Capítulo XIV

MORGAN TAMBIÉN ES DESCONCERTANTE

A Jorge no le apetecía demasiado bajar a la granja. Tenía miedo de que Tim se encontrara de nuevo con los perros y que éstos lo atacaran otra vez. Julián vio su cara de duda y comprendió.

—¿Prefieres quedarte aquí sola con Tim hasta que regresemos? —le propuso—. Estarás bien con Tim, él te cuidará. Lo malo es que… ¿No te asustarás si vuelven a oírse ruidos y vuelve a haber temblores y resplandores esta noche?

—Yo me quedaré con Jorge —decidió Ana—. Será mejor que vayáis vosotros dos solos. Estoy un poco cansada y no creo que pueda andar tan de prisa como vosotros.

—De acuerdo. Dick y yo nos iremos y os dejaremos a las dos con Tim. Ven, Dick, si bajamos corriendo podremos estar de vuelta antes de que oscurezca.

Salieron y avanzaron rápidamente por el serpenteante y blanco camino. Se alegraron cuando por fin vieron la granja. La cocina tenía la luz encendida, como una señal de bienvenida.

Se acercaron y se encaminaron a la cocina, donde encontraron a la señora Jones fregando la vajilla. Al verlos entrar, los contempló atónita, mientras se sacudían la nieve de las botas.

—¡Qué sorpresa! —exclamó, secándose las manos en un paño—. ¿Pasa algo malo? ¿Dónde están las niñas?

—Están bien, se han quedado en el chalet —explicó Julián.

—¡Ah, ya sé! Habéis venido a buscar más comida —repuso la señora Jones, convencida de haber acertado la verdadera razón de su repentina visita.

—No, gracias. Nos queda aún bastante —repuso Julián—. Sólo queríamos hablar con su hijo Morgan. Tenemos algo bastante urgente que contarle.

—¿A Morgan? ¿Y qué tenéis que decirle? —preguntó curiosamente la anciana—. Vamos a ver…, Morgan debe de estar en el granero grande. —Señalaba a través de la ventana un enorme y pintoresco granero cuya silueta se recortaba en el cielo de la tarde—. Allí encontraréis a Morgan. Os quedaréis a dormir, ¿no? Os daré una buena cena.

—Bueno, muchas gracias —aceptó Julián, recordando de pronto que no habían merendado—. Vamos a buscar a Morgan.

Se dirigieron al enorme granero. Los tres perros de Morgan corrieron hacia ellos al oír sus pasos. Primero gruñeron, pero, al reconocer a los niños, se limitaron a rodearlos ladrando.

El gigantesco Morgan salió a averiguar por qué ladraban sus perros. Se sorprendió mucho al ver allí a los chicos.

—¿Eh? —preguntó—. ¿Algo malo?

—Creemos que sí —confirmó Julián—. ¿Podemos hablar un momento con usted?

Morgan los hizo entrar en el oscuro granero. Había estado rastrillándolo y reanudó su trabajo antes de que Julián empezara a hablar.

—Es sobre «Viejas Torres» —inició Julián. Morgan detuvo en seco su rastrillar. En seguida siguió trabajando y escuchó en silencio el relato.

Julián se lo contó todo. Le habló de los ruidos y los truenos, del resplandor que Dick vio en el cielo, del temblor que todos pudieron notar, de la anciana que habían visto en la torre y de que Aily les había explicado lo de los papeles y les había enseñado uno que probaba que la señora Thomas estaba prisionera en su propia casa.

El hombretón habló ahora por primera vez:

—¿Dónde está el papel? —preguntó con su profunda voz de bajo. Julián se lo tendió. Morgan encendió una lámpara para verlo, ya que era prácticamente de noche. Lo leyó y se lo guardó en el bolsillo.

—Preferiría que me lo devolviese —protestó Julián, sorprendido—. A no ser que quiera llevárselo a la policía. ¿Qué piensa usted de todo esto? ¿Hay algo que nosotros podamos hacer? No me gusta pensar que…

—Os diré lo que vais a hacer —le interrumpió Morgan—. Vais a dejarlo todo en mis manos. Yo lo arreglaré, yo, Morgan Jones. Vosotros no sois más que unos niños y no sabéis nada de estas cosas. Este asunto no es para niños. Debéis volver al chalet y olvidar todo lo que habéis visto y oído. Y si Aily vuelve junto a vosotros, me la mandáis aquí. Quiero hablar con ella.

Su tono era tan duro y tan resuelto que los niños le miraron asustados.

—Pero, oiga, Morgan —empezó Julián—. ¿No va a hacer usted nada…? ¿Avisar a la policía o…?

—Ya os he dicho que esto no es cosa de críos —repitió Morgan—. No diré más. Regresad al chalet y no digáis nada a nadie. Si no estáis conformes, os volveréis a casa mañana.

El gigante cogió su rastrillo, se lo echó a la espalda y dejó a los muchachos solos en el granero.

—¿Y ahora qué hacemos? —exclamó Julián, muy enfadado—. Bueno, nos volveremos al chalet. No quiero ir a cenar a la granja. No tengo ganas de volver a encontrarme con este Morgan, con el mal genio que gasta.

Sintiéndose molestos, los chicos salieron del granero y se dirigieron al caminito que llevaba a la montaña. Casi había oscurecido y Julián buscó su linterna.

—¡Caramba! Se me ha olvidado la linterna. ¿Tienes tú la tuya, Dick?

Dick tampoco la llevaba y ninguno de los dos se sentía con fuerzas para subir la montaña a oscuras. Así que Julián decidió volver a la granja, deslizarse hasta su dormitorio y coger una linterna de repuesto que había dejado en el cajón.

—Vamos —susurró a Dick—. Trataremos de cogerla y largarnos sin que nos vean la señora Jones o Morgan.

Se dirigieron silenciosamente a la granja, evitando encontrarse con Morgan. Julián subió hasta la habitación donde habían dormido unas noches antes y rebuscó en el cajón. ¡Ah! Allí estaba la linterna.

Al bajar, tropezó con la señora Jones. Ella dejó escapar un chillido.

—¡Ah! Eres tú, Julián, bach. ¿Qué le habéis dicho a Morgan para ponerlo de tan mal humor? Tiene una cara como para agriar la leche. Esperad un poco, voy a prepararos la cena. ¿Queréis un poco de tocino y…?

—Hemos decidido volver a la cabaña —le anunció Julián, esperando que la amable viejecita no se preocupara—. Las niñas están solas y ya es de noche.

—Claro, claro, debéis regresar —asintió comprensiva la señora Jones—. De todos modos, esperad un minuto. Os llevaréis pan recién hecho y un pedazo de empanada. Esperad.

Los chicos se quedaron en la puerta esperando y deseando que a Morgan no se le ocurriera aparecer por allí. Le oyeron de pronto a lo lejos, llamando a sus perros con su potente y brusca voz.

—Sale con sus perros, supongo —dijo Julián a Dick—. ¡Caray! No me atrevería nunca a llevarle la contraria si fuera empleado suyo. Ese gigante puede con una docena de hombres o con una jauría de perros.

La señora Jones llegó con un cesto lleno de comida.

—Tomad. Y cuidad bien a las niñas. No os acerquéis a Morgan ahora. Tiene muy mal genio y no resulta agradable oírle cuando está enfadado.

Los muchachos estaban totalmente de acuerdo. Era muy cierto que Morgan no resultaba agradable de oír. Se alegraron cuando se vieron en el camino, fuera del alcance de su vozarrón.

—Bueno, esto está claro —comentó Julián—. No podemos esperar ayuda por este lado. Y nos han prohibido meternos en este asunto. ¡Como si nosotros fuéramos unos bebés!

—Dijo que sólo éramos unos críos —añadió Dick, con voz de disgusto—. Lo que no comprendo, Ju, es por qué se enfadó tanto. ¿Tú crees que no nos creyó?

—Sí que nos creyó —afirmó Julián—. Si quieres saber mi opinión, sabe mucho más sobre esto de lo que nosotros podríamos contarle. Algo muy raro está pasando en «Viejas Torres», algo muy extraño y sospechoso. Y Morgan está metido en ello. Está metido en el ajo, estoy convencido.

Dick silbó.

—¡Pues claro! Por eso se enfadó tanto. Creyó que íbamos a descubrirle. Y precisamente lo que no quería era que se lo contáramos a la policía. ¿Qué vamos a hacer, Ju?

—No lo sé. Primero hablaremos con las chicas —respondió Julián, preocupado—. ¡Tenía que ocurrimos esto ahora que estábamos disfrutando tanto de nuestras tranquilas vacaciones!

—Julián, ¿qué piensas tú que está pasando en «Viejas Torres»? —prosiguió Dick, perplejo—. Yo creo que no se trata sólo de tener encerrada a esa anciana y vender a escondidas sus propiedades. Acuérdate de los ruidos, los temblores y la extraña niebla.

—Bueno, aparentemente hace bastante tiempo que suceden esas cosas —replicó Julián—. Puede que no haya nada más que ese asunto en el que Morgan está metido, los robos a la señora. Las antiguas leyendas les deben de haber venido muy bien para mantener alejada a la gente del pueblo. En el campo le tienen mucho miedo a todo lo que se sale de lo corriente.

—Tal como tú lo dices, suena como si fuera verdad —continuó Dick—. Pero no me convences. Yo sigo creyendo que hay algo más en todo esto, algo que no sabemos.

Caminaron en silencio uno tras otro por el sendero, guiados por las piedras negras que iban apareciendo a la luz de la linterna de Julián. En la oscuridad el camino parecía interminable, mucho más largo que de día.

Por fin vieron brillar la luz en la ventana del chalet. ¡Gracias a Dios! Se sentían muy hambrientos y se alegraron de que la señora Jones les hubiera regalado más comida. Ahora podrían satisfacer su apetito.

Tim ladró al oírles y Jorge abrió en seguida la puerta, ya que por el ladrido había conocido que eran los chicos los que se acercaban.

—¡Cuánto nos alegramos de que hayáis vuelto en lugar de quedaros en la granja! —exclamó Ana—. ¿Qué ha pasado? Contadnos. ¿Ha ido Morgan a avisar a la policía?

—No, se enfadó —explicó Julián—. Nos ordenó que no nos metiéramos en nada. Además, se quedó con el pedazo de papel. Nosotros creemos que anda metido en el asunto.

—Muy bien —dijo Jorge—. Pues tendremos que arreglarlo nosotros. Averiguaremos qué pasa y sacaremos a la pobre señora Thomas de su torre. No sé cómo, pero lo haremos, ¿verdad, Tim?