«GRAN, GRAN AGUJERO»
Por la mañana todos se despertaron temprano. Habían dormido bien y se sentían llenos de expectación y muy excitados al pensar que iban a correr una aventura. Entrarían en la vieja casa y descubrirían sus secretos. ¡Sería una aventura maravillosa!
Aily seguía a Julián por la habitación como un perrito. Se empeñó en tomar el desayuno sentada en sus rodillas, tal como había cenado, y él se lo permitió. Estaba dispuesto a hacer todo lo que ella quisiera con tal que les enseñara el camino para poder entrar en «Viejas Torres».
—Será mejor que salgamos pronto —les urgió Ana, mirando hacia el exterior—. Está nevando bastante y podríamos perdernos.
—Es verdad. Si Aily nos lleva campo a través no tendremos ni idea de hacia dónde vamos con esta espesa nevada —advirtió Julián con ansiedad.
—Voy a arreglar esto un poco y en seguida nos vamos —continuó Ana—.
¿Llevamos algo de comer, Ju?
—Sí, no faltaba más. Prepara lo suficiente para todos —asintió Julián al instante—.
¡Sabe Dios cuándo volveremos al chalet! Jorge te ayudará a preparar los bocadillos, ¿verdad, Jorge? Y mete también algunas tabletas de chocolate en el paquete, y manzanas, si es que aún no se han terminado.
—¡Y por todos los santos! Acordaos de las linternas —advirtió Dick.
Aily observó a sus amigas mientras preparaban los emparedados, pescando los trocitos que sobraban para dárselos a Dave. El cordero parecía sentirse como en su casa y retozaba entorpeciendo el paso a todos. Pero a nadie le importaba. ¡Era un animalito tan encantador!
Por fin tuvieron los bocadillos listos y repartieron todos los comestibles entre dos mochilas. Limpiaron y adecentaron la cabaña y se pusieron ropa de abrigo.
—Creo que lo mejor será bajar en trineo. Con el impulso subiríamos casi hasta medio camino de la ladera de «Viejas Torres» —comentó Julián, mirando la nieve—. Andando tardaríamos siglos. Y no podemos ir esquiando porque no tenemos esquís para Aily. Además, tampoco creo que supiera usarlos.
—Sí, vamos en los trineos —convino Jorge, complacida—. ¿Y qué hacemos con el cordero? ¿Lo dejamos aquí? A Dave, en cambio, podemos llevarlo.
De todos modos, no hubo necesidad de discutirlo. Aily se negó rotundamente a salir sin su perro y su cordero. Los cogió en brazos y frunció el ceño cuando Julián sugirió dejarlos en la cálida casita. También se negó a que la abrigaran y sólo consintió en ponerse una bufanda y un gorro de lana, y eso porque eran exactamente iguales a los que llevaba Julián.
Por último salieron. Todavía nevaba y Julián dudaba muchísimo de que fueran capaces de bajar su propia ladera y subir la siguiente sin perder el sentido de orientación.
Los trineos iban cargados hasta el tope, Julián y Dick montaron en uno con Aily y el cordero entre ellos. Las niñas subieron en el otro colocando en el medio a Dave y a Tim. Jorge iba delante y Ana detrás, cargando con la pesada tarea de dirigir la marcha y evitar al mismo tiempo que cayeran los dos perros.
—Lo más seguro será que volquemos —dijo a Jorge—. ¡Huy! Ojalá hubiéramos esperado un poco. Está nevando muy fuerte ahora.
—Mejor —repuso Julián—. Así nadie nos descubrirá cuando nos acerquemos a
«Viejas Torres». No podrán ver nada a través de la nieve.
El trineo de Julián partió velozmente por la nevada ladera. Cogió velocidad y los muchachos gritaron felices al sentir el viento chocando contra la cara. Aily se agarró fuertemente a la espalda de Julián, medio asustada. El cordero no osaba moverse de su lugar. Encajonado entre Aily y Julián, lo observaba todo con ojos atónitos.
¡Zummm! Llegaron al pie de su ladera y subieron un trozo de la otra, perdiendo velocidad gradualmente, hasta que al fin el trineo se detuvo. No muy lejos, el de Jorge también se paró. Jorge saltó y lo arrastró hasta dejarlo junto al de su primo.
—¡Bárbaro! —exclamó con el rostro resplandeciente— ¿Qué hacemos ahora? ¡Fue un descenso maravilloso!
—¡De película! —asintió Julián—. ¡Ojalá tuviéramos tiempo para repetirlo! ¿Te gustó, Aily?
—No —replicó Aily, colocándose el gorro de lana para que estuviese exactamente como lo llevaba Julián—. No. Me pone la nariz fría, muy fría.
Se cubrió la nariz con la mano para calentarla. Jorge rió.
—Me da risa oírla quejarse de tener la nariz fría cuando apenas lleva ropa sobre su cuerpo, tan delgado. A mí me parece que debe de tener frío en todo el cuerpo, no sólo en la nariz.
—Aily, ¿puedes encontrar el gran agujero? —preguntó Julián mirando a su alrededor.
Caían gruesos copos de nieve y sólo se alcanzaba a ver a pocos metros. Aily permanecía con los pies enterrados en la nieve, observando en torno suyo. Julián temió que dijera que no sabía qué dirección tomar. ¡Incluso tenía serias dudas sobre si sabría encontrar el camino de vuelta!
Pero Aily era como un perrito. Tenía un gran sentido de la orientación y podía ir de un sitio a otro en una noche oscura o nevando sin la menor dificultad. Al fin dijo:
—Aily lo sabe. Dave también lo sabe.
Dio unos pasos hacia delante, pero se hundió en la nieve hasta las caderas y sus ligeros zapatos quedaron calados.
—Debe de tener los pies helados —dijo Dick—. Será mejor que se siente en un trineo y que la llevemos, Ju. Qué pena que no tuviéramos botas de goma de su tamaño para dejárselas. ¿Sabes lo que te digo? Esta expedición es una locura. Espero por nuestro bien que Aily sepa adonde nos lleva. En este momento no tengo la más remota idea de dónde está el Este, el Oeste, el Norte o el Sur.
—Espera. Tengo una brújula en uno de mis bolsillos —le respondió Julián. Y empezó a rebuscar entre sus ropas. Por último, sacó una pequeña brújula y la consultó—. Por ahí está el Sur —señaló—. Así que «Viejas Torres» se encuentra en aquella dirección. El Sur está justo frente a nuestro chalet. Recuerda que el sol brilla directamente delante de nuestras ventanas a mediodía. O sea, que hemos avanzado hacia el Sur.
—Veamos hacia dónde nos señala Aily —propuso Dick. La sentó en su trineo y la envolvió en la bufanda—. Ahora, ¿por dónde, Aily?
Aily señaló inmediatamente hacia el Sur. Todos se quedaron muy impresionados.
—Está bien —asintió Julián—. Oye, Dick, yo llevaré a Aily en mi trineo. Tú puedes arrastrar el de las niñas.
Empezaron a subir el trecho de la ladera que faltaba para llegar a «Viejas Torres», Aily con Fany y Dave en el trineo y Tim sentado en el trineo de Jorge. Las niñas caminaban tras de ellos. Tim se divertía muchísimo. No le gustaba andar sobre la nieve porque sus patas se hundían cuando intentaba correr. ¡Era mucho más cómodo sentarse en el trineo y dejar que le arrastraran!
—¡Perezoso! —le regañó su ama. Pero Tim se limitó a menear el rabo. No le importaba lo más mínimo lo que pudieran decirle.
Julián miraba su brújula de vez en cuando. Se dirigían hacia el Sur directamente. De pronto, Aily dio un grito y señaló a la derecha.
—¡Por aquí, por aquí!
—Quiere que vayamos hacia el Oeste —comentó Julián deteniéndose—. No sé si no se equivocará. Según mis cálculos, nos dirigimos directamente hacia «Viejas Torres». Si seguimos sus indicaciones, terminaremos en lo alto de la montaña, a la derecha.
—¡Por aquí, por aquí! —repitió Aily con voz de mando. Y Dave ladró como para confirmar que estaba en lo cierto.
—Será mejor obedecerla —opinó Dick—. Parece sentirse muy segura.
Así que Julián se desvió hacia la derecha y los otros le siguieron. Subieron un buen trecho por la empinada ladera, hasta que Julián empezó a jadear por el cansancio.
—¿Falta mucho? —le preguntó a Aily, que acariciaba a su cordero sin fijarse al parecer en el camino. La verdad es que tampoco había mucho que ver excepto la nieve que cubría el suelo y los copos de nieve que danzaban en el aire.
Aily miró hacia arriba. Luego volvió a señalar un poco más a la derecha, diciendo algo en galés y agitando la cabeza.
—Parece como que ya nos encontramos cerca del lugar al que nos lleva, de ese «gran agujero», o lo que sea —supuso Julián mientras seguían el camino.
Un minuto después, Aily saltó del trineo y se detuvo mirando al suelo con el ceño fruncido.
—Aquí —afirmó—. El gran agujero aquí.
—Puede ser. Pero la verdad es que me gustaría verlo un poco más claro, Aily — exclamó Julián.
Aily empezó a escarbar en la nieve e inmediatamente Tim y Dave acudieron en su ayuda, imaginando sin duda que buscaba conejos o alguna madriguera oculta.
—Me temo que esta chiquilla se ha dejado llevar por su imaginación —comentó Dick—. ¿Cómo va a haber aquí un gran agujero?
Tim y Aily habían ido apartando la nieve hasta dejar al descubierto los enterrados matorrales de brezos que crecían por toda la comarca. Julián observó los rectos brezos que se erguían en el claro que Aily y los perros habían despejado.
—Tim. Coge a Tim —dijo Aily de repente a Jorge—. Caerá abajo, abajo. Caerá como Dave un día, abajo, abajo.
—¡Ya sé! —exclamó Dick—. Creo que se trata de una sima natural. Ya sabéis, esos extraños pozos que se encuentran a veces en las montañas y que descienden rectamente bajo tierra. En algunos sitios les llaman «pozos mortales». Una vez encontramos uno en la isla de Kirrin, ¿os acordáis?
—Sí. Y también estaba entre los brezos —añadió Jorge recordándolo—. Y conducía a la caverna de más abajo, junto a la playa. ¡Eso es lo que Aily quería decir con un «gran, gran agujero»! Un pasadizo natural en el suelo. Tim, por lo que más quieras, ven acá. ¡Puedes caer por él!
En efecto, Tim estuvo a punto de caer. Jorge lo agarró por el collar justo a tiempo. Dave era más prudente. ¡Ya había caído una vez!
—El agujero —anunció Aily complacida—. El gran, gran agujero. Aily lo ha encontrado para vosotros.
—Desde luego que lo encontraste. Pero, ¿cómo nos conducirá a «Viejas Torres»?
—quiso saber Dick.
Aily no pareció entenderle. Se arrodilló para mirar hacia el fondo del pozo que había descubierto bajo los brezos y la nieve.
—Te has portado maravillosamente —alabó Julián—. Has sabido venir directamente y encontrar el pozo cuando no se podía ver a través de la nevada. Eres mejor que un sabueso. ¡Buena chica, Aily bach!
Aily esbozó una de sus repentinas sonrisas y puso su mano sobre la de Julián.
—Bajamos, ¿sí? —preguntó—. ¿Aily enseña el camino?
—Bueno, creo que lo mejor será bajar cuanto antes si es que podemos —aceptó Julián. No acababa de gustarle la idea, pues no podía ver nada en la oscuridad e ignoraba lo que les aguardaba abajo.
Fany, el cordero, estaba harto de esperar. Se deslizó hasta el borde del agujero y metió en él la cabeza. Dio un salto sobre sus patitas y desapareció.
—Ha saltado por el agujero —exclamó Jorge, asombrada—. Espera, Aily. No saltes tú también. Puedes hacerte daño.
Pero Aily se metió en el agujero y desapareció a su vez.
—Aily aquí —se oyó su voz desde abajo—. Venid de prisa.