La historia del barrio neoyorquino de Five Points abunda en leyendas, conjeturas y polémicas, pero he hecho lo posible por presentar su situación con precisión. En 1849, el Herald publicaba una noticia sensacionalista sobre un niño al que habían descubierto «en el fregadero de la casa de viviendas del n.° 6 de Doyer Street. Por el aspecto que presentaba el chico cuando se le halló, era evidente que se habían utilizado malas artes, pues se había atado una cuerda alrededor del cuello del pequeño inocente, estrangulándole». A pesar de la miseria del Distrito Sexto, el asesinato distaba de ser frecuente y los vecinos que encontraron el cuerpo estaban conmocionados y avisaron inmediatamente a la policía. Cuando llegaron los estrellas de cobre, los vecinos los llevaron a la habitación de la madre. Eliza Rafferty estaba «sentada en una silla de su habitación, muy serena, confeccionando un vestido, pues ésa era su profesión». El forense concluyó que el niño había sido asesinado, a pesar de la insistencia de Rafferty en que el pequeño ya estaba muerto antes de que lo dejara en el fregadero. Se desconocen las circunstancias exactas que la llevaron a cometer el infanticidio; pero muchos habitantes de Five Points vivían a salto de mata, en condiciones tan desesperadas y míseras que la supervivencia era un ejercicio diario de la voluntad.
La creación de un cuerpo de policía en Nueva York fue posterior a la de otros grandes centros metropolitanos como París, Londres, Filadelfia, Boston o, incluso, Richmond, en Virginia. Fueron numerosas las razones de ese retraso, entre ellas el hecho de que a los neoyorquinos nunca les ha gustado demasiado que les regulen; además, el espíritu revolucionario de autonomía e independencia todavía se conservaba muy vivo en el período que precedió a la Guerra de Secesión. Hoy en día parece muy evidente, casi algo que viene dado de por sí. Pero en 1845, tras un período de aumento de la delincuencia y del malestar ciudadano, se decidió finalmente que las calles no podían seguir sin vigilancia, y así se formó el hoy legendario NYPD (Departamento de Policía de Nueva York), pese a la vociferante oposición y la polémica política. Ese mismo año, una plaga desconocida, denominada Phytophthora infestans, se propagó descontroladamente por Irlanda y dio lugar a la «Gran Hambruna» que produjo la muerte o el desplazamiento de millones de irlandeses y fue el origen de un cambio social tan drástico que todavía configura la ciudad del Nueva York actual.
Los neoyorquinos han sido siempre unos asiduos asistentes al teatro, pero nadie tanto como los vendedores de periódicos y los limpiabotas de Five Points. El teatro que fundaron los vendedores de prensa se encontraba en realidad en Baxter Street, y ellos eran los responsables de todo, desde los accesorios del escenario a los efectos musicales, y montaban producciones enteras de obras como The Thrilling Spectacle of the March of the Mulligan Guards. El local tenía cincuenta butacas y en una ocasión acogió al gran duque ruso Alexis, cuando fue a visitar el barrio de mala fama, tras lo cual, los chicos rebautizaron orgullosos su compañía teatral como The Grand Duke’s Opera House.
A mediados del siglo XIX, Nueva York, que ya era el centro indiscutible del mundo editorial en Estados Unidos, vio nacer un nuevo género de no ficción: el «sensacionalismo urbano», que contaba en relatos alternativamente espeluznantes y edificantes la vida en las sórdidas calles de la megametrópolis más reciente del mundo occidental. A diferencia de capitales con una larga historia, como Londres o París, Nueva York podía presumir de sólo 60.515 habitantes, según el censo de Estados Unidos del año 1800, una cifra que se dispararía hasta el medio millón antes de 1850. Por consiguiente, la ciudad tuvo que realizar denodados esfuerzos para mantenerse al ritmo de su creciente población, sus pobres, su infraestructura, su cultura y sus normas sociales; y la literatura sensacionalista urbana dramatizaba el tipo de sucesos traumáticos que eran consecuencia de esa transformación. Las obras a menudo llevaban títulos que jugaban con variaciones sobre los temas del alumbrado y la sombra, las tinieblas y la luz del sol; autores como el reportero urbano George G. Foster emocionaban a los lectores que procedían de paisajes más bucólicos, y al mismo tiempo intentaban iluminar los apuros de los indigentes manhattanites. Los artículos de Mercy están basados en esas obras.