¿Qué está ocurriendo aquí? Tenemos que averiguarlo. ¿Qué diablos quiere decir Aily?

Ana y Jorge también estaban asombradas. Sin embargo, no sentían el menor deseo de seguir el río para investigar.

—Es mejor que dejemos eso por ahora y que entremos en la casa —propuso Jorge—. Al fin y al cabo, lo más importante por el momento es salvar a la señora. No me extraña que la encerraran en una de las torres. Así no puede enterarse de lo que está pasando.

—Bueno, que me cuelguen si lo entiendo —dijo Dick—. No estoy seguro de que esto no sea una especie de pesadilla.

—Venid a la casa —repitió Aily.

Y esta vez, para su alivio, la siguieron. Tim trotaba junto a Jorge sin acabar de entender todo aquello. Aily los condujo sin equivocaciones a través de las derribadas murallas, cruzando bodegas llenas de moho, hasta llegar a una que daba muestras de haber sido usada recientemente como almacén. Latas de comida, muebles antiguos, viejas cajas, latas y bañeras, barriles de todos los tamaños y modelos aparecían esparcidos por allí.

—No hagáis ruido —advirtió Aily, obligándolos a caminar silenciosamente. La siguieron por un largo tramo de escaleras de piedra, que los llevó a una gran puerta semiabierta. Aily se detuvo para escuchar. Probablemente trataba de averiguar si se encontraba por allí el alto guarda, pensó Julián. ¡Ojalá que el feroz perro no anduviera por la casa! Le susurró a Aily:

—¿El gran perro está en la casa, Aily?

—No. Gran perro en el jardín, gran perro en el jardín todo el día y toda la noche — le respondió la chiquilla. Julián se sintió más tranquilo.

—Aily encuentra hombre —exclamó Aily. Y salió haciendo señas a sus amigos de que aguardaran.

—Ha ido a ver dónde está el guarda —informó Julián—. ¿Habéis visto alguna vez a alguien como ella? ¡Caray! Ya está de vuelta.

En efecto, allí estaba con su traviesa sonrisa.

—Hombre duerme —anunció—. Hombre seguro.

Los llevó a través de la puerta hasta una enorme cocina. Tenía una chimenea colosal en un extremo, ahora vacía y negra. Aily abrió la puerta de la despensa y se metió dentro. Sacó un pastel de carne y se lo ofreció a Julián, pero éste se negó a tomarlo.

—No, no puedes cogerlo.

Aily no entendió o no quiso entender y se comió con todo gusto un trozo del pastel, poniendo el resto en el suelo para que se lo terminaran los perros, que no le hicieron ningún remilgo.

—Aily, llévanos con la señora —urgió Dick, que no quería desperdiciar el tiempo en cosas como aquélla—. ¿Estás segura de que no hay ninguna persona más en la casa?

—Aily sabe —declaró la chiquilla—. Un hombre que vigila, allí. —Y señalaba una puerta cercana—. Vigila a la vieja señora y el perro vigila el jardín. Los otros hombres no vienen aquí.

—Bueno, y entonces, ¿dónde viven esos extraños «hombres»? —preguntó Julián.

Pero Aily no comprendió. Los llevó a un gran recibidor con dos tramos de escalera que subían y se encontraban en un ancho corredor. El cordero saltaba y Dave ladró alegremente.

—¡Chist! —exclamaron los cuatro a coro. Aily se echó a reír. Se sentía en su casa y Dick se preguntó cuántas veces habría bajado por el agujero para rondar por allí. No le extrañaba que desapareciera tantas noches de su casa. Sin duda acostumbraba ir a esconderse a cualquier rincón del caserón. Subieron por las escalinatas. Aily se negó a seguir más arriba del segundo piso. Habían subido dos tramos de escalera y ahora aparecía ante ellos un corredor con pinturas que desembocaba en otra escalera, situada en el fondo. La niña se volvió y rechazó la mano de Julián.

—¿Qué pasa? —preguntó éste.

—Aily no va allí —repuso ella retrocediendo—. No va allí nunca más. ¡Estas gentes ven a Aily! —Y señaló a los grandes cuadros, cada uno de los cuales representaba a uno de los antiguos propietarios de la casa.

—Tiene miedo de los retratos —exclamó Ana—. Miedo de sus ojos que la siguen cuando corre por la galería. ¡Qué niña más divertida! De acuerdo, Aily, tú te quedas aquí. Vamos a las torres.

Aily se escondió con Dave y Fany tras una cortina. Ana observó los graves retratos, mientras los cuatro, seguidos por Tim, avanzaban en silencio por la larga galería. Se estremeció ligeramente. Los ojos parecían seguirlos, mirándolos sería y desaprobadoramente.

Un tramo de escalera y otro más. Y se encontraron en un pasillo que unía ambas torres. ¿Cuál era la habitación que ellos buscaban?

Fue muy fácil saberlo. Todas, excepto una, tenían las puertas abiertas.

—¡Tiene que ser ésta! —aventuró Julián, al tiempo que llamaba con los nudillos.

—¿Quién es? —preguntó una voz débil y melancólica—. Seguro que no eres tú, Matthew. Tú no tienes educación. ¡Abre la puerta como siempre y no te burles de mí!

—La llave está en la cerradura —observó Dick—. Abre ya, Ju. ¡De prisa!