¿Una revolución social?
La cultura y la sociedad nazi
«Habíamos alimentado el corazón con fantasías.
Esa dieta ha vuelto brutal al corazón».
W. B. Yeats.
Meditaciones en tiempo de guerra civil.
Una de las fotos más impactantes de Hitler le muestra estudiando atentamente una maqueta realizada por el arquitecto Hermann Giesler de las ambiciosas reformas que proyectaba realizar en la ciudad austriaca de Linz. El interés de Hitler por la arquitectura y las grandes construcciones que planeaba llevar a cabo en Alemania harían que esa fotografía no tuviese nada de singular. Sin embargo, la foto fue tomada el 13 de febrero de 1945. El lugar donde se realizó era el búnker subterráneo de Hitler bajo la cancillería del Reich. Las imparables tropas del ejército Rojo se encontraban en el río Oder a poco más de 100 Km. del lugar. A pesar de todo, Hitler se encontraba totalmente absorto contemplando la maqueta y nada parecía importarle más en aquel momento que aquellas reformas. Mientras el Reich de los mil años llegaba a su trágico final, Hitler le hacía observaciones a su arquitecto sobre la misma. Se preocupaba de que la torre del campanario era un poco alta para su gusto y señalaba: «En la torre deseo que se interprete en ocasiones especiales un tema de la Sinfonía Romántica de Bruckner». Durante las semanas siguientes Hitler, el artista frustrado, regresaría constantemente a revisar la maqueta de la ciudad que ya nunca podría reconstruir[1].
La cultura
En la obra Schlageter de Hans Johst se dice la frase: «Cuando escucho la palabra cultura me abalanzo sobre mi pistola». Fue una frase que posteriormente sería atribuida a Goering y que simboliza la visión anticultura de los nazis[2]. La vida cultural bajo el nazismo se asocia con imágenes como la quema de libros en Berlín en mayo de 1933, la clausura de la Bauhaus y el éxodo de cientos de intelectuales y artistas alemanes. Sin embargo, la realidad fue más compleja. La vida cultural durante el nazismo fue efectivamente silenciada, tan sólo podía operar en los estrechos límites nazis y con la omnipresente censura de Goebbels. A pesar de todo, el régimen fracasó en sus intentos de crear una nueva identidad cultural nazi que estuviese firmemente arraigada en la mente del pueblo alemán[3]. Se ha sugerido que era tan sólo una cuestión de tiempo hasta que sucediese, y que el éxito del régimen en crear nuevos teatros y bibliotecas indica que hubiesen conseguido con el tiempo el resultado deseado. Por otra parte, el poderoso resurgir cultural en Alemania a partir de 1945 sugiere que las tradiciones y el espíritu de la tradición cultural alemana no fueron destruidas por la fuerza negativa del nazismo[4].
Aunque muchas figuras relevantes del mundo de la cultura emigraron, el régimen intentó ganarse a otras que otorgasen cierta respetabilidad al nuevo orden cultural. Algunos estuvieron de acuerdo en servir al régimen, como Richard Strauss, que fue nombrado presidente de la Cámara de Música del Reich, y Wilhelm Furtwängler, que aceptó ser su segundo. El poeta Stefan George, que se convertiría en el héroe de los revolucionarios conservadores, expresó su apoyo al régimen, aunque fue lo suficientemente prudente para marcharse a vivir a Suiza, donde falleció poco después. Algunos admiradores fueron, sin embargo, rechazados por el régimen, como el artista expresionista Ernst Nolde, que se convirtió en miembro del partido, pero su obra fue condenada como «arte degenerado».
La cultura fue muy importante para el régimen nazi. Conseguir el control de la cultura no era sólo un fin en sí mismo, sino que era también indispensable para lograr la revolución ideológica que deseaba Hitler. Las principales figuras del nazismo, incluyendo a Hitler, tenían opiniones claras sobre la política cultural y existían tensiones entre una facción conservadora y antimodernista y una tendencia pragmática más abierta al arte moderno. La cultura, en su sentido más amplio, era una importante dimensión de la política nazi. Para muchos líderes nazis, Kultur, tenía un sentido antropológico y étnico y las cuestiones culturales estaban íntimamente ligadas a las raciales.
La música
La música soportó razonablemente bien la opresión nazi debido a su escaso contendido político. Los nazis explotaron la riqueza musical alemana. La música era utilizada para levantar pasiones y apaciguar los temores, por lo que acompañaba todos los actos públicos importantes. Por encima de todo, la música debía hacer sentirse a los alemanes superiores e invencibles. Los compositores judíos como Mendelssohn y Mahler fueron prohibidos y los compositores modernos como Schoenberg y Hindemith fueron censurados por su música atonal. El jazz fue considerado un género «decadente» y «negroide[5]». El régimen era partidario de la música clásica y romántica como la de Beethoven, Brahms y, por encima de todo, Wagner, cuya obsesión por la sangre germánica, el heroísmo y la leyenda había inspirado a Hitler desde sus humildes días en Viena. El festival de Wagner en Bayreuth era una fecha destacada en el calendario del Tercer Reich y sobrevivió incluso durante los años de guerra como inspiración para los soldados convalecientes. La obra Judas Macabeo de Handel fue rebautizada Wilhem von Nassau. El régimen se opuso a todas las obras que fuesen demasiado vanguardistas. Una obra particularmente condenada por los guardianes de la «música alemana pura» fue la ópera jazz Jonny spielt auf de Ernst Krenek, cuyo protagonista era un músico negro. A pesar del éxodo de los compositores judíos y de izquierdas, el régimen consiguió una espectacular producción musical. Incluso durante el año 1942, en plena guerra, en Berlín se podía disfrutar de 80 óperas y numerosos ballets, y la orquesta filarmónica siguió actuando hasta 1944.
El arte
Hitler siempre se interesó personalmente por las artes visuales, ya que se consideraba a sí mismo como un artista frustrado. El arte moderno fue rechazado por ser decadente y por haber sido supuestamente envenenado por la corrupción y la explotación judía. Hitler afirmó en una ocasión: «aquel que pinta el cielo de color verde y el campo azul debía ser esterilizado».
A pesar de todo, una exhibición de arte «degenerado» atrajo a miles de personas en Múnich en 1938, lo que supuso un acto vergonzoso para el régimen. El nazismo prefería el arte simple y accesible para todos los ciudadanos. Los artistas tenían que exaltar la nación, el heroísmo, la familia, la sangre y la patria alemana. El mismo Hitler era el objeto preferido de los pintores, que le retrataban de forma solitaria y como a un dios. Para atraer a las masas los nazis inauguraron una Casa del Arte Alemán en 1937[6].
Los más censurados por los nazis fueron los artistas del movimiento «Nueva Objetividad» como Georg Grosz y Otto Dix, que deseaban representar a los ciudadanos corrientes en su vida diaria. A través de esa representación realizaban una crítica velada del estado de la sociedad. Sus pinturas contenían claros mensajes políticos y sociales. Los artistas más admirados por el nazismo fueron el escultor Arno Breker quien representaba en sus enormes esculturas el ideal racial ario, Adolf Ziegler y Herman Hoyer[7].
La arquitectura
La arquitectura tenía que ser el símbolo del poder nazi. A Hitler le obsesionaba el poder de la arquitectura para subrayar la grandeza suya y la de Alemania. Más que ninguna otra forma de arte, la arquitectura reflejaba los gustos personales de Hitler, que se había inspirado en gran parte en los monumentales edificios de Viena. Hitler repetiría a menudo que «si no hubiese estallado la Primera Guerra Mundial, él se hubiese convertido, con toda seguridad, en el primer arquitecto de Alemania».
Planos para la construcción del Das Deutsche Stadion en Núremberg, diseñado por Albert Speer.
En un primer momento, el arquitecto favorito de Hitler fue Paul Ludwig Troost, quien había adoptado un monumental estilo neoclásico que se adaptaba muy bien a los deseos del régimen de aplastar al individuo frente al colosal poder del Estado. Troost diseñó el complejo de edificios del partido en Múnich y en Núremberg, cuyo conjunto constituía, según un comentarista, «ideología convertida en piedra». Muchos edificios estaban adornados por enormes estatuas de héroes arios. Troost sería posteriormente reemplazado por Albert Speer cuyo estadio olímpico de Berlín reflejaba bien su estilo monumental. «Siempre tengo tiempo para ti y para tus planes», le decía Hitler a Speer[8]. En las casas privadas, los nazis favorecían la construcción de techos de teja y balcones de madera alejados de los ideales del movimiento artístico «Bauhaus» y sus líneas rectas, en consonancia con los deseos de acercarse al ideal germánico. Incluso la construcción de las autopistas fue adoptada por la propaganda como expresión de la unidad y la voluntad del pueblo[9].
Hitler tenía para Berlín unos planes de construcción propios de un megalómano. La nueva Cancillería del Reich, que fue encargada a Speer, contaba con 300 metros de salones, algo que entusiasmó a Hitler: «En el largo trayecto que hay desde la entrada hasta la sala de recepción, podrán sentir el poder y la grandeza del Reich alemán». Se reorganizaría Berlín a lo largo de un bulevar central de cinco kilómetros. En el extremo Norte, Speer pensó en un edificio con una enorme cúpula, dieciséis veces más grande que la cúpula de San Pedro de Roma. En el extremo sur del bulevar habría un arco semejante al Arco de Triunfo de París, aunque mucho más grande: 120 metros de alto. Cuando Hitler se enteró de que en Moscú se planeaba construir un edificio mayor en honor a Lenin, se enfureció de tal forma que sólo pudo ser calmado cuando se estudió que el edificio soviético tendría 20 metros menos[10].
El cine
Durante los años veinte la crisis económica y social en Alemania provocó una inclinación hacia lo sobrenatural y lo maravilloso. Fue el momento en que tuvieron éxito las películas expresionistas como El Doctor Mabuse, El gabinete del doctor Caligari y Metrópolis, entre otras. Analizando esas «imágenes demoníacas», el historiador Sigfried Kracauer demostró el camino directo que condujo «de Caligari a Hitler». El autor pretendía encontrar, en el análisis psicológico-sociológico del cine, los rasgos y síntomas precisos del deseo alemán que condujo directamente a la instauración de la dictadura nazi, a la entronización de Hitler como líder carismático y, sobre todo, al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Para Kracauer, el cine es el producto de un trabajo conjunto que se dirige a la masa anónima y que, por tanto, no hace otra cosa que expresar el «subconsciente colectivo», los deseos y procesos mentales ocultos de dicha masa[11].
El régimen nazi utilizó el cine con fines propagandísticos. Se creó una Cámara del Cine del Reich que regulaba la industria y en febrero de 1934 se promulgó una ley que establecía el principio de la censura para asegurar que cada película fuera políticamente aceptable antes de ser emitida en público. Cada película era vigilada por el Ministerio de Propaganda de Goebbels. Como en otras manifestaciones artísticas, un número significativo de directores y actores emigraron al extranjero, como el director Fritz Lang, o la actriz Marlene Dietrich, que se convirtieron en estrellas de Hollywood. Ir al cine era un entretenimiento muy popular durante el período nazi y la asistencia se multiplicó por 400 entre 1933 y 1942. Las películas nazis oscilaron entre la propaganda abierta, como la racista El eterno judío, que mostraba las formas «poco civilizadas» de los judíos en los guetos que los mismos alemanes habían creado en Polonia, y las de entretenimiento puro, como Las aventuras del Barón de Münchausen o las de nacionalismo emotivo, como los documentales de Leni Riefenstahl, Olimpia sobre los juegos Olímpicos de Berlín de 1936 y El triunfo de la voluntad. Este último comenzaba con Hitler descendiendo de las nubes mientras sonaba la música de Wagner[12]. Otras películas intentaban realizar comparaciones históricas, como la cinta de Veit Harlan, Der grosse König, que mostraba a Federico el Grande al borde de la derrota en 1759. Sus asesores le recomendaban la capitulación pero él insistía en luchar hasta la victoria, aún a costa de enormes pérdidas, transformando el mapa político de Europa. De forma similar, Kolberg, de 1945 y la película más cara realizada por los nazis, mostraba la batalla entre el ejército prusiano contra las fuerzas napoleónicas en 1807 en la localidad de Kolberg. El mensaje que se intentaba transmitir era claro. La gente de la ciudad había preferido morir luchando que rendirse y aunque finalmente eran derrotados, el enemigo se veía obligado a retirarse.
Hacia 1943 la producción cinematográfica alemana dominaba Europa al obligar a los Estados ocupados y aliados a elegir películas alemanas. UFI, una empresa alemana controlada por el Estado, tomó el control de la industria en 1942.
Rodaje de una película.
La radio
La radio fue utilizada ampliamente por los nazis como medio de propaganda. Estaba limitada a una única empresa, la Corporación de Radiodifusión del Reich, bajo el estricto control del régimen. En 1933 cuatro millones y medio de hogares poseían una radio y en 1942, 16 millones ya contaban con una. El régimen realizó un esfuerzo importante para subsidiar la fabricación de aparatos de radio baratos (Volksempfänger) que hacían, además, difícil la recepción de emisoras extranjeras. Al final se demostró que esas radios sí podían sintonizar las emisoras extranjeras algo que incluso los miembros del partido intentaban hacer.
Hitler utilizó a menudo la radio para dirigirse directamente al pueblo alemán. Por ejemplo, en 1933 realizó 50 discursos radiofónicos al país y su último discurso, en 1945, se realizó en la radio. Entre las numerosas diatribas nazis se emitía una gran cantidad de programas de entretenimiento y de música clásica[13]. Existían, sin embargo, límites a la propaganda radiofónica. Hitler encontraba incómodo hablar por la radio y prefería hacerlo ante grandes audiencias. La gente se mostró progresivamente indiferente a la enorme cantidad de discursos y boletines de noticias. Un informe de 1938 señalaba que cada vez más gente tenía la radio encendida sin prestarle realmente atención y buscaba emisiones extranjeras. Las más populares eran Radio Luxemburgo y la BBC, mientras que Radio Moscú contaba con pocos oyentes. Los curas católicos admitían públicamente que escuchaban Radio Vaticano. Difundir en público noticias recibidas de esas radios estaba tipificado como delito punible y, en «casos graves», con la muerte.
Durante la guerra aumentó la importancia de la radio. Los partes de los frentes intentaban reflejar la heroica experiencia personal en las batallas. El interés por los partes de guerra aumentó con la invasión de Rusia. Cuando los hasta entonces invencibles ejércitos alemanes fracasaron frente a Moscú, el pueblo acudió progresivamente a la radio en busca de noticias reconfortantes. La gente siguió con especial interés un programa sobre «la psicología del soldado soviético» que se consideró que ayudaba a comprender la fanática resistencia rusa. Hacia 1942, la audiencia se quejaba de la falta de claridad en las noticias referentes a la situación en Stalingrado y en el Cáucaso que impedían hacerse una idea de lo que estaba sucediendo en realidad. El pueblo valoraba informes explicativos como los que hacía el oficial Dittmar, que eran muy apreciados porque resaltaban los pormenores de los éxitos y la fortaleza del enemigo soviético y que no temía hablar de fracasos alemanes. Era considerado el más sincero de los locutores.
La prensa
El impacto del cine y de la radio como medio de propaganda fue reducido hasta 1938. Anteriormente el partido dependía, en gran parte, de la prensa escrita. El partido nazi había adquirido un periódico oficial en 1920, Der Völkischer Beobachter (El Observador del Pueblo) que era editado por Dietrich Eckart hasta 1923 y posteriormente por Rosenberg. Además, el régimen contaba con otras publicaciones regionales como Der Stürmer, la publicación ferozmente antisemita fundada en 1923, y Der Angriff (El ataque), fundada en 1927. Hacia 1932 existían 59 periódicos nazis con una tirada total de casi 800 000. Un año después la tirada había aumentado hasta los tres millones y medio. Cuando comenzó la guerra existían ya 200 títulos con una circulación de más de seis millones.
En 1933 se creó una Cámara de Prensa del Reich dirigida por Max Amann que regulaba las publicaciones y que se dedicó a destruir los diarios independientes. El ataque contra la prensa independiente comenzó con la compra de la casa editorial Ullstein, que pertenecía a empresarios judíos y que publicaba los prestigiosos periódicos Vossische Zeitung y el popular B-Z am Mittag de Berlín. Al final los empresarios judíos recibieron tan sólo una fracción del valor real de la casa editorial.
Hacia 1944 existían ya menos de 1000 periódicos y dos tercios estaban controlados por el partido[14].
La literatura
La toma del poder por los nazis tuvo unos efectos inmediatos para la literatura alemana: más de 2500 escritores, incluyendo a ganadores del Premio Nobel, abandonaron el país voluntaria u obligadamente en una diáspora sin paralelo en la historia. Los escritores que permanecieron en Alemania se dedicaron a escribir libros que fuesen bien vistos por el régimen. Se produjo un incremento de la narrativa acerca de las comunidades rurales. La impresión que causa la literatura nazi del período no es la de una sociedad industrial avanzada, sino la de una sociedad predominantemente rural.
El ejemplo más claro de la actitud nazi hacia la literatura fue la quema ceremonial de libros que tuvo lugar en 1933. Miles de volúmenes de bibliotecas públicas y privadas de los mejores escritores, pensadores y científicos fueron arrojados a las llamas por los activistas nazis y los estudiantes universitarios, incluyendo las obras de Albert Einstein, H. G. Wells, Marx y Thomas Mann —por ser un escritor liberal y democrático—. Bertolt Brecht fue censurado por ser comunista y Erich Maria Remarque, autor de Sin novedad en el frente, por ser pacifista[15]. Freud señaló irónicamente que los nazis habían avanzado desde la era medieval porque sólo quemaban libros mientras que en la Edad Media los autores habrían sido quemados[16]. La quema de libros fue un gesto simbólico contra la cultura de la República de Weimar y tuvo lugar no solamente en Berlín, sino en ciudades universitarias por toda Alemania.
Las ventas de libros aumentaron considerablemente. El número de bibliotecas pasó de 6000 en 1933 a 25 000 en 1940. Por supuesto, el libro más vendido del período nazi fue Mein Kampf del que se vendieron seis millones de copias.
El teatro
En el teatro también se hicieron sentir las purgas nazis contra los autores que no consideraban que defendían sus principios. Autores como Bertolt Brecht, Ernst Toller y Georg Kaiser fueron prohibidos y los escritores judíos emigraron, especialmente a Estados Unidos. Los nazis crearon obras de tinte político y musicales. Se produjo, asimismo, un resurgir de obras clásicas de autores como Shakespeare y Schiller. Curiosamente las obras del escritor irlandés Bernard Shaw se mantuvieron en cartel, ya que a los nazis le gustaba la forma en la que ridiculizaba el sistema de clases británico[17].
El humor
El humor fue una de las formas que tuvieron los alemanes de reírse del régimen y en ocasiones de escapar, aunque fuera brevemente, del sufrimiento de la guerra. Era una forma menor de resistencia y de disconformidad. En cualquier caso, los chistes se contaban, como es evidente, de forma casi secreta, ya que su conocimiento público podía acarrear la detención. La gente comenzaba las bromas con frases como: «Este son tres años de trabajos forzados…». En realidad, la pena establecida para los chistes anti-Hitler era la muerte. A pesar de todo, muchos ciudadanos respondían con humor a la naturaleza represiva del régimen[18]. Uno de los chistes que circulaba por Alemania señalaba que los alemanes no acudían al dentista por el temor a abrir la boca frente a un extraño. La obra de Hitler, Mein Kampf fue titulada con humor por aquellos que se adentraron en su compleja lectura como Mein Krampf (mi espasmo). Tras la «noche de los cuchillos largos» se decía que la Constitución alemana señalaría: «Hitler nombrará y matará personalmente a sus ministros».
El aliado italiano de Hitler, Mussolini, era fácilmente caricaturizado. Los desastres militares italianos hicieron que la gente comentase que las medallas italianas se llevaban en la espalda para premiar el valor mostrado al retroceder.
Goebbels se convirtió en seguida en blanco de los chistes sobre el nazismo. Bajito y cojo, estaba muy alejado del ideal ario, algo de lo que se reían los jerarcas nazis. Se le llamaba «Mahatma Propagandi», el «enano venenoso» y «Teutón encogido y sin blanquear». Los chistes sobre su activa sexualidad eran numerosos, uno de ellos contaba que el ángel que remataba la columna de la victoria de Berlín era la única virgen en la ciudad ya que el diminuto Goebbels no podía subir tan alto. La falta de sexualidad de Hitler, dio pie también a numerosos chistes. En la campaña del pleno empleo se decía que Hitler apretaba su gorra contra su bajo abdomen en los desfiles «para proteger al último desempleado de Alemania[19]». Sin embargo, el blanco preferido de los chistes fue Goering debido a su obesidad y su obsesión por los trajes y las condecoraciones (era llamado el «hombre de los 1000 trajes»). Uno de esos chistes contaba que en Berlín se producía escasez de gasolina cada vez que Goering enviaba sus trajes a la tintorería. Otro señalaba que tras una inundación en el Ministerio del Aire, Goering gritaba: «Tráiganme mi uniforme de almirante».
El miedo a que las conversaciones fueran escuchadas por la Gestapo llevó a la definición de la «mirada alemana», que significaba mirar a ambos lados antes de hablar con nadie. Las conversaciones, según los alemanes, se cerraban con frases como «usted también ha dicho unas cuantas cositas», la respuesta era: «niego rotundamente haber hablado con usted».
Durante la batalla de Stalingrado los comunicados burlones se multiplicaron: «Nuestras tropas han capturado un piso de dos habitaciones con cocina, retrete y cuarto de baño y han logrado conservar dos terceras partes del mismo a pesar de los duros contraataques enemigos». La terrible tragedia del Sexto Ejército puso fin a cualquier deseo de humor. La gente se resignaba a la guerra como demuestra el chiste que circulaba durante la misma: «¿Alemania perderá la guerra? No, una vez que la tiene ya no puede quitársela de encima».
Las SS generaban un temor tal que impedía que se inventaran muchos chistes sobre ellas. En su seno se originaron chistes de humor negro sobre los campos de concentración demasiado siniestros para ser repetidos. Tal vez el único que refleja la crueldad de sus miembros habla de un guardián de campo de concentración que promete perdonar la vida a un judío si adivina cuál de sus ojos es de cristal. El judío lo adivina correctamente y el SS, sorprendido, le pregunta cómo lo ha sabido, a lo que el judío responde: «Es que el ojo de cristal tiene un destello bondadoso».
La propaganda nazi y sus límites
En marzo de 1933 Goebbels fue nombrado ministro del Reich para la Propaganda asumiendo a partir de entonces un control absoluto sobre la vida intelectual y cultural alemana. En Goebbels los nazis hallaron un auténtico maestro de la propaganda. Goebbels era un hombre de origen humilde que se convirtió en uno de los pocos intelectuales del régimen nazi. Su enorme complejo de inferioridad por sus limitaciones físicas le tornó en un amargado y en un fanático antisemita. Siempre fue un nazi radical que apoyó incondicionalmente a Hitler desde 1926. Como jefe de Propaganda desde 1930, tuvo un papel esencial en explotar todos los métodos para proyectar la imagen nazi en las elecciones. Se trataba de un brillante orador y fue una figura principal del régimen a pesar de que otros nazis como Ribbentrop y Goering desconfiaban de él. El nazi Gregor Strasser le llamaba «Satanás con forma humana». Era un maestro en explotar los odios de la clase media y popular alemana[20]. Hitler reconoció el poder de la propaganda y llegó a afirmar que, «por la astuta utilización de la propaganda, un pueblo puede llegar a confundir el cielo con el infierno y viceversa[21]».
Goebbels creó la Cámara de Cultura del Reich para llevar a cabo un control estricto sobre la cultura popular. Sin embargo, Goebbels no tenía el control absoluto sobre la imagen proyectada por el régimen. Por ejemplo, la directora Leni Riefenstahl fue seleccionada por Hitler para realizar el documental El triunfo de la voluntad, una grabación de la gran manifestación de Núremberg en 1934. Los rivales de Goebbels explotaron sus numerosos amoríos para socavar su posición y fue aislado en gran medida durante los años 1938-1942, en parte por su declarada oposición a la guerra. Sin embargo, debido a su liderazgo personal y a su capacidad organizativa tuvo un destacado papel al final del conflicto siendo nombrado plenipotenciario general para la Guerra Total. Organizó la ayuda para las personas en las ciudades bombardeadas, ayudó a acabar con la conspiración contra Hitler en 1944 y mantuvo la moral civil visitando las ciudades bombardeadas (a diferencia de Hitler). Goebbels se convirtió entonces en la voz y en la presencia del régimen[22].
La propaganda consolidó el «mito de Hitler» como líder todopoderoso. Fortaleció al régimen nazi durante la crisis política y económica alemana. También reforzó los valores familiares y el nacionalismo alemán. Los nazis hicieron un uso enorme de los carteles como arma de propaganda. El objetivo de los mismos era ganarse a los alemanes para la causa de la creación de una comunidad nacional y una nueva Alemania. Los carteles celebraban los logros del régimen como la reducción del desempleo o la construcción de las autopistas. Glorificaban al Führer y ayudaban a crear un estado de opinión negativo contra los judíos.
La censura fue un elemento clave de la propaganda pero no fue hasta 1935 cuando la Cámara de Literatura del Reich hizo de Goebbels el principal censor del régimen. La apertura de la Casa del Arte Alemán en Múnich en 1937, con su exhibición de arte ario y «degenerado», sirvió para demostrar las prioridades del régimen y sus valores. Sin embargo, es preciso destacar que la propaganda no fue únicamente utilizada para convencer a los alemanes de la legalidad del régimen. También se convirtió en una importante arma de guerra. En el verano de 1939 Goebbels desató una virulenta campaña contra los polacos que facilitó enormemente la preparación para la guerra con Polonia.
El inicio de la guerra significó una nueva fase en la propaganda del régimen. Películas antisemitas como El Eterno judío abrieron el camino para la implantación de la «Solución final». Cuando quedó claro que no se obtendría la victoria final, Goebbels replanteó el papel de Hitler. La película El Gran Rey presentaba a Hitler como un nuevo Federico El Grande comprometido en una última y exitosa batalla[23].
Goebbels haciendo gala de su talentosa retórica. Fue el creador de la mayoría de los discursos de Hitler.
Por supuesto, la propaganda tenía sus límites. En Berlín, cuyos habitantes eran conocidos, en general, por su humor sarcástico y su hostilidad hacia el régimen nazi, la gente rechazaba los aburridos actos masivos del régimen. En el ámbito de la moral, el régimen fue incapaz de hacer desaparecer los valores cristianos. También fracasó en crear una cultura nazi distintiva.
Pocos alemanes deseaban la guerra y no hubo un gran entusiasmo por la unión con Austria en marzo de 1938 o por la crisis de los Sudetes. Mientras que gran parte de la población aceptó de buen grado la discriminación legal contra los judíos, muchos se quedaron horrorizados por la violencia de la «noche de los cristales rotos», por lo que el régimen tuvo que elegir el secreto y el engaño para su política de persecución.
Durante el conflicto los alemanes lucharon con gran patriotismo por su madre patria y celebraron victorias como la derrota de Francia en 1940. Incluso cuando las posibilidades de victoria disminuyeron significativamente tras Stalingrado, la propaganda aún fue capaz de explotar el sentimiento patriótico. Goebbels, incapaz de que Hitler considerase una paz de compromiso, dirigió todas sus energías a animar al público para la guerra total. Apelando astutamente a la fe ciega, al pánico y el autoengaño, mezcló visiones apocalípticas de «hordas asiáticas», con promesas de armas secretas y fortalezas inexpugnables en las montañas. Incluso se inventó predicciones astrológicas favorables y las publicó en la prensa, explicando a sus colaboradores que «los tiempos absurdos exigen medidas absurdas». «En esta guerra», señaló, «no habrá vencedores ni vencidos, sino supervivientes y aniquilados[24]».
El discurso de guerra total de Goebbels en 1943 y sus numerosas visitas a las ruinas de Berlín generaron un espíritu de resistencia heroica. De hecho, en los últimos días de guerra, una anciana señalaba que Berlín resistiría porque así lo había dicho Goebbels por la radio. Ese optimismo inocente ya sólo era mantenido por unos pocos leales o confundidos ciudadanos. La derrota de Stalingrado y el bombardeo sistemático de las ciudades alemanas socavaron la credibilidad del régimen nazi. Como ha señalado acertadamente el historiador David Welch, «la historia de la propaganda nazi durante la guerra es la del declive de la efectividad[25]».
En definitiva, a pesar de sus medios innovadores, su habilidad y su dominio de la vida cotidiana de Alemania de 1933 a 1945, la propaganda tan sólo fue capaz de convencer a los alemanes de aquello que estaban dispuestos a creer, no podía arrancar viejas lealtades ni convertir a los ciudadanos a una causa que consideraban inmoral o injusta[26].
La sociedad
¿Cuál fue el impacto del nazismo en las diferentes clases sociales alemanas?
Los trabajadores industriales y el DAF
Los trabajadores industriales eran el mayor grupo social en Alemania, pues comprendía aproximadamente el 46 por 100 de la población. Durante la República de Weimar gran parte de los trabajadores habían pertenecido a sindicatos independientes y habían votado a partidos de izquierda (socialdemócratas y comunistas). Sin embargo, la crisis económica había erosionado la moral y la cohesión de la clase trabajadora.
Al principio, el régimen nazi deseaba afirmar su autoridad por lo que acabó con todos los sindicatos, lo que dejó a los trabajadores sin protección efectiva. Como consecuencia de ello, el Gobierno pasó a controlar los salarios como medida de presión sobre los trabajadores. La única opción que les restaba a estos era unirse al Frente Alemán del Trabajo (DAF Deutsche Arbeits Front), dirigido por Robert Ley. Ley nunca obtuvo un puesto entre la élite nazi, pero tuvo un papel de un enorme impacto en la sociedad alemana. A pesar de ser alcohólico, era un hombre que podía dedicar una enorme energía a sus tareas. Descrito por un colega como «una nulidad intelectual», Ley hablaba de acabar con los conflictos de clase en Alemania instaurando la «paz social» sin antagonismo entre patrones y trabajadores. Ambos debían trabajar juntos en armonía como parte de la comunidad racial alemana unificada. Su primer acto fue destruir a los sindicatos independientes, que fueron sustituidos por el Frente Alemán del Trabajo. Su objetivo era regular la fuerza laboral alemana con una estructura militar: «Cada trabajador debe verse como un soldado de la economía». Para aumentar el sentido de solidaridad entre los trabajadores, se les motivó a utilizar uniformes azules idénticos[27].
El DAF se convirtió en la mayor organización del Tercer Reich y pasó de cinco millones de afiliados en 1933, a 22 millones en 1939. Sería equivocado considerar al DAF como un mero mecanismo de represión del régimen. Su disciplina militar no excluía un fuerte compromiso con el bienestar de sus trabajadores. Regulaba los salarios y las horas de trabajo, actuaba con dureza ante las huelgas y el absentismo laboral y controlaba la estabilidad del precio de las viviendas. Se establecieron seguros que cubrían las enfermedades y se otorgaban gratificaciones a aquellos trabajadores que lo merecían. Se proporcionaban escuelas para los hijos de los trabajadores. Sin embargo, Ley fracasó en explotar el potencial político de la institución. Por otra parte, el Frente Alemán del Trabajo se ganó rápidamente la reputación de ser la más corrupta de las instituciones nazis. Gran parte de la culpa fue de Ley, que dedicó enormes esfuerzos a amasar una gran fortuna y a actuar como un señor neofeudal. Sin embargo, Hitler valoraba por encima de todo la lealtad y estaba dispuesto a obviar el comportamiento escandaloso de sus subordinados.
El DAF supervisaba también las condiciones de trabajo a través del departamento «la Belleza en el Trabajo» (Schönheit der Arbeit o SdA), que intentaba proporcionar limpieza, ventilación adecuada, comidas nutritivas, ejercicio, etc. La organización «Al vigor por la Alegría» (Kraft durch Freude) proporcionaba oportunidades para los trabajadores, como visitas culturales, deportes y vacaciones, aunque estos privilegios se encontraban limitados a aquellos trabajadores leales[28]. La organización se inspiró en la italiana Dopolavoro y originalmente se denominaba Nach der Arbeit (ambas hacían referencia a la vida después del trabajo). Su objetivo era organizar el tiempo libre los trabajadores para, también, convertir a los trabajadores de las diferentes clases sociales en miembros de una comunidad nacional unida. Se trataba de reconciliar la clase trabajadora con el Tercer Reich.
El deporte, que hasta principios del siglo XX era asociado con las clases pudientes, comenzó a ser un fenómeno de masas. La organización se convirtió en un instrumento para la promoción del mismo, una iniciativa que reforzaba el énfasis del régimen en el valor de la salud para la raza. Asimismo, el entrenamiento y la disciplina eran considerados como una preparación para el servicio militar. «Al vigor por la Alegría» se convirtió también en la mayor agencia de viajes del país. Hacia 1938 alrededor de 180 000 personas habían participado en algún crucero organizado por la institución y diez millones habían disfrutado de unas vacaciones financiadas por el Estado[29]. Por supuesto, el adoctrinamiento continuaba durante esas vacaciones. Por ejemplo, el crucero Wilhelm Gustloff, en el que cientos de alemanes fueron de vacaciones, contaba con 156 altavoces para continuar con la labor de propaganda del régimen[30]. Sin embargo, los informes de los miembros de la Gestapo que se desplazaban a menudo en esos viajes señalaban que, lejos de superar o atenuar la división social, los viajes sacaban a relucir las tensiones sociales subyacentes debido a las inevitables desigualdades de trato que se producían entre funcionarios del partido y trabajadores. Los viajes tampoco contribuyeron significativamente a reducir las diferencias regionales y, en muchas ocasiones, se produjeron fuertes tensiones y altercados entre ciudadanos de las diferentes zonas de Alemania[31].
El turismo interno se consideraba necesario para estimular la economía. Se esperaba que las visitas a otras zonas del país, especialmente a las zonas fronterizas, rompieran el fuerte particularismo que caracterizaba a Alemania. En el Norte de Alemania se construyó el enorme complejo Prora en la isla de Rügen en el Báltico, que debía albergar a 20 000 veraneantes y contar con un equipo de 2000 personas. El gigantesco centro ocupaba seis kilómetros de la costa. Los edificios impersonales ponían el énfasis en la desaparición del individuo en la masa. Finalmente el centro no llegó nunca a inaugurarse. El inicio de la guerra puso fin a las obras de construcción que continuaron posteriormente para poder albergar en el lugar a los evacuados de las ciudades alemanas bombardeadas[32].
El pleno empleo fue la consecuencia más positiva del nazismo para los trabajadores. Sin embargo, el aumento de los salarios sólo alcanzó los niveles de 1929 en 1938 y los trabajadores tenían que pagar cuotas muy altas al DAF. Por otro lado, las horas de trabajo semanales aumentaron de 43 horas en 1933, a 47 horas en 1939, debido a la política de rearme. Una vez iniciada la guerra, los trabajadores industriales tuvieron que sufrir la estrategia de bombardeo aliada. Hacia 1944 la jornada de trabajo era ya de 60 horas[33].
Los campesinos
Agobiados por la crisis de los años veinte los campesinos se sintieron atraídos por las promesas nazis de ayuda. La ideología nazi de «Sangre y Tierra» parecía favorecer a los campesinos representándoles como los elementos más puros del pueblo alemán[34]. Pensadores nazis como Walther Darré y Gottfried Feder exigían una revolución rural que pusiese fin a la imparable urbanización de la sociedad alemana, con la creación de un movimiento romántico de «regresar a la tierra». Hitler apoyaba las ideas de «Sangre y Tierra» pero lo que precisaba del campo era una agricultura viable y eficiente que pudiese proporcionar alimentos baratos para los trabajadores industriales y que hiciese de Alemania un Estado autosuficiente en caso de guerra. El régimen introdujo una serie de medidas destinadas a ayudar a los campesinos, como bajos tipos de interés y una política destinada a disminuir las importaciones. La Administración de Alimentos del Reich, una enorme institución creada en 1933 y dirigida por Walther Darré, supervisaba todos los aspectos de la producción y la distribución agrícola, en particular los precios y los salarios. Su excesiva burocratización fue duramente criticada. Una de sus extrañas disposiciones estipulaba que cada gallina tenía que poner 65 huevos anualmente.
Las románticas nociones de «Sangre y Tierra» tuvieron que ser abandonadas debido a las exigencias de la producción bélica, la rápida industrialización y el crecimiento urbano. Las condiciones de trabajo en el campo eran duras y muchos campesinos se sintieron atraídos por los salarios en la industria. El régimen nazi consiguió aumentar la producción agrícola un 20 por 100, pero se produjo una demanda incesante de trabajadores para la industria, lo que dejó a la agricultura en una situación muy débil. La noción de la pureza racial de los campesinos se empañó por el empleo de tres millones de trabajadores extranjeros. El problema de la mano de obra se exacerbó con la incorporación a filas de miles de campesinos que tuvieron que ser reemplazados con mano de obra forzada como polacos y checoslovacos[35].
La Mittelstand
La Mittelstand representaba, en realidad, la clase media menos pudiente (equivalente a la petite bourgeoisie francesa) y abarcaba desde los pequeños comerciantes a los autónomos y los dueños de comercios. Eran ellos quienes se identificaban más claramente con la ideología nazi. Situada entre la clase alta y el proletariado, los miembros de este grupo albergaban diversos y profundos resentimientos, por lo que eran muy susceptibles de sentirse atraídos por la retórica nazi que culpabilizaba a los judíos de todos sus infortunios. En un primer momento fueron los que más podían ganar con un triunfo de los nazis[36]. Los comunistas fueron aplastados, se puso fin a la anarquía en las calles y la economía se recuperó de la depresión. Hitler, además, prohibió el establecimiento de nuevos grandes comercios. La Mittelstand también se benefició de la destrucción de los sindicatos, la imposición de un control de salarios y de los bajos tipos de interés. A pesar de todo, las condiciones de vida de la Mittelstand no mejoraron de forma significativa durante los años treinta. Las dificultades del pequeño comercio se agravaron por la preferencia nazi por los grandes negocios cuyo apoyo era preciso para el rearme. El rearme y la guerra tendieron a dañar al pequeño comercio y aceleraron la concentración del capital en el monopolio capitalista[37].
Los grandes empresarios
En general las grandes fortunas se beneficiaron del régimen nazi. Las grandes empresas fueron las más beneficiadas durante la prosperidad de los años treinta. Los magnates industriales, como Krupp y Thyssen, habían apoyado tradicionalmente a los partidos nacionalistas pero en los primeros años de esa década se acercaron paulatinamente a los nazis. Se trató de una política oportunista, ya que era obvio, hacia 1932, que los nazis se encontraban a punto de tomar el poder o al menos de formar parte de un Gobierno de coalición. Sin embargo, no resulta acertado afirmar que los grandes empresarios financiaron el acceso de los nazis al poder. Los grandes empresarios financiaron a todos los partidos políticos excepto, claro está, a los comunistas, como forma de obtener influencia. Algunos empresarios temieron en un principio a los radicales nazis y a las SA, sin embargo, se fueron acercando paulatinamente al régimen. La gran depresión, el auge del comunismo y la parálisis política en Alemania les convencieron de que una coalición nazi-conservadora era una solución atractiva. A pesar de la negativa de secciones del partido nazi como las SA a entenderse con los capitalistas, Hitler entendió rápidamente que necesitaba la colaboración de los empresarios para la recuperación económica y militar de Alemania[38].
Los grandes empresarios aplaudieron medidas como el aplastamiento de la amenaza comunista y la prohibición de los sindicatos en 1933, así como las restricciones sobre los salarios. Las relaciones mejoraron aún más con la purga de las SA. Un grupo destacado de empresarios y financieros formó la organización Freundeskreis Heinrich Himmler y estuvieron muy involucrados en algunas decisiones políticas. Al final, los grandes empresarios se encontraron con que el régimen nazi interfería cada vez más en las grandes empresas. El ministro de Economía Schacht intentó proteger a la industria de esa política nazi, pero su renuncia en 1937 puso fin a su protección. Las grandes empresas se beneficiaron enormemente de la recuperación económica, del programa de rearme y de la expansión territorial. Al gigante industrial Krupp se le ofrecieron los astilleros holandeses, la metalurgia belga, la maquinaria francesa, el cromo yugoslavo, el níquel griego y el hierro y el acero checo. Además, la mayor parte de las grandes empresas no tuvieron reparos en utilizar mano de obra esclava. Todas aquellas industrias relacionadas con el rearme aumentaron espectacularmente sus beneficios. Para el historiador Richard Overy, la industria estaba subordinada a la autoridad y a los intereses del movimiento nazi[39].
Los grandes empresarios se beneficiaron personalmente del período nazi. Así, sus sueldos aumentaron un 50 por 100 entre 1933 y 1939, mucho más que el resto de grupos sociales alemanes. Al final, los grandes empresarios no se vieron implicados en movimientos de oposición como el atentado del 20 de julio. Según el historiador Grunberger, los industriales fueron como «el cobrador de un autobús que ha perdido el rumbo y que no tiene control sobre las acciones del conductor pero que sigue cobrando a los pasajeros hasta el choque final». A. Schweitzer ha definido la relación entre los grandes empresarios y la élite nazi como «una coalición mutuamente beneficiosa[40]». El historiador Robert Brady va incluso más lejos y describe al régimen nazi como «una dictadura de los grandes empresarios» que organizaron la economía en beneficio de los grandes monopolios industriales y que esperaban obtener nuevos territorios para ayudar a la expansión económica de las grandes empresas[41]. En la visión de Kershaw, el hecho de que los grandes empresarios fueran los grandes «ganadores» de la llegada de los nazis al poder no fue accidental, sino la consecuencia de las políticas diseñadas por el Estado nazi[42].
Los terratenientes
Los terratenientes, al principio, recelaban de la idea de un cambio social radical por parte del régimen nazi y temían que se fuese a producir una redistribución de la tierra. Sin embargo, consiguieron vivir sin problemas durante el régimen nazi y sus intereses no corrieron peligro. Durante las grandes victorias al comienzo de la guerra mundial tuvieron oportunidades de adquirir más propiedades a buen precio. El verdadero golpe para los terratenientes se produjo en 1945, cuando la ocupación de Alemania del Este por la Unión Soviética llevó a la nacionalización de la tierra.
Los «asociales»
Este término era utilizado de forma amplia para señalar a todos aquellos cuyo comportamiento no era aceptable e incluía a alcohólicos, prostitutas y criminales[43]. Aquellos que se negaban a trabajar eran enviados a trabajos forzados. Los homosexuales eran considerados también como «asociales», ya que se consideraba que violaban las leyes de la naturaleza y socavaban los valores tradicionales de la familia nazi. Al rechazar tener hijos debilitaban la fuerza de la raza alemana, subvertían la idea de masculinidad propugnada por la política nazi y suponían para Himmler un «síntoma de las razas decadentes». Para los nazis, la homosexualidad no era el resultado de una decisión individual o de factores ambientales, sino de una serie de factores genéticos. En 1936 se estableció la «Oficina Central para la Lucha contra la Homosexualidad y el Aborto». Entre 10 000 y 15 000 homosexuales fueron enviados a campos de concentración en los que se les obligaba a portar triángulos rosas. En la inhumana jerarquía de los campos los homosexuales ocupaban uno de los últimos niveles y eran objeto de un trato brutal. Su esperanza de vida era muy corta. Curiosamente, las lesbianas nunca fueron perseguidas con el mismo rigor. Al considerar a las mujeres como seres esencialmente pasivos no se las consideraba una amenaza real para el régimen[44].
La educación
Uno de los objetivos básicos del régimen fue el adoctrinamiento de los jóvenes a través del sistema educativo. Bernhard Rust, un profesor que había sido cesado por «inestabilidad mental», se convirtió en el ministro del Reich para la Ciencia, la Educación y la Cultura Popular. Rust puso el énfasis de la educación en asignaturas prácticas y en la educación física. Los libros de historia fueron reescritos para adaptarlos a la ideología nazi, se implantó un curso de historia sobre la toma del poder por los nazis[45]. Los profesores eran estrictamente controlados, cesando de forma fulminante a todos aquellos «política o racialmente inapropiados», lo que excluía, por supuesto, a los profesores judíos. La visión antiintelectual de los nazis supuso una disminución significativa en el número de profesores y en un desprestigio social creciente para los mismos. Entre 1932 y 1938 el número de profesores de primaria disminuyó en 17 000. El régimen reaccionó reduciendo el nivel de exigencia para ser profesor.
Para controlar a la profesión en el respeto de los principios nazis se estableció la Liga de Profesores Nacional Socialistas, que hacia 1937 incluía al 97 por 100 de todos los profesores. En las escuelas se puso el énfasis en la educación física para alcanzar el «ideal ario» y un 15 por 100 del tiempo se dedicaba a la gimnasia. En lo académico, los estudios religiosos fueron abandonados para restar importancia al cristianismo y se reforzó el estudio del alemán, la biología y la historia. Una de las innovaciones fue la creación de varios tipos de escuelas para la élite. Su misión era preparar a los mejores jóvenes alemanes para el liderazgo político. Existían también escuelas elitistas como las Napolas (instituciones de educación política nacionales), los colegios Adolf Hitler para niños en edad de etapa secundaria y los Ordensburgen donde acudían los estudiantes más brillantes de las otras dos instituciones. Sus estudiantes recibían instrucción política y militar para prepararles para el liderazgo en el Tercer Reich. El programa escolar de una niña alemana nos da una idea clara de las limitaciones de la educación en la Alemania nazi[46]:
Lunes
Martes
Miércoles
Jueves
Viernes
Sábado
Las Juventudes Hitlerianas
El régimen nazi creó la organización de Las Juventudes Hitlerianas (Hitler Jugend) para el adoctrinamiento de los jóvenes en los ideales nazis. Bajo la dirección del aristócrata Baldur von Schirach, las Juventudes Hitlerianas crecieron espectacularmente. Así, en 1932 contaban con 100 000 miembros y cuatro años más tarde habían alcanzado los seis millones. Hacia 1939, el 90 por 100 de todos los jóvenes pertenecía a la organización. En las juventudes se adoctrinaba a los jóvenes en los principios de raza, disciplina y obediencia. A los niños se les decía que no jugaran a «indios y vaqueros» sino a «judíos y arios». Las Juventudes Hitlerianas organizaban campamentos de verano donde se les adoctrinaba políticamente, realizaban intensos ejercicios físicos y juegos para aumentar el espíritu de camaradería. Sin embargo, y a pesar de la propaganda del régimen, la mayoría de los muchachos consideraba los campos sumamente tediosos y sus padres se quejaban de que los muchachos regresaban de los mismos cansados, aburridos y, a menudo, lesionados[47]. Hacia finales de la década de los treinta las Juventudes Hitlerianas se habían convertido en una gran organización burocrática cuyos líderes estaban envejeciendo. Por otro lado, cuando se hizo obligatorio pertenecer a las Juventudes, la organización fue absorbiendo a un número creciente de jóvenes muy poco deseosos de pertenecer a la misma. De hecho, la segunda parte de la década de los treinta demuestra que la organización experimentaba una crisis progresiva que se agudizó con el inicio de la guerra[48].
Las niñas y adolescentes contaban con la Liga de Muchachas Alemanas, que se dedicaba principalmente a aumentar los conocimientos domésticos de las niñas para convertirlas en madres. Cuando se reunían las Juventudes Hitlerianas y la Liga de Muchachas el sexo se convertía en la prioridad para unos aburridos adolescentes sometidos a un régimen de campamentos militarizados. Así, en 1936, cuando coincidieron ambos grupos en los grandes actos de Núremberg, 900 adolescentes regresaron embarazadas a sus casas. Era evidente que el adoctrinamiento del régimen no podía acabar con los patrones tradicionales de relación entre los jóvenes[49].
Las mujeres
Durante el nazismo las mujeres alemanas estaban regidas por lo que era conocido popularmente como las tres «K», Kinder (niños), Kirche (iglesia) y Kuche (cocina[50]). Uno de los objetivos principales de la política de Hitler fue el aumento exponencial de la población alemana para poblar los territorios que se iban a conquistar en el Este. La obligación de las mujeres en el Tercer Reich era la de tener hijos para Alemania y cuidar de los hogares alemanes. Por lo tanto, se las desincentivaba de llevar a cabo estudios universitarios o carreras profesionales. La mujer tenía que ser la guardiana de la virtud moral, la armonía doméstica y la fuente de la pureza racial. El régimen intentó reducir el empleo femenino excluyendo a las mujeres de la administración, la carrera judicial y la medicina; restringiendo la entrada de las mujeres en la universidad hasta el 10 por 100 de las plazas, y ofreciendo créditos a las mujeres recién casadas para que no buscasen trabajo.
Por otra parte, el régimen nazi intentó aumentar la natalidad, para lo cual se prohibieron los contraceptivos y los abortos[51]. A las familias se les reducía un 15 por 100 de impuestos por cada hijo y se les eximía de su pago si conseguían tener seis hijos. Se les otorgaban ayudas por cada hijo y las madres más prolíficas recibían medallas: de oro para las que tuvieran ocho hijos, de plata para seis y bronce para cuatro. Al final esas medidas tan sólo tuvieron un impacto limitado. Se produjo una disminución en la edad para contraer matrimonio y la tasa de natalidad aumentó de 1,2 millones hasta 1,4 millones entre 1934 y 1939, pero estas estadísticas parecen ser más el resultado de la prosperidad económica de esos años[52]. Al llamar a la familia «la célula básica de la sociedad», los nazis estaban definiendo su significado. El régimen convirtió la actividad automática de las células, es decir la reproducción, en la motivación consciente de la vida familiar. La tasa de natalidad se estabilizó tras 1938 debido a la guerra y a los problemas de vivienda. Para Goebbels, la principal responsabilidad de la mujer era «ser guapa», «traer niños al mundo» y aceptar aquellos trabajos que fueran «convenientes para la mujer[53]».
Cartel propagandístico del fomento de la familia.
En 1934 Gertrud Scholtz-Klink fue elegida jefa de la Organización de Mujeres Nacionalsocialistas del Tercer Reich (NS-Frauenschaft). Su misión era adoctrinar a las mujeres en los principios nacionalsocialistas. Bajo su liderazgo más de un millón y medio de mujeres asistieron a escuelas de maternidad y medio millón estudiaron economía doméstica entre 1933 y 1938. Scholtz-Klink estaba a cargo de la sección femenina del Frente Nacional del Trabajo.
A partir de 1937, una vez que Alemania alcanzó el pleno empleo, el número de mujeres trabajadoras aumentó de 11 a 14 millones. La gran falta de mano de obra chocó siempre con la ideología nazi. Cuando Albert Speer intentó movilizar a tres millones de mujeres en 1943, su iniciativa fue bloqueada por Martin Bormann y Fritz Sauckel[54]. En 1944 había un déficit de cuatro millones de personas en la economía alemana y en ese momento 1 300 000 mujeres se dedicaban todavía a tareas domésticas. Los intentos de Speer chocaron con la gran cantidad de exenciones que se otorgaban a las mujeres y a la reticencia de Hitler a movilizarlas plenamente. Las mujeres de los soldados recibían también beneficios del Estado y, por tanto, estaban menos motivadas a trabajar.
Los historiadores del feminismo han sido, en general, muy críticos con las medidas nazis, que consideran redujeron de forma significativa el papel de la mujer. Para la historiadora Gisela Bock, las medidas nazis redujeron a la mujer a meros objetos, y constituyeron una especie de racismo[55].
La ingeniería social: «Lebensborn»
La política nazi no buscaba únicamente aumentar el número de hijos, sino que, al mismo tiempo, intentaba mejorar los «niveles sociales». Esta política llevó al establecimiento de un verdadero centro de ingeniería social llamado «Lebensborn» (Fuente de vida). Esta institución se ocupaba de las madres solteras con buenas credenciales raciales y, al mismo tiempo, facilitaba el que las mujeres se pudiesen quedar embarazadas por miembros de las SS en burdeles organizados. Comenzó en 1935 por orden de Himmler y se considera que unos 11 000 niños nacieron como consecuencia de la labor de esa institución[56].
Las mujeres de Hitler
Las mujeres nunca fueron una parte central de la vida de Hitler. La imagen de la propaganda del régimen era que Hitler estaba casado con Alemania, por lo que no necesitaba a las mujeres. El historiador alemán Machtan incluso ha propuesto la tesis de que Hitler era homosexual, habría mantenido relaciones con homosexuales en Viena y la «noche de los cuchillos largos» se habría llevado a cabo, en parte, para acabar con la cúpula de las SA, en la que había numerosos homosexuales, incluyendo al propio Röhm y eliminar así las pruebas de sus relaciones homosexuales[57]. Sin embargo, no existe ninguna evidencia documental sobre el tema. Existieron dos mujeres que sí afectaron a su vida. Una de ellas fue su sobrina Angela «Geli» Raubal y la otra fue Eva Braun.
Geli Raubal era una estudiante en la universidad de Múnich cuando permaneció unos días con el «tío Alf» (como era conocido Hitler en la familia). Hitler pronto se enamoró de aquella joven. No se conoce si mantuvieron relaciones sexuales, la mayor parte de las biografías de Hitler consideran que no mostraba interés por el sexo. Sin embargo, Hitler podía llegar a ser muy posesivo, como sucedió con Geli. Esta debía vestirse según sus instrucciones y no debía salir sin su permiso expreso. En 1931 Geli, agobiada y deprimida, se suicidó. Su muerte supuso una gran conmoción y se dijo que había sido asesinada. Hitler se sumió en una depresión, aunque tan sólo visitó la tumba en una ocasión. De su relación con Geli se desprende que se trataba de un hombre emocionalmente inmaduro, muy lejos de la imagen poderosa que ofrecía en público. Su círculo estaba integrado por sus ayudantes, secretarias, chóferes y ordenanzas. Según un observador, «una parte del acompañamiento lo constituían efebos de cabellos ligeramente rizados, ordinarios, toscos, con gestos afeminados[58]».
Eva Braun.
Eva Braun es descrita a menudo como la amante de Hitler, aunque el término más apropiado es el de compañera sentimental. Hitler la conoció en el estudio de Hoffman, fotógrafo oficial de Hitler, donde esta trabajaba como ayudante. Hitler nunca sintió hacia ella la misma pasión que hacia Geli. Eva Braun nunca mantuvo una posición oficial y la prensa del régimen apenas hacía referencia a ella. No existe ni una sola carta personal de Hitler a Eva Braun, tal vez, porque le preocupaba que fuera descubierta su vida privada. Desde 1936 vivió en el Berghof, la casa de descanso de Hitler en Baviera. Las películas sobre ella la muestran como una mujer de cierto encanto, que llevaba una vida cómoda en una zona de gran belleza aunque totalmente aislada de la realidad. Eva Braun siempre llamó a Hitler «Mein Führer». Se trataba de una muchacha sencilla, con pensamientos intrascendentes, siempre ocupados por temas como el amor, las modas, las películas y los chismes, con la constante inquietud de ser abandonada, y soportando el humor egocéntrico de Hitler y sus pequeñas tiranías domésticas[59]. Su desconocimiento de lo que sucedía en Alemania durante el período nazi era absoluto, ya que pasó los años de la guerra leyendo revistas de moda y viendo películas románticas. Su vida fue monótona y aburrida, siempre a la espera de que Hitler la visitase en Obersalzberg. En dos ocasiones intentó suicidarse. Finalmente, y muy posiblemente para recompensarla por su fidelidad, Hitler decidió contraer matrimonio con Eva. Ella deseaba morir como una mujer honesta, casada legalmente, aunque fuera en el búnker de las ruinas de Berlín. El 30 de abril ambos se suicidaron para no caer en manos de las tropas soviéticas[60].
El ritual nazi
La esvástica era omnipresente en la vida alemana tanto en los uniformes como en los edificios. Se establecieron una serie de nuevas festividades para celebrar actos como el cumpleaños de Hitler y para conmemorar la muerte de aquellos nazis que habían caído en el fracasado intento de golpe de Estado de Múnich. Este nuevo ciclo anual no sólo dejaba de lado a la práctica cristiana, sino que suavizaba la austeridad del régimen con unos días de celebración. El uso continuado de música marcial, columnas desfilando y procesiones de antorchas servía para arrancar a los individuos de sus costumbres y de sus clases sociales. Se trataba, en palabras del historiador Richard Grunberger, de crear una «respuesta alucinatoria y un estado permanente de movilización emocional». La politización de la vida diaria era palpable en la presencia permanente de los uniformes y, por supuesto, en la obligatoriedad del saludo nazi. El nazismo era paulatinamente incorporado a la vida diaria de una población progresivamente más pasiva a su destino. El ritual nazi se convirtió en algo tan común que ya no se identificaba como propaganda, sino como parte de un orden político nuevo y casi natural[61].
El sentido de normalidad con el nuevo régimen era reforzado por el paternalismo nazi. Se realizaron colectas como la de la ayuda invernal para ofrecer caridad a los desempleados y a los desfavorecidos. Estas iniciativas estaban reforzadas por «Días de Solidaridad Nacional», organizados por el partido, en los que los principales líderes recolectaban dinero para el partido. Una generosa contribución era la forma por la cual los alemanes también podían «trabajar en la dirección del Führer».
La salud
A pesar de los enormes esfuerzos por crear una «raza maestra», la salud durante el período nazi se deterioró. Una medida efectista de demostrar la mejora de la salud pública por parte del régimen fue el aumento en 19 000 médicos de 1933 a 1943. Sin embargo, esto se hizo disminuyendo los años de estudio del personal médico, lo que redujo el beneficio de esa medida. La prohibición a 5500 médicos judíos de ejercer su profesión fue un golpe devastador, especialmente porque entre ellos se encontraban algunos de los mejores especialistas de Alemania. Hubo algunas medidas efectivas, como los análisis a los recién nacidos que prevenían enfermedades como la tuberculosis. La mortalidad infantil bajó de 77 por cada 1000 nacimientos en 1932, hasta 60 en 1939[62]. Sin embargo, en un análisis comparativo podemos apreciar que en Gran Bretaña era menor (53 por 1000). Una cifra elocuente fue el espectacular aumento de los suicidios en Alemania hasta los 22 288 en 1939, una cifra que era el doble que la británica. Los accidentes laborales aumentaron sin cesar hasta un 33 por 100. Los dentistas informaban de que la salud bucal de los ciudadanos era pésima y un estudio de 1937 señalaba que el 25 por 100 de los trabajadores industriales no contaba siquiera con una pasta dentífrica.
Por otro lado, durante los años treinta, la cirugía se realizaba en gran parte sin anestesia, lo que provocaba muchos más fallecimientos durante el operatorio y el postoperatorio que en Estados Unidos y Gran Bretaña. La ausencia de investigación científica y química en las universidades alemanas durante los años del nazismo explica en gran parte la falta de avances médicos en Alemania durante ese período[63]. En suma, los índices de la salud durante los años del nazismo en Alemania eran muy inferiores a la que gozaban los habitantes de Estados Unidos y Gran Bretaña.
La alimentación era inferior a la de otros países desarrollados. Muchos alemanes comían sucedáneos a los que daban con humor nombres alternativos, así la margarina pasó a ser conocida como «la mantequilla de Hitler».
«T4». El programa de eutanasia y esterilización
Las ideas nazis de pureza racial requerían que todos los discapacitados mentales o físicos fueran eliminados. La exigencia de que se llevase a cabo aumentó con la presión de la guerra sobre los recursos y la comida. El programa de eutanasia fue la consecuencia lógica de considerar a los discapacitados como bocas inútiles a las que había que alimentar. El mismo Hitler había afirmado: «Si Alemania aumenta en un millón de personas cada año y se deshace de 800 000 de los débiles, el resultado final es que aumentaremos nuestra fuerza[64]».
Se constituyó una organización, la «T4», (así llamada por la dirección de sus oficinas principales en la Tiergartenstrasse número 4 de Berlín), para vigilar la identificación y la eliminación de los discapacitados y la esterilización de los miembros más débiles de la sociedad que podían transmitir enfermedades hereditarias[65]. El programa «T4» estableció diversos centros en Alemania que parecían hospitales. En uno de esos centros, «Hadamar», se realizó una gran fiesta para celebrar el asesinato de la víctima número 10 000. La técnica empleada en ese centro era asfixiar a los pacientes en una cámara con monóxido de carbono, a los niños se les inyectaba una solución letal o se les dejaba morir de sed. Los hospitales psiquiátricos fueron uno de los objetivos prioritarios del programa. Enseguida se extendió el rumor del destino final que les esperaba, lo que llevó a casos de resistencia por lo que tuvo que utilizarse la fuerza.
En el verano de 1940 las autoridades judiciales conocieron lo que estaba sucediendo a través de informaciones de los ciudadanos. El ministro de Justicia, Franz Gürtner, impresionado por lo que estaba sucediendo y por la falta de cualquier base legal para el programa, reclamó que se pusiese fin a esos asesinatos clandestinos. Sin embargo, Gürtner falleció en 1941. Las protestas ciudadanas fueron asumidas por las iglesias. El obispo de Münster, Clemens Graf von Galen, habló del asesinato de los discapacitados en un sermón el 3 de agosto de 1941. Como consecuencia, se puso fin al asesinato de los adultos discapacitados. La eutanasia de los niños continuó durante unos meses. Cuando el programa fue oficialmente suspendido, en el verano de 1941, cerca de 100 000 personas habían sido eliminadas[66].
El veredicto de los historiadores
¿Supuso el nazismo una revolución social?
Un tema enormemente debatido es si el nazismo supuso una revolución social en Alemania. La historiografía se encuentra divida al respecto. El historiador Richard Evans describe al Tercer Reich como una «enrevesada mixtura de lo nuevo y lo viejo[67]». Según H. Winkler, la llamada «revolución social nazi» era un mito de la propaganda nazi que no resiste un examen pormenorizado de los desarrollos sociales y económicos en Alemania de 1933 hasta 1945[68]. Para Kershaw, el nazismo «no produjo una revolución social», sino que «reforzó en gran medida el orden social existente». El período nazi es, así, considerado como una coalición capitalista-nazi (apoyada por el ejército) contra los intereses de los sindicatos. Esta coalición, de acuerdo con Kershaw, desarrolló la forma de gobierno más «brutal y explotadora de la historia del sistema capitalista[69]».
Es preciso, también, situar al sistema social nazi en el contexto de la época. Comparado con el caso ruso, donde una supuesta clase social (los Kulaks) fue eliminada y a diferencia de la situación de España y Francia en aquel momento, los nazis consiguieron un notable consenso social.
El impacto inapreciable del nazismo
Para historiadores como Franz Neumann y Detlev Peukert, el nazismo tuvo un impacto mínimo en la sociedad alemana. Para ellos, la ideología nazi era únicamente retórica vacía y, lejos de acabar con la jerarquía social, el régimen tendió a fortalecer las divisiones de clases al favorecer los intereses de las grandes fortunas[70].
Para los historiadores que han examinado en profundidad la vida cotidiana en la Alemania nazi, la idea de una revolución social nazi resulta poco convincente. Peukert, en un estudio innovador sobre la vida cotidiana en el Tercer Reich, sostiene que tras 1933 la sociedad alemana se volvió más orientada al consumo que nunca antes en la historia. De acuerdo con Peukert, el régimen nazi promovió el consumo y aumentó los beneficios sociales para la familia y mayores oportunidades de ocio[71].
Richard J. Evans
En su magna obra sobre el Tercer Reich este historiador se plantea si el nazismo modernizó o no la sociedad alemana y concluye que la sociedad no fue realmente la prioridad de la política nazi. La discordia social debía ser sustituida por una sociedad más armónica. Sin embargo, lo que los nazis realmente deseaban era una transformación en el espíritu de la gente. Deseaban crear un hombre nuevo que resucitara, de alguna forma, la unidad de acción y el compromiso del frente en la Primera Guerra Mundial. La revolución fue así más cultural que social[72].
Los historiadores marxistas: el nazismo como reacción
Tras la Segunda Guerra Mundial los historiadores marxistas en Alemania del Este consideraron que el nazismo fue una forma reaccionaria de sociedad. Consideraban que el nazismo reforzó la estructura tradicional de clase y la posición de las élites, especialmente de los poderosos intereses de los militares y de la gran industria, a expensas de instituciones más populares como los sindicatos. Para algunos historiadores marxistas, el régimen nazi, a pesar de su atractivo para grandes segmentos de la población, era el brazo político de una contrarrevolución apoyada por los capitalistas y el ejército. Fue, según esta tesis, un régimen que privó brutalmente a las clases trabajadoras del derecho de representación política y de los derechos sindicales.
Los historiadores marxistas han considerado que Hitler no era un radical en temas económicos o sociales y que, por el contrario, se trataba de un conservador. Una verdadera revolución social (deseada por líderes nazis como Röhm o Strasser entre otros) hubiese convertido al ejército en un «ejército del pueblo» dirigido por las SA y hubiese situado a la industria bajo control estatal. Incluso se hubiese llegado a redistribuir la tierra. Sin embargo, aquellos nazis que deseaban una revolución social fueron los que Hitler asesinó en la «noche de los cuchillos largos». Hitler optó por una coalición tradicional con el ejército y los grandes empresarios. La posición social de las élites apenas variaría hasta el final del período. La administración civil, el ejército, el Ministerio de Asuntos Exteriores y los empresarios siguieron reclutando a personas pertenecientes a la clase media alta de la sociedad alemana. Incluso Hitler llegaría a aceptar al final de conflicto que había fracasado completamente en su intento de nazificar a la cúpula militar.
Ralf Dahrendorf: el nazismo como revolución
Por el contrario, en los años sesenta, en la Alemania federal un grupo de historiadores consideró que el régimen nazi sí produjo una revolución social. Para el sociólogo Ralf Dahrendorf, el nazismo abrió el camino para la formación de una Alemania occidental liberal y democrática. En particular consideraba que la idea nazi de «igualación» causó el derrumbe de las élites sociales, de las lealtades tradicionales y de sus valores que habían dominado la vida alemana desde el siglo XIX de forma «semifeudal». Las transformaciones del nazismo habrían allanado, así, el camino para la modernización de la industria y la sociedad en el mundo de la posguerra[73].
M. Burleigh y W. Wippermann
Para ambos historiadores la revolución social del nazismo fue su intento de crear «un mundo futuro ideal, sin las “razas inferiores”, sin los enfermos y sin aquellos que consideraron que no tenían lugar en la “comunidad nacional[74]”».
Everhard Holtmann
El legado social del nazismo en la Alemania Federal ha sido estudiado entre otros historiadores por E. Holtmann, quien, en un estudio pormenorizado de dos pequeñas localidades en la zona del Ruhr, ha demostrado, por ejemplo, que tras la guerra los veteranos de las Juventudes Hitlerianas aportaron al Partido Social Demócrata alemán (SPD) las ideas más igualitarias del nacionalsocialismo[75].
M. Roseman: «la modernización del ocio»
Autores como M. Prinz, R. Zitelmann y M. Roseman han investigado cómo el Frente Alemán del Trabajo ayudó sobre todo a lo que Roseman ha descrito como la «modernización del ocio». Esta se produjo gracias a la introducción del turismo de masas para las clases trabajadoras. Durante la guerra, los nazis idearon planes complejos para crear un Estado de bienestar tras el fin del conflicto[76].
David Schoenbaum: el nazismo como «revolución social interpretada»
El historiador norteamericano David Schoenbaum consideraba que el nazismo fue una poderosa fuerza modernizadora de la sociedad alemana pero desde una perspectiva diferente. Su interpretación distinguía entre lo que él describía como realidad «objetiva» e «interpretada». Consideraba que la idea nazi de Gleichschaltung, por la que se puso en marcha la nazificación de la sociedad, era la realidad imaginaria del Tercer Reich como era percibido por los ciudadanos («revolución social interpretada»). En este sentido, Schoenbaum sugería que el Tercer Reich fue testigo de un cambio radical de los valores y de los comportamientos sociales que formaban la base de un consenso nacional revolucionario[77].
El nazismo como la «revolución de la destrucción»
En los años ochenta surgió una nueva interpretación del nazismo especialmente en Alemania. Reconocía que los cambios modernizaron ciertos aspectos de Alemania pero que estos fueron limitados y no tan significativos para ser denominados como revolución social. De hecho, muchos de los cambios fueron contradictorios y llevaron a «una revolución de la destrucción». En ese sentido, los verdaderos cambios llegaron con los efectos de la guerra total, el colapso económico, el genocidio y la división política[78].
La respuesta a si el nazismo originó una verdadera «revolución social» es muy compleja y no admite una respuesta unívoca. Esto se debe principalmente a la siempre difícil definición de términos como «reacción» y «revolución». El nazismo fue una compleja combinación de elementos que reflejaban fuerzas diversas y profundas. Por ello cuando se despeja la imagen reflejada por la propaganda del régimen y uno se cuestiona cuáles fueron los verdaderos objetivos del Tercer Reich y si consiguió el Tercer Reich esos objetivos, la respuesta sigue siendo hoy muy problemática. Resulta muy difícil evaluar el impacto real del nazismo sin tener en cuenta otras fuerzas que venían operando en la transformación de la sociedad alemana. La historia alemana de la primera mitad del siglo XX había sido tumultuosa y la sociedad alemana llevaba ya experimentando grandes transformaciones en los años anteriores al ascenso de Hitler al poder[79]. Alemania había emergido de la derrota en la Primera Guerra Mundial con una sociedad más abierta, plural e igualitaria. Algunas de las transformaciones eran el resultado de una modernización económica a largo plazo como la urbanización y la producción a gran escala, procesos que fueron acelerados por las necesidades de la guerra total.
Por otro lado, los nazis permanecieron en el poder durante doce años, de los cuales seis transcurrieron en la mayor y más sangrienta conflagración de la historia. ¿Resulta por lo tanto posible deslindar el nazismo de la guerra como catalizador del cambio social? ¿Sería así posible realizar tal división cuando la guerra aparece como una característica natural del nazismo?
Realizar cambios profundos en una sociedad en un período de doce años resulta una tarea casi imposible. Las instituciones culturales y sociales más arraigadas, como la familia y la Iglesia, difícilmente se transforman en tal espacio de tiempo. A pesar de la retórica de apoyo nazi a la Mittelstand y al campesinado, ambos grupos siguieron sufriendo una gran presión económica y social. Por el contrario, las élites tradicionales continuaron su dominio y la industria permaneció en manos privadas. De hecho, la gran industria incrementó de forma muy notable sus beneficios. Las mujeres debían permanecer en el hogar, pero en realidad su papel fue determinado por las necesidades económicas de la situación de cada momento. Las Iglesias permanecieron y consiguieron el apoyo de una gran mayoría de cristianos, aunque bien es cierto que su auténtica oposición al régimen fue limitada.
La cultura nazi debía establecer nuevas raíces en el Volk, sin embargo, no fue mucho más allá de un papel negativo de censura. El adoctrinamiento de los jóvenes tuvo más éxito en los años anteriores a la guerra. Sin embargo, incluso en este sector de la población, la educación nazi ha sido cuestionada considerando que impuso la conformidad sin una auténtica convicción.