Las investigaciones siguen su curso, y no solamente en el Karatepe. Además, ya no son únicamente los arqueólogos europeos los que dirigen las excavaciones. Kemal Ataturk fundó en su capital, Ankara, una Facultad de lingüística, de historia y de geografía, y confió a los profesores alemanes Landsberg y Güterbock las cátedras de historia y de lengua hititas. Antes que ellos, Bossert se había instalado en Estambul, y desde hacía muchos años los Institutos arqueológicos alemán, francés e inglés habían influido poderosamente en la vida cultural de Estambul y Ankara. Bajo la égida de estos establecimientos creció la primera generación de arqueólogos e hititólogos turcos.
Bahadir Alkim, adjunto de Bossert en el Karatepe; Tahsin Özgüc y su esposa Nimet, que investigaron con éxito en Kara Hüjük, Dundartepe y Kultepe; Remzi Oguz Arik, codirector de las excavaciones de Alaja-Hüjük.
Mientras tanto otros jóvenes turcos estudiaban en el extranjero. En París la políglota Halet Cambel, la cual a su regreso fue colaboradora no sólo de Bossert, sino también, durante mucho tiempo, de Bittel; en Budapest Hamit Zübeyr Kosay, quien después de haber dirigido varias expediciones arqueológicas fue nombrado director de los museos turcos; y en Berlín, Ehrem Akurgal y Sedat Alp.
A su muerte, acaecida en 1938, dejó Kemal Ataturk en testamento a la Sociedad Histórica Turca una renta anual de 125.000 libras turcas para que pudiera llevarse a cabo un programa de investigación sistemática en Anatolia. Con razón puede decirse que Ataturk fue no solamente «el padre de los turcos», que tal es la traducción de su nombre, sino también el de la nueva generación de sabios turcos.
Entre Bogazköy y Hamath, entre Esmima y Tell Hallaf, prosiguen las excavaciones en muchos lugares. Pero ahora todas las inscripciones jeroglíficas hititas que se encuentran son legibles y su desciframiento nos permitirá conocer mejor la historia del Imperio hitita, el primer Estado indoeuropeo.
Gracias a estos hallazgos conocemos no solamente mucho más del pasado del período imperial hitita, como lo demuestran los resultados de las excavaciones realizadas por el arqueólogo francés Claude Schaeffer en Ugarit, sino también sobre la interdependencia política entre los pequeños Estados de la época hitita posterior. Tal vez esos descubrimientos acabarán por resolver definitivamente el misterio de la supervivencia hitita.
Hace setenta años que los hititas y su Imperio eran totalmente desconocidos. En la escuela se enseña todavía que únicamente los reinos de Egipto y de Mesopotamia escribieron la historia político-militar del Asia Menor y del Próximo Oriente durante el segundo milenio antes de J. C., sin tener en cuenta que durante varios siglos existió a su lado, como «tercera potencia», el Imperio hitita, cuya capital Hattusas fue la igual de Babilonia y de Tebas. Si bien es cierto que los hititas no destacaron en el terreno de la cultura, en cambio su influencia política fue considerable.
Y con esto llegamos al final de nuestra historia del descubrimiento del Imperio de los hititas, de su evolución y de su desaparición, y la del desciframiento de sus varias lenguas y de sus diversos sistemas de escritura.
Esta historia empieza en 1834 cuando Charles Texier se encontró, desorientado, ante las ruinas de Bogazköy, y termina con el hallazgo, el año 1947, en el Karatepe, de los textos bilingües que han facilitado la clave necesaria a nuestro conocimiento más profundo de este pueblo y de su Imperio.
El arco del desarrollo de nuestra historia va, naturalmente, desde el «Desfiladero angosto» hasta la «Montaña Negra».